Las fotos de la nueva profesora

Me sentía traviesa y sexi con el delantal cubriendo mi parte delantera y llevando el culo al aire.

Se trataba de un septiembre especialmente caluroso. Pese a ello, o tal vez por ese motivo, el aire acondicionado del tren de cercanías estaba insoportablemente fuerte. Me abracé a mí misma buscando algo de calor que no llegó. Por delante tenía un viaje de media hora que se me iba a hacer muy largo.

Bajé del vagón agradeciendo el inclemente sol que a las ocho de la mañana ya brillaba con fuerza. Había mirado en un mapa, en internet, cuál era la ubicación del instituto donde me tocaría trabajar durante el próximo año, pero consciente de mi mala orientación, decidí preguntar al taquillero de la estación por el camino hasta este.

Caminé despacio, consciente de que tenía toda una hora para recorrer un camino que me habían asegurado que no costaría más de diez minutos. El pueblo no era muy grande y a aquellas horas se podía pasear de forma agradable, sin demasiadas personas o coches por las calles.

Esperaba que en aquel nuevo instituto el ambiente de trabajo fuera mejor que en el que había estado el pasado curso, donde una división interna entre los profesores había creado dos facciones irreconciliables. Indecisa como soy y algo tímida, había decidido permanecer en medio de ambas sin decantarme por ninguna, el resultado final fue que no logré encajar con nadie y todos me veían como un elemento hostil.

La situación en casa tampoco me ayudó a desconectar de mi angustia en el trabajo. Mi relación con Pedro se había ido desgastando durante los dos últimos años y mi estado de nervios la agravó hasta hacerla insoportable. Tras tres meses de separación, seguía sin saber bien cuales habían sido los motivos de esta, pero lo peor es que tampoco sabía cuales habían sido los que me llevaron a casarme.

Habíamos ido juntos a clase, más tarde, cuando nuestro pueblo se quedó pequeño para continuar estudios en él, nos fuimos a la misma residencia a la capital. Cumplidos los dieciocho, habíamos compartido piso al tiempo que estudiábamos en la universidad y comenzaban nuestros primeros tonteos. Cuando empecé a salir con él, seguían gustándome los chicos malos, sobre todo en el cine, pero Pedro suponía una estabilidad y tenía una bondad que le convirtió en el candidato ideal.

Nos habíamos casado a los veinticuatro y ahora, seis años después, no sabría decir que nos había llevado a la separación. Tal vez la rutina, la falta de novedades o el hecho de que los dos fuéramos tímidos y no tuviéramos iniciativa. Había sido un verano muy largo, dando explicaciones de lo ocurrido a cientos de personas, iniciando una nueva vida sola, buscando piso…

El personal del centro pareció agradable, por lo menos no se respiraba la tensión que tanto me había agobiado en el instituto anterior. Estuve reunida con el resto de profesores de matemáticas para poner al día nuestras programaciones y para que me designaran los grupos a los que tenía que dar clase, que por supuesto eran aquellos que habían rechazado los profesores con plaza definitiva.

Subí a la segunda planta para conocer la que sería mi clase. En aquel instituto los profesores mantenían habitualmente el mismo aula y eran los alumnos quienes iban de una a otra dependiendo el horario. Me extrañaba mucho que uno de los grupos que me habían dado fuese segundo de bachillerato, solía ser el más plácido de todos y lo lógico es que lo hubiera escogido el profesor de mayor antigüedad.

La clase que me había correspondido sin duda sí era la peor del centro. Daba al sureste y el sol castigaba allí durante toda la mañana convirtiéndola en un auténtico horno. “A lo mejor me han dado segundo de bachillerato para compensar”, me dije ilusa de mí. Aunque llevaba una camiseta de manga corta, el hecho de que me llegase hasta casi el codo y que tuviese el cuello más bien cerrado hicieron que pronto comenzara a sudar. Al día siguiente optaría por algo de tirantes y una Rebequita para el tren.

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La mañana siguiente comenzó bien, el taquillero me sonrió al sacar el billete de ida. “Ámbar tía, que triste es tu vida que te alegras porque te sonría un hombre del montón.”, me dije intentando bajar de la absurda nube en la que me había subido. No era una chica espectacular y no hacía que se giraran los hombres a mi paso, por lo que un alago aunque fuera tácito, siempre era bienvenido.

Mis amigas me criticaban diciéndome que era muy sosa vistiendo. Que debía llevar los vaqueros más ajustados y comprarme minifaldas. Hasta entonces había gustado a pedro con mi aspecto y no me sentía cómoda exhibiéndome con tacones y vestiditos.

Las dos primeras horas de clase habían sido con dos de los grupos de primero. Niños ruidosos pero aún impresionables por la figura del profesor o al menos todo lo impresionable que puede ser un adolescente.

Con una fina camiseta de tirantes había aguantado muy bien el calor de aquella aula que parecía una sauna. Lo peor sin duda había sido soportar el tremendo olor de las hormonas mezclado con el miedo al agua y el jabón. El ambiente estaba cargadísimo a pesar de que había abierto los ventanales a primera hora.

En segundos conocería al segundo de bachiller que me había tocado. Ingenua de mí, continuaba pensando que había sido una suerte que no lo eligiera ningún profesor con plaza fija. No tardé en conocer la verdad y con ella el engaño.

Eran diez alumnos de lo más variopinto, pero de los cuales había poco que rescatar. Una chica rarísima que se sentó sola al final de la clase. Vestía ropas como si las hubiera seleccionado de un contenedor de basura. Cuando tuve que acercarme a ella, también me di cuenta de que no iba peinada y su pelo estaba cubierto de caspa, por si fuera poco desprendía un olor fortísimo a sudor de varios días. Otras tres chicas que nada más entrar se sentaron y continuaron su tertulia como si yo no estuviera. La más normal de ellas parecía una rubia monísima que se sentó en primera fila y estuvo atendiendo durante toda la hora. La última de ellas parecía vestida para matar; su top reflejaba a las claras la ausencia de sujetador debajo y sus pantaloncitos eran tan cortos que se le podían ver las mollitas del culo a cada movimiento.

Esta última chica se fue directa a sentarse con los cuatro muchachos, los cuales tampoco hicieron nada por disimular su falta de interés. Un chico alto que tenía aires de perdonavidas, dos bufones que le reían todas las gracias y que lo idolatraban como si fuera el rey y un chico inmensamente grande, que por lo menos medía cerca de los dos metros y debería pesar una tonelada.

—Ámbar, ¿me puedes repetir la última explicación?—preguntó la única chica que atendía en aquel aula—.  Es que como soy rubia…

No pude reprimir la sonrisa, aquella chica no solo era monísima sino que encima tenía sentido del humor. Debía ser la única que tenía verdadera intención de utilizar su título de bachiller para algo más que ponerlo en el fondo de un cajón.

Había escuchado a compañeros hablar de ese tipo de institutos pero hasta entonces no lo había vivido en mis propias carnes. Ante la baja afluencia de alumnos, la asignación de grupos de bachiller peligraba y con ello las plazas de algunos profesores, que vivían muy cómodamente, y a los que habría que desplazar forzosamente a otros centros. Estaba segura de que al menos nueve de aquellos diez habían recibido un regalo el pasado curso en forma de aprobado de primero. Al menos esperaba que se dedicaran a lo suyo y no molestasen a Vanessa que era como se llamaba la rubia simpática.

Cuando terminó la clase alguno de los alumnos no había dejado de conversar con sus compañeros ni un solo segundo. No deseaba comenzar el primer día expulsando gente, tampoco creía que sirviera de mucho con aquel ganado, pero si me tocaban mucho las narices no tendría más remedio que sacar mi genio.

—Hasta pasado mañana ricura –me dijo el chaval más chulo, al pasar por mi mesa.

—¿Cómo? –pregunté indignada mientras me levantaba poniendo las palmas de las manos sobre la mesa e inclinándome hacia él.

—Bonitas tetas –se había acercado y me miraba el escote, que se había ahuecado al inclinarme,  sin el más mínimo disimulo.

El rubor cubrió mis mejillas y las palabras se negaron a salir de mi boca. Cuando levantó la mirada de mi pecho para mirarme fijamente a los ojos con aire de suficiencia, creí que no me aguantaría y le pegaría un bofetón.

Le iba a gritar que se marchase pero me falló la decisión y terminé llevando mi mano al escote para intentar taparme.

—No haga eso, que están muy bien.

Me dejé caer en la silla aturdida por lo ocurrido mientras el chuleras se reunía con sus dos bufones y el putón de la clase, que ya reían la bromita del líder.

En mi vida me había sentido tan abochornada, era increíble el descaro y la mala educación de aquel chaval. Pero sin duda alguna lo peor había sido aquel escalofrío que recorrió mi espalda cuando sus pupilas estaban clavadas en mi canalillo. Me sentí sucia y estúpida, ¿me había gustado que un macarra me mirara las tetas?, era increíble.

—Pasa de él, no le hagas ni caso –dijo la chica rubia acercándose.

Yo aún estaba aturdida con las dos manos en las mejillas intentando mitigar el sonrojo que las cubría. Cuando Vanessa estuvo frente a mí, alargó una mano e introdujo un dedo dentro de mi escote tirando de este hacia fuera.

—Pues la verdad es que tienes un buen par de peras, aunque un suje blanco te quedaría mejor que el color carne. –Era increíble, mientras aquella chiquilla me miraba las tetas, aquel cosquilleo por mi columna había vuelto y de forma más intensa—. Anda que guay, tienes una peca muy mona en una teta.

La chica soltó mi escote y yo llevé mis manos allí por acto reflejo. Mi cara ardía como si estuviese al rojo vivo. En aquel momento no era capaz de articular ninguna palabra.

—Deberías vestir más provocativa, nadie diría viéndote así, que tienes ese par de peras.

La chica se dio media vuelta y se marchó hacia la puerta. Era alta y con un tipazo por lo que no necesitaba ir muy provocativa para llamar la atención, bueno, no muy provocativa para sus dieciocho años, yo sería incapaz de vestir así. ¿Pero qué me pasaba?, me había mirado las tetas dos alumnos y en vez de encolerizarme, estaba pensando en el atuendo de aquella chica.

Desde luego aquel incidente marcó el resto de la jornada. No pasaban muchos minutos sin que aquella imagen volviera a mi memoria, y junto al recuerdo, aquella sensación extraña en mi espalda volvía a aparecer.

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Salí de la ducha y me dirigí a mi dormitorio. Llevaba tres meses viviendo allí y aún lo sentía como extraño. Con el recuerdo de lo sucedido por la mañana en la mente, me planté delante del gran espejo del armario y deshice el nudo que ceñía la toalla bajo mis axilas.

No tenía mal tipo aunque no fuera de portada de revista. No era alta ni baja, ni gorda ni flaca. El vientre apenas sobresalía aunque si no me cuidaba pronto empezaría a mostrarse. Mis piernas no eran muy largas pero tenía unos muslos bonitos que apenas tenían celulitis.

Sin duda alguna lo mejor eran mis tetas, aunque no estaban tan altas como hacía diez años, eran grandes y se mantenían suficientemente juntas. Tomé cada una de ellas con una mano y las alcé y junté aún más. Realmente tenía un buen par de peras, como había dicho Vanessa.

Me giré para examinar mi culo, ya no era respingón como lo había sido algún día, lo cierto es que había sido el más afectado por el paso del tiempo. Allí se habían ido la mayoría de los cuatro kilos que había engordado desde los dieciocho años. Resultaba demasiado gordo, pero al menos, junto a las tetas y unas buenas caderas me daban una silueta muy femenina.

Hacía siglos que no me admiraba así delante de un espejo. Me había limitado en los últimos años a que Pedro me dijera lo guapa que era sin comprobarlo por mí misma. Vale, no era un bellezón, pero era lo que había y otro cuerpo ya no me iban a dar.

Me gustó mirarme, no sentí aquel cosquilleo que había sentido cuando me miraron las tetas pero fue agradable mirar mi cuerpo. Analicé todo aquello, ¿sería una exhibicionista?, ¿llevaríamos todos dentro una pequeña parte de exhibicionista? En las redes sociales no era raro ver gente ligera de ropa, incluso las cantantes pop cada vez aparecían en sus videoclips con menos ropa.

Se me ocurrió una idea, corrí, desnuda como estaba, hasta el comedor y busqué el móvil en el interior del bolso. De nuevo ese escalofrío en la espalda pero ahora acompañado de un hormigueo en el estómago, el mismo que sentí la primera vez que besé a Pedro. Aunque las cortinas estaban echadas, me sentía especial allí de pie en el comedor exhibiéndome ante mí misma. Estar en pelotas en el baño o en el dormitorio era una cosa natural, pero estar allí con el bolso en las manos se sentía muy extraño y tal vez… excitante.

Con el móvil en la mano volví al dormitorio colocándome delante del espejo. Las primeras fotos fueron más bien inocentes, tomaba un plano amplio de todo mi cuerpo reflejado en el cristal. No tardé en subir el tono de las fotos, comencé a tomar primeros planos de mis tetas, de un pezón duro, del triangulito de vello castaño que tenía entre las piernas.

El hormigueo aumentaba e iba bajando hacia mi entrepierna en la cual empezaba a sentir un calorcillo muy agradable. Entre malos rollos y la posterior separación, llevaba más de un año sin darme un gustazo.

Nunca había sido sexualmente muy activa, rara era la vez que tenía tantas ganas que buscase yo a Pedro, en vez de al contrario. Junto al espejo, a cuatro patas, fotografiando mis colgantes tetas, me sentía eufórica, tenía mil sensaciones que me desbordaban. A cada postura nueva, sentía vergüenza durante unos segundos, en aquella última postura incluso había llegado a sonrojarme viéndome como una perrita,   pero luego, progresivamente, se iban transformando en sensaciones increíbles e indescriptibles.

Tumbada sobre el suelo, fui reptando sobre mi espalda hasta apoyar los dos pies en el espejo. Separé mucho las rodillas y me dediqué un buen rato a fotografiarme  la panochita, Haciendo unos primeros planos impresionantes de mi clítoris, que ya asomaba, y de toda la vulva brillante de fluidos.

No aguanté más y llevé mi mano libre hasta mi coño frotándome los labios menores mientras con la otra mano no paraba de hacer fotos. No era muy aficionada a la masturbación pero mi mano sí parecía saber todo lo que había que hacer. Introduje dos dedos en mi vagina mientras con la palma frotaba mi clítoris que se había hinchado muchísimo.

No tardé en alcanzar un orgasmo como jamás había tenido con Pedro. Se me cortó la respiración y miles de espasmos me recorrieron de pies a cabeza llevando hasta el infinito todas las sensaciones que había estado sintiendo hasta entonces.

Echada en el suelo, me limité a descansar hasta que recuperase el aliento. Madre mía, estás como una cabra, me dije a mí misma. A medida que la respiración se iba normalizando, una ligera inquietud unida a una cierta vergüenza se fue apoderando de mí. Aquello no estaba bien, no era normal. Borraría las fotos y me olvidaría de aquella tontería.

Fui a lavarme y me puse una camiseta larga para cubrir mi desnudez. Se había hecho tarde y si no cocinaba algo me quedaría sin cenar. Mientras esperaba a que se calentase la sartén, para hacer un salteado, las imágenes que le había devuelto el espejo volvían una y otra vez a su cabeza unidas con las miradas de sus dos alumnos al verle el escote.

Me giré para tomar el delantal, que estaba tras la puerta colgado de un gancho. Con este en las manos me detuve por unos segundos antes de pasarlo por mi cabeza. Con un movimiento brusco, me quité la camiseta que llevaba y completamente desnuda me puse el delantal de hule.

Moviéndome por la cocina para preparar la cena, sentía el roce de la tela plastificada sobre mis pezones y mi vientre. Aquella sensación volvió a aparecer, me sentía traviesa y sexi con el delantal cubriendo mi parte delantera y llevando el culo al aire.

Me senté sintiendo el frescor de la madera de la silla sobre mi trasero. Cené concentrándome en las sensaciones de mi cuerpo: Un pezón que se escapaba del delantal, un cruce de piernas sintiendo mi humedad, el sudor bajando libre por mi tripa.

Tendida sobre la cama no pude reprimir las ganas de volverme a tocar, poniendo la guinda al día más extraño de mi vida.

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En el instituto me cuidé de no llevar camisetas de tirantes que pudieran dar pie a que se repitiera lo del primer día de clase. Charly, que era el nombre del chulito, se limitó a saludarme todos los días con el ya típico “ricura”.

Vanessa era muy diferente, se me había pegado como una lapa y se consideraba mi amiga. Era cierto que la más joven, con mucha diferencia, entre todos los profesores era yo. También era la única interina y por tanto la cara nueva en aquel centro. Creo que la chica veía en mí a la única persona mayor de dieciséis años y menor de cuarenta que tenía la cabeza en su sitio.

Era alegre y muy sensata para la media de niñas de dieciocho años. Había tenido un novio de treinta pero desde principio de verano estaba libre, como ella misma decía, y si le apetecía rollo pues se buscaba algo, si no pues nada de nada.

Habían pasado ya tres semanas desde que comenzara a trabajar en aquel pueblo y ya me había hecho a las rutinas de los viajes en cercanías, a los alumnos más plastas y los profesores amables pero reservados. Por las tardes había aflojado un poco mis ansias sexuales pero cada dos o tres días me pegaba una sesión de nudismo hogareño y pajita relajante.

—¡Vale!, para mañana quiero los tres ejercicios que no hemos terminado hoy –dije mirando la hora en mi teléfono móvil.

Los chavales de doce años salieron de estampida hacia el recreo, sin escuchar nada más que tuviera que decirles. Resignada me senté sacando mi sándwich de la mochila, que como casi todos los días, era de pavo y queso.

La puerta había quedado abierta y como en casi todos los recreos, la cabeza de Vanessa asomó asegurándose de que me encontraba en el interior.

—¿Qué pasa teacher?, ¿dándole al pavo?

Asentí con la cabeza al tener la boca llena, había extendido una servilleta sobre la mesa para no manchar y había hecho una pelota con el papel de aluminio, la cual acostumbraba a terminar lanzada por mi alumna a la papelera.

—Tres puntos –dijo Vanessa mirando como la pelotita se introducía, tras lo cual se sentó en el pico de la mesa—. Mañana voy para la capi, ¿quedamos a tomar algo?

—¿Por la tarde?

—Sí, tengo que llevar el coche a la ITV, el pobre no creo que la pase. –Vanessa hablaba sin quitar la mirada de su móvil, como casi siempre que iba a verme.

—Hay una inspección que no está lejos de mi casa, podemos tomar un café y luego te acompaño.

Una luz se hizo en mi cabeza y con ella el más angustioso de los terrores. Vanessa no estaba jugando con su propio móvil, lo hacía con el mío. No solo es que no había borrado las fotos del primer día sino que había ampliado la galería.

—Vane, pásame el teléfono.

—Espera un segundo ahora te lo doy.

—¡Dámelo ya! –grité más alterada de lo que pretendía.

—Espera, no seas plasta.

Estiré el brazo para aferrar el móvil pero ella se levantó y se alejó unos metros. Me levanté y ella se volvió a alejar más como si pretendiera jugar al pilla pilla.

—¡Vanessa, no estoy de broma!, ¡dame el puto móvil!

—Eh, tranqui tía que estoy a medias de algo tope guay.

—Por favor, Vanessa –dije al borde de las lágrimas.

—A ver, que hay confianza, que no soy una bocas. Que esto queda aquí entre tú y yo.

Me senté sobre la mesa y comencé a llorar silenciosamente. Aquello podía suponer el final de mi carrera, un linchamiento público o cualquier cosa pero ninguna buena.

—¡Tía!, toma el móvil, ya me has jodido la fiesta. Pero que sepas que me he subido una a la nube por si me suspendes.

—Qué cabrona eres.

—Eh, que era broma, no te pongas así que estás tope guapa en las fotos.

Vanessa se acercó e intentó calmarme con un abrazo espontáneo. Mientras iba tranquilizándome y confiando en que no pasaría nada sentí como me pellizcaban una teta.

—Tía, estás hecha una golfilla, ¡cómo mola! Dame el teléfono que las vea todas y te pongo una app para proteger los albums con contraseña.

Se lo di y esperé mientras lo manipulaba, poniendo caras de asombro.

—Joder, no me van los chochetes, pero me estoy poniendo más caliente que toas las cosas. ¡Pero si tienes hasta de cuando te haces un dedito! y cuando se te ve la cara, uf, madre mía que cara de putón.

—No sigas, Vanessa, por favor.

—Pero si son guapísimas, hostia con el delantal estás tope morbosa. Yo las tengo en ropa interior, ahora te las enseño, pero así como las tuyas molan más.

—Pensarás de mí que soy una guarra.

Vanessa levantó la vista de la pantalla por primera vez y me miró extrañada.

—¿Guarra?, ¿por qué?, Si son una pasada además mola disfrutar con una misma, te lo tienes que pasar de la hostia por los caretos que pones. Yo estoy chorreando y solo las veo en la mierda pantalla de tu mierda de móvil. En directo te lo tienes que pasar tope.

—Bueno, empecé hace poco, ya sabes que me separé hace cuatro meses y todo eso –apunté con el dedo hacia el teléfono—, la verdad es que me ha descubierto un mundo nuevo.

—¿Mañana me invitas al café a tu casa? –preguntó ella con una sonrisa nada tranquilizadora—. El modelito con el delantal me ha molado mucho.

Algo me decía que tendría que cumplir los deseos de mi alumna, me aterraba la idea de que me viera en pelotas, pero lo cierto es que ya me había visto en mil posturas muy comprometedoras. Lo que realmente me daba miedo era sentir sus ojos sobre mi piel, había fantaseado con mostrarme a alguien, pero hasta entonces no me había atrevido, ¿me lanzaría mañana?

—A las cinco en tu casa, ¿me recibirás así? –dijo mostrándome la pantalla del teléfono en la que aparecía reflejada en el espejo con el delantal como única prenda.

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Espero que haya gustado y agradezco cualquier comentario para saber vuestra opinión.