Las hermanastras
Las vecinas y vecinos del pueblo las llamaban beatas, santurronas, mojigatas, meapilas, remilgadas, puritanas... El cura, un viejo de casi noventa años, decía que eran dos santas viudas.
Las vecinas y vecinos del pueblo las llamaban beatas, santurronas, mojigatas, meapilas, remilgadas, puritanas... El cura, un viejo de casi noventa años, decía que eran dos santas viudas.
Alpidia tenía 35 años, era alta y delgada y vestía de luto de la cabeza a los pies, llevaba el pelo negro recogido en un moño y era sería hasta para respirar. Tenía un hijo de 20 años, Esteban, que no tenía nada de recatado ni era temeroso de Dios.
Jerónima, que era hermanastra de Alpidia, tenía 38 años, vestía de luto de los pies a la cabeza, era baja de estatura, morena, de pelo negro y corto y tenía un hijo de 19 años, Pedro, que como su primo Esteban, hablarle de Dios era insultar a su inteligencia.
El día de Noche Buena, Alpidia y Jerónima llegaron de la misa del gallo a casa de la segunda. Su hijo ya se había marchado. Le dijo Alpidia a Jerónima:
-Por no estar sola en mi casa ya dormía aquí.
-Puedes dormir en la cama de mi hijo. Hasta mañana no vuelve. Ahora vamos a comer unas pasas y algo de turrón.
Se fueron a la cocina a darse un pequeño capricho, cosa que no se acostumbraban a dar. Al llegar a la cocina vieron a dos muchachas de poco más de veinte años, rubias, de ojos azules, altas y preciosas, tenían dos escopetas recortadas en las manos. No eran del pueblo. Era obvio que entraran en la casa a robar.
Las hermanastras se persignaron al verlas. La más alta de las ladronas, les dijo:
-Eso no os va a servir de nada si no nos dais todo el dinero que haya en casa.
Jerónima se apresuró a decir:
-Tengo 300 euros en mi habitación.
-Venga. Vamos todas a buscarlos... y las joyas, tienes que darnos todas las joyas.
-En esta casa no hay joyas. Somos pobres.
Llegaron a la habitación. Jerónima, cogió el dinero en el armario y se lo dio a la chica más alta. La más baja tenía ganas de fiesta, besó a la más alta en la boca, y le preguntó:
-¿Las obligamos?
-Puede ser divertido ver que hay debajo de tanta ropa.
La más alta, apuntando a las hermanastras con la recortada, les dijo:
-Desnudaos si no queréis quedar sin cabeza.
Las hermanastras se desnudaron. Al verlas desnudas, dijo la más baja de las ladronas:
-¡Hostias! ¡Qué buenas están las lechosas!
Las hermanastras estaban buenísimas. Su piel era blanca como la leche, lo que contrastaba con las grandes matas de pelo negro de sus coños y con el pelo de sus axilas. Las tetas, que las tenían enormes, estaban coronadas por unas grandes areolas marrones y unos pequeños pezones. Desnudas eran muy atractivas.
La ladrona más alta, le dijo a Alpidia.
-Besa a tu amiga.
-Es mi hermana.
-Mejor, bésala.
Alpidia le dio un pico en los labios a su hermanastra.
La más baja le dijo a la más alta:
-Enséñale como se besa, Dori.
Dori, que era lesbiana, como la otra ladrona, le dio un beso con lengua a Alpidia que le dejó el coño latiendo.
Cuando Alpidia besó a Jerónima, ya eran dos los coños que latían.
-Chúpale las tetas y cómele el coño a tu hermana.
Alpidia le pasó la lengua por las tetas a Jerónima.
-Así, no. Mira esto.
La ladrona más baja, le levantó la blusa y el jersey a la otra ladrona y le chupó y le acarició las pequeñas tetas. Luego le bajó las bragas y le comió el coño, que lo tenía completamente rasurado.
-Venga. Queremos ver como os calentáis.
-Di que sí, Martu, y sigue, cariño, sigue que ya estoy caliente.
Alpidia no tuvo más remedio que hacerlo. Le comió las tetas bien comidas a Jerónima y después le pasó la lengua por el coño. Jerónima hacía esfuerzos por no gemir viendo como Martu le comía el coño a Dori, y sintiendo la lengua de su hermanastra en su coño. La hostia es que se iba a correr y acabaría por hacerlo. Tuvo suerte, ya que Dori le dijo:
-Ahora besa tú a tu hermana, cómele las tetas y después cómele el coño.
Jerónima besó a Alpidia con lengua, y notó que su hermanastra también la besaba a ella. Se encendió más de lo que estaba. Le comió las tetas con ganas, y despues el coño.
Dori no pudo aguantar más, jadeando y con un temblor de piernas que casi no se tenía en pie, se corrió en la boca de Martu.
Al acaba de correrse, le dijo Dori a Martu:
-Será mejor que nos vayamos. Ya tentamos demasiado a la suerte.
Al rato se iban. Las hermanastras se volvieron a persignar. Se vistieron. Avergonzada, le dijo Alpidia a Jerónima:
-Me voy para la habitación de tu hijo.
Alpidia se fue para cama. Esa noche no se atrevió a rezar. Lo mismo le pasó a Jerónima. Media hora más tarde, Jerónima fue a la habitación de Alpidia y se metió en la cama.
-¿Tengo frío, Alpidia?
-Acércate a mí.
Jerónima se acercó a Alpidia por la espalda y se acurrucó junto a ella. Le pasó un dedo por la asa de la enagua, y le preguntó:
-¿Duermes siempre sin camisón?
-Sólo hoy. Te esperaba. Quiero volver a verte desnuda.
-Y yo a ti.
Alpidia se dio la vuelta y se besaron.
-¿Quieres que empiece yo, Jerónima?
-¿Y si nos las comenos juntas?
Se desnudaron. Se destaparon. Ya no había frío. Se pusieron de lado... Comenzaron a comerse los coños. Alpidia llevaba tres años sin correrse, Jerónima, dos, que era el tiempo que llevaban viudas. Sus lenguas devoraron los coños con hambre atrasada. No aguantaron más de cinco minutos. Cuando Alpidia sintió que se iba a correr, le dijo a su hermanastra:
-¡Ay que rico, ay que rico, ay que rico...!
Jerónima, explotó:
-¡¡¡Me corro!!!
Estaban retorciéndose de gusto y bebiendo una de la otra, cuando entraron en la casa Esteban y Pedro.
-¡¿Esa que dijo que se corría no es tu madre, Pedro?!
-¡¿Y la de lo hay que rico no es la tuya, Esteban?!
Continuará.
Se agradecen los comentarios buenos y malos.