Las Fantasías de Nazly. Presente

Obediente esperó en la oscuridad mientras oía como metía el coche, lo cerraba y volvía a salir del garaje, según le pareció. Totalmente sola y sin poder ver absolutamente nada, sintió como se le erizaban los pelos de la nuca...

Para Nazly; si os ha gustado, la mayor parte del mérito

es suyo, si no, la culpa es solo mía.

Presente

Jamás había estado tan nerviosa en una cita. Ni siquiera la música de Ludovico, que había tenido puesta toda la tarde en la habitación del hotel y la prolongada ducha de agua caliente habían logrado calmarla.

Se acercó al móvil y repasó los mails de nuevo, uno a uno, Andrés era tan... fascinante. Recordaba la primera vez que habían charlado en un foro dedicado a los relatos eróticos. En cuestión de pocos minutos, sintió que habían conectado y estaban intercambiando correos. Era inteligente, atento y muy culto, pero también muy reservado. No le gustaba internet, no tenía cuenta Facebook, Twiter o Instagram y cada vez que ella insinuaba que tuviesen una conversación por Messenger, él se negaba en redondo.

Y es que apenas sabía nada de su cita. Bueno, sabía que podía confiar en él, pero solo cuando se paraba a pensar se daba cuenta de que iba a una cita a ciegas. Andrés, en cambio se las había arreglado para saber bastante de ella. Probablemente era porque cuando se ponía nerviosa tendía a hablar demasiado o en ese caso a escribir demasiado.

Pasando los mails llegó a los de los dos últimos días. Poco a poco, con maestría, él había empezado a subir el tono de sus mensajes y ella, excitada, le había seguido el juego. La había excitado especialmente la manera resuelta en la que le insinuaba su deseo:

"Me siento tan cerca de ti, que es como si pudiese tocarte, acariciar tu cuerpo, explorar tu sexo, saborearlo y ver cómo crece y se excita. Como si desde aquí mismo pudiese cubrirte con mi cuerpo y hacerte gemir, gritar y suplicar"

Aquellos mensajes la excitaban y él cada vez era más meticuloso en sus descripciones, hasta el punto de que sentía que tenía fuego entre las piernas. Después de cada correo no podía evitar releer cada una de sus palabras mientras se masturbaba. Al final, cuando Andrés le sugirió aquella extraña cita estaba tan excitada que no se lo pensó.

Dejando el móvil sobre la cama, dejó caer la toalla que la envolvía, se acercó a un espejo de cuerpo entero y se miró con detenimiento. Lo que más le había intrigado era que aquel hombre no había querido una foto suya. Ya estaba acostumbrada a que cada vez que contactaba con un hombre por internet, lo primero que le pidiesen era una o varias fotos, mientras más ligera de ropa, mejor. Andrés, en cambio, no le había pedido nada, solo una descripción somera, pero no parecía para nada interesado en su aspecto físico. En cambio le había preguntado muchas cosas sobre su vida, sus gustos y sus sueños como si en vez de desnudar su cuerpo lo que realmente desease fuese desnudar su alma.

Aun así, no dejaba de preguntarse si le gustaría su cuerpo menudo, su melena roja, corta y lisa, su piel pálida y las pecas que rodeaban el puente de su nariz y se esparcían por sus mejillas. A muchos hombres les parecían adorables, pero a otros no les gustaban tanto. Ella, sin embargo, las adoraba, creía que,  junto con sus ojos grandes y verdes, le daban personalidad a su cara.

Observó el resto de su cuerpo con aire crítico y al verse sus pechos, su vientre liso y la curva de sus caderas se dijo que a menos que aquel hombre fuese ciego, no podía dejar de gustarle. Se giró y se observó el culo y las piernas tersas y esbeltas. Se puso de puntillas, imaginando que su amante estaba observándola y un escalofrío recorrió su cuerpo poniéndole el vello de punta.

Miró el reloj. Se estaba entreteniendo demasiado y llegaría con el tiempo justo para su cita. Se puso un tanga color burdeos y se acercó a la cama donde reposaba el vestido que había elegido para la ocasión. Acarició el suave cuero negro de la prenda unos segundos. Le había costado un pastón, pero aquel vestido ceñido con la falda justo por debajo de la rodilla se le adaptaba como una segunda piel, perfilando su figura y haciéndola aun más rotunda. Se lo puso y se lo ajustó frente al espejo. Lo que más le gustaba era el escote cuadrado y profundo con un pequeño vértice en la parte inferior, imitando un botón o una cremallera unos centímetros abierta. Tras recolocarse los pechos dentro del vestido y agacharse frente al espejo para ver el efecto que producía el escote se calzó unas sandalias y cogiendo un bolso y las llaves del coche, salió de la habitación casi a la carrera.

La puerta del ascensor estaba a punto de cerrarse, pero una mano proveniente del interior lo evitó. Dando las gracias se escurrió en el interior y se colocó en una esquina a la vez que echaba un vistazo al desconocido. Él hombre le devolvió la mirada sin poder disimular el interés que sentía por su escote. A ella, en cambio, no la impresionó demasiado. Un poco más alto, calvo y con perilla aparentaba unos treinta y largos y vestía un chándal gris.

Eso la hizo pensar. ¿Y si el hombre que la esperaba era un tipo normal y corriente, sin ningún atractivo especial? Llevada por la aparente indiferencia de él hacia su físico, ella tampoco le había pedido una foto a él e ignoraba totalmente como era.

El hombre salió del ascensor con un leve gesto de despedida que apenas percibió antes de que el ascensor iniciase de nuevo su trayecto hasta el garaje del hotel. Su Skoda Yeti la estaba esperando. Los empleados del hotel lo habían lavado y encerado y resplandecía a la luz de los fluorescentes. Respirando hondo, abrió el coche y se puso tras el volante.

Con el volante fuertemente agarrado salió a aquel ocaso rojo y espléndido. Enseguida conectó el aire acondicionado para contrarrestar el intenso calor exterior. En la radio, una locutora hablaba de las temperaturas record que se estaban alcanzando a aquellas alturas del año, pero ella hacía tiempo que no oía nada.

Llegó al tranquilo aparcamiento con un cuarto de hora de antelación. Paró y entonces le entró el pánico. Volvió a arrancar el coche y salió del parking haciendo chillar las ruedas. Estaba confusa y excitada, ansiosa y amedrentada. Aquel hombre, prácticamente un desconocido, le atraía irresistiblemente, pero también le daba miedo. Al final respiró profundamente para calmarse y dio la vuelta dirigiéndose al aparcamiento de nuevo.

Aparcó en una esquina, lejos de miradas indiscretas y miró el móvil. Solo faltaban un par de minutos. Buscó en su bolso y sacó el antifaz. Treinta segundos antes de que se cumpliese la hora sonó el móvil. Era él. Salió del coche para ponerse en el asiento del pasajero y se ajustó el antifaz asegurándose de que no veía nada. No tuvo que esperar mucho. Alguien pico con los nudillos en el cristal.

—Hola, Nazly. —le saludó su desconocido.

—Hola —respondió ella desbloqueando la puerta del coche para permitir que Andrés se colocase tras el volante.

De nuevo estuvo a punto de quitarse aquel ridículo antifaz y salir corriendo, pero el tono suave y profundo de su voz la retuvo.

—Eres exactamente como te imaginé. —dijo acariciando su mejilla y recordándole porque estaba allí.

—Gracias, tú... —se quedó sin saber muy bien que decir.

—Bueno, lo primero que quiero que sepas es que no haré nada que no quieras. Si en cualquier momento crees que la situación te abruma y no puedes soportarlo más, solo tienes que quitarte el antifaz o decir una palabra que hayamos convenido previamente. Eso sí, si lo haces no habrá marcha atrás, te traeré de vuelta y te dejaré en este mismo lugar.

—¿No me vas a quitar el antifaz en toda la cita?

—En su momento tendrás la oportunidad de quitártelo si así lo deseas. —respondió el hombre enigmáticamente— En cuanto a la palabra clave, ¿Tienes alguna idea?

—No sé. —dudo ella.

—¿Que tal ciclopentanoperhidrofenantreno? —sugirió él de broma para romper el hielo.

—¿Ciclo qué? Antes de acordarme de ese palabro te recito la primera frase del Quijote. —replicó ella sonriendo al imaginarse en plena acción intentando recordar aquel trabalenguas.

—No es mala idea, ¿Qué te parece Rocinante? ¿Lo recordarás si te sientes nerviosa o agobiada?

—Creo que sí. —respondió ella.

—De todas maneras, quiero que sepas que no necesitarás pronunciarla. No vamos a hacer nada que no quieras. —la tranquilizó.

—Está bien. —se limitó a decir asintiendo con la cabeza.

—Muy bien. En marcha entonces. —dijo él arrancando su Skoda.

Seguía estando nerviosa, pero las palabras de Andrés la habían tranquilizado un poco. Respiró hondo y tanteó buscando el cinturón de seguridad. En ese momento él se adelantó e inclinándose cogió el cinturón. El cuerpo del desconocido estaba tan cerca que con un leve movimiento podría haberlo tocado. El aroma que exhalaba su cuerpo le produjo una punzada de excitación en el bajo vientre. Tirando del cinturón se lo ajustó y lo introdujo en el cierre. Al retirarse, los labios de Andrés rozaron los suyos con tanta levedad que cuando quiso devolverle el beso sus labios pintados de color rojo sangre solo tocaron el aire.

Sin dejarla intentar responder a aquel gesto, Andrés engranó la primera marcha y salieron del parking.

—¿Dónde vamos? —preguntó ella temerosa de nuevo.

—No muy lejos. Tardaremos un cuarto de hora más o menos. —respondió él mientras evolucionaba con suavidad entre el tráfico.

Al principio no se sintió inquieta, pero al sentir como los ruidos del tráfico disminuían se sintió más nerviosa a cada minuto que pasaba, hasta el punto de que estaba pensando en quitarse ya el antifaz y acabar con todo aquello. Justo en ese momento, las manos de Andrés se posaron sobre su pierna acariciándola con suavidad, haciéndole recordar todos aquellos excitantes correos. Sabía que era una locura, pero no lo podía evitar. La intuición le decía que podía confiar en aquel hombre y que si lo hacía, aquella noche sería memorable. ¿Estarían igual de convencidas todas aquellas mujeres que como ella habían confiado ciegamente en un hombre y habían acabado violadas, golpeadas o algo peor?

Afortunadamente llegaron a su destino y no tuvo oportunidad de seguir especulando. En la oscuridad pudo escuchar cómo se abría la puerta de un garaje. Al contrario de lo que esperaba no metió el coche inmediatamente, si no que salió del coche y abrió la puerta del pasajero. Tras inclinarse sobre ella de nuevo, le desabrochó el cinturón y la ayudó a salir del vehículo.

A ciegas se dejó llevar dentro del garaje. El ruido de los tacones reverberó en  las desnudas paredes de hormigón mientras seguía a su anfitrión intentando no parecer demasiado torpe.

—Ahora quédate aquí y espera. Ahora vuelvo... Y no mires. —le ordenó con voz severa.

Obediente esperó en la oscuridad mientras oía como metía el coche, lo cerraba y volvía a salir del garaje, según le pareció. Totalmente sola y sin poder ver absolutamente nada, sintió como se le erizaban los pelos de la nuca. A pesar de que se repetía que aquello formaba parte del juego, no podía evitar acelerar involuntariamente su respiración. El corazón le latía apresuradamente en el pecho y cualquier ruido, por pequeño que fuese, la sobresaltaba.

—Ya estoy aquí.

La voz de Andrés le hizo pegar un salto. El martilleo de su corazón le había impedido oír su llegada. Instintivamente se giró hacia la voz y se abrazó al cuerpo del desconocido. Al contrario de lo que esperaba, él no intentó rechazarla le devolvió el abrazo antes de cogerla y alzarle la barbilla para besarla. Fue un beso largo y profundo, sin apresuramientos, ambos conscientes de que tenían toda la noche. Se agarró a su cuerpo y disfrutó de aquel momento, sintiendo las manos de él a través del cuero del vestido acariciando sus muslos y sus nalgas.

No tenía ni idea del tiempo que habían pasado allí abrazados. Podía haber sido una eternidad, pero cuando finalmente deshicieron el abrazo, para ella no había sido suficiente. Tras darle un par de segundos para serenarse, la cogió de la mano y tiró de ella con suavidad para guiarla por el garaje.

Ella lo siguió con precaución, aun un poco aturdida y con la mano libre extendida, para mantener el equilibrio con aquellas sandalias de tacón. Tras recorrer unos metros se pararon y pudo oír como su acompañante presionaba un botón al que siguió el inconfundible sonido del motor de un ascensor.

El ascensor no tardó en llegar y cuando las puertas se abrieron una conversación la sobresaltó.

—Cariño, te he dicho mil veces que... ¡Ah! Eres tú, Andrés. —la mujer en cuanto había percibido su presencia había suavizado el tono de su voz— Y te traes una nueva gatita. Es muy mona.

Aquella conversación la calmó un poco, a pesar de que el tono de superioridad de aquella mujer le desagradaba. Temer testigos la ayudaba a confiar en que aquello no terminaría mal...

—Y su vestido es realmente hermoso, ¿Verdad querido? —continuó la mujer ajena a sus pensamientos— Aunque el color negro... Es elegante, pero un poco soso, yo creo que luciría mucho más con un color borgoña o camel.

—Gracias, Cintia. La próxima vez que quede conmigo le daré tu teléfono para que puedas vestirla con algo más adecuado a tus gustos. —replicó mi acompañante con ironía.

—En fin, pasadlo bien y procurad terminar pronto. Estaré de vuelta antes de las dos de la mañana y odio intentar dormir mientras escucho a mi vecino de arriba fornicar como un babuino.

—Adiós, Cintia... y adiós Karl. —atajó Andrés la conversación mientras la guiaba con suavidad al interior del ascensor.

—Buf, que tenso. —dijo ella una vez comenzaron a ascender.

—Olvídala, Cintia es una cuarentona amargada y amargadora. Si vieses la cara del pobre Karl  los entenderías.

Iba a decir algo, pero Andrés, acercándose la acorraló contra la pared del elevador y volvió a besarla. Sus labios se cerraron entorno a los de él a la vez que tomaba la iniciativa y adelantando las manos le acarició el culo y el torso. Cuando pararon en el tercer o cuarto piso, estaba sopesando el paquete de su amante, sintiendo como crecía entre sus manos. Andrés la sacó de un tirón del ascensor y la llevó a bandazos, entre besos, abrazos y estrujones por un pasillo que le parecía inacabable.

Sin dejar de magrearla con una mano, sacó unas llaves con la otra y abrió la puerta. Con un punto de apresuramiento la introdujo en la estancia de un empujón y cerró la puerta con llave. Apenas había tenido tiempo de recuperar totalmente el equilibrio cuando él de nuevo la empujó y casi en volandas la situó de cara a una pared. Ella solo tuvo tiempo de poner las manos para evitar golpearse contra el yeso antes de sentir como el hombre utilizaba su cuerpo para inmovilizarla. Abrumada por el calor y el aroma de su amante se quedó quieta esperando su siguiente movimiento en la más profunda oscuridad.

—Nazly... delicada, bella, preciosa... —susurró el apartando el pelo de su oreja y besando su lóbulo.

Ella reaccionó al fin retrasando el culo y frotándolo contra la abultada entrepierna del desconocido. No lo pudo evitar y cuando las manos de él recorrieron de nuevo su cuerpo no pudo contener un suspiro. Estaba tan excitada que creía que tendría un orgasmo en cuanto la tocara de nuevo. Las manos de Andrés recorrieron el cuero fino y resbaladizo y se cerraron sobre sus pechos estrechándolos con fuerza y haciendo que todo su cuerpo vibrase.

—¡Fóllame! —suplicó.

Esperaba que tirase de su ropa con la torpeza habitual de un hombre excitado, pero aquel hombre la volvió a sorprender. Le bajó la cremallera del vestido hasta el fin de su espalda y deslizó las manos acariciando con suavidad su piel, poniéndole el bello de punta. Sin apresurarse, subió por debajo del vestido y envolvió sus pechos sopesándolos con suavidad y acariciando los pezones. Ella arañó la pared y suspiró de nuevo, sintiendo como todo su cuerpo se electrizaba y su sexo se hinchaba y excitaba humedeciendo su ropa interior.

Como si le hubiese leído el pensamiento, Andrés introdujo una mano por debajo  del tanga y acarició su clítoris con delicadeza. Ella gritó al sentir aquel contacto enloquecedor e intentó moverse, pero estaba aprisionada entre su amante y la pared, solo podía dejarse hacer.

Los dedos de Andrés avanzaron acariciando su vulva y entrando en su vagina, explorando y excitando, mientras le besaba el cuello, la mandíbula y las orejas. Entre gemidos ella giró la cabeza buscando a tientas los labios de su amante. Sus lenguas se tocaron, se abrazaron y lucharon... Era de locos, aquel hombre apenas la había tocado y ya estaba al borde del orgasmo.

Por fin Andrés abrió el resto de la cremallera y ella dejó que el vestido cayese a sus pies. Involuntariamente, Nazly tensó las piernas y los muslos, deseando atraer a su amante y sentir por fin su polla dentro de ella. Andrés, sin embargo permaneció apartado unos segundos, ella imaginó que observándola. Para atraerle, retrasó un poco las caderas y separó un poco las piernas, lo justo para que viese la mancha de humedad que se extendía por su ropa interior.

El siguiente contacto fue intenso y apresurado. Las manos de su amante estrujaron su culo con fuerza unos instantes antes de asir su tanga y tirar de él hacia abajo. Ni siquiera se molestó en quitarle la prenda del todo. Con el tanga enredado en sus tobillos la penetró. Hundió con fuerza su polla colmándola de placer y comenzó a moverse dentro de ella con golpes secos y profundos.

Apenas tardó en correrse unos segundos, pero el alud de sensaciones y el placer recorriendo su cuerpo no fue suficiente para aplacar su excitación. Quería más y su amante estaba dispuesto a satisfacerla. Su miembro entraba y salía de ella con fuerza mientras ella tensaba todo su cuerpo para mantener el equilibrio. No sabía si era el efecto de llevar cegada tanto tiempo o su mente estaba jugando con ella, pero sentía sus percepciones aumentadas. Podía sentir su respiración el leve golpeteo de sus uñas en el yeso cada vez que recibía un empujón de su amante e incluso la polla palpitando ansiosa dentro de ella.

Quería que aquello continuase indefinidamente, correrse una y otra vez hasta que perdiese el sentido o cayese exhausta, pero repentinamente Andrés se apartó. Nazly tuvo que morderse el labio para no gritar de frustración. Pasaron los segundos y no parecía suceder nada. Ella se quedó de cara a la pared, jadeando y sintiendo las gotas de sudor corriendo entre sus pechos y por el interior de sus muslos.

Ansiosa por recibir de nuevo las atenciones de su amante se dio la vuelta y deshaciéndose del tanga, separó las piernas. Lentamente, se pasó la mano por el cuerpo poco a poco hasta enterrarla en su vagina. Con una sonrisa traviesa se llevó los dedos a la boca y saboreó su propia excitación. Era una pena que tuviese los ojos tapados porque sabía que una mirada suya hubiese bastado para convencerle. Sin aquella arma, en cambio, no consiguió atraerle. A ciegas  intentó aguzar el oído, pero tenía la sensación de que estaba sola en la estancia. No era así, unos segundos después volvió a percibir su presencia. A pesar de que no lo veía sabía que estaba frente a él y levantó la cabeza y entreabrió la boca en una muda invitación. Él le dio un corto beso y se apartó. Ella, con un movimiento inconsciente, dio unos pasos y adelantó las manos, intentando atrapar a su amante, pero solo tanteó el aire.

En ese momento Andrés aprovechó para cogerla por las manos y con movimientos rápidos pasar unas ligaduras por las muñecas. Aquello no lo esperaba y un escalofrío de miedo recorrió su columna vertebral. Ciega y maniatada, se sentía totalmente indefensa. Como respuesta instintiva  se quedó totalmente rígida negándose a moverse.

—No, por favor. —suplicó— Eso no.

Andrés no la hizo caso y tiró de ella firmemente mientras ella se agachaba e intentaba oponer una resistencia inútilmente ya que le resultaba imposible resistirse con las sandalias de tacón puestas.

—¡Por favor! —volvió a intentarlo mientras dejaba que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas.

Estaba aterrorizada y el silencio y la determinación de su captor no hacían sino intensificar aquella sensación. Con un último tirón Andrés la obligó a enderezarse y la levantó un instante. Cuando la dejó de nuevo en el suelo se encontraba con las muñecas atrapadas en algún tipo de gancho sobre su cabeza. Se retorció en intentó liberarse, pero cualquier esfuerzo era inútil mientras notaba que él se acercaba. ¿Qué iba a hacer con ella? Un mal presentimiento la asaltó. No  se imaginaba lo que pasaría entonces, pero imágenes de tortura y sufrimiento se le pasaban por la cabeza. Lo que más temía de todo aquello era el dolor. Le gustaban los juegos, pero no cuando se volvían violentos. En ese momento su amante se acercó y con una mano la cogió por el cuello mientras que con la otra acariciaba su cuerpo con intensidad, haciendo que sus temores aumentasen, aunque su cuerpo no reaccionó de la misma manera.

Excitada a pesar de ella misma, notó que el cuerpo de él se acercaba hasta que su polla erecta rozó su vientre. La mano de Andrés de deslizó por su cuerpo y se cerró sobre su pubis, con los dedos profundamente hundidos en su coño y la palma de las manos golpeando su clítoris. Nazly sintió una oleada de placer y abrió la boca para gritar, pero se dio cuenta de que la presión sobre su cuello le impedía emitir ningún sonido.

Una oleada de adrenalina recorrió su cuerpo y se debatió como una loca. No quería morir, no quería acabar de aquella manera...

El la ignoró y aprovechó para besar su boca y saborear las lágrimas que escapaban por debajo de su antifaz.

—¡Suéltame! Te lo suplicó. —dijo ella entre sollozos, aprovechando que Andrés había aflojado un poco la presa para que ella pudiese respirar.

—Puedes acabar con esto cuando quieras. —replicó él sin dejar de masturbarla— Solo tienes que decir la palabra clave y te llevaré hasta el coche.

La palabra rondó por sus labios unos instantes y se paseó por la punta de la lengua, pero la adrenalina había intensificado todos sus sentidos y las manos de él machacaban sin piedad su sexo produciéndole un placer intenso.

De repente se rindió. Todo le dio igual. Solo podía sentir aquel placer que la recorría de arriba abajo, arrasando todas sus terminaciones nerviosas. Le daba igual lo que aquel desconocido hiciese con ella, siempre que no dejase de llevarla aun más allá. En vez de gritar la palabra que acabaría con todo aquello, despegó las caderas de la pared y separó las piernas para facilitar a Andrés su tarea.

Las manos de su amante se cerraron de nuevo sobre su cuello, pero esta vez no se debatió simplemente disfrutó del placer y dejó que él la guiara en la oscuridad mientras sus bocas se juntaban de nuevo. Los besos de su amante se hicieron más ansiosos y empezaron a descender, primero por su mandíbula, luego por su cuello, sus pechos y sus pezones haciéndola retorcerse de placer. Sus miedos habían pasado y de nuevo solo existía el placer que se intensificaba por momentos mientras Andrés bajaba por su vientre y mordisqueaba el interior de sus muslos.

Los besos y las caricias rodeaban su sexo sin llegar a tocarlo, cada vez más cerca. Ella gemía solo de placer anticipado. Cuando finalmente la boca de él se cerró sobre su vulva, el placer fue tan intenso que solo las ligaduras la impidieron doblarse en dos. Gimió y se retorció moviendo las caderas como una loca. Intentando sentir los labios de su amante con más fuerza y su lengua con más profundidad. La lengua de Andrés se movió con intensidad golpeando su clítoris y penetrando en su sexo, llevándola cada vez más cerca del clímax.

El miedo y el placer se unieron en un orgasmo arrasador. El placer aun recorría su cuerpo en oleadas cuando él cogió una de sus piernas y la levantó para poder penetrarla. La polla entró en ella, tan dura y palpitante como antes, en su cuerpo contraído por el placer. Inerme, se dejó hacer mientras su amante bombeaba dentro de ella, prolongando aquella vorágine de sensaciones. Deseaba agarrarse a aquel cuerpo y clavarle las uñas hasta el hueso, pero solo podía gritar animándole a que la follase más fuerte y más rápido. Apenas se dio cuenta de que el orgasmo había pasado, por que de nuevo estaba excitada. Ahora cada caricia y cada beso de su amante la incendiaba y no tardó en llegar al clímax de nuevo. Se retorció y gritó, pero no pidió tregua, quería más y más. El mundo se fundió a su alrededor y solo estaba el placer. Perdió la noción del tiempo y otro ráfaga de placer la asaltó, menos intensa, pero más prolongada que terminó en un estallido devastador cuando sintió el calor de la eyaculación de su amante derramarse por sus entrañas.

Nazly se derrumbó con un grito desmayado y quedó colgando de sus ligaduras. Andrés la recogió con suavidad desatándola y llevándola en brazos para evitar que se escurriese hasta el suelo. Se vio transportada casi sin enterarse hasta que su amante la depositó sobre una cama.

Ella se dejó caer desmadejada sobre el lecho, el sexo le palpitaba y la leche de su amante rebosaba de su coño. Exhausta cerró los ojos bajo el antifaz y se abrazó a su amante que se había acostado a su lado.

Cuando se despertó de nuevo no sabía cuánto tiempo había pasado y si era de día o de noche ya que aun llevaba puesto el antifaz. Estuvo a punto de quitárselo, pero aun resonaba la orden de su amante en su mente. A pesar de que parecía estar durmiendo a su lado, no se atrevió a hacerlo.  Nunca había sentido nada parecido. Andrés era un amante excepcional y estaba loca por verle, pero no quería hacer nada que terminase con aquella magia. Necesitaba su permiso.

Andrés se removió a su lado y acarició su cuello y su vientre en un gesto cálido y sensual.

—¿Puedo quitarme el antifaz? —preguntó ella.

—Puedes hacerlo. Pero antes déjame que te haga una pregunta. ¿Mientras follabas conmigo en quién estabas pensando?

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Piénsalo bien. Hasta que te quites el antifaz yo seré el hombre con quién siempre has soñado...

No se lo había planteado, pero aquel desconocido tenía razón. Durante toda aquella noche había estado follando con un hombre alto, rubio y de ojos azules que la miraba sonriendo con descaro. Hasta ahora se había planteado aquel juego del antifaz como un medio para explotar sus miedos y transformarlos en placer, no como un regalo para ella. Mientras se mantuviese en la oscuridad podía  decir que había pasado la noche con el hombre de sus sueños.

Esta serie consta de tres capítulos. Publicaré cada uno en una categoría diferente. El siguiente "Pasado" aparecerá en la categoría de tríos dentro de 4 o 5 días. Espero que os gusten.