Las decisiones de Rocío - Parte 7.
Séptima parte: "Algo está empezando a cambiar en mí".
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Rocío.
"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".
—¡Rocío! ¡¿Estás ahí?! —insistió. Sentía que me iba a dar un ataque al corazón de un momento a otro.
—Alejo, escóndete rápido —le susurré con ímpetu. Pero el tío, lejos de hacerme caso, se tumbó en el sofá y se despatarró. Parecía que no se había dado cuenta de la gravedad de la situación.
—Rocío... ¿Sos boluda o te hacés? —dijo mientras me miraba como si le estuviera intentando tomar el pelo yo a él—. Hay una baranda a sexo que da miedo acá adentro. Si hacés pasar a tu hermana, va a sospechar enseguida. Despachala rápido y seguimos con lo nuestro.
—¿Que la despache? ¿Que sigamos con lo nuestro? Vete de aquí ya mismo antes de que te tire algo en la cabeza —le respondí con los dientes apretados. El timbre no dejaba de sonar.
—Está bien. No te enojes —dijo levantándose y recogiendo su ropa—. Ah, y no te olvides de... —añadió e hizo un gesto como si estuviera limpiándose la comisura de los labios. Pero ante la mirada asesina que le lancé, salió corriendo a su cuarto.
—¡Ya voy, Noe! —me apresuré a responderle.
—¿Qué pasa que no abres? ¿Estás bien?
—Dame 5 minutos, por favor —fue lo último que dije antes de salir disparada para el baño.
Me metí en la bañera, abrí la ducha y dejé que el agua cayera sobre mí un buen rato, y todo esto haciendo uso de la poca concentración que me quedaba para no caerme. Quizás el alcohol no afectaba tanto a mi raciocinio, pero si a mi estabilidad corporal, porque estaba mareada y me costaba dar dos pasos seguidos sin tambalearme un poco. Y pensando en eso fue como me iluminé. Mientras me apoyaba en los azulejos para no caerme, se me ocurrió la excusa perfecta para no tener que abrirle la puerta a Noelia.
—Ya estoy. Perdón, Noe, pero tenía que darme una duchita rápida sí o sí —dije abriendo la puerta con la trabilla puesta.
—¿Qué haces? ¡Ábreme la puerta! —me respondió enfadada.
—No puedo, Noe, tengo todo muy desordenado —y entonces levanté la mano con la botella de vodka vacía para que la viera.
—¿Has estado bebiendo, Rocío? ¿Y sola? —exclamó con sorpresa.
—Sí, y no empieces a exagerar, que fueron tres o cuatro sorbitos nada más, jiji.
—¿Tres o cuatro sor...? —se interrumpió a si misma y luego dio un largo suspiro—. ¿Puedes abrirme la puerta, por favor?
—Te he dicho que no te voy a abrir.
—¿Pero por qué no? ¿Qué has hecho, Rocío?
—No he hecho nada, ¿por qué estás tan histérica? —trataba de sonar lo más ebria posible, y por el momento parecía estar saliéndome bien la tonadita. —¿Sabes Doña Oriana? ¿La señora del piso de abajo? Me la acabo de encontrar mientras subía las escaleras. Me dijo que escuchó gritos y que estuvo a punto de llamar a la policía —dijo finalmente trantando de no elevar demasiado el tono de su voz. Mi semblante cambió por un momento al oír eso, porque si me habían escuchado desde el piso de abajo, entonces los vecinos de al lado...
—Vale, te lo voy a decir, he discutido con Benjamín por teléfono y he pegado alguna que otra voz, sí. Pero nada de lo que tengas que preocuparte... —respondí tratando de mantener la calma, todavía estaba pensando con qué cara iba a mirar a los vecinos cuando me los cruzara por el edificio.
—Vaya... ¿Entonces es por eso que estás bebiendo? —me dio la sensación de que su enfado se había convertido en lástima de un segundo a otro.
—Puede ser... Pero ya te digo, no tienes que preocuparte... Vete a la cama que debes estar agotada.
—¿No quieres hablar del tema? Sabes que no me molesta escuch...
—¡Que no! ¡Noelia, vete a casa! —estallé al ver que no podía hacer que se fuera. Mi hermana se quedó callada y mirándome con una expresión de asombro que no sabía de qué manera tomarme.
—De acuerdo... —dijo después de un breve silencio—. Voy a dar por hecho que todo esto es por culpa del alcohol. Mañana tengo turno partido, así que voy a venir por la tarde a verte y me vas a contar qué coño te pasa. Buenas noches.
—Buenas noches...
Cerré la puerta, me di la vuelta y me deslicé por ella hasta quedar sentada en el lugar. Desde ahí observaba los restos de la escena que acababa de tener lugar en ese salón; el sofá movido de su sitio y con la mitad de su funda desacomodada, mis diferentes prendas de vestir repartidas por el suelo, los vasos de plástico volcados en la mesita de café... y una gran mancha de una sustancia blanca semi-transparente que todavía no se había secado decorando el centro de todo.
No tenía intención de levantarme, ya había agotado lo que me quedaba de fuerzas tratando de disimular delante de mi hermana. Cerré los ojos y me dispuse a esperar a que el bueno de Morfeo hiciera su trabajo.
—Levantate, tarada. ¿Cómo te vas a quedar ahí? Dale, vamos —dijo Alejo de pronto.
—No, déjame. Estoy enfadada contigo —respondí, aunque sin ánimos de iniciar una discusión. Estaba ya totalmente off a esa altura de la noche.
—Está bien, enfadate conmigo, pero dejame llevarte a tu cama al menos. Yo me quedo a limpiar todo acá.
—Me eyaculaste en la cara... —le reproché con la misma cara de póker.
—Bueno... —dijo riéndose—. Entiendo que hayas podido sentir un poco de asco, pero es algo normal en una pareja.
—No somos una pareja.
—No, pero estamos haciendo todo esto por el bien de la tuya. ¿O me equivoco?
No le respondí. Me levanté yo sola, recogí toda mi ropa y me fui a mi habitación. Una vez dentro, agarré a mi gata Luna y me abracé a ella hasta quedarme dormida.
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 08:40 hs. - Alejo.
—Hola, Ramón.
—¿Pichón?
—Sí, soy yo.
—Eres un puto insensato, muchacho. Me llamas al móvil sabiendo que me tienen controlado.
—¿Y? El riesgo lo tomo yo. No creo que te hagan nada por recibir una llamada.
—Pero si me llamas y resulta que estoy vigilado en ese momento, no me quedaría otra que entregarte. Y yo no quiero hacer eso, Pichón.
—Bueno, da lo mismo. Te llamo porque decidí darte un voto de confianza. Después de todo fuiste vos el que más me apoyó cuando las cosas se torcieron.
—Me alegra oír eso. Pero a estas alturas no hay mucho en lo que te pueda ayudar...
—Me podés ayudar y más de lo que te imaginás.
—¿Con qué? Date prisa.
—Mirá, ahora mismo estoy metido en algo que quizás me pueda salvar la cabeza.
—¿En qué te has metido?
—Eso no te importa una mierda. Resulta que a partir de mañana voy a tener que empezar a moverme por la ciudad, y ahí es donde entrás vos.
—No pienso encontrarme contigo. Ni lo sueñes.
—No es eso. Dejame hablar, carajo. La data que me diste el otro día, lo de las zonas vigiladas, ¿era verdad?
—Por supuesto que era verdad. Estaba intentando ayudarte.
—Bueno, voy a necesitar que me mandes informes detallados como ese todos los días.
—No te preocupes, Pichón, ya no hay necesidad de eso.
—¿Qué? ¿Por qué?
—El miércoles trincaron a Gary, uno de nuestros mejores repartidores. Creo que tú lo conoces.
—Sí, me acuerdo de él. Era un buen pibe.
—Bueno, el "buen pibe" no aguantó la presión y se fue de la lengua. Delató a su reclutador y le dio a la pasma las direcciones de diez pisos francos. Alejo, ¡diez pisos francos!
—¿Y...?
—Los de arriba entraron en pánico y se volvieron para África hasta que se calmen un poco las cosas. Nos dejaron la orden de que tengamos cautela y que no hagamos nada que llame demasiado la atención hasta nuevo aviso.
—Es decir...
—Que ahora mismo es más importante cuidar el negocio que andar persiguiendo a un pobre infeliz que debe dos monedas.
—¿Y entonces a qué mierda vino todo eso de que te tienen controlado y de que soy un insensato y qué se yo?
—Vamos a ver, el negocio todavía sigue activo, y todos los putos días llegan mulas llenas de mercancía. Los que se fueron son los cuatro o cinco de la cúpula, nosotros los mindundis tenemos que seguir haciendo que esto continúe, sólo que sin llamar la atención. ¿Qué quiero decir con todo esto? Que lo único que cambió fue el orden de prioridades. Que no te estén buscando no significa que no te vayan a meter dos balazos en la nuca si te ven por la calle.
—Bueno, como sea, siguen siendo grandes noticias...
—Otra cosa; cuando las cosas se calmen, van a centrar todos sus esfuerzos en ir en busca de Gary y toda su familia, lo que te va a dar unos cuantos días más de tranquilidad. Yo que tú aprovecharía todo esto y me iría del...
—Escuchame una cosa, ¿todavía seguís en contacto con el tipo aquél que llevaba ese local de alterne importantísimo en las afueras de la ciudad?
—¿Don Bou? Sí, es uno de nuestros mejores clientes.
—¿Te acordás que una vez de pasada me contaste que le hizo una oferta a una de tus sobrinas?
—Sí... No lo eché a patadas ese día por el bien de nuestras relaciones con él y su grupo, que si no... Mira que ofrecerle a una niña de 18 años ser prostituta de lujo...
—¿Cómo era? ¿Él organizaba la reunión con el cliente y ella sólo tenía que ir y abrirse de piernas?
—No te pases, Alejito...
—¡No se trata de tu sobrina, pelotudo! Respondeme a la pregunta.
—A ver... Se supone que el viejo reclutaba "jovencitas de bien" y las convertía en putas de lujo. Ese día nos contó que sus clientes eran todos hombres de mucho dinero y poder, y que pagaban verdaderas fortunas por pasar una noche con chicas como ella... como mi sobrina. Nos dijo varias cosas más: que no teníamos de qué preocuparnos, que él organizaba todo y que sus chicas recibían el pago a la mañana siguiente y no recuerdo que más. Lógicamente le dijimos que no.
—¿Vos creés que me podrías conseguir el número de teléfono de ese tipo?
—Sin problemas, pero... Pichón, no me digas que...
—¿Y para cuándo lo tendrías?
—Lo debo tener en una de mis agendas. Es cuestión de buscar y...
—Bárbaro. En una hora te llamo. Tenémelo listo, por favor.
—Vale... pero...
—Gracias por todo, Ramón.
—Espe...
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 10:40 hs. - Rocío.
Diez y media pasadas de la mañana. Todavía estaba acostada con las tres mantas tapándome hasta al cuello. Hacía más de una hora que estaba despierta. Cada cinco minutos cogía el teléfono móvil y me quedaba mirándolo un rato esperando esa llamada que no sabía a qué hora iba a llegar.
Mientras esperaba, pensaba en todos los sucesos que habían tenido lugar la noche anterior. Ya se había vuelto algo habitual esa escena: yo tirada en la cama, boca arriba, con la mirada perdida en el techo, comiéndome la cabeza analizando mis actos más recientes. Aunque esa vez había algo diferente. Extrañamente, no sentía ningún tipo de remordimiento. Los otros días las ganas de llorar y los nudos en la garganta habían estado presentes, pero en ese precido instante, estaba tan calmada y tranquila como si nada estuviera pasando. A ver, sí que me arrepentía de algunas cosas que había hecho. Bueno, al menos de una en especial... Pero no me sentía mal por el hecho en sí, sino por la vergüenza que me daba tener que volver a enfrentar a Alejo luego de eso.
Y entonces pensé en eso por primera vez: ¿debía sentirme mal o no? Otro hombre que no era Benjamín había visto mi cuerpo desnudo y también lo había tocado. Ese mismo hombre había besado mis labios y me había practicado sexo oral. Ese hombre había frotado sus partes con las mías y me había hecho llegar al climax en reiteradas ocasiones. Y, para rematar todo, la primera felación de mi vida se la había hecho a él, con eyaculación en mi cara incluida. La palabra "infidelidad" empezaba a rondar en mi cabeza por primera vez desde que todo eso había comenzado.
"Es todo por el bien de nuestra pareja. No le estoy siendo infiel a mi novio, estoy practicando para convertirme en la mujer que él quiere que sea." Era lo que me decía tratando de convencerme a mí misma. Pero no como excusa, ni como justificación, creía fervientemente en ello. Tal vez no al principio, cuando Alejo se ofreció para ayudarme de esa manera tan particular. No estaba del todo segura de estar haciendo lo correcto cuando accedí, ni siquiera con las pruebas irrefutables de que Benjamín me había estado mintiendo en la cara con lo del horario de su trabajo. Todo cambió cuando lo descubrí tonteando con aquella mujer en plena tarde. Presenciar esa escena fue lo que hizo que todas mis dudas se diluyeran. A partir de ahí, supe que estaba siguiendo los pasos adecuados para poder recuperar a mi novio definitivamente.
"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"
—¡Buenos días, mi amor! —me saludó Benjamín con su entusiasmo habitual.
—Hola, Benja —respondí con desgana. A pesar de haber estado esperando ansiosa esa llamada, no podía evitar ocultar lo enfadada que estaba con él.
—¿Qué tal estás? ¿Cómo has amanecido?
—Bien, supongo...
—Ah, jeje... Yo hoy he podido dormir unas cinco horitas. El cambio constante de horarios me está matando...
—Imagínate a mí... —dije en voz baja.
—¿Qué? ¿Has dicho algo?
—No. Qué curioso, te noto bastante espabilado para haber dormido tan poco... —dije mientras clavaba las uñas en el colchón. No podía creer que todavía siguiera mintiéndome.
—El otro día me dijiste lo mismo, jeje. ¿Qué le voy a hacer, Ro? Soy una persona muy enérgica —me volvió a responder con toda la cara dura.
—No me digas. ¿Cuándo piensas pasar por casa?
—Justamente por eso te llamaba. O sea, además de para saber cómo está mi hermosa novia, y tal... jeje. Acabo de hablar con Raúl, mi compañero de los pisos. Me ha dicho que tiene un apartamento libre en el centro y me ha pedido que organice una entrevista con Alejo. Así que acordamos que lo haríamos hoy en casa. Y ya de paso aprovecho para verte. ¿Qué te parece?
Tardé varios segundos en contestar. Acababa de darme cuenta de algo que había estado ignorando por completo esos últimos días: Alejo no vivía en mi casa. Alejo era un invitado que tarde o temprano iba a tener que irse. Benjamín me lo había estado recordando en cada llamada, sobre su colega y los pisos que tenía en alquiler, pero con el enfado y con todo lo que había pasado, como que no le había hecho mucho caso cuando había sacado el tema. Pero, finalmente, el día había llegado.
—¿Rocío?
—Ah... No... Sí... Perdón. ¿A qué hora vas a venir? —respondí todavía medio shockeada.
—Pues... hoy vamos a estar toda la tarde y casi toda la noche en la oficina... Qué te parece a las... ¿A las siete te viene bien?
—De acuerdo...
—Bien, entonces. Te tengo que dejar, mi amor, que quiero dejar listas algunas cosas para esta tarde. No te das una idea de la cantidad de trabajo que tenemos.
—Sí, debes estar muy ocupado...
—Antes de ir para casa te llamo de nuevo. No sabes las ganas que tengo de verte.
—Vale. No te sobre esfuerces —dije con preocupación verdadera. No podía evitar caer en la dulzura de sus palabras, aún sabiendo que no eran más que puras mentiras.
—Ya falta menos para que todo esto termine. Te amo demasiado, mi amor.
—Yo también te amo... —respondí con poca efusividad.
—Nos vemos a las siete. Adiós, mi reina.
—Adiós.
Cuando colgamos, me volví a recostar en la cama. Y me puse a pensar: ¿Hasta cuándo pensaba Benjamín seguir con esa farsa? ¿Por qué no se ponía los pantalones de una vez y me decía lo que quería realmente? Me hacía demasiado daño hablar con él sabiendo que todas las cosas que me decía eran falsedades.
—¡Alejo! —recordé de pronto. Ya había llegado el viernes, y Benjamín me había confirmado que ya tenía vivienda para él. Era lo que habíamos acordado, que dejaríamos que se quedara unos días hasta que se recuperase de sus heridas. También para darle tiempo a que se calmaran un poco las circunstancias que lo rodeaban.
Una mezcla de sensaciones que no sabía cómo demonios interpretar me invadió. Alejo se había convertido en un importante sustento emocional en esos días de mi vida. También era el que me había abierto los ojos. El que me había hecho darme cuenta de los engaños de Benjamín. Y era él el que me estaba ayudando a sobrellevar esa situación tan difícil. Sentía una gran gratitud hacia él. No me parecía que ese fuese el momento más adecuado para separarlo de mi lado. Pero, por otro lado, pensaba que quizás eso sería lo mejor para él. Desde que había llegado a casa, yo no había dejado de darle disgustos: primero con los dolorosos recuerdos del pasado, y después envolviéndolo en mis estúpidos problemas de cría consentida.
Sea como fuere, ya estaba todo hablado y ya no había ninguna razón para que Benjamín permitiera que Alejo se quedase en casa. Me gustara o no, así eran las cosas y tenía que asumirlo. Además, por fin había conseguido trabajo y eso haría que pudiera mantener la mente ocupada. Sobre las prácticas... creo que ya había aprendido todo lo que tenía que prender. Ya me abría con total naturalidad, y las últimas veces no había sentido ni un ápice de vergüenza.
Me levanté de la cama y fui a darme una ducha. Quería sentarme con Alejo y hablar con él sobre el tema. Él había hecho mucho por mí, y lo mínimo que yo podía hacer por él era interesarme por su futuro.
Salí del cuarto de baño y fui directamente al salón a ver si estaba allí. Y como siempre, ya se encontraba levantado, desayunado y preparado para afrontar el día. No sabía cómo lo hacía, mucho menos lo entendía, ya que él se solía dormir a la misma hora que yo, o quién sabe si más tarde. Pero, una vez más, ahí estaba él despierto mucho antes que yo. Igual, quizás estaba exagerando, porque eran casi las once y media de la mañana, horario más que razonable para ya estar levantado.
—Buenos días —lo saludé con una sonrisa. No me respondió. Se quedó mirándome fijamente un rato largo y luego se levantó—. ¿Qué pasa? —le respondí extrañada al ver que se dirigía hacia mí a paso rápido. Tampoco respondió. Yo no me moví ni un milímetro. Cuando llegó a mi posición, me tomó de la cintura y me apretó contra él. Cuando sentí su mano fría en la espalda, me di cuenta de todo. Había salido del baño con solamente la ropa interior puesta, y al verme, Alejo probablemente había malentendido las cosas. No lo había hecho con ningun intención rara, es sólo que estaba acostumbrada a andar así por casa por las mañanas cuando Benjamín solamente trabajaba de tarde.
—Sos hermosa... —dijo sin dejar de mirarme.
—Alejo... No... Esper un mom... —pero no me dejó continuar. Me plantó un beso en la boca que me desarmó por completo. Quizás podía oponer resistencia a muchas cosas, pero, hasta el momento, todavía no había podido rechazarle ni un solo beso.
Puse mi mano en su cuello y correspondí a su maniobra. Comenzó a acariciar mi cuerpo, centrándose en mis senos, y me fue guiando lentamente hasta el sofá. Allí mismo me recostó boca arriba y siguió besándome sin dejar de tocarme. Muy despacio fue descendiendo por mi cuello lamiendo cada centímetro de piel que se encontraba. Mientras tanto, su mano derecha desabrochaba mi parte de arriba con una habilidad que ya no me sorprendía. Me liberó del sujetador y, sin perder ni un segundo, llevó su boca a uno de mis pechos. Succionaba el pezón con ansias, con glotonería, como queriéndomelo arrancar de la piel. Me dolía un poco, pero yo ya estaba en un nivel de excitación demasiado alto como para reprocharle nada. Siguió entreteniéndose con mi seno un largo rato. En ese lapso, su mano ya había comenzado a explorarme allí abajo. Qué maestría, qué oficio que tenía ese hombre para hacerme disfrutar. Sólo estaba usando dos dedos, pero era suficiente para hacerme temblar del placer.
—¿Estás bien? —me preguntó. Al parece mis quejidos le habían dado la impresión de que algo me dolía.
—Estoy bien. Sigue... por favor —respondí con la voz temblorosa.
—Tengo una idea mejor —dijo mientras descendía un poco más sobre mi cuerpo. Se detuvo a la altura de mi ingle, y lo siguiente que hizo fue separar mis piernas para colocarse entre ellas. Movió mi braguita para un costado y se dispuso a lamer la zona más íntima de mi cuerpo. Cuando introdujo dos dedos y centró los movimientos de su lengua en mi clítoris, mi mente se trasladó a otra dimensión arrastrando a mi cuerpo con ella. Me succionaba con ganas y sus dedos no dejaban de moverse.
—¡Alejo! ¡Alejo! —gritaba descontrolada. No hacía ni medio día que mi hermana me había advertido que mis vecinos escuchaban todo, pero en ese momento, me importaba muy poco lo que pudieran pensar de mí esa gente con la que tenía cero trato.
Entonces, Alejo introdujo un tercer dedo y aceleró el movimiento en círculos de su lengua. Yo ya estaba en mi límite. Mis fluidos ya inundaban su boca y mi cuerpo ya empezaba a adoptar posturas que ni yo sabía que era capaz de hacer.
—¡Ale! ¡Alejoooooooooo! —exploté bajo un grito que seguramente se escuchó hasta en la calle de en frente. Era el primer orgasmo de mi vida estando completamente sobria.
Me dio unos últimos besitos en la zona, y luego se recostó a mi lado en el sofá, donde de lado cabíamos los dos perfectamente. Me acariciaba la cara y, cada tanto, el cabello. También me susurraba cosas bonitas al oído. Todo esto mientras yo me recuperaba. Yo no había buscado esa situación, había surgido por un malentendido de Alejo, pero lo cierto es que no estaba para nada disconforme con lo que acababa de ocurrir. Y así lo demostré girándome sobre mí misma para besarlo. Mientras lo hacía, me percaté de que había algo que estaba haciendo una presión excesiva contra mi muslo, y fue ahí cuando tomé la decisión de devolverle el favor a mi amigo.
—Ahora te toca a ti disfrutar —le dije poniendo mi mano en su entrepierna.
—Vamos a ver cuánto aprendiste —respondió él ayudándome a desabrochar su pantalón.
Se levantó y se quitó toda la ropa, quedando desnudo al igual que yo. Luego se sentó a mi lado y puso a mi disposición su miembro que ya estaba completamente erecto. Lo sujeté con mi mano izquierda y comencé a masturbarlo imprimiendo la misma fuerza y llevando el mismo ritmo que él me había enseñado la otra noche; primero despacio y aumentando la velocidad a medida que iba tomando más confianza. Yo era diestra, me costaba el doble usar la otra mano, pero esa era la posición en la que estábamos y no quería perder el tiempo recolocándonos. A la vez que lo hacía, no perdía detalle de su cara. Quería saber en todo momento si lo estaba haciendo bien o no. Buscaba adivinar en sus gestos los resultados de mi maniobra. Después de todo, quería devolverle el "favor" que acababa de hacerme minutos atrás, y esta vez quería hacerlo bien. Cuando se dio cuenta que yo lo observaba, inclinó su cuerpo un poco para adelante y me besó otra vez. Era increíble la pasión que emanaban esos besos. Nos comíamos la boca casi literalmente. Nuestras lenguas jugueteaban entre ellas y nuestros labios trataban de abarcar lo máximo posible de la boca del otro. Parecía que no íbamos a poder despegarnos nunca.
—Rocío —dijo de pronto—. ¿Podrías chupármela otra vez? —y volvió a besarme. Parecía que no tenía prisa por obtener una respuesta.
—No sé... No... lo sé... —respondí alternando besos con palabras.
—Por favor...
—No quiero que vuelvas a venirte en mi cara...
—Eso no va a volver a suceder, te lo juro...
—No sé... —dije haciéndome de rogar un poco. Mi mano no dejaba de moverse.
—Dale, Ro, anoche estuviste espectacular. Vas a ver que cuando se lo hagas a Benjamín, ya no te lo vas a poder sacar de encima nunca más...
"Benjamín...". El nombre de mi novio retumbó varias veces dentro de mi cabeza luego de que Alejo lo pronunciara. Nuevamente me shockeé. Increíblemente, no había pensado en él hasta que lo mencionó. Se suponía que estaba haciendo esas cosas por el bien de mi relación con Benjamín, pero esa mañana no lo había tenido en cuenta en ningún momento.
"¿Qué me está pasando?", "¿por qué estoy disfrutando tanto de esto?" Eran algunas de las preguntas que me hacía en ese preciso instante. ¿Cómo iba a justificar esas cosas si en el momento en el que las hacía ni me acordaba de la causa por la que las hacía? Necesitaba una respuesta y rápido para todas esas dudas.
Me detuve en seco. Dejé de masturbarlo y me volví a sentar. Alejo se quedó mirándome un rato extrañado, hasta que, aparentemente, cayó en que no debería haber mencionado a Benjamín en un momento así. No dijo nada, pero se levantó con la intención de recoger su ropa y dejar las cosas de esa manera.
—¡No! —exclamé. Lo hice de forma espontánea. Estaba grogui de verdad, pero algo me había hecho detenerlo de esa manera. Sujetándolo de la mano tiré de él hacia mi lado para que volviera a sentarse—. Espera, no te vayas...
Nos quedamos en silencio un rato. Yo pensaba y pensaba, pero en vano. Me arrepentí enseguida de haber detenido a Alejo. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Pensaba en Benjamín, y todo, pero absolutamente todo, me decía que dejara de hacer inmediatamente lo que estaba haciendo y terminara de una vez con esa relación rara que tenía con mi amigo de la infancia.
—¿Rocío? —me llamó mi acompañante. Su mirada derrochaba incertidumbre. Me observaba entre extrañado y preocupado.
"¿Qué estoy haciendo?" . Me pregunté de nuevo. Otra vez estaba causándole problemas a Alejo. Otra vez estaba involucrándolo en mis problemas. Como si no tuviese suficiente con lo suyo. Miraba como me miraba, y lo único que podía sentir era vergüenza. Benjamín era importante, sí, pero nada justificaba que estuviera jugando de esa manera con una persona que lo único que quería era ayudarme.
Entonces tomé una decisión. Tenía que dejar de poner mis necesidades siempre por encima de las de los demás. Además, ya le había traído demasiados dolores de cabeza a Alejo como para también añadir esto a la lista. Tenía que hacer mis líos mentales a un lado por una vez en mi vida.
—Te he dicho que ahora te toca a ti disfrutar —le dije con toda la decisión del mundo.
Volví a cogerle el miembro, que todavía seguía duro como una estaca, y reanudé la masturbación. Me había enfriado un poco, y supongo que él también. El haber mencionado a Benjamín había arruinado el momento. Yo quería con todas mis fuerzas que Alejo tuviera el final que se merecía, pero ya no era lo mismo, ya no lo hacía porque quisiera, lo hacía por mera obligación. Fue por eso que el ambiente se volvió tenso e incómodo. Él parecía haberse dado cuenta también, y no insistió más con lo de la felación, simplemente echó la cabeza para atrás y esperó a que su momento llegara.
Lo masturbé con fiereza hasta que, avisándome él con bastante antelación, conseguí que eyaculara. Puse la mano que tenía libre sobre la cabeza de su pene, e hice que toda su carga fuera a parar a mi palma. Ni Alejo ni yo dijimos nada. Ni siquiera intercambiamos una mísera mirada. Los otros días me había dicho cosas bonitas al terminar, o se había preocupado por mí y me había ayudado a acomodar todo. Pero esa vez no, ni un mísero gesto. Lo noté seco y quizás enfadado. Una vez más las cosas me volvían a salir mal.
Recogí mi ropa interior con la mano que tenía limpia, y me dirigí al baño para darme una nueva ducha. Mi hermana iba a venir a casa más tarde, y no quería apestar a sudor, ni a ningún otro tipo de fluido corporal cuando la recibiera.
Cuando terminé de ducharme, recordé que todavía tenía que decirle a Alejo lo de la reunión de esa noche. No sabía cómo iba a hacerlo, cómo iba a hablarle, pero era algo que tenía que hacer sí o sí. Así que, después de pasar por mi habitación para vestirme, me armé con todo el valor que pude, y fui a buscarlo al salón.
—Ale —lo llamé. Estaba sentado leyendo en una de las sillas de la mesa, que funcionaba también como división entre el salón y la cocina.
—¿Qué pasa? —respondió serio y sin mirarme.
—Hoy es viernes.
—Sí. ¿Y? —volvió a responderme sin devolverme la mirada.
—Lo de el piso al que vas a ir a vivir, ¿te acuerdas? Bueno, al que supuestamente vas a ir. Antes hablé con Benjamín, y me ha dicho que programó una entrevista hoy contigo y con su compañero para hablen del tema.
—Ah, bueno. Está bien, gracias. ¿A qué hora es y dónde tengo que ir? —dijo poniéndome por fin un poco de atención.
—¡No, no! Ellos vienen aquí a las siete. Tú no te preocupes por eso.
—Bueno —concluyó antes de volver a darse la vuelta y darme la espalda.
No me gustaba nada que me tratara de esa forma. No sé si me lo merecía o no, pero no me gustaba nada. ¿Por qué razón? No lo sé. Pero estaba empezando a angustiarme por esa indiferencia que me estaba mostrando.
—Ale... —volví a llamarlo.
—¿Qué pasa? —respondió igual que antes.
—¿Estás enfadado?
—¿Yo? No, ¿por qué? —pero seguía sin mirarme.
—¡Que me mires cuando te hablo! —estallé.
—Me parece que la única que está enfadada acá sos vos —me dijo dándose por fin la vuelta.
—Quiero que hablemos, Alejo.
—¿De qué querés hablar? —ahora sí que me ponía atención, aunque no por voluntad propia.
—De... nosotros —titubeé.
—Te escucho.
—No, no me escuches, sólo quiero que me digas lo que está pasando aquí.
—No sé, decime vos. ¿Hay algo mal?—se desentendió del asunto. Cada vez que me respondía de esa manera, me hacía pensar si en realidad eran todas paranoias mías.
—Alejo, ¿por qué estoy disfrutando tanto esto que estamos haciendo? Yo no tengo ninguna duda de que todo lo hago por Benjamín, pero es que... mientras estamos... practicando... —intentaba sincerarme con él, necesitaba respuestas urgentemente.
—¿Te lo pasás bien y te olvidás de todo? —respondió. Y ante mi mirada de asombro, rió—. Es normal, Rocío. Ya no sólo estás aprendiendo a perder la vergüenza, también estás aprendiendo a ser mujer.
"¿Aprendiendo a ser mujer?" . Era cierto que con él había conocido sensaciones absolutamente nuevas. Él me había enseñado a disfrutar como mujer, sí. Antes, ni siquiera sabía lo que era un orgasmo. Lo que había descubierto con Alejo era un mundo completamente distinto, ni de cerca se podía asemejar a lo poco que ya conocía. Pero... ¿justificaba todo eso que me olvidara de Benjamín? ¿Que perdiera de vista mi verdadero objetivo cuando "practicaba" con Alejo?
—Quedate tranquila. Si no disfrutaras lo que estamos haciendo, entonces sería todo en vano, ¿no te parece?
—Sí, pero...
—Tenés que tener en cuenta que cuando hacemos lo que hacemos, tu mente se traslada a otro lugar. A un lugar donde no hay cabida para nada más que el placer.
—Ya, pero...
—Sí, sí. Benjamín, ¿no? Dejá de hacerte drama por eso. Acá está la muestra de que te preocupás por él y de que lo tenés en consideración en todo momento.
—¿Eh?
—Se te nota en la cara, Ro, estás muerta de vergüenza. Sé que te da más vergüenza hablar del hecho, que el hecho en sí. Pero acá estás, poniendo la cara y tragándote la vergüenza para aclarar las cosas conmigo. ¿Y todo por qué? Porque Benjamín es tu prioridad número uno. ¿Qué más pruebas necesitás?
Esas últimas palabras me iluminaron. Claro, eso era. Si no hubiese estado preocupada por Benjamín, esa mañana no me habría detenido al escuchar su nombre. Habría continuado de todas formas, y seguramente hubiese hecho lo que me había pedido. Pero no, no lo hice.
—¿Tú crees? —pregunté mientras me limpiaba algunas lágrimas. Lágrimas de felicidad.
—Por supuesto, boluda. Vení, vení que te abrazo. No me gusta verte llorar, ¿cómo mierda te lo tengo que decir? —dijo haciendo señas para que fuera con él. Y así lo hice. Fui hacia donde estaba sentado y me abalancé sobre él lagrimeando como una niña pequeña—. Sos una campeona, Ro. No cualquiera sería capaz de soportar lo que vos estás soportando. La mayoría se rendiría a las primeras de cambio.
—Gracias, Ale. No sé qué es lo que hubiera hecho si no hubieses estado a mi lado toda esta semana —dije con la cara apoyada en su hombro. Las lágrimas no paraban de caer.
—A ver, mostrame esa sonrisa tan hermosa que tenés —me pidió alzando mi rostro con suma delicadeza. Le dediqué la mejor sonrisa que me salió y volví a abrazarlo. Me sentía realmente agradecida hacia él.
—Te quiero mucho —dije de pronto. Me salió del alma, no lo pude contener. No era la primera vez que se lo día, en nuestros tiempos de instituto solía decírselo siempre, y él siempre me respondía...
—Yo también te quiero, boluda.
Estuvimos así abrazados por más de un minuto. El silencio se había adueñado del salón. Ninguno de los dos quería soltar al otro.
—¿Por qué te has enfadado conmigo? —pregunté finalmente sin levantarme de su regazo.
—¿Otra vez con eso? No estaba enfadado con vos... En fin, esperame acá un segundo —se levantó y fue a buscar algo a la habitación donde él dormía. Volvió enseguida sujetando un par de zapatillas—. Tomá, olé esto —dijo mientras me las ofrecía.
—¿Qué? Qué asco, no.
—¿No querías saber por qué estoy enfadado? ¡Tomá y olé! —insistió. Con mucha fuerza de voluntad y con el asco reflejado en mi cara, acerqué una de las zapatillas a mi nariz y...
—¡Ayyy! Esto es... ¡La gata te meó las zapatillas! ¡JAJAJAJA! —me empecé a partir de la risa mientras él me quitaba el calzado de un manotazo.
—Sí, vos reíte, pelotuda de mierda. Son mis mejores llantas, y el olor a meo de gato no lo saca ni un hechizero galo.
—¡JAJAJAJAJA!
—Lo peor es que no es la primera vez. El otro día dejé colgada una camisa en el balcón y cuando la fui a buscar ya no estaba. ¿Sabés dónde está ahora? En el pico del árbol de abajo. ¿A que no sabés quién tenía el broche con la que la había agarrado?
—¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA! —no podía parar de reírme. Me estaba retorciendo en la silla. Lo más gracioso era que el enfado de Alejo era más falso que la carita de gatita buena de Luna. Y quedó demostrado al empezar él también a reírse. Terminamos ambos riéndonos a carcajadas mientras Luna nos miraba desde el pasillo.
Entre tanta risa y tanto llanto, se me había pasado la hora. Ya eran casi las dos de la tarde y todavía no habíamos comido, y seguramente mi hermana no iba a tardar en llegar.
—Ay, dios santo. Hacía mucho que no me reía tanto... Pero bueno, vamos a comer algo rápido, que tengo cosas que hacer más tarde —dije tratando de no perder más tiempo.
—Dale. Preparo dos boludeces y comemos.
—De acuerdo.
Alejo preparó una sopita de verduras típica de no sé qué país raro de Asia (o al menos intentó que se le pareciera, ya que no teníamos todos los ingredientes necesarios), comimos bastante rápido y recogimos todo también a la misma velocidad. Cuando terminamos, nos sentamos en el sofá y pusimos un poco de televisión.
—Por cierto, ¿qué tenés que hacer? —me preguntó, rompiendo el silencio.
—Va a venir Noe en un rato.
—Ah.
—Ale... Me da costa tener que decírtelo así, pero... no quiero que te vea.
—¿Quién? ¿Tu hermana?
—Sí...
—Ah, no te preocupes por eso, igual ahora iba a salir.
—¿Salir? ¿Adónde? Ten cuidado, Alejo, por favor.
—Tranquila, no voy a ir muy lejos.
—No tienes por qué irte, en serio, con que te quedes en tu habitación sin hacer ruido...
—Y con una manzana en la boca y atado al respaldar de la cama, ¿no?
—No quise decir eso...
—¡Jajajaja! Es broma, boluda. En serio, tengo un trabajito que hacer. Necesito el dinero.
—Bueno... Pero ten cuidado, en serio te lo digo. ¿Cuándo te vas?
—Iba a esperar un rato más, pero si va a venir tu hermana, mejor aprovecho y me voy ahora.
—Ah. ¿Y de qué es ese trabajito?
—Oh, bueno. De esto... y lo otro...
—¿De esto y lo otro?
—Es que no sé lo que voy a hacer, la verdad. Yo voy, hablo con un señor, y ese señor me dice a dónde tengo que ir.
—Ah, vale.
—Bueno, me voy a preparar.
Fue un alivio que no se lo tomara mal, había estado pensando durante todo el almuerzo cómo decírselo, tenía miedo de que no lo entendiera y se enfadara conmigo. Pero al final todo salió bien, por suerte. No quería ni pensar en lo que podía ocurrir si mi hermana se enteraba que Alejo estaba viviendo en nuestra casa.
—Vuelvo antes de las siete —dijo cargándose la mochila y yéndose a la puerta.
—Está bien. Cuídate, Ale, porf... —pero me interrumpí a mí misma cuando lo vi—. Vaya, Ale, no te había visto nunca vestido así.
—Bueno... Voy a trabajar, tengo que estar presentable, je. Y en serio, boluda, no te preocupés, voy a estar bien.
—Es que me sabe mal, siento que te vas por mi culpa...
—¡Que no! Me voy porque tengo cosas que hacer. Llevo muchos días vagueando, tengo que empezar a moverme.
—Envíame un mensaje cuando llegues, así me quedo más tranquila.
—Bueno, dale.
Me levanté y fui hasta la puerta con él. Estaba muy elegante; se había puesto una camisa a cuadros y un pantalón negro de traje. También tenía el pelo engominado y cogido con una coleta. Me paré justo delante suyo y le acomodé las pocas imperfecciones que quedaban en su vestimenta, tal y como solía hacer con Benjamín.
—Menos mal que me puse gel, si no también te hubieses lengüeteado la mano para acomodarme el pelo —dijo riéndose. Yo, en cambio, me ruboricé.
—Perdón, es que estoy acostumbrada a... ya sabes.
—No pasa nada, es más, me gusta que te preocupes por mí —contestó y se acercó todavía más a mí. Yo sólo pude esbozar una pequeña sonrisa—. Así es como te quiero ver, sonriendo todo el tiempo —me susurró al oído. Otra vez me hablaba de esa manera, esa manera que conseguía hacerme sentir como la mujer más especial del mundo. No sabría explicarlo, pero digamos que la calidez que me transmitía Alejo cuando me trataba así, sólo se podía comparar a la de mis mejores momentos con Benjamín. Fue por eso que acepté con todo el gusto del mundo el beso que vino después de esas palabras. Nuestras caras se fueron acercando lentamente hasta que nuestros labios inevitablemente se juntaron. Fueron diez segundos de un beso suave y tierno, carente de cualquier connotación sexual, un beso entre dos personas que se querían mucho y así querían hacérselo saber la una a la otra—. Hasta luego, reina —se despidió al fin. Yo me quedé un rato de pie en el lugar, sonriendo y feliz como nunca. Algo estaba empezando a cambiar en mí.
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 16:00 hs. - Alejo.
—Buenas tardes, señorita, acabo de hablar con usted hace escasos cuarenta minutos.
—¿El Sr. Alejo Fileppi?
—En efecto.
—De acuerdo, siga por ese pasillo y gire a la izquierda cuando vea la máquina de café. El Sr. Bou está esperándolo.
—Muchas gracias.
"¡A la mierda! Es enorme este lugar", pensaba mientras seguía el camino que me había indicado la recepcionista. Y sí, era demasiado grande si tenías en cuenta que se trataba de las oficinas centrales de la empresa de un proxeneta. Aunque si te ponías a pensar que también era una compañía que manejaba una cadena muy importante de supermercados, además del bar de alterne más importante de la ciudad, entonces le encontrabas sentido. "Bou&Jax" se llamaba, y el primero de esos dos, era con el que estaba a punto de reunirme esa tarde.
—Adelante —dijo una voz gruesa al otro lado de la puerta.
—Con permiso —dije mientras pasaba. Bou estaba sentado en su silla detrás de un escritorio de dimensiones considerables. El hombre tampoco se quedaba corto en tamaño. Me hizo acordar al tío de Harry Potter, cosa que me provocó una mini carcajada que pude disimular con un falso estornudo.
—Pasa, muchacho, pasa, y toma asiento —me ordenó señalándome una de las dos sillas que estaban en frente de su enorme escritorio.
—Bueno, me imagino que mi socio ya le habrá comentado por qué quería reunirme con usted hoy —comencé la charla una vez me había acomodado.
—Sé por lo que vienes, pero nada más que eso, tu socio no me ha dado ningún tipo de detalle. Espero que no me vayas a hacer perder el tiempo, muchacho —me dijo el gordo mientras encendía un habano.
—No es mi intención, Sr. Bou.
—Pues eso, vayamos al grano. Entonces, ¿qué tienes para ofrecerme? —preguntó. Le sonreí confiadamente y luego abrí mi mochila, de la cual saqué un sobre que coloqué en el centro de su mesa, dejándolo completamente a su disposición. El gordo agarró el sobre y sacó las diez fotos que había adentro. Las fue mirando una a una mientras me miraba de reojo con cierta desconfianza.
—¿Y? ¿Qué le parece? —pregunté tratando de mostrar seguridad. Pero no me hizo caso y siguió mirando las fotografías. Yo no tenía ni la más puta idea de cómo funcionaba ese negocio, pero si era tal cual me había dicho Ramón, entonces no tenía por qué mierda salirme mal la jugada.
—Alejo te llamas, ¿no? —dijo por fin—. Sin duda alguna me has traído algo muy bueno, pero quiero aclararte que yo no trabajo con chicas chantajeadas o coaccionadas, mis chicas hacen esto por voluntad propia —me dijo el viejo sinvergüenza. ¿Tanta cara de hijo de puta tenía yo como para que tuviera que aclararme eso?
—Me ofende, Don Bou, yo no soy un criminal.
—Vamos, chico, conmigo no tienes que hacerte el inocente —dijo con una sonrisa sarcástica—. Conozco muy bien a tus "asociados" y sé qué clase de personas son.
—No se confunda, Don Bou, mis asociados no tienen nada que ver en todo esto. Ellos solamente se encargaron de que yo pudiera reunirme con usted, nada más.
—Mira, muchacho, yo no tengo ningún problema con tus asociados, pero sé cómo les gusta manejarse. Así que si vienes a ofrecerme a una chica chantajeada o coaccionada, yo...
—Mi chica no está siendo ni chanteajada, ni coaccionada, ni hipnotizada, ni nada raro, quiere hacer esto por voluntad propia. Y por si se lo pregunta, mi chica no tiene ningún tipo de discapacidad, ni mental, ni física. Le aclaro también que es mayor de edad y que nació en este país. ¿Necesita saber algo más?
—Eres muy rápido, muchacho, me caes bien —hizo un breve silencio—. En fin, no necesito saber nada más, quiero contar con tu chica. ¿Cuándo podría conocerla?
—Verá, resulta que ella está viviendo con su novio, y quiere hacer esto a escondidas de él, por eso me gustaría poder contactar con usted directamente cuando ella me de el aviso.
—Pues no sé qué decirte, chico. Comprenderás que soy una persona muy ocupada, no puedo estar pendiente todo el día de tu llamada. Además, ¿cómo hará tu chica cada vez que se presente un cliente? No sé, muchacho, bajo estas condiciones... —el gordo se estaba poniendo pesadito.
—Quédese tranquilo, en dos semanas a más tardar, este pequeño inconveniente estará resuelto. Luego, sus clientes podrán contar con ella cuando quieran, dentro de un horario lógico, obviamente.
—En ese caso... —comenzó a analizar a la vez que le daba un par de caladas a su puro—. La verdad es que la jovencita vale la pena la espera. Te voy a dar mi número de teléfono personal y tú me llamas cuando lo hayas solucionado.
—Perfecto. Ahora hablemos de dinero. Yo tenía pensado...
—No —me interrumpió—. Tú no tenías pensado nada. Mira, déjame explicarte cómo funcionan las cosas aquí; yo no trabajo con chulos, yo trabajo con las chicas. Tú has venido hasta aquí para hablarme de una muchacha que está interesada en trabajar de esto, así que tú sólo eres el intermediario entre ella y yo.
—Yo no soy su chulo, Don Bou, yo soy algo así como su representante.
—Como lo quieras llamar, pero no pienso hablar de dinero contigo. Tú me organizas una reunión con la chica, y yo ya hablo con ella de trabajo y de dinero. Ya luego si ella quiere darte una parte de lo que vaya a ganar, eso ya no me conscierne.
—Entiendo que usted se maneje de esta forma, pero...
—Lo tomas o lo dejas.
—¿En serio está dispuesto a perder a esta belleza por no negociar conmigo?
—Vamos a ver, muchacho, no es que no quiera negociar contigo, lo hacemos de esta manera para garantizarnos de que las chicas no están siendo obligadas a prostituirse.
—No lo entiendo, la verdad. Hay miles de formas de obligar a una mujer a prostituirse.
—Por eso hacemos una entrevista, si vemos que algo que no va bien, entonces la rechazamos —me aclaró. Lo cierto es que las cosas no estaban yendo como yo me esperaba, pero tenía que ir a todo o nada, era mi última esperanza para salvar mi culo.
—Está bien, usted gana. Pero me gustaría que me diera un estimado de lo que podría ganar mi chica con cada cliente.
—Precisamente eso ya depende de cada cliente. Lo único que te puedo decir es que tu chica entraría en la categoría "gold", por lo que le tocarían los peces más gordos.
—Bueno, supongo que eso es suficiente información. Estaré llamándolo dentro de dos semanas, aproximadamente.
—Mejor que sea una —me retrucó enseguida.
—¿Eh? No sé si va a ser posible...
—Eso no es problema mío, muchacho. O me reúno con ella en una semana, o no hay trato.
—En fin... De acuerdo, una semana.
—Lo esperaré ansioso. Esa chica puede llegar a ser una mina de oro, muchacho.
—Eso espero, Don Bou, eso espero.
—Oh, antes de irte, ¿cómo se llama la jovencita?
—Je... —reí—. Usted trabaja con las chicas, no con los chulos. Ya se enterará cuando la conozca.
—JAJAJA —rió él todavía más fuerte— Creo que nos vamos a llevar bastante bien, muchacho —y tras darle un último estrechón de manos, me fui a la mierda de ese lugar.
Definitivamente, las cosas no habían salido del todo bien, es más, habían salido como el culo. Pero no podía rendirme, era el último tren y no podía dejarlo escapar.
—Voy a tener que acelerar un poco las cosas —me decía a mí mismo mientras me subía en el taxi.
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 14:20 hs. - Benjamín.
—Otra vez vuelves a hacer lo mismo.
—¿El qué?
—Ignorarme cuando te estoy hablando.
—¿Eres consciente de que estoy aquí contra de mi voluntad?
—Eso no es excusa. Eres muy maleducado.
—¿Yo maleducado?
—Que te esté chantajeando no significa que tengas que tratarme mal.
—Vaya espécimen eres.
Ahí estaba yo por segundo día consecutivo, cara a cara en una mesa almorzando con la becaria en vez de estar pasando con Rocío mis pocas horas libres. Y de nuevo me había llevado a ese bar que quedaba tan cerca de la cafetería donde trabajaba Noelia. Me estaba jugando el encontrarme con ella, y a saber cómo diablos resolvería el malentendido que seguramente se iba a generar. Con lo fácil que hubiese sido ir a la San Mostaza.
—Oye, ¿en serio me odias tanto? —me preguntó de repente. Lo cierto es que el día anterior me había propuesto tratarla bien, pero después de lo que había hecho en el despacho del jefe, ya es que no sabía ni cómo debía dirigirme a ella. Es por eso que trataba de mostrarle la indiferencia habitual.
—Yo no lo llamaría odio, pero es difícil apreciar a una persona que te amenaza con hacer que te despidan si no haces lo que ella dice.
—¿Y no te has parado a pensar por qué lo hago? ¿No se te ha cruzado por la mente que a lo mejor lo hago porque quiero pasar tiempo contigo?
—Pues...
—Lo que te dije ayer... lo dije de verdad —dijo entonces agarrándome el brazo que tenía apoyado en la mesa.
—Tengo novia, Clara —fue lo único que me salió decirle.
—¿Y por eso no vas a tener otras amigas mujeres?
—Puedo tener todas las amigas que quiera, pero eso no es lo que tú dijiste ayer —ya me estaba poniendo nervioso.
—Ah, ¿no? ¿Y entonces qué te dije? —se hizo la estúpida.
—Lo sabes muy bien. Deja de jugar conmigo, por favor —le respondí con toda la seriedad que pude. La voz ya me temblaba un poco.
—Jajaja. Eres muy fácil de molestar, Benny, por eso me gustas tanto.
—Qué graciosa que eres, niña.
No era nada bueno eso que estaba pasando ahí. Esa niñata estaba empezando a jugar conmigo como quería, y yo ya no sabía cuando hablaba en serio y cuando quería fastidiarme. Pero de momento no podía librarme de ella, tenía que apechugar y tragar lo que viniera. Perder el trabajo no era una opción.
—Y bueno, ¿entonces qué opinas de lo de Lourdes y Mauricio? —dijo rompiendo el largo silencio que se había formado.
—Sigo creyendo que te equivocas.
—Benny, por favor, ¿qué más pruebas necesitas?
—Es que tú no los conoces, yo sí, ellos son como padre e hija... No entra en mi cabeza cómo podrían...
—Eso es porque eres demasiado inocente.
—Tú hablas como si lo supieras todo, y todavía te falta beber mucha leche, créeme.
—No me molestaría beberla si el que me la ofrece eres tú... —dijo otra vez en un tono picarón y rozándome la mano con la punta de sus dedos.
—¿Puedes dejar de tomarme el pelo de una puta vez? —respondí ya enfadado.
—Esta vez no te estaba tomando el pelo... —dijo mordiéndose el labio inferior.
—¡Camarero! ¡La cuenta por favor!
—Jajajaja.
Llegamos a la empresa a eso de las tres. Todavía tenía que hablar con Alutti para terminar de organizar la reunión que íbamos a tener ese mismo día en mi casa con Alejo, y también tenía que dejar preparado todo el trabajo para cuando volviera ya con la noche bien entrada.
Entramos en nuestra planta y no habíamos dado ni tres pasos cuando nos topamos con Lulú.
—Benjamín, tengo que hablar contigo. A solas —me dijo muy seria.
—Bueno, Benny, luego hablamos —se despidió Clara no sin antes mirar con cierto desdén a Lulú. Ésta no se quedó atrás y le devolvió una mirada con tintes asesinos. Yo estaba más perdido que nunca.
—¿Qué te dije ayer? —me dijo apenas perdimos de vista a la becaria.
—¿Eh? ¿De qué hablas? —pregunté con sincero asombro.
—Te dije que te mantuvieras alejado de esa mujer —me reclamó enfadada.
—¿Pero qué dices? Hemos ido a comer algo, nada más.
—¡La gente podría malinterpretar eso! Más te vale que no se entere Mauricio.
—Vamos a ver, ¿te quieres tranquilizar? ¿Por qué diantres Mauricio se iba a enfadar porque su becaria salga a tomar un café con un compañero? —entonces me agarró del brazo bruscamente y me arrastró hasta el pasillo con ella.
—¿Puedes hacerme caso y no hacer preguntas? No quiero que termines en la calle... Yo... no quiero... —me dijo sin soltarme pero esquivando la mirada.
—Lulú... Es que estoy perdido... Ayer parecía que estabas bromeando y hoy parece que mi vida dependiera de ello... ¿Por qué no puedes decirme lo que está pasando?
—¡Deja de hacerme preguntas y hazme caso! ¡Soy tu jefa! ¡Ahora ponte a trabajar! —fue lo último que dijo antes de volver a meterse en las oficinas.
Me quedé de pie ahí en el pasillo, con cara de idiota y más desconcertado que nunca. ¿Tan apegado estaba Mauricio a su becaria que no iba a dejar que nadie se le acercara? Igual no me cuadraba que se fuera a enfadar conmigo, porque él sabía que yo tenía novia y que la quería más que a nada en el mundo. ¿Serían familiares? La verdad es que no entendía nada.
—Sabe que lo sé y tiene miedo—dijo Clara apoyándose junto a mí en la pared.
—¿Ahora también me espías? —dije en un tono irrisorio.
—Sabía que esto iba a pasar. Ahora representas una amenaza para su affaire con... ya sabes.
—¿Una amenaza por qué? No le mencioné nada en ningún momento.
—Sabe que lo sé todo, y como ayer y hoy hemos pasado bastante tiempo juntos, piensa que en algún momento me voy a ir de la lengua.
—No sé... Es todo demasiado raro...
—Quizás deberíamos dejar de vernos, porque si se entera de que lo sabes, o incluso de que tienes una mínima sospecha...
—¿Qué? ¿Qué insinúas?
—"No quiero que termines en la calle. No quiero, no quiero" —imitó a Lulú en un tono burlón—. ¿Todavía no te das cuenta?
—Eso lo ha dicho por Mauricio, porque dice que se va a enfadar si nos ve juntos, cosa que no entiendo... ¿Acaso ustedes dos son familiares? —pregunté a ver si me sacaba la duda de una vez.
—¿Quienes? ¿Mauricio y yo? No, hombre.
—¿Entonces por qué Lulú está tan preocupada de que no nos vea juntos? Según ella puedo perder el trabajo...
—Es una excusa, Benny...
—¿Una excusa de qué?
—Si pierdes el trabajo no va a ser por Mauricio, va a ser por ella. Lo que pasa es que para ella es más fácil cargarle el muerto al jefazo.
—Tú estás loca, ¿por qué Lulú iba a hacer que me despidieran? —no quería alzar demasiado la voz, pero eso que había dicho no me había gustado nada.
—¿Otra vez te lo tengo que decir? No quiere que te acerques a mí porque tiene miedo de que te enteres lo de ella y el jefe.
—¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?
—¡Ay! ¡Qué lento eres! Lulú no quiere que lo sepa nadie, porque si los trabajadores se llegan a enterar, es muy probable que tenga que dejar este trabajo que tantas ventajas le da.
—Te equivocas completamente. Ella sabe que yo no haría nunca nada que pudiera perjudicarla.
—Hay veces que es mejor no correr el riesgo, Benny...
—Vamos a dejarlo aquí, Clara. Tengo mucho trabajo que hacer todavía.
—Vale, pero ten cuidado, que no se te vaya a escapar nada delante de ella.
—Que sí, no te preocupes. Aunque sigo pensando que te equivocas.
—Eres demasiado testarudo, Benny. Quizás es eso lo que más me gusta de ti —volvió a decir en ese tonito de zorrita que tanto le gustaba poner. Tampoco faltó ese mordisquito a su labio inferior.
—Adiós, Clara.
—Bye bye, Benny.
Era hora de centrarme de una vez en el trabajo, ya había tenido suficiente de mujeres histéricas y molestas. Por la única que estaba dispuesto a soportar lo que fuera, era por Rocío. Ya estaba bien de tener que sacrificar mi tranquilidad por gente que no tenía nada que ver conmigo. Así que me dispuse a trabajar, despejando mi mente de toda mierda sobrante, y centrando todos mis pensamientos en mi dulce novia, a la que por fin iba a volver a ver después de dos días.
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 18:50 hs. - Rocío.
Casi las siete de la tarde y Alejo todavía no había regresado. Acababa de hablar con Benjamín y me había dicho que venía de camino con su compañero. Si Alejo llegaba tarde a esa reunión, yo no iba a poder hacer nada para evitar que mi novio lo sacara a patadas de casa. El último mensaje me lo había enviado haría unos 20 minutos, por lo que también sabía que no le había pasado nada malo. El idiota se estaba retrasando porque le daba la real gana.
Con lo bien que había salido mi encuentro con Noelia. Había podido solucionar el malentendido de la noche anterior. La falsa borrachera y la excusa de la discusión con Benjamín habían resultado ser un éxito. No era fanática de engañar a mi hermana, pero es que la situación así lo había requerido.
Por suerte, todo terminó bien y terminamos pasando una agradable tarde hablando de sus cosas, de mis cosas, y de tonterías en general.
Volviendo a lo importante, no podía quedarme quieta, iba de aquí para allá por toda la casa sin detenerme en ningún lugar. Ya ni siquiera estaba pendiente de la puerta, me preocupaba más tener lista una excusa creíble que pudiera decirle a Benjamín sobre la ausencia de Alejo.
"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".
—¡Por fin! —grité e inmediatamente salí disparada hacia la puerta.
—A mí no me eches la culpa, ese ascensor de mierda tardó 10 minutos en bajar y volver a subir. ¡10 minutos!
—Pero si te dije mil veces que uses las escaleras, tonto.
—Las bolas. Estoy reventado.
—Pasa y péinate un poco, que no tardan en venir —la gomina se le había secado y tenía varios mechones levantados.
—Esperá. Primero esto —dijo acercándose a mí y agarrándome de la cintura. Acto seguido, me besó. Me tomó muy por sorpresa esa y tardé varios segundos en reaccionar. Segundos que su lengua recorrió mi boca a placer y segundos que aprovechó para manosear mi cuerpo como quiso.
—¡Alejo! —grité apartándolo de un empujón—. ¡¿Qué haces?! ¡¿Tú estás loco?! ¡Benjamín va a venir de un momento a otro!
—Este puede ser nuestro último momento a solas en mucho tiempo. Quiero aprovecharlo.
—No es momento para practicar ahora, ya te he dicho que están a punto de llegar. —dije jadeando y sin mucho convencimiento. Sí, eso solo había suficiente para calentarme.
—Un ratito más... —dijo. Y cogiéndome nuevamente por la cintura, me volvió a besar. Insisto en que que por más que lo intentara y pusiera de mi parte, no podía resistirme a su boca, era mucho más fuerte que yo. Así que aun sabiendo que Benjamín en cualquier momento atravesaría esa puerta, puse mi mano en su cara y correspondí a su beso. Ahora sí que nuestras lenguas jugaban la una con la otra, a la vez que sus manos volvían a recorrer mi cuerpo y las mías el suyo.
—Ale... —susurraba mientras intentaba desabrocharle el cinturón— Esto es una locura...
—Dejate llevar. Todo esto es parte de las prácticas...
—Tienes razón... Las prácticas son lo más importante.
—C-Claro... Tenés que practicar todo tipo de situaciones...
Entonces me arrodillé delante de él y, por primera vez desde que hubiéramos empezado con todo eso, fui yo la que tomó la iniciativa. Sabía perfectamente lo que estaba a punto de hacer, y la emoción me invadió, porque no podía creerme que fuera yo la que estuviera dando ese paso.
Él me miraba desde arriba entre expectante y ansioso, y yo estaba más o menos igual. Palpé varias veces el enorme bulto que se había formado en su entrepierna, quería recrearme y deleitarme con el momento. Pero los tiempos no me dejaban, estaba disputando una carrera a contrarreloj y tenía que darme prisa. Así que no lo pensé más y abrí su pantalón. Su miembro salió disparado del calzoncillo dándome un pequeño golpe en la barbilla, haciendo que se me escapara un pequeño grito que hizo reír a Alejo.
—Qué grande... —murmuré. En otras ocasiones, si bien no había puesto demasiada atención en observárselo, no me había provocado más excitación de la cuenta. Pero esa vez sí, y no sólo eso, también me impresionó. Supongo que tenerlo a unos centímetros de la cara y con los últimos rayos del sol del día iluminando todo el salón, habrá tenido algo que ver. Pero no podía perder tiempo en mirarlo, lo cogí con mi mano derecha y comencé a masturbarlo. Cada tanto miraba a la puerta y al móvil rezando para que no nos interrumpieran. Porque era eso, me preocupaba más que no nos interrumpieran que el peligro que suponía para mi pareja que Benjamín presenciara algo así. Algo estaba empezando a cambiar en mí.
—Dale, Rocío —me dijo de pronto. Estaba claro lo que quería, y yo no tenía ningún inconveniente en dárselo. Así que acerqué mi cara, y sin dudarlo dos veces, me metí su pene en la boca. Al hacerlo, instintivamente llevé una de las manos que tenía libre a mi entrepierna y empecé a frotarme. Alejo me sujetó la cabeza por ambos lados y comenzó a hacer presión forzándome a engullir cada vez más. Él también era consciente de que no teníamos mucho tiempo, seguramente por eso no estaba dispuesto a darme mi tiempo para aclimatarme a semejante barra de carne.
—Perdoname, princesa, pero tenemos que apurarnos un poquito. Ya son las siete pasadas —dijo con la voz entrecortada. Tenía razón. Le hice caso y abrí la boca un poco más (si se podía) para así poder tragarme hasta la mitad. La noche anterior me había costado menos trabajo llegar hasta ahí, pero es que juro que en ese momento estaba más grande. Intenté forzar y llegar un poco más lejos, pero era imposible. Las arcadas empezaron a aparecer y decidí detenerme. Alejo se dio cuenta que no podía y no me apuró más. Me acarició el pelo y me dijo que continuara como mejor me pareciera. Y así lo hice. Me ayudé con una mano y seguí succionando a mi ritmo.
—Ya casi, Ro... Si querés termino yo —me anunció de pronto. Pero no lo escuché, o más bien no lo quise escuchar. Fui aumentando la velocidad a medida que me iba llegando el orgasmo a mí también. Alejo me volvió a advertir dos veces más pero seguí sin hacerle caso. Me sentía demasiado bien realizando las dos tareas a la vez, no quería parar con ninguna de las dos por un irracional temor a que todo saliera mal.
Entonces sucedieron varias cosas a la vez: primero un espectacular orgasmo hizo que todo mi cuerpo se convulsionara. Luego, el inconfundible ruido del ascensor llegando a nuestra planta resonó por todo el salón, provocando que el placer que estaba sintiendo en ese momento se convirtiera en miedo. Pero luego llegó lo peor. Sin darme tiempo a apartarme y sin aviso previo, Alejo eyaculó dentro de mi boca. En ningún momento había detenido la felación, ni siquiera cuando llegué al climax, y con tantas emociones encontradas, me había olvidado de ello. Y no pude hacer nada, grandes chorros de semen me inundaron, incluso algunos salieron por mi nariz. La cantidad que había descargado era insana. Y me dio mucho asco, demasiado asco, e intenté sacármela de la boca inmediatamente, pero Alejo me sujetó fuertemente la cabeza con las dos manos y me susurró: —Idiota, ¿querés dejar todo esto hecho un desastre?
Y no me quedó más remedio que tragármelo todo.
Cuando terminó, yo salí corriendo al baño y Alejo a su habitación. Por suerte, no nos habíamos desvestido y tuvimos el tiempo justo para desaparecer de la escena del crimen.
—¿Hola? —se escuchó de pronto en el salón— Pasa, Raúl.
Había tenido mucha suerte, porque del ascensor a la puerta de mi casa no habían más de diez metros. No sé qué los había hecho tardar tanto. Pero fuera lo que fuera, le agradecí al cielo por haber hecho que ocurriera.
—¿Ro? ¿Estás ahí? —dijo Benjamín golpeando dos veces la puerta del aseo.
—¡Sí! ¡Ya salgo! —respondí enseguida.
—Bueno, bueno. Estoy con Raúl. Te aviso, por las dudas.
—De acuerdo, Benja. No tardo.
—¿Alejo dónde está? —me preguntó al instante.
—¿A-Alejo? P-Pues debe estar en su su habitación —contesté con muchos nervios.
—¿Estás bien?
—Sí, es que me pillas en un mal momento.
—¡Oh! ¡Perdón! ¡Ya me voy! —salió espantado. Increíble que hubiera tenido que recurrir a eso para que no sospechara nada. Sentí mucha vergüenza en ese momento.
Quise tomarme unos minutos para recuperarme y tranquilizarme un poco. El cuerpo todavía me temblaba y mi respiración no se estabilizaba. Y tampoco es que mentalmente estuviera diez puntos, porque todavía no daba crédito a lo que acababa de hacer. Pero no tenía tiempo para ponerme a comerme la cabeza, en ese momento, seguramente ya se estaba llevando a cabo una reunión de la cual me interesaba mucho conocer el resultado.
Me di una ducha rápida, me volví a vestir lo más presentable que pude, ya que mi ropa todavía estaba un poco arrugada y con alguna que otra mancha de sudor, y salí al salón para presenciar la entrevista.
—¡Rocío! —me saludó mi novio levantándose y dándome un beso en la mejilla—. Ella es mi novia, Raúl. Rocío, él es el famoso Raúl Alutti.
—Encantada, Raúl —saludé cordialmente.
—Un placer, Rocío —respondió él.
—¿Quieren que les prepare un poco de café? Seguro que les va a venir bien para sobrellevar la noche —dije con toda la jovialidad que pude.
—¡Pues sí que nos vendría bien! ¿No te parece, Benja? —dijo Raúl.
—Muchas gracias, mi amor —me sonrió mi novio. Alejo miraba toda la escena con mucha atención.
Los tres se volvieron a sentar en el sofá y comenzaron a hablar sobre el piso, sobre su localización, sobre el precio del alquiler y algún que otro detalle más. Yo miraba todo desde la barra que separa la cocina del salón mientras preparaba el café.
Lo cierto es que ya había asimilado que Alejo tendría que irse, y me parecía lo mejor para él, no quería seguir involucrándolo en mis tonterías cuando él tenía problemas mucho más serios que de los que ocuparse.
O al menos eso creía, porque, ante mi sorpresa, de repente un nudo se empezó a formar en mi estómago. Inexplicablemente, mi respiración comenzó a agitarse y empecé a sentir como que me faltaba el aire. El nudo se iba haciendo más y más grande a medida que avanzaba la charla, tanto que empezó a afectar a la expresión de mi cara. Me di la vuelta y aspiré y suspiré varias veces, me sentía intranquila y ansiosa. No sabía lo que me estaba pasando. Intentaba que no se dieran cuenta de mi estado, pero me estaba costando horrores. En cualquier momento me iba a poner a llorar y seguía sin saber por qué.
Pero entonces me llegó un momento de iluminación. Saqué el móvil y simulé una llamada telefónica con mi hermana.
—¡Oh! ¡Hola, Noe! —dije con voz temblorosa— Benja, el café ya está, sólo falta servirlo —le avisé a mi novio disimulando todo lo que pude.
—Sí, mi amor, no te preocupes.
Por suerte no se dieron cuenta de nada y pude retirarme a mi cuarto sin llamar la atención. Me acosté en mi cama boca abajo y empecé a llorar. Liberé contra la almohada todas esas ansias y esa angustia que me estaban presionando el pecho. ¿Era porque Alejo se iba a ir? ¿Era por lo que había hecho antes con él? ¿Era por todos los problemas que estaba teniendo con Benjamín? No lo sabía, no sabía nada. Lo único que era seguro, era que algo estaba empezando a cambiar en mí.
Viernes, 3 de octubre del 2014 - 19:30 hs. - Benjamín.
Ahí estaba yo, sentado en el sofá mediando entre mi compañero de trabajo de siempre y un amigo de mi novia que no hacía ni dos semanas que sabía que existía. El objetivo era que Raúl, mi colega, le alquilara un piso a Alejo, el amigote de Rocío.
Al principio todo iba bien, mi compañero había mostrado buena predisposición hasta para aceptar venir a mi casa para tener una entrevista con el interesado. Pero, me dio la impresión de que al conocerlo, como que no le gustó mucho lo que vio. Y peor fue cuando Alejo le dijo que no tenía un empleo fijo, pero que iba a poder pagarle con una buena cantidad de dinero que tenía guardada.
—¿Podemos hablar un momento a solas, Benja? —dijo de pronto— Es sólo un momento, chico.
—Sí, por mí no hay problema —respondió Alejo.
Salimos al corredor un momento, y ahí fue cuando Raúl blanqueó mis dudas.
—No sé, eh... Sin ánimos de ofender, pero no me inspira mucha confianza.
—Si es por lo de que no tiene trabajo, puedes creer en lo que dijo, ya ha estado moviéndose por la ciudad buscando, y...
—No es eso, Benja... Es él... Ya sabes que no soy de juzgar a la gente, pero es que... No sé...
—Bueno, Raúl, ¿por qué no vas directamente al grano?
—No nos apresuremos, no te estoy diciendo que no le voy a alquilar el piso. Pero necesito que me des una semana más al menos, para hablarlo con mi mujer.
—¡¿Una semana?! —exclamé tratando de contenerme. Ya le había explicado como era la situación, pero parecía no importarle mucho.
—Bueno, cuatro o cinco días. ¿Hay algún problema?
—Ya te lo expliqué, Raúl, quiero sacármelo de encima cuanto antes...
—¿Es que cómo quieres que no dude si hablas de esa manera? Parece que el tipo fuera un asesino serial...
—No es eso, ¿pero a ti te gustaría tener a una persona viviendo del cuento en tu casa?
—Son unos días nada más... Te juro que el miércoles o jueves te tengo una resolución.
—¿Pero por qué tanto tiempo? ¿No puede ser mañana o pasado?
—Mi mujer no vuelve hasta el lunes.
—¡Entonces el lunes!
—Pero es que no la veo hasta el miércoles o el jueves —no había manera.
—Dios mío...
—Lo siento, Benjamín. Pero si le alquilo el piso a este chico y a mi mujer resulta no agradarle, voy a meterme en un problema.
—¡De acuerdo!
Volvimos a entrar y le explicamos a Alejo la situación. Raúl no quiso ser tan directo y sólo le dijo que su mujer tenía la última palabra, que ella mandaba y blablabla. El amigo de Rocío no se lo tomó a mal, es más, me pareció que la noticia le agradó y todo. "Normal" , pensé, "vivir gratis y que te lo paguen todo debe ser el no va más".
—Bueno, señores, ha sido un placer. La semana que viene te hago saber por Benjamín cómo sale todo, ¿de acuerdo?
—Sí, sí. Muchas gracias por todo y perdón por las molestias —respondió Alejo.
—A más ver, caballeros.
"Me cago en mi vida".
Apenas se hubo ido Raúl, y sin cruzar ni una palabra con el amiguito de mi novia, crucé el pasilló rapidamente y fui a buscar a Rocío.
—¿Mi Reina? —murmuré una vez abrí la puerta. Pero no respondió. Y era difícil que pudiera hacerlo. Rocío estaba acostada boca abajo en la cama, con la cara apoyada en la almohada y virada para el lado que estaba yo. Dormía como un bebé. Con una mirada que emanaba tanta paz que me dieron ganas de recostarme junto a ella y descansar a su lado para siempre.
Me senté a su lado y me quedé observándola un buen rato. Mi novia era preciosa. Me sentía el hombre más afortunado del mundo al tenerla, aunque a la vez me maldecía a mí mismo por todos los sinsabores que tenía que estar pasando por culpa mía y de mi trabajo. Pero sabía que todo eso era temporal, que dentro de muy poco todo volvería a la normalidad y regresaríamos a ser la pareja feliz que habíamos sido en los inicios de nuestra relación.
Acariciándole la cara, me di cuenta de que tenía la nariz un poco enrojecida y la zona alrededor de los ojos con la misma tonalidad. Parecía que había estado llorando. Que se había quedado dormida llorando. Me extrañó, la verdad, porque antes la había visto risueña y enérgica.
"¿Acaso ha tenido una pelea con su hermana?" , pensé. Pero no me cuadraba, ellas no eran de discutir mucho. También sopesé la posibilidad de que hubiera recibido una mala noticia.
Tenía la tentación de despertarla para que me lo contara ella, pero la tranquilidad que desprendía su rostro me hizo desechar esa opción. Así que decidí dejarla descansar, ya tendríamos más ocasiones de pasar tiempo juntos.
Cuando me iba a levantar, de pronto sentí que algo se subía en mi regazo. Era la gata de Rocío, Luna. Se refrotó unas cuantas veces contra mí estómago y luego se acostó en el lugar. Era la primera vez que un gato era cariñoso conmigo, y era la primera vez que no estornudaba al tener uno cerca, cuando mi alergia a esos series odiosos siempre había sido extremadamente pronunciada. Pero esta vez no, la gatita no me produjo ni un mísero picor de nariz. La acaricié un par de veces y tampoco sentí nada. No pude evitar sonreír, era como si el destino me estuviese jugando una broma o algo.
Estaba muy cómodo y contento, pero ya me tenía que ir. Cogí a Luna muy despacito y la dejé al lado de Ro. La imagen de las dos durmiendo una al lado de la otra me despertó una felicidad inmensa. Le di un beso en la frente a mi reina, la acomodé para que estuviera más cómoda y las dejé ahí a ambas en los brazos de Morfeo. Antes de irme, metí un par de mudas de ropa en una mochila y dejé una notita en la mesita de luz despidiéndome de Rocío.
—¿Podemos hablar un minuto? —le dije a Alejo una vez en el salón.
—Sí, claro —respondió él.
—¿Tú sabes si le ha pasado algo a Rocío? ¿Si ha discutido con su hermana o algo?
—Ehmm... No que yo sepa. ¿Por?
—No, por nada —dije todavía dudando. No quería darle más confianza de la que debía a ese tipo, pero creí que a lo mejor Rocío le había contado algo que a mí no. "Vaya tontería", pensé después. Mi novia me solía contar absolutamente todos sus problemas. Salvo cuando esos problemas tenían que ver conmigo, cosa que no parecía ser en este caso.
—Por cierto, Benjamín. Te agradezco mucho que me estés dejando quedar aquí y que encima me estés ayudando a conseguir piso. Si tú quieres, yo podría pagarte algo por las molestias...
—No —lo interrumpí—. Por lo que sé, tú eres una persona importante para Rocío, por eso te estoy dejando quedar en mi casa. Y no pienso cobrarte un duro, no sería correcto. Lo único que te digo, es que tu estancia aquí se acaba en el momento en el que tengas las llaves del piso de Raúl en la mano, ¿de acuerdo? No quiero sonar maleducado, pero prefiero decirte las cosas como son —le dije con toda la seriedad que pude. Quería dejar las cosas claras, porque su estadía ya se había alargado mucho más de lo que habíamos acordado, y tampoco era cuestión de que me viera la cara de idiota.
—Te entiendo perfectamente —respondió—. Y te repito, muchas gracias por todo.
—Muy bien. Buenas noches —me despedí.
No me iba tranquilo. Todavía no sabía qué le había sucedido a Rocío. Además me había quedado con las ganas de pasar tiempo con ella. Pero en fin, ya cada vez quedaban menos días de suplicio.
Mientras esperaba el ascensor, el dulce rostro de Rocío durmiendo se apoderaba de mis pensamientos.
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 04:30 hs. - Benjamín.
Toda la noche trabajando. Toda la noche encerrado en esa maldita oficina. Hacía una hora que se habían ido todos y yo era el único que quedaba. Mauricio me había pedido que terminara de pasar unos archivos a ordenador y no me había podido negar. Lo peor era que ese trabajo se suponía que lo tenía que hacer Lulú, y mis últimas conversaciones con Clara no me hacían pensar muy bien de mi jefa.
Terminé a las 4:45 de la mañana, aproximadamente. Recogí todas mis cosas y me dispuse a irme. Me pareció que era demasiado tarde como para irme a la casa de mi compañero, donde me estaba quedando. Y tampoco quería ir a la mía, porque si iba sólo a dormir, Rocío se pondría triste cuando me fuera temprano apenas me levantara. Así que decidí quedarme a pasar la noche en la empresa.
Nadie lo sabía, pero en mis tiempo de jefe de equipo, me había hecho una copia de las llaves de uno de los cuartitos que estaban dedicados al personal de limpieza que en una época tenían permitido usar para amenizar las largas jornadas de trabajo.
El habitáculo quedaba al final del pasillo principal de la planta, bajando una pequeña tanda de escaleras y cruzando otro pasillo con unas cuantas puertas, y justo al lado, estaba la salida de emergencias que llevaba directamente al aparcamiento. Así que, al día siguiente, iba a poder salir por ahí sin que nadie me viera. Eran unos cuantos pisos hasta abajo del todo, pero bueno, era lo que había.
Recogí mis cosas y salí de las oficinas en camino al cuartito, pensando en tirarme en la cama que había ahí apenas las viera, y dormir mis cinco horitas como un tronco.
En el camino no me crucé a nadie, por suerte. No había un alma en la empresa a esa hora, salvo la seguridad privada y cuatro infelices como yo que tenían que quedarse a cumplir con las demandas de sus jefes.
Cuando llegué a mi destino, puse la llave en la puerta del pasillito que me llevaba a donde iba, pero no pude abrirla, porque no estaba cerrada. Me extrañé, lógicamente, porque ese lugar no lo solía usar nadie, y las señoras de la limpieza solamente trabajaban de noche. Me preocupé también, porque no quería que nadie me fuera a arruinar el plan de pasar la noche allí.
Sea como fuere, abrí la puerta y di temeroso unos cuantos pasos al frente. No se oía nada, sólo los típicos sonidos de la noche que entraban por la ventana que se encontraba al final.
Me tranquilicé al ver que mis planes seguían vivos. La felicidad se reflejó en mi cara y me dirigí con decisión y alegría a la puerta que tenía colgado el cartelito de "Pnal. de Limpieza"
¿Qué pasó luego? Que abrí la puerta, giré la cabeza a la izquierda, y vi acostado en donde se suponía que iba a dormir yo, a Mauricio. Sí, mi jefe estaba desnudo, cubierto de cintura para abajo con una sábana blanca, y durmiendo plácidamente en el catre en donde tenía planeado descansar unas horitas. Justo al lado, diversas prendas de ropa de distinto género, decoraban el suelo.
Hasta ahí llegan mis recuerdos, porque cuando me quise dar la vuelta para salir cagando hostias de ahí, sentí un golpe muy fuerte en la cabeza, e instantáneamente perdí el conocimiento.
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 05:45 hs. - Benjamín.
—¡Benja! ¡Por fin despiertas! —dijo Rocío.
—Vaya susto nos has dado, tontito —dijo Noelia al lado suyo.
—Lo importante es que está bien —volvió a decir mi novia.
—¿Dónde estoy? —pregunté.
—Pues en tu casa, ¿dónde vas a estar? —respondió mi cuñada.
—Estaba en la oficina, y...
—Perdiste el conocimiento, sí. Pero te han traído directamente aquí cuando te encontraron.
—¡Benjamín, campeón! —sonó una voz grave y ronca. Era Mauricio.
—¿Mauri?
—¡Es lamentable lo que te ha pasado! ¡Pero no te preocupes! ¡Ya lo he hablado con los de arriba y tienes un mes enterito de vacaciones! —dijo muy alegre.
—¡¿No es maravilloso, mi amor?! ¡Por fin vamos a poder pasar tiempo juntos!
—¡Vamos a hacer un brindis! ¡Voy a por unas copas! —festejó Noe.
—Esperen un momento —interrumpí todo de golpe— ¿Y Alejo?
—Alejo se ha ido, mi cielo —respondió muy alegre Rocío.
—¿Eh? ¿Qué quieres decir?
—Sí, ha cogido todas sus cosas y se ha ido para siempre. Sin decir adiós ni nada.
—Qué raro...
—Bueno, eso ya no importa. Lo importante aquí es que por fin vamos a poder llevar la vida que siempre soñamos.
—¡Brindemos de una vez!
—¡Sí! ¡Vamos!
—¡Fiesta!
—¡Wooooo!
•
•
•
—¡Benny! ¡Benny!
—¡Sí! ¡Brindemos!
—¡Benny! ¡Reacciona!
—¿Clara?
Abrí los ojos muy despacio, la cabeza me dolía horrores. Reconocí el techo blanco y descuidado del lugar, estaba en el mismo cuartito donde había perdido el conocimiento. Me puse triste y me decepcioné cuando no vi a Rocío a mi lado. Muchas veces el despertar de un sueño puede ser una de las cosas más crueles que pueden pasarle a uno en la vida.
Intenté incorporarme pero alguien me detuvo. Era Clara, que me miraba con cara de preocupación.
—¡No, Benny! Un golpe en la cabeza es cosa seria —me dijo.
—¿Un golpe en la cabeza? —pregunté extrañado. Fue ahí cuando me toqué la coronilla y pegué un grito de dolor que seguro habrá resonado en todo el edificio—. ¿Me puedes decir qué coño me ha pasado?
—Mejor esperemos a que te recuperes un poco porq...
—No. Dime qué me acaba de suceder —insistí.
—Quería esperar un poco, pero en fin, si te pones tan cabezota... Benny, atrapaste a Mauricio y Lulú con las manos en la masa.
—¿Qué? —respondí. Entonces recordé la imagen de mi jefe desnudo en la cama. Lo que no me acordaba era haber visto a Lulú...
—Lo que oyes. Lulú fue la que te golpeó. Creo que fue con un jarrón, porque hay uno roto ahí en la entrada —me incorporé un poco para confirmar lo que decía, pero no vi nada.
—Ahí no hay nada...
—Es que estamos en la habitación de al lado. Lulú te trajo aquí ella sola y luego le pidió a Mauricio que la lleve a su casa.
—¿Mauricio me vio? Oye, espera un momento, ¿tú por qué estás aquí y cómo sabes todo lo que pasó? —estaba tan grogui que no me había dado cuenta de eso.
—Lulú entró en pánico cuando te golpeó y me llamó por teléfono. Tal y como te dije, ella ya sabía que yo sabía lo de su relación Mauricio, por eso decidió llamarme a mí. Cuando llegué ya estabas aquí, y me pidió que me quedara contigo y te cuidara.
—Santo cielo... ¿Qué me va a pasar ahora? Seguro me van a echar a la calle...
—No necesariamente. Mauricio no te vio, él seguía durmiendo como un koala cuando llegué. Yo me encerré contigo aquí, y fue ahí cuando Lulú lo despertó y le pidió que la llevara a casa.
—Dios mío... —dije volviéndome a recostar. La verdad es que la cabeza me dolía mucho— Perdóname, Clara... No es que no te crea, pero me resulta muy difícil pensar que Lourdes haya sido capaz de golpearme de esa manera... ¡Podría haberme matado!
—Pues créelo, Benny... Ya te dije que es una situación muy difícil para ella...
—Es que no entiendo por qué... ¿Acaso Mauricio la está obligando? Porque si es así, yo...
—¡No! —me interrumpió de forma brusca—. Mira, Benny... Te suplico, te ruego que no le digas a nadie lo que pasó aquí. Si Lulú se llega a enterar que te conté todo esto, nos van a echar a los dos, y yo necesito de verdad que me den una buena nota por este trabajo —su mirada derrochaba preocupación sincera. Pero el asunto era demasiado grave como para dejarlo pasar. Iba a tener que hablar con Lulú sí o sí.
—Lo siento, Clara, pero estoy hay que hablarlo. Lo que pasí aquí no es algo para tomarse a la ligera.
—Benjamín, por favor te lo pido... No lo hagas... Lulú me dijo cosas muy feas para que no abra la boca. Tengo mucho miedo —me volvió a suplicar. Y esta vez se puso a llorar. Se dejó caer sobre mi panza y comenzó a sollozar en silencio. Yo no sabía qué hacer.
—Clara, espera, no llores... —le dije dándole unas palmaditas en la espalda, pero fue en vano. No daba crédito a lo que estaba oyendo.
—Por favor, Benjamín. Si mis padres se llegan a enterar que me involucré en una situación así, yo... yo... —y volvió a estallar en llanto.
—No llores, por favor... —le dije intentando incorporarla—. Es que no es tan fácil lo que me pides... ¿Cómo pretendes que conviva ahora con una persona que estuvo a punto de matarme? Porque lo que hacemos aquí es convivir, pasamos horas y horas juntos. Y además es mi jefa, ¿cómo quieres que confíe en ella si ha hecho lo que ha hecho?
—No sé... Pero, por favor, no digas nada... Por favor —siguió suplicando, no había manera de que entrara en razón. Cuando me dejó por fin sentarme en la cama, se tiró a mi cuello, dándome un abrazo sin parar en ningún instante de llorar.
—Clara... —intenté calmarla, pero ya no sabía que decirle.
Estuvo un rato considerable abrazada a mí llorando. Ya sé que no era momento para ponerme a pensar en algo así, pero es que sus pechos apretados contra mí, me hacían imaginarme cosas que no debía. No eran tan grandes y perfectos como los de mi Rocío, pero es que estos tampoco se quedaban atrás. También la suavidad de su pelo rozando mi cara me hacía sentir muy bien. Clara, sin duda alguna, era una belleza por la que cualquier hombre hubiese matado. Incluso yo si no hubiese tenido novia en ese momento.
Inconscientemente, la apreté más contra mi cuerpo, y fue entonces cuando puse mi atención en su perfume.
—Clara —dije entonces—. ¿Por qué hueles al perfume de Mauricio?
—¿Qué? —dijo dejando de llorar de golpe.
—Es que tienes impregnado el olor de Mauricio por todos lados. Reconocería ese perfume a kilómetros.
—¿Eh? Pues, no sé... Es un perfume que cogí hoy del baño de mi casa. Tenía mucha prisa, y...
—Pues es el mismo perfume que usa Mauricio. No te pega nada, perdona que te diga.
—Oh, jaja... Lo tendré en cuenta —rió por fin la chica.
—Bueno, por fin has dejado de llorar.
—Sí... Entonces... ¿no le vas a decir nada a Lulú? —dijo poniéndome ojitos.
—Vamos a hacer una cosa... Déjame ver cómo transcurren las cosas unos días. Si veo que son insostenibles, entonces vendré directamente a ti a decirte lo que haré. Si todo continúa como siempre, entonces no le diré nada. ¿Te parece bien?
—Vale... de acuerdo... —dijo todavía haciendo algunos pucheritos y secándose las lágrimas.
—No llores más, tonta. Eres mucho más guapa cuando te ríes y te burlas de mí.
—Eres un sol, Benny. Es una verdadera lástima que tengas novia...
—No digas eso. Debes tener mejores candidatos revoloteándote alrededor.
—Pero ninguno como tú... —dijo recortando la distancia entre los dos—. Me muero por besarte, Benjamín.
—Bueno, vete buscando un buen ataúd, entonces... —dije riendo y tratando de mantenerme alejado.
—Cállate y deja que te bese —insistió.
—No puedo, Clara, no...
Cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté pensar en Rocío, y estoy seguro de que hubiese funcionado si la becaria no hubiese agarrado y llevado mi mano a su teta. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un apasionado beso y que mi fuerza de voluntad duró menos que la blusa de Clara cubriendo su cuerpo.
—Te voy a hacer mío, Benny...