Las desventuras de Virginia (1)

Epílogo / prólogo del destino de Susana y de los infortunios que acecharán a Virginia; la relación entre ambas es muy cercana, como veréis al leer el relato.

Susana

  • ¿A que no tienes ovarios?

Una sonrisa se dibujó en el hermoso rostro de Susana, permitiendo ver una perfecta hilera de blancos dientes.

  • Claro que los tengo – contestó divertida al teléfono.

  • Muy bien – era tal el barullo que se oía de fondo que la voz de Marcelo casi se confundía con él -. En una hora estoy ahí.

  • De acuerdo. Hasta luego.

Susana colgó el teléfono y volvió a sonreír dichosa: su plan iba viento en popa y no dudaba de que esta vez sí quedaría embarazada; todo había sido previsto: llevaba dos semanas sin tomar la píldora, era el momento perfecto de la ovulación y no había ejercido en ese lapso de tiempo. A la ilusión de tener un hijo se le añadía un ansia loca de sexo, de sexo fácil, al que se había acostumbrado desde que cayó en la prostitución. Rememoró el tiempo pasado: tres años yendo de hombre en hombre, de pene en pene, chupando, follando, sodomizándose…, tres largos años, pero hacía ya cuatro meses que había abandonado el hostal y se había podido establecer por su cuenta

Sin dejar de morderse una uña, sus ojos verdes recorrieron el apartamento: dos habitaciones, cocina, saloncillo y baño; un apartamento discreto en un edificio discreto de un barrio… poco recomendable, pero era suyo, y sus vecinos y vecinas podrían, sin duda alguna, compartir muchas vivencias con ella

Se levantó y se dirigió a su habitación; al dar a la luz, su figura se reflejó en la luna del armario ropero. Se observó con curiosidad: ciertamente los avatares de su trabajo no habían conseguido ajar la frescura de su belleza, pues seguía manteniendo la misma silueta que antes de prostituirse, aunque mejor alimentada…, ya no pasaba hambre. Sus pechos se sostenían lozanos, desafiando con descaro la gravedad, apuntando los pezones en la camiseta amarilla de tirantes que llevaba puesta y que contrastaba con el moreno que su piel había recuperado al acudir, de nuevo, a sus sesiones de rayos UVA. Igualmente contrastaba con ese bronceado un ínfimo pantalón corto, de color blanco, que permitía a la vista de algún afortunado, si lo hubiera, disfrutar de unas torneadas piernas y que, escandalosamente, se ceñía a su trasero respingón y a su sexo.

De cuclillas, empezó a rebuscar en los cajones; de vez en cuando echaba atrás una mecha de cabello caoba que, rebelde, insistía en caer sobre sus ojos. Evidentemente, aquello estaba repleto de ropa interior sexy: tangas minúsculos con abertura central, minúsculos camisones trasparentes, ligueros, medias de rejilla de variados colores…, todo aquello que, una vez ceñido a su cuerpo, dejaba a los clientes sin respiración y permitía un más que aceptable ingreso de dinero.

De pronto, paró en su búsqueda: "¡Qué coño!" – se dijo – "¡Como mi madre me trajo al mundo! ¡No es necesario nada más!", y, decidida, cerró los cajones y se dirigió a la cama.

Como si supiera lo que debía hacer, cogió un par de esposas que estaban encima del tocador y las engarzó en unos barrotes intermedios del cabezal de la cama; de allí, se encaminó a la puerta del apartamento y descorrió el pestillo: se aseguró de que se abriese sin ningún tipo de problema.

De nuevo en la habitación, procedió a desnudarse: en primer lugar, la camiseta, que dejó bamboleando libremente sus generosos pechos de rosados pezones; después, el short y las braguitas, que dieron paso a la eclosión volcánica de su carnoso, aunque quemado, trasero… Pasó las manos por sus nalgas con una leve mueca de disgusto: nunca se acostumbraría a su rugoso tacto… Se quitó la gomita que sujetaba el cabello y éste se esparció, negro rojizo, cubriendo sus omoplatos y cosquilleando con descaro sus senos. Se arrodilló sobre la cama y de la mesita de noche cogió un botecito de vaselina que comenzó a untarse alrededor y dentro del ojete de su culo, consciente de que a Marcelo siempre le gustaba penetrarla por ahí antes de descargar en el interior de su sexo.

Hecho esto, volvió a dejar el botecito en su lugar y cogió un pañuelo de cuello, de color rosáceo, que se anudó con fuerza sobre los ojos y, a tientas, buscó las esposas; sin dudarlo un instante, se las ató en sus muñecas: ahí estaba, totalmente denuda, ciega, encadenada a los barrotes de la cama y de espaldas al mundo

Se tumbó boca abajo a esperar; debía de faltar aún un cuarto de hora para que llegara Marcelo, pero quería que la encontrara ya dispuesta, preparada para el sacrificio. Sabía perfectamente lo que haría: la sodomizaría y, después, descargaría su semen en el interior de su cuerpo, regaría sus entrañas, enviaría a sus espermatozoides para que así ella pudiera concebir aquello que tanto anhelaba: un hijo.

Tumbada en la cama, pensando en todo eso, no pudo evitar el roce de la sábana en su rajita; empezó a menearse lo que le permitían las esposas hasta notar cómo se le humedecía el coño

Maika

  • Toma, los cincuenta euros.

  • Gracias, guapetón – sonrió Maika, mostrando unos enormes dientes amarillentos.

El hombre, un rechoncho calvo que rozaba la cincuentena, hizo ademán de irse, pero se volvió hacia ella:

  • Eres buena – dijo, apuntándola con el dedo -, pero, si yo tuviese esa tranca… no me cambiaría de sexo.

  • Tú eres el que no debe cambiarse de sexo – Maika se le acercó y, como era bastante más alta, lo cogió de la nuca y le hundió la cabeza en sus desmesurados senos a la vez que, con la otra mano, jugueteó en la entrepierna del sorprendido gordito -. Haces que me lo pase divino – susurró con voz cazallera a su oído – y quiero que me visites muchas más veces

Casi sin respiración, el hombre consiguió librarse del fuerte abrazo:

  • No te preocupes, putón – el tono fue cariñoso -. Aquí estaré para joderte como a una mujer.

Sin dejar de sonreír, Maika contestó:

  • Cuando quieras, león… uuummm – y se pasó la lengua por los labios -. Hasta pronto, tarzán.

  • Hasta pronto – el calvo empezó a descender por las escaleras.

Una vez dentro del apartamento, Maika se dirigió a su dormitorio, guardó el billete en una cajita plateada y se dedicó a hacer la cama. Después, ya en el salón, se sirvió una generosa copa de vodka y se sentó en un pequeño sofá, dejando a la vista unos hermosos muslos que la breve minifalda no conseguía ni por asomo cubrir.

Siempre que acababa una faena le daba por pensar en su pasado y en su futuro; su pasado se llamaba Marcos, un niño tímido e incómodo en su reducto masculino; un niño que envidiaba a las niñas, que deseaba sentirse femenina…, que, en la pubertad, buscaba la soledad y la lejanía de su familia solo para poder travestirse e imaginarse amada, querida, follada, dominada mientras se corría una y otra vez en las bragas de sus hermanas… Un joven que abandonó sus estudios, que opositó a lo que fuera, que consiguió ser funcionario y, a la vez, su ansiada libertad. A los veinte años, una página web le descubrió el mundo del transformismo y del travestismo…, no fue suficiente. Una suculenta herencia le permitió iniciar un programa de cambio de sexo, y en ello estaba: la voz con deje masculino, pero perdiéndolo; el vello, desaparecido; las caderas y el culo, torneados femeninamente; unas tetas que rondaban los 115 y una encrespada melena de rubio pálido que enmarcaba un rostro casi de mujer

De todos modos, faltaba el último paso: convertir su polla en vulva; todos sus clientes quedaban maravillados con aquella tranca que, orgullosa, se endurecía cual piedra cuando era penetrada por el ano; algunos le pedían, incluso, un 69, ansiosos de notar en su boca aquel portento que, además, expulsaba con enorme fuerza un caudal inmenso de semen. Pero su decisión era irrevocable: quería ser una mujer a todos los efectos, y poco le faltaba para conseguirlo.

De un trago, se acabó el vodka y miró su reloj de pulsera: faltaban cinco minutos para las nueve. Tenía hambre y se dirigió a la cocina. De la nevera sacó un paquete de pechuga fileteada, que le hizo la boca agua; buscó y rebuscó, pero en parte alguna encontraba el pan rallado que necesitaba: "¡Joder!", se dijo, "Vaya mierda..., paso de más bocatas."

Era domingo…, ¿a quién podría pedirle ese ingrediente? Ahí, de pie en la cocina, con el paquete todavía en la mano, pensó en sus vecinos: más o menos, todos eran unos impresentables, que se dedicaban a asuntos turbios. "¡Hostias, claro está!", sonrió, "La de debajo…, esa…, Susana, creo…, la puta… Es algo gilipollas, pero buena gente."

Con decisión, dejó el paquete de pechugas, cogió las llaves y, tras cerrar la puerta, se dirigió a las escaleras

Susana

Llevaba ya algo más de diez minutos tumbada en la cama; ya se había cansado de los meneítos que excitaban su clítoris, pero que no acababan de satisfacerla. Deseaba ser penetrada y pensó en Marcelo, el cliente al que había escogido para ser el padre de su vástago. Era el cliente más guapo que tenía, y era alto y musculoso: una buena elección, pues de ahí saldría un hermoso hijo…, de ojos claros, buen mozo, simpático y alegre… Así desvariaba Susana cuando oyó el timbre, y un agradable escalofrío recorrió todo su cuerpo:

  • ¡Entra, que ya sabes que está abierto! – chilló con todas sus fuerzas

Marcelo

  • Joder, macho…, son dos tías pijas, guapas y sus padres tienen pasta – la música a todo volumen de aquel local obligaba a José a elevar el tono de voz -. Quieren probar hombres maduros, y tú les gustas

Marcelo las miró: era cierto que sentadas ahí, a la barra, los observaban provocativamente.

  • Coño, tío… La verdad es que están muy buenas, pero son unas crías – les devolvió una sonrisa.

  • No seas imbécil – insistió José -. Quieren follar con hombres de verdad… es ahora o nunca.

  • Vale – se decidió Marcelo -. Envío un mensaje y voy a tu lado; ve abriendo camino.

Mientras José parloteaba con las chicas, escribió y remitió el mensaje: "Susana. No me esperes."

Maika

Aquella orden a voz de grito sorprendió a Maika; sin embargo, decidió obedecer y abrió la puerta.

  • Hola – dijo, con voz queda.

  • ¡No digas nada más! ¡Te lo prohíbo! ¡No quiero oírte! – seguía chillando aquella mujer - ¡Ven y haz lo que sabes hacer!

Intrigada, Maika se dirigió hacia la habitación en la que intuía que estaba aquella histérica. Atravesado el umbral, se quedó anonadada: allí, arrodillada en la cama, encadenada al cabezal, la puta le ofrecía su culo. Era impactante: sus piernas abiertas le permitían ver con total claridad los labios abiertos de su coño rasurado; ni siquiera la piel quemada y arrugada de sus nalgas impidieron que su pene engrosara y se liberara, rebelde, del tanga que llevaba puesto para marcarse, cual columna, en el tejido de su minifalda.

Susana

Susana no acababa de comprender por qué Marcelo tardaba tanto en abalanzarse sobre ella: ¿quizá ya venía servido? No, eso ahora no… Había previsto el momento con mucha antelación y no podía fallarle

  • Venga, mi amor… Húndemela en el culo, como a ti te gusta – habló, zalamera -, y, luego, atraviesa mi coño con tu espada.

A la vez, empezó a menear provocadoramente su trasero.

Susana y Maika

Recuperada de su primera impresión, Maika se deshizo instintivamente de su minifalda y de su tanga; la polla estaba dura, pero lo estaría más si algo se introducía en su ano… Vio un bote de colonia de forma harto semejante a un vibrador y no lo dudó; se lo metió en el ojete con fuerza y su verga aumentó el tamaño y espesor hasta casi reventar.

El meneo de aquel culo quemado la exasperaba y la ponía a cien; se arrodilló a su vez en la cama, cogió con furia los muslos de Susana y dirigió su potente instrumento hacia el reluciente y lubrificado agujero del culo.

Susana empezó a notar que el pene del que creía su Marcelo pugnaba, duro cual mármol, por introducirse en su ano y que, con tesón, iba agrandando su esfínter. Las manos que como garras atenazaban sus piernas se crisparon hasta conseguir que soltara un chillido de dolor, que se vio aumentado cuando aquella prodigiosa verga multiplicó el diámetro de su ojete.

  • Aaaayy…Oooooh – se debatía Susana, sudorosa ya y golpeteando con la coronilla el cabezal de la cama – Oooooh

Maika empezó a jadear, y se dejó caer suavemente sobre la espalda de la puta, hasta que sus tetas descansaron en ella; pronto se recuperó e, irguiéndose de nuevo, continuó su vaivén salvaje, fuerte y constante. Su pene entraba y salía de aquella hendidura mientras que, instintivamente, llevó una mano al coño de Susana y empezó a pellizcarle el clítoris

Las manos de Susana se agarraban a las cadenas de las esposas, su rostro se hundía en la almohada, el bamboleo de sus tetas hacía juego con el de las de Maika. Aquellos pellizcos en su sexo la hicieron mojarse más de una vez, pero algo, en su interior, la avisaba de que el amo de aquella tranca espectacular no era Marcelo… Tanto había apretado el pañuelo en torno a sus ojos que por mucho que se restregara la cara en la almohada, no había manera de liberar su vista. En el fondo, disfrutaba tanto que incluso el haberle parecido notar el contacto de dos pechos en su espalda le daba lo mismo… Notó que quien fuera se decidía a sacar la verga de su vaina y que, con la misma intensidad, la introducía en su húmedo sexo, donde entró sin ninguna dificultad… "¡Dioooss!" – pensaba, jadeando, una sudorosa Susana – "¡Qué placeeeer!"

Maika había notado que estaba a punto de correrse, así que decidió probar el coño de aquella putita; sacó su poderoso instrumento del ensangrentado agujero y, así, con sangre y pequeños trazos de excremento, lo hundió en aquella cueva ansiosa. Con los ojos en blanco, bailando al compás sus poderosas tetas, siguió el vaivén, al que Susana ayudaba como podía:

  • Aaaaaaaaah…. – el chorro de esperma fue potente, enorme, increíble. Maika creía estar tocando el cielo; su gozo era indescriptible.

Susana seguía meneando el trasero a la par que se corría una y otra vez: aquella verga era impresionante y parecía llegar a todos los rincones de su sexo. Así que notó la potente exclamación se su misterioso compañero, sintió cómo el líquido se desparramaba por su interior; no paró de mover el culo ni de apretar con fuerza los músculos de su coño, deseosa de conseguir todo el semen que fuera posible de aquel maravilloso instrumento. Poco a poco la fuente fue menguando y el pene empequeñeciéndose, aunque, por instinto, Susana no quería soltarlo. Una fuerte palmada en sus nalgas le indicó que aquello había acabado.

Maika, una vez abandonó el interior de la puta y se sacó el bote de colonia del culo, recogió su tanga y su minifalda, y se los puso; miró agradecida el cuerpo derrotado de Susana: había sido, realmente, una hermosa despedida de su condición masculina. Iba a marcharse, cuando la mujer murmuró:

  • Por favor… Encima del tocador… La llave de las esposas

Maika dirigió su vista al lugar y la vio; se la dejó en la cama, a un palmo de su mano derecha y, olvidándose completamente del pan rallado, se marchó.

Susana, una vez libre de las esposas y sin venda, sentada encima de la cama cogiéndose con un brazo las rodillas, leyó el mensaje de Marcelo. Se ruborizó hasta el último pelo del culo: ¿Quién se la había follado?

A los nueve meses, dio a luz a una niña, a la que llamó como a su abuela: Virginia.