Las Dulces cosquillas de Ana

Quien iba a pensar que un acto infantiel e inocente podría causar tanto placer...

Bueno, yo me considero un hombre normal, que goza de buena salud física y que gusta de diversiones normales como todo el mundo. Me gusta estar con mis seres queridos, pero hay algo que me descontrola y me vuelve loco... debo admitir que me excitan mucho los pies de las mujeres. esa excitación me ha costado algunos ratos vergonzosos al momento de ir a nadar, o cosas por el estilo. y si a eso le agregamos que... el tocarlos y cosquillearlos es el clímax de todo, imagínense cómo me sentí cuando ocurrió lo que les voy a contar...

Un día salí fuera de casa y me encontré con que no había nadie de mi familia. Como no llevaba llave decidí esperar afuera, sentado en la banqueta y bajo el ardiente sol. Habrían pasado unos 30 minutos, mi paciencia se consumía y de pronto vi pasar a una chica de unos 20 años, aspecto modesto, morenita, cabello castaño claro, que llevaba un pants ajustado y zapatillas deportivas. Lo más extraño de la escena es que momentáneamente volteó hacia mí, (yo pensé que me había visto como un malviviente, pues aunque trato de ser formal, ese día yo llevaba vaqueros rotos, botas, camiseta negra y melena larga) y noté una mirada extraña, además de que traía puesto un mandil, como el que usan las chachas. Total, no le dí mucha importancia, pues lo más seguro es que no la iba a volver a ver.

Pero Pasado un rato, ella volvió a pasar por ahí y no sólo me volvió a mirar, sino que me regaló un refresco. Yo me quedé sin habla, el calor me había provocado mucha sed, y el hecho de que ella me lo hubiera dado lo hizo aún más impactante.

-Toma- dijo.-espero que te mejore el humor-.

-g..g..gracias.- le contesté con un hilo de voz. -¿cómo te llamas?-

-Ana*- contestó -bueno, nos vemos-

-p.p.pero espera¡ -le dije. -¿dónde vives?-

-huy, muy lejos de aquí, ¿y tú donde vives?-

-aquí.- contesté.

-¡cielos, qué pena¡ ¿quieres decir que eres el chico que vive en esta casa?- preguntó alarmada.

-sí, pero no te preocupes. Agradezco tu gesto, y me gustaría platicar contigo.-

-sería bueno, pero debo volver al trabajo.-

Resulta que esta niña trabaja en una tiendita que está a unos pasos de mi casa, y sólo había salido a comprarse algo, me vió y pensó en alegrarme el día obsequiándome un refresco.

Nos despedimos informalmente y yo, debo reconocer que sentí ternura hacia ella, en un rato más llegó mi familia. Me duché, y finjí ir a comprar algo a la tiendita. Ya estando ahí platicamos más, nos conocimos mejor y me enteré de que ella vivía sola y noté tristeza en su mirada. Eso provocó que la ternura que sentía hacia ella creciera. Pero esto no es una novela, aquí empieza lo bueno...

Calculé la hora en que salía de trabajar, y finjí pasar de nuevo por ahí. Ella no tenía amigos todavía, así que me auto-invité a acompañarla a su casa. No era tan lejos como ella decía, como unos 30 minutos caminando, pero la plática hizo que parecieran segundos. Ella me agradeció que la acompañara, me dijo que se sentía un poco sola, y me invitó a pasar a su casa. Ya adentro, se sentó en su cama (ella rentaba un cuartito modesto pero cómodo) y noté todo el camino que cojeaba ligeramente. Ana se desabrochó su tenis como si le doliera el pie, y yo ni tardado ni perezoso le pregunté:

-¿te molesta algo?-

-sí, ayer jugué todo el día en la cancha, y yo creo que pisé chueco, porque no he podido pisar bien todo el día.-

Yo muy caballeroso le terminé de aflojar su zapato del 6 ½ y se lo saqué. Ella pareció exaltarse.

-¡no¡ ¡que pena¡ mejor no me lo quites, pues francamente ayer no me bañé y mi pie tiene un olor muy fuerte, hasta mis papás me corrían de su cuarto cuando me descalzaba¡

Ahí inició su sentencia, ¡no hubiera dicho eso¡ yo, con voz dulce le deje que no se preocupara, que sólo quería revisar su piecito. Lentamente le quité su calceta, pero mi corazón latía con fuerza titánica. Pude sentir un aroma delicioso, femenino, su calceta estaba húmeda y tenía unas manchitas en la planta, provocadas por la fricción del pie con el sudor y su tenis. Su pie era realmente hermoso. Piel acanelada con uñas como almendras ,

Un tacto húmedo y unas plantas aduraznadas, sin arrugas, deliciosas, y con ese aroma perfecto, un privilegiado regalo que sólo un fetichista puede apreciar y disfrutar.

Con cuidado le tomé entre mis manos, me acerqué a él y lo moví un poco.

-con un masaje te sentirás mejor, niña.-

-Sí, estaría bien... si no te duermes antes por el olor ¡ja, ja¡-

Su risa, me prendió un switch, pues me preguntaba completamente si de casualidad tendría cosquillas en esa preciosa joya suya...

-¿tienes cosquillas?- le pregunté mientras le acariciaba su planta, que al momento se convulsionó.

-Sí¡¡¡¡ ja, ja, ja ,ja, ja, ja, soy bien cosquilluda¡ -respondió con una carcajada deliciosa -¡no sigas, porque me rio muy feo¡-

Para nada mi amor, su risa era Dulce, y lo mejor de todo es que... no oponía resistencia, movía su pie con rapidez y se tapaba los ojos, la cara, y sus labios pero no paraba de reir, como si de verdad disfrutara las cosquillitas que mis dedos le hacían. Así duramos varios minutos , ella se reía más, y su pie comenzó a sudar, impregnando mis dedos de ese exquisito néctar que yo tenía ganas de beber, el cuarto se impregnó de ese aroma y yo rascaba más rápidamente su planta, en su arco, los talones y su parte más cosquillosa: bajo sus dedos,.

Al cabo de un rato, terminé el tormento, un poco apenado, y muy rojo, pues noté que ella también estaba sonrojada, al parecer por las carcajadas. Ella recobró el aliento, y me dijo "que travieso eres"

-¿no te molestan las cosquillas?-

-No. Antes mi hermana me hacía cosquillas antes de dormir, pero como ya vivo sola, eso no ocurre. Hasta siento rete rico.

¡Gloria¡ Yo, ya en confianza, alcancé su otro pie (el izquierdo) y le quité su otro tenis, ella se rió , pero tampoco puso resistencia. La descalcé y empecé a pasear mi dedo dulcemente por su arco...

-Cuchi, cuchi... ¿en este pie también tienes cosquillitas?-

-¡sí¡ ji, ji, ji, Ya no, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, me voy a orinar¡¡¡-

Su pie izquierdo era aún más cosquilludo, y olía más, pues a esas alturas ella ya estaba sudando por la excitación que le provocaban mis cosquillitas. Hasta se tiró completamente en su cama, riendo y convulsionándose, y yo, abracé ambos pies, y los cosquilleaba, mientras aspiraba ese aroma celestial que aún sigue en mi recuerdo... Mi clímax hubiera sido lamer sus plantas (esa es mi técnica favorita para hacer cosquillas en los pies) pero de cierta forma, la acababa de conocer. Ella reía, se revolcaba a carcajadas y yo continuaba las cosquillas diciéndole "cuchi, cuchi, cuchi, ¿qué pie tiene más cosquillitas?.

El jueguito duró varias horas. Mis manos olían a sus pies, ella estaba exhausta y se calzó unos huaraches. Ya era muy noche y yo debía regresar a mi casa, así que me despedí de ella, nos dimos un apretón de manos y me acompañó un tramo. Besé su mejilla y le dí un abrazo, como si nos conociéramos de años. Quedamos de volver a vernos, y así fue. Pude disfrutar del aroma de sus pies y de su risa una vez más, pero después ella renunció a la tiendita y se fue a vivir a otro lado, sin despedirse de mí (ella al igual que yo detesta las despedidas).

Han sido varias las veces que me he quedado afuera de mi casa, sentado, a ver si...no sé, ella pasa de nuevo y podemos pasarla bien como sólo a nosotros nos gustaba.

*Ana es un nombre clave que usé para este relato. Si "tú" estas leyendo esto, no dudes en buscarme de nuevo, ¡ok?