Las hipstorias de Lucy - 6

Al fin Lucy hace su tan esperado viaje al pueblo natal de su amiga Ari. ¿Qué nuevas aventuras le esperan?

Lucy despertó. Primero se estiró y luego abrió los ojos para ver que se encontraba en el asiento de un autobús con Ari todavía durmiendo a su lado.

Suspiró satisfecha y se hundió en el asiento. Lo había logrado. Habían sido largas jornadas trabajando como mesera en aquel café, pero luego de muchas largas noches (de las cuales no recordaba mucho, aunque no le daba importancia) logró recuperar el dinero que había gastado en el vestido de aquella horrible cita con Humberto y tener a punto sus ahorros para sus esperadas vacaciones con Ari en su pueblo natal.

En ese momento se encontraba en el autobús y según lo que le indicaba Google Maps en su teléfono, no tardarían mucho en llegar a la central de autobuses.

Pronto el transporte comenzó a entrar a la ciudad y poco a poco se adentró en esta hasta que a la distancia Lucy reconoció un edificio con varios autobuses a su alrededor. Era claro que había llegado a su destino.

—¿Ya llegamos? —preguntó Ari despertándose y tallándose uno de sus ojos.

—Tú dime —respondió Lucy con burla—, tú eres la que vivía aquí.

Ari se asomó por la ventana y sin perder su aspecto adormilado, dijo:

—Sí, ya llegamos.

Bajaron del autobús junto con sus equipajes y al entrar a la sala de espera, Lucy vio a dos personas ahí que aunque sólo los había visto una vez, durante su graduación cuando fueron a acompañar a Ari, los reconoció.

El hombre mayor era Don Manuel, el padre de su amigo. Era alto, moreno y larguirucho, pero tenía un rostro amigable que hacía buen juego con el poblado bigote bajo su nariz. Al lado de él estaba un muchacho muy parecido a él, pero un poco más bajo, joven y sin bigote. Ese era el hermano menor de Ari, Oscar; la última vez que Lucy lo había visto era tan solo un niño, pero luego de años se notaba que el muchacho ya había alcanzado la adolescencia.

—¡Papito! —saludó Ari a su progenitor.

—¡Mija! —exclamó Don Manuel acercándose para abrazar a su hija.

Luego de que el abrazo terminó, Ari miró a Oscar y dijo:

—¿No vas a saludar a tu hermanita?

Oscar sonrió algo apenado y abrazó a Ari, aunque Lucy sintió que se pegó demasiado a las tetas de su hermana.

—Señor Manuel, Oscar, hola —se apuró Lucy a saludar.

Don Manuel miró a Lucy y sonrió.

—Lucy, pero mira nada más que guapa te has puesto.

Lucy se sonrojó por el alago, luego miró a Oscar y dijo:

—Pero Oscar, mira nada más que grandote estás.

El muchacho no dijo nada y se limitó a esconder su cara para que nadie notara que se había puesto rojo.

Mientras continuaban poniéndose al día, los dos hombres llevaron a las dos muchachas al auto familiar y de ahí les llevaron a la casa, lo cual sorprendió mucho a Lucy cuando al fin llegaron a ella: aunque daba un poco de mal rollo al verse como una de esas casas góticas de las películas, la verdad es que era enorme, siendo casi una mansión, lo que ayudó a que Lucy pudiera quedarse en una habitación para ella sola.

El resto de ese día se fue sólo en descansar del viaje, luego ir a pasear al centro de la ciudad y después a cenar. Al día siguiente al fin comenzaron de verdad las vacaciones de Lucy tal y como ella quería, yendo a sitios arqueológicos, mercados de artesanías, pueblos mágicos y reservas naturales cercanas que servían tanto para relajar a la aspirante a escritora como para que se inspirara para darle detalles más realistas, aunque fantásticos, a su novela.

La semana que pasó ahí de visita todo transcurrió con normalidad, aunque sí notó algunas cosas raras, como que por ejemplo el cepillo con el que alisaba su cabello después de bañarse había amanecido en otra posición, que una de sus pantaletas se había rasgado o que a una de sus blusas le hacía falta uno de sus botones. La librera no le dio importancia, pero no sabía que a sus espaldas algo se estaba gestando…

Era la última noche que Lucy pasaría en la casa de la familia de Ari y ya todos estaban dormidos… excepto el habitante más joven de la casa. En su habitación, Oscar se encontraba a oscuras, excepto por un par de veladoras que iluminaban el hecho de que él estaba en el centro de un pentagrama dibujado con cal en el piso mientras que se encontraba terminando algo: un pequeño muñeco de paja. Junto a él estaba una caja con unos elementos muy peculiares: cabello de Lucy, un pedazo de una de las pantaletas de esta y el botón que se le había perdido a la blusa de la muchacha, así como una foto del rostro de la amiga de su hermana.

Ari nunca se lo había dicho a Lucy, pues creyó que no era necesario que supiera esa información, pero la verdad es que ella venía de una larga línea de poderosos chamanes habilidosos en las artes oscuras. Ari no había querido aprender el oficio por considerarlo que no iría con el modo de vida de chica moderna que quería tomar, pero Oscar… él había sido otra cosa. Ya estaba tomando su entrenamiento como chamán y ahora estaba por aplicar uno de los trucos que le habían enseñado, con la inocente de Lucy.

Oscar terminó su muñeca que tenía por cara la fotografía de Lucy, sonrió y la besó.

—Oh mi bella Lucy —dijo Oscar con lujuria—. Desde que te vi por primera vez en la graduación de Ari no sabes cómo te he deseado y al fin, al menos por hoy… ¡serás toda mía!

Dejó la muñeca en el suelo, cerró los ojos y comenzó con un cántico arcano en un lenguaje hacía mucho tiempo olvidado por la historia.

En su habitación, Lucy se encontraba dormida, pero no placenteramente. Aunque sólo usaba un camisón, estaba bañada en su propio sudor y daba vueltas en la cama tratando de escapar de su propio mal sueño, pero cuando sintió que al fin estaba por escapar de esa pesadilla… nada. Su cabeza se había quedado en blanco.

Abrió los ojos pero de inmediato estos se giraron hasta atrás de sus párpados dejando sólo una bola blanca mirando hacia el techo y con la boca parcialmente abierta.

Pronto, algo comenzó a sonar dentro de esa cueva vacía que era en ese momento la mente de la muchacha:

Ven a mí…

Ven a mí mi esclava…

Su amo la estaba llamando y ella, como una buena esclava, tenía que responder.

Se levantó de la cama, se quitó la sábana y se puso de pie, comenzando a caminar con la torpeza de una zombi. Se las arregló para abrir la puerta de la habitación y salir al pasillo, por donde siguió caminando con torpeza hasta que se detuvo frente a una puerta, esa desde que la de alguna forma sabía que su dueño le estaba llamando. Abrió la puerta y entró.

Aunque él era el artífice de lo que estaba ocurriendo, Oscar se sobre saltó al escuchar que su puerta se abría, pero pronto se le dibujó una gran sonrisa al ver entrando a Lucy, con los ojos en blanco, la boca abierta a tal punto que la baba ya se le estaba escurriendo y un paso desgarbado como el de un zombi. Su hechizo había funcionado, tal vez no tenía la suficiente habilidad para hacer que Lucy llegara con toda su inteligencia intacta, pero tenerla ahí bajo su completo control le bastaba y fue suficiente para ponerle la polla tan dura que hasta le dolía.

Se apuró a ponerse de pie y se acercó a su deseada presa para admirarla. Llevaba el cabello suelto y el camisón apenas le cubría hasta el área del pubis, dejando a la vista sus largas y bien torneadas piernas. El muchacho se relamió los labios y se apuró a dictar una orden:

—Quítate ese camisón.

Al instante, con movimientos torpes la zombi Lucy comenzó a quitarse el camisón hasta que quedó sólo en su ropa interior: un sexy conjunto de color rojo vino.

Loco por la lujuria, Oscar se lanzó sobre el cuerpo de Lucy y casi le arrancó el sostén para dejar libres esas tetas que tanto había deseado tocar. Las estrujó entre sus manos sin que su dueña protestara por ello, luego empezó a besarlas y a chupar con glotonería esos pezones que aunque la mente estuviera apagada, estos ya habían comenzado a despertar. El muchacho abrazó a Lucy y comenzó a besarla tanto en el pecho como en el cuello mientras que con sus manos apretujaba ahora las nalgas de la muchacha.

Dándose cuenta de que ya había sido suficiente juego previo, Oscar decidió que era hora de pasar a lo bueno.

Le bajó los calzones a Lucy y se encontró con ese coñito depilado que ya olía a mujer en celo y comenzó a besarlo hasta que su boca quedó embarrada de los fluidos de esta, luego se puso de pie y comenzó a desvestirse dejando su polla erecta a la vista, decidiendo qué era lo que quería hacer. No le tomó mucho tiempo decidirse.

—Q-q-quiero un oral… e-e-esclava.

Sin más dilación, Lucy se tiró de rodillas, tomó la polla de su dueño y se la llevó a la boca. En su estado zombificado, sus movimientos eran torpes y poco coordinados, pero afortunadamente para ella, Oscar no tenía mucha experiencia sexual, así que no se daba cuenta de esto y solo disfrutaba del servicio como si fuera lo mejor del mundo.

Pronto se cansó de estar de pie y decidió pasar a otra cosa.

—A la cama boca arriba —ordenó.

Lucy detuvo sus torpes chupadas de verga, sacó la polla de su amo de su boca y se levantó para tumbarse en la cama mirando al techo.

Oscar se acercó y vio que esa muñeca ni se había molestado en abrir las piernas, así que tuvo que hacerlo por ella. Pronto la entrada a las entrañas de la muchacha quedó más que disponible, así que acercó la roja cabeza de su pene al coño de Lucy y gracias a la previa lubricación, entró hasta el fondo de ella de una sola estocada.

Ya adentró de su amada, Oscar comenzó a dar varias embestidas mientras admiraba como las tetas de Lucy se movían arriba y abajo en el pecho de su dueña al ritmo de las estocadas de Oscar, mientras que la muchacha se limitaba a hacer gemidos de zombi.

Pero al ver a Lucy en una posición tan cómoda, Oscar reparó en algo: la esclava se suponía que era ella, ¿por qué él la estaba complaciendo?

Oscar salió de su esclava sin que esta diera alguna objeción y se tumbo boca arriba al lado de ella, mirando al techo y con la nuca apoyada en sus manos.

—Móntame —ordenó.

Con sus movimientos torpes, Lucy se puso de pie y se acomodó sobre Oscar, tomó la polla de este y sin decir nada, se dejó caer sobre ella, llevando de vuelta esa enrojecida cabecita hasta lo más profundo de ella y una vez que sintió que ese pene estaba tocando la entrada de su útero, comenzó a cabalgarlo.

—¡Lo más rápido que puedas! —ordenó Oscar al sentir que Lucy se estaba moviendo con la lentitud de una zombi.

La orden tuvo el efecto esperado, pues Lucy comenzó a imprimirle velocidad a sus caderas y pronto los resortes de la cama empezaron a rechinar ante el ímpetu de la zombi.

El que estaba más impresionado era el mismo Oscar, quien no podía creer que alguien tan estupidizada por el hechizo fuera capaz de moverse con tal vigor y el servicio de Lucy era tan bueno, sumado a la vista de una mujer de ojos en blanco con sus tetas botando por ahí y por allá, que el muchacho no aguantó mucho y se terminó corriendo en el interior de ella.

—Ba… basta… —dijo luego de recuperarse del orgasmo y notando que Lucy no se detenía aunque él ya había terminado.

Tras recibir la orden, Lucy se detuvo y se dejó caer al lado de su amo, mientras el semen de este ya comenzaba a escurrir de su coño.

—Eso… eso fue todo lo que esperaba… —dijo Oscar con una gran sonrisa de satisfacción en el rostro—  Deja… déjame descansar… y continuamos.

Pero esa continuación no llegó, pues cerró los ojos y por el agotamiento, pronto quedó dormido.

Lucy mientras tanto, se quedó ahí con los ojos en blanco y sin moverse, mirando al techo y con su pecho subiendo y bajando como única prueba de que estaba viva.

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y por esta entró Ari. Miró la escena, suspiró, meneó la cabeza y dijo:

—Sabía que podías hacerlo, pero no me esperaba que de verdad fueras a hacerlo.

Entró a la habitación, tomó la muñeca de Lucy del suelo así como la ropa de su amiga y le ordenó a la zombi.

—De pie.

Acto seguido Lucy se puso de pie, con el semen ahora escurriendo por sus piernas.

—Lo primero será limpiarte y luego mandarte a tu cuarto para que no recuerdes nada de esta noche. Ya luego me arreglaré con el estúpido de mi hermano. Vamos.

Para sorpresa de Ari, Lucy respondió:

—Sí… ama…

Ari abrió los ojos sintiendo cómo sus pezones se ponían duros y su coño se humedecía un poco. Tal vez su estúpido hermano había hecho algo bien para variar…


La mañana ya había llegado y la familia ya se encontraba reunida en el comedor, desayunando en silencio.

En ese momento Lucy entró al comedor, bostezando.

—¿Todo bien? —preguntó Don Manuel mirando a la visita.

Lucy se dejó caer en una de las sillas y dijo:

—No es nada, sólo que me siento más cansada de lo que me sentía cuando me acosté. Me duele un poco la cadera y… por alguna razón tengo un sabor a pescado en la boca que no puedo quitarme.

El semblante tranquilo de Don Manuel se endureció y miró enojado a sus hijos, los cuales se apuraron a mirar a otros lados para no enfrentar la furia de su padre.

Lucy jamás supo el porqué de ese cambio tan abrupto de ambiente.

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