Las dos vaselinas

Iniciación por culpa del fútbol en un colegio de curas. Todo parecido con la realidad es puritita coincidencia.

LAS DOS VASELINAS

Me llamo Sergio y ya he rebasado los 40, ya llevo un buen rato en el cuarto piso, memorable alusión de un colega del hospital en mi cuarenta cumpleaños. No creo que merezca la pena que os describa mi aspecto físico ahora, ya sabéis, un poco de tripa, el pelo que clarea, y … tal, no, no nos merece la pena a ninguno continuar con eso.

Lo que os quiero contar sucedió hace muchos años, 27 para ser exactos, y entonces era … mucho más joven, un adolescente. Y con un cuerpo yo quiero recordar que muy apetitoso. Los vaqueros me quedaban perfectos, me viene la imagen de mi mismo empinando el culito delante del espejo para ver cómo la costura se metía un poco entre mis nalgas, y cuyas curvas quedaban perfectamente sugeridas por el resto de la tela. Me gustaba a mi mismo con esos años, ¿quién no? Seguro que todos mis compañeros de aquella época hacían lo mismo.

He de decir que yo era muy deportista, nuestro padre nos lo había inculcado desde pequeños, y ese esfuerzo físico veía su recompensa en el desarrollo de los músculos. Ahora diríais que estaba muy fibrado, más que musculado como esas bombonas que andan por ahí, que es que se pasan. Claro que no todo en mi me gustaba. Tenía un poco de acné, esos granos horribles de la pubertad, pero no les prestaba mucha atención, ya pasarían, y afortunadamente nunca fueron gruesos como los de mi amigo Pablo que tuvo auténticos quistes, menudo trauma que le generaron al chaval.

Como os decía, practicaba mucho deporte, porque yo estudié en un colegio de curas y no había más que facilidades para eso, ya fuera fútbol, cómo no el deporte rey como ahora, pero también baloncesto, balonmano, fútbol sala o futbito. Yo jugaba sobre todo al fútbol porque ese colegio tenía campos lo suficientemente grandes y nos animaban a competir con colegios cercanos, en unas liguillas que movilizaban mucho a los chicos y a sus familias, y además le daban publicidad a esos colegios, cómo no, siempre de curas (aunque alguna excepción hubo).

Yo tenía quince años y precisamente como entrenamiento de uno de estos partidos contra otros colegios, al profesor que llevaba el entrenamiento se le ocurrió que si juntábamos dos equipos de edades próximas y los hacían competir sería una forma de entrenar para las liguillas sin tener que depender de equipos externos. La distribución la hizo él y a mi me tocó en el equipo amarillo. Yo jugaba en el centro del campo, todos me decían que yo era muy versátil, valía tanto para atacar como para defender, y la verdad esa posición en el campo me gustaba porque me daba la oportunidad de estar muy próximo al juego real siempre, ya fuera delante en portería de gol o detrás, hacia la propia puerta. Me pegaba, eso sí, unas palizas considerables corriendo por el campo de arriba abajo, y eso me permitió desarrollar unas buenas piernas y todo lo demás para rellenar bien un pantalón vaquero.

Muy pronto, en el otro equipo, los verdes por el color de la camiseta, empezó a destacar un chico de los más mayores, que debían ser dieciséis años. Era muy fuerte, no alto, pero con un pecho y hombros muy anchos, unas piernas formidables y qué queréis que os diga, una pinta de bruto que remataba lo que parecía a todas luces un macarra de barrio. Yo ya lo conocía de vista, ya sabía que ese chico era famosos en el cole, que tenía esa pinta casi desde los trece años y que equipo en el que jugaba, equipo que se llevaba la liga, aunque siempre supuse que eso sería una exageración.

Con esa maldita manía de los curas de llamarnos con nuestros apellidos, yo sólo sabía que se apellidaba Forteza, así lo llamábamos todos. El tal Forteza era el que más rápido corría al sprint, el que pegaba los zambombazos más contundentes, el que si veías que venía corriendo hacia ti te lo pensabas dos veces si placarlo porque literalmente te podía tirar al suelo del golpe.

De hecho fue famoso el chute que hizo en una falta a balón parado, con tan mala pata que le golpeó a un chico de la defensa contraria en el pecho con tanta fuerza que se desmayó y se lo llevaron con gran revuelo a la enfermería. No le pasó nada, que le podría haber pasado, pero la fama de bestia que se ganó Forteza ya no se la pudo despegar.

Ya solo quedaba un partidillo de entrenamiento antes del partido con el eterno rival, el colegio de curas más próximo, que era de otra orden religiosa. El entrenador nos pidió que rindiéramos al máximo, que jugáramos como si fuera una final de un mundial, así, literalmente, que nos imagináramos estar dentro de un estadio con miles de personas gritando. Que lo diéramos todo en pocas palabras.

Yo creo que no he jugado nunca una competición con tanta pasión, con tanto concentración, en toda mi vida. Pero lo que me dio más puntos fue que, en una jugada casi al límite de tiempo de la primera parte y cuando los verdes con Forteza a la cabeza iban ganando tres a cero de forma aplastante, y el propio Forteza llevaba el balón controlando a quién pasarlo quién sabe si para marcar un cuarto gol y dejar el partido sentenciado, aparecí yo con toda la rapidez y picardía que supe ponerle en aquel momento, y le robé el balón. ¡Si señor! Le robé el balón al chulito, al macarra del fútbol del cole, a la bestia parda a quien todos temían, y me lancé a una carrera que resultó imparable, driblé a dos incautos defensas que, claro, no habían hecho prácticamente nada en todo lo que iba de partido, y no se esperaban ni por un asomo aquella jugada.

Estaba tranquilo, os lo aseguro, estaba tan concentrado, tan enfocado en marcar ese puto gol que todo lo que hice fue parar medio segundo, muy poco, mirar bien dónde estaba en ese momento el portero, que había salido corriendo a intentar bloquearme, porque ya digo, allí se habían quedado todos como paralizados, y con la mayor tranquilidad elevé la pelota por encima de él en una vaselina que se coló en la portería sin que ninguno pudiera hacer nada.

Ahí recuperé mis sentidos que parecían haber funcionado solo para marcar ese gol, y pude escuchar un grito al unísono de todo mi equipo, que vino a echarse encima de mi como una piña, y una salva de aplausos de los pocos que estaban observando el juego, entre ellos el entrenador.

El equipo de los verdes se quedó como atónito y solo recuerdo, cuando salí por fin de debajo de la piña, que Forteza iba con toda su parsimonia con el balón en la mano hacia el centro del campo para continuar el partido. Lo dejamos tres a uno a la mitad del partido, pero lo importante es que alimentamos la esperanza de remontar y quién sabe si empatar o ganar. Al final, ese tanto no sirvió de mucho, porque se reorganizaron muy bien después del descanso, y ahí el entrenador estuvo muy bien, le escuchamos los dos equipos, a ver, era el mismo conjunto al fin y al cabo, y nos dijo que ese era el momento más importante porque yo había mostrado el punto débil del competidor, que no había sabido garantizar la defensa atrás, y que un buen jugador, uno solo, supongo que lo decía por mí, podía dar la vuelta al marcador.

El partido acabó cuatro a dos, muy meritorio para los dos equipos, y una lección muy interesante de fútbol, pero yo no estaría aquí dándome la paliza a escribir solo para contar un lance de fútbol de niños de colegio, lo que éramos, y como uno más de las miles de jugadas de partidos que habéis visto en televisión, porque ahí no se ve otra cosa ¿o sí?

No, no quiero hablar de fútbol, quiero hablaros de Forteza porque es lo que me manda la memoria, me trae una sonrisa al cuerpo, y algo más de alegría ahí. Sí, ahí. Ahí abajo.

Después del partido nos fuimos todos a las duchas. Era lo habitual, aunque recuerdo que todavía éramos muy comedidos con estar desnudos en los vestuarios. Las duchas tenían cortinas y casi no nos veíamos desnudos porque salíamos de ellas ya con la toalla puesta y luego sentaditos nos poníamos los calzoncillos rápido, así que ver carne, lo que se dice ver, observar, contemplar, veíamos muy poquito.

Aquel día del partido me quedé de piedra cuando, justo después de la ducha y antes de que me fuera a ponerme, recatadísimamente, los gayumbos, Forteza vino hacia mí, completamente desnudo, pasándose la toalla por la cabeza, y con la polla, aquella preciosa polla colgando majestuosa entre sus huevos y sus piernazas, para hablar conmigo.

  • Muy buena tu vaselina antes del descanso.
  • Gracias.

Me ruboricé porque el machote, el más popular del fútbol del colegio, el mejor jugador, viniera a saludarme y nada más y nada menos que a felicitarme. Y no pude evitar quedarme mirando, contemplando, por un instante, todo aquello que le colgaba. No era grande así que dijéramos un pollón, pero era blanco, muy blanco, con un capullo también muy blanco, con bastante pelo púbico aunque las piernas eran totalmente lampiñas, ni tenía más pelo en el pecho o que yo viera en el cuerpo, salvo quizás bajo los brazos. Creo que la polla se me empezó a poner tiesa sin que yo lo pudiera controlar. Eso que había hecho Forteza era totalmente excepcional, pero por otro lado, además de que él podía hacer lo que le viniera en gana, era lo más natural entre chicos jóvenes que acaban de jugar un partido juntos.

Me tapé disimuladamente con el calzoncillo que estaba a punto de ponerme y vi perfectamente cómo Forteza, con una media sonrisa muy pícara se pasó la toalla por ahí abajo como para secarse los huevos.

  • Estaría genial que te eligiera el entrenador para el partido y pudiéramos jugar en el mismo equipo.
  • ¡Claro! Yo estaría encantado.

Como si me estuviera viendo en un espejo, seguro que estaba colorado, con las mejillas rojas que le ponían a la Heidi en los dibujos animados.

Con la misma pachorra y sin dejar de secarse el pelo con la toalla, se giró y volvió a su banco, mostrando un culo perfecto. Redondo, fuerte, el culo de un chico joven fuerte y guapo.

El colegio estaba situado en una zona que hace sólo un par de décadas eran las afueras de la ciudad, y todavía tenía muchas pequeñas naves industriales y talleres alrededor. Yo vivía en un barrio muy popular justo al otro lado de esta zona, y aunque no era lo más recomendable porque estaba muy oscuro y precisamente en aquella época estaba todo muy chungo con lo de la droga, yo atajaba por estas callejuelas en vez de ir por las calles principales porque ahorraba un cuarto de hora como poco y además había menos coches y ningún semáforo.

Por allí tiré cuando salí del colegio después del partido y al torcer la segunda calleja, bien visible debajo de una de las pocas farolas que había, con una pierna apoyada en la pared, la mochila en el suelo y fumando, estaba Forteza, ¡fumando él que presumía de ser un deportista! Claro, era la época que para parecer más macho no había mejor manera que fumar, lo de que fumar mata tardó veinte años en llegar.

Estaba claro que había ido a buscarme, si no qué hacía allí cuando raras veces me encontraba a nadie mucho menos a un compañero de colegio, pero ¿qué quería? Cuando llegué a su altura lo miré fijamente, me encantaron sus ojos verde aceituna, pero sobre todo la amplia sonrisa que me dedicó. Yo fui a darle la mano pero él se adelantó y me puso la suya sobre el hombro, que me apretó suavemente, como para hacer un ligero masaje. Yo me dejé hacer sin dejar de mirar alternativamente aquellos ojos y aquella sonrisa. Tiró el cigarrillo y lo apagó de un pisotón.

  • Pallarés, qué pasada de jugada que me has hecho hoy. No sabía que fueras tan bueno.
  • Ha sido un poco de chiripa.
  • Ya, ya, yo no lo creo. ¿Fumas?

Y me ofreció la cajetilla abierta. Camel, en aquella época era una pasta comprar estos cigarrillos, eran de importación.

  • No he fumado nunca.
  • ¿En serio? - riéndose de buena gana-. Bueno, siempre hay una primera vez para todo, chaval.

Cogí un cigarrillo, él otro, me lo llevé a la boca y con una mirada más penetrante si cabe que la de antes me puso el encendedor para que prendiera el cigarrillo. Esperó a que hubiera inhalado la primera calada y me dieran las inevitables toses para partirse de risa con ganas.

  • Ya le cogerás el tranquillo, Pallarés. Por cierto, ¿cómo te llamas? El nombre de pila.
  • Sergio.
  • Yo soy Antonio, Toni me llaman todos. Vives por aquí, ¿no? -yo asentí, con la mano con el cigarrillo, que no sabía qué hacer con él. Venga, te acompaño un rato.

Cogimos las mochilas y comenzamos a andar y enseguida noté cómo me rodeaba con sus brazos por encima de mi hombro. La verdad, me sentí halagado por estos detalles de quien era el chico más popular al menos de los de BUP.

  • ¿Y te gusta mucho el fútbol?
  • Sí, y también he jugado al balonmano, pero lo que más me gusta es el fútbol.
  • A mi lo que más me va es el boxeo -y se puso delante de mí a hacer unos pasos como si empezara a luchar conmigo, de hecho lanzó sus puños hacia delante aunque no llegó siquiera a rozarme-. Precisamente andaba por aquí porque quería entrenar un rato en el taller de mi viejo. Tiene un taller de coches por aquí, ¿sabes? Allí tengo un sitio donde entrenar algo cuando puedo. Oye, ahora iba para allá, ¿te vienes? Así te lo enseño.
  • No, no, me están esperando ya en casa.
  • Pero si son solo las siete, no seas nenaza, no me digas que tienes que estar en casa antes de la cena, como un crío.
  • No, no es por eso, es que ….- Me quedé sin razones, no podía decir que no, en cierto modo lo estaba deseando -. Venga, vale, pero no está lejos de aquí, ¿no?
  • A dos calles, ¡vamos!

El taller era una de esas naves pequeñas de esa parte del barrio, como el resto en callejuelas oscuras y en aquel momento que ya había caído la tarde casi totalmente desiertas. El taller ya estaba cerrado, parece que se dedicaba solo a chapa y pintura, debe ser que acababan pronto y a esa hora ya llevaba un rato cerrado.

Entramos por una puerta pequeña en un lateral de la nave, recuerdo lo oscuro que estaba y el penetrante olor a pintura en todo el sitio. Al encender la luz sonó como un muelle que se soltase, un chasquido y de golpe se encendieron un montón de tubos fluorescentes. Forteza, bueno, Toni, siguió caminando por el pasillo hasta una puerta también cerrada con llave, que abrió y accedimos a lo que parecía la oficina del taller, un espacio amplio pero destartalado.

Todos los muebles eran industriales, grises, como sin pintar, y una mesa metálica y también gris. Sentí frío, mucho frío.

  • Joder Forteza, Toni, perdona, ¡qué frío hace aquí!
  • Sí, cuando se van cortan estufas y ventilan y esto se convierte en una nevera. Espera que enciendo la estufa.
  • ¿Y aquí es donde entrenas? -Yo no veía por ninguna parte nada que tuviera que ver con ese deporte, con ningún deporte-.
  • Ah, sí, mira, entreno con este punch ball -y sacó de detrás de un armario uno viejo que parecía bastante baqueteado. Empezó a darle caña y en un momento me dijo “Venga, prueba tú”.

Yo no tenía ni puta idea idea de darle golpes a uno de esos chismes, le di un puñetazo y casi ni se movió, y entonces se puso detrás de mi y guiándome con sus brazos me fue diciendo cómo darle con fuerza y más importante cómo sincronizar los dos brazos para mantener la bola en danza.

  • Voy a por un piti, ¿quieres?
  • No, paso, me sienta mal.

Y me volví a mirarlo cuando venía hacia mi, se encendió el piti y, con la mayor naturalidad, se tocó el nabo por encima del chándal que vestía. El bulto se notaba bastante, y no pude evitar quedarme mirándolo fijamente.

  • Con el ejercicio me caliento, ya ves… -Y probablemente como tenía ya preparado - Antes te quedaste mirándome la polla con igual cara de embobao.
  • ¿Qué dices? ¿Cuándo?
  • En el vestuario, no le quitabas ojo a mi rabo cuando fui a felicitarte.

No pude evitar ponerme nervioso. ¿Y si este tío estaba mosqueado y lo que quería era darme una somanta palos? Balbuceé.

  • No, Forteza, tío, es que, mira, yo, no sé en qué estaría pensando, me extrañó que vinieras y …

Sin mediar ni una sola palabra más, ¡zas! se sacó la polla por encima del chándal y se quedó allí fumando, y con la polla bien morcillona fuera.

  • Mira todo lo que quieras, Sergio, ¿qué problema hay? Yo estaba en pelotas porque quería, ¿por qué no me ibas a mirar? ¿Por qué no me vas a mirar ahora? Tú también estabas en bolas, y yo intenté ver cómo es ese aparato, pero estuviste muy remilgao ahí sentadito con los gayumbos tapándolo.
  • Jo, Forteza.
  • Que me llamo Toni.
  • Sí, Toni, es que algunas veces me da corte despelotarme ahí delante de todos.
  • Ni que tuvieras algo diferente de los demás. Venga, a ver, sácatela.
  • ¿Aquí?
  • Claro, dónde va a ser, venga, sácala que quiero verla, ¿no estás tú viendo la mía?

Joder, este tío parecía tener razones para convencerme casi de lo que quisiera. Yo iba más formalito, con mis vaqueros ajustados, y la operación de sacarla no fue tan directa. Primero desabrochar el botón del pantalón, luego bajar la bragueta, luego tirar del calzoncillo que estaba allí bien apretadito. Lo hice nervioso, para qué os voy a engañar, pero lo hice, y salió la polla con un buen empalme.

Miré a Forteza, bueno, a Toni, ruborizado, y ahí seguía él fumando, con la polla fuera, pero ahora empalmada y bien tiesa. Me miraba fijamente la polla, vaya si la miraba. Dio una calada fuerte, y se vino hacia mí y sin dejar de mirarla, me agarró la polla fuerte.

Yo ya me masturbaba desde hacía unos años pero no me había metido en ningún juego con otros chicos, y con chicas casi ni me hablaba. Era un colegio de curas, allí solo había tíos, y a mi todavía no se me había despertado ese ansia sexual de ir a ligar a los colegios de monjas. Sí sabía por mis amiguetes que algunos, bueno, muchos, se lo montaban entre ellos en plan pajas en grupo, qué te voy a contar, si tú eres un hombre seguro que lo has vivido. Pero en aquel momento, con mis quince años, yo todavía no había entrado en ninguno de esos juegos, me daba verguenza. Pero esto no era un juego, esto estaba planificado y si os soy sincero, me acojonaba. Pensé qué pretendía, ¿lo haría para cachondearse de mi? Pero, ¿a quién se lo iba a decir? El había comenzado el juego, él me había provocado, ¿Y yo me iba a cortar justo en ese momento?

Lo que vino después me confirmó que Forteza, Toni, iba a por todas, me miró fijamente y me dio un morreo primero con una suavidad exquisita pero luego con fuerza, con todo el deseo, metiendo lengua. Para un chaval cortado, ya os he dicho que lo era, y mucho, todo aquello era como pasar de ir en bicicleta a montarte en un cohete espacial.

A partir de aquí solo recuerdo placer, un enorme placer que fue dominando al miedo y al nerviosismo. A mi me dio igual que fuera un chico, un hombre, un tío, con quien me estrenaba en esta locura que es el sexo. ¿Quién a sus quince años se planteó eso de la orientación sexual? Además ese chico me gustaba, sí, me gustaba y ya puestos a estrenarme con quién mejor que con él. Lo admiraba, se lo estaba currando y yo me lancé a disfrutarlo. Besaba como los ángeles, o como un demonio, que a fin de cuentas es o fue un ángel.

Dejadme que os cuente más detalles, me ayuda a recordar, aunque comprenderé que no os sintáis cómodos o aun peor que os desagrade. Pero quizá también os excite, os estimule. A vuestro gusto.

Besaba como un puto ángel, y me tenía agarrada la polla, pero en un instante sin yo decir nada, se arrodilló y se la metió en la boca. Sí, ¡se metió mi polla hasta el fondo! Y apretó la lengua, sus labios, todo, contra la polla. Yo no lo me podía creer, el placer fue brutal, y sin saber qué hacer con las manos me mantuve allí mirándolo, con las manos apoyadas contra la mesa metálica, y mordiéndome el labio para no gritar, tan enorme era el placer que sentía.

Por un instante se la sacó de la boca, y tiró para abajo de pantalones y calzoncillos hasta que los tuve por los tobillos, y continuó la mamada hasta que yo perdí el control y sin tener tiempo para decirle nada, me corrí en su boca.

Me puse rojo como un pimiento, pensé que me iba a moler a palos, allí mismo, pero no, sencillamente se incorporó, volvió a ponerme esa sonrisa pícara y cautivadora, y me plantó un morreo, con mi propio semen todavía en su boca, que me supo sucio, extraño, salado, pero infinitamente vicioso, morboso diría ahora. Se separó me miró otra vez con su infalible sonrisa y

  • Ahora te toca a ti - mientras me empujaba con suavidad hacia abajo.

¿Cómo iba yo a decir que no, después de su magnífico trabajo conmigo? Me puse como él, se bajó de un tirón toda la ropa hasta los tobillos, y antes de meterme el nabo en la boca no pude evitar decirle

  • Yo no he hecho esto nunca
  • Es muy fácil, abre bien la boca y echa mucha saliva, y ten cuidado con los dientes.

Intenté hacer como dijo, abriendo bien los ojos para ver aquel mástil tan bien hecho. El me fue guiando suavemente agarrándome de la cabeza.

  • Así, muy bien, muy bien, como un caramelito, dale saliva, así, así. Joder, vaya si aprendes rápido -mientras me sujetaba la cabeza con su polla entera en la boca, tan adentro que me produjo una arcada.

Para mi sorpresa yo me había vuelto a empalmar, lo que es la juventud, hay testosterona para dar y tomar. Y es que de eso iba todo aquello, de dar y tomar. Al cabo de unos minutos, la verdad no muchos, hizo que me incorporara y para mi sorpresa se volvió a meter mi polla en la boca. Pero ahora noté algo más, me estaba tocando los cachetes del culo, separándolos, todo con mucha suavidad, hasta que noté sus dedos hurgando alrededor de mi agujero. Pegué un pequeño respingo, dejó de chuparla y me miró otra vez con esa sonrisa de puto seductor, se metió el dedo corazón en la boca y lo lanzó directo hacia mi hoyo.

  • Tranquilo que te va a gustar, te lo prometo.

Yo me quedé paralizado

  • Pero, oye, qué haces ahí.
  • Tranquilo, es solo un dedo -y haciendo fuerza lo introdujo un poco más justo a la vez que se volvió a meter la polla en la boca
  • Joderrrrr -no pude evitar soltarlo, tal era el placer que estaba sintiendo.

Eso sí me derritió, me abandoné a esas nuevas sensaciones, mientras él siguió entrando, hurgando y comiéndose todo aquello con absoluto deleite. Me podría haber corrido en ese mismo instante si él hubiera continuado, pero no, tenía otros planes. Se levantó y ya con otro tono, más seco, casi como dándome una orden:

  • Venga, quítate todo.

El también se desnudó por completo, allí estaba en toda su gloria de su cuerpo muy bien formado, grande para su edad, para sus dieciséis años, y se fue hacia los armarios. Empezó a rebuscar, oía ruidos metálicos como de latas y destornilladores o lo que fuera. Y por un momento pensé qué sería de nosotros si apareciera alguien por el taller. Por fin encontró lo que buscaba, vi que venía hacia mí con una lata azul en la mano. ¿Qué era eso? Tampoco me dio mucho tiempo a pensarlo, ya estaba a mi lado, sobando mis cachetes y untando algo en mi agujero. Me giró un poco para poder untarlo mejor, y yo esperaba que volviera a comerse mi polla, pero no, se concentró en mi culo. Me di cuenta en ese momento y me entró el pánico, me retiré, me separé de él y me puse con el culo contra la mesa.

  • ¿Qué pretendes, Forteza?
  • Quiero follarte. Y llámame Toni de una vez, joder, que estamos aquí totalmente en bolas los dos.
  • ¿Me quieres dar por el culo? Pero tío, tú estás loco. ¡Eso duele!
  • Que no, chaval, Sergio, que no. Yo te prometo que lo vas a flipar.
  • Pero, pero… ¿es que tú ya lo has hecho?
  • Ya me lo han hecho, sé de lo que estoy hablando.
  • ¿Y esa lata qué es?
  • Vaselina.
  • ¿Pero qué eso, eso que usáis en el taller? ¿De la que usáis para los coches?
  • A ver, Sergio, ¿tú me crees gilipollas? Es la que usamos para esto y solo para esto.

¡Así que él ya lo había probado, si no había entendido mal ya se la habían metido a él! Y además, ¿la vaselina que usamos? ¿Él y quién más? Volvió a mirarme con esa sonrisa que me derretía, y se acercó y me plantó uno de esos morreos lentos y profundos, y mientras me separaba de la mesa me soltó:

Tú me diste una vaselina hoy hace un rato, ahora te pongo yo otra, así quedamos en paz.

En nada ya estaba dale que te pego masajeando allí atrás. Qué queréis que os diga, era más placer, raro, extraño, pero placer y mucho.

A partir de aquí noté más determinación por su parte, no imposición, pero sí impaciencia y un poquito de ganas de dominar, pero todo con la máxima suavidad.

Me giró por completo hasta que quedé mirando a la mesa y sin sacar su dedo del culo, con la otra mano me empujó suavemente la espalda para que me agachara más, y al poco me vi con los brazos flexionados, el pecho contra la mesa y el culo bien en pompa. No contento con eso, y sin parar de meter y girar el dedo ahí dentro, me levantó la pierna derecha para que la pusiera flexionada encima de la mesa. Ya me tenía como él quería, ya me había puesto en posición para la enculada. Sacó el dedo, escuché la tapa de la lata, y, separando con una mano los cachetes, me soltó una nueva ración de crema y más presión ahora. Me estaba abriendo más y yo me estaba dejando aunque solté alguna queja, pero él siguió a lo suyo. Rápidamente me acomodé a aquello, serían dos o quién sabe tres dedos metidos en mi culo, y el placer volvió, si acaso se incrementó porque noté que rozaba cosas ahí dentro que me volvían loco.

De todos modos no duró mucho, porque justo después noté una presión similar pero poco a poco se iba haciendo mayor. Y eso no podía ser otra cosa que su polla. Forteza, bueno, Toni, estaba comenzando a penetrarme. Me puse nervioso, levanté la cabeza, me incorporé levemente y con suavidad pero fuerte, Toni me empujó y siguió la penetración. Hasta que me dio un dolor intenso, me dolió mucho, y grité.

  • ¡Me duele! ¡Sal tío, sácala, que me duele!
  • Tranquilo, se pasa rápido. Respira profundo, no te muevas, no la saco que sería peor.

Acompañaba esas palabras dichas con toda naturalidad, con caricias, ahí sí las distinguí, con la yema de los dedos sobre mi espalda. Y le seguí la corriente, intenté relajarme, respirar profundo, y el dolor fue desapareciendo. Hasta que noté que la resistencia de mi culo cedía y poco a poco pero ya sin obstáculo, la polla de Forteza, joder, Toni, me llenaba, se clavaba dentro de mi, hasta que noté sus piernas chocar contra mis cachetes.

Ahí cambié yo el registro, ya no me quejaba, ya no respiraba si más. Empecé a gemir.

El primer gemido era lo que estaba esperando para empezar a moverse ahí dentro, y es lo que comenzó, un suave vaivén que me removió un poco por dentro.

Si durante la primera parte había sentido placer, ahora no solo se multiplicaba, sino que se convertía en una experiencia totalmente nueva con mi cuerpo. En sensaciones que nunca imaginé que se pudieran sentir. Los gemidos fueron irreprimibles. Me abandoné a las sensaciones de esa polla ahí dentro y eso fue la espoleta para que el vaivén de Forteza se convirtiera en un auténtico bombeo.

Ya no había lugar a la ansiedad o a la represión, ya era el placer por el placer, y comencé a moverme al unísono con Toni, empujando hacia él cuando me embestía, y sin reprimir ni uno de los gemidos. Y Toni tampoco reprimía los suyos porque empezó a gruñir con deleite.

  • ¡Qué culo! ¡Qué rico que estás!
  • Tenías razón ¡es para fliparlo! ¡No pares!

¿Cuánto tiempo estuvimos así? No hay tiempo ni medida en el paraíso, aunque siempre te acaba pareciendo demasiado breve, parece que todo ese placer se pasó en un suspiro.

Y llegaron las corridas. Simultáneas. Él dentro. Yo sin tocarme, algo que no he vuelto a experimentar.

Se quedó tumbado encima de mí, jadeando, y a mi me gustó el calor, el sudor, su respiración, su aliento, el olor a hombre. Pero también enseguida volvió el miedo, ¿y si entraba alguien? Peor, ¿y si allí había alguien más? Joder, ahora sí que nos metían en un correccional. Y toda la pringue, el culo pringoso, la polla chorreando semen. Le empujé. Lo hice con fuerza, quería salir de allí, salir corriendo, ¿me estaba arrepintiendo de todo lo que había pasado?

El también se mostró diferente, ya no repitió la sonrisa demoledora, me pareció triste. Aunque me abrazó por un momento ya no sentí la caricia, el beso, o la palabra reconfortante.

  • Me tengo que ir.
  • Claro, claro, yo también.
  • ¿Tienes algo para limpiarme? Me noto guarrísimo.

Sacó de entre los cajones un rollo grande de papel, me dio un buen tirón del rollo y me limpié un poco como pude.

  • Espera, no lo tires ahí. Déjalo, yo lo tiraré después.

Ay, todos los detalles prácticos, el bajón del sexo furtivo, para mi, con mis quince años, prohibido.

Aunque él se ofreció no dejé que me acompañara a casa, me despedí en la puerta del taller y según caminaba a casa, el amasijo, el embrollo de sensaciones, miedos, placeres, sorpresas, todo se fue convirtiendo en un recuerdo. Asumí mi rol, asumí mi responsabilidad por lo que había pasado. No lo esperaba, no sé si lo quería, pero no lo rechacé, y lo disfruté. Vaya si lo disfruté. Mi primera experiencia, ¡y qué experiencia! ¿Que fue con un hombre? Toma, como una gran parte de los chicos de mi edad. Y porque éramos de ciudad, que si no habríamos comenzado muchos con un cabra o con una oveja. Ahora, después de todo este tiempo y que todo esto inevitablemente se ha convertido en un recuerdo lejano, lo veo todo con más cariño. Hacia mi y hacia Toni. El buscaba placer, y dar placer, y conmigo consiguió las dos cosas. Además en cierto modo fue un maestro.

Después, mucho después, me asaltó la curiosidad por saber, por preguntarle, de dónde había sacado todos esos trucos, todos esos detalles de amante experto que demostró en aquel rato, no solo para que me sintiera cómodo sino también para hacerme gozar como lo hice. El arsenal de besos, caricias, toqueteos, morbo que supo impregnar a todo aquel momento desde el principio es algo que, mucho tiempo después, me sirvió a mi mismo, y todavía tengo la curiosidad por saber cómo un chaval de solo dieciséis años podía conocer y manejarlos con tanta soltura.

Volví a hacerlo con un hombre solo después de muchos años, y después de probar y debo decir que de aprobar con buena nota el sexo con mujeres. Me casé con una, sigo casado, tenemos niño y niña. Un matrimonio feliz, hasta ahora al menos.

Sobre tener sexo con otro hombre, si tú lo eres y no lo has probado, bueno, tú te lo pierdes. No esperes como muchos que he conocido a que un médico te meta el dedo por el culo, o a probar con un juguetito de esos que ahora incluso encuentras en máquinas expendedoras por la calle. Si te surge un Toni, mejor en la adolescencia o en tu juventud, lánzate, no te arrepentirás.

Te lo digo yo que sé de qué va la historia… Soy urólogo, sí, de esos que te mete el dedo por el culo cuando llegas a una edad, y a quien le vas a contar tus problemas, y muchas veces tus frustraciones, cuando algo de ahí abajo no funciona como debiera.

¿Y Toni? Lo vi pocas veces después, y no me prestó, al menos que yo lo notara, ninguna atención. Yo dejé el fútbol en el colegio. Empecé a ir a natación y cuando volví al colegio después de las vacaciones, para empezar el tercero de BUP con mis dieciséis años, no di con él. Cuando pregunté por él en su curso, que sería el COU de esa época, me dijeron que ese año no había aparecido. Nadie sabía de él.

Hasta que hace unos días un compañero de esos años me llamó por teléfono a casa, quién sabe cómo lo consiguió. Me dijo que iban a intentar juntarnos a todos los de nuestra edad, de dos años arriba o abajo, para celebrar que habían pasado 25 años -y que habíamos sobrevivido. Quedó en pasarme la lista de otros compañeros por correo electrónico.

Correo que ha llegado hoy. Y Toni, Antonio Forteza, está en la lista. Después de 25 años, podría volver a verlo. Si eso finalmente sucede, lo contaré. Lo prometo.