Las decisiones de Rocío - Parte 8.
Octava parte: "Benjamín es mi máxima prioridad y no voy a arriesgar todo lo que hemos construido por nada del mundo. Tengo que terminar con esto..."
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 05:55 hs. - Benjamín.
Cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté pensar en Rocío. Y estoy seguro de que hubiese funcionado si la becaria no hubiese agarrado y llevado mi mano a su teta. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un apasionado beso y que mi fuerza de voluntad duró menos que la blusa de Clara cubriendo su cuerpo.
—Te voy a hacer mío, Benny...
Tras hacer manifiestas sus intenciones, se levantó de la silla y se colocó a mi lado. Yo todavía estaba sentado sobre la cama, en una posición de lo más incómoda, con el torso virado hacia un lado por consecuencia del beso que me acababa de dar con ella. Entonces, poniendo su mano en mi pecho, me fue empujando con suavidad hasta que quedé recostado por completo. Acto seguido, se montó a horcajadas sobre mí y, lentamente, fue bajando su cuerpo hasta que su cara quedó pegada a la mía.
—Tócame —me susurró al oído.
No sé por qué, pero esa petición me hizo recobrar la conciencia. «¿Qué mierda estás haciendo, Benjamín?» pensé al instante. Ahí caí en cuenta de que ya había ido demasiado lejos. No podía seguir con eso. Y con toda la delicadeza que pude, agarré a Clara de los hombros y la obligué a incorporarse. Luego hice lo propio yo también, quedando con la espalda apoyada en la pared y con ella todavía arriba mío. El golpe en la cabeza no me permitía actuar con más velocidad.
—Clara, no puedo hacer esto... —le dije mirándola a los ojos. Ella esbozó una pequeña sonrisa.
—Benny, yo no voy a obligarte a hacer nada que tú no quieras —me respondió acercando nuevamente su cara a la mía.
—Ya lo creo que no... Mira, eres muy guapa y probablemente hubiera ido contigo hasta el final si no tuviera novia, pero...
No me dejó terminar. De pronto, llevó las manos a su espalda y su sujetador cayó muerto encima de mi regazo. Quedé paralizado en el lugar. No me esperaba para nada esa jugada. Ella aprovechó ese momento de desconcierto y volvió a asaltar mi boca.
—¡Espera, Clara! ¡Te he dicho que no! —exclamé girando la cabeza para un costado.
Pero parecía no importarle lo que yo quisiera. Me sonrió pícaramente y luego estiró su torso hasta dejar sus pechos a la altura de mi rostro. Comenzó a reírse como una adolescente juguetona mientras se restregaba contra mi cara.
—Toma, chupa —me dijo sujetándose una teta con una mano y poniéndola a la altura de mi boca.
Cada cosa nueva que proponía me sorprendía más que la anterior. Y no sólo me sorprendían, sino que también me desarmaban. Me quedaba en blanco el tiempo suficiente como para que ella pudiera ir un paso más allá.
—Por favor... No... —dije intentando apartar sus perfectas mamas de mi cara.
—¡Uy! Tu boquita dice una cosa, pero parece que tu cuerpo opina todo lo contrario... —afirmó luego de dejarse caer por fin sobre mí.
Efectivamente, entre el beso y el frotamiento de sus tetas en mi cara, mi pene se había puesto como una barra de mármol. Joder, tendría que ser de piedra u homosexual para no ponerme cachondo en una situación así. Insisto en que Clara era un maldito monumento de mujer.
—Pórtate bien, Benny. Podemos pasarlo muy bien si te dejas llevar... —me susurró al oído nuevamente. Y comenzó a contonear su culito contra mi híper erecto pene. Mi fuerza de voluntad volvía a decaer.
—Clara... Te lo suplico...
Me estaba empezando a desesperar. De verdad que quería irme de ahí, pero mi cuerpo no me dejaba. Puede sonar a excusa, pero era la puta realidad. Y mis esperanzas de conseguir librarme se terminaron de extinguir cuando volvió a besarme y yo le correspondí. Dejé que me metiera la lengua hasta la campanilla. No hice nada para frenarla. Traté de pensar en Rocío con todas mis fuerzas, a ver si en un arranque de fidelidad reaccionaba de alguna manera, pero el tacto de su boca con la mía me resultó tan agradable que terminé por rendirme al placer.
Sé que no sirve como justificación, pero me sentía como un ser despreciable. Me besaba con Clara y al mismo tiempo me daba asco a mí mismo. Me sentía, sin exagerar, como un monstruo infiel sin ningún tipo de moral. Y no ayudaba nada que la cara de mi novia no dejara de dar vueltas en mi mente. Y mi desesperación iba en aumento porque ya no sabía qué hacer para remediarlo. Había hecho todo lo posible, pero ella había sabido frustrar todos mis intentos.
—Qué bien besas... —dijo separándose un momento y mirándome con lujuria. Luego reanudó el morreo.
—¿Por qué me haces esto? —le pregunté ya completamente resignado.
—Porque te deseo. Te deseo desde el primer momento en el que te vi. Y hoy vas a ser mío.
La determinación que mostraban sus ojos era una muestra más de que mi destino ya estaba escrito. Yo era un tío muy introvertido y Clara era de ese tipo de mujeres que sabía manejar al 100% a esa clase de hombres. Y entendí que era en vano seguir resistiéndome a algo que estaba totalmente fuera de mi control.
Sí, además, también era un cobarde.
—Haz lo que tengas que hacer y luego déjame dormir... —le dije finalmente.
—Uy, suenas como una quinceañera virgen que está a punto de ser violada. Vamos, Benny, sabes muy bien que quieres esto tanto como yo.
Tras decir esas palabras, se puso de pie y se terminó de quitar la ropa, quedando ya solamente con una braguita rosa. Luego me hizo volver a recostarme sobre la cama y se sentó a mi lado. Y dedicándome, una vez más, esa mirada pícara que ya era un usual en su bello rostro, metió su mano derecha dentro de mi pantalón hasta alcanzar mi duro miembro.
—Mira cómo tienes esto... Y encima quieres hacerme quedar como la mala de la película... —dijo riéndose.
No acoté, simplemente me dediqué a observarla con cara de póker. Supongo que no mostrarle ningún tipo de reacción me hacía sentir mejor conmigo mismo.
—Voy a quitarte esa carita de amargado, Benny.
Ya me podía imaginar cómo tenía planeado hacerlo, y mis sospechas se confirmaron cuando comenzó a desajustarme el cinturón y luego a desabotonarme el pantalón. Estuvo testeándome un rato, palpando todo el bulto por encima del calzoncillo, pero no tardó en "arremangarlo" y en liberar a mi hinchadísimo miembro de su prisión, que salió disparado con gran vigor, provocando que Clara pegara un grito de sorpresa fingido, que luego acompañó con una risita coqueta. Aunque yo sí estaba sorprendido, pero de lo gordo que estaba. Hacía mucho tiempo que no veía de esa manera a mis generosos 15 centímetros de carne. ¿O quizás eran 16 en ese momento?
Agarró mi pene nuevamente con la mano derecha y, muy despacio, empezó a masturbarme. Bueno, muy despacio al principio, porque a los dos minutos ya me estaba haciendo una paja de campeonato. Yo trataba de contenerme y de no demostrarle que me estaba gustando, pero es que la cabrona lo estaba haciendo tan bien que...
—¿Te gusta lo que Clarita te está haciendo? —dijo mordiéndose el labio inferior con sensualidad.
Algo dentro de mí estalló en ese momento, y no fue mi "amigo" precisamente. Me levanté de la cama y, agarrándola del brazo que tenía libre, la atraje hacia mí y le planté un beso en los morros que la dejó con los ojos abiertos. Pero no me entretuve mucho con su boca, antes me había quedado con las ganas de catar sus majestuosas ubres y esta vez ya no me iba a contener. Y vaya si no lo hice. Clara soltó una carcajada triunfante cuando comencé a chuparle las tetas. Ya se sabía ganadora y todo indicaba que las cosas iban a terminar transcurriendo como ella había querido desde un principio.
Así es, la tentación era demasiado grande y yo demasiado débil.
—Ven aquí... —dijo cogiendo una de mis manos y apoyándola en su entrepierna.
No lo dudé y metí la mano dentro de su braguita. Lo cierto es que yo era bastante torpe a la hora de manejarme en la intimidad femenina, por eso siempre trataba de evitarlo e ir directamente al grano con Rocío. Llámenlo vergüenza, o como quieran. Pero, esta vez, estaba tan cachondo que me importó una mierda no saber si estaba hurgando en los lugares correctos o no. Me hizo venir más arriba aún que Clara no se quejara. Es más, había echado la cabeza para atrás y había cerrado los ojos. La chica estaba disfrutándolo.
—No aguanto más... —me dijo de golpe—. Quiero sentirte dentro de mí.
—No he traído condones... —respondí contrariado. Ni yo mismo daba crédito a lo que estaba diciendo.
—Yo sí, no te preocupes... —dijo antes de volver a darme otro beso.
Se levantó de la cama de un salto y fue a buscar su bolso. Yo no podía quedarme quieto y fui tras ella. La abracé por la espalda y besé su cuello mientras volvía a deleitarme pasando mis manos por sus espléndidas curvas. Una vez hubo encontrado los preservativos, se dio la vuelta y me besó de nuevo. Así, sin separarse de mi boca, me empujó nuevamente hacia el catre, donde me hizo caer de espaldas. Me di cuenta de que todavía estaba vestido e intenté librarme de mi camisa en esa misma posición, pero Clara parecía estar desesperada de verdad...
—Olvídate de eso —dijo bajando por mi torso. Ni siquiera intentó quitarme el pantalón. Abrió el envoltorio del condón con los dientes y se deslizó por mi torso hasta quedar a la altura de mi entrepierna, donde la esperaba ansioso mi durísimo falo.
Entonces...
«Wooo, wooo, wooo, Sweet Child O' Mine»
El tiempo se detuvo. Clara levantó la cabeza y se me quedó mirando fijamente. Yo agaché la mía y nuestras miradas se quedaron petrificadas cuando se encontraron.
«Wooo, wooo, wooo, Sweet Love O' Mine»
Tardé unos cuantos segundos en salir de mi letargo y en darme cuenta de que era mi teléfono móvil lo que sonaba. Mi compañera, en cambio, ya se había descongelado y esperaba ansiosa que yo me decidiera a actuar.
—¿Qué vas a hacer? —me preguntó con calma pero con un poco de impaciencia a la vez.
Ese grito me hizo reaccionar del todo. Me levanté de la cama y salí disparado a la otra punta del cuartito a buscar el aparato.
—E-Es mi novia... —dije cuando miré el visor. Clara se quedó en silencio y miró hacia otro lado—. Voy a contestar...
—Pues contéstale... —dijo resignada.
—Por favor, no me la juegues...
—¿Por quién me has tomado?
Le agradecí con un movimiento de cabeza, luego tomé aire, aclaré un poco mi voz, me volteé para no tener que mirarla mientras hablaba y, finalmente, arrastré el iconito verde de la pantalla.
—¿Hola?
—Buenos días, Benja —me saludó la dulce voz de mi novia desde el otro lado. Sentí una punzada en el pecho al escucharla.
—Rocío, mi amor... ¡Qué raro que llames a esta hora! —traté de responderle con mi jovialidad habitual.
—Ya... Sabes que anoche me dormí muy temprano y... en fin... ¿Te he despertado o algo?
—¡No, no! Ni siquiera me he ido a dormir todavía —dije. Y añádanle una risita nerviosa.
—¿Y eso?
—Pues Mauricio, ya sabes. Me ha pedido que me quede a hacer el trabajo de otro y...
—No te has podido negar...
—No me he podido negar... —afirmé mientras me daba la vuelta para comprobar si la becaria seguía en el mismo lugar. Y así era; Clara seguía sentada en la cama, y me miraba atentamente.
—Benja... —dijo entonces Rocío.
—¿Qué pasa, mi amor? —le pregunté. Lo cierto es que me estaba sorprendiendo lo bien que estaba manteniendo la calma. Yo siempre había sido un tipo torpe y lento a la hora de esconder mis emociones, pero en ese momento me estaba comportando como un verdadero campeón. O como un auténtico hijo de la gran puta, depende de cómo se viera...
—Te llamaba para pedirte disculpas por lo de ayer... Se suponía que íbamos a pasar un rato juntos... y lo arruiné todo... —dijo. Sentí otra punzada en el pecho.
—¡No! ¡Tú no te tienes que disculpar por nada! ¡La culpa es mía!
—¿Tu culpa? ¿Por qué? —ni siquiera sé por qué le dije eso.
—Por-Por que no te desperté. Porque te vi tan profundamente dormida que me dio penita hacerlo.
—Pero... —se la notaba triste. El dolor en el pecho cada vez era más fuerte.
—En serio, preciosa, no te sientas mal... Además, Raúl me estaba metiendo prisa y creo que al final no me hubiese podido quedar mucho tiempo contigo.
—¿Entonces no estás enfadado? Siempre estoy molestándote con que no nos vemos... y ahora que teníamos una oportunidad...
—Para nada, mi amor. No es nada fácil esta situación que estamos viviendo. Es normal que pasen cosas de este estilo.
—Vale... —dijo todavía con una pizca de penuria en su voz.
—Me hubieses dicho que estabas cansada y hubiese intentado ir un poco más temprano... —sabía muy bien que se había quedado durmiendo llorando, las pruebas eran contundentes. Pero no me pareció el momento adecuado para tocar el tema.
—Pues sí, la verdad es que caí rendida... ¿Sabes que Luna pasó la noche a mi lado? Recién, cuando me desperté, todavía estaba acurrucada junto a mí en la cama.
—¿En serio? Pues sí que es fiel la gatita. A diferencia de otros de su especie...
—Ya... —rió— Por cierto, Benja...
—Dime, cariño.
—¿Cómo terminó la reunión de ayer? Es muy temprano todavía y no he podido hablar con Alejo.
—Oh, la reunión... Pues no muy bien... Para serte sincero, a Raúl no le quedaron muy buenas sensaciones...
—¿Eh? ¿Y eso qué quiere decir? —de pronto su voz se avivó un poco, nada exagerado, pero lo suficiente como para que yo me diera cuenta que el tema la tenía en ascuas.
—Pues... que me pidió unos días para poder hablarlo con su mujer.
—¿Y entonces?
—Pues eso, que tendremos que esperar. Y tranquila, tu amigo se puede quedar hasta que se decidan.
—Oh... —dijo con un tono indiferente.
—¿A ti te parece mal? —le pregunté sorprendido por su floja reacción. No es que esperara que se pusiera a cantar ni nada por el estilo, pero como se había mostrado tan interesada en el asunto y como se trataba del amigo de ella.
—Eh... No... ¿Por qué me iba a parecer mal? —respondió con la misma inexpresividad.
—No, no... por nada.
—¿Cuántos días te ha dicho que va a tardar en tomar una decisión? —insistió con el tema.
—Cinco o seis, porque su mujer viene no sé cuando y no la va a poder ver hasta el miércoles. O algo así...
—Ah... ¿Y tú crees que van a decir que sí?
—No lo sé, Ro.
—Ah... Perdona si ando algo lenta. Ya sabes cómo soy cuando me levanto.
—No te preocupes, reina.
—¿Hoy te voy a ver? —esa pregunta salió como una flecha en dirección hacia mi alma.
—Lo siento, mi vida, pero no creo... Ahora voy a intentar dormir algunas horitas y voy a tener el tiempo justo cuando me despierte.
—No pasa nada —respondió con pena.
—Ya cada vez queda menos, cielo mío, en pocos días ya retomaremos nuestro ritmo de vida habitual.
—Lo sé, Benja... Y tú sabes que tienes mi apoyo.
—Claro que lo sé, mi vida.
—Bueno, no te molesto más. Descansa un poco, ¿sí? —se despidió al fin. No es que no seguir hablando con ella, pero la expresión de Clara me indicaba que ya estaba harta de esperar, y no quería tentar a la suerte.
—Lo haré, mi amor. Cuídate mucho. Te quiero.
—Y yo a ti.
—Chao.
Colgué y me quedé un rato en silencio, tratando de esquivarle la mirada a mi acompañante, que todavía aguardaba desnuda en la cama. No tenía ni idea de en qué podía estar pensando ella, pero, por mi parte, fuera lo que fuera eso que había estado a punto de pasar entre nosotros, se iba a quedar en eso, en nada más que una mera anécdota. La calentura se me había bajado y, además, el remordimiento de conciencia que sentía era más que significativo. En lo último que pensaba en ese momento era en mojar el churro...
—Es la primera vez que te escucho hablar de esa manera —dijo de pronto.
—¿"De esa manera" cómo?
—Con esa suavidad. Ese cariño. Conmigo sueles ser más tosco —respondió.
No supe qué decirle. Se puso de pie y se acercó hacia donde estaba yo. Se quedo quieta en frente mío y me dedicó otra de sus bellas sonrisas. Luego estiró un poco el cuello y me besó.
Iba a decirle que se detuviera, que ya todo había terminado, pero algo me detuvo. Ese beso que me estaba dando era distinto a todos los que nos habíamos dado hasta el momento. No sabría cómo explicarlo, pero esa delicadeza y esa ternura con la que sus labios tocaban los míos, de alguna manera, me estaban haciendo sentir como en casa.
Se separó luego de unos segundos, que para mí se hicieron cortísimos, y se quedó mirándome con cara de cachorrita indefensa, como esperando que respondiera a su accionar.
—Lo siento... no puedo seguir con esto —le dije agachando la cabeza.
—No tienes que disculparte, tonto... No pasa nada.
Ninguno de los dos volvió a decir nada. Ella se fue hasta la cama y, con una seña con la mano, me invitó a compañarla. Y yo accedí. No encontré ninguna razón para no hacerlo. Cuando llegué a su lado, me dio un último beso en la mejilla y me dio un empujoncito para que me tumbara. Luego cogió la manta que estaba a nuestros pies y nos fue cubriendo a ambos mientras se recostaba junto a mí.
Cuando apoyé la cabeza en la almohada, "recordé" que me había golpeado la cabeza. Solté un sonoro quejido y Clara se rió. Se lo reproché con una bofetadita amable en la cara y luego pasé mi brazo por detrás de su cabeza. Ella también pasó su brazo por encima de mi pecho. Y, antes de darme cuenta, ya estaba dormido como un bebé.
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 07:30 hs. - Alejo.
—Siete y media, la puta madre...
Cuando empezó a sonar el despertador, empecé a maldecir en todos los idiomas que conocía mientras me retorcía en la cama. Ya me estaba empezando a reventar soberanamente las pelotas tener que leventarme temprano todos los días. Hacía años que vivía con las responsabilidades contadas y por eso todavía no me terminaba de acostumbrar a ese nuevo estilo de vida. ¿Qué estilo de vida? El de estar disponible para Rocío las 24 horas del día. Sí, mi estadía en esa casa ya dependía en su totalidad de mantenerla feliz y atendida. Yo ya no estaba lastimado y la depresión ya tampoco servía como excusa. Lo único que me mantenía en ese lugar era que no tenía donde caerme muerto. Y tenía que aferrarme a ese hecho con uñas y dientes.
La noche anterior me había encargado de espantar al tipo que había ido a alquilarme un departamento. Me cagaba de risa al recordar la cara del hombre cuando le dije que no tenía trabajo pero que iba a poder pagarle con los ahorros que guardaba en mi bolso de viaje. Por no mencionar la cara de Benjamín cuando se iba dando cuenta poco a poco que la cosa no iba a terminar como él quería. Y ya fue el acabose cuando me dijo recontra serio que mis días en su casa estaban contados.
Me quedé acostado en la cama, riéndome, mientras me acordaba de eso y muchas cosas más. El enojo ya se me había ido. Y era normal, ya que, aparte de estar madrugando, no tenía ningún motivo para estar enojado. Las cosas me estaban saliendo fenomenalmente; no sólo había conseguido un poquito de paz en lo que se refería a los negros esos de mierda que me estaban persiguiendo, también había logrado llegar con Rocío a un punto que ni en mis mejores sueños hubiese pensado que iba a llegar. Además, la satisfacción era triple al tratarse justamente de la mujer que tanto sufrimiento me había hecho pasar cuando era más joven. En definitiva, estaba radiante, me sentía Dios. Saber que todo iba viento en popa y que estaba en mis manos lograr llegar a buen puerto, me hacía sentir omnipotente.
Y tenía que seguir así. Lo único malo era el tiempo; si bien había conseguido alargar unos días mi estancia en la residencia "parejita feliz", el tiempo que seguía teniendo para terminar de doblegar a Rocío seguía siendo el mismo: una mísera semana. Por eso, había tenido que poner en marcha el plan "aceleración", que consistía en seguir haciendo lo mismo que venía haciendo, solamente que más rápido. ¿Cómo? Bueno, un buen ejemplo había sido la noche anterior, antes de la reunión, cuando le entré con todo y conseguí que me diera una de las mejores chupadas de pija de mi puta vida. La verdad es que no me esperaba que fuera a salir tan bien la cosa, me esperaba por lo menos un mínimo de resistencia de su parte. Pero no, la cerda se tiró a mi bragueta por un simple beso y un par de caricias.
Ya tenía decidido que, a partir de ahí, lo que iba a hacer era seguir con esa línea de ataque; abordarla cuando menos se lo esperara y conseguir sacarle la puta que tenía adentro en lugares y situaciones poco habituales. Mi plan era hacer que se enamorara de mi cuerpo y que, a través de ahí, sus sentimientos hacia mí fueran creciendo a su ritmo. Una vez conseguido eso, ya no me iba a importar una mierda si el novio me echaba de la casa o no.
Pero para que todo saliera bien, primero iba a tener que cogérmela... Sí, ese era el paso más difícil. Hasta el momento, todo había transcurrido bajo la excusa de "las prácticas". Pero para lograr que se me terminara de entregar, iba a tener que conseguir primero que se diera cuenta de que había estado franeleando conmigo porque le gustaba, no por perder la vergüenza y todas esas boludeces. Cuando lograra destrabar ese pequeño dilemita, ya no iba a haber nada que me detuviera.
Me levanté de la cama a eso de las ocho, ya un poco más contento, y fui al baño a lavarme como todos los días. Todavía estaba medio somnoliento y no coordinaba muy bien que digamos. Y así medio dormido como estaba, abrí la puerta y fui derechito a la piletita a cepillarme los dientes. En eso estaba cuando, de golpe, una voz me sacó de mi semisonambulismo.
—Alejo.
—¿Qwé pwafa? —respondí yo con el cepillo todavía en la boca.
Me di la vuelta y vi a Rocío, que estaba desnuda de cintura para arriba y me miraba enojada, muy enojada. Me gritó cuatro cosas que ahora no recuerdo, me tiró una pastilla de jabón en la frente y después me sacó del bañó a patadas.
Me fui al salón resignado a esperar a que saliera, cosa que no hizo hasta veinte minutos después. Apareció vestida con un shortcito verde que apenas le tapaba la totalidad de los glúteos y con una musculosa blanca que me dejaba verle el corpiño por los costados. Yo ya no sabía si hacía esas cosas por inocente o para provocarme...
Entonces se dio la vuelta y vino hacia donde estaba sentado yo.
—Que sea la última vez que haces eso —me dijo muy seria.
—¿El qué? —pregunté yo todavía medio dormido.
—Entrar en el cuarto de baño cuando estoy yo. No me vuelvas a faltar el respeto de esa manera.
—Perdón. Como nunca te levantás tan temprano...
—Me da igual. No lo hagas más.
—Está bien... —finalizó dándose media vuelta y yéndose para la cocina.
Me dejó pensando. No entendí por qué estaba tan enojada. Ya la había visto desnuda muchas veces, no tenía ningún motivo para ponerse así. Pero no le di más pelota de la necesaria y me metí rapidito en el baño a hacer lo que tenía que hacer. Salí a los diez minutos cagado de hambre y fui derecho a la cocina para picar algo. Cuando llegué, estaba ella esperándome sentada en la barra con dos platos de tostaditas con mermelada y dos vasos de jugo de naranja delante. Me senté frente suyo y le agradecí por la comida. Ella asintió sin mucha efusividad y no me hizo más caso en todo lo que duró el desayuno.
—Gracias de nuevo —dije cuando terminé todo. Pero volvió a girarme la cabeza—. ¿Me vas a decir qué carajo te pasa? —le dije ya un poquito cansado de tanta mierda.
Me volvió a ignorar. Se levantó, recogió los platos y se fue a acostar al sofá a ver la tele.
—Rocío —volví a llamarla. Su respuesta fue subir el volumen de la tele y ponerse a cantar una de las canciones que estaban sonando. Yo cada vez entendía menos lo que pasaba. ¿Tanto le había molestado que la viera desnuda en el baño? No, no podía ser semejante pelotudez.
Otra cosa en la que pensé fue en lo que había pasado la noche anterior, cuando estábamos en lo que estábamos y de golpe escuchamos el ruido del ascensor. Yo ya estaba en mi límite y ella en ningún momento paró de mamármela, así que le llené la boca de leche sin que se lo esperase. Pero ahí no se terminó la cosa; ella empezó a gesticular y, como me dio miedo de que se fuera a poner histérica y a escupir el semen por todas partes, le agarré bien fuerte la cabeza y la obligué a tragárselo todo.
«Claro...» pensé. Tenía que ser eso. Lo que no entendía era por qué no había venido de frente a decírmelo en la cara. Últimamente había estado muy comunicativa contándome todas sus dudas boludas, no entendía por qué esta vez había preferido hacerse la ofendida.
Sea como fuere, esa peleíta de mierda no iba a hacer más que ralentizar mis planes. Así que decidí actuar.
—Che, boluda, si querés la próxima vez dejo que nos descubran —le dije parándome entre ella y el televisor.
—¿Pero qué dices? —me dijo incorporándose de golpe y enojada.
—Ah, mirá, sabés hablar. Qué hermosa cualidad.
—Déjame en paz —me dijo. Luego se levantó e intentó irse, pero la agarré de un brazo y no la dejé—. Suéltame —me dijo con una mirada desafiante.
—Cuando te tranquilices un poco. Parecés una pendeja pelotuda.
—No me insultes.
—Es lo que sos. Estás así porque probaste un poquito de semen. ¿Le vas a hacer esto a tu novio cada vez que quiera acabarte en la boca?
—Eres un imbécil —me dijo forcejeando para soltarse.
—¿Vas a seguir portándote como una adolescente?
—¿Como una nenita? —preguntó indignada—. Para empezar, no debimos haber hecho eso nunca. Tú sabías muy bien que Benjamín estaba a punto de llegar.
—Vos tampoco te resististe demasiado que digamos, ¿no?
—Me da igual. Tú no eres nadie para poner en peligro mi relación con mi novio.
—¡Dejate de hinchar los huevos! Ayer te expliqué bien por qué lo hice. Sólo intentaba ayudarte.
—¿Y también me estabas ayudando cuando me obligaste a tragarme tu semen?
—¿Ves que era por eso? —reí—. ¿O sea que preferías escupirlo por todos lados? ¿Qué carajo le ibas a decir después a tu novio?
—¡No iba a escupirlo! Bueno... sí, ¡pero en mi mano!
—Demasiado arriesgado, Rocío... Yo hice lo que tenía que hacer.
—No me importa. Me voy —respondió con testarudez.
—Pensé que todo esto te estaba ayudando a madurar también, pero veo que me equivoqué.
—¿A madurar? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Mirá... hacé lo que quieras, pero acordate de que soy yo el que te está ayudando a que tu novio no te mande a la mierda —dije acercándola a mí y hablándole bien de cerca.
—Pues ya no quiero que me ayudes —dijo acercando también su cara a la mía en una clara demostración de intenciones.
—¿Entonces querés que terminemos con todo acá mismo? —dije pegándome más a ella si se podía.
—¡Por mí perfecto! —respondió ya con la respiración un poco acelerada. Su mirada se desvió a mis labios.
—Muy bien.
—Pues eso. ¡Ahora suéltame!
—Hace veinte segundos que te solté, pendeja malcriada.
Esa era la mía.
Me miró con mucha bronca e intentó darme una cachetada. Le frené la mano al vuelo y, sin darle tiempo a reaccionar, la besé. Me empujó y me quiso pegar otra vez, pero volví a pararle la mano y me tiré a su boca de nuevo. Esta vez duramos pegados un ratito más. Pero ese día Rocío estaba más testaruda que nunca y me tiró una patada que no me dio de lleno en los huevos de milagro, pero me rozó. Se asustó y pegó un grito, y yo me agaché simulando que me dolía mucho. Dubitativa, se acercó para ver si estaba bien. Aproveché ese momento para agarrarla de nuevo y empujarla contra la pared. Ahí la levanté en el aire por el culo y la dejé inmovilizada con la fuerza de mi cuerpo. Entonces volví a comerle la boca. Ella forcejeaba e intentaba librarse, pero sus labios ya se movían al ritmo de mi beso. La tenía donde quería.
Empecé a besarla con mucha agresividad y con la misma pasión con la que lo venía haciendo últimamente, como sabía que le encantaba. Ella abandonó todo tipo de idea opositora y se entregó a mí completamente. Cuando vi que ya no se resistía, solté sus brazos y le agarré las tetas por encima de su ropa. Ella hacía fuerza con sus piernas e intentaba ajustarnos más aún si se podía. Mi verga ya me empezaba a doler dentro del pantalón. Estaba entonadísima.
La bajé un momento al suelo y me saqué los pantalones y los calzoncillos. Una vez lo hice, la alcé de nuevo y volvimos a quedar en la posición inicial. Así como estábamos, empecé a sacarle a ella también su parte de arriba, pegando, al mismo tiempo y lo más que pude, mi entrepierna contra la suya.
—Sos hermosa... —le dije. Esa clase de piropos me salían del alma. Curiosamente, era algo que sólo me pasaba con Rocío.
Ella sonrió por primera vez en toda la mañana y volvió a besarme, apretándome fuerte contra ella. Ya su enojo había quedado atrás y ahora se dejaba llevar. Así, entonces, comenzó a restregar su conchita contra mi ya erectísimo pene, y sus primeros gemidos llegaron cuando ya la fricción no podía ser más alta.
Me invadió la puta tentación de arrancarle lo que le quedaba de ropa y empalarla ahí mismo, pero me controlé sacando toda la fuerza de voluntad que pude. En vez de eso, la llevé a horcajadas hasta el sofá. Ahí la senté encima mío para que ella manejara la situación. Y lo hizo, vaya que sí lo hizo. Comenzó a moverse rítmicamente sobre mi verga; me cabalgaba sin estar insertada mientras me comía la boca como si la vida le fuera en ello. Me estaba volviendo loco. Y entonces volví a chuparle ese hermoso par de tetas; le succioné y mordí los pezoncitos mientras gemía como una posesa. Me entretuve un buen rato ensalibando y catando esos melones que por tantos años me habían sacado el sueño. Se los apretaba con tanta fuerza que mis dedos estaban dejando marcas en su blanquísima piel.
De pronto Rocío, para mi sorpresa, se levantó del lugar y se terminó de desnudar sin que yo le dijera nada. Por un momento creí que me iba a pedir que me la cogiera. Pero no, no iba a tener esa suerte. Lo que hizo fue agacharse delante mío y poner mi verga entre sus tetas empapadas por mi saliva. Sí, por sí sola y sin que yo se lo pidiera, comenzó a hacerme una turca. Fueron cinco minutos que no voy a olvidar jamás; sus perfectas tetas presionando y pajeando mi chota mientras me miraba directamente a los ojos con una lascivia que no había visto nunca en ella. Estaba en la gloria.
Cuando creyó que ya había sido suficiente, sustituyó sus generosas ubres por su boca. Me envolvió la cabeza de la pija con sus carnosos labios y fue descendiendo sobre ella despacito, muy despacito. Yo miraba extasiado al techo y le agradecía a los dioses por regalarme ese momento. Ella intentaba engullir con muchas ganas, pero no lograba llegar ni a la mitad. Cuando se dio cuenta de que sus intentos eran en vano, comenzó a subir y bajar su boquita por sobre lo que podía abarcar, ayudándose de sus antebrazos que los tenía apoyados en mis muslos. Poco a poco, fue tomando confianza y aumentó la velocidad de la mamada.
Continuó chupándomela, a su ritmo y preocupándose en hacerlo bien, no con desesperación como el día anterior. Pero lo estaba haciendo tan bien que yo en cualquier momento le iba a acabar en la cara de nuevo. Y no me daba la gana que la cosa terminara tan rápido.
—Esperá, esperá —dije, y rápidamente hice que parara.
—¿Qué pasa? —me preguntó con la voz un poco apagada y con una mirada llena de deseo.
—Vamos a hacer una cosa.
—¿Qué cosa?
La ayudé a levantarse del suelo y entonces me acosté en el sofá. La agarré de la cintura e hice que me pusiera el culito en la cara. Una vez quedamos en posición, abracé sus nalgas y empecé a lamer esa rosadita y húmeda cueva que tenía delante mío. Ella entendió cómo iba el juego y volvió a tragarse mi pedazo. Y así empezamos a hacer nuestro primer "69". Puse mucha dedicación en chuparla como se debía. Lamí su conchita en su totalidad, sin dejar que ni un solo milímetro se librara. Cada vez que me centraba en mimar su clítoris, soltaba unos gemidos que retumbaban en todo el salón y, acto seguido, se intentaba meter mi verga hasta la garganta, importándole una mierda si le cabía toda o no. Estaba consiguiendo que se derritiera de placer.
—¡Ahhhhh!! —empezó a gritar de repente.
Entendí sus gritos como súplicas para que no me detuviera, por eso aumenté el ritmo de mis lamidas sobre su botoncito y metí mis dedos mayor e índice en su cuevita para ayudarme. De esa manera, su orgasmo llegó enseguida. Cuando eso sucedió, ella se incorporó y dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre mi cara. Todos los líquidos que su vagina destiló fueron a parar directamente a mi garganta. Casi me ahogo al intentar tragarlo todo, pero no me importó un carajo. En ese momento, sus fluidos me sabían a savia de los dioses.
Una vez terminó de retorcerse del gusto, se dejó caer para adelante. Su cuerpo estuvo convulsionando unos minutos y su respiración no se estabilizó hasta pasado el mismo tiempo. Me salí de abajo de ella y me acosté a su lado. Aún estaba consciente y me recibió con un tierno besito en los labios. Le respondí con un buen morreo y me puse pegado al respaldar del sofá. Ella intentó abrazarme, pero la frené en seco; yo todavía no había acabado y no tenía intención de quedarme a medias. Volteé su cuerpo hacia el otro lado, haciendo que me diera la espalda, y coloqué mi pija entre sus muslos. Ella accedió y entendió lo que quería. Hasta me la agarró con la mano para agilizar un poco el proceso. Estuve cinco minutos frotándome contra su conchita hasta que, inevitablemente, estallé. Me aseguré de hacerlo entre sus piernas, para no ensuciar nada. Y ella me lo agradeció girando su cara de nuevo y dándome otro suave beso.
—La cosa es dejarme perdida, ¿no? —me dijo cuando terminé de sacudírmela.
—La cosa es quejarse, ¿no? —respondí riéndome. Ella también se rió y se dio la vuelta completa para abrazarme.
Así, en esa posición, a los pocos minutos me quedé dormido.
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Rocío.
—¿Por qué lo has hecho, Rocío?
—Benja... yo no pretendía...
—¿No pretendías qué?
—Hacerte daño... Te juro que yo...
—Pues me lo has hecho... Me has hecho mucho daño.
—Déjame que te lo explique, Benjamín, por favor.
—Aquí no hay nada que explicar, está todo más que claro.
—Por favor, mi amor, escúchame. Todo esto... ¡lo he hecho por ti!
—¿Que lo has hecho por mí? ¿Te has acostado con este tipo por mí? ¿Me has puesto los cuernos mientras me rompo el lomo trabajando día y noche por...? No, Rocío, aquí se termina todo.
—Espera, Benja, ¡te digo que esperes!
—Mañana volveré para recoger todas mis cosas.
—¡No! ¡Benjamín! ¡Yo sólo quería convertirme en la mujer que tu querías!
—Adiós, Rocío.
—¡No! ¡Por favor! ¡Benjamín! ¡BENJAMÍN!
•
•
•
—Benja... Benjamín...
Abrí los ojos de golpe y me incorporé de un salto. Respiraba muy agitadamente y mi pecho subía y bajaba a una velocidad poco normal. Creía que me iba a desmayar.
Busqué con la mirada a Benjamín por todo el salón y, al no verlo por ninguna parte, comencé a desesperarme. Pero esa sensación horrible de vacío sólo duró el tiempo que tardé en darme cuenta de que todo había sido una horrible pesadilla. Me volví a acomodar en el sofá muy despacio y cerré los ojos, a ver si así lograba serenarme un poco. El susto había sido tan fuerte que me temblaban hasta los pies.
Ya un poco más tranquila, cogí la fina sábana que me cubría y me limpié el sudor de la frente, que no era poco, y fue ahí cuando me di cuenta de que todavía estaba desnuda. Y no sólo eso, también recordé lo que había pasado con Alejo en ese mismo sillón hacía unas horas.
Sentía mi cuerpo sucio y pegajoso. Necesitaba una ducha urgente. Pero no quería que Alejo se enterara de que me había despertado, no me sentía mentalmente preparada para tener una conversación con él.
—¡Buenos días! —dijo de pronto apareciendo por el pasillo.
Salté de la sorpresa e instintivamente intenté taparme hasta el último milímetro de piel que se me pudiera ver. En vano, cabe decir, ya que la sábana era blanca y de las extra finas... O sea, que se traslucía todo, vamos.
—Buenos días, Ale... —respondí intentando sonreír.
—Mirá, te traje una muda de ropa y una toalla porque pensé que ibas a querer pegarte una duchita. Cuando salgas te hago el desayuno, ¿dale? ¿Qué querés que te haga?
—Un vaso de zumo de naranja está bien... —dije tratando de que no se me notara lo incómoda que estaba.
—Perfecto. Eh...
Supongo que se dio cuenta de que yo no estaba para tanta palabrería y por eso se quedó en blanco. Pero el silencio fue breve, puesto que yo quería salir de ahí lo más rápido posible
—¿Te importaría...? —le dije mientras le hacía una seña para que se diera la vuelta.
—¿Qué? ¡Oh! ¡No! ¡Igual iba a buscar una cosa a mi cuarto! ¡Andá tranquila! —dijo casi tartamudeando.
Me sentía una cría estúpida diciéndole eso cuando hacía unas horas me había visto igual y encima mucho más de cerca. Pero no podía evitarlo, era mucho más fuerte que yo. Me resultaba imposible mostrarle mi cuerpo desnudo sin estar... "entonada".
Entonces, me levanté rápidamente, sin soltar la manta, y me fui directamente al cuarto de baño. Una vez dentro, me libré de esa molesta sábana y me dejé caer en el wc como un peso muerto. Las manos todavía me temblaban y la respiración no se me había normalizado, aquella pesadilla me había afectado de verdad.
Abrí la ducha y me metí bajo el agua. Poco a poco, fui sintiendo como la paz volvía a mi cuerpo y como un sentimiento de relax total me invadía de arriba a abajo. Apoyé los brazos contra la pared y me quedé de esa manera un buen rato mientras el agua tibia caía sobre mí.
No lograba tranquilizarme del todo, y, en gran parte, porque la conversación que había tenido con Benjamín en aquél feo sueño todavía me retumbaba en la cabeza. Sabía que todo había sido producto de mi imaginación, pero no podía evitar pensar que si esa conversación hubiera sucedido de verdad, seguramente no hubiera distado mucho de la de mi sueño.
Y, una vez más, me puse a comerme la cabeza con el temita.
Yo seguía creyendo fervientemente en mis motivos para hacer lo que estaba haciendo con Alejo. Seguía creyendo que recuperaría a mi novio si lograba convertirme en la mujer que él quería. Sin embargo, ese sueño me había hecho darme cuenta de que, si Benjamín nos llegara a descubrir, nada que yo pudiera decirle lograría hacer que él lo entendiera, que me entendiera... A sus ojos, yo sólo sería una sucia arpía infiel que se había acostado con otro hombre mientras él intentaba sacarnos adelante.
Sentía que estaba atrapada en una encrucijada...
«Si sigo practicando con Alejo, voy a seguir perdiendo el control y las probabilidades de que Benjamín se entere van a ser mayores... Pero si dejo de hacerlo, no voy a terminar nunca de convertirme en la mujer que él quiere que sea, y voy a correr el riesgo de que me deje...»
También estaba eso; en las últimas 24 horas había hecho cosas que en la vida me hubiera imaginado que iba a ser capaz de hacer. La noche anterior había puesto en riesgo todo cuando le hice una felación a Alejo sabiendo que Benjamín estaba a punto de llegar a casa. Y esa misma mañana lo había vuelto a hacer...
—¡Ay! —me quejé.
Al recordar todo aquello, comencé a sentir un ya conocido calorcito entre mis piernas, e instintivamente llevé una de mis manos a mi vagina. Solté varios quejidos, ya que todavía tenía la zona sensible. Ese era otro claro ejemplo del descontrol que estaba viviendo en esos últimos días. Mi cuerpo se encendía con sólo recordar los encuentros con Alejo.
—¿Qué hago? —murmuré.
¿Debía acabar con las prácticas o no? Esa era la pregunta que me hacía en ese momento. Sinceramente, no quería hacerlo, todavía sentía que me quedaba mucho por aprender, que todavía no había experimentado ni la mitad de cosas que ese nuevo mundo tenía para ofrecerme. Pero, a la vez, sentía que era demasiado peligroso... Y si tenía elegir, prefería tener que tomar otro camino para recuperar a Benjamín a arriesgarme a que me descubriera y poner en peligro, ya no sólo mi relación, sino mi vida junto a él.
«Benjamín es mi máxima prioridad y no voy a arriesgar todo lo que hemos construido por nada del mundo. Tengo que terminar con esto...»
Me terminé de duchar, limpié bien mi cuerpo y me fui a toda prisa para mi habitación. Ahí me vestí con lo primero que encontré y luego salí al salón para comunicarle a Alejo lo que acababa de decidir.
—¿Alejo? —dije varias veces en voz alta al no verlo por ningún lado.
Me acerqué a la mesa y me bebí de un trago el vaso de zumo de naranja que había preparado muy amablemente para mí. Cuando acabé, me di cuenta de que también había una nota:
«No hay un carajo en la casa, así que voy al mercado a hacer una buena compra para poder cocinarte como corresponde. Vuelvo en una hora. Te quiero mucho».
No pude evitar ruborizarme y sonreír al leer la última línea. Así que, resignada pero contenta, me fui a mi habitación para preparar las cosas para esa tarde. Ese día empezaba a trabajar y ya iba siendo hora de que comenzara a enfocarme en eso y nada más que eso. Ya iba a tener tiempo de hablar con Alejo.
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 14:05 hs. - Benjamín.
Clara se estaba retrasando y yo no tenía tiempo que perder. Mauricio quería que lo acompañara a no sabía qué sitio en poco más de media hora y yo estaba ahí todavía, siguiendo los caprichos de la maldita becaria.
Resulta que ese día, cuando me desperté en el cuartito, Clara se había ido y me había dejado una nota al lado de mis cosas; «A las 14 en donde siempre. Besitos» decía exactamente. Lo cierto es que ya no tenía por qué continuar haciéndole caso, ya que ahora yo tenía algo con lo que chantajearla también, pero me parecía buena idea aclarar todo lo que había pasado entre nosotros y también decidir qué es lo que haríamos con lo de Mauricio y Lulú.
—¡Benny! —gritó la escandalosa en la entrada de la cafetería—. ¿Por qué te has sentado tan atrás? ¡Y encima de espaldas a la puerta!
—Comprenderás que no habla muy bien de mí que me reúna todos los días a almorzar con la misma chica cuando tengo novia, ¿no? Bueno, mientras menos gente conocida nos vea, mejor.
—Es increíble que después de lo de esta mañana todavía continúes siendo tan frío conmigo —dijo sin controlar ni un poquito su agudísima voz.
—Te agradecería que seas un poco más discreta, Clara... —le dije apretando los dientes.
—¿Qué? ¿Acaso he dicho algo que no debía? —dijo mientras hacía señas para que alguien viniera a atendernos.
—No, pero es que ya estoy de malentendidos hasta el gorro. No va a pasar nada por que midas un poquito tus palabras.
—¿Van a pedir algo los señores? —preguntó el camarero.
—No seas tan formal conmigo, Enrique, tontorrón... —dijo ella mientras le daba un golpecito en el estómago al mesero.
—Jajaja, pensé que querías verme en acción, Clarita —respondió él riéndole la gracia.
—¿Se conocen? —pregunté interesado.
—Sí, Benny. Él es Enrique, mi mejor amigo. Enrique, él es Benjamín, un compañero del trabajo —nos presentó. Enrique era un chico no muy alto, metro setenta y pocos; de unos veinti-tantos años, rapado al cero y bastante delgado, rozando la escualidez.
—Encantado.
—Un placer —dijimos prácticamente al unísono.
—Bueno, ¿podéis decirme lo que queréis? Es que al jefe no le gusta que perdamos el tiempo... —dijo esbozando una sonrisita nerviosa.
—Un cortado y un sandwich mixto, por favor —respondí yo.
—Pues yo un bocadillo de lomo y una...
—Fanta limón con mucho hielo, sí —terminó él su frase.
—¡Cómo me conoces!
—¡Lamentablemente! Jaja. Enseguida os lo traigo —concluyó dándose la vuelta.
—Así que tu mejor amigo, ¿eh? Ya entiendo por qué tantas ganas de venir aquí —proseguí cuando ya se hubo ido.
—Pues sí, me has pillado —rió—. Pero parece que los últimos días los ha tenido libres, por eso no lo hemos visto...
—Parecen muy cercanos —comenté.
—¿Qué pasa? ¿Estás celoso? —volvió a reír.
—Más quisieras...
—Pues sí que me gustaría, sí... —dijo cogiéndome de la mano. Justo en ese instante aparecía Enrique a traerme el café y el sandwich.
—Aquí tiene, caballero —dijo con seriedad. Y así como vino, se fue.
—En fin... Justamente de eso me gustaría hablar, de lo que pasó ayer... —reanudé la conversación.
—¿De qué quieres hablar? Dime.
—En primer lugar, quiero pedirte perdón por mi comportamiento. Sé que no es excusa, pero no me encontraba en pleno uso de mis facultades... Seguramente por culpa del jarronazo...
—¿Quieres decir que en pleno uso de tus facultades nunca me entrarías? —preguntó lanzándome una mirada penetrante.
—Lo siento, Clara, pero no... Aunque las acciones de esta manaña puedan indicar lo contrario, yo amo a mi novia y para mí ella es la única mujer de mi vida. Tú eres una chica preciosa, por la que cualquier hombre mataría sin dudarlo, pero no...
—Cualquier hombre no... Tú no... —dijo agachando la cabeza.
—Ya te he explicado por qué... No me hagas sentir peor de lo que ya me siento...
—Eres un buen hombre, Benny... Siento mucha envidia de tu querida Rocío —dijo volviendo a sujetar mi mano.
—¡Bocadillo de lomo y Fanta limón con mucho hielo! ¡Qué aprovechen! —dijo de pronto el camarero haciéndome pegar un pequeño salto. Y de nuevo volvió a retirarse sin decir nada más. Clara se rió.
—Bueno... ahora que hemos aclarado esto, tenemos que hablar sobre lo que, desafortunadamente, presencié esta mañana —proseguí.
—A mí me parece que no hay mucho de qué hablar —dijo dándole un primer bocado a su almuerzo.
—Clara, ahora somos cómplices en esto. Tenemos que decidir cómo diablos nos vamos a comportar cuando nos los encontremos en el edificio.
—Pues normal... ¿Cómo te quieres comportar? —dijo sin ponerle mucho interés.
—¡Clara! —exclamé dando un pequeño golpe en la mesa— ¡Esto no es un juego! ¡Ayer Lulú casi me revienta la cabeza! ¡Despierta!
—Mira, Benny... —dijo volviéndome a tomar de la mano y echando un vistazo por encima de mi hombro— Lulú no tiene ni idea de que tú sabes que la amante del jefe es ella. Y yo le prometí que te iba a convencer para que no le hicieras preguntas indiscretas a Mauricio. Lo único que tienes que hacer es seguir comportándote como hasta ahora, ¿vale?
—No me convences...
—En serio, hazme caso.
Terminamos de comer y pedimos la cuenta. Fue Enrique quien nuevamente vino a atendernos, pero ya no parecía tan contento como antes. Ya no quedaba nada de ese muchacho alegre y cómico del principio. Y podía hacerme una idea de la razón...
—Bueno, ¿ahora me vas a explicar qué demonios estaba pasando ahí adentro? —pregunté una vez salimos de la cafetería.
—¿De qué hablas?
—Llámame loco, pero juraría que me has utilizado para darle celos a tu amigo.
—Te lo estarías imaginando... —se hizo la loca.
—Hombre... qué casualidad que cada vez que me cogías de la mano aparecía él, y no muy contento que digamos...
—¡Benny el astuto! —dijo soltando una carcajada— Pero igual te equivocas. No eran celos precisamente lo que pretendía darle, sino un mensaje.
—¿Un mensaje? —pregunté intrigado.
—Sí, un mensaje.
—No te sigo... —dije con sinceridad.
—Al final no eres tan astuto...
—¿Puedes explicármelo, ¡oh! Inteligentísima Clara?
—Enrique hace años que está enamorado de mí. Nunca se ha atrevido a decírmelo, pero yo lo sé, por cómo se comporta conmigo y por cómo me habla, y por muchas cosas más.
—Vaya...
—Lo conozco desde nuestros primeros años de secundaria, y siempre estuvo a mi lado cuando más lo necesité, pero...
—Pero tú no lo quieres como él te quiere a ti...
—Lo vas pillando. O sea, yo lo quiero mucho, pero como amigo nada más, y lo último que querría es hacerle daño.
—Pues ponerte a ligar con otro hombre delante de sus narices no creo que sea la mejor de las opciones...
—Es mejor eso que recibir una respuesta mía que lo vaya a destruir por dentro.
—¿Y tú crees que enseñándole cómo tonteas con otro hará que se olvide de ti?
—Así es... Ya lo has visto, Benny... el chico es normalito... tirando a feo. Si ve que yo estoy interesada en hombres hechos y derechos como tú, entonces se rendirá conmigo e irá a buscar algo más... adecuado para él.
—Entiendo... —dije pensativo—. Pues no cuentes conmigo.
—¿Eh? Ah, no te preocupes, yo creo que con lo de hoy ya ha sido suficiente. ¿Has visto la cara que tenía? Si después de esto no abandona...
—Mira, Clara, no es mi intención juzgarte, ni mucho menos, pero tu actitud de ahora me está dando un poquito de asco —respondí con cierto enfado.
—¿Por qué? ¿He dicho algo malo?
—Da igual, déjalo. Mauricio me está esperando y no estoy de humor para escucharlo gritar.
—Vale... ¡Nos vemos más tarde en la oficina!
—Hasta luego —dije mientras me metía en mi coche.
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 14:30 hs. - Rocío.
—Buenas...
—¡Por fin! ¡Uy! ¡Deja que te eche una mano!
Alejo acababa de regresar y venía cargado de bolsas. Unas diez, sin exagerar. El chico se había tomado en serio lo de la compra. Apenas lo vi entrar por la puerta, me levanté corriendo para ayudarlo.
—Ya me estaba empezando a preocupar... —dije mientras guardaba las cosas.
—Estaba lleno el Súper. Mala hora elegí para ir...
—¡Claro que estaba lleno! Sábado por la mañana, ¿qué esperabas? —lo regañé.
—Bueno, no importa. ¡Mirá todo lo que traje!
Comenzó a vaciar el contenido de las bolsas y a explicarme para qué tenía pensado utilizar cada cosa. Los ojos le brillaban, se notaba de lejos que le apasionaba de verdad todo lo relacionado con la cocina.
—En fin, ¿cuánto te debo? —dije sacando mi cartera del bolso.
—¿Me estás jodiendo? Las gracias y ya está —respondió dándome un golpe seco en la cabeza.
—En serio, Ale, todo esto te habrá salido muy caro...
—Rocío, estoy usando tu luz, tu agua y tu techo sin poner un mango. Esto es lo menos que puedo hacer por vos. O sea, por ustedes.
—Pero...
—¡Pero nada! Ahora dejame que tengo que cocinar.
No insistí más, no valía la pena, no iba a aceptar el dinero ni aunque se lo metiera en la boca. Así que lo dejé ahí con sus cosas y me fui a mi cuarto a terminar de preparar las clases para esa tarde. No me tomó mucho tiempo hacerlo, había adelantado mucho mientras Alejo no estaba. Ya lo único que me quedaba por hacer era decidir cómo me iba a vestir.
—A ver... —murmuré mientras abría el armario.
Estuve como media hora pensando qué me iba a poner. No quería ir demasiado formal, pero tampoco demasiado de andar por casa. La última vez había ido con ropa de calle y la señora Mariela me había llenado de elogios, así que tampoco quería ir demasiado llamativa. Mi hermana siempre me decía que tenía que ser consciente del cuerpo que tenía, que no podía ir por ahí tan "ligerita" de ropa, por lo que también descarté todos mis vestiditos; además de que no estaba el clima como para ir desabrigada.
—¡Che, Rocío! ¿Te gusta la albaha...? —dijo de pronto Alejo abriendo la puerta de golpe.
—¡Alejo! ¡¿Otra vez?! —dije tapándome como pude.
—¡Perdón! ¡No me pegues! —respondió él saliendo por patas y dando un portazo.
Lejos de enfadarme, comencé a reírme en voz baja. No lo entendía, pero Alejo estaba más dócil de lo habitual. Esa misma mañana me había enfrentado con toda la chulería del mundo, pero luego de haber sucedido lo que había sucedido, se había transformado en ese cachorrito inofensivo que acababa de salir corriendo de mi habitación.
Cuando dejé de reír, me di cuenta de que podía aprovecharme de aquello. Alejo estaba feliz y así iba a ser mucho más fácil hablar con él.
Me llené de valor, abrí la puerta y entonces lo llamé.
—¿Puedes venir un momento?
—¿Quién? ¿Yo? —dijo asomando la cabeza al pasillo.
—Quiero hablar contigo.
Mientras venía caminando hacia la habitación, pensaba lo que le diría exactamente, ya que no lo tenía del todo claro. No me parecía justo soltarle de pronto un "ya no necesito tu ayuda" y luego decirle que se fuera. O sea, no es que pensara que se lo iba a tomar a mal, porque él había estado haciendo todo eso por mí desinteresadamente. Pero igual no me parecía lo correcto. Tenía que elegir bien las palabras que le iba a decir.
—¿Qué pa...?
—Siéntate —dije con una sonrisa y dando unas palmaditas en el colchón.
¿Qué fue lo que pasó a continuación? Bueno, que Alejo se tiró encima mío y me besó sin darme tiempo a reaccionar. Cuando sentí sus frias manos acariciar mi cuerpo, me di cuenta de mi error. Me había centrado tanto en pensar lo que le diría, que me había olvidado de volver a vestirme... Sí, estaba completamente desnuda y no me había dado cuenta. Y claro, él entendió que lo estaba invitando a... bueno, ya saben.
Quise frenarlo, pero sus manos ya estaban fisgoneando en mi intimidad todavía hipersensibilizada, y lo único que salieron de mi boca fueron gemidos. Al oírme, lejos de detenerse, Alejo se vino arriba y continuó acariciándome cada vez con más ganas.
«Al diablo».
Sinceramente, tenía cero ganas de resistirme, el cuerpo me ardía y Alejo era el único que tenía la solución para ello.
Así es, la tentación era demasiado grande y yo demasiado débil.
Ya completamente decidida a seguir adelante, abrí las piernas todo lo que pude para facilitarle el acceso a mi vagina, que ya chorreaba por los cuatro costados. Él no cambió su plan de ataque en ningún momento, ya que desde el principio pensó que yo lo había buscado a él. Así estuvo varios minutos besando mis labios y acariciando mi vagina, hasta que se cansó y llevó su boca a mis pechos, donde se quedó chupando mis durísimos pezones otro largo rato. El placer que sentía en ese momento era extremo. Y, movida por ese bienestar, puse mis manos en su coronilla e hice presión para que siguiera descendiendo sobre mi cuerpo. Él se rió y dejó que lo guiara hasta donde yo quería. Luego me miró a los ojos pidiendo mi aprobación, y yo asentí sin dudarlo...
—¿Qué es ese olor? —dijo levantando la cabeza y olfateando como un perro.
—¿Eh? —me ruboricé— ¡Me bañé hace unas horas!
—¡La comida! ¡La concha de mi madre! —maldijo e inmediatamente salió corriendo para la cocina.
Efectivamente, un olor insoportable a quemado empezó a invadir la habitación, señal inequívoca de que Alejo se había dejado el almuerzo en el fuego.
Volvió a los pocos minutos con cara triste y con una bandeja llena de carne carbonizada. Yo, que todavía estaba despatarrada en la cama, negué con la cabeza y me encogí de hombros. Él se resignó también y dejó la comida echada a perder encima de la cómoda. Luego se volvió a sentar a mi lado para continuar con lo que habíamos dejado a medias.
—Ale... —dije moviendo la cara hacia un costado negándole por primera vez un beso—. Tengo que prepararme... hoy empiezo a trabajar —le confesé finalmente.
Esos minutitos que había permanecido sola en el cuarto me habían hecho re-evaluar la situación. Todavía estaba hirviendo y tenía unas ganas insoportables de que Alejo me "calmara". Pero, si me dejaba llevar, a saber a qué hora íbamos a terminar. Y me entraba el pánico en el cuerpo de solo pensar en llegar tarde a mi primer día de trabajo.
Por primera vez en mucho tiempo, la razón le estaba ganando el duelo a la calentura.
—¿Cómo? —dijo irguiéndose de golpe y mirándome ojipláticamente.
—Sí... ¿Te acuerdas que el otro día salí sin decirte a dónde iba? Bueno, fui una entrevista de trabajo...
—¿De verdad? ¿Dónde? ¿De qué? —estaba como sorprendido y eufórico a la vez.
—Cálmate. De profesora particular. Voy a ir a darle clases a un chico que tiene problemas en la escuela. Entro a las cinco.
—¡Aaaaaa la mierda! ¡No sabía nada! ¡Felicidades! —dijo, e intentó besarme de nuevo.
—Ale... por favor, no... —dije apartando la cara. Me estaba costando una barbaridad rechazarlo.
—Está bien, princesa —y me dio un besito en la frente.
—Bueno... —respondí ruborizándome un poco— Voy a vestirme... ¿Te importaría...?
—¡No! ¡En absoluto! Voy a ir preprando algunos sanguchitos —dijo yéndose hacia el pasillo.
—Vale. En un rato voy...
Resignada, me levanté de nuevo y me puse de pie delante del espejo, donde me quedé observándome a mí misma unos cuantos minutos. Inevitablemente, posé la mirada en mi entrepierna, que todavía estaba enrojecida, y llevé una mano ahí para revisar la zona. Di un respingo al primer contacto y no me volví a tocar, por lo menos por el momento.
No tengo ni idea por qué, pero cerré los ojos, suspiré muy despacio, y luego los volví a abrir, esta vez dejándolos clavados en mi mirada. Así, sin dejar de mirarme, abrí ligeramente la boca y llevé los dedos índice y el corazón a mis labios. De nuevo cerré los ojos y comencé a hacer circulitos en mi boca, como si me estuviera pintando, recreándome y recordando el beso que me acababa de dar con Alejo. Luego coloqué la mano que tenía libre en mi vientre y lentamente fui descendiéndola hasta llegar a los primeros pelitos de mi pubis. Entonces, quité la otra mano de mi boca y la lleve a mi pecho derecho. Cuando hice el primer contacto con el pezón, todo mi cuerpo se estremeció haciéndome retroceder y caer en la cama. No volví a ponerme de pie, no me interesaba. Y, todavía, sin abrir los ojos, seguí acariciándome el pecho con suma suavidad; lo sentía extramadamente sensible y por eso me costaba acelerar el movimiento, pero me estaba gustando mucho. Fue ahí que ya no aguanté más y volví a pasar la mano por toda mi rajita, que estaba considerablemente mojada. Otra sacudida me hizo temblar de arriba a abajo, pero esta vez no retiré la mano. Separé las piernas y comencé a masturbarme; primero despacio y luego ya salvajemente, llegando al extreno de tener que morderme los labios para no gritar. Necesitaba ese desahogo como nada en el mundo.
Por suerte, el climax llegó antes de que perdiera totalmente el control y comenzara a gritar como una loba. Cogí una almohada que tenía cerca y me tapé la cara mientras ese gustito tan rico abordaba todo mi ser.
Miré el reloj y vi que todavía tenía algo de tiempo, así que me quedé unos minutos en esa posición recuperándome del orgasmo y pensando en lo que acababa de hacer. Por muy raro que pueda sonar, después del placer no vino la cordura, cosa que era ya más que habitual en mí. Me había encantado lo que había hecho y me sentía en el paraíso. No entendía cómo había podido pasar tanto tiempo sin experimentar algo tan placentero. Incluso en un momento me entró la risa boba cuando recordé los contínuos avisos de mis padres en contra de la masturbación.
Pero la cosa ya no sólo se resumía a lo que acababa de hacer, también se resumía a mis encuentros con Alejo en general. Hacerlo sola se había sentido muy bien, pero no había ni punto de comparación como cuando lo hacía con mi amigo.
Y ya no estaba tan segura de decirle de dejar lo de las prácticas...
Sabía muy bien que lo que estaba pensando estaba mal, pero también sabía de sobra que la persona a la que amaba era a Benjamín. Alejo sólo era un invitado temporal que en cualquier momento iba a desaparecer de mi vida. Y, cuando eso pasara, mi "aventura" se esfumaría junto con él. Además, era una persona en la que confiaba plenamente y me había demostrado con creces que realmente se preocupaba por Benjamín y por mí, así que no veía ningún inconveniente en pasarlo bien con él mientras se estuviera quedando en casa.
«Además, no voy a tener sexo con él...»
Estar tan segura de que nunca iba a tener relaciones sexuales con él me hacía convencer aún más de no abandonar las prácticas. Porque claro, a fin de cuentas, lo que hacíamos nosotros no era más que darnos unos pocos besos y unas cuantas caricias. El sexo oral era lo máximo a lo que habíamos llegado, algo que tampoco me parecía tan malo. Sinceramente, yo creía fervientemente que, mientras Alejo no me penetrara con su miembro, nada de lo que hiciéramos iba a contar como infidelidad.
Insisto en que sabía que estaba mal intimar de esa manera con otro hombre que no fuera mi novio, pero como ya la situación se había salido de control y como, además, a mí me venía bien seguir aprendiendo cosas nuevas, mientras no hubiera infidelidad de por medio (y mientras Benjamín no se enterara), todo iba a estar bien.
La balanza estaba claramente inclinada para un lado, y me daba la sensación de que, salvo que sucediera algún tipo de giro dramático en los acontecimientos, la decisión ya la tenía tomada.
Me levanté de la cama y me puse lo primero que encontré para ir, de una vez, a comer. Todavía era muy pronto y tenía todo el día por delante para pensar en lo que haría, pero una cosa sí que la tenía bien clara, y era que algo había cambiado dentro de mí.