Las fantasías de Teresa (1)

Teresa es una chica con fantasías muy variadas, y vale la pena reproducirlas. Hoy os presento la primera de ellas, en la que actúa como una puta callejera.

Las fantasías de Teresa (1)

Nunca me hubiera imaginado que mi amiga Tere fuese tan zorra. Cuando comencé a quedar con ella me pareció una chica normal, simpática, abierta, quizás algo alocada, pero no hasta el extremo que acabó mostrándome al cabo del tiempo. Esta que voy a contar es tan solo la primera de las situaciones lujuriosas en las que me vi envuelto a causa de ella. Ocurrió cuando ya llevaba unos días "con derecho a roce". Nos habíamos morreado bastante, y mis manos ya se conocían de memoria todos los rincones de su cuerpo. Incluso un día, en su coche, habíamos tenido la ocasión de hechar un polvo improvisado que no fue muy placentero debido a lo incómodo del lugar, pero que los dos disfrutamos riendo mucho por las extrañas posturas que nos veíamos obligados a adoptar. Ella quería ir a más, y yo también quería, no sólo por mí mismo, sino por el placer que me producía contemplar aquel brillo maravilloso que lanzaban sus ojos cuando se excitaba. -Yo soy muy teatral -me dijo-, me encanta interpretar papeles. -¿Entonces te gustaría que te propusiera situaciones y cada uno interpretase un papel ficticio? -¡Me encantaría! -respondió emocionada- ¿Crees que serás capaz de hacerlo? -Pues claro. Estás hablando con un cerebro que pasa el noventa por ciento del tiempo construyendo en su imaginación ese tipo de cosas. Para mí eso es pan comido. -Bueno, bueno, pues ya veremos entonces de lo que eres capaz. Aquella noche la pasé dándole vueltas al tema, intentando encontrar posibles argumentos sobre los que se pudiera desenvolver una situación erótica. Fue sencillo. La mente humana tiene mucha facilidad para inventarse historias de ese tipo. El viernes volvímos a vernos y la llevé hasta la puerta de mi casa para proponerle algo. -Bueno, Teresita, ha llegado el momento de interpretar tu papel. ¿Estás lista? -Totalmente. ¿Qué tengo que hacer? -Tienes que convertirte en puta. Quiero que merodees por esta esquina como hacen las putas callejeras cuando esperan clientes. Yo simularé a un cliente y te llevaré a mi casa. Cuando estemos allá tenemos que seguir comportándonos como prostituta y cliente hasta el final. ¿De acuerdo? Cualquier chica mínimamente decente hubiera dicho: "Venga tío, ¿tú de qué vas? Estás loco", pero mi querida amiga respondió llena de entusiasmo: "¡Genial! Vas a recibir el mejor servicio de tu vida". Me reí de su respuesta y me alejé, dando la vuelta a la manzana. Cuando volví a bajar por la calle que estaba en el lado opuesto, la ví caminando lentamente de un lado a otro, mirando hacia la calle, con el bolso colgado del hombro derecho y mascando chicle. Daba la casualidad de que ella iba vestida de un modo muy adecuado a la ocasión, con minifalda y con una blusa que dejaba ver un generoso escote. Yo me acerqué con las manos en los bolsillos, simulando indecisión y miedo, como quien no quiere que le vean haciendo algo. Al llegar a su lado, avancé a un ritmo muy lento, mirándola de reojo. -¿Buscas compañía, guapo? -me dijo en un tono perfectamente barriobajero. -No me vendría mal -respondí con una débil voz-. ¿Eres muy cara? -Un poco, pero si te decides ya verás que la mercancía lo vale. Y en ese momento la muy zorra, que estaba metida en su papel hasta el fondo, se bajó un poco el escote para mostrarme un pecho ahí mismo, en medio de la calle. Cierto es que en ese momento no pasaba nadie y que seguramente nadie la vio, pero de todos modos hay que tener la cara muy dura para hacer algo así. Yo me quedé alucinado durante unos segundos, y luego reaccioné: -Me has convencido. Ven, te llevaré a mi casa. -No te arrepentirás -respondió con una sonrisa-, pero antes me tienes que dar un adelanto. La mitad del dinero ahora y la otra mitad cuando acabe el trabajo. Son cincuenta. A mí, aquella salida me pareció tan adecuada que no pude evitar emocionarme. Me impactó verla converida en una auténtica ramera. Mi polla comenzó a crecer dentro del pantalón, y por un momento casi me salí del papel, al atraerla hacia mí para besarla y decirle: -Ah, me encantas... -Espera un momento, listo -dijo ella apartándome con un brazo-, esto no va incluido. Si quieres preliminares, van aparte. Me quedé acojonado de lo bien que estaba metida en su papel, y por unos segundos no reaccioné. Luego, con una sonrisa, dije: -No... no hacen falta preliminares. Vamos. Saqué un billete de cincuenta de mi cartera y se lo di. Ella, lógicamente, se lo guardó en medio del sujetador, como siempre hemos visto hacer a las prostitutas en las películas. Luego recorrimos la escasa distancia que aún nos separaba de la puerta del edificio. La abrí y nos metimos en el ascensor. Ella se puso a arreglarse el pelo en el espejo y a silbar mientras subíamos al piso. ¡Qué desparpajo y qué caradura! Diríase que había hecho de puta toda la vida. Por fin entramos en el piso. La llevé hasta el dormitorio, y una vez allá me preguntó: -Bueno, ¿qué tipo de servicio quieres? Te advierto que las cosas raras te subirán el precio, y si nos estamos más de media hora también. -Pues me gustaría follarte por el culo, ya que mi mujer no se deja. -Ah, ya... Mira que las hay tontas. Bueno, pues tranquilo muchachito, que tendrás lo que buscas. Pero supongo que no querrás empezar por ahí. Antes querrás una mamada, ¿no? "Será guarra...", pensé. Mi polla ya casi no aguantaba más dentro del pantalón. A cada frase que decía ganaba en consistencia y verticalidad, y es que ella le echaba tanto morro, su rostro reflejaba tanto el vicio y el puterío que realmente llegué a hacerme a la idea de que estaba con una furcia. Me desabroché el pantalón para liberar a mi extremidad inferior y le dije: -Pues claro, aquí la tienes. -Vaya, no está mal -dijo ella mirándomela con una pequeña sonrisa desvergonzada, en la que se notaba un aire burlón-, pero vamos a ver si podemos hacerla crecer un poco más. Y entonces, arrodillándose y agarrándola con la mano derecha, se la llevó a la boca y comenzó a chuparla con una lujuria indescriptible. Yo me moría de gusto al verla así y al sentir sus lengüetazos, que todo sea dicho, realizaba con una maestría encomiable. Ella también debía estar disfrutando de lo lindo. Parecía como si tuviera hambre, engullía una y otra vez mi polla, bañando toda su boca y parte de su cara con la mezcla de mís líquidos y su saliva. Luego se relamía y me miraba a los ojos con una expresión de guarra indescriptible. Por un momento estuve a punto de perder los nervios y, agarrándola por el pelo, follármela por la boca a lo bruto, pero no quise forzar la situación. Me resultaba más placentero verla actuar. Ni siquiera se quedaba corta a la hora de jugar con mi aparato, restregándoselo por la cara, o lamiéndome los huevos. Estaba sublime en su papel. Cuando ya llevaba unos siete minutos así, dijo con una sonrisa: -Bueno, ¿qué te parece? Creo que ahora se te ha quedado mucho mejor, ¿no? -Ha sido genial. Deja que te devuelva el servicio. Entonces la tumbé sobre la cama y ella se quitó la falda. Yo mismo le saqué las bragas y por fin pude verla con su sexo al aire, bastante mojado (se notaba que le estaba encantando ser una zorra) y mirándome con unos ojos que delataban sus intenciones viciosas. Yo estaba tan duro que me la habría follado directamente para calmarme un poco, pero no quería perder la ocasión de chuparle el coño hasta hacerla correrse (es una manía que tengo con las mujeres), así que me puse manos a la obra (o boca a la obra, si se quiere). ¡Cómo gemía, cómo se retorcía de gusto la cabrona! Yo no paraba de beber los jugos que incansablemente segregaba su entrepierna. Se la notaba cachondísima, y a mí aquello me animaba aún más. Para colmo, la muy guarra no paraba de decirme cosas como "vamos, cerdo cabrón, cómele el coño a tu puta" y otras finezas propias de una zorra como ella. Incluso llegó a agarrarme del pelo y presionar mi cabeza contra su cuerpo (cosa que yo no había hecho con ella), como queriendo que mi lengua penetrase aún más profundamente. En un determinado instante, noté que temblaba extraordinariamente, y que la humedad de su vagina era más abundante. Por ello y por el volumen de los gritos y gemidos que emitía, deduje que había llegado al primer orgasmo de la tarde. Me incorporé y la vi allá, espatarrada en la cama y con una cara de haber gozado de lo lindo que me encantó. Sin embargo, el ariete que se elevaba por debajo de mi estómago indicaba que ahora me tocaba a mí. -Bueno, no ha estado mal -dije mientras comenzaba a masturbarme lentamente para recuperar toda la fuerza de la erección-, pero ahora le toca a tu culo, ¿recuerdas? -Pues claro, aquí lo tienes -dijo mientras se giraba en la cama para enseñármelo. -No, no, mejor vamos al labavo y allí podremos hacerlo de un modo más limpio. Dicho y hecho. Nos despojamos de las pocas prendas que nos quedaban y entramos en la ducha. Con sumo cuidado nos enjabonamos, poniendo especial atención en nuestras respectivas entrepiernas. Por supuesto, fue de lo más divertido. Mientras nos movíamos, mi polla, que seguía apuntando al cielo, chocaba ocasionalmente con su caderas, como si estuviera tanteando el camino hacia el objativo final. Como tenía prisa por encularla, metí directamente mis dedos enjabonados en su culito, primero uno, luego dos y luego tres (como mandan los cánones). Poco a poco la entrada fue cediendo y al mismo tiempo se fue limpiando. Tere disfrutaba como una loca. Por lo visto aquella era una de sus máximas aficiones. Ahora ya se salía un poco de su papel, y no parecía que lo estuviera haciendo por dinero. Está visto: las putas de verdad superan a las profesionales. -Joder, qué bien lo haces, cabrón -exclamó con la voz entrecortada, mientras se agitaba al ritmo que marcaban mis dedos-, me estás poniendo supercaliente, tío, necesito que me folles ya. Una fuerte palmada en su culo fue la respuesta. Luego la agarré por el pelo, acerqué mi boca a su oído y le dije: -Te gusta tu oficio, ¿eh, zorra? -Sí, sí, me encanta -respondió ella, totalmente poseída por la excitación-, ahora mismo me lo montaría con todos los tíos que pudiera, dejaría que me hicieran lo que quisieran y me entregaría a sus vicios y sus caprichos sin pestañear.. -Pues antes de follarme ese culo tan ancho que te ha quedado después de que te hayas dejado follar por tantas pollas, voy ha hacer que te corras otra vez. Y entonces, después de aclarar con agua todo su cuerpo para que se fuese el jabón, me arrodillé y me puse a lamer toda su entrepierna, desde el clítoris hasta el final del culo, pero poniendo muy especial énfasis en el culo, que era el objetivo final. Tere estaba en el séptimo cielo y no tardó en correrse. ¡La muy guarra! Por poco se desmaya al sentir mi lengua hurgando en su culito. Yo no me cansaba de hacerlo, y es que me encanta verla disfrutar. Además, lamer es siempre más descansado que follar y a menudo resulta más efectivo. Creo que estuve más de seis o siete minutos dándole lengua, mientras ella seguía diciendo todas las guarradas que se le ocurrían y moviéndose como una loca en cuanto se acercaba alguno de los dos o tres orgasmos que tuvo con aquello. Qué bárbara, nunca me imaginé que se lo pasaría así. Pero todo acaba cansando, así que me incorporé, y con otra fuerte palmada en el culo le indiqué que se quedara bien abierta, mientras yo la lubricaba un poco con suavizante para el pelo, que era lo único adecuado que había por allí. -Sí, sí, rómpeme el culo, cerdo -me gritó la muy viciosa-, empálame hasta que no puedas más, y quiero que te corras dentro, ¿me oyes? Nada de hacerme agachar para correrte en mi cara, como hacéis siempre los tíos. Quiero sentir cómo se derrama tu semen por mis intestinos, quiero sentirme como una cerda. Mi polla pegó un respingo ante tal aglomeración de guarradas e indecencias, y sin pensármelo dos veces la embestí. Menudo grito dio, ya que al hundirla de golpe, evidentemente debió de hacerle algo de daño. Sin embargo, no se acobardó, y es que la zorra estaba tan deseosa de que la encularan que habría soportado mil torturas con tal de poder sentir su culito perforado, de verse a sí misma más convertida en un objeto sexual. Fui acelerando poco a poco, provocando las respuestas de Tere en forma de gemidos, al mismo ritmo que mis embestidas. A mí me estaba gustando mucho, pero a ella es que le estaba encantando. No pudo evitar llevarse la mano a la concha para darse placer por delante también, y aquello hizo que se corriera de nuevo. Creí que ya no podía más, la veía agotada, casi a punto de caerse. Pero no: su empeño en emputecerse hasta el límite la mantenía en pie. Yo seguí bombeando durante un par de minutos más, mientras iba diciéndole lo furcia y lo degenerada que era, ya que ella se había quedado callada y alguien tiene siempre que ambientar la situación. Ahora sus gemidos eran débiles, como una especie de llanto apagado. Sin duda estaba en una especie de trance. Mis manos se perdían ocasionalmente en sus pechos, como sujetándolos para que no se balanceasen tanto al ritmo de las sacudidas, y otras veces las empleaba en dar palmadas cada vez más fuertes en sus glúteos, que acabaron completamente enrojecidos. Ella no decía nada, sólo sentia, flotaba en el placer. Por fin, sucedió lo inevitable: me llegó la hora de lanzar la descarga, y lo hice tal y como ella me lo había pedido, bien adentro de su culo, llenando de leche sus entrañas. Para sorpresa mía, aún le quedaban fuerzas para correrse por última vez, de modo que más o menos anduvimos sincronizados. Qué sensación, qué maravilla escuchar la mezcla de nuestros gemidos, como si el orgasmo de uno quisiera competir con el del otro. Finalmente, Tere casi se desplomó en mi brazos. La saqué de allí, nos secamos y nos tumbamos en la cama. Fue un nuevo momento delicioso, pero muy diferente al anterior. Todo el vicio que habíamos disfrutado, se habia transformado de pronto en dulzura. Ella casi lloraba de felicidad, y a mí casi me estalla el corazón de alegría al ver que la había hecho disfrutar tanto. Las palabras vergonzosas de antes se transformaron ahora en lindezas y expresiones de cariño que nos permitieron pasar lo que quedaba de la tarde entre los más dulces besos y caricias, en la mejor de las armonías que uno puede soñar.