Las Diablas de Carla
Ballbusting.
- ¡El siguiente producto viene directo de Francia. Quince años, sin estrenar… la puja empieza en cincuenta mil!
Gritaba el subastador dando paso a una asustada chica que caminó por una pequeña pasarela hasta colocarse bajo el haz de luz del único foco que había en la oscura sala, la cual era inmensa ya que se trataba de una nave de un escondido polígono industrial. La joven, completamente desnuda, apenas podía distinguir la silueta de los hombres que pujaban por ella simplemente pulsando un botón.
- ¡La puja está en doscientos mil. ¿Alguien ofrece doscientos cincuenta mil? Vamos señores, os aseguro que su tacto se la pondría dura hasta a un eunuco! – dijo mientras le apretaba las suaves nalgas a las chica, sintiendo como su pene engordaba automáticamente.
A continuación, mientras aumentaban las pujas su mano también ascendió por la cintura de la francesita hasta acariciar el lateral de uno de sus senos. En pleno gozo, sintió un repentino pinchazo en la entrepierna, inmediatamente se quedó sin respiración y lo invadió un repentino dolor de vientre. La asustada chica vio como el subastador se arrodillaba de repente, se fijó y solo tenía ojos para la sangre que comenzaba a manchar su pantalón, por lo que no podía identificar el objeto que lo había herido, ni mucho menos de donde había venido.
El hombre si pudo identificar el objeto, aunque no daba crédito a lo que veía, ya que se trataba de un shuriken, más conocido como estrella ninja, clavaba horizontalmente en su cuerpo. Sin poder pensar y cada vez menos aire y más sangre en el pantalón, abrió la raja que había hecho el arma arrojadiza en su pantalón. Lo último que vio antes de desplomarse inconsciente fue su escroto caer con ambos testículos dentro, acompañado de media polla aún semierecta.
La chica huyó corriendo a la habitación contigua de la que había salido y donde estaban las demás chicas que serán subastadas. El desconcierto reinó en la sala hasta que alguien encendió las luces y por fin detectaron a los intrusos, o más bien, a las intrusas. En las alturas, sobre una especie de puente metálico que atravesaba la nave donde se estaba celebrando la subasta, había una mujer junto al inconsciente cuerpo del hombre que debía vigilar esa zona. Abajo, justo en la salida, observaron a otra mujer.
- Ustedes dos, subid arriba, vosotros traedme a la de la puerta y ustedes dos vigilad la mercancía que es lo más importante. – ordenó un hombre enchaquetado, quien parecía estar al mando. – ¡Sin armas! Si no las magulláis mucho tal vez tengamos dos productos más. – bromeó el hombre tras ordenar a sus gorilas que no usaran sus pistolas.
Los dos que subieron al puente se encontraron con Julie, una chica asiática de aspecto nada intimidante. A pesar de su aspecto de colegiala, era quien había castrado al subastador con suma facilidad desde una gran distancia. Con estos podía hacer lo mismo, pero Julie tenía ganas de sudar un poco, por lo que en cuanto vio a los hombres corriendo hacia ella, hizo lo mismo. Los tipos cargaron sus puños pero a apenas un metro vieron como Julie se deslizó y pasó entre las piernas de uno de ellos, que se inclinó para agarrarla pero al no esperar el movimiento estuvo demasiado lento. Sin tiempo para lamentarse notó el puño de la chica golpearle en la parte baja de los testículos, con suma precisión a pesar de estar en pleno deslizamiento. Un escalofrío recorrió el cuerpo del hombre mientras se arrodillaba rezando porque su jefe no haya visto lo ocurrido.
Su compañero en vez de esperarlo, sacó una navaja y empezó a lanzar puñaladas a la chica, que a pesar del peligro las esquivaba con facilidad. Aún así no quiso arriesgarse y en cuanto pudo le dio tal patada giratoria en la cabeza que lo tiró del puente. Su compañero, solo y aún con dolor de huevos, desobedeció la orden de su jefe y sacó la pistola. Apuntó a la chica pero antes de que apretara el gatillo esta pateó el arma y lo desarmó para finalmente terminar la pelea con un puñetazo al rostro. Sin embargo, con más suerte que habilidad, el hombre consiguió detener el golpe con un acto reflejo, lo que aprovechó para agarrar a la chica.
- Peleas bien para ser una mujer. – dijo el tipo mientras la levantaba en peso con la clara intención de hacer lo mismo que ella había hecho con su compañero.
Pero antes de hacerlo, Julie lo pateó en la entrepierna con sus botas de punta de acero. El tipo gimió y casi la suelta, pero en un alarde de orgullo se esforzó por lanzarla a pesar del dolor, pero solo consiguió recibir una segunda patada aún más fuerte que ya no pudo resistir. Soltó a la joven y cayó en posición fetal, gimiendo de puro dolor.
- Pues tú peleas como todos los hombres. Y has acabado igual que todos. – le dijo la chica mirando como agarraba su entrepierna patéticamente.
Al mismo tiempo que transcurrió la pelea de Julie, los dos hombres que fueron hacia la salida, se encontraron Tiffany, una bella mulata de ojos verdes, aunque con cara de muy pocos amigos. Además de sus bonitos ojos, destacaban unas piernas fuertes y unas tetas de talla considerable. A pesar de su 1,75 metros de altura, esos tipos le sacaban una cabeza, aunque ni estando en superioridad numérica se confiaron y fueron por ella con todo. Al primero que le vino le golpeó violentamente la tráquea con la punta de los dedos, lo hizo rápidamente para esquivar el ataque del segundo, que tras la esquiva no vio venir la patada en la espalda que lo derribó. Viendo a uno totalmente inconsciente y al otro levantándose torpemente, Tiffany se dio cuenta que solo eran unos aficionados, puros musculitos sin habilidad alguna. Así que con el que todavía estaba consciente decidió divertirse un poco.
- Negra de mierda, te voy a reventar. – gruñó el tipo volviendo a la carga.
Pero para su desgracia, Tiffany esquivaba sus patéticos golpes con facilidad y le devolvía puñetazos durísimos que el tipo apenas veía venir. Viendo que la situación le superaba, el matón sacó la pistola que guardaba en su pantalón, pero la mujer se la quitó y la lanzó lejos con facilidad. Tiffany se estaba divirtiendo, pero no quiso perder más tiempo de la misión y decidió acabar con el juego: tras esquivar otro inútil golpe, le asestó un gancho en que casi le desencaja la mandíbula y que, por supuesto, lo tumbó.
El varón estaba noqueado, pero como aún estaba consciente la mulata quiso asegurarse de no se levantaría a por su pistola. Mareado y totalmente desorientado, vio (o más bien sintió) como la chica le agarraba los tobillos y levantaba sus piernas formando una uve, para rápidamente dejar caer todo su peso sobre su rodilla, que se clavó justo en el centro de dicha uve. En su rótula notó el inconfundible tacto de los testículos de su adversario, aunque Tiffany tenía más información:
- Lo que han reventado han sido tus huevos, querido. – le dijo la chica con una sonrisa, consciente de la efectividad de su perfeccionada técnica con la que todo su peso aplastaba los expuestos testículos contra el huevo púbico del varón.
Dejó al tipo asimilando su nueva condición sexual para continuar con la misión.
Por otro lado, los dos tipos que mandaron a vigilar la mercancía, es decir, las chicas, se encontraron con Sabrina, cuyo objetivo era liberar a las secuestradas lo más rápido posible. Ella era caucásica, rubia de ojos azules y cuerpo escultural. Los hombres no sabían si reír o sacarse la polla para hacerle un bukake, aunque tratándose de trabajo no bromearon y decidieron reducirla cuanto antes.
- Yo me encargo, tú vigila bien la mercancía. – dijo uno caminando con seguridad hacia Sabrina, que lo esperaba con una sonrisa.
- Contigo ganaremos un más de un millón, encanto. – le dijo el tipo que ya pensaba en venderla.
- Lo único que vas a ganas es un millón de golpes. – respondió ella con confianza.
Mientras tanto, el otro tipo observaba impaciente, con unas doce adolescentes desnudas detrás de él y en posición de combate por si tenía que ayudar a su compañero, aunque la chica no parecía ninguna amenaza. No podía dejar de mirarla, le parecía preciosa, no podía esperar a verla desnuda. Estaba tan concentrado, que no se dio cuenta de que una de las adolescentes se colocó tras de él y, con toda la furia y el dolor acumulado, le pateó los huevos desde atrás. A pesar de su pie completamente desnudo, el hombre cayó inmediatamente y no pudo hacer nada para evitar que las chicas lo desarmaran.
Mientras esto pasaba, Sabrina ya había tumbado a su oponente y estaba sobre su pecho, machacándole la cara. Cuando el tipo parecía estar noqueado, se las ingenió para sacar un táser. Por suerte Sabrina consiguió agarrarle la muñeca antes de que el arma eléctrica alcanzada uno de sus senos. La chica tragó saliva consciente de lo que hubiera supuesto recibir la descarga de ese malnacido, sin contar el daño que le hubiera hecho en la teta. No obstante, el tipo no se rindió y usó ambas manos para acercar el táser al pecho de la chica. Pero esta, en vez de hacer lo mismo, prefirió aguantar un poco con una mano, mientras echaba la otra atrás de sí, donde encontró los testículos de su oponente. Apretó y retorció sin piedad.
A los pocos segundos el tipo no tenía fuerzas ni para apretar el botón del arma, la cual le quitó Sabrina con facilidad. El dolor testicular era insoportable, pero lo fue aún más cuando la rubia usó su propio táser en sus pelotas. la sensación de ser electrocutado en los testículos fue algo así como meterlos en una batidora a toda potencia.
- ¡Ups! Eso no debe de ser muy bueno para la fertilidad. – bromeó Sabrina mientras el tipo babeaba totalmente rígido aún con convulsiones.
Pero la chica no se quedó ahí y le bajó los pantalones y la ropa interior para repetir la acción pero esta vez viendo como los testículos se agitaban con cada chispazo. Esta vez no paró hasta que el hombre perdió el conocimiento y vio como los genitales del tipo emanaban humo.
Finalmente se dirigió al tipo al que las chicas habían reducido, que aún seguía bajo los efectos de la potente patada.
- Como este lo habéis sometido vosotras, creo que es justo que hagáis con el lo que queráis. Solo permitidme una apreciación, no creo que vosotras debáis estar desnudas y el vestido. – dijo Sabrina insinuando que lo desnudaran para aumentar la humillación de lo que fueran a hacerle.
Dicho esto, el tipo no pudo hacer nada porque doce chicas deseosas de venganza lo desnudaran y le golpearan cuanto quisieran. Solo veía tetas y coños, pero lo que sentía no se correspondía para nada con las bonitas vistas. Solo sentía todo tipo de golpes en la cara, pisotones en los testículos, patadas en el costado, uñas clavadas en el pene, tirones en los testículos….
- Veo que se están divirtiendo. – dijo Julie apareciendo junto a Tiffany.
- Sí, y vosotras?
- Un poco aburrido, demasiado fácil…. – dijo la joven mulata con su habitual actitud pasota.
- Pues yo nunca me canso de patear pelotas. Me basta con ver la cara de dolor que ponen para disfrutar como una niña. – dijo Julie con una sonrisa.
Al día siguiente, muy lejos del lugar de la subasta, las jóvenes guerreras se presentaban ante Carla, su jefa, para informar sobre el resultado de la misión.
- Me alegra ver que estáis de una pieza ¿Y ellos? – preguntó la exultante mujer con una sonrisa.
- Compruébalo tú misma. – respondió Sabrina extendiendo los brazos y abriendo un poco la bolsa que portaba, donde Carla introdujo una mano.
- Mmm muy bien…. ¿Cuántos? – preguntó la jefa.
- Pues… siete seguratas que había dentro, más los cuatro de fuera, los veinte pujadores y el subastador, hacen un total de sesenta y cuatro huevos. – informó Tiffany mientras Carla movía la mano entre los treinta y dos escrotos, los cuales habían limpiado y cosido para que los testículos no se salieran.
- Hay algunos cascados, otros un poco chamuscados…. – añadía Julie hasta que Carla la interrumpió.
- ¿Y El Coleccionista? – preguntó seriamente, aún con la mano nadando entre los suaves escrotos.
- Huyó como una rata en cuanto vio lo que estábamos haciendo con sus esbirros. – informó Sabrina con cierta vergüenza.
- Entonces todavía tenéis trabajo. – sentenció Carla con fuego en la mirada mientras apretaba los testículos más grandes que había encontrado hasta reventarlos.