Las decisiones de Rocío - Parte 9.

Novena parte: "Sé que lo que estoy haciendo no está del todo bien, pero estoy segura de que, a la larga, el más beneficiado aquí será mi Benja..."

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 16:00 hs. - Benjamín.

«¿Qué cojones te pasa hoy? ¡Estás cagándola pero bien! Mira, mejor lárgate de aquí y vuelve a la oficina. Y, sea lo que sea que te esté pasando, soluciónalo, porque estos días que se vienen son cruciales».

Nunca antes había sentido tanta incomodidad estando al lado de mi jefe. Mauricio y yo siempre habíamos tenido una relación... confianzuda, por llamarla de alguna manera. Es decir, siempre nos habíamos llevado fenomenalmente dentro de una estricta profesionalidad. Y ni hablar de lo bien que nos compenetrábamos en la oficina; no había mejor pareja que nosotros a la hora de realizar rápida y eficientemente el trabajo. Pero los últimos acontecimientos habían logrado que mi forma de verlo cambiara de forma radical... Y claro, los nervios y la torpeza se hicieron presentes en mí ese día.

Resulta que mi jefe me había pedido que lo acompañara a un encuentro con un potencial inversor de la empresa. El tipo era un joven ucraniano que recién estaba empezando en este mundillo, y a Mauricio le pareció buena idea llevar a una persona de, más o menos, su edad para que el muchacho se sintiera más cómodo y menos abrumado. «Yo me encargo de hablar; tú sólo limítate a poner esa sonrisa de gilipollas que siempre pones en las reuniones. No digas nada a menos que el guiri te hable directamente a ti. ¿Entendido?». Fácil labor, a priori, y encantado de llevarla a cabo, ya que no me encontraba en las mejores condiciones mentales como para intervenir demasiado.

Desde que me había encontrado con Mauricio esa tarde, las imágenes de él semidesnudo en esa pequeña cama comenzaron a dar vuelta en mi cabeza. Y eso, sumado a que no podía evitar preguntarme si realmente él no sabía que yo lo sabía, por más que Clara me hubiera dicho que no, me tenía en un estado muy poco apto para trabajos donde ejercitar la materia gris fuera imprescindible.

Bueno, la labor hubiese sido fácil si el joven, cuyo nombre no me acuerdo, no hubiese comenzado a bombardearme a preguntas desde el minuto uno. En ningún momento pareció mostrarse interesado en dialogar con mi superior, por más que este intentara por varios medios conseguir su atención. En fin, que no me quedó más remedio que cargar con el peso de ese meeting... Y sobra decir que fue un fracaso; aguanté el tipo los primeros diez minutos, despejando todas sus dudas, pero cuando se puso a indagar en asuntos más complejos, todo se me nubló y lo que decía me empezó a sonar a kazajo cerrado. Así que, entre tartamudeos y miradas suplicando auxilio a mi jefe, me levanté y me fui al baño.

Mauricio me fue a buscar a los pocos segundos y me "aconsejó" que volviera a la oficina, que ya me excusaría él con el buen emprendedor ucraniano y que también se encargaría de arreglar mi desastre.

—¿En qué piensas? —me sacó de mi ensimismamiento Sebas.

—En la reunión con el ruso... Espero que haya terminado bien, porque si no...

—Tranquilo, hombre, hace ya casi una hora de eso, ¿no? Si no ha vuelto todavía es porque se ha llevado al chaval al edificio del sur, donde están ahora los peces gordos —intervino Luciano.

—Sí, puede que tengas razón...

—Bueno, yo aquí ya acabé. ¿Quieren ir a la cafetería un rato? El trabajo fuerte no va a llegar hasta las 5, más o menos —propuso él mismo.

—Venga —aceptó Sebas. Yo me limité a asentir. Luego nos levantamos, acomodamos unos papeles y nos dispusimos a tomarnos nuestro merecido descanso.

Antes de atravesar el umbral de la puerta, alguien me sujetó del hombro y me hizo detener en el lugar.

—Ven a buscarme a mi escritorio a las diez... Tengo que hablar contigo —me susurró al oído. Era Lulú, que sin darme tiempo a replicar, y siquiera a darme la vuelta, siguió de largo mientras yo me quedaba ahí bastante perturbado.

Me preocupé, sinceramente. Me aterrorizaba pensar que podía querer increparme por lo de esa mañana. Si a Clara la había amenazado con joderle el becariado si abría la boca, entonces contra mí iba a utilizar mi puesto de trabajo, estaba clarísimo. Lo peor es que ya había decidido callarme la boca y esperar a ver cómo iban avanzando las cosas; no me había preparado para tener que afrontar una ofensiva como esa tan pronto.

—¡Benjamín! ¡Apura, coño! —gritó César, otro buen compañero que últimamente se había acoplado a estas reuniones nuestras en la cafetería.

En el camino nos alcanzó Romina también, que venía con la recatada Jéssica. Y nuestro pequeño descanso entre amigos, de la nada, se convirtió en una merienda para seis.

—Sinceramente ya estoy hasta el chirri de que el bigotes se la agarre siempre conmigo y que a la otra no le diga nada... —comentaba Romina con Jéssica mientras nos sentábamos todos.

—¿Qué pasó? —preguntó Luciano luego de decirle al camarero lo que queríamos.

—Pues que esta mañana Mauricio nos dejó a Clara y a mí encargadas de enviar unos documentos por e-mail.

—Ajá...

—Fácil, ¿no? Bueno, ¿os podéis creer que la muy anormal va y me da la lista de contactos de mañana? Y claro, el bigote me llamó y me puso a parir a mí... —contaba entre gruñidos. Yo había sido testigo de esa conversación telefónica; había sido justo antes de reunirnos con el ucraniano.

—¿Y por qué no le dijiste que no fue tu culpa? —añadió César.

—¡Se lo dije! Pero resulta que la responsabilidad es mía; que es normal que los becarios la caguen de vez en cuando y para eso estamos nosotros los veteranos para vigilarlos. Me puso de una mala hostia...

—En fin... ya sabes como es... —intentó calmarla Sebas.

—Sí... pero no... Vosotros no estáis ahí encerrados con ellos todo el día. Ya ha tenido otras becarias y a todas las ha tratado igual de mal que a los demás. Pero a Clara no... con ella es diferente. Y me revienta.

—Bueno, mujer, yo llevo aquí bastante tiempo y te puedo asegurar que ninguna fue como Clara... No sé si me entiendes —dijo Luciano haciendo especial énfasis en el "ninguna fue como Clara".

—Vamos, Luciano, que el bigotes no es idiota; siempre ha elegido crías como ella. Y a más guarrilla, mucho mejor —replicó la secretaria.

—Normal. Yo también lo haría...

—Pero insisto en que con las demás no era así...

—¿Qué intentas insinuar? —dijo Luciano riendo entre dientes.

—Nada...

—Espera, ¿me estás vacilando? —saltó Sebas— ¿De verdad crees que esos dos...? —preguntó anonadado. Yo no quería decir nada para no demostrar partidismo, pero encontraba la conversación bastante irrisoria. «Si ustedes supieran...».

—Yo lo dejo ahí. Sois libres de pensar lo que queráis.

—Perdón que me entrometa, chicos, pero creo que Luciano tiene razón... —intervino Jéssica, para sorpresa de todos— A ver si nos vamos a meter en un lío por meter las narices donde no nos incumbe... —concluyó. «Sabias palabras» pensé al instante mientras me salía sola una sonrisa de aprobación.

—¡Sabes hablar! —exclamó Sebas provocando que la joven se ruborizara.

—Déjala en paz, imbécil. Jessi tiene razón, a ver si Mauri va a tener espías por el edificio... —la defendió Romina— Además, aquí el que menos habla últimamente es Benjamín.

—Déjalo, que todavía está lidiando con el "amiguito" de su novia... —respondió Luciano.

—¡¿No se ha ido todavía?!

—¿Y si mejor se siguen metiendo con Mauricio? —pregunté irónicamente.

—Vamos, cuenta, ¿no le habías conseguido un piso? Algo de... ¿Raúl? —continuó Romina.

—Vamos a ver... —suspiré— Sí, ya nos reunimos con él, pero quedó en consultarlo con su esposa...

—La mítica... —saltó de nuevo Luciano. En ese momento volvió el camarero con los pedidos.

—¿Qué mítica? —pregunté mientras le hacía un hueco al joven para que me dejara mi café.

—La mítica excusa para dar largas. Olvídate, Benjamín, ese idiota no te va a servir de nada.

—Échalo de tu puta casa y asunto arreglado. ¿Por qué tanta historia?—dijo Sebas.

—¿Y que luego la novia lo deje a dos velas a saber cuanto tiempo? No... —respondió de nuevo Luciano.

—¿Cuánto? ¿Dos días? ¿Una semana a lo sumo? Aquí lo que tienes que hacer es poner los huevos sobre la mesa y demostrarles a los dos quién es el hombre de la casa.

—Vaya con Conan el Bárbaro... No sé por qué os empeñáis en darme tanto asco cada vez que me siento con vosotros en una de estas mesas... Tú y tú, especialmente —dijo Romina señalando a Sebas y Luciano— Mira, Benjamín, te repito lo de la otra vez; si tu chica no te ha dado motivos para desconfiar, entonces no te preocupes, tú sigue a lo tuyo.

—No, no me ha dado motivos... pero tampoco es cuestión de dejar que el tipo se siga quedando de gorra en mi casa...

—A mí mi primera mujer me dejó por su masajista... —añadió sorpresivamente César— Así es, llevaban meses follando para cuando me di cuenta... Bueh, "me di cuenta", el dato me lo pasó mi mejor amigo, que de casualidad los vio enrollándose en un parque en la ciudad de al lado...

—Vaya... —dijimos varios a la vez.

—Estuve un mes intentando reparar las cosas; no quería perderla por nada del mundo y quería darme cuenta por mí mismo de en qué había fallado. Pero ya era demasiado tarde; un día me dijo que tenía que hablar conmigo, y ahí se terminó. Me contó absolutamente todo, me pidió disculpas hasta cansarse y luego hizo las maletas y se piró.

—Lo siento, César... —dije esta vez yo solo.

—No, no lo sientas. A los pocos años me volví a casar y ahora tengo tres preciosos hijos que son mi vida. Miren... —dijo sacando de la cartera una foto. Ahí estaban los tres niños con él y la que supuse era su mujer.

—¡Bellísimos! —dijo Jéssica con una amplia sonrisa.

—Totalmente —coincidí yo.

—¿Sabes por qué cuento esto, Benjamín? Porque cuando Berta me dejó -sí, así se llamaba-, me pasé semanas pensando y analizando cada segundo de mi vida a su lado. Y fue en esos días cuando me di cuenta de muchas cosas que había pasado por alto cuando estaba con ella... Y si hubiese notado esas cosas a tiempo, quizás hubiese podido salvar mi matrimonio. Por eso estoy de acuerdo con Romina; si tu chica no te ha dado ningún motivo para desconfiar de ella, no tengas miedo de nada. Pero acuérdate de que no siempre somos capaces de percibir todo lo que está pasando a nuestro alrededor.

Nos quedamos todos en silencio; asintiendo algunos y otros mirando seriamente. César era un hombre de unos 60 años, prácticamente nos doblaba la edad a todos, así que cuando él hablaba, los demás nos callábamos y escuchábamos; incluso el arrogante de Luciano. Aunque en este caso mucho no venía a cuento la charlita. Estaban todos empeñados en creer lo que no era. Me arrepentía de haberles contado lo de Alejo. La única que no magnificada el asunto era Romina, y gracias a dios que estaba ahí para aportar un poco de cordura.

—Gracias por el consejo, César, pero te aseguro que está todo bien.

—Mirad quién viene... —dijo Romina de pronto, y dio un largo trago a su café.

Clara estaba entrando por la puerta y se dirigía hacia la barra. Noté que ya no llevaba la misma ropa; había sustituido lo de aquella mañana por un conjunto ejecutivo que le daba un aire mucho más maduro del habitual. También había cambiado su peinado; su habitual cabellera color castaño claro que le llegaba hasta media espalda y finalizaba en unas ondas perfectas, esta vez estaba recogida en una cola de caballo. Estaba preciosa, y no pude evitar quedarme mirándola con cara de idiota. Cosa que ella notó al instante cuando giró la cabeza en dirección hacia nuestra mesa. Intenté esquivarle la mirada pero en vano. Ella levantó la manita y saludó jovialmente.

—Y encima tiene la cara dura de saludar...

—Parece que le estás agarrando asquito... —rio Luciano.

—Ni te lo imaginas...

Estuvimos un rato más hablando hasta que se hizo la hora de volver al trabajo. Yo me fui en la misma dirección que Romina, que en ningún momento dejó de maldecir y de mentar a Clara. César y Sebas se quedaron un rato más hablando de fútbol, mientras que Luciano y Jéssica se fueron cada uno por su lado.

Me había venido más que bien distenderme un poco con mis compañeros de trabajo, pero ahora se venía lo más difícil: la reunión con Lulú. Y lo peor era que no sabía qué narices le iba a decir.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 16:05 hs. - Rocío.

—¡Ya me voy, Ale! —grité desde mi habitación.

Estaba terminando de darme los últimos toque de maquillaje y vestimenta. Finalmente había decidido ir medianamente formal y terminé escogiendo una falda ejecutiva negra que me llegaba hasta las rodillas, una camisa blanca de mangas cortas y unas sandalias también blancas con unos pocos centímetros de tacón. El pelo me lo até en una simple coleta. Quedé muy satisfecha con el resultado.

Salí radiante de la habitación y me dirigí al salón. Me planté delante de Alejo esperando que dijera algo sobre mi aspecto.

—Preciosa —dijo apenas me vio.

—¡Eso no me vale! ¿Parezco una profesora o no?

—Ojalá yo hubiera tenido profesoras así... —dijo dando un leve bufido.

—Qué tonto eres —reí.

—Che, Ro... —dijo después de un breve silencio— ¿Querés que te vaya a buscar cuando salgas?

—¿Eh?

—Antes me dijiste que el lugar a donde vas es feo, y que además vas a terminar tarde... —dijo preocupado.

—Sí, ya... pero no quiero molestarte tampoco... Además, ¿está bien que estés saliendo tanto? Mira si te encuentran esos tipos... —respondí yo más preocupada aún que él.

—Tranquila, lo importante es no llamar la atención. ¿Querés que vaya o no? —insistió.

—Bueno... vale. Salgo a las 8. Tienes que bajarte en la quinta estación. El tren tarda media hora en llegar. Cuando llegues mándame un mensaje y te digo donde estoy, ¿vale? —le aclaré.

—Perfecto.

—Bueno, ya me voy.

Se levantó del sofá y me acompañó hasta la puerta. Cuando fui a darle los dos besos, me esquivó y prefirió darme uno en la boca. Lo aparté bruscamente y le dije que así me iba a arruinar el maquillaje.

—¿Con un piquito te basta? —le pregunté tímidamente.

—Mmmm... —se hizo el interesante— Bueno, está bien... Pero me lo debés, ¡eh!

—Ya veremos —dije riendo.

Le di el prometido piquito, que tranquilamente pudo haber sido el más largo de la historia, porque nuestros labios estuvieron pegados más de medio minuto, sin exagerar, y me fui por las escaleras para no perder tiempo con el ascensor.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 16:57 hs. - Rocío.

Luego de caminar diez minutos por las calles desiertas de la zona, finalmente llegué a la casa de la señora Mariela. Estaba muerta de frío y temblaba; había infravalorado esos 16º que habían anunciado en la tele.

Toqué el timbre y, luego de casi un minuto de espera, me abrió la puerta un joven que no conocía. Parecía que se acababa de despertar; tenía los ojos entrecerrados y se los frotaba con los nudillos.

—Hola —me saludó fríamente.

—H-Hola... —dije yo súper nerviosa— Soy la profesora particular...

—Lo sé. Pasa —dijo dándose la vuelta y dejándome ahí.

Entré lentamente, pidiendo permiso, y me quedé esperando en el pasillo a que alguien me dijera algo. El chico volvió a aparecer y me indicó que lo siguiera. Llegamos al salón y de nuevo me quedé quieta esperando órdenes.

—Puedes sentarte —dijo señalándome el sofá— Enseguida vuelvo.

Obedecí y me quedé esperando a mi alumno. Supuse que el chico que me había recibido sería su primo, o algún amigo, o su hermano, no tenía ni idea. Era un joven alto, 1.90 por lo menos, bastante musculado también. No era gordo, ni mucho menos, pero debía tener dos o tres veces mi tamaño. Debía tener mi edad también; y era atractivo, súper atractivo diría, con pelo rapado y barba de dos días. E imponía mucho, tanto que su mera presencia había hecho que mis nervios se doblaran.

El muchacho volvió, a los pocos minutos, con una mochila y unos libros en la mano; los puso en la mesa de café del salón y se sentó a mi lado. Luego abrió uno, el de matemáticas en concreto, buscó una página y me lo dio a mí. Todo esto sin decir ni media palabra. Entendí que quería mostrarme lo que tendría que enseñarle a su hermano/amigo/primo. Así que agarré el libro y me puse a ver con detenimiento los ejercicios. Cuando terminé, lo apoyé sobre la mesita y me crucé de piernas esperando a Guillermo.

El joven me miró extrañado y yo le dediqué una sonrisa. Y cuando parecía que iba a decirme algo, su móvil comenzó a sonar.

"Sampléame y en la pista arrasarás. Yo te presto a ti como me prestan los demás"

—Dime —respondió—. Sí, ya está aquí. —Que sí, que sí... —¡Que sí, mamá! —¿Quieres que te pase con ella? —Ah, vale... —Que sí, mamá, que te prometo que esta vez me voy a esforzar... —Yo también te quiero. —Adiós.

—¿Mamá...? —murmuré.

Me quedé boquiabierta. Ese hombretón era Guillermo y yo no lo podía creer. Cuando fui a esa casa la primera vez, me encontré con un chico cubierto de ropa hasta la coronilla jugando con su ordenador; y en ese momento no creí necesitar más datos, simplemente calculé que sería el típico adolescente entrado en kilos de altura media. Pero nada más lejos de la realidad, ese "adolescente entrado en kilos" había resultado ser ese modelito de revista farandulera que estaba de pie frente a mí.

—¿Comenzamos? —me dijo entonces.

—¡S-Sí, claro! —respondí volviendo a la realidad.

Traté de serenarme y de ponerme seria, pero me estaba costando muchísimo. «¿Este pedazo de hombre tiene 17 años?» pensaba mientras me seguía explicando lo que tendría que enseñarle.

—Entiendo... Ajá... —intentaba seguirlo.

—Oye, ¿estás bien? —dijo de pronto. Se me notaba a kilómetros que no estaba centrada.

—¿Eh? Sí... Es sólo que estoy un poco nerviosa... Es el primer día de trabajo de mi vida... —reí nerviosamente.

—Vaya... Pues te recomiendo que te guardes los nervios para cuando me estés enseñando; ya te he dicho el otro día que soy muy tonto...

—Ey, no vuelvas a decir eso, ¿de acuerdo? —dije recuperando un poco la compostura ante semejante afirmación—. Si fueras tonto no habrías llegado hasta aquí. Conozco muchos niños que a duras penas consiguen superar la primaria, y nadie los anda llamando tontos. Así que imagínate tú...

—Pero si no pasa nada, soy tonto y lo asumo... —dijo riéndose ahora él. Era muy guapo el chiquillo.

—Bueno, pues yo voy a hacer que dejes de pensar de esa manera —dije decidida— ¡Saca tu cuaderno!

—Hace años que no uso cuaderno.

—¡Pues lo que tengas! ¡Vamos a empezar con lo difícil!

—Vale...

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 19:50 hs. - Rocío.

Pues sí que era duro el chico, sí... Tres horas de clase y no habíamos avanzado casi nada. Yo mantuve la calma en todo momento y fui paciente con él, pero era desesperante tenerle que explicarle las cosas una y otra vez y que no se le quedara nada.

—Ya te lo he dicho... Soy muy tonto.

—¡Que no eres tonto! Te cuesta quedarte con los conceptos, nada más.

—Soy tontísimo...

—Mira... esta noche voy a preparar unos ejercicios básicos para que mañana los hagas. También te traeré algunas cosas de inglés.

"Ring ring ring ring ring ring ring, banana phone" (mi ringtone de sms)

"Ya llegué, ¿adónde tengo q ir?" me decía Alejo en el mensaje. Esbocé una pequeña sonrisa al leerlo. «Ha venido a buscarme de verdad...» pensé. Me sentía como una adolescente esperando a su noviete...

—Bueno, Guillermo, ¿qué impresión te he dejado?

—Pues... a diferencia de mis profesoras anteriores, tú al menos intentas hacer que no me sienta como una mierda...

—¿Por qué dices eso? —pregunté intrigada.

—Porque las otras me daban lecciones morales todo el tiempo; que pensara más en mi madre, que no fuera tan egoísta, etcétera... Y yo sé muy bien que soy un ser humano horrible, pero no me hace falta que me lo recuerden a cada rato —respondió mientras miraba al suelo y jugaba con sus dedos.

—Guille... Puedo llamarte así, ¿no? Vale, Guille, tú no eres un ser humano horrible; has pasado por momentos muy difíciles y sé que cuesta mucho salir adelante, y más a tu edad...

—¿Tú qué edad tienes? —me preguntó entonces.

—¿Yo? 23 años —dije con una sonrisa.

—Pareces más joven, la verdad —dijo sin levantar la cabeza y mirándome de reojo.

—Oh, gracias —reí— ¡En cambio tú pareces más mayor!

—Me lo suelen decir, je... También eres muy guapa.

—¡Me vas a hacer sonrojar, tont...! —me interrumpí a mí misma cuando me di cuenta del error.

—Puedes decirlo, no pasa nada. Si es la verdad... —volvió a reír ligeramente.

—Ya te voy a demostrar yo lo contrario. ¡Más te vale que te prepares para mañana! —finalicé con seguridad.

—Vale...

—Bueno, ya me tengo que ir. Mañana a la misma hora, ¿de acuerdo? Te juro por lo que más quieras que este curso lo sacamos adelante.

—Está bien. Muchas gracias por todo —dijo. «No, gracias no, ya mañana me pagará tu madre» pensé, provocando que me entrara la risa tonta.

—No hay de qué. ¡Hasta mañana! —me despedí finalmente.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 20:03 hs. - Rocío.

Cuando salí de la casa, me apresuré a responder el mensaje y me fui a esperar a un parque que estaba a unos pocos metros de allí. Ya el cielo estaba muy oscuro y seguía sin haber ni un alma en la calle. Me alegré mucho de que Alejo viniera a buscarme; cada segundo que pasaba ahí solita en la penumbra era insoportable. Por no mencionar el frío que hacía.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Hola?

—¿Dónde estás? —respondió Alejo.

—En el parque que te he dicho.

—Ya estoy en el parque.

—Estoy al lado de un buzón amarillo.

—No veo ningún buzón... A ver, esperá...

—Estoy abajo de un árbol grande —traté de ubicarlo.

—No... nada...

—Dime lo que ves... —me impacienté.

—Unas casas amarillas y muchos pinos.

—¿Casas amarillas? ¿Pinos? ¡¿Dónde diantres te fuiste, Alejo?! —grité ya al borde de la desesperación.

—¡Pará! ¡Pará, boluda! Era una joda. Estoy atrás tuyo.

Me di la vuelta, dubitativa, y vi como una pequeña luz en la oscuridad se acercaba a mí. Apenas distinguí esa melena rubia tan característica, colgué el teléfono y me fui corriendo hacia él.

—¡Eres un idiota! —dije mientras lo embestía y lo abrazaba.

—Ya pasó, boba... —intentó calmarme acariciándome la cabeza—. ¿Vamos yendo?

—Sí... Pero esta te la guardo... —dije con falso enojo. Estaba súper aliviada; ya me había pensado que iba a tener que volver sola caminando por ese lugar tan horrible.

—Está bien —me dijo sonriendo mientras me cogía de la mano para irnos.

En el camino a la estación, ya mucho más tranquila, le conté a Alejo todo lo que había pasado en mi primer día de trabajo; desde la sorpresiva apariencia de mi alumno, hasta lo cabeza dura que había resultado ser el chico. También le hablé de su personalidad derrotista y de mis expectativas para con él. Alejo, por su parte, no dejó de reírse en todo el trayecto. Él opinaba que todos los que rodeaban a Guillermo eran ingenuos, incluída yo; que en realidad él sólo buscaba llamar la atención y que lo único que quería era que bailaran todos a su alrededor. Pero, en fin, aunque tuviera razón, a mí me pagaban para ayudarlo a aprobar el curso, no para cuestionar su comportamiento. Y si tenía que mimarlo un poco para conseguirlo, lo iba a hacer.

Llegamos a la estación y nos dirigimos a la máquina donde se compraban los billetes. Mientras tanto, seguíamos hablando y riéndonos mucho. Ya el susto se me había pasado y me la estábamos pasando muy bien con él. Pero estaba claro que esos días yo no estaba destinada a tener ni un solo momento de paz.

—Ale, fíjate si sabes cómo va esto... No me cogió el dinero y tampoco me lo devuelve...

—A ver...

Alejo presionó todos los botones y le dio unos cuantos golpecitos al costado, pero no hubo caso. Y fue ahí cuando las risas terminaron; precisamente, cuando sentimos el inconfundible ruido del tren haciéndose más fuerte cada segundo. Ahí nos entró el pánico y Alejo empezó a darle patadas a la dichosa expendedora.

—¡Dale, máquina de mierda!

Por algún motivo divino, el aparato terminó reconociendo el dinero y pudimos sacar los billetes. Logramos entrar en el tren pocos segundos antes de que las puertas se cerraran.

—¿Ves? Todo esto por tu bromita —lo regañé mientras trataba de recuperar el aliento.

—Ah, ¿ahora es mi culpa? ¡Tardaste diez minutos en devolverme el mensaje! Además, ¿yo qué culpa tengo que en este pueblo de mierda esté todo roto? —contestó.

—Es que el chico estaba en plan pesimista-quasi-suicida... me daba penita dejarlo así...

—Lo que te digo, el pibe los está boludeando a todos —rio de nuevo.

—Como sea... ¿Mañana me vas a venir a recoger de nuevo? —le pregunté

—Por supuesto.

—Es sólo los fines de semana. Te lo juro...

—No importa. Voy a venir cuando haga falta —dijo, y luego me dio un abrazo— ¡Estás congelada, tarada! ¿Por qué no me dijiste nada?

—No seas exagerado. No es para tanto —mentí. Estaba muriéndome de frío.

—¡Si estás temblando! A ver, vení para acá —dijo entonces, y me obligó a que me sentara encima de él. Luego me abrazó y empezó a acariciarme los brazos para darme calor.

—No es necesario te he dicho...

—¿Y si te resfriás? ¿Cómo venís mañana? No...

—Pues viniendo... Un resfrío no es nada.

—Callate y abrazate a mí.

Le hice caso y me acurruqué encima suyo. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro y me entregué a su noble esfuerzo por intentar quitarme el frío del cuerpo. Su empeño era real; me frotaba los brazos con ganas pero, a la vez, con la suficiente delicadeza para no incomodarme. Sinceramente, empezaba a pensar que las manos de ese chico tenían algún tipo de poder especial para hacerme sentir bien.

Y, poco a poco, fue consiguiendo su objetivo, y no sólo eso, su masaje también había logrado relajarme; tanto que, tranquilamente, podría haberme quedado dormida ahí sentada en su regazo.

—Quedémonos así... —le susurré al oído. Acto seguido, enterré mi cara en el hueco que había entre el asiento y su nuca— Qué bien hueles... —le dije antes de cerrar los ojos.

Me sentía genial. Otra vez había conseguido sumergirme en ese estado de relajación del cual sólo él conocía el camino de entrada. Me hubiese quedado dormida con mucho gusto junto a él en ese frío vagón, entregándome completamente al relax; pero no nos quedaría mucho más de veinte minutos de trayecto y no podía arriesgarme a que se quedara dormido él también. ¿Y si nos saltábamos nuestra parada? No. Por esa razón, y con más esfuerzo del esperado, aguanté despierta y me puse a pensar en lo que había dejado pendiente de aquella tarde.

Si bien tenía prácticamente decidido continuar con las prácticas, no podía hacerlo aventurándome a ciegas y dejándole todo lo demás al azar. No, tenía que marcarme unos objetivos a mí misma y un punto final. Lo sabía muy bien. También tenía que tener cuidado con que nada de eso saliera de ahí, porque, aparte de Benjamín, también tenía que cuidarme de Noelia, que de momento no me había supuesto un problema porque a la pobre la tenían explotada en su nuevo trabajo. Y con ella sería el doble de difícil mantener el secreto, porque ya no era sólo ocultarle las prácticas, no, también era ocultarle la presencia de Alejo. No se podía enterar por nada del mundo que se estaba quedando en mi casa.

«Objetivos y punto final...»

El punto final lo tenía claro; cuando Alejo se fuera de casa, todo acabaría ahí. Porque, justamente, las prácticas eran posibles porque vivíamos juntos. No veía seguir con ello sin estar compartiendo casa con él. Obviamente, seguiría siendo su amiga y seguiría viéndolo; nos había costado mucho retomar nuestra amistad como para dejar que todo volviera quedar en el olvido a las primeras de cambio. Y sobre las metas... digamos que mi objetivo era aprender todo lo que pudiera... mientras tuviera tiempo. Eso es lo que más me interesaba ir viendo con el paso de los días, porque no sabía cuál era ese punto de aprendizaje al que podía llegar sin serle infiel a Benjamín. Punto que, cuando lo descubriera, iba a respetar con todo mi ser, ya que no entraba ni en consideración llegar a sobrepasarlo...

Sea como fuere, sabía que lo importante era terminar con las dudas y dejar las cosas claras, más que nada a mí misma. También estar segura de las decisiones que iba a tomar a partir de ahí y de los motivos por los que las tomaría. Sabía que con esa mentalidad todo iba a mejorar, tanto para mí como para Benjamín.

«Sé que lo que estoy haciendo no está del todo bien, pero estoy segura de que, a la larga, el más beneficiado aquí será mi Benja...»

Estaba tan cómoda y tan sumida en mis cosas, que tardé mucho más de lo debido en darme cuenta de que Benjamín había dejado de acariciarme los brazos, y que ahora tenía la mano derecha metida dentro de mi camisa; encima de uno de mis pechos, concretamente.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —lo increpé mientras levantaba la cabeza.

—Shhh... —dijo sin más. Entonces me agarró del mentón y me besó. Pero esta vez su beso no me atrapó. Estaba loco si creía que iba a hacer eso en un tren.

—¡Que no! —grité, y me quité de encima suyo sin esperar nada más.

—Qué aburrida que sos a veces...

—Aburrida no, ¡estamos en un maldito tren! —dije volviéndome a sentar en mi sitio y reacomodándome la camisa.

—¿Te das cuenta de por qué necesitás seguir aprendiendo?

—No es el lugar. Ya hablaremos en casa.

—Lo importante es que te hice entrar en calor.

—A veces eres tan idiota... —dije con resignación.

—Lo que vos digas... —conluyó él, y se la pasó callado el resto del viaje.

Sinceramente, me daba igual si se había enfadado o no. Una cosa era que me estuviera planteando lo de seguir con las prácticas, y otra muy distinta era dejar que me metiera mano cuando y donde le viniese en gana.

El tren tardó poco más de los veinte minutos previsto en llegar a nuestra parada.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 20:40 hs. - Rocío.

El camino a casa fue mucho más tenso de lo que esperaba. Alejo caminaba delante mío a paso rápido y sin parar. Se había enfadado de verdad. Intenté hablar con él varias veces haciéndole alguna que otra pregunta trivial. Pero las únicas respuestas que recibí fueron secos monosílabos.

Insisto en que no tenía razón en ofenderse, pero me daba pena tener que irme a la cama peleada con él. Antes de que me metiera mano en el tren, nos habíamos reído mucho y nos lo habíamos pasado muy bien hablando. Me parecía injusto arruinar todo eso sólamente por un capricho suyo.

Llegamos al edificio, saludé a una vecina que estaba pacientemente esperando la llegada del ascensor y me dirigí hacia las escaleras. Pero Alejo no me siguió; se colocó al lado de la señora, la saludó amablemente también y se quedó esperando ahí. Le hice señas para que viniera por las escaleras, pero me volvió a ignorar. No tenía ganas de subir tantos pisos yo sola, así que decidí quedarme esperando con él.

El ascensor llegó cinco minutos después, cuando ya estaba a punto de cambiar de opinión y usar la opción más rápida. Cuando se abrió la puerta, sin que me lo esperase, Alejo me agarró de la muñeca y me llevó al fondo del pequeño aparato con él. La señora entró después y, finalmente, cada uno presionó el botón de su destino.

—Ya me he cansado de llamar por teléfono para que vengan a renovar esto... —dijo la mujer— Mira, si incluso ya me sé los tiempos... Entre 60 y 75 segundos para ponerse en marcha; entre 50 y 70 para ir de piso en piso; entre 30 y 40 para detenerse; entre 40 y 60 para abrir y cerrar la puerta... ¡Y yo vivo en el octavo! ¡Imagínate! Esto no puede ser...

—Mi novio también ha hablado más de una vez con la comunidad, pero no hay caso... —respondí con la misma indignación.

Entonces, con el violento accionar de siempre, el dichoso ascensor por fin se puso en marcha, provocando que los tres ahí presentes diéramos un leve respingo. Bueno, al menos el de ellos fue leve, porque el mío no. Y la razón no fue el ascensor precisamente...

—¡¿Qué haces?! —exclamé en voz baja. Alejo había metido la mano en la abertura lateral de mi falda y me estaba masajeando el culo.

—¿Has dicho algo, querida? —respondió la señora.

—¡Oh! Nada, nada... ¿Qué estaba diciendo antes? —proseguí intentando aparentar normalidad. Si bien la falda me llegaba hasta las rodillas, la brecha en el costado lo hacía hasta medio muslo, y por ahí había colado la mano el sinvergüenza de mi amigo.

—Pues eso, mi niña, que a mi edad no estoy para pasarme tanto tiempo dentro de un ascensor... Y por no hablar de mi marido, que tiene las dos piernas operadas y no puede permanecer de pie mucho tiempo...

La amable vecina continuó hablando; quejándose del elevador y de varias cosas más. Yo intentaba seguirle el ritmo, pero sólo me salían respuestas cortas, ya que la mano de Alejo cada vez se adentraba cada vez más en las profundidades de mi falda.

En un intento por detener todo ese sinsentido, siempre cuidándome de que la mujer no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo a unos pocos centímetros detrás de ella, cogí el brazo invasor y comencé a forcejear con él. Pero, de alguna manera, mis intentos fueron contraproducentes, porque a más resistencia oponía, más se animaban los dedos de Alejo en mi trasero.

—Lamentable... La verdad... —comenté. Mientras tanto, Alejo ya había conseguido bajarme las bragas hasta media nalga y estaba a punto de llegar a mi intimidad.

—Por cierto, muchacho, a ti nunca te había visto por aquí. ¿Eres un vecino nuevo?

—No, señora, soy amigo de la señorita y su pareja. Mi nombre es Alejo, encantado de conocerla —dijo mientras sus dedos intentaban abrirse paso por mis glúteos hacia abajo. Cerré mis piernas con mucha fuerza para evitar que lo consiguiera.

—Oh, pues yo soy Mirtha, ¡encantada también! Mi marido se llama Lito, ya lo verás por aquí... ¿Vienes de visita o...? —se presentó la vecina girando la cabeza para atrás para darle dos besos. Yo agaché la cabeza e hice como si estuviera jugando con mi móvil. Estaba empezando a perder las fuerzas.

—Lo cierto es que me estoy quedando unos días. Soy nuevo en la ciudad y me encontré con que no hay muchas viviendas disponibles, y mis amigos me están haciendo un favor hasta que encuentre algo —respondió él. La verdad es que me sorprendía como podía hablar con tanta naturalidad en semejante situación. Y recién estábamos sobrepasando el quinto piso...

Me estaba costando un mundo mantener la compostura. Mis piernas ya habían comenzado a temblar y no sabía cuánto tiempo más iba a poder contener la mano de Alejo. Como último recurso, probé moviéndome hacia un costado, sin demasiado espacio, pero no se despegó ni un centímetro de mí.

—Oh, ya veo... ¿Y has encontrado trabajo ? —continuó la charla. En ese momento, el ascensor dio uno de sus típicos rebotes, y los tres pegamos un sobresalto. Fue un momento nada más, pero Alejo no era de los que dejaban pasar esas oportunidades... Antes de darme cuenta, ya tenía la totalidad de su mano palpando mi sexo. Mi derrota ya había sido decidida.

Una vez consiguió su objetivo, empezó a jugar con mis labios vaginales sin ningún miramiento. Yo trataba de contener la voz mientras que él seguía conversando con la señora Mirtha. Y me seguía asombrando su calma; era como si su cabeza no perteneciera a su cuerpo. Se desentendía completamente de lo que hacía su mano. También conté con la suerte de que la mujer decidió no darse la vuelta en ningún momento, a pesar de que el espacio se lo permitía, porque, si no, ahí sí que me hubiese querido morir de verdad.

—Estuve buscando, pero nada... Las cosas no están bien...

—Ni falta hace que lo digas, hijo, está todo muy mal, incluso aquí en la ciudad... Lito y yo hemos pensado muchas veces en irnos a vivir al campo...

—Se lo recomiendo, la verdad. Los mejores momentos de mi vida los pasé en zonas abiertas. La ciudad es, en cierto modo, un bloqueador de paz y libertad. No sé si me explico...

—Perfectamente, muchacho.

Sabiendo ya que Alejo me había ganado la contienda, solté su brazo y me apoyé en la pared metálica para evitar caerme. Al liberar parte de ese estrés que me había estado matando, el placer rápidamente comenzó a adueñarse de mi cuerpo y en pocos segundos ya estaba ardiendo en deseos de llegar al orgasmo. Sólo a base de morderme los labios y contener la respiración logré mantener la compostura. Lo último que seguía queriendo era que la vecina se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo.

«Maldito seas...» pensaba mientras le lanzaba una mirada asesina. Ciertamente, a Alejo podía cuestionarle cualquier cosa, cualquiera, pero no la maestría que tenía a la hora de tocarme ahí abajo. Incluso en esa posición tan incómoda e inoportuna, y a unos pocos segundos de haber comenzado, ya estaba a punto de hacerme estallar.

—Séptimo piso... —nos informó la señora. «Ya sólo queda uno» pensé.

Según los tiempos que había calculado ella, tan sólo iba a tener que aguantar unos tres minutos más. Pero, al parecer, no entraba en los planes de Alejo hacerme la espera fácil, ni mucho menos... Cuando el ascensor se puso en marcha de nuevo, aprovechó para pegarse aún más a mí, y metió dos dedos de golpe dentro de mi cuevita. Pegué un nuevo brinco y ahogué un grito mordiéndome la lengua. A pesar de estar empapada, el animal lo había hecho con tanta fuerza que me había causado dolor. Estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos para callarme los quejidos.

—Ya queda menos, señora —rio Alejo.

—Apenas llegue a casa voy a decirle a mi marido que vuelva a llamar al presidente de la comunidad... Y tú deberías hacer lo mismo, querida. Que sientan la presión —me recomendó. «Yo sí que estoy sintiendo la presión...» .

—C-Claro, señora... —respondí como pude. El bestia ya no solo me estaba masturbando sin parar, también lo hacía con fuerza y violencia. No sé qué pretendía la verdad. Tuve que inclinarme levemente hacia adelante y sacar un poco el culo hacia afuera para así facilitarle las cosas.

—¿Qué es ese ruido? —dijo Mirtha, y nos hizo una seña para que no habláramos. Efectivamente, se escuchaba el chapoteo de los dedos de Alejo en mi vagina, y se escuchaban bastante fuerte. Juro que en ese momento deseé que el aparato se desprendiera de sus cables y se viniera abajo con nosotros dentro.

—Es el motor del ascensor —dijo entonces Alejo—. Al estar tan viejo, trabaja mucho más despacio de lo normal, y por eso se escucha moverse hasta el agua de adentro.

«Imbécil. ¿Quién se va a creer eso? Si el ruido lo tiene justo detrás de ella, y encima viene de debajo». Otra vez lo miré con furia, gesto que respondió con una gran y molesta sonrisa.

—Oh, ya veo... —contestó la ingenua mujer— Pues sí que se escucha bastante. Sí.

—¿Cuál es su su puerta, doña Mirtha? —preguntó mi amigo, supongo que para tratar de acallar un poco el ruido ya mencionado. Hubiese sido más fácil que se detuviera, obviamente. Aunque yo, a esa altura, ya no estaba tan segura de querer eso...

—la D, chico, "Octavo D". Pueden venir ustedes cuando quieran.

—Con mucho gusto lo haré.

—Seguro que a mi marido le caes bien, pues él...

Mientras continuaba la cháchara delante mío, empecé a notar que mi cuerpo estaba a punto de decir basta. Abandoné la pared en la que estaba apoyada y me aferré al fuerte brazo de Alejo. Las piernas me temblaban y sabía que en cualquier momento iba a perder el equilibrio. Los gemidos, aunque podía moderar su volumen, ya se escapaban solos de mis labios. Y me había dado cuenta de que los fluidos habían comenzado a descender en catarata sobre mis muslos. Estaba todo dado para que, de un momento a otro, me corriera en ese pequeño habitáculo y delante de una mujer con la que apenas habría cruzado palabras dos veces en mi vida.

—P-Por favor... No... —le murmuré al oído a Alejo.

Pero mis súplicas no fueron atendidas. Lejos de detenerse, aumentó el ritmo, más si se podía. Entonces, entendí que ya estaba todo perdido. Miles de imágenes empezaron a tomar forma en mi mente; desde yo mí misma tirada en el suelo sobre un charco de líquidos vaginales, hasta la cara de Benjamín después de haberse enterado del suceso.

—¡Octavo piso! —festejó Mirtha. Cinco segundos después, las puertas se abrieron— ¡Vaya! Parece que no tenía del todo bien calculado lo de las puertas... —rio la mujer. En ese momento Alejo retiró ambos dedos de mi interior. No había llegado al orgasmo.

—Bueno, señora, ya nos cruzaremos por acá. ¡Quizás mañana le haga una visita!

—Cuando quieras, joven. Y un placer. Oh, mi niña, creo que deberías ir al médico, tienes la cara muy roja... ¡Bueno, adiós! —fue lo último que dijo la vecina antes de que las puertas se cerraran de nuevo.

Apenas nos quedamos solos, el silencio se hizo presente en el ascensor. Alejo miraba al frente sin ningún tipo de expresión en la cara y yo no sabía qué decirle. No sabía si insultarlo; si reprenderlo por lo que había hecho, o si... pedirle que acabara lo que había comenzado. Lo único que sabía era que estaba muerta de la vergüenza y muy, muy caliente al mismo tiempo. La situación había sido completamente nueva para mí y no podía evitar sentirme así.

—¿Te gustó? —dijo de pronto— Ah, y no saco la mano de ahí porque, cuando lo haga, vas a empapar todo el ascensor.

Sentí como la sangre se me subía a la cabeza como si de un géiser se tratase. Ya todo se había vuelto insostenible para mí. Quería llegar a casa y encerrarme en mi habitación y no volver a ver nunca más al idiota de Alejo. Pero también me moría de ganas de que me empujara contra la pared y me diera el orgasmo que tanto me merecía. Otra vez mi cabeza volvía a ser un desastre, justo cuando creía que había logrado estabilizar todo.

Obviamente no le contesté, pero sí me retiré de su lado y le aparté la mano de mi entrepierna. Y tal y como él había dicho, un buen chorro de agua dio a parar en el suelo. Pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme de eso. «Ya se secará con las luces...»

Llegamos al noveno piso, que además era el nuestro, y entramos en casa. Yo, por lo menos, seguía sin ganas de dirigirle la palabra. Pero él parecía querer seguir hablando del temita.

—A esto me refería cuando te dije que todavía necesitás seguir aprendiendo... Dale, no te hagas la ofendida. Sabés que todo esto lo hago por vos...

—Ya estoy harta de esa cantinela... A ver si te vas a creer que eres dueño de mi cuerpo por el solo hecho de que "todo lo haces por mí"... Esto de recién ha sido...

—¿Espectacular? ¿Sublime? ¿Maravilloso? ¡Dale, Rocío! ¡Si te encantó! —bramó como si hubiera descubierto la pólvora.

—¡No me encantó! ¡Y además te había dicho que no quería! ¡Ya lo de la última vez había sido demasiado! Y ahora... —le reclamé mientras me dejaba caer sobre el sofá. Estaba hecha un completo lío...

—Mirá, aunque no te des cuenta, lo que pasó ahora fue un avance enorme; un paso de gigante —insistió.

—¡Que me da igual! ¿Tú sabes lo que hubiese pasado si esa señora nos descubría?

—Esa vieja no se iba a dar cuenta de nada ni aunque nos hubiésemos puesto a coger delante de ella... —dijo con sorna. Yo me volví a sonrojar.

—No sé por qué siempre te empeñas en arruinar los buenos momentos que pasamos juntos... —dije ya con resignación y agachando la cabeza. No iba a conseguir nunca que ese chico entrara en razón.

Alejo dejó sus cosas encima de la mesa y después se sentó a mi lado. Lo vi de reojo negar con la cabeza y tomar un largo trago a una lata de cerveza que acababa de abrir. Acto seguido, con el brazo que tenía libre, me abrazó.

—Boluda, yo lo último que quiero es arruinar los momentos que tenemos para nosotros... ¿Vos te pensás que todos estos años no te extrañé? ¿Que no pensaba en vos cuando estaba triste y necesitaba un abrazo? ¿Que no miraba tus fotos y me reía recordando todas las cosas lindas que habíamos hecho juntos? —dijo con un tono apesadumbrado.

—No es eso...

—Rocío, es imposible que un ser humano se olvide de otro de la noche a la mañana, y mucho menos de uno del cual se estuvo enamorado tanto tiempo.

—Ya lo sé...

—Aunque te suene a cantinela y repetitivo, yo estoy haciendo todo esto por vos. Lo estoy haciendo para que hagas desaparecer para siempre a esa Rocío tímida y retrógrada que criaron tus padres. Para que cuando, el día de mañana, estés sola con tu novio en una habitación, no te de vergüenza tirarte encima de él y hacerle lo que quieras. Y si las cosan sale mal y Benjamín te termina dejando igual, dios no lo quiera, todo esto va a valer la pena igual, porque en tu próxima relación ya vas a ser una mujer nueva e independiente que no va a volver a repetir los errores del pasado.

—Alejo... —dije anonadada. Aunque ya me había dicho muchas de esas cosas pero de otra forma en el pasado, esta vez podía notar de verdad la nobleza y la sinceridad en sus palabras.

—¿Y qué saco yo de todo esto? Nada. A no ser que te creas que lo hago para poder abusar de vos...

—¡No! —respondí enseguida. Ni si me pasaba por la cabeza esa posibilidad.

—Ya te lo dije; en pocos días ya no voy a estar acá, y es posible que pase mucho tiempo para que nos volvamos a ver. Sí... —dijo al ver que yo iba a reaccionar ante esa afirmación— No le caigo bien ni a tu novio, ni a tu hermana, ni a tus padres... Y hasta noté que esa señora de recién me miró feo cuando me vio de cuerpo entero. No estamos destinados a ser amigos; ni siquiera a poder tener una relación normal como dos conocidos cualquiera. Por eso, ¿qué saco yo de todo esto? Nada, Rocío, nada... —concluyó. Entonces me soltó y se tapó la cara.

—Ale... Yo...

Me había dejado sin palabras. ¿Estaba llorando de verdad? No lo sabía, pero me había partido el alma su discurso. Ahora era yo la que se sentía mal por haberle dicho lo que le había dicho.

—A fin de cuentas, estoy enseñándote estas cosas para que el beneficiado sea otro... Soy un pelotudo... —dijo de pronto en un tono más bajo.

—¿Qué? —pregunté yo extrañada.

—Nada. No importa.

—No... ¿Por qué dices eso? —insistí intentando mirarlo a los ojos.

—Te dije que nada... Voy a cocinar algo. Te estarás cagando de hambre...

Se levantó y ahí terminó la conversación. Yo no quería que la cosa se quedara así, pero tampoco quería seguir empeorándolo todo. Intenté no forzar la situación y me retiré a mi habitación. Me cambié de ropa y luego me fui al baño donde me di una ducha rápida. Después volví a mi habitación y me quedé allí hasta que Alejo me llamó para cenar.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 22:02 hs. - Benjamín.

—Dime... ¿qué pasa?

—Ya termino. Espérame un momento.

Había juntado el valor necesario para enfrentar a Lulú y me había presentado en su escritorio para así hacerlo. Iba a aceptar cualquier cosa que me fuera a decir, pero también me había decidido a decirle todo lo que yo pensaba también; desde lo de su relación inmoral con Mauricio, hasta eso de ir dándole jarronazos a la gente por ahí.

—Ya está. Vamos —me ordenó. Estaba muy seria, mucho más de lo habitual.

La planta estaba a rebozar; era un día de muchísimo trabajo y se notaba. Mauricio había vuelto hace rato y se había puesto a darle órdenes a todos los que tenía a su cargo. incluso Clara estaba desbordada de papeles. Mi equipo... o sea, el de Lulú; ya había terminado con su parte y se habían desperdigado para colaborar con otros con más trabajo que nosotros. Y mi jefa aprovechó ese momento para tener esa "charla" conmigo.

Salimos del ajetreado lugar y me hizo seguirla hasta el ascensor. Ahí, para mi sorpresa, presionó el botón del aparcamiento y hacia allí fuimos. Ella seguía muy seria, sin mostrar ninguno de los signos risueños que tanto la caracterizaban. Las ganas y la decisión con la que yo había encarado todo el asunto se fueron diluyendo a medida que los minutos iban pasando.

Llegamos al parking y, nuevamente, me indicó que la siguiera. Caminamos por todo lo largo de la planta; superamos la puerta de salida para personas, el portón de salida para coches y la garita de seguridad, hasta que llegamos a una puerta que había al final en la que no había reparado nunca.

—Entra —me dijo sin más.

—Espera, ¿qué cojones hay ahí adentro? —la enfrenté con desconfianza. Y traté de mirar por la pequeña ventana que tenía la puerta, pero estaba muy oscuro.

—Te digo que entres —respondió sin cambiar la expresión y abriendo la puerta para que pasara.

Sin perderla de vista ni un solo instante, le hice caso y entré. Ella pasó detrás mío y encendió la luz. Era un pequeño cuarto con las paredes pintadas de blanco y completamente vacío. Yo cada vez entendía menos.

—¿Me vas a decir para qué me has traído aquí?

—Cállate y espera.

Me estaba empezando a desesperar tanto secretismo. Y a aterrar, ¿por qué no? Si había sido capaz de reventarme la cabeza con un objeto contundente, a saber de lo que se atrevería a hacer teniéndome a solas en un lugar tan recóndito. Y fue peor cuando apagó la luz.

—¡¿Qué haces?! —grité.

—¡Te dije que te calles! ¡Vas a hacer que nos descubran! Ya casi es la hora —dijo por fin.

¿Que iba a hacer que nos descubrieran? ¿Quienes? Ahora sí que ya no entendía nada. Pero, de alguna manera, eso me tranquilizó. Al menos parecía que no iba a hacerme nada raro... Mientras me hacía un gesto constante con la mano para que esperara, Lulú seguía sin perder detalle de lo que pasaba en el aparcamiento.

—¿A quién estamos esperando? —pregunté esta vez en voz baja.

—"A quienes". Ya lo verás...

Decidí confiar en ella y esperar. Pero pasaban los minutos y nadie venía... Se estaba haciendo tarde y me estaba desesperando de nuevo. Más allá de lo que me pudiera deparar en esa habitación, todavía tenía mucho trabajo que hacer y estaba perdiendo un tiempo valioso.

—¡Ahí están! —dijo más o menos a la media hora.

—¡A ver! —me emocioné yo, pero me empujó para atrás y se agachó de inmediatio.

—Casi me ven... —dijo volviéndose a asomar muy despacio.

Yo me estaba muriendo por saber qué mierda estaba pasando ahí afuera y por qué tanto ocultismo. Y encima Lulú no me daba ni media pista. Pasaron cinco minutos hasta que me volvió a dar una indicación.

—¡Ya han salido! ¡Vamos! —dijo sacando las llaves de su coche y abriendo la puerta.

—¿A dónde? ¿Tú estás loca? ¡Tengo un montón de trabajo!

—¡Tú te callas y te vienes conmigo! —dijo cogiéndome de la mano y llevándome hasta su vehículo.

—Pero... ¿y el trabajo?

—¡Que le den al trabajo! ¡Esto es mucho más importante! —respondió. Yo no daba crédito; en la vida había escuchado a Lulú decir algo semejante.

—¿Y qué pretendes hacer? ¿Perseguirlos? Ya estarán bastante lejos... —traté de disuadirla.

—No te preocupes. Sé a donde van.

—No sé qué cojones te ocurre, pero esto se lo explicas tú luego a Mauricio —dije ya resignándome.

Me metí en el coche con ella y salimos a perseguir a esas personas que, no sabía ni quienes eran, ni qué habían hecho.

«Me cago en mi vida...»

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 22:30 hs. - Rocío.

El ambiente en la cena fue muy parecido al de la vuelta de la estación, con la diferencia de que esta vez a Alejo lo veía más triste que enfadado. Ni él ni yo pronunciamos palabra alguna; ni siquiera para pedirnos la sal. Cuando terminamos, se levantó y lavó los platos él solo. Luego bajó a tirar la basura y, cuando volvió, se encerró en su habitación. Y yo me quedé ahí; sola y con un nudo en el estómago porque pensaba que todo era por mi culpa.

Me senté en el sofá y encendí la televisión para intentar distraerme, pero no funcionó. Saqué el teléfono varias veces para ver si tenía algún mensaje de Benjamín, o de mi hermana, o de mi madre, o de cualquier persona que pudiera disiparme un poco esa angustia, pero nadie se había comunicado conmigo. Me sentía completamente sola en el mundo en ese momento. Y sentía que era por mi culpa; por mi forma de ser y por todas las malas decisiones que había tomado a lo largo de mi vida. Otra vez volvía a tener esa sensación de vacío existencial que me hacía querer cerrar los ojos para no volver a abrirlos nunca jamás.

Intenté quedarme dormida; me recosté boca arriba, cerré los ojos y traté de no pensar en nada más. Estaba cansada física y mentalmente, y el sueño empezó a llegar a mí por sí solo. Y casi consigo conciliarlo, de no ser por que fui interrumpida.

—Shh... No digas nada... —dijo Alejo cuando intenté incorporarme un segundo después de haber sentido parte de su peso sobre mi cuerpo.

—Alejo... ¿Qué haces? —pregunté sorprendida al ver como su cabeza descansaba sobre mi vientre.

—No sé si te lo dije ya, pero si hay algo que odio en este mundo es estar peleado con vos. ¿Te molesta si me quedo así un rato?

—Eh... No... —dije yo sin terminar de entender lo que estaba pasando— Pensé que estabas enfadado conmigo.

—No estoy enfadado, estoy un poco triste... Nada más... —dijo, y cerró los ojos. La visión desde mi perspectiva no podía ser más tierna. La imagen de ese chico, que casi me doblaba en tamaño, acostado sobre mí pancita, despertó en mí un sentimiento tan fuerte que, a día de hoy, sigo sin ser capaz de describirlo.

—Yo no quería hacerte sentir así... —dije mientras acariciaba su dorada cabellera— Sabes cómo me pongo cuando no estoy acostumbrada a algo... Yo tengo muy claro que todo lo haces por mí.

—Dijiste que estabas harta de esa "cantinela"... ¿En qué quedamos? —contestó con la voz todavía apagada.

—Ale... —protesté— ¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

—De momento con que me dejes quedar así me basta...

El sueño y el cansancio se me fue en un pispás, también las ganas de desaparecer del mundo. Y todo porque había, más o menos, arreglado las cosas con Alejo. Ya era un hecho que en esos últimos días mi estado de ánimo giraba en torno a él. Lo sabía bien y no trataba de negármelo. ¿Para qué? Si era la única persona con la que contaba tanto para bien como para mal. Benjamín estaba más pendiente de su trabajo que de mí, y Noe... bueno, también trabajaba, pero aunque no lo hiciera, no tenía intención de pasar mucho tiempo con ella mientras Alejo siguiera en casa. Por eso intentaba en todo momento estar bien con él y que el ambiente fuera el idóneo; porque si nuestra relación era buena, entonces mi estado de ánimo también lo sería. Y eso es lo que acababa de pasar; él había venido a buscarme para solucionar las cosas y estábamos en proceso de hacerlo.

Estuvimos muchos minutos en esa posición y en absoluto silencio. Él dormitaba serenamente sobre mí y yo lo observaba como una madre observa a su hijo recién nacido. Aunque la sensación no era esa; no me sentía como una madre cuando lo miraba, ni a nada que se le pareciera. Pero en ese momento no me podía importar menos; yo estaba feliz y cómoda, y no me hubiese importado que ese instante durara para siempre.

—Te quiero, Ale —se me escapó de pronto.

Fue espontáneo; sin quererlo; sin planearlo. Simplemente salió. Mi subconsciente así lo quiso. Estaba tan inmersa en ese mundo de felicidad en el que los problemas no existían para mí, que había perdido todo control sobre mis actos. Si bien muchas veces en el pasado, y en el mismo presente, le había dicho que lo quería, esta vez había sonado distinto. O, por lo menos, así lo había sentido yo, y la situación misma también hacía que pareciera de esa forma.

Alejo levantó la cabeza, sin cambiar ni un ápice su expresión somnolienta, y se impulsó sobre mi cuerpo hasta que su cara quedó a la altura de la mía. Yo me acababa de dar cuenta de que lo que había dicho podía malinterpretarse y me sorprendí. Pero cuando quise pensar algo para salir del atolladero, sus labios ya estaban pegados a los míos.

—Espera... Ale... —dije a la vez que me separaba de él.

—¿Qué pasa?

—Que no quería... que sonara así... O sea, te quiero mucho, sí... pero como amigo —me apresuré a aclarar. Me miró fijamente unos segundos y luego esbozó una sonrisa burlona.

—Ya lo sé, Ro... Perdoname, me dejé llevar —dijo mientras se levantaba.

Otra vez volví a sentir que me estaba equivocando. O sea, no en lo que le había dicho, porque era verdad, yo a Alejo no lo veía como a nada más que un amigo. Pero sentía que me estaba volviendo a equivocar en las formas...

—Espera... —grité, y le agarré el brazo para que no se fuera.

—¿Qué?

Sentía que si lo dejaba ir de esa manera, la reconciliación no iba a ser completa. Presentía que íbamos a volver a estar mal. Presentía que, al día siguiente, el ambiente iba a volver a ser malo y que no íbamos a poder hablar en todo el día. Y no quería eso; ya no quería más malos rollos en mi vida; quería estar bien con todo el mundo. Y en esos días, un grandísimo porcentaje de mi mundo era él; era Alejo.

Me lincorporé y quedé erguida y de rodillas sobre el sofá. Muy despacio, lo atraje por el brazo hacia mí hasta que su pecho quedó a la altura de mis ojos. Él me miraba expectante; con un toque de sorpresa. Entonces, apoyé mi cara en su cuerpo y me abracé a él.

—Ahora soy yo la que quiere quedarse así un rato —le dije. No me respondió, pero también me abrazó. Ahora sí que sentía que estaba haciendo las cosas bien. Si bien no había arreglado del todo el error de antes, en ese momento me pareció que eso era lo que tenía que hacer.

Entonces... otra vez esa sensación de felicidad. Mientras más tiempo permanecía abrazada a él, más cómoda me sentía, y más ganas tenía de que no me soltara. Pero esta vez, a diferencia de en el tren, mi cuerpo empezó a reaccionar. No sabía si era por el beso, por el contacto físico o porque en el ascensor me había quedado a medias; pero ese calorcito que ya bien conocía comenzó a envolver mi cuerpo. Y yo estaba muy consciente de ello, sólo que decidí no darle importancia.

Unos segundos después, Alejo, supongo que ya cansado de estar de pie, se volvió a sentar en el sofá y me invitó a seguir con lo que estábamos. Acepté su propuesta, pero, supongo que dejándome llevar por esa calentura que iba en aumento, en vez de ponerme a su lado, me monté encima de él. Me miró con aprobación y luego me volvió a abrazar. Le sonreí y me dejé caer sobre él; rodeándolo con mis brazos y dejando mi cabeza pegada a la suya. Poco a poco fui olvidándome de todo y comencé a dejar que mi cuerpo hiciera lo que quisiera. Por eso, con mucha suavidad y, digamos que, con bastante sigilo, empecé a restregarme contra él.

Sigilo dije. Bueno, al menos lo intenté. A los pocos segundos de iniciar ese frotamiento, Alejo no perdió el tiempo y puso ambas manos en mi culo. Me incorporé por la sorpresa, pero mi cadera se seguía moviendo sola mientras mi mente decidía qué hacer. Y fue peor cuando el bulto de su entrepierna comenzó a hincharse. Pero no tuve tiempo alguno de reacción, porque, en un movimiento rápido, me agarró de la nuca, me atrajo hacia él y me besó. Me cogió con la boca abierta y emprendió un morreo que acabó con todas mis dudas.

—Espera... —dije de nuevo. El beso estaba siendo tan intenso que varios hilos de saliva quedaron colgando entre nuestras bocas cuando nos separamos.

—¿Qué pasa ahora? —dijo con la respiración entrecortada.

—Esto es parte de las prácticas... ¿no? —pregunté con algo de ansiedad.

—Sí, esto también es parte del entrenamiento —confirmó.

—Fenomenal —finalicé con una sonrisa antes de volver a lanzarme a sus labios.

La lujuria se apoderó de nosotros como en tantas noches anteriores y ambos terminamos dando rienda suelta a nuestros deseos. Y antes de darnos cuenta, ya estábamos los dos desnudos y de pie junto al sofá.

Continuamos besándonos, ya sin ropa, y acariciando nuestros cuerpos. Yo seguía abrazada a él con una mano, centrando mis esfuerzos en no perderle pisada al beso, y con la otra lo masturbaba con suavidad. Él, al contrario de mí, no se quedaba quieto y me tocaba por todos lados con desesperación; ya demostrando que quería llevar la noche a un siguiente nivel. Pero yo estaba bien así, y se lo hice saber aferrándome fuertemente a su cuello. Intentó persuadirme cuando comenzó a acariciar mi vagina, pero yo con gusto abrí las piernas y lo dejé tocarme sin desprenderme de él en ningún momento. Entonces, volvió a hacer la del ascensor; introdujo dos dedos de golpe y comenzó a penetrarme con violencia. Ya el encuentro se había convertido en una guerra; guerra que yo no estaba dispuesta a perder. Si algo había aprendido con las prácticas, era que, si no tomaba la iniciativa, Alejo siempre iba a hacer lo que quisiera conmigo. Por eso, mientras me taladraba con sus dedos, decidí que ya había sido suficiente de sutilezas para con su miembro. Me separé un segundo de sus labios y, dedicándole una sonrisa llena de altanería y lascivia, entrelacé mi brazo con su durísimo pene, sujetándolo con la mano desde la base, e inicié un sube y baja repleto de intenciones. No se lo esperó, lo reflejaba su cara, y la agresividad de su maniobra en mi interior fue disminuyendo a medida que la velocidad de mi masturbación aumentaba.

—Tenés que nacer de vuelta para ganarme a mí, pendeja —dijo de pronto.

Dicho eso, me sacó los dedos de dentro y, con bastante brusquedad, me empujó contra el sillón, haciéndome caer sentada. Pero yo, lejos de arrugarme, no le solté el pene y volví a ponerme de pie de un salto. Apretando con fuerza su aparato, lo hice girarse y esta vez fui yo la que lo hizo sentarse de culo.

—Vamos a ver si es verdad, "pendejo" —respondí reclinando mi cuerpo noventa grados y mirándolo fijamente a los ojos.

Alejo se rio y ahí se terminó su lucha. Se quedó sentado, abierto de piernas y completamente a disposición mía. Era el momento para culminar mi victoria. Me senté a horcajadas encima de él, aprisionando su miembro entre su barriga y mi sexo, y me quedé así un rato; moviéndome muy, muy lentamente y acariciando su torso con mucha delicadeza, con la obvia intención de torturarlo un poco. Cuando se cansó de esperar, me sujetó fuertemente las nalgas y quiso acelerar él mismo el movimiento. Sin embargo, no entraba en mis planes dejarlo actuar todavía. Así que, riéndome de la misma forma que él lo acababa de hacer, clavé mis uñas en sus antebrazos y conseguí que abandonara la idea de tomar el mando. Estaba desatada. Ni yo misma me reconocía. Y me sentía muy bien, demasiado bien, y tenía ganas de seguir jugando con él un poquito más, pero ya eran demasiadas horas privándome de mi recompensa. Seguí unos pocos minutos más moviéndome muy despacio, hasta que no pude más y metí quinta de un momento a otro. Alejo se sorprendió y volvió a agarrarme el culo; con un poco de miedo al principio, lo que me excitó aún más. Esta vez lo dejé y empecé a moverme encima de él con mucha ferocidad. Ya no quise contenerme más y también comencé a gemir como si no hubiera un mañana. Él se incorporó un poco y llevó sus labios directamente a mis pechos; eligió un pezón y lo succionó con vehemencia hasta dejarlo rojo como un tomate. Mientras tanto, sus dedos se clavaban en mis glúteos y los guiaban de arriba a abajo por todo lo largo de su pene. Su firme estaca se frotaba contra mi vagina y ambos gemíamos con nunca lo habíamos hecho antes estando juntos.

—Me vengo... —le avisé mientras me volvía a aferrar a su cuello.

Sólo aguanté cinco segundos más luego de advertirle. Un cosquilleo poderoso, electrizante y divino asedió mi cuerpo, y me dejé caer encima de mi amigo mientras un torrente de placer me llevaba a esa dimensión tan maravillosa que había descubierto hacía no mucho. Varios espasmos me sacudían y los fluidos seguían saliendo de mi sexo, inundando el vientre de Alejo y empapando el sofá que había debajo nuestro.

—¡Hostia puta! —exclamé con ganas, dejándome llevar. Más que nada por las últimas grandes sensaciones que me había dejado el orgasmo. Era la primera vez en mi vida que tal agravio salía de mi boca.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Mejor que nunca, Ale... Mejor que nunca...

—Eso es bueno —terminó riendo.

Me quedé descansando encima de Alejo un rato largo mientras mi cuerpo se recuperaba. Él, sumiso y considerado como siempre, dejó de lado su propio placer y se quedó abrazado a mí hasta que fui capaz de volver a moverme. Cada vez estaba más encantada con ese chico.

Pero no le iba a volver a hacer lo de otras veces; él se había portado muy bien conmigo y no se merecía quedarse a medias. Así que, me levanté, todavía convaleciente, y me arrodillé en el suelo, quedando justo en frente de la entrepierna de Alejo.

—¿Qué hacés? Eso puede esperar, en serio... —dijo tratando de convencerme.

No le dije nada y me centré en lo que iba a hacer acontinuación. Su pene ya había perdido dureza, no así tamaño; seguía tan grande como al principio; así que no me parecía que me fuera a costar mucho darle su merecida recompensa. Agarré su falo con la mano derecha y comencé a masturbarlo con el objetivo de que recuperara su consistencia lo más rápido posible. Alejo me miraba entre ansioso y preocupado. Pero, una vez se dio cuenta de que podía llevar esa tarea a cabo sin problemas, echó la cabeza para atrás y se entregó a mis caricias. Su miembro no tardó en ponerse duro de nuevo. Seguí masajeándolo hasta que me sentí preparada de pasar al siguiente nivel.

—Dime si hago algo mal, porfa... —le dije con sinceridad.

—Epa, ¿ya se te pasó el efecto dominatrix? —rio.

—Cállate. Tú sólo dime si hago algo mal —finalicé no sin ruborizarme un poco.

Con mi torpeza habitual y desde arriba, poco a poco fui apresando su hinchado glande con mis labios. Una vez dentro, comencé a lamerlo en círculos mientras mi boca se iba acostumbrando a semejante invasor. Cuando sentí que ya podía con más; empecé a descender sobre él hasta que pude rodear un poco más de un cuarto. De verdad, cada vez que lo tenía delante, su pene me parecía más grande que la última vez. Seguí avanzando e intenté llegar hasta la mitad, y ahí llegaron las primeras arcadas. Tosí con fuerza y Alejo salió de su ensimismamiento para volver a preocuparse por mí. Le hice señas de que no pasaba nada y continué con mi labor. Decidí que no podía engullir más y, entonces, comencé a chupar hasta donde llegaba el rastro de mi saliva, mientras que el resto lo cubría con mi mano.

—Ya casi, Ro... —me avisó mi amigo cuando no llevaba ni dos minutos a ese ritmo.

Aumenté la velocidad de la felación y Alejo intentó ponerse de pie. No se lo permití; puse la mano libre en su pecho y no lo dejé levantarse. Me miró con sorpresa y yo le devolví la mirada. Sabía muy bien que en cualquier momento esa barra de carne iba a empezar a escupir semen en mi garganta. Pero no me importaba; estaba completamente entregada a la causa y estaba decidida a llegar hasta el final por su bien. Por eso, cerré los labios alrededor de su glande y me ayudé de ambas manos para conseguir mi objetivo. Y, mientras lo hacía, lo miraba a los ojos como jamás había mirado a nadie.

—¡Rocío! —fue el último aviso de Alejo. Volví a hacer oídos sordos y continué hasta el final. Final que no tardó ni diez segundos más en llegar.

Entonces, Alejo, ya percatado de que yo no me iba a echar para atrás, me agarró con mucha fuerza de ambos lados de la cabeza y movió su pelvis hasta que, al grito de "¡ahí va!", vació sus testículo dentro de mi boca. Me quejé y gestículé con los brazos para que me soltara, pero no lo hizo hasta que la última gota de esperma había salido. Cuando eso sucedió, me saqué su pene de dentro y me eché a un costado para toser. La mayoría me lo había tragado, pero todavía había quedado una buena cantidad en mi boca que terminó decorando la alfombra negra del suelo.

—¡Eres un bruto! —me quejé apenas me pude recomponer.

Y tenía muchas cosas más para decirle, pero, de pronto, Alejo se puso de pie, me ayudó a levantarme a mí también, y, sin darme tiempo a nada, me plantó un beso en la boca que me dejó paralizada. Metió su lengua y revolvió todo su interior sin importarle que todavía hubieran restos de su propio semen en él.

—¡¿Qué haces?! —dije cuando pude separarme— ¡Tenía toda la boca manchada todavía!

—No me importa —dijo calmado.

—¿No te importa? ¡Es asqueroso! —insistí.

—Me da lo mismo... —e intentó besarme de nuevo.

—¡Que no! —lo volví a empujar— ¿Qué coño te pasa?

Estaba diferente, no sabía qué le pasaba, y me estaba asustando. Se hizo un breve silencio y, por fin, habló.

—Estuviste espectacular esta noche, Rocío... Todavía no me lo puedo creer... —dijo mientras volvía a acercarse a mí. Yo no dije nada, pero me dio un poco de vergüenza.

—Ah...

—Rocío, escuchame bien... —dijo mirándome con mucha seriedad.

—¿Q-Qué pasa? —dije dudando y casi tartamudeando.

—Por favor, decime que, pase lo que pase, no me vas a odiar... —continuó con la misma seriedad.

—¿Por qué me dices eso? Me estás asustando...

—Rocío...

—Dime...

—No quiero continuar con las prácticas...

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —dije más sorprendida que nunca. No entendía nada de lo que estaba pasando.

—¡Te amo, Rocío! ¡No quiero ayudarte más con Benjamín!

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 22:37 hs. - Benjamín.

Media hora conduciendo y persiguiendo a un coche que jamás tuve la oportunidad de ver, porque ya lo habíamos perdido desde antes de salir de la empresa. Pero como Lulú decía saber a donde se dirigían, no me quedó remedio que acompañarla hasta el final. Por eso y porque era un tipo sin carácter.

Aparcó en frente de una urbanización abierta; o sea, que no estaba rodeada por muros, ni por verjas, ni por nada parecido. Al costado, había un aparcamiento abarrotado de coches. Traté de buscar alguno conocido, pero no pude reconocer ninguno.

—Vamos —dijo cuando bajamos.

—¿Me vas a decir algo de una puta vez? —me volví a quejar.

—Deja de llorar, Benjamín, por dios... Ya estamos aquí...

Nos plantamos en frente del portal de la urbanización. Sacó unas llaves de su bolso; eligió una y la metió en la cerradura. Una vez dentro, caminamos por un largo pasillo que terminaba en un arco que llevaba a un patio exterior. Traspasamos esa parte y giramos a la izquierda para meternos en un nuevo pasillo.

—Bajo M —me indicó mientras observaba los cartelitos de las puertas.

Caminamos unos metros más, sin cruzarnos en ningún momento con nadie, hasta que llegamos a unas escaleritas que bajaban hacia otra especie de patio que también tenía pasillos a los costados. El lugar era un maldito laberinto.

—Es aquí —dijo, por fin, luego de bajar por esas escaleras y meternos en uno de los pasillos.

—Ya era hora. Va, veo que tienes las llaves. Abre.

—Estás muy tonto hoy, ¿eh? ¿Acaso quieres que nos descubran? Sígueme.

Me guió por el pasillo hasta llegar a un nuevo patio y luego, para mi sorpresa, comenzó a trepar por un murito que debía medir no más de dos metros.

—Ven —me dijo mientras estiraba su mano para ayudarme a subir.

No sin esfuerzo, ya que no estaba vestido como para realizar semejantes actividades, escalamos esa pared con éxito y no colamos en la terraza de esa vivienda. Delante nuestro había un gran ventanal, tapado por las cortinas interiores. Intenté mirar dentro pero las luces estaban apagadas y no se veía absolutamente nada, salvo un pequeño rayo de luz que parecía ser el del pasillo de la casa. Claro indicio de que había gente dentro.

—¿Qué hacemos? —le dije a mi jefa.

—Hablar más bajo y esperar —me regañó mientras se acurrucaba en una esquina de la terraza a la que no llegaba la luz. Resignado, me senté a su lado y me puse a esperar con ella.

Seguía tan seria como antes de haber salido. Me estaba preocupando de verdad verla así. Con lo risueña y alegre que ella había sido siempre. No por nada la apodaban "el alma de la fiesta" en el trabajo.

—Perdóname, Benji... —me dijo de pronto.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Por esto... Y por muchas cosas más... Desde que regresé que no he parado de darte problemas...

—¿Por qué lo dices? —pregunté haciéndome el sorprendido, pero en realidad creía saber a qué se refería.

—Primero te quitan tu puesto por mi culpa... Y ahora esto...

—Pues... —no sabía qué decir, la verdad.

—¿Sabes? Una no elige de quien se enamora... Ahí empiezan todos los problemas... —dijo con desazón.

—Ya...

—¿Ya qué? —preguntó girando la cabeza y mirándome por primera vez a los ojos. Varias lágrimas resbalaban por sus mejillas.

—E-Eh... Pues... ya sabes... ¿No?

—¿Ya sé el qué? ¿De qué hablas? ¿Acaso sabes algo de lo que está pasando aquí? —preguntó con gran sorpresa.

—Mira... No sé si esta misión espía tenga algo que ver, pero, por lo demás... sí, lo sé todo —confesé al fin.

—¡¿Qué?! Benjamín... ¿entonces sabes lo de Mauricio y...? —me miraba asustada. Eso sí que no lo entendía.

—Lo de Mauricio y tú... Sí, lo sé todo...

—¡¿Lo de Mauricio y quién?!

De pronto, un rayo de luz artificial golpeó el suelo proviniendo desde la habitación que estaba detrás nuestro. Lourdes se limpió las lágrimas y, entonces, se asomó con mucho sigilo para mirar por un hueco que había entre las cortinas. Cuando se aseguró de que adentro estaba lo que ella buscaba, me miró a los ojos y me dio una última indicación.

—No sé qué es lo que sabes... Pero mira tú mismo por la ventana y, si tal, luego me cuentas...

—Vale... —dije con dudas.

Intercambiamos posiciones con toda la cautela que pudimos, y, con mucha lentitud, asomé mi cabeza hasta encontrar el espacio en el cortinado. Lo primero que visualicé fue una enorme cama de matrimonio y la puerta que debía dar al pasillo. De espaldas a mí, la primera sorpresa: Mauricio. Hubiese reconocido esa calva rodeada de cabello engominado a kilómetros de distancia. Delante de él, una mujer. Ya la cosa había dejado de tener sentido para mí. A menos que Lulú me hubiese llevado ahí para ver como mi jefe se cepillaba a su esposa en un piso franco, ya no entendía nada. Mucho menos entendía por qué no era la misma Lulú la que estaba ahí dentro con él.

Entonces...

—¡Hos...tia puta! —me salió del alma. Si podía reconocer la nuca de Mauricio a kilómetros de distancia, mejor todavía podía recordar esa cabellera color castaño claro que finalizaba en unas perfectas ondas.

—Me... cago... en... mi puta vida... —fue lo último que murmuré al ver como Clara se besaba apasionadamente con mi jefe.