Las fantasías de Teresa (2)
La rememoración del primer episodio lleva a Teresa a nuevos placeres, masturbándose delante de mí.
Las fantasías de Teresa (2)
Quienes hayan leído la primera de mis aventuras con Teresa, se habrán dado cuenta de que con una chica así se puede llegar muy lejos. La verdad es que ella misma, cuando se le enfría la cabeza, se ríe de su comportamiento anterior, y hasta llega a avergonzarse (no mucho, tampoco vayáis a pensar) de algunas de las cosas que dijo o hizo. Precisamente una de mis aficiones es la de recordárselas. Y es que siempre he pensado que es una estupidez llevar a cabo algo interesante, para luego dejarlo en el olvido, como si fuera tan fácil tener una viviencia extraordinaria. Vale la pena recordar aquellos días, aquellos momentos en los que hemos aprendido algo, en los que hemos mejorado en algo o en los que hemos disfrutado, para extender lo bueno de aquella experiencia al resto de nuestra vida e incluso mostrarlo a los demás para que disfruten o aprendan también de él. De ahí la importancia de estos relatos que ahora os muestro. También con la protagonista, en privado, pude rememorarlos, citando hechos y palabras que, renaciendo de las cenizas del tiempo, traían de nuevo a nosotros los placeres de otros días. -¿Eso te dije? -me preguntó en cierto momento algo exrtañada. -Sí, sí, lo recuerdo perfectamente: "Vamos, jodido cabrón, párteme en dos, destrózame el culo y que ya no pueda sentarme en una semana", ja, ja, ja... La verdad es que tuviste una salida graciosa. -Hay que ver lo que se me ocurre -dijo ella mientras yo, extrañado, creí ver en sus mejillas un cierto atisbo de rubor. -Sí, pero no hay que mirar estas cosas con lupa. Son como los sueños, que vienen a nosotros de una manera un poco caótica. Cuando se está muy excitado a veces se dicen o se hacen barbaridades, que luego nos sorprenden a nosotros mismos, pero es que precisamente ahí radica la gracia: en que no están planeadas, en que son instintivas, que salen de nuestro interior. -O sea, que interiormente soy una guarra. Nos reímos los dos y luego seguí explicándole los detalles, de los que sí me acordaba porque los hombres, al tener que mantener un cierto estado de concentración, podemos estar más atentos, mientras que las mujeres, poseías por el éxtasis maravilloso que goza el sujeto pasivo (cuando el que es activo hace bien su trabajo, claro), no pueden tener la mente clara. El caso es que al ir relatándole los detalles, ella comenzó a excitarse de nuevo, como si mis palabras trajesen a su cuerpo las mismas sensaciones del pasado. -Por ejemplo -le dije-, un detalle en el que se notó claramente lo loca que estabas fue que cuando te enculé casi no necesité moverme, sino que tú misma te movías al ritmo más adecuado, embistiéndome con tu trasero y casi se podría decir que masturbándome con tu culo. Esto es realmente propio de un puterío extraordinario: que una chica haga eso cuando practica el sexo normal, vale, es posible si está caliente, pero con el anal... De verdad que no podía creerme que te comportases así. Vamos, ni que fueras una actriz porno. Su mirada delataba el nerviosismo propio de la calentura sexual, y sus manos, inconscientemente, se dirigieron a sus pechos, que al menos a mí me parecieron bien firmes y duros. Tragaba saliva de vez en cuando y se quedaba con la boca semiabierta y los ojos como platos, como alucinada. Entonces yo le dije: -Tere, guapa, veo que te gusta recordar las cochinadas que tú misma hiciste. Anda, no te cortes, quiero que te masturbes para mí. -¿De verdad te gustaría? -dijo con una pícara sonrisa , propia de las niñas traviesas. -Por supuesto -respondí muy serio, como suele ser habitual en mí antes de iniciar una de mis pesadas disertaciones filosóficas-. No hay cosa más divertida que ver a una mujer dándose placer. Se muestra entonces como un sujeto verdaderamente sexual, mientras que en el sexo normal parece más fría, porque básicamente se deja hacer y no se sabe con claridad cuándo se excita y cuándo no, ni tampoco qué le apetece en cada momento. Arrastrada por los deseos de su hombre, puede mostrar más o menos aprobación, pero no es lo mismo la reacción que tenemos ante lo que hacen los demás que los actos que realizamos por iniciativa propia. Además, el cuerpo de la mujer tiene muchos recursos, mientras que cuando vemos a un hombre masturbarse, no podemos hacer otra cosa que especular sobre lo que debe estar pensando, pues a nivel físico sólo vemos que una de sus manos agita su miembro a una cierta velocidad, y nada más. En ese momento decidí que ya estaba bien de rollo, así que pasé al recordatorio: -Sí, Teresita. Repetiste por lo menos veinte veces que eras una puta. Y lo dijiste con voz bien alta y clara, como si quisieras que lo escuchara toda la vecindad. Cumpliste con tu papel a la perfección, y eso es imposible hacerlo si en cierto modo no lo eres realmente. Esta alusión a su puterío la encendió. Ansiosa por frotarse la vulva, se despojó de los pantaloncitos que llevaba. Para mi sorpresa, no había ningunas bragas debajo. Ella se dio cuenta de mi reacción y sonrió, mirándome con complicidad. -¿No llevabas bragas puestas? Qué zorra eres, no te cansas nunca de provocar y de calentar a los hombres. Una vez más, el llamarla zorra surtió su efecto. Comenzó a frotarse con una energía increíble. Se diría que le angustiaba sentirse así y que buscaba desesperadamente el orgasmo, como una especie de alivio a su necesidad. Yo proseguí. -Sí, ¿no lo recuerdas? Cuando te comí el coño apretaste tú misma mi cabeza contra tu cuerpo para intensificar la lamida. Eso sólo lo hacen las furcias. Y encima no parabas de gritar frases desvergonzadas, como una insensata a la que le importa un rábano su reputación y su moral. Ni siquiera te importó que mis vecinos pudieran escuchar algo: Total, ¿a una puta qué le importa? Ella hace su trabajo y luego se larga. Así te portaste. Y luego, cuando te propuse darte por culo, nada de sentir una cierta vergüenza juvenil por lo antinatural o lo guarro de hacerlo así. No, no, tan tranquila y encima animándome a hacerlo ya. Con esas reacciones no puedes negar que eres una zorra por naturaleza. Tere ya no podía más. Sus manos recorrían sus tetas, pellizcaban sus ya puntiagudos pezones, se tocaba el culo, chupaba sus propios dedos, mojados con los jugos de su vagina... en fin, que aquello la ponía a mil. ¡Y sólo estaba hablando con ella! -Sí, es verdad -dijo con una voz en la que se notaba claramente su turbación-, me porté como una puta, pero era mi papel. Lo hice bien, ¿verdad? Ah, confieso que me sentí muy a gusto en él, y no para de excitarme la idea de ser capaz de comportarme así. A ti también, por lo que veo. El comentarío venía a cuento porque yo,como es lógico, no pude evitar empalmar en una situación como aquella, y finalmente decidía liberar a mi polla de la presión del pantalón, así que la saqué fuera y quedó apuntando al techo, como pidiendo que algo la envolviera y la agitara. Yo respondí a su alusión: -Sí, me gustó, y también la manera que tuviste de chupar esto. Nunca he visto poner tanto mimo y tanta dedicación en algo. Y no tenías bastante con mamar y ya está. No, tenías que restregártela por la cara, relamerla con la lengua y dejar todo tu rostro bien empapado con nuestros líquidos. Y encima, de vez en cuando parabas, me mirabas a los ojos como pidiendo mi aprobación y sonreías. Esas reacciones son de puta auténtica. -¡Es lo que soy, es lo que soy, aaaah...! -gritó mientras alcanzaba un orgasmo que casi la hizo botar del sofá. Su cuerpo, que se había ido excitando al oír mis últimas palabaras, se convulsionó como si estuviera sufriendo un ataque de epilepsia, y tras unas cuantas sacudidas, quedó como muerta. Se diría que le habían aplicado la silla eléctrica. Luego abrió los ojos de nuevo, con una mirada llena de paz y de satisfacción. Sonrió de un modo muy dulce y se llevó los dedos a la nariz para olfatear los líquidos que había segregado al correrse. -¿Has visto? -me preguntó con aquella dulce voz que tanto me gusta en ella- Mira lo que has conseguido que haga. Estoy toda sucia y mojada por tu culpa. Eres muy malo, sabes lo que me gusta y me lo das. Pero tú sigues tieso y acabas de comenzar. Pobrecito. ¿No quieres que te ayude a correrte? -No, ahora tú ya estás y ya no me hace tanta ilusión. -Oh, vamos,... -dijo como una niña a la que le niegan un dulce- Ya sabes que me gusta tanteo que te corras... Cabrona... Ella también conocía mis debilidades, igual que yo las suyas. Me encantaba verla así, como una niña consentida y caliente, así que mi polla se endureció de nuevo y esta vez no parecía querer volver a bajar sin soltar antes toda la carga que los testículos ya iban acumulando por culpa de la desvergonzada niña que tenía delante de mí. Ella se dio cuenta y sonrió con esa sonrisa maravillosa que muestran las mujeres que aman al mismo tiempo que se excitan. Ella quería disfrutar, pero sobre todo quería disfrutar viéndome gozar a mí. Quería que yo la utilizara y servir para mi placer: qué encantadora actitud, y cómo se sentía ella misma realizada como mujer al comportarse así. Aprovechando que su vagina ya debía estar más que lubricada, me acerqué lentamente, con el arma preparada, mientras ella me observaba llena de intriga, preguntándose qué iba a hacer con su cuerpo. Recostada en su sillón, se movía como una gatita esperando que la mimasen. Yo me detuve justo enfrente de ella, de modo que mi aparato quedaba un poco más alto que su cabeza. Ella miraba hacia arriba con unos ojos llenos de curiosidad y de morbo. Entonces me agaché y comencé a acariciarla. Su sonrisa y sus continuos movimientos me resultaron encantadores. Agitaba las caderas como indicando el lugar al que debía dirigirme, así que finalmente la agarré por los tobillos, me los puse sobre los hombros de un golpe y ella quedó tumbada boca arriba sobre el sofa, mientras yo, de rodillas, apuntaba a la entrada de su vagina dispuesto a entrar en cualquier momento. Pero hacerlo así, sin más habría sido demasiado soso, así que le di una orden: -Ábrete tú misma. Ella comprendió, sonrió de nuevo, y separó sus labios vaginales, dejando a entrada despejada. Yo me acerqué, y con sus propias manos dirigió a mi polla hacia su objetivo. La lubricación era perfecta, y entré sin complicaciones. Al hacerlo, no pude evitar acercarme a ella, de modo que nuestros rostros quedaron muy juntos, como si fuésemos a darnos un beso en la boca, mirándonos a los ojos sin pestañear y muy serios. Sin embargo, no nos lo dimos: yo empecé a embestir a un ritmo no muy rápido mientras nuestras miradas se cruzaban con una intensidad increíble. Éramos como dos enemigos que se enfrentan en una batalla, desafiándose mutuamente y esperando que la suerte les conceda la victoria en el duelo. Ante su actitud, aumenté la velocidad, pero ella simplemente comenzó a sonreir, como retándome a llevarla a otro orgasmo. Yo, a mi vez, la miraba como diciéndole: "Te vas a enterar de lo que es bueno". La tensión aumentaba y cada vez estábamos más excitados. La frialdad inicial se fué transformando en una rabia calenturienta. Ahora nos mirábamos como si buscásemos en el otro una señal de que iba a llegar al final, para acabar también al mismo tiempo. Así ocurrió, afortunadamente. Ella volvió a arquear su columna hacia atrás y lanzó un profundo gemido. Esta señal me hizo disparar toda mi carga en su interior. Fue genial. Nuestros gemidos llenaron la habitación durante muchos segundos, hasta que finalmente me desplomé sobre ella, muy satisfecho, y feliz de haberla visto disfrutar dos veces seguidas. Mi cara reposaba sobre su pecho. Ella, nuevamente calmada y feliz, me acariciaba el pelo y me decía lo bien que me había portado y lo feliz que era de estar conmigo. Eso fue aún mejor que lo que habíamos disfrutado antes.