Las Fantasías de Nazly. Futuro
El efecto fue inmediato. Era como si el alienígena acariciase su cerebro con sus propios recuerdos. Recuerdos placenteros...
Futuro
—Hola, capitana. —el teniente Stich no trataba de ocultar el tonillo entre irónico y ofendido en su voz cada vez que la saludaba—¿Cuánto falta para entrar en órbita?
—Todo va según lo previsto, Nelson. —respondió la capitana Nazly ignorándolo y cediéndole el mando de la nave al terminar su guardia— Entraremos en órbita en treinta y seis horas.
—Capitana, prefiero que me trate por mi rango si no le importa. —replicó él escuetamente mientras le relevaba al mando de la nave — ¿Y la señal?
—Sigue ahí, tan fuerte e indescifrable como hace ocho horas, teniente. —esta vez fue ella la que no pudo evitar recalcar el rango de su subalterno con retintín y así no cubrir de insultos a aquel gilipollas resentido— Le cedo el mando. Volveré dentro de ocho horas.
Si esperaba que su tirante relación con el teniente se fuese relajando poco a poco, con el comportamiento del teniente, había pocas posibilidades. Y todo porque no podía entender que los tiempos en los que tener pene era suficiente mérito para obtener un ascenso habían pasado hacía siglos. Ella era una de las mejores oficiales de la flota y su único objetivo era hacer carrera en la Agencia Espacial Interestelar. No era mucho de arrepentirse, pero si hubiese tenido la posibilidad de ir a aquella noche, dos años atrás, no hubiese tocado a aquel cabrón ni con un palo.
Peor aun, era que a pesar de ser bastante más joven que él, había ascendido antes. Lo que no se imaginaba era que acabarían juntos en la misma nave. Estaban en el siglo XXXII y aun seguían con aquellas estupideces. Todavía había hombres que creían que las mujeres no eran aptas para ostentar en el mando de una corbeta interestelar de clase 2.
Y eso que lo había pasado bien aquella noche. A pesar de que habían pasado años, aun lo recordaba. Ella era una novata recién salida de la academia de vuelo y él ya era subteniente y había participado en varias misiones. Solo necesitó un par de anécdotas, ahora que lo conocía, probablemente inventadas, para deslumbrarla. En cuanto al físico, tenía que reconocer que era su tipo. Alto, rubio, ojos azules y cuerpo tonificado, pero no exageradamente musculado y su polla... era grande y más importante aun, sabía utilizarla. Recordaba el brindis por el futuro de la flota y como se habían quedado hablando toda la noche. Ya tenía que haberle calado en ese momento, contando sus batallitas, pero entonces no era más que una novata deseosa de acción. De todas formas el ambiente y el champán de la colonia Flyxx la pusieron tan caliente que no se lo pensó y se dejó llevar por él a su camarote.
En cuanto entraron le abrió la chaqueta y la utilizó para maniatarla. Debajo solo llevaba un fina camiseta de fibra y él no pudo evitar lanzarse sobre ella y besarle los pechos y los pezones mientras la arrinconaba contra el mamparo de la estación espacial. Había pocas cosas que la excitasen más que un hombre, magreándola sin que ella pudiese hacer nada. Le encantaba que los hombres la dominasen, pero solo en la cama.
Inflamada, dejó que Nelson le levantase la camiseta y jugase con sus pechos, pellizcándole suavemente los pezones. Incapaz de acariciarle el paquete con las manos atadas a la espalda, adelantó una pierna y se frotó con su muslo haciendo que la polla del subteniente creciese dentro del uniforme. Estaba deseando que la follase, pero él se lo tomó con tranquilidad, bajando poco a poco los pantalones de su uniforme. Las bragas de reglamento habían quedado en su cajón y las había sustituido por un tanga fino de seda en el que se transparentaba un mechón de pelo de un rojo tan ardiente como su sexo.
—Buf, como me pone ese chocho, te lo devoraría entero. —recordaba que había dicho justo antes de arrodillarse y lanzarse sobre él.
Nazly apenas había tenido tiempo de abrir las piernas lo poco que le permitían los pantalones aun enrollados en torno a sus rodillas, antes de sentir la boca y la lengua de Nelson comiéndole el coño. Una oleada de sensaciones la recorrieron de arriba abajo, haciendo que su vista se nublase. Las manos de Nelson se cerraron en torno a su culo mientras sorbía y lamía su sexo como si estuviese deleitando en una jugosa fruta tropical y no paró hasta que Nazly experimentó un brutal orgasmo. Nunca sabría si fue porque él era realmente hábil o porque llevaba casi cuatro meses sin estar con un hombre, el caso es que gritó y gimió, arañando el fibroplástico del mamparo mientras Nelson la levantaba del suelo con cada chupetón.
Apenas se había recuperado cuando se levantó y cogiéndola del cuello la llevó a una de las esquinas del camarote donde había un sofá. Sentándose en él la obligó a arrodillarse entre sus piernas. Nelson abrió su bragueta y le mostró un miembro grande y recto como un cohete Júpiter. Sin dejar de admirar aquel misil púrpura y brillante, sintió como él la cogía por el pelo y se lo metía hasta el fondo de la garganta. Con las manos atadas no pudo hace otra cosa que chupar hasta que, a punto de ahogarse, él la dejó apartar unos segundos la cabeza para que pudiese respirar. A pesar del sofoco, la falta de aire desataba sus instintos y un torrente de adrenalina recorría su cuerpo, excitando todas sus terminaciones nerviosas y para cuando aquel miembro caliente y pulsátil salió de su boca, permitiéndola respirar de nuevo, todo su cuerpo hervía de excitación.
Nelson no se entretuvo y aprovechando que su polla estaba en su máximo punto de excitación, se puso en pie. Con la saliva colgando de la comisura de sus labios Nazly vio aquel miembro estremecerse hambriento, buscando un orificio que penetrar. Inmediatamente él la levantó por los brazos, que tenía aun inmovilizados y empujó el torso contra el asiento del sofá. Intentando adoptar una postura cómoda con los pantalones y el tanga arrebujados en las rodillas esperó una polla que tardaba en llegar. Intrigada giró la cabeza y vio a su amante parado a un par de metros de distancia, acariciándose la polla mientras la observaba. Nazly intentó atraerle, moviendo sus caderas y separando las piernas todo lo que los pantalones le permitían para mostrarle su sexo enrojecido, destacando claramente en la blancura del resto de su piel.
Tras lo que le pareció una eternidad, Nelson por fin se acercó y le golpeó el sexo con la polla. El impacto de aquella barra al rojo con su sexo abierto hizo que todo su cuerpo se retorciese de placer. Nazly gimió y movió las caderas frotándose contra el miembro de su amante y suspirando, intentando atraer aquel miembro a su interior.
Pero él no tenía prisa. Colocándose sobre ella Stich le apartó la melena pelirroja de la frente y le besó el cuello, las orejas y las mejillas. Nazly, indefensa, nada podía hacer para apresurar o detener aquella dulce tortura.
Tras unos minutos, cuando ya creía que aquello no sucedería nunca, su amante se cogió la polla y la hundió profundamente en su coño. El miembro entró con facilidad, duro y caliente dilatando su vagina y generando oleadas de placer. Las manos de Nelson se retrasaron y ella sintió como se agarraban a sus caderas para acompañar los profundos y rápidos empujones que le estaba propinando. Los suspiros se convirtieron en gemidos y jadeos.
—Sí, mi subteniente. Gracias mi subteniente. —le salió con naturalidad— Siempre a tus órdenes.
—Silencio, no eres más que una puta recluta. Tu deber es únicamente satisfacerme. —dijo a la vez que la cogía por la cabeza y enterraba el rostro de Nazly en el cojín del sofá.
La falta de oxigeno desató el pánico. Apenas conocía a aquel hombre, pero enseguida las oleadas de placer se intensificaron hasta que finalmente un orgasmo tan sorpresivo como arrasador la recorrió de arriba abajo, haciendo que todo su cuerpo se contrajese víctima de oleadas de espasmos que parecían no tener fin.
Indefensa por los efectos del orgasmo, Nelson se separó y le quitó la ropa a tirones hasta que estuvo totalmente desnuda. Un poco más recuperada intentó ponerse en pie, pero él la manejó como un pelele y la colocó boca abajo con la nuca apoyada en el suelo y el resto del cuerpo apoyado en el borde del sofá.
Con una sonrisa de lobo se agachó y le separó las piernas. En cuestión de segundos estaba jugando con su vulva y su clítoris mientas ella chupaba y lamía sus huevos depilados.
Intentando adoptar una postura un poco más cómoda separó los brazos y los apoyó en el suelo para relajar un poco la tensión en la nuca justo antes de que él se incorporase y poniéndole las piernas hacia adelante para que no le estorbasen la penetró de nuevo y la acometió sin descanso hasta que de nuevo sintió como volvía a llegar el orgasmo. Justo en ese momento se apartó y Nazly se derrumbó sobre la moqueta gimiendo y jadeando. Apenas tuvo ocasión de incorporarse porque él ya estaba de nuevo sobre ella y apenas tuvo tiempo de separar las piernas para acoger su cuerpo entre ellas y dejar que la penetrase y comenzase follarla como un loco. El clímax no tardó en llegar. Nazly gritó y le clavó las uñas a su amante en la espalda intentando mantener aquella enorme polla dentro de ella. Solo cuando el orgasmo se convirtió en un sordo latido en su bajo vientre, él dejó de empujar y se separó y se masturbó eyaculando sobre su vientre y sus pechos...
—¡Buena chica! ¡Buena chica! ¡Buena chica...
—Capitana, ¿Se encuentra bien? —la ingeniera del hipermotor acababa de entrar en el ascensor sin que ella hubiese sido apenas consciente.
—¿Eh? Sí. Ejem. Perdona. Llevo dieciocho horas despierta. Creo que me he dormido de pie. —se disculpó— ¿Todo en orden en la sala de máquinas?
—Sí, capitana. Precisamente llevaba el informe...
—Entrégaselo al teniente Stich. Ahora él está al mando. Yo voy a descansar un poco.
—A la orden. —oyó decir a la ingeniera a sus espaldas mientras se alejaba del ascensor camino de su camarote.
Una vez en su camarote, cerró la puerta y se apoyó en el mamparo. Debía ser el cansancio, pero aquello no era normal. Hacía meses que no pensaba en aquel gilipollas y ahora evocaba aquel recuerdo con tal precisión que parecía que hubiese pasado hacia unos minutos. Necesitaba un buen descanso... o una buena polla. Ni se acordaba del último polvo decente que había echado.
Suspirando se desnudó y se metió en la cama. No tardó ni veinte segundos en quedarse totalmente dormida.
Se despertó con una jaqueca tan intensa que pensó que se le iba a partir la cabeza en dos. Aun atontada entreabrió los ojos.
—Computadora, ¿Qué hora es?
—Son las 14: 42. Ha dormido siete horas y treinta y ocho minutos, capitana.
—¡Joder! Pues juraría que han sido solo unos segundos. —respondió más para sí misma que para la computadora, agarrándose la cabeza con las dos manos.
Dando tumbos se acercó a la ducha. Tenía el tiempo justo para lavarse un poco y pasar por la enfermería para que le diesen algo. Los dolores de cabeza no eran infrecuentes, pero aquel era un tanto peculiar. Nunca había sufrido uno parecido y no era por la intensidad, sino más bien porque iba en oleadas que se intensificaban poco a poco hasta convertirse en una dura punzada que le hacía encogerse y luego empezaba de nuevo.
Se metió bajo el chorro de agua reciclada, le dio la máxima potencia y cerró los ojos. De nuevo las oleadas crecieron y una serie de recuerdos turbadores la asaltaron justo cuando el dolor llegó a su máxima intensidad. Eran flashes, con ella como protagonista, fornicando con hombres, en realidad con todos los hombres con los que había estado. Era como si su mente estuviese revisando todos sus archivos y clasificándolos en medio de aquella dolorosa tormenta.
Tenía que ser aquel maldito aislamiento. Los largos viajes espaciales tenían ese problema. La mayoría de la tripulación se las arreglaba como podía manteniendo relaciones esporádicas, pero un capitán no podía permitirse el lujo de relacionarse de aquella manera con sus subordinados, con lo que toda aquella energía se acumulaba y aquello no era bueno.
La enfermería estaba cerrada, pero la computadora le franqueó el paso y tras hacerle un escáner cerebral aparecieron un par de pastillas en una bandeja expendedora que había en la pared.
—Todo parece normal, aparte de una aumento de sus ondas alfa y gamma. Si no fuese porque los sensores la detectan, diría que estaba soñando.
—¿Y eso es bueno o malo? —preguntó Nazly mientras ingería las píldoras con la ayuda de un par de tragos de agua.
—Ni lo uno, ni lo otro. —dijo la doctora Freemont que acaba de llegar y llevaba el informe de la computadora en la pantalla de su comunicador— Simplemente es raro. En cuestión de minutos esas dos píldoras te quitarán el dolor.
—Hola, doctora. ¿Qué tal va todo?
—Más aburrida que una ostra. Creí que nunca lo diría, pero echo de menos un poco de acción. Lo más grave que he atendido es un idiota que se cortó el dedo intentando pelar un cable del convertidor gravitatorio en plena tormenta de plasma.
—Pues créeme si te digo que yo estoy encantada. La verdad es que esa señal no auguraba nada bueno y el ver este sistema totalmente despejado me ha dejado muy tranquila.
—¿Tienes alguna idea de que significa esa señal? —preguntó la doctora manipulando su comunicador hasta que la pantalla mostró un gráfico que representaba una onda que oscilaba en amplitud y frecuencia de una forma casi regular.
—Ni idea. Lo único que ha podido sacar en claro la computadora es que no es consecuencia de ningún fenómeno natural. Si tiene alguna información, no ha sido capaz de decodificarla.
—¿Habéis tenido en cuenta mi teoría?
—Vamos, eso es imposible. —respondió la capitana.
—¿Por qué te parece tan increíble? Que la computadora diga que es artificial no quiere decir que no sea de origen biológico.
—Porque eso quiere decir que hay un ser con la increíble capacidad de transmitir mensajes a través del vacío galáctico instantáneamente, obviando la imposibilidad de superar la velocidad de la luz.
—Nosotros lo hacemos con nuestras naves. —apuntó la doctora.
—Haciendo trampas y cogiendo atajos, pero esa... onda se traslada por el espacio instantáneamente sin usar agujeros de gusano ni plegamientos del espacio—tiempo.
—¿Y qué me dices de su estructura? Muy regular, pero no perfecta. Estas pequeñas oscilaciones en la amplitud y la frecuencia no ocurrirían si lo hiciese una máquina.
—O quizás esa máquina tenga algún problema... —repuse yo— En fin, para eso estamos, para averiguar qué demonios es eso.
Nazly observó la onda unos segundos más. El dolor se estaba mitigando, aun así pudo sentir como los picos de las oleadas de dolor se correspondían con los picos de intensidad de la onda. Siguió la oscilación de la onda y a punto estuvo de creer... ¿Creer qué coños? Aquello era una simple casualidad. Apartó la mirada de la onda y salió de la enfermería. Cuando llegó al puente el dolor solo era un recuerdo.
En cuanto entró en el puente de mando, Nelson se levantó del puesto de mando y tras saludar se lo cedió respetuosamente. La capitana saludó y se sentó frente a la consola.
—¿Alguna novedad, teniente?
—No, capitana. Acabamos de entrar en órbita hace dos horas. La señal se mantiene estable y sigue sin haber indicios de movimientos hostiles; ni en la superficie del planeta, ni en el espacio circundante.
—Muy bien. ¿Qué datos tenemos del planeta?
—Es un planeta rocoso tipo 4 que orbita en torno a dos estrellas gemelas. Está justo en el límite interior de habitabilidad. Las temperaturas son habitables solo en el tercio del planeta más cercano a los polos. En el polo norte hay un gran continente. Rodeado por un océano superficial con una profundidad media de trescientos cincuenta metros. El continente es de tipo calizo, probablemente algo parecido a un arrecife coralino que ha emergido al ir evaporándose el agua. La señal proviene de algún lugar cerca de aquí. —señaló un punto en la pantalla— Es una cordillera de tipo kárstico trufada de cavernas en un ambiente cálido y desértico.
—Está bien. Prepararemos la lanzadera. ¿Cuándo estaremos más cerca?
—Dentro de seis horas pasaremos a treinta y ocho mil kilómetros del planeta...
—Perfecto. Bajaremos la oficial de comunicaciones Sahdda, el oficial médico Peuton un ingeniero y yo.
—Con todo el respeto. ¿No debería ser yo el jefe del equipo de exploración?
—No, tú te quedas al mando aquí arriba. —le ordenó ella tajante para evitar cualquier discusión.
—Al menos llévese un par de marines, por si acaso.
—Buena idea. —concedió la capitana— Avisa a Gordon y a Jikka. Si no te importa, toma el mando. Yo voy a prepararlo todo.
—A sus órdenes, capitana.
Nazly salió del puente y se dirigió al muelle. Había que preparar la lanzadera, abastecerla y encontrar un lugar de aterrizaje. Tenía el tiempo justo para salir antes de que la nave empezase a alejarse.
Habían ido un poco justos de tiempo, pero al final lo habían conseguido y ahora tras unas horas de navegación estaban descendiendo al planeta o más bien cayendo como piedras. La atmósfera era bastante densa con lo que la lanzadera traqueteaba y se bamboleaba con violencia, amenazando con desarmarse y eso que era la computadora la que estaba realizando la aproximación final.
A trescientos metros de altura los retrocohetes se encendieron y el estómago se le subió a la garganta por la deceleración. Treinta segundos después, tocaban tierra y se abrían las compuertas. Gordon y Jikka salieron disparados con los rifles láser preparados, como si fuesen a saltar a un planeta atestado de lervins sedientos de sangre.
Nazly intentó no poner los ojos en blanco y tras ajustarse las tiras de la mochila salió al exterior. Una vaharada de aire caliente y polvoriento la asaltó. Miró alrededor. La lanzadera se había posado en una pequeña meseta rodeada de montañas peladas y resecas. Solo unos raquíticos arbustos asomaban un par de palmos de las grietas más oscuras y frescas. El resto de la superficie estaba cubierta de una especie de líquenes que se descamaban con la suave brisa y volaban unos centímetros por encima de la superficie contribuyendo a dar la sensación de que se podía mascar la atmosfera de aquel lugar.
Nazly revolvió en el interior de la mochila y sacó unas gafas y un pañuelo con el que se tapó la cara. Miró el ordenador de muñeca y vio que la señal provenía del oeste. Observó los altos picos que se interponían en su camino. Iba a ser una dura caminata. Le pidió a la computadora que trazase una ruta y tras memorizarla por si había algún problema con el visor de la computadora, dejó a todos haciendo guardia en la lanzadera y se llevó a la oficial de comunicaciones y a Gordon, el marine más veterano y aparentemente más tranquilo.
Apenas llevaba un par de horas en aquel planeta y ya odiaba aquel desierto ardiente y montañoso. En cuestión de minutos el ejercicio y el calor habían cubierto su cuerpo con una fina película de sudor. Paró unos segundos a echar un trago de la cantimplora y miró hacia atrás. La lanzadera ya quedaba muy por debajo de ellos. No sabía como lo habían conseguido, pero los que habían quedado atrás habían hecho un fuego y probablemente estarían asando algo de carne rehidratada como en un campamento de verano.
Se ahorrarían el paseo, pero no tardarían en aburrirse y odiar aquel lugar tanto como ella. Afortunadamente la gravedad era solo un sesenta por ciento que la de la tierra con lo que atravesar aquellos picachos no sería tan duro como preveía en un primer momento.
Tras cuatro horas más llegaron a la cresta de la primera colina que deberían superar. El marine no parecía apenas afectado pero Shadda no estaba en tan buena forma y jadeaba bastante aunque procuraba disimularlo. Nazly se paró y fingió revisar la ruta una vez más para darle un poco de descanso. Echó un trago a la cantimplora y comenzó el descenso. Según el navegador de la computadora les quedaba superar otra cadena de colinas y subir a lo alto de un pico de más de tres mil metros de altura, el lugar perfecto para instalar una antena emisora.
—¿Hay alguna novedad con la señal? —preguntó la capitana a Shadda que inmediatamente desplegó la pantalla de su computadora.
—Es más nítida y mucho más intensa y ahora hay un ligero eco. Lo he calculado con el detector doppler y juraría que ese eco está dirigido a nosotros.
—¿No puede ser que parte de la señal rebote en la ionosfera y vuelva hacia nosotros? —preguntó la capitana.
—Es una posibilidad. Aunque aun no lo tengo claro. He programado a la computadora para que lo siga investigando.
Nazly asintió y guardó la cantimplora en la mochila antes de comenzar a descender. Aquella parte de la colina era totalmente distinta. El ambiente era más fresco y una especie de arboles... no, más bien tenían el aspecto de cactus sin púas, achaparrados y con ramas retorcidas y brillantes que crecían aquí y allá en número insuficiente para evitar la erosión de la montaña.
El suelo estaba muy resbaladizo debido a la facilidad con la que se descamaba el liquen y sin querer se apoyó en uno de ellos. Estaban muy fríos y el brillo que tanto le había llamado la atención era la humedad condensada sobre su superficie. Sin pensarlo apoyó la frente en uno de ellos y cerró los ojos. El frescor alivió una jaqueca que amenazaba con volver a desatarse. Tragó una de las pastillas que le había dado Peuton en previsión de que le volviese a pasar y siguió caminando.
El primer sol estaba a punto de ponerse cuando terminaron de bajar y se encontraron de nuevo en una especie de horno polvoriento. Nazly juró por lo bajo y se ajustó las gafas para evitar que el polvo se le metiese en los ojos. El marine, inasequible al desaliento, tomó la delantera y las dos oficiales lo siguieron en fila india, aprovechando su envergadura para protegerse del viento. A pesar de que uno de los soles seguía bastante alto en el horizonte, ese astro no era tan potente y la luz había declinado bastante. La temperatura bajó algo y decidieron aprovechar para apretar el paso y llegar a la falda de la siguiente cadena de colinas. El valle no era muy ancho y no tardaron en llegar al otro lado y emprender la siguiente ascensión. Apenas habían subido unos cientos de metros cuando se toparon con una cueva. El interior estaba bastante lleno de escombros pero parecía apropiada para tomarse un descanso. Llevaban casi diez horas caminando sin parar. En cuanto lo sugirió, hasta Gordon estuvo de acuerdo en tomarse un descanso.
Después de explorar la caverna para asegurarse de que no había peligros y establecer los turnos de guardia, Nazly comió un poco y se tumbó en un recoveco lo suficientemente oscuro para permitirle dormir un poco.
Gordon la despertó cuatro horas después. Tenía de nuevo la cabeza pesada. Dando tumbos se acercó a la boca de la caverna y se sentó con el arma que le había dejado el marine en el regazo. El segundo sol estaba a punto de ponerse y todo parecía seguir yendo sobre ruedas. Estaba pensando que todo estaba siendo demasiado sencillo cuando sonó el intercomunicador de la nave. Era el teniente Nelson y estaba muy, muy nervioso.
—Capitana Nazly. Una nave no identificada ha aparecido en el cuadrante a trescientos millones de kilómetros.
—¿Tiene actitud hostil?
—No responde a nuestros requerimientos para que se identifique. Francamente, capitana. Esto me huele mal.
—Muy bien sigue vigilándolo e infórmame de cualquier novedad.
—Con todo el respeto, capitana. Es una nave grande. Si esta armada estamos en un problema. Deberíamos pensar en evacuar el sistema...
—Tonterías, Nelson. —le interrumpió— Está al mando de una de las naves más avanzadas de la flota. Capaz de enfrentarse a naves mucho más poderosas que ella. De ser necesario, aguantaras lo suficiente para que volvamos. Si doy la alarma, la lanzadera podrá recogernos de lo alto de una de estas colinas y estaríamos ahí en menos de seis horas.
—Capitana...
—Es una orden. —sentenció ella cortando la comunicación.
No le gustaba nada la situación. Aquel gilipollas no era de fiar. Perdía los nervios con facilidad, pero no tenía más remedio que confiar en él. Respirando hondo, abrió la comunicación con el equipo de la lanzadera y les dijo que estuviesen atentos porque igual había que salir por piernas.
Cuando cortó la comunicación observó el paisaje. El ocaso del segundo sol hacía que por fin aquel planeta pareciese atractivo. Las sombras de los picachos se proyectaban sobre la faldas creando dibujos caprichosos y evanescentes. Aquel paisaje variable la sumió en una especie de hipnosis y de nuevo volvió a sentir aquellas punzadas aunque no tan desagradables probablemente por la medicación. Cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz. En cuanto lo hizo supo que era un error. De nuevo aquella sensación, era como si alguien estuviera rascando en el interior de su mente sin que ella comprendiese cual era el objetivo. Lo único que sentía era una sensación de apremio, como si el tiempo se le acabara. ¿El tiempo de qué? ¿Quién trataba de advertirle y de qué? ¿Era aquella extraña señal o solo eran figuraciones suyas? Miró la computadora y vio que el origen de la señal había variado ligeramente de posición y la intensidad había aumentado en consonancia con el apremio que sentía. Estaba a punto de desdeñar aquello como imaginaciones suyas cuando un leve temblor de tierra la puso inmediatamente en alerta.
Sacó el fusil y apuntó a su alrededor buscando una nave o algún medio de transporte terrestre con tamaño suficiente para causar aquella trepidación, pero no encontró ninguna causa. De repente oyó un fragor debajo de ella y miró hacia el valle. No podía creer lo que estaba viendo la corteza del planeta se combaba y retorcía en una especie de ola que cambiaba radicalmente el relieve del planeta.
—Computadora, ¿Qué diablos ocurre? —preguntó la capitana ahora realmente alarmada.
—Al parecer los dos soles se han alineado al otro lado del planeta generando una marea capaz de agitar la corteza planetaria. El terremoto que se está produciendo está fuera de toda escala.
—Podías haber avisado. —le reprochó ella mientras observaba como la onda de marea destruía la cadena de colinas que habían rebasado horas antes y elevaba el valle ante sus ojos.
—No me lo preguntó.
Nazly se contuvo para no destruir el terminal de su computadora y se volvió para avisar a sus compañeros para que salieran de la caverna, pero el terremoto la alcanzó con un rugido atronador ahogando su grito de alarma. La repisa donde estaba haciendo guardia se desprendió de la montaña y empezó a deslizarse por la ladera llena de grava y la capitana solo pudo agarrarse mientras miraba hacia atrás y veía como la caverna que les había servido de refugio colapsaba sobre sus compañeros.
No tuvo tiempo de recriminarse nada, la repisa golpeó un saliente y se tambaleó amenazando con volcar. Llevada por su instinto movió el cuerpo hacia el lado contrario y logró estabilizarla en el último momento, aunque aquello no garantizase que fuese a sobrevivir. Al contrario, la velocidad aumentaba y apenas tenía margen para dirigir aquel improvisado trineo. Una nueva agitación del planeta y se creó una onda haciendo que la piedra saliese disparada con ella encima.
No tenía opción, miró alrededor y vio su única posibilidad una pared inclinada, forrada de aquel liquen resbaladizo, que había surgido del valle y estaba justo a su derecha. Tomando impuso saltó de la repisa esperando que la baja gravedad y la inclinación de la ladera la ayudase a amortiguar la caída. En cuanto sintió el contacto con el suelo flexionó las rodillas y rodó por el liquen, protegiéndose la cabeza con los brazos. Durante unos segundos rodó sin saber hacía donde se dirigía, clavándose las aristas de las piedras en brazos y costados aunque gracias a la gravedad, sin suficiente fuerza como para hacerse mucho daño. Aun así, cuando una hondonada en la ladera detuvo su caída tenía la ropa echa girones y los brazos llenos de rasguños.
Tosiendo y jurando por lo bajo miró a su alrededor, recogió el fusil y la mochila que había tirado justo antes de saltar e intentó comunicarse con sus compañeros. Todo fue inútil. Ni los de la caverna, ni los de la lanzadera respondían a sus intentos por establecer la comunicación y sus constantes vitales habían desaparecido del monitor. Intentando sobreponerse llamó a la nave.
—Capitana, ¿Qué diablos ha pasado? Hemos perdido el enlace con el planeta. Todos han desaparecido de los monitores menos tú.—preguntó Nelson antes de que pudiese explicarse— Dios, creo que están muertos.
—Escucha, Nelson. —dijo intentando parecer tranquila— Tienes que enviar la segunda lanzadera con un equipo de rescate...
—Imposible, capitana. La nave no identificada esta a apenas cuarenta millones de kilómetros estamos iniciando el protocolo de evacuación. No podemos esperar, la nave está en peligro.
—¡Escucha, jodido idiota! —exclamó perdiendo finalmente los estribos— Te ordenó que envíes la lanzadera con un equipo de rescate y en la siguiente órbita recogerás a los supervivientes.
—Lo siento, capitana. Desde ahí abajo no dispone de una visión en conjunto y por ello rechazo sus órdenes. Le enviaré una cápsula con material de emergencia y volveremos con refuerzos. No tardaremos mucho...
—¡Hijo puta! No te atrevas a dejarme aquí tirada...
—Lo siento, capitana. —repitió el teniente— Le deseo suerte. Corto y cierro.
Cuando se dio cuenta, Nazly estaba gritando e insultando a un terminal apagado. Aquel cabrón se estaba vengando y la había dejado tirada. Seguramente cuando llegase a puerto, se inventaría alguna historia para salir del paso y si era posible quedar como un héroe.
De nada valía despotricar. Respiró hondo y miró el terminal. Al menos Nelson había cumplido y le enviaba una cápsula de rescate con material de supervivencia. El lugar del aterrizaje no estaba muy lejos aunque ahora que había cesado la marea, el mapa que tenía en la memoria no servía de nada. Cogió la mochila, se colgó el rifle del hombro y comenzó a caminar tan rápido como sus magullados miembros le permitían.
La oscuridad ahora era intensa y avanzó dando tumbos y rezando para no caer por una fisura o tropezar con alguna roca. Lo único que le faltaba era romperse un hueso. Una hora después un agudo silbido y una estrella fugaz iluminó el cielo antes de desaparecer a un par de kilómetros de altura. Unos segundos después el inconfundible resplandor de dos retrocohetes le informaron de que sus suministros acababan de llegar.
Animada por la perspectiva de un poco de comida y algo con que taparse del frío creciente echó una corta carrera. A trompicones subió por un montón de escombros y llegó a una meseta donde le esperaba la cápsula aun rodeada de los vapores de la combustión.
Nazly se acercó y dio una patada a la puerta del contenedor que se abrió dejando a la vista su contenido; Una caja de barras energéticas dos bidones de agua y doscientos rollos de papel higiénico.
—¡Será hijoputa! —gritó la capitana dando una patada a uno de los paquetes.
Pegado a la puerta había un sobre. Lo abrió y Nelson no la decepcionó. Una foto de sus genitales y una nota animándola a pudrirse en aquel planeta eran su contenido. Se pasó los siguientes veinticinco minutos insultando a aquel cabrón y jurando que si volvía a ver el jeto a aquel imbécil se lo partiría. Con la voz ronca de tanto gritar se sentó al lado del contenedor y escupió al suelo con rabia. Miró a su alrededor y solo vio crestas y colinas de roca caliza. A pesar de lo desesperado de su situación no estaba dispuesta a rendirse. Miró su terminal y comprobó que la señal seguía allí. Parecía ser lo único que no se había desplazado en el planeta. Si lograba llegar, quizás pudiese enviar un mensaje a la comandancia de la flota y pedirles que mandasen una misión de rescate.
De todas maneras era mejor no moverse en aquella densa oscuridad, sobre todo sabiendo que amanecería en pocas horas así que sacó la tienda de la mochila, la montó y pocos minutos después estaba dormida.
Cuando despertó no había un solo músculo del cuerpo que no le doliera. Se desnudó de cintura para arriba y se observó con detenimiento. No tenía nada roto pero la piel pálida y delicada de su tórax y su vientre estaba cuajada de rozaduras y cardenales. Sus pechos tampoco se habían librado y uno de ellos lucía un enorme moratón cerca del pezón. Se lo tocó con prevención y una oleada de dolor la hizo encogerse a la vez que el pezón y la areola se contraían. No pudo evitarlo. No sabía por qué, pero desde que había llegado al planeta se sentía excitada. Se acarició de nuevo el pezón y esta vez fue el placer lo que la embargó. Todo su cuerpo se estremeció y su bajo vientre se incendió de deseo. Quería masturbarse, pero sabía que tenía cosas más importantes que hacer. Cuando llegase al origen de la señal, para bien o para mal, tendría tiempo de sobra para matarse a dedos si hacía falta.
El sol había salido hacía ya un par de horas y el ambiente se había templado. Abrió una de las garrafas de agua y se lavó con precaución, procurando quitar la tierra y el polvo de las escoriaciones. Aunque pareciese una tontería, el sentirse limpia la animó y recogiendo los pocos pertrechos que Nelson le había dejado, se vistió con un mono limpio y se puso en marcha.
El trayecto fue mucho más arduo de lo esperado. Aquella monstruosa marea había cambiado totalmente la faz de aquella parte del planeta y sin la ayuda de un satélite que la guiase no disponía de ningún mapa y solo podía seguir el origen de la señal de la manera más directa posible.
Poco a poco entró en calor y logró olvidarse de su cuerpo magullado. De no ser por la baja gravedad del planeta le hubiese resultado casi imposible avanzar. El terremoto había dejado aquella zona muy rota con escombros y simas que le cerraban el paso y que solo podía superar mediante saltos que en otras circunstancias le hubiesen resultado imposibles de ejecutar. De todas maneras siempre que podía rodear un obstáculo lo hacía con lo que el avance era lento y lo que parecían unos pocos kilómetros se estaban convirtiendo en varias decenas.
Casi seis horas tardó en atravesar aquel campo de escombros para terminar en una llanura un poco menos abrupta en cuyo centro se elevaba una enorme roca de aspecto granítico y de un color casi tan rojo como su melena. Al parecer la dureza de aquella mole le había ayudado a resistir casi intacta la marea solar y solo se veían algunas fisuras de unos pocos metros de anchura. La señal era tan fuerte que sentía como todo su cuerpo vibraba al ritmo de las ondulaciones. Miró hacia el lugar que el terminal indicaba como su origen, pero no vio ninguna infraestructura. Aquello era imposible. Lo único que se le ocurría es que estuviese instalada en una grieta para protegerla de los terremotos.
Apretando el paso se acercó a aquella mole y comenzó a ascender. La subida fue más fácil de lo que esperaba. Al contrario que las otras colinas, aquella roca no se desmoronaba y podía usar las grietas para agarrarse e impulsarse de modo que en apenas noventa minutos estaba casi en la cima. Justo en ese momento vio una profunda grieta a su derecha. Miró el terminal. No había duda la señal provenía de la profundidad de aquella fisura. Empuñando el rifle se adentró en ella con precaución.
A medida que se adentraba, la oscuridad se estaba haciendo más intensa. Encendió la linterna adosada al rifle láser y siguió avanzando. Las paredes comenzaron a estrecharse hasta hacerse tan angostas que en algún lugar tenía que pasar de lado aunque no por ello dejó de apuntar hacia adelante con el arma. Cuando parecía que iba a seguir por aquel pasillo eternamente, este terminó bruscamente y el haz de la linterna se hundió en una densa oscuridad. Apuntó en todas direcciones con el rifle, pero no logró distinguir el techo o las paredes de la estancia, aunque había algo... Era como una fosforescencia que provenía de la parte izquierda de aquella gigantesca caverna. Apagó la linterna del arma para poder ver mejor. No había duda, a su izquierda había una fuente de luz.
Con precaución, tratando de no hacer ruido, se deslizó por la pared a su derecha, tanteando con el pie en la oscuridad antes de dar un paso para no llevarse ninguna sorpresa y dejándose guiar por la fosforescencia. Mientras avanzaba no dejaba de pensar en su situación. Si aquella antena estaba protegida por un destacamento militar de cualquier clase, estaría en un lío. Pero no tenía alternativa, tenía que hacerse con la antena para poder mandar un mensaje de socorro. Apenas estaba a treinta metros de distancia cuando una intensa punzada en la cabeza la obligó a doblarse en dos.
"No necesitas eso" —una voz le habló dentro de su cabeza.
Se cogió la cabeza entre las manos e intentó expulsar aquella presencia de su mente, pero no lo consiguió.
"No te preocupes, no te haré daño" —continuó la presencia— Acércate, por favor. Llevo mucho tiempo esperando este momento...
No entendía que demonios estaba pasando. Nazly estaba totalmente desorientada. En cualquier otra circunstancia hubiese salido de allí por patas. No confiaba en nadie que pudiese meterse en su cabeza, por muy buenas intenciones que dijese tener, pero estaba sola. No tenía alternativa. Desacopló la linterna del rifle y se colgó el arma del hombro. Ya no tenía sentido el sigilo.
Con la linterna encendida avanzó mucho más rápido y no tardó en llegar a una nueva grieta en la pared de la caverna. En cuanto entró, una luz verdosa la envolvió. El pasadizo apenas medía quince metros de longitud y daba a una caverna más pequeña.
En el centro un alienígena humanoide la esperaba en pie con unos ojos del color de hielo que resplandecían de una manera sobrecogedora. El alienígena era alto y delgado, de rostro alargado y anguloso, con una mandíbula fuerte y una frente despejada y amplia enmarcada por una melena de color plateado con mechas negras. Su boca era una línea horizontal casi totalmente ausente de expresión, una grieta oscura en una rostro con una tez de un dorado casi sobrenatural.
Se acercó un poco más con pasos cautelosos. El largo gabán de algo similar al cuero crujió cuando se giró hacia mí.
"Hola, Nazly. Soy Aanmark. Soy un Ullman del clan de los Tindor" —le dijo el alienígena sin abrir y sin separar los labios ni alterar el gesto pétreo de su faz.
—Hola, soy Nazly. Humana, del clan de la Agencia Espacial Interestelar. —respondió ella sintiéndose un poco ridícula y consciente de que el alienígena lo sabía todo de ella— ¿Eres tú el origen de la señal que recibimos desde nuestro Sistema Solar?
"En efecto, nuestra especie tiene la capacidad de comunicarse mentalmente e instantáneamente, da igual la distancia " —respondió en mi mente.
—¿Y cómo es posible que os hayamos detectado antes?
"Normalmente nuestros mensajes están dirigidos a una persona concreta. Son unidireccionales y no necesitan enviarse más que una vez, ya que la recepción está asegurada, pero en este caso era una emergencia. Al igual que tú, aterricé en este planeta y una de esas mareas nos sorprendió, mató a todos mis compañeros y destruyó la nave. Yo conseguí escapar aunque no ileso y descubrí este afloramiento rocoso que parece resistir cualquier terremoto. Desde aquí mande una señal de socorro en todas direcciones, esperando que alguien respondiese"
—¿Y por qué seguiste mandando la señal si solo necesitáis mandarla una vez?
"Te dije que resulte herido. Podía emitir señales, pero nadie contestaba o no era capaz de recibir la contestación por mis heridas. Como no sabía si las señales que enviaba eran efectivas he seguido haciéndolo hasta que finalmente te detecté a ti. Al parecer mi sistema receptor esta algo tocado y no puedo detectar señales más que dentro de este sistema."
Nazly se giró y observó la caverna. El alienígena la había acondicionado con los restos de su nave; Una mesa, un par de sillas de aspecto bastante cómodo y un poco quemadas y lo que parecía un enorme colchón hecho de un gel transparente reposando directamente sobre el suelo.
—Entonces supongo que eras tú el que hurgaba en mi mente y me producía esos dolores de cabeza.
"Eres la primera especie inteligente e interesante con la que me topo. Lo siento no sabía que te estaba haciendo daño." —contestó.
—¿Interesante en qué sentido?
"La mayoría de las especies, al aumentar su intelecto, se alejan de todo lo que sea una posible fuente de conflicto y como comprenderás el sexo es una de las principales. Sin embargo, vosotros lo habéis convertido en una fuente de placer."
—¿Y vosotros?
" ¿Tú qué crees?" le dijo él metiéndose en su mente.
El efecto fue inmediato. Era como si el alienígena acariciase su cerebro con sus propios recuerdos. Recuerdos placenteros. En cuestión de segundos se vio de nuevo aceptando la primera polla rasgando su himen en aquel mugriento deslizador, seguido de flashes de aquellos dos días de sexo frenético y sudoroso en el desértico planeta Kaporis, o los mejores momentos del polvo con el senéndaro Lédamo en unos baños de la sede de la Agencia Espacial Interestelar...
La capitana no supo si aquellos flashes duraron una hora o unos instantes, lo único que sabía era que hacía tiempo que no estaba tan caliente. No se lo pensó y llevada por un extraño impulso se deshizo de su ropa hasta quedar totalmente desnuda delante de él.
Orgullosa de su cuerpo esbelto, su piel pálida y sus pechos turgentes de pezones del tamaño y el color de jugosos fresones, se exhibió ante Aanmark que se acercó a ella con el rostro tan inexpresivo como cuando había entrado en la gruta.
"Sois una especie hermosa" susurró él en su mente mientras acercaba una mano de cuatro dedos a su pubis y rozaba los ensortijados mechones de pelo rojo que lo cubrían.
Desde aquella corta distancia pudo ver que la piel de aquel ser estaba cubierta de una fina pelusa dorada. Acercó la mano y la acarició. La pelusa era suave y una suave descarga de estática cosquilleó en las yemas de sus dedos cuando los apartó.
Aanmark apartó las manos y se quitó el gabán. Su cuerpo no era exactamente como esperaba. Su torso, aunque amplio, era liso y el suave vello de la cara allí era más largo y espeso y le cubría casi por completo menos una zona entre las piernas. Nazly bajó un poco más las manos y recorrió aquel pelaje tupido y dorado que destellaba con los diminutos relámpagos que partían de las yemas de sus dedos. Las descargas de estática fueron más intensas y placenteras.
Estaba tan excitada que cuando bajó la vista buscando sus genitales se llevó un chasco. Entre sus piernas no había nada, bueno no exactamente nada. El alienígena parecía tener algo muy parecido a su vagina con dos labios gruesos y azulados y dos protuberancias del tamaño de pelotas de tenis justo detrás.
No le dio tiempo a preguntar. El alienígena, sin variar su gesto, le acarició la cara y el cabello y cogiéndola de la coronilla presionó hacia abajo a la vez que le ordenaba mentalmente que se arrodillase. El suelo de la gruta estaba cubierto de una fina grava que se le clavó en las rodillas, pero aunque hubiese querido, no hubiese podido desobedecer aquellas órdenes. Era como si una fuerza que nunca había conocido la obligara... no, la incitara a cumplir sus órdenes.
Llevada por esa extraña necesidad, acercó sus manos a aquella ranura y la rozó con suavidad. Los labios que la rodeaban se hincharon inmediatamente y se tornaron de un azul brillante. Dos descargas partieron de aquellas estructuras, que formando un arco, murieron en las protuberancias esféricas, obligando al ser a soltar un apagado gemido, el primer sonido que le oía emitir. Animada por el efecto de sus caricias se atrevió a sacar la lengua e introducirla en la ranura cálida y húmeda como un viento tropical. Aquella vulva le sorprendió devolviéndole el beso. El alienígena tenía control sobre aquella zona de su cuerpo y le atrapó la lengua con aquellos labios azulados a la vez que algo procedente del interior de aquella vagina jugueteaba y se entrelazaba con su lengua, impregnando su boca con un sabor amargo y a la vez frutal. Nazly se agarró a los muslos del Aanmark e intentó penetrar aun más profundamente con su lengua mientras el alienígena revolvía su melena llameante y emitía cortos gemidos.
Deseosa de volver loco de placer a aquel ser, apartó la boca y le metió dos dedos profundamente en su interior. El apéndice del interior los rodeó y los guio a las zonas más sensibles de aquella vagina mientras ella se deslizaba debajo de aquel ser y comenzaba a besarle y mordisquearle las protuberancias con suavidad. Sus atenciones comenzaban a hacer efecto y pequeñas chispas de estática comenzaron a emerger de la vulva y las protuberancias chasqueando y culebreando por el cuerpo de Aanmark que había cerrado los ojos extasiado.
No hacía falta ser exobiólogo para saber que aquel ente estaba a punto de llegar al clímax. No se lo pensó y movió sus dedos todo lo profundo y rápido que pudo hasta que un enorme chasquido la obligó a apartarse. Despatarrada en el suelo y con todos los pelos de su cuerpo erizados vio como una tormenta de estática envolvía el cuerpo de Aanmark que se debatía descontrolado a la vez que soltaba un largo gemido.
El orgasmo alienígena duró cerca de un minuto haciendo palidecer la tenue iluminación de la caverna. Cuando cesó, Aanmark abrió los ojos. No sabía cómo, pero percibió que aquellos ojos glaciales estaban sonriendo complacidos.
Nazly pensó que aquello había terminado, pero le esperaba una nueva sorpresa. El apéndice del interior de aquella especie de vagina emergió de la vulva apuntando directamente a ella. Ahora lo pudo ver con detalle y vio que era doble y sus dos miembros se retorcían y entrelazaban explorando el exterior rebosando humedad. En una ocasión los dos extremos se tocaron generando una nueva descarga de estática. Impelida por aquella fuerza irresistible se incorporó y andando a gatas, contoneando sus caderas sensualmente se acercó a aquel pene bífido de un palmo de longitud.
Acercó el dedo índice y lo rozó. El pene se estremeció y envolvió el dedo de la capitana estrujándolo, mientras que con el otro pene le acariciaba la palma provocando el ya familiar y excitante cosquilleo de la estática.
"Sabes muy bien" —le dijo el alienígena— Ahora levántate y ponte de cara a la pared.
Acostumbrada a recibir órdenes, Nazly no se lo pensó y obedeció. Temblando de excitación apoyo las manos sobre la musgosa humedad de la caverna y tensó el culo y las piernas antes de girar la cabeza para ver que hacía Aanmark. Una orden y un suave pinchazo en su cabeza la obligaron a mantener la vista al frente mientras intentaba atraer aquellos penes a su interior separando las piernas y retrasando el culo para mostrarle su sexo abierto y chorreante.
"Puedo sentir tu calor y todo tu cuerpo vibrar de excitación. Puedo manipular esas vibraciones, amplificarlas y magnificarlas" —continuó mientras la capitana sentía como los labios de su vulva se hinchaban y abrían hambrientos.
Todo su sexo palpitaba casi dolorosamente y su clítoris enviaba oleadas de placer que envolvían toda su vagina erizando todos los pelos de su pubis, pero el anhelado contacto no terminaba de llegar. Estaba tan excitada que le daban ganas de llorar. Ansiosa, se le pasó por la cabeza satisfacer ella misma aquella comezón, pero Aanmark captó el pensamiento y un nuevo pinchazo en la nuca le advirtió que no debía hacerlo.
—Por favor... —suplicó casi llorando de frustración.
El alienígena ni siquiera se digno a responder y Nazly se limitaba a retorcerse e intentar atrapar la vulva entre sus muslos, intentando aliviar de alguna manera aquella excitación que no dejaba de aumentar.
"¡Quieta!" La orden resonó dentro de su cabeza como el tañido de una campana y a pesar de la incomodidad, no pudo evitar aceptar la orden a pesar de que no sabía cuánto tiempo podría aguantar. Un sudor frío recorrió su espalda y se coló entre sus nalgas para unirse finalmente a los jugos de su sexo en el interior de sus muslos. En ese momento percibió el calor del cuerpo del alienígena justo antes de sentir su contacto. La capitana tensó el cuerpo de nuevo y retrasó el culo frotándose contra aquella piel suave y caliente. Aanmark respondió con un leve siseo mientras sus dedos le acariciaban los costados y el cuello, dejando rastros ardientes en su piel.
—Por favor, —suplicó— ya no aguanto más.
Aanmark soltó una especie de chasquido repetido parecido a una carcajada y entonces sintió algo que acariciaba y recorría el interior de sus muslos recogiendo y saboreando cada gota de flujos y sudor. Los dos penes se demoraron haciendo dibujitos en sus muslos hasta que finalmente el alienígena no pudo aguantar más y entrelazando sus dos penes hasta formar un solo miembro grueso y caliente como el infierno, la penetró de un solo golpe.
Era como tener un tizón ardiente dentro de ella penetrándola y arrasándola, no solo con su volumen y sus movimiento, si no con el inconfundible hormigueo que le producían continuas y suaves descargas de estática que se desataban en el interior de su coño. Bastaron dos empujones para que se corriese con un largo gemido. Pero no fue un orgasmo liberador. El ansia de sexo la envolvía como una manta que amenazaba con asfixiarla y entonces sintió como los dos penes se desenrollaban dentro de ella y empezaban a acariciar y tocar el interior de su coño tanteando las zonas más sensibles sin dejar de entrar y salir de ella una y otra vez cada vez más calientes, cada vez más excitantes.
Estaba a punto de correrse de nuevo cuando Aanmark se separó. La orden vino a su mente y ella chorreando de deseo se acercó al lecho y se puso a gatas sobre él con naturalidad, dejando que el alienígena observase como jadeaba y gemía atenazada por los espasmos de placer que la recorrían.
Con la mirada al frente, esperó a que él se acercase y se colocase a su espalda. Segundos después sintió que los dos penes la tanteaban, pero esta vez ambos orificios. Nazly se puso rígida, nunca había experimentado una doble penetración...
Esta vez los dos penes de Aanmark entraron en su ano y su vagina a la vez, palpándola y saboreándola por dentro, derritiéndola de placer. En ese momento las pollas crecieron y dejaron de acariciar el interior de su coño. El alienígena apoyó las manos en su espalda y comenzó a follarla dejando caer todo su peso en aquellos penes cada vez más rápido y con más intensidad. Nazly gritó y jadeó asaltada por el placer aguantando a duras penas el peso del extraterrestre hasta que sintió como los extremos de los dos penes se curvaban buscándose el uno al otro. Una descarga brutal de estática atravesó el fino tejido que separaban sus dos cavidades envolviendo su vagina, su ano y su clítoris en una tormenta de eléctrico placer. Un nuevo orgasmo, aun más fuerte y prolongado, le hizo perder el poco control que le quedaba de su cuerpo.
Aanmark, como siempre, se adelantó y cogiéndola por la cintura la sostuvo en el aire como si fuese una pluma y siguió penetrándola. Todos sus orificios se estremecían y ardían pero seguían suplicando hambrientos de nuevas descargas. Exhausta se dejó hacer como una muñeca de trapo, gimiendo desmayadamente, hasta que con dos empujones finales sintió como los miembros que tenía dentro de ella se retorcían y escupían un líquido ardiente que la llenó hasta hacerla rebosar entre las contracciones de un último y no menos brutal orgasmo.
El alienígena la depositó con suavidad sobre el lecho, mientras ella, agotaba, cerraba los ojos y se dormía sintiendo el esperma alienígena escurrir de su coño y su ano.
—Lo siento nena, pero me tengo que ir. Trabajo. —dijo el capitán Nelson dando un cachete a la mujer que estaba a su lado, aun sudorosa y jadeante.
—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó la joven molesta.
—Tengo reunión con la nueva comandante de la 3 ª Flota.
—¡Ah, sí! He oído hablar de ella, pero nadie ha logrado decirme a ciencia cierta quién es. ¿Tú lo sabes?
—Yo sé exactamente lo mismo que tú. Ya sabes lo que le gustan a la Agencia Espacial Interestelar los secretitos. Seguro que será alguna chupatintas de las oficinas del Cinturón de Orión. En fin que habrá que enseñarle cómo funciona la puta realidad. —dijo sacando a relucir su prepotencia y las dos estrellas de Héroe de la Flota que lucía en la pechera de su uniforme.
Tras esperar un par de minutos en la antesala, el capitán abrió la puerta con aire disciplente y saludó al secretario que estaba sentado en una esquina de la estancia escribiendo algún aburrido informe sobre algún envío de tornillos retrasado.
—Buenos, días. Soy el Capitán Nelson Stich. Creo que la Almirante me espera.
El secretario levantó la cabeza y se limitó a señalar la puerta con la cabeza.
El despacho era amplio y luminoso, con unas esplendidas vistas a la Nebulosa del Cangrejo. La Almirante estaba de cara al ventanal, con las manos a la espalda, observando los hipnóticos remolinos de colores verdes, azules y grises, Nelson aprovechó para observar aquellas piernas y aquel culo que tensaban el mono del uniforme hasta no dejar casi nada a la imaginación.
—Almirante. Se presenta el Capitán Nelson Stich. Bienvenida a la 3ª Flota. —dijo sin dejar de pensar en que había algo familiar en la figura de aquella mujer.
—Hola, Nelson. —le saludo Nazly girándose y dejando al capitán con la boca abierta.
—Nazly... Capi... Almirante, pero ¿Cómo...? —dijo más confuso que acojonado.
—¿Qué cómo? No gracias a ti, eso desde luego. Aquella nave que pretendías que intentaba destruiros me rescató y me devolvió a la civilización. Pero eso ya no importa demasiado. Lo que importa es que puedes considerarte detenido. —dijo la almirante en el momento que se abría la puerta y entraban dos PM de la Flota— Captan Nelson Stich, queda detenido bajo la acusación de desobedecer órdenes expresas de su superior, incumplir todos los protocolos de contacto con nuevas especies alienígenas y falsear informes en beneficio de su carrera.
—Yo, no... Era una situación insostenible, Nazly. Lo sabes muy bien... —intentó justificarse.
—Sí, seguro. —le interrumpió ella lanzando sobre la mesa un sobre que se abrió dejando a la vista la carta y la foto de los genitales que Nelson le había mandado en la cápsula de escape.
—Llevaos a esa escoria y si se resiste, pegadle un tiro. —ordenó la Almirante a los PM con una sonrisa que no le cabía en la boca.
—Nazly, te arrepentirás de esto, Zorra mentirosa. No sé que les habrás contado pero...
—Jódete, cabrón. —le interrumpió— Soy la última persona a la que das por el culo. Ahora vete. Tengo trabajo que hacer.
Harta de ver aquel jeto, se dio la vuelta y volvió a mirar por el amplio ventanal, pero no miró a la Nebulosa del Cangrejo, miró a un más allá, en dirección a aquel planeta peligroso y perdido que permanecería en su memoria para siempre.