Las decisiones de Rocío - Parte 5.
Comienzan las prácticas y las primeras decisiones importantes que deberá tomar Rocío.
(NdA: Para evitar errores, los horarios pasan del sistema AM/PM al sistema 24 horas, al cual estoy más acostumbrado)
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 00:00 hs. - Alejo.
—Bueh... Al menos gané un poco de tiempo.
Estaba sentado en el salón, solo, mi única compañía eran mis pensamientos y las voces de la televisión, a las cuales no les daba pelota. La verdad es que esa noche, por un buen rato, llegué a olvidarme de todos mis problemas. Sí, durante unas horas, sentí paz en mi alma. Me costaba reconocerlo, me gustaba sentir que tenía todo controlado y que yo mandaba sobre mis emociones, pero la verdad era que la situación me estaba superando. Por esa razón, la compañía de Rocío fue como un soplo de aire fresco para mí. Haber pasado el rato con ella me había hecho volver a aquellos días de adolescencia cuando estaba enamorado de ella.
"Será que al final no soy tan duro como creo ser", pensaba mientras cambiaba de canal, aunque sin buscar ningún canal en específico. Sí, porque había llegado a esa casa buscando techo gratis por una semana o dos, la idea era hacer mis trabajitos para poder pagarle a los negros, y una vez juntara lo suficiente, me iba a la mierda y listo. Pero, en realidad, los que se fueron a la mierda fueron mis planes. Ahora estaba encerrado en esas cuatro paredes, y la mujer de la que abusé física, mental y materialmente, se había convertido en mi único remedio para no volverme loco.
—Qué vida de mierda... Si yo ahora mismo podría estar en Nueva Zelanda cogiéndome unas lindas aborígenes maoríes...
De momento tenía menos de 72 horas para pensar en lo que iba a hacer. Había pasado una linda tarde-noche con Rocío, pero ya no tenía ninguna posibilidad de conquistarla. Desde aquella noche en que metí la pata, apenas habíamos hablado, y de no ser porque me hice la víctima como sólo yo sé, creo que no me hubiese vuelto a dirigir la palabra hasta que me hubiese ido. Por eso, la ridícula opción de enamorarla ya estaba completamente descartada.
"¿Y qué mierda hago?", seguía pensando inútilmente, sólo se me venían imposibles a la cabeza, además de alguna que otra atrocidad. Poco a poco me fui resignando a mi destino. Cada vez veía más real esa escena donde yo salía de ese departamento, encapuchado, con lentes de sol, y con la idea de salir del país inmediatamente.
—Conchudo y maldito karma...
Irremediablemente, empecé a pensar en la suerte de las personas, en esas pequeñas cosas que cambian y deciden el destino de uno. En los países asiáticos en los que había estado, se hablaba mucho del karma, esa energía o ley, llámenla como quieran, mística, que marca el futuro de la gente basándose en los actos realizados por cada uno a lo largo de su vida. "Cada uno recoge lo que siembra, ¿no?". No podía evitar pensar en eso, en que si esa 'norma' era verdad, entonces me esperaba mucho dolor y sufrimiento en los días venideros. "Quizás lo mejor sea empezar a limpiar un poco el karma, total, no pierdo nada portándome bien estos tres miserables días que me quedan en esta casa".
—Ale... —sentí que me llamaban. Era Rocío, que estaba en pijama y con la cara rojísima.
—¿Rocío? Pensé que te habías ido a dormir, ¿qué pasa? —le pregunté. No parecía estar muy bien, así que pensé que ese era un buen momento para empezar a practicar la limpieza del karma.
—De acuerdo... —dijo, y se quedó callada.
—¿De acuerdo qué?
—De acuerdo... Quiero que me ayudes a perder la vergüenza... Quiero practicar contigo.
Me quedé en blanco, con cara poker, como tratando de entender cada palabra de lo que me acababa de decir. Tenía mucho sueño y me había clavado dos vasitos de whisky. Pensé que capaz era mi imaginación que me estaba pelotudeando.
—¿Qué? —pregunté con el tono más idiota que me había salido en mi vida.
—Eh... Lo que hablamos la otra noche... Dijiste que podías hacerme perder la vergüenza... —contestó, pero sin mirarme a los ojos. Y yo no me lo podía creer, otra vez el cielo -o el infierno-, me estaba dando la oportunidad de poder salir del bardo en el que me había metido. "¡A la mierda el karma!".
—O sea que cambiaste de opinión —dije en un tono algo arrogante, intentando demostrarle seguridad, no quería que cambiara de opinión y diera la vuelta, porque se notaba que estaba muerta de la vergüenza y esa era una posibilidad.
—No... Sí... Bueno, es que han pasado algunas cosas... y... creo que tenías razón —su voz temblaba, le estaba costando mucho hablar.
—¿Qué cosas pasaron? —pregunté. Era esencial para mí saber eso, no porque me importara una mierda, si no para saber cómo proceder a partir de ahí.
—Ahora vuelvo —dijo, no sin antes dudar un poco, y salió disparada a su habitación. Volvió al rato con una carpeta llena de papeles, que me entregó estirando ambos brazos y con el ceño fruncido, cual nene triste dándole a su padre un juguete roto para que se lo arregle—. Las hojas amarillas, las que están detrás de las blancas, tienen las horas de trabajo de Benjamín, las acordadas y las extras.
—Ajá... —dije tratando de entender lo que carajo fuera que me estuviera diciendo. Me costaba leer, entre el sueño y los whiskitos, mi semblante era un poema. Pero, haciendo un poco de esfuerzo, pude mantener la mirada seria y entender un poco de qué se trataba todo—. Ya veo...
—¿Ya ves? ¿No tienes nada más para decir? ¡Benjamín no ha estado trabajando por la noche! —gritó.
—Es que a mí no me sorprende, Rocío, yo te dije lo que había... —en realidad, podía ser cualquiera el motivo por el cual no estaba viniendo a la casa. Capaz el jefe lo estaba explotando, o quizás no quería venir para sólo acostarse a dormir y al día siguiente tener que irse a primera hora, opción que me parecía más lógica, más teniendo en cuenta lo poco que le costaba a esta chica deprimirse. Pero igual no iba a ser yo el que se lo explicase...
—Es mi culpa... No lo he atendido como se merece, nunca he hecho el papel de mujer... Me la paso quejándome, y cuando las cosas no salen bien, me escondo en casa de mi hermana —decía mientras gestualizaba con las manos aireadamente. Justo después se tapó la cara y se quedó así un rato largo—. Dime algo, por favor...
—No hace falta que diga más nada, Ro, ahora lo que tenemos que hacer es actuar, y con rapidez, tenemos que aprovechar cada minutos que vayas a pasar con él a partir de ahora.
—¿Y si tiene a otra mujer? —preguntó de la nada. A mí no me convenía que pensara eso, esa situación podía acarrear celos, y de los celos al odio hay un solo paso. Quizás en otro momento me hubiese venido bien provocar una separación entre ellos, pero tal y como estaban las cosas, no tenía tiempo para perder. Les recuerdo que lo que buscaba yo no era un polvo, sino poder salvar mi vida.
—No creo... —dije pensativo, con la mano en la pera—. Si te quisiera engañar yo creo que ya lo habría hecho, y según estos papeles, estuvo respetando su horario oficial de trabajo antes de que lo 'esclavizaran', ¿no?
—Bueno, sí... Trabaja todos los días también, pero por las noches venía y cenaba conmigo.
—Sí, por eso, es absurdo pensar que tiene una amante...
Su expresión fue de alivio, pero después volvió a fruncir el ceño. Se sentó a mi lado y apoyó los codos en sus rodillas, dejando caer su cara sobre sus manos. Tenía que moverme y rápido, no podía dejar que le siguiera dando vueltas a las cosas y llegara a conclusiones poco favorables para mí. Así que me acerqué a ella y pasé un brazo por encima de su hombro y el otro por delante, y la apreté contra mí.
—¿Alejo? —dijo extrañada.
—Dejame a mí... Quedate así, haceme caso... —le respondí enseguida y tratando de transmitirle seguridad.
—Pero...
—Shh... No te muevas...
Y no se movió, sólo se limitó a cruzar los brazos para evitar que le rozara las tetas, pero se quedó completamente quieta. El ambiente no era el más indicado, la luz del salón estaba prendida y de fondo se escuchaban las voces de la teletienda. Había que solucionar eso, así que la solté un segundo para levantarme y apagar por lo menos la luz...
—Ale... ¿Podrías traerme la botella de mojito que hay en la nevera?
—Sí, claro... —le respondí. Perfecto, pensé, si quería acudir al alcohol es porque estaba segura de lo que quería hacer. No tardé ni un minuto en apagar la luz, poner un canal de música en la televisión e ir y volver con lo que me pidió.
—Gracias... —me dijo, acto seguido destapó la botella y se clavó un buen sorbo—. Siéntate, por favor.
No era que se estuviera tomando una botella de vodka puro, era alcohol más bien suave, pero si ella creía que la iba a ayudar a destaparse, por mi perfecto. Me senté a su lado y esperé a que dijera algo.
—¿Qué hago? —me preguntó después de darle otro trago a su bebida.
—Si querés yo te voy guiando... Sé lo que te cuesta todo esto...
—No... Así no voy a perder nunca la vergüenza... Sólo dime lo que tengo que hacer —dijo mirándome a los ojos por primera vez en toda la noche.
—Bueno, Ro, no hace falta que te de un manual de instrucciones. Simplemente intentá aproximarte a mí, demostrame que tenés ganas de estar conmigo, nada más...
—Vale. Pero tú no me toques, por favor te lo pido.
Y tras dar otro buen sorbo de mojito y de suspirar varias veces, se acercó muy lentamente a mí, levantó una de mis manos y se la pasó por encima, luego puso una de las suyas en mi panza, y finalmente apoyó su pecho contra el mío, dejando su cabeza apoyada en mi hombro derecho. Estuvimos unos cinco minutos en esa posición, no quise decir ni una sola palabra, estaba rígida como una estátua, y no quería provocar una detonación que resultara en ella saliendo corriendo para su cuarto.
—Ale... —dijo de pronto—. No sé si puedo hacer esto...
—Lo estás haciendo bien —le dije intentando tranquilizarla—. Pero esto no deja de ser un simple abrazo, así que no pasa nada si avanzás un poquito más...
—¿Y qué es avanzar un poquito más?
—Acariciame... Dame un poco más de tu calor... Tu objetivo es que yo me dé cuenta de que tenés ganas de 'tema'...
Mi parte la tenía clarísima, pero no sabía si ella iba a ser capaz de cumplir la suya. Sin embargo, Rocío volvió a hacer algo que no me esperaba. Muy torpemente, se incorporó un poco, y pasó su pierna derecha por encima de mi pierna izquierda. Luego me abrazó con la mano que, hasta ese momento, había tenido atrapada entre nuestros cuerpos, y se apretó contra mí. Esta vez su cara quedó enfrentada con mi cuello, y pude notar como su respiración se iba acelerando cada vez más.
—¿Así está bien? —me preguntó. Por supuesto que estaba bien, el 99% de los hombres, incluido su novio, ya habrían captado sus intenciones y se la habrían llevado a la catrera a empotrarla como dios manda. Pero yo no era su pareja, y no me convenía que la cosa terminara ahí, tenía que seguir incitándola a que avanzara más.
—Cualquiera ya habría entendido perfectamente lo que querés, Ro, pero no Benjamín... Vos sos una chica que derrocha inocencia, Ro, alguien que te conociera bien nunca tomaría esto como una insinuación, así que tenés que ir un poquito más allá...
—Espera un momento —dijo soltándome de golpe—. Se supone que todo esto es para que yo pierda la vergüenza, no para enseñarme a seducir a mi propio novio.
—Vamos a ver... —respondí—. El primer paso es que pierdas la vergüenza, sí, pero tus problemas no se acaban ahí...
—¿Qué quieres decir con eso? —me preguntó ya levantando un poco la voz.
—Vamos, Rocío, si el sexo con vos fuera tan bueno, a Benjamín le chuparían un huevo las restricciones morales y la influencia de tus padres, se te abalanzaría como un gato en celo cada vez que te viera...
—¡Eso no fue lo que me dijiste la última vez! —gritó.
—Porque quedamos en dejarlo ahí... Me dijiste que no querías escuchar nada más, por eso me callé —argumenté.
—No...
—A ver, decime, ¿cuánto duran tus relaciones sexuales con Benjamín? ¿Qué hacen en los preliminares? ¿En cuántas posiciones lo hicieron ya? —pregunté con agresividad. Tenía que ponerla contra la espada y la pared, esta era mi oportunidad.
—¡¿Pero todo eso qué tiene que ver?! —volvió a gritarme.
—No hace falta que me respondas, ya lo hago yo por vos. Tus relaciones con tu novio no duran más de diez minutos desde que te das cuenta que está caliente hasta que uno de los dos se corre, los juegos previos no existen para ustedes, van directamente a lo que van, y, seguramente, todavía no han pasado del misionero. ¿Tengo razón o no tengo razón? —solté de golpe y sin darle tiempo a replicarme. La verdad es que no hacía falta ser un genio para darse cuenta de todo eso, cualquiera que hubiese escuchado los relatos de Rocío lo hubiese deducido también.
—Sí que hay juegos previos... —contestó por fin, después de estar varios segundos pensando qué decir—. Nos damos besitos y nos tocamos hasta que ya no aguantamos más...
—Bueh... Esos no son juegos previos, Rocío...
—Entonces no sé lo que son "tus juegos previos"...
—¿Alguna vez se la chupaste a Benjamín? ¿O alguna vez te chupó él a vos?
—¡¿Qué?! —gritó nuevamente.
—¿Sí o no? —respondí yo con la misma prepotencia con la que me estaba manejando esa noche.
—Yo... Yo... —titubeó—. Yo no podría hacer algo como eso... y Benjamín tampoco.
—Bueno, esas son las cosas que mantienen encendida la llama de la pasión en una pareja, Rocío. El sexo es una de las cosas más importantes en una relación, y cuando se vuelve aburrido y monótono, las cosas tienden a complicarse, que es justamente lo que les está pasando ahora —me estaba maravillando a mí mismo, esa verborrea la hubiesen firmado los grandes oradores de la historia.
No me respondió, simplemente se quedó sentada mirando a la nada. Volvíamos a estar como al principio, con Rocío sentada en un extremo del sofá y yo esperando a que se decidiera de una vez a actuar. Pero esta vez no podía tomar la iniciativa yo, le había dejado una propuesta picando y tenía que esperar a que ella hiciera un movimiento. Y eso fue justamente lo que pasó...
Se levantó, se tomó en dos largos tragos lo que quedaba en la botella, y se paró frente a mí. No me canso de repetirlo, qué belleza de mujer... Esa remerita ajustada rosa y ese pantaloncito del mismo color... me volvían loquísimo... y más teniéndola justo delante de mí dispuesta a hacer dios sabía qué...
—Insisto. No quiero que me toques —me ordenó. Entonces, luego de darme un empujoncito para que me apoyara en el respaldar del sofá, se subió a horacajadas encima de mí, dejando mi gordo bulto pegado a su culo.
—Sos consciente de que no soy de piedra, ¿no? Yo no voy a tocarte ni un pelo, pero no puedo evitar que mi 'amiguito' se despierte... —le dije. Quería asegurarme de que no se asustara cuando notara mi erección. Al principio hizo el amague de levantarse, con cara de susto incluida, pero al final se quedó en la misma posición, aunque ahora había levantado un poquito el culo para evitar la fricción.
—Te agradecería que fueras capaz de controlarte, Ale. Si ya de por sí esto me está costando un mundo, imagínate lo que sería contigo excitado... —dijo para mi sorpresa. Yo sabía que prácticamente no tenía experiencia con hombres, pero de ahí a decir la pelotudez que acababa de decir... Evidentemente no era consciente del cuerpazo que tenía.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté.
—Tú déjame a mí... —me respondió con sorpresiva seguridad.
Entonces se inclinó hacia adelante, apoyó sus manos contra mi pecho y se quedó así un rato. Luego levantó la cabeza, y pasó ambos brazos por detrás de la mía, dejando nuestras caras la una en frente de la otra. En ese momento lo vi claro, pensé que me iba a besar, estaba muy sorprendio porque no me esperaba que fuera a avanzar tan rápido. Aunque no fue así... Viró su cara un poquito a la derecha, se inclinó un poco más, y empezó a darme suaves besitos en el cuello. No dije nada, pero eran besitos secos y prácticamente inexistente, parecía que estaba tratando de picarme más que de besarme. E hice bien en callarme, porque con el pasar de los segundos fue tomando confianza, dándome besos cada vez más húmedos y destensando su cuerpo. Incluso dejó caer su culo sobre mi entrepierna... Yo no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar sin tocarla...
—Ro... lo estás haciendo bien, pero ya es hora de avanzar...
—¿Qué? —dijo, como saliendo de un trance—. Ah... ¿Te gustó?
—Sí, vas bien, pero como te digo, tenés que progresar. Si estás mucho tiempo haciendo lo mismo puede resultar agotador para ambos —argumenté. La escena no podía ser más erótica, con ella sentada encima mío, sus dos tetas restregándose contra mi pecho, y hablándome a diez centímetros de la cara.
—¿Q-Qué más puedo hacer entonces? —me preguntó. Su voz ya no sonaba tan clara, se notaban los efectos del alcohol. Era mi momento.
—Besame. —le pedí. Tenía que jugármela, la boludez de perder la vergüenza ya no servía para nada y menos en su estado.
—¿Cómo? —respondió.
—Lo que escuchaste. Confiá en mí, dejate llevar...
—No sé, Alejo, no quiero que esto se nos vaya de las manos... —me contestó.
—No te olvides que yo hago esto para ayudarte, y que vos lo hacés por el bien de tu relación...
—Sí, pero es que... tengo miedo de que si seguimos... ya no pueda mantener el control —su voz ya prácticamente era inaudible, era mucho menos que un susurro. Agarré su cara y la puse delante de la mía, y sujetándola suavemente, fui acercándola hacia mí.
—Shh... Ya te dije que no voy a hacer nada que vos no quieras, así que quedate tranquila.
—Pero... Benjamín... Él no...
—Shh... Dejate llevar...
Y sucedió, nuestros labios se juntaron por fin, lo que tanto había anhelado en mi adolescencia acababa de ocurrir. Pero no me iba a dejar llevar por mis instintos, sabía que un movimiento en falso, y echaría a perder todo lo que tanto trabajo me había costado conseguir, así que dejé que ella marcara el ritmo de la situación.
Pero el beso no terminaba de concretarse como tal, eran más bien piquitos lentos que duraban entre tres y cuatro segundos cada uno. Ella no separaba los labios, no dejaba que ni una gota de su saliva saliera de su boca, tampoco movía su cuerpo, estaba demasiado rígida. Por eso, cuando vi que la cosa no avanzaba, entreabrí un poco los labios yo y empecé a hacer presión sobre su boca, provocando que su cuerpo se estremeciera, como si le acabaran de dar un susto, pero ella no se separó de mí, ni abrió los ojos en ningún momento. Me di cuenta de que su confianza ya la tenía ganada, y al saber que no iba a oponer resistencia, con mucha delicadeza y despacito, fui mostrándole los pasos a seguir para que el beso fuera completo. Ya tenía las riendas de la situación, y, poco a poco, ella se fue soltando y yo fui aumentando el ritmo del beso. Al cabo de unos segundos, ya nos estábamos besando como correspondía, sin lengua, eso sí, no me pareció el momento para llegar tan lejos.
La fogosidad del beso fue aumentando y traspasándose a otras zonas de nuestros cuerpos. A esa altura, yo ya la tenía para abrir nueces, y ella ya me agarraba la cara mientras nos comíamos la boca. Aproveché ese momento para empezar a utilizar mis manos, que hasta ese momento, habían estado de adorno. Lo primero que hice, fue acariciar su espalda, acción que la tomó por sorpresa, porque nuevamente dio un brinco a la vez que soltaba un gemido de sorpresa. Pero, de nuevo, tampoco dejó de besarme. A esa altura ya era evidente que ella ya no quería dar marcha atrás, así que me fui atreviendo cada vez a más cosas. Lentamente fui bajando las manos hasta situarlas en sus caderas, y, muy despacio y a un ritmo progresivo, empecé a marcarle un movimiento de delante para atrás sobre mi abdomen. Al cabo de unos minutos, nos encontrábamos besándonos apasionadamente con ella encima mío moviendo su cuerpo por sí sola.
—Espera, Alejo, espera... —dijo de golpe.
—¿Qué pasa? —le pregunté extrañado.
—Ahora vuelvo, no te vayas —me dijo mientras se levantaba.
Me horroricé cuando se fue, pero después me di cuenta de que me había pedido que no me fuera. Mi mayor temor era que se le bajara la calentura...
—Ya está. Perdóname.
Los ojos se me abrieron como platos. Había vuelto con el mismo camisón rosa que tenía puesto la noche que llegué a esa casa. No tenía ni la más puta idea de por qué se lo había puesto, capaz era para estar más cómoda, o no, no me importaba un carajo. Ahora sí que había perdido el control sobre mí, ni siquiera la dejé sentarse, me levanté yo del sofá, la agarré de la cintura, y la volví a besar. Ella me devolvió el beso y también me abrazó. Ya no había nada que me pudiera detener esa noche, bajé mis manos hasta ese terrible culo que ella tenía y lo apreté con todas mis fuerzas. Esta vez no hubo respingo ni nada, se dejó hacer como una campeona, y masajeé ese par de nalgas como me dio la gana. Ella mientras tanto se apretaba cada vez más contra mí, no sé si para sentir mejor el bulto que tenía entre las patas, o porque la calentura que tenía actuaba por ella. Sea como fuere, terminamos sentados en la misma posición de antes, sólo que esta vez mi falo erecto chocaba directamente con su entrepierna. Se movía muy rápido encima mío y parecía que quería aumentar la velocidad, cosa que parecía difícil, pero quise complacerla y yo también empecé a mover mis caderas. La idea no le gustó mucho, al parecer porque el contacto ya era muy fuerte, e nmediatamente intentó colocarse en una posición donde mi paquete no chocara directamente contra su conchita.
—Ro —la detuve—. Dejate llevar, no te preocupes por nada. Te juro que cuando yo vea que pueda pasar algo que vos no quieras, vamos a parar, te lo prometo. Ahora sólo dejate llevar.
Me miró unos segundos a lo ojos, y finalmente asintió. Le había dicho la verdad, iba a llegar un momento en el que tendría que parar, porque si me la llegaba a coger esa noche, al día siguiente se iba a despertar con remordimientos de consciencia muy graves y seguramente yo me tendría que mandar a mudar. Pero había muchas cosas que todavía podía hacer sin llegar a empomármela.
Volví a poner mis manos en su culo, y lo presioné hacia mí para que mi verga chocara contra ella, y me aseguré de que esta vez no se pudiera liberar del contacto. Ahora no nos besábamos, ella seguía mirándome fijamente a los ojos, expectante, como esperando a que le dijera qué era lo siguiente que tenía que hacer. Y así lo hice, le pedí que moviera su cadera al ritmo que le estaba marcando. Y me hizo caso. Yo de mientras levanté un poco su camisón, quitando uno de los dos obstáculos que habían entre su piel y la mía, el otro era la bombachita blanca que llevaba puesta. Tenía unas ganas terribles de liberar mi pene y frotarlo directamente contra ella, pero sabía que eso iba a ser demasiado para ella. Aun así, lo que estábamos haciendo en ese momento era una sesión de masturbación mútua en toda regla, su conchita se estaba restregando contra mi pene y lo único que impedía el contacto directo era mi pantaloncito y su ropa interior. Su respiración agitada era lo único que se escuchaba en ese momento, se mordía los labios para no gritar. Pero yo quería escucharla disfrutar, no me importaba que no estuviera acostumbrada a disfrutar del sexo, por eso decidí que ya era hora de ver y palpar de una vez sus tetas. Puse mis manos en sus hombros, y mientras la miraba a los ojos, empecé a bajar los tirantes de su camisón. Al principio apretó un poco los brazos contra su cuerpo para no dejar caer la tela, pero finalmente se rindió ante mi insistencia y se concentró en seguir moviéndose. Ahí estaban, esplendorosos ante mí, dos grandes melones que desafiaban a la gravedad, que no se sabía cómo hacían para sostenerse en un torso tan delgado. Sin duda alguna, el mejor par de tetas que había visto en mi puta vida. Sobra decir que lo primero que hice fue llevármelas a la boca, no me contuve ni una pizca, lamí y ensalibé cada centímetro de su pecho mientras ella, ahora sí, gemía cada vez más fuerte.
Yo ya estaba a punto de llegar a mi límite. Ella seguía moviéndose a una velocidad endiablada, me tenía abrazado de manera que no pudiera separar mi cara de sus tetas. Tenía la cabeza echada para atrás y ya no contenía sus gemidos. Pero de pronto se detuvo...
—No puedo más, ya no tengo fuerzas... —me dijo mientras se dejaba caer sobre mí torso.
—No te preocupes, yo me encargo del resto —la tranquilicé.
Me levanté con ella encima y la coloqué boca arriba en el sofá. La besé de nuevo y me dejé caer sobre ella. Separé sus piernas, metí mi mano izquierda en su braguita y empecé a masturbarla. Ella me abrazaba y me acariciaba sin dejar de besarme, alternaba besos con suspiros e intentaba mover su pelvis igual que antes. Sin dejar de jugar con mis dedos dentro de ella, fui bajando por su torso muy despacio, besando cada parte por la que pasaba, hasta que me detuve en su chochito. La miré a los ojos, esperando su reacción, y cuando noté que esperaba ansiosa a que procediera, ya no me contuve más. Moví la telita blanca de su ropa interior a un costado, y enterré mi boca en su conchita. Era increíble, no habían pasado ni tres días desde la última vez que había hecho lo mismo, y ya estaba hundido en su entrepierna de nuevo, con la única diferencia que ahora sí era consentido. De todas formas, no pude recrearme mucho tiempo más. A los pocos segundos de que le metiera la lengua, sus gemidos fueron transformándose en gritos, y mientras arqueaba su cuerpo a más no poder, me acabó en la boca como nunca antes había visto hacerlo a otra mujer. Me hice a un lado como acto reflejo, y sus fluidos cayeron manchando todo el sofá. Yo me incorporé y me senté con la pija todavía bien dura, asunto que iba a tener que solucionar por mi cuenta nuevamente, porque Rocío se había quedado profundamente dormida.
La llevé a su cuarto, le saqué la ropa interior empapada, y busqué por los cajones una muda limpia. Tras asegurarme que estaba todo en orden, salí disparado al baño para terminar lo que había empezado.
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Benjamín.
—Bueno, chicos, vamos a descansar un rato, que nos lo hemos ganado —nos anunció Lulú. Justo después se acercó a mi escritorio—. Benji, vamos a la cafetería a tomar algo para despejarnos, ¿te vienes?
—Eh... —respondí dudando un poco, porque no sabía a quienes se refería con "nosotros". Si bien conocía a los trabajadores de mi planta, no tenía relación con todos, y no me gustaba hacer este tipo de reuniones con gente con la que no me llevaba. Pero terminé aceptando cuando vi a nuestros acompañantes.
La cafetería de la planta ya estaba cerrada a esas horas, pero los jefes de equipo podían disponer de la misma a placer a partir de la una de la mañana. Los descansos solían durar entre hora y hora y media, y la mayoría de los empleados solían irse a bares nocturnos de la zona o a casa a descansar un poco, algunos incluso ni volvían los días que no estaba Mauricio.
Cuando abrió las puertas y encendió las luces, Lulú nos dijo que nos sentáramos en una de las mesas, que ella traería el café (había dejado bien claro que nada de alcohol esa noche). Con nosotros habían venido Sebastián, de 27 años, uno de los mejores vendedores de mi equipo; Luciano, 35 años, otro de los jefes de equipo de la planta; Romina, la secretaria de Mauricio, que debía rondar los 30 también; y Jéssica, una chica joven que acababa de entrar en la empresa. Lo cierto es que con las dos últimas apenas había intercambiado palabras anteriormente, algún que otro saludo y gracias, pero con los muchachos tenía una muy buena relación. Pensé que al final sí iba a poder distenderme un poco y llevar la reunión con cierta confianza.
—Bueno, Lourditas, ¿qué ha sido de tu vida todo este tiempo? —preguntó Sebas.
—Pues nada, lo que sabes... Me casé, me mudé a Alemania y estuve trabajando allí hasta hace unos meses —respondió risueña.
—¿Y por qué has vuelto? —continuó Sebas.
—No me pude acostumbrar ni a la gente ni al idioma... Es una sociedad muy distinta a la nuestra.
—Doy fe —intervino Luciano—. A mí me tocó trabajar en Hamburgo hará unos diez años.
—¿Sí? —se interesó Lulú, visiblemente contenta por haber desviado el foco de atención—. ¿Y cómo fue la aventura?
— Fantastisch —respondió con acento y todo, despertando algunas risas entre los ahí presentes—. Igual no me quedaba otra alternativa más que acostumbrarme, mi padre había movido cielo y tierra para conseguirme ese empleo, tenía que cumplir con sus expectativas.
—Yo no sé si podría irme de aquí... —manifestó Romina—. Tengo a todos mis amigos aquí, y a mi familia, y me gusta mi trabajo... No sé...
—¿Tú qué edad tienes? —preguntó Lulú.
—25.
—Bueno, yo a tu edad pensaba igual, pero nunca sabes qué te va a deparar la vida...
—Sí, ya, eso me dicen todos, pero yo estoy convencida. De aquí no me voy ni aunque venga el mismísimo Bradley Cooper a pedírmelo, jajaja.
—¿Y tú que estás tan callada? —dijo Luciano mirando a Jéssica—. No recuerdo haberte visto por aquí antes, ¿eres nueva?
—Llevo una semana aquí —respondió ella—.
—Oh, ¿y cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?
—Eh, eh, despacito, Clooney, que la chica apenas está tomando confianza —se entrometió Romina.
—Si no hubiera confianza con ella no la habrían invitado, ¿no? ¡Hay que romper el hielo! —argumentó él—. ¿O no, Sebas?
—Totalmente de acuerdo. Además, así nos mantenemos despiertos.
—Me llamo Jéssica, tengo 23 años y soy contable. Esta es mi primera semana en la empresa.
—Vaya semanita has elegido para empezar, chica... Si a mí me hubiesen presentado este panorama en mis primeros días, habría salido corriendo... —aseguró Sebas.
—Sí, bueno, no me esperaba tener que trabajar tantas horas tan pronto, pero me encontré con un equipo muy bueno, y todos me trataron muy bien, eso facilita mucho las cosas...
—Di que sí, mujer, esa es la actitud. Por cierto, ¿tienes novio? —preguntó Luciano así de repente, provocando que Jéssica se sonrojara. Lulú se echó a reír y Romina le lanzó una mirada asesina.
—Pues sí que lo tiene —respondió la misma Romina—. Así que aléjate de ella, que nos conocemos.
—Jajaja. Vale, vale, perdón. Era simple curiosidad...
—Sí, curiosidad... Que sepas que trabaja en esta empresa, así que no te vayas a pasar de listo —añadió la secretaria.
—¿Trabaja aquí? ¿Quién es? ¿Lo conozco? —preguntó Luciano entre risas. Jéssica parecía no estar muy cómoda con la situación.
—Sí, trabaja aquí, en la planta 15, y se llama Giovanni.
—¿Giovanni? ¿Marotto? Ah... Ya sé quién es...
—¡Bueno! ¿Y tú, Benjamín? No me has contado cómo está Rocío —interrumpió Lulú, que se había dado cuenta que la pobre chica no la estaba pasando bien.
—En casa... Aguantando como la mejor... —afirmé con resignación.
—Ajá... No debe ser fácil para una chica tan joven tener que lidiar con esta situación...
—No, no lo es... Pero bueno, ella es fuerte y me está dando todo su apoyo.
—¿Y qué hace durante el día? ¿Trabaja? ¿O estudia? —volvió a preguntarme Lulú.
—Ya terminó sus estudios, se recibió de maestra, pero no encuentra trabajo de eso, y yo no quiero que trabaje de cualquier cosa.
—¿Entonces se queda todo el día en casa?
—Sí.
—¿Y no se aburre? Me imagino que al menos pasará el tiempo con amigas —intervino Romina.
—Todas sus amigas se fueron a estudiar o a trabajar fuera de la ciudad, a la única que tiene es a su hermana, que vive al lado de nuestro apartamento.
—¡Ay, pobrecita! Deberías invitarnos algún día a tu casa, Benji. Estoy segura de que nos llevaríamos muy bien con ella, ¿no, Romi?
—Ya te digo.
—No sé si querría, je —aseguré—. Ella es muy introvertida, le suele costar hacer nuevas amistades.
—Pues ya nos encargamos nosotras de eso. Una mujer necesita tener otras amigas mujeres, es muy sofocante vivir sin socializar, y te lo dice alguien que sabe, que yo en Alemania lo pasé muy mal en ese aspecto.
—Sí, ya... Pero igual ahora ya no está sola, un amigo que acaba de llegar a la ciudad se está quedando en casa.
—¿Un amigo ? —preguntó interesado Luciano.
—Sí, un chico que fue con ella al instituto. Nos pidió que lo dejemos quedarse hasta que encuentre algo barato por la zona.
—¿Y se está quedando solo con tu novia? ¿En tu casa? —volvió a preguntar.
—Sí, ¿por? —dije yo. Sebas y Luciano se miraron entre ellos, mientras que Lulú, Romina y Jéssica observaban con atención la escena.
—¿No tienes ningún problema con que tu chica se quede sola en tu casa con un amigo todo el día? —prosiguió.
—A ver, al principio desconfié del muchacho, no lo conocía de nada, pero Rocío me dijo que no es una mala persona, así que no veo porqué tenga que preocuparme si ella confía en él.
—Ese es el problema, Benjamín, que ella confía en él.
—¿Eh? ¿Por qué? —pregunté de nuevo. Seguían intercambiando miradas cada vez que yo respondía.
—Eres un tipo muy raro, en serio. Yo no podría dejar a mi novia vivir con una persona que no conozco.
—Eh, un momento, se va a quedar unos días nada más.
—¿Hasta cuándo? —preguntó Sebas.
—Hasta el viernes, por lo pronto. Resulta que me comprometí a ayudarlo a buscar un piso, porque tenía el dato de que Raúl tenía algunos en alquiler, y ahora estoy esperando que resuelva algunas cosas para hablar del tema con él.
—¿Y desde cuándo está en tu casa? —insistió.
—Desde el lunes.
—Hmm...
—A ver, par de imbéciles, ¿qué os pensáis que somos las mujeres? —intervino Romina—. Dejad de meterle mierda en la cabeza al chico, por el amor de dios, que ya estáis juzgando a su novia y no la conocéis de nada.
—No es meterle mierda, es avisparlo un poco —respondió Luciano—. Si va tan confiado por la vida, lo va a pasar muy mal.
—Coincido —añadió Sebas—. Además, los amigos de la infancia son los peores, porque con la excusa de "yo la conozco de antes que tú", se creen que tienen algún poder divino que les da el derecho de hacer con tu novia lo que quieren.
—Vaya, parece que del tema sabes un poco. —dijo Lulú, que había estado muy callada observando todo—. Cuéntanos.
—Mi novia tiene un amigo así, pegajoso y molestísimo. Ella dice que él es así, que toda la vida fue así, que son amigos y que no tiene ninguna intención rara. Pero yo no me creo esas gilipolleces, la amistad entre el hombre y la mujer existe hasta cierto límite, y cuando se superan esos límites, es porque uno de los dos, o los dos, quieren algo más. Por eso yo trato de mantener a raya a ese payaso.
—Pero si ella te dice que no tiene intenciones raras es por algo, ¿qué necesidad tiene de mentirte? Si quisiera algo más con el amigo, sería la novia de él y no la tuya —dije yo.
—Benjamín, yo no dudo de sus sentimientos hacia mí, de lo que dudo es de su fuerza de voluntad. Yo sé que ese tipo desea a mi novia, y si yo le llegara a dar vía libre para que procediera como quiera, no sé lo que podría pasar, porque, te repito, él la conoce mejor que yo.
—¡Verdades como puños! —exclamó Luciano—. Haznos caso, Benjamín, no seas tan confiado. Igual es verdad que este tipo no vaya a intentar nada en tan solo una semana, pero es mejor que te aprontes para eventos futuros.
—Machismos, machismos y más machismos. No tenéis ni puta idea de cómo funciona el corazón de una mujer enamorada —añadió Romina en tono descalificador—. No les hagas caso, si ella no te ha dado motivos para desconfíes, entonces estate tranquilo y sigue como siempre.
—Que sí, que vale, pero igual mantén vigilado al amigo ese, por si las moscas, más que nada. Te digo yo que no somos pocos los hombres que preferimos a las que tienen dueño —respondió Luciano dirigiendo la mirada a Jéssica.
—Qué asco que das a veces, en serio —le dijo Romina.
—En fin... —concluyó Lulú.
Seguimos hablando una media hora más, dando por terminado el tema de las parejas, y contando anécdotas y tonterías varias. La verdad es que lo pasé bastante bien, no me molestó para nada lo que dijeron Luciano y Sebas sobre el tema de Alejo, lo cierto es que casi ni le di importancia, ya que era como Romina decía, mientras confiara en ella, no tenía nada de qué preocuparme. Más me importó la pobre Jéssica, que el bestia de Luciano estuvo lanzándole indirectas toda la noche y la muchacha no sabía donde meterse. Menos mal que estaban ahí Lulú y Romina para mantenerla más o menos cómoda.
—Oye, Benja, vaya fichaje ha hecho el Mauri, ¿eh? —me comentaba mientras orinábamos.
—Ya sé que tú eres así, que lo haces sin maldad, pero podrías haberte controlado un poco, la pobre chica parecía un cachorro asustado, menos mal que estaban Romina y Lourdes ahí.
—Jajaja, no era mi intención, te lo juro. Pero es que me gustó mucho la chiquilla.
—Bueno, pues tiene novio, así que a apuntar para otro lado.
—Me la suda eso, lo conozco al tipo y mejor de lo que te imaginas, hace un tiempo trabajábamos en la misma planta —comentaba mientras se lavaba las manos.
—¿Ah, sí? —dije yo haciendo lo mismo.
—Sí. Y no terminamos del todo bien, porque la cagó en uno de los proyectos y yo se lo hice saber a los superiores, y terminaron mandándolo a otra planta. Poco después yo me convertí en jefe de equipo mientras él seguía sirviendo cafés a los superiores.
—Vaya...
—Igual no me juzgues, si no informaba de ese incidente, el marrón nos lo íbamos a terminar comiendo todos, hice lo que tenía que hacer.
—No te juzgo, si soy el que más entiende de cagadas aquí...
—Jajaja, ¿sigues mortificándote? Lo que pasó no fue culpa tuya y lo sabes.
—Igual... Todavía siento las miradas asesinas cuando camino por los pasillos.
—Pues habrá que empezar a arrancar algún que otro ojo, jajaja.
—Eres terrible, en serio...
—Bueno, después hablamos, me espera una yegüita de 23 años con ganas de aprender...
—¿Eh? ¿Te pidió ayuda o algo?
—No, pero ya se la ofrezco yo, jajaja.
—En fin... Después nos vemos, galán.
—Por cierto, perdona si soy muy insistente, pero mantén vigilado al tipo ese que metiste en tu casa, en serio te lo digo.
—Que sí, que sí. Gracias por preocuparte.
Me había venido muy bien tener ese rato de tranquilidad con mis compañeros de trabajo. Así que, con las energías renovadas y pensando en Rocío, me dispuse a completar las tres horas que me quedaban ahí adentro.
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 10:00 hs. - Rocío.
"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"
—¿Hola?
—Buenos días, mi amor.
—Ah, hola.
—¿Cómo estás?
—Recién me despierto, ¿y tú?
—Yo también, terminé a las seis de la mañana, he dormido tres horitas y pico nada más...
—Pues se te nota muy lúcido para haber dormido tan pocas horas.
—Sí, ¿no? Jeje, es que llevo levantado media hora.
—¿No era que te acababas de despertar?
—Bueno, Ro... era una manera de decir...
—¿No me digas?
—¿Estás bien? Te noto un poco tensa...
—Estoy perfectamente.
—Bueno... Por la tarde me voy a pasar por casa a buscar ropa limpia, que hace dos días que estoy yendo con la misma.
—¿A qué hora?
—A las dos o por ahí.
—No es bueno que conduzcas con sueño.
—No te preocupes por eso, voy a estar bien.
—Sí, ya...
—¿Cómo va la pierna?
—Bien, no me dolió ni ayer ni hoy.
—Perfecto... ¿Y qué piensas hacer hoy?
—Nada.
—Ah... ¿Ya sabes qué vas a hacer para almorzar? Tengo ganas de volver a probar tu comida.
—Seguramente cocine Alejo, que se le da mejor que a mí.
—¿Sí? No lo sabía.
—Pues sí.
—Bueno... Entonces después nos vemos. Te amo, Ro.
—Yo también te amo...
—Adiós.
Tras esa llamada, me quedé dormida y no me volví a despertar hasta el mediodía. No quería salir de mi habitación, no quería mirar a Alejo a los ojos, no quería enfrentarlo. Sólo quería que llegaran las dos de la tarde para ver Benjamín. Que sí, sabía que lo había tratado mal, pero no podía evitar sentirme así, todavía me sentía traicionada... Aunque también había sido para tapar un poquito la culpa que sentía por lo que había pasado la noche anterior... Pero quería verlo, necesitaba verlo...
Sentimientos de culpa aparte, me había levantado radiante, al igual que lo había hecho unos días atrás. La sensación era maravillosa, volvía a sentirme suave como una pluma, como si pudiera echar a volar en cualquier momento... Cuando se lo comenté a mi hermana ese día, primero no supo qué decirme, pero cuando le dije que mi cuerpo estaba muy sensible, se echó a reír y empezó a llamarme cosas como 'picarona' y 'pillina'. Yo no sabía a qué se refería y se lo pregunté de nuevo, pero sólo me dijo que era algo obvio y que no me hiciera la desentendida. Obviamente no insistí más, cuando mi hermana se ponía así de testatura, no había manera de tratar con ella.
No podía quedarme encerrada hasta que viniera Benjamín, aparte de que tenía ganas de hacer mis necesidades, me sentía sucia... Tenía el pecho pegajoso, y también los muslos... ¡Todo mi cuerpo estaba pegajoso! No lo dudé más y salí disparaba al baño. Casi me caigo de culo cuando vi que tenía unas braguitas diferentes a la que llevaba la noche anterior. Alejo se habíta tomado la molestia de cambiármelas mientras dormía. Quería meter la cabeza en la taza del váter y desaparecer por ahí, todavía no era del todo consciente de lo que había hecho, y esos pequeños detalles me hacían dar cuenta de la gravedad del asunto.
"Pero lo hice por él, y en cierta forma... todo salió bien. Nunca antes me había comportado de esa forma, he perdido completamente la vergüenza... Es cierto que el alcohol ayudó, pero..."
No intentaba engañarme a mí misma, porque ese era el motivo por el que había hecho lo que había hecho, Benjamín y nada más. Pero la culpabilidad iba creciendo a medida que iba recordando todo.... Porque yo me había propuesto perder la vergüenza, dejar que Alejo me ayudara, siempre manteniendo una cierta distancia, pero al final se me había ido todo de las manos... y me lo había pasado en grande.
Sí, me lo había pasado en grande, como nunca. Me liberé y me dejé hacer cosas que nunca antes había hecho con Benjamín. Quizás exagero un poco, pero es que así es como me sentía en ese momento, porque por más pequeñas que parecieran las cosas que me atreví a hacer esa noche, para mí habían sido como dar el paso definitivo a la adultez. Y tenía ganas de repetir, pero no con Alejo, ahora ya me sentía preparada para hacerlo con mi novio, quería desatarme con él como lo había hecho con mi amigo de la adolescencia. Además, sabía que cuando lo hiciera, el sentimiento de culpa que iba in crescendo, desaparecería por completo.
A eso de la una de la tarde, Alejo llamó a mi puerta...
—¿Se puede?
—No. —respondí.
—Bueno. Dentro de un rato va a estar la comida, ¿te espero o como solo?
—Como quieras.
—¡Ok! —dijo sin más.
Seguía sin querer verlo, pero quedaba muy feo rechazar su invitación cuando se había tomado la molestia de cocinar. Así que a los 20 minutos, saqué fuerzas de donde no las tenía, y fui al comedor. La escena que me encontré no podía ser más común y corriente, Alejo estaba comiendo un plato de lentejas mientras me hacía señas para que me sentara. Le hice caso y lo acompañé en la mesa, di dos o tres cucharadas al plato y esperé a que sacara algún tema de conversación... pero nada. Esperé varios minutos, pero lo único que salió de su boca fue un: "¿No comés?". No podía entender cómo era capaz de comportarse como si nada hubiera pasado. Yo me estaba comiendo la cabeza a más no poder y él estaba tan tranquilo.
—¿No vas a decir nada? —dije por fin.
—¿Qué? —preguntó mientras seguía comiendo.
—Dime algo...
—¿Qué querés que te diga?
—De lo de anoche...
—¡Ah! Estuviste bien. Sí. —dijo sonriéndome, provocando que me sonrojara.
—¿En serio?
—Sí, estuviste genial —dijo de nuevo.
—No me refiero a eso. Quiero saber si en serio vas a seguir actuando como si no hubiera pasa nada.
—¿Yo? Pero si te estoy hablando de lo de ayer.
—¡Que no me refiero a eso! ¡Hablo de tu actitud, y del ambiente, y de todo! ¿Cómo puedes estar tan calmado? —estallé.
—Vamos a ver, Rocío, yo no soy tu novio, ni tu amante, ni un tipo con el que estás dudando si salir o no. Lo que hicimos ayer, lo hicimos como dos adultos que estuvieron de acuerdo en hacerlo, nada más. Vos necesitabas mi ayuda y yo te la di. No es necesario ni que estés avergonzada, ni que volvamos al mal rollo de antes, ni nada por el estilo —contestó con toda la normalidad del mundo.
—No... Si yo no digo eso, pero es que... el único hombre con el que había estado era con Benjamín...
—Y sigue siendo así. Lo que hicimos nosotros no va a cambiar eso...
—Pero Ale... lo que hice contigo anoche... nunca lo había hecho con él... —afirmé entrecortadamente. Me estaba costando mucho abrirme de esa forma.
—Y ese era el objetivo, que te liberaras y aprendieras cosas que no sabías. Te garantizo que tu novio va a estar muy contento con los resultados.
—Sí... puede que tengas razón, pero...
—Vos quedate tranquila que así va a ser —conluyó—. Y bueno, ya que querías hablar del tema, hablemos. ¿Cómo te lo pasaste? Ya sé que estabas borracha, pero de algo te acordarás, ¿no?
—Bueno, borracha lo que se dice borracha, no estaba... Me acuerdo de todo...
—¿De verdad? Qué raro... —dijo frunciendo un poco el ceño.
—¿Raro por qué? —pregunté extrañada.
—Porque no estás enojada conmigo.
—¿Y por qué habría de estarlo? —insistí.
—Porque no cumplí lo que te prometí, dije que no te iba a tocar ni un pelo, y... en fin...
—Sí, ya... Pero bueno... yo no me opuse tampoco... —le dije con sinceridad. Después de todo, yo misma me lo había buscado.
—Me alegra que pienses así. Ok, respondeme a la otra pregunta ahora, ¿cómo te lo pasaste? —volvió a preguntarme, pero me daba mucha vergüenza responder a eso.
—Pues como lo viste...
—No sé, yo no vi nada, decímelo vos... —insistió. Evidentemente ya sabía la respuesta, pero quería oírla de mis labios.
—Me lo pasé muy bien, Alejo...
—¿Sí? Bueno, en realidad sí que me di cuenta, pero quería que me lo dijeras vos. Esto también funciona como terapia para que pierdas la vergüenza —dijo mientras se metía otra cucharada de lentejas en la boca.
—¿No me digas? —respondí con sorna—. Igual, Ale, aunque no hayas cumplido tu primera promesa... sí que cumpliste la segunda. En un momento me dijiste que te detendrías cuando pudiera pasar algo que yo no quisiera, y así lo hiciste... Y lo valoro mucho...
—¿Estás diciendo que podría haber llegado hasta el final con vos? —respondió. Le dije esas palabras desde el fondo de mi corazón, pero no me di cuenta de que al mismo tiempo le estaba dando una información que no debería haberle dado.
—A ver... no es eso... Lo que... —suspiré—. Lo que quise decir es que no lo intentaste, eso es lo que valoro, fuiste un tío legal.
—Está bien, está bien. Te dije que podías confiar en mí.
—En ningún momento lo dudé...
—Perfecto entonces, porque esta noche me gustaría enseñarte alguna cosita más.
—¿Alguna cosita más? Espera un momento, Alejo, lo de anoche no va a volver a ocurrir... Yo te agradezco lo que has hecho, pero... —le aclaré. No sabía qué tenía él en mente, pero yo tenía clarísimo que ya no necesitaba de su ayuda, que con lo de la noche anterior ya me había liberado y ahora podría encarar a Benjamín.
—¿Ah, no? Bueno, como quieras. Yo creo que todavía no estás preparada para 'salir al ruedo', pero si ya no querés más mi ayuda...
—Justamente es eso, Ale, nunca me hubiese imaginado que podía soltarme de la manera en la que lo hice anoche, pero ahora ya lo sé, y también sé que ya puedo encarar a Benjamín.
—Está bien, Ro, me alegro de haberte sido de ayuda... —dijo, y me dedicó una linda sonrisa—. ¿Te puedo hacer una última pregunta?
—Sí, ¿qué?
—¿El de ayer fue el primer orgasmo de tu vida? —me preguntó con toda la cara. Creía que habíamos dada por terminada la conversación, pero al parecer él quería seguir metiendo el dedo en la llaga.
—Mira lo que me preguntas... ¡Al final me vas a hacer enfadar!
—¿Qué tiene de malo? Contestame.
—¿Cómo que qué tiene de malo? ¿Por qué me preguntas eso?
—Creo que ayer terminamos de romper todas las barreras que había entre nosotros, ¿no?
—Yo no diría que todas las barreras, pero bueno... No, no fue el primer orgasmo de mi vida.
—¿Y tu primer orgasmo con un hombre? —insistió. Yo en el fondo ya me estaba riendo, no sabía a dónde quería llegar...
—¿Cambiaría algo en nuestras vidas si te respondo a eso? —contraataqué.
—No, la verdad que no, pero ya no hace falta que contestes. Bueno, si me permitís, tengo que hacer unas llamada...
—Sin problemas.
Alejo tenía una habilidad especial para hacerme enfadar, ya lo tenía claro, y eso que no hacía ni una semana que me había reencontrado con él. Pero no tenía tiempo para seguir perdiendo con él, tenía que centrarme en Benjamín, que vendría en un rato y yo todavía tenía que preparar mi plan de ataque. Sí, porque iba a aprovechar esa tarde para hacer mi movimiento.
"No puedo decirle que fue él el primer hombre en darme un orgasmo... No sería justo para Benjamín..."
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 13:40 hs. - Alejo.
—¿Qué mierda querés? ¿Me quieren rastrear el teléfono ahora?
—Pichón... Si tuviéramos esa tecnología, no necesitaríamos cobrarte la deuda...
—Ahora decís "nosotros", ¿eh? Rata asquerosa.
—Mira, Alejo, me duele mucho todo lo que está pasando, porque a fin de cuentas fui yo el que te metió en esto, pero justamente por eso te estoy llamando.
—¿Me vas a prestar la guita?
—No, pero quiero ayudarte a escapar. Necesito que me digas en qué zona de la ciudad estás, para hacerles centrar la atención lo más lejos posible de ti.
—¿Vos te pensás que soy boludo? Parece que te creíste de verdad el versito del "pichón"... Podrían haberse inventado algo mejor, hermano, en serio...
—Alejo, me estoy jugando el cuello haciendo esta llamada... Pero en fin, sólo te voy a decir una cosa, ni se te ocurra ir a ver a Lorenzo, uno de los negros está viviendo en una de las casas esperando a que aparezcas. Y otra cosa, las zonas norte y sur están invadidas, tienen tipo por todas partes. El único lugar seguro, de momento, es el centro, porque recientemente pusieron más policias en la zona. Igualmente, mi mejor recomendación es que te vaya del país, aquí nunca vas a estar seguro.
—Lo mejor que podría hacer es ir y apuñalarte mientras dormís, viejo alcahuete. No me vuelvas a llamar ni a mensajear, porque te juro que aunque me cueste la vida, voy a ir a buscarte y te voy a arrancar el hígado con los dientes, hijo de re mil putas.
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 14:35 hs. - Benjamín.
Me acababan de dar la mejor noticia en mucho tiempo, no tenía que entrar a trabajar hasta las ocho de la noche, por lo que tenía toda la tarde libre para pasar con Rocío. Había dormido las últimas tres horas, por lo que el sueño no iba a poder entrometerse entre mi novia y yo.
Yo sabía que estaba enfadada conmigo, y a la mañana me lo había hecho saber, aunque no de manera directa, pero yo la conocía mejor que nadie. Pero esto seguro iba a ponerla muy feliz, sabía las ganas que tenía de pasar tiempo conmigo.
Llegué a casa, abrí la puerta despacito, comprobé que no había nadie, y fui rápidamente y de puntillas hasta mi habitación, mi intención era darle una sorpresa a Rocío. Abrí la puerta, y lo que vi me dejó de piedra...
—¡Rocío! —grité.
—¡Benjamín! —respondió ella exaltadísima—. ¡No es lo que parece!
—¿Que no es lo que parece? ¿Entonces qué es?
—¡Perdóname, mi amor! ¡Perdóname! ¡No he podido evitarlo!
—¿Cómo que no has podido evitarlo? ¿Te parece una respuesta lógica esa?
—¡Lo necesitaba, Benja! ¡De verdad que lo necesitaba!
—¿Que lo necesitabas? ¡¿Cuántas veces te he ofrecido yo lo mismo?!
—Pero es que yo lo que necesitaba era esto, no lo que tú me ofrecías...
—De verdad Rocío, no me esperaba esto de ti...
—¡Perdóname! ¡Por favor!
—¿Qué voy a hacer ahora? No sé si voy a poder soportar esto... —dije mientras me sentaba en la cama.
—¡No lo eches, por favor! ¡No tiene a donde ir!
—¿Acaso pretendes que viva con él bajo el mismo techo? ¿Estás loca? ¡¿Y tú qué miras?! —dije dirigiéndome al otro.
—¡No te la agarres con él! ¡No es su culpa! —me detuvo ella.
—No, si al final la culpa va a ser mía... Me mato trabajando para encontrarme con esto...
—¡Es justamente por eso! ¡Necesito llenar el hueco que dejas cuando no estás! ¡Por eso me vi obligada a hacerlo!
—¡Normal que haya caído ante ti! ¿Quién podría resistirse a esa mirada? —volví a increparlo.
—¿Verdad que sí? ¿No es hermoso?
—Sí, pero ese no es el problema, el problema es la alergia... ¡Te dije mil veces que si querías una mascota, yo te compraba un perro, pero que no quería un maldito gato!
Sí, Rocío me había metido en casa un puto gato, el animal que más dolores de cabeza me tría. No sólo era alérgico a su maldito pelo flotante, también me llevaba mal con ellos. Toda mi vida tuve malas experiencias con esos bichos endemoniados...
—¿Me lo puedo quedar o no? —me preguntó haciéndome ojitos.
—Primero, ¿quién te lo dio?
—Nadie, me lo encontré abandonado en una caja hace media hora cuando bajé a comprar unos bollos para merendar.
—Ro... no sabemos lo que puede tener.
—¡Nada, Benja! Mira, es pequeñísimo, y tiene collar. Sin duda alguna su anterior dueño quería que el que lo recogiera supiera eso.
—Sí, sí, pero aléjalo de mí. En fin, puede quedarse, pero tendrá que dormir en el balcón.
—¡Está bien! ¡Pero tenemos que comprarle una casita!
—Bueno, ya hablaremos de eso...
—¿Cuándo? Si sólo hasta venido a buscar ropa...
—Eh... sobre eso... Rocío...
—¿Qué?
—No quería decírtelo así de golpe, pero...
—¿Qué? ¿Qué pasa? No me asustes, Benja...
—¡Que hoy no entro hasta las ocho! ¡Tenemos toda la tarde para nosotros!
No dijo nada, sólo agachó la cabeza, como tomando fuerzas, y entonces pegó un grito de alegría y saltó a mis brazos. La sonrisa le llegaba de oreja a oreja, y me apretaba muy fuerte contra ella. Sí, más o menos la reacción que esperaba. Creo que en ese momento alcancé yo también un nivel de felicidad que no había logrado en la vida, no había nada que me hiciera más feliz en el mundo que verla feliz a ella, y valgan todas las redundancias.
—Bueno, ya está. ¡Hay que ponerle nombre al gato! —dije interrumpiendo el momento. No quería perder ni un segundo, tenía varios planes para esa tarde.
—Ah, ya he pesando en eso. Como es hembra y tiene esos ojazos que resaltan sobre su pelaje negro, he decidido ponerle Luna.
—No está mal. Me gusta —dije con una sonrisa—. Y ahora bien, vístete que nos vamos a pasear.
—¿Eh? ¿A dónde?
—No sé, a cualquier lado, ya lo decidimos sobre la marcha.
—¿Y Luna?
—Eh... ¿No se lo puede quedar tu amigo? Que por cierto, no lo he visto cuando he entrado, ¿sigue encerrado en el cuarto? —me interesé.
—Oh... no, hoy preparó el almuerzo... creo que ya se encuentra mucho mejor...
—Bueno, perfecto, entonces que se quede él con Luna. Ya se lo dices tú cuando estés lista, yo voy a darme una ducha.
—De acuerdo...
Le di un piquito, elegí lo que me iba a poner esa tarde y me dirigí al baño. Esa tarde tenía que ser perfecta...
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 14:45 hs. - Rocío.
—Ale, ¿estás?
—Sí, un momento —respondió—. ¿Qué pasa?
—Benjamín está aquí... —dije tratando de no hablar muy alto—. Y vamos a salir a dar una vuelta...
—¿En serio? ¿Y su trabajo?
—Hoy entra a las ocho, vino a pasar la tarde conmigo...
—Bárbaro entonces, ¿y estás preparada?
—¿Eh?
—Ya sabés, ¿vas a atacar hoy?
—No sé... —respondí con sinceridad—. Es que parece que quiere pasar la tarde fuera, y...
—Bueno, entonces sólo tenés que volver antes de las seis. No creo que te diga que no.
—Pero... Tú vas a estar aquí...—dije, esta vez casi susurrando.
—Por mí no te preocupes, yo me encierro en la habitación y ni me sienten —respondió tratando de quitarle importancia el asunto.
—Eso no me preocupa, lo que me preocupa es que tú nos sientas a nosotros...
—Jajaja, tranquila, no voy a escuchar nada que no haya escuchado antes. Igual, voy a estar con los auriculares puestos, hoy hay partido.
—Ah... Bueno, si tú lo dices...
—Sí, quedate tranquila. ¿Algo más?
—Sí, una cosa... Todavía no estoy muy segura de... de como entrarle... Porque lo de anoche fue diferente, yo estaba tomando mojito y tú...
—Te dije que todavía te faltaba bastante...
—¡Cállate! ¡Sólo dime cómo hago para entrarle!—exclamé apretando los dientes para no gritar.
—Así.
No me dio tiempo a nada, me agarró de un brazo y me dio un beso en la boca. Inmediatamente lo empujé e intenté darle un bofetón, pero me detuvo la mano y me volvió a besar. Nuevamente quise pegarle, pero esta vez no me soltó, se aferró a mis labios con mucha fuerza y no conforme con eso, me empujó para atrás y apresó mis brazos contra la pared del pasillo. No desistí de mis intentos de liberarme, pero mi atención estaba puesta en la puerta del cuarto de baño, estaba aterrada de que en cualquier momento pudiera salir Benjamín. A Alejo pareció no importarle, y cuando aparentemente notó que ya me tenía bien sujeta, soltó uno de mis brazos y empezó a tocar mi cuerpo, centrándose primero en mis pechos y luego en mi culo. A pesar de ser todo forzado, conseguía de alguna forma que todo pareciera estar sucediendo a cámara lenta, inconscientemente pensé que el chico sabía lo que estaba haciendo. Y aunque yo no quería que continuara, mi respiración empezó a agistarse y mi cuerpo comenzó a responder a sus caricias, sobre todo cuando llevó su mano a mi entrepierna. Mis labios fueron abriéndose poco a poco, y mi nivel de resistencia fue bajando, momento que aprovechó para hacer algo que no había hecho la otra noche, meter su lengua dentro de mi boca. Entre eso, que el sonido del agua de la ducha corriendo no se detenía y que sus dedos ya estaban trabajando por dentro de mis leggins, yo ya no pude contenerme más y terminé entregándome a él... Nuestras lenguas chocaban mientras sus dedos jugaban en mi intimidad... La situación se me había ido de las manos, pero...
—Bueno, ¿entendiste? Así se entra. Ahora ya lo sabés —dijo deteniéndose de golpe—. Y no te preocupes, yo cuido del gato —concluyó mientras se metía en la habitación y cerraba la puerta.
Y sin dar crédito a lo que acababa de suceder, me dejé caer en el suelo todavía apoyada contra la pared.
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 15:00 hs. - Benjamín.
—¡Una buena ducha en casita! ¡Cuánto necesitaba esto! —exclamé con felicidad y alivio—. Uy... tengo hambre... ¡Rocío!
—¡Dime! —gritó desde la habitación, lugar al que me dirigí.
—¿Tú ya has comido? Me imagino que sí, pero... —me detuve al ver que todavía seguía acostada en la cama jugando con el gato—.
—Apenas di bocado hoy, la verdad...
—¿Ah, sí? ¡Genial entonces! ¡Vamos a almorzar algo! ¿Qué te parece si vamos a molestar a tu hermana? —le propuse, recordando que Noelia trabajaba en una cafetería cercana.
—Me parece una idea estupenda. Yo ya voy, espérame afuera, que me voy a cambiar —me dijo.
—¿Otra vez? —pregunté extrañado.
—Sí... Es que... no me gusta mucho este conjunto... ¡No tardo nada! —respondió, aunque me pareció que sin mucho convencimiento, pero no le di mayor importancia.
—Está bien. ¿Has hablado ya con tu amigo?
—Sí... Él se queda con Luna... —me respondió con un tono apagado.
—¿Te pasa algo, Ro? —pregunté preocupado.
—¿Eh? No... Es que mientras te esperaba vi una noticia triste en la tele y me afligí un poco, eso es todo. —me dijo dedicándome una linda sonrisa al final.
—Ah, vale... Pues... te espero afuera, ¿de acuerdo?
—Sí. No tardo.
No la entendía para nada... Hacía media hora tenía una sonrisa de oreja a oreja y ahora estaba más apagada que yo cuando perdía el Barcelona. Nuevamente, decidí no darle mayor importancia, no eran momentos para ponerme a analizar a Rocío, lo que tenía que hacer era actuar, hacer que esa tarde se lo pasara bien.
—¿Pero no te ibas a cambiar? —pregunté cuando salió de la habitación, todavía llevaba la misma ropa puesta.
—Es que al final no encontré nada mejor, je. Bueno, ¿vamos? —me contestó un poco más risueña que antes.
—Sí, vamos.
Salimos de casa y nos dirigimos caminando a donde trabajaba Noelia, una cafetería llamada " Pure Fantasy " que estaba a unos diez minutos de nuestro piso. Con el pasar de los minutos, Rocío se fue animando cada vez más, sobre todo cuando se encontró con su hermana. Nunca dejaba de sorprenderme la relación que tenían esas dos, lo felices que eran estando juntas, la alegría que destilaban... Había llegado al punto que no podía imaginarme un mundo donde las dos estuviesen separadas.
—¿Y? ¿Qué les ha parecido? ¿Qué les he parecido? Jiji —preguntó mi cuñada.
—¡Este lugar es genial! ¡Me encanta el uniforme! —respondió mi novia. Noelia iba vestida con una falda abierta por un costado color verde agua y una camisa del mismo color, y por encima tenía un delantal color rosa con algunos detalles amarillos y lilas. Vamos, que combinaba perfectamente con el lugar, cuyas paredes también eras rosas y el suelo blanco y amarillo.
—Quizás es todo... un poco-demasiado colorido, ¿no? —opiné yo.
—Tú lo que pasa es que eres un soso. Los colorines por todas partes son los que hacen que el sitio resalte —me regañó Noe.
—No, si ya lo veo que resaltan... Pero en serio, Noe, me alegro que estés contenta... Te lo merecías.
—Gracias, Benja. Sé que el trabajo no es la gran cosa, pero no me pagan mal y además me gusta... Aunque sigue siendo temporal, porque cuando me llamen de Bélgica, me doy el piro, jeje —nos contó. A Rocío le cambió la expresión inmediatamente, no le gustaba nada la idea de que su hermanita se fuera a vivir a otro país—. ¡No pongas esa cara, tontita! Si me llaman de Bélgica, ya te dije que ustedes dos se vienen conmigo, aunque tenga que llevarme a este de los pelos.
—Ya veremos cuando llegue el momento, por ahora preocúpate de que Charlie tenga un trayecto seguro por la fábrica de chocolate.
—¡Ja-ja! ¡Qué gracioso eres! —me respondió, y los tres echamos a reír—. Bueno, se terminó el descanso. A ver si vienen mañana también, que esto a estas horas está muerto y me aburro un huevo.
—Benja va a estar muy ocupado toda esta semana y la siguiente, va a ser difícil. Pero te juro que mañana por la noche me paso por tu casa.
—Está bien, nena. Y tú, que no me entere yo que mi hermana está desatendida, ¿eh? —me increpó.
—Haré todo lo que esté en mis manos, mi señora —le respondí haciéndole una media reverencia.
—Así me gusta. Bueno, cuídense chicos.
Salimos del " Pure Fantasy " y me dirigí con Rocío a la estación de trenes.
—¿Adónde vamos? —me preguntó.
—Se me antojó ir a la playa —le respondí con una sonrisa.
—¿A la playa? Pero no traje bañador ni nada...
—No te preocupes, ya lo compramos todo cuando lleguemos allí.
—¿Estás seguro? Es media hora de ida y otra media hora de vuelta, ¿eh?
—Recién son las cuatro, tenemos tiempo de sobra.
—Bueno... ¡Vamos entonces! —finalizó. La idea la había cogido totalmente por sorpresa, estaba seguro. Pero también sabía que le había encantado.
Aproximadamente cuarenta minutos después, estábamos comprando nuestros trajes de baño y algunos accesorios para estar cómodos en la arena. Ahora sí que Rocío estaba completamente animada, me llevaba de la mano de un lado para otro y no dejaba de sonreír ni un solo segundo. Imagínense el nivel de felicidad que tenía yo en ese momento.
Recorrimos lo largo de la playa hasta que encontramos una zona vacía, porque sabía que a Rocío no le gustaba que la vieran en bañador, que, por cierto, había elegido uno bastante lindo, de dos piezas y de lunares rojos. El mío sin embargo era un pantalón corto del montón color azul, je. Elegimos una zona que estaba rodeada de unas rocas muy altas por todos lados, menos por donde entramos, obviamente, y montamos nuestro chiringuito ahí. Cuando terminamos, fuimos a jugar al agua. Hicimos carreras de nado, jugamos con una pelota hinchable, practicamos lucha libre acuática, hicimos de todo... Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto, y ella era un mar de risas y también de mimos, porque aprovechaba cada roce para abrazarme y darme besos en la cara.
Cuando nos cansamos del agua, que, por cierto, estaba bastante fría, nos tumbamos en la arena y nos pusimos a tomar el sol. Estuvimos acostados el uno al lado del otro hablando de tonterías y trivialidades durante cerca de quince minutos, después nos quedamos callados mientras observábamos el horizonte.
De repente, Rocío se pega a mí y me abraza, dejando su cabeza apoyada en mi pecho. Primero me pareció un acto natural en ella, pero cuando levantó su pierna dejándola caer prácticamente en mi entrepierna, me empecé a poner un poco nervioso. Lo que hizo después me descolocó aún más, ya que comenzó a restregar sus pechos contra mi cuerpo, pero de una forma deliberada... Me di cuenta de que Rocío estaba juguetona, no era idiota, pero me pareció raro porque ella no era de tomar la iniciativa...
—Ro. —la llamé, y esperé a que levantara la cabeza. Cuando lo hizo, lentamente acerqué mi cara a la suya y la besé. Fue un beso suave, el típico beso que se dan dos personas que se aman. Yo le acariciaba la cara y la miraba fijamente a los ojos, me parecía una escena hermoa. Pero entonces Rocío me devolvió el beso y redobló la apuesta, me abrazó por la nuca y me apretó contra ella. Sus labios prácticamente se comían a los míos, era el beso más apasionado que nos habíamos dado nunca. En la puta vida me hubiese esperado esa reacción de mi muñequita de porcelana, a la que yo solía trata con delicadeza por miedo a que se enfadara, pero cuando la vi tan desatada, no pude evitar liberarme yo también. Por eso, lo siguiente que hice fue ponerla boca arriba sobre la arena y subirme encima de ella. Ahí fue cuando metí la mano por debajo de la parte alta de su bikini y restregué todo mi paquete contra su vientre, todo esto sin dejar de besarla un segundo. Ella mientras tanto seguía abrazada a mí, no me soltaba ni un segundo... Y entonces llegué a mi límite...
—Ro, quiero hacerlo... —dije muy agitado.
—¿Eh? Espera... ¿ya? ¿Tan rápido? —me respondió, pero no entendí lo que quiso decir con eso.
—¿Tan rápido? ¿Qué dices?
—Quiero seguir así un rato más... Sigue besándome...
—¿Para qué? No sé si voy a poder seguir aguantándome, Ro... Además, mira la hora que es... —era verdad, el tren de vuelta pasaba en media hora.
—No sé... ¿Has traído preservativos?
—No... Pero yo controlo, no te preocupes por eso.
—No, Benja... Los dos sabemos que no controlas... —ahí tenía razón ella.
—¿Entonces qué? ¿Lo dejamos así? ¿Sin más? —dije mientras me incorporaba.
—¿No podemos simplemente seguir besándonos? —respondió ella sentándose también.
—Sí que podemos, princesa... Pero esto de aquí duele bastante... —le dije señalándome al bulto que tenía entre las piernas.
—No te muevas, quédate así como estás —me pidió mientras se levantaba y se sentaba encima mío. Lo siguiente que hizo fue empezar a restregar su entrepierna contra mi paquete.
—¿Rocío? —salté sorprendido, pero me calló inmediatamente con un beso. Me tenía sujeto por el cuello y sus caderas se movían a una velocidad endiablaba. Entonces decidí participar yo también. Agarré su culo con ambas manos y la ayudé a moverse más rápido si se podía. Rocío gemía muy alto, prácticamente gritaba, y si bien yo estaba en la gloria, me dio un poco de miedo que pudiéramos llamar la atención de quienes estuviesen por la zona a esas horas, así que decidí que era hora de terminar—. Ro... No puedo más, voy a ensuciar el pantalón...
—No... espera... por favor... —decía entre suspiros. Pero yo no tenía ganas de dejar toda mi ropa perdida... Así que la bajé de encima mío, me bajé el bañador, y me corrí en la arena.
Había sido todo demasiado surrealista, yo no tenía ni idea de que Rocío tenía un lado tan fogoso como ese. Me dio mucha rabia no poder continuar un rato más, pero entre que no quería perder el tren y que tampoco quería volver a casa hecho un Cristo, lastimosamente tuve que apresurar las cosas...
—Lo siento... —atiné a decir al verla tirada en la arena con cara de desconcierto. No me respondió, simplemente recogió todas sus cosas y se fue directo a las duchas que había ahí en la playa. No sabía por qué estaba enfadada, pero tampoco tenía tiempo de pensarlo, que todavía teníamos que llegar a la estación. Recogí mis cosas yo también y fui tras ella.
En el viaje de vuelta a casa no dijimos nada. Yo seguía sin entender su enfado, y al no hacerlo, me fui cabreando yo también, porque yo había hecho ese pequeño viaje por ella, y así me lo pagaba, con indiferencia. Cuando llegamos a casa, yo me di una última ducha, me cambié, y me fui directamente al trabajo... Ella, por su parte, se encerró en la habitación desde que llegamos y ni "adiós" se molestó en decirme.
—Pues vale... —sólo pude decir al salir por la puerta.
Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 20:10 hs. - Rocío.
—¿Rocío? ¿Se puede?
—¿Qué quieres?
—¡Epa! Voy a entrar... ¿Qué te pasó?
—Tú mejor que ni te acerques a mí... que no me olvido lo que me hiciste antes.
—¿Lo del beso? Pero si fuiste vos la que me preguntaste cómo tenías que hacer para entrarle...
—¡No te sientes en mi cama! ¡Vete de aquí!
—¡Eh! Calmate, viejo. ¿Qué carajo pasó?
—No te importa... ¡Y no me toques!
—Shh... Vení para acá, dejá que te abrace...
—No quiero que me abraces... Quiero dormirme y no despertarme más...
—Shh... Tranquilizate... Contame lo que pasó...
—Suéltame...
Pero finalmente terminé contándoselo. Estaba demasiado triste como para permitirme rechazar una muestra de afecto, por más que proviniera del único tipo que no tenía ganas de ver en ese momento.
—¿Sabés por qué pasó eso? —dijo todavía abrazado a mí—. Porque para él es algo normal.
—¿A qué te refieres?
—A él no le importa una mierda si llegás al orgasmo o no porque nunca te mostraste disconforme.
—Pero...
—Decime una cosa, ¿qué hacés normalmente cuando te hace eso?
—Me termino calmando en el lavabo, pero nunca le di mucha importancia... —le contesté con toda naturalidad. Me estaba sorprendiendo a mí misma.
—Perdoname, pero deberías, chiquita, deberías. El hombre tiene el deber de satisfacer a su mujer en todo momento, y eso se aplica en la cama también. Un hombre que después del acto sexual, queda contento solamente él, es un hombre bastante lamentable —dijo sin tapujos.
—Si vas a insultar a Benjamín, será mejor que te vayas, porque no quiero oírlo —le respondí enfadada, a la vez que me liberaba de su abrazo.
—No lo estoy insultando, porque es evidente que para él no es algo malo. La culpa es tuya —concluyó.
—¿Mi culpa? ¿Por qué?
—Ya te lo dije, porque nunca te mostraste disconforme... Te lo vuelvo a repetir, todavía estás muy verde...
—Suficiente, vete de aquí —dije señalándole la puerta.
—Está bien, pero pensá en lo que te dije, no es normal que te dejen a medias y vos ni siquiera protestes —me dijo mientras se levantaba.
—Tú antes lo has hecho y de eso no dices nada... —dije con la boca pequeña.
—¿Dijiste algo?
—No.
—Bueno. Si no te importa, tengo una cena que preparar. Voy a hacer pizza hoy, no tengo muchas ganas de cocinar, la verdad. En una hora o por ahí te llamo.
—Vale...
Me estaba empezando a hartar de su arrogancia, de que nos insultara a Benjamín y a mí cada vez que le contaba algo. "¿Quién se cree que es?", pensaba mientras acariciaba a Luna, que había pegado un salto a la cama y se había acurrucado a mi lado.
A pesar de que la cosa no había terminado del todo bien, estaba contenta porque al fin había logrado tomar la iniciativa con Benjamín. Sabía muy bien que nuestra vida sexual no cambiaría de un día para el otro, pero pasos como el que había dado esa tarde iban a acelerar mucho el proceso. El único problema era que había estado muy borde con él cuando en el trayecto de vuelta a casa, pero es que no pude evitarlo, haberme quedado con las ganas dos veces en un mismo día me había puesto de muy mal humor.
Entonces, de repente vino a mi cabeza la imagen de Alejo lamiéndome ahí abajo, y luego recordé el momento en el que Benjamín me empujó de su lado y terminó eyaculando en la arena. No podía evitar hacer comparaciones, de como uno antepuso mis necesidades a las suyas y de como el otro, por el contrario, se desentendió de mí completamente. También me acordé de que no habíamos llevado preservativos, que fue el motivo por el cual no terminamos haciendo el amor en la playa, y de la cara de decepción que puso cuando pensó que lo iba a dejar con el calentón... "¿Y si se esperaba otra cosa?" pensé. Y, entonces, otra de las preguntas inoportunas de Alejo me vino a la mente...
"¿Alguna vez se la chupaste a Benjamín?"
Me tapé la cara con la almohada y empecé a hacer la croqueta en la cama, provocando que Luna pegara un brinco del susto que la tiró al suelo. "¿Es eso lo que quería Benjamín?". Nunca me lo había planteado, la verdad, siempre había pensado que nuestra vida sexual estaba bien como estaba, además me daba mucha vergüenza pensar en eso, y un poquito de asco también... "¿Por qué tendría que hacer eso? Además, él nunca me lo pidió..."
Pero no quise seguir dándoles tantas vueltas a las cosas, porque pasaba de creer algo a pensar absolutamente todo lo contrario en segundos. Me estaba haciendo muy mal comerme tanto la cabeza. Por eso decidí que dejaría de hacerle caso a Alejo y seguiría con el plan que había puesto en marcha esa tarde. Un mísero orgasmo no se iba a interponer entre mi amado y yo.
—¡A comer! —gritó Alejo desde la cocina cerca de media hora después de haberse ido. Había tardado menos de lo que esperaba, no me había dado tiempo ni de cambiarme.
No tenía ganas de ponerme ropa incómoda, y como ya no tenía por qué andar de recatada delante de Alejo, decidí que me pondría lo que me diera la gana. Así que me quité el sujetador y me puse un camisón color azul celeste que hacía mucho que no usaba. Me hacía un escote bastante revelador y sólo llegaba hasta medio muslo, pero no me importaba, pensé que sería otra buena forma de practicar el perder la vergüenza.
Cuando llegué al salón, Alejo ya estaba con medio pedazo de pizza en una mano y una botellín de cerveza en la otra. Me causó mucha gracia su reacción al verme, porque se quedó boquiabierto y pedazos de comida se le empezaron a caer de la boca. Me hizo acordar mucho a las caras que ponía Benjamín cuando nos íbamos a acostar por las noches.
—¿Qué pasa? —le pregunté con total naturalidad.
—No, nada... —dijo volviendo a fijar su mirada en la tele.
Me la pasé muy bien durante la cena, se notaba que Alejo estaba nervioso. Me gustaba ver como su lado arrogante se hacía a un lado para dar lugar al de cachorrito asustado. Notaba que no me sacaba la mirada de encima cada vez que creía que no lo estaba mirando, pero yo estaba atenta a todo.
—No te creas que no me voy cuenta de lo que estás haciendo —dijo.
—¿Eh? ¿De qué estás hablando? —pregunté haciéndome la desentendida.
—Sí, vos hacete la boluda, pero después no te quejes cuando pierda el control.
—Eres inofensivo —le dijo con un aire chulezco—. No te atreverías a tocarme...
—No me pongas a prueba, gatita.
No daba crédito a lo que acababa de decir. Había retado abiertamente a Alejo a que me asaltara sexualmente... Enseguida creí que debía serenarme un poco, que así no era yo normalmente. Pero cuando me iba a levantar para irme un rato a mi habitación...
—¿Me acompañas? —me dijo de repente y ofreciéndome una cerveza.
—No soy de beber cerveza, lo siento —le respondí negando con ambas manos.
—Dale, boluda, es por hoy nada más.
—¿Por qué tanto interés de pronto? —pregunté con desconfianza.
—Jaja, porque siempre es más divertido tomar con un amigo.
—No sé... Quería irme un rato a la habitación a leer... —intenté rechazarlo, pero el chico era insistente.
—¡No me irás a dejar solo! ¡No son ni las diez de la noche todavía! ¡Dale, copate!
—Es que... —dudé. En realidad era mi culpa, porque yo lo había incitado a eso. Sabía que en realidad quería emborracharme para que cayera de nuevo en su red.
—Dale... Una sola y después te vas... —insistió, incluso me hizo ojitos.
—Mmmm... Bueno, vale, pero una sola —terminé accediendo. Pensé que por una cerveza no tenía que pasar nada raro.
—¡Yeah!
Pero una sola un cuerno, fueron cayendo una tras otra hasta que vaciamos la reserva de doce botellines de Benjamín. Y, nuevamente, terminamos sentados en el sofá, riéndonos de tonterías y mirando la televisión, cosa que ya se había hecho costumbre en nosotros. Y no tendría nada de malo, de no ser porque esas veladas siempre concluían de forma poco normal.
De la nada se hicieron las doce de la noche, pero nosotros hace rato que estábamos tranquilos. Yo ya me había olvidado que en realidad conocía las verdaderas intenciones de Alejo, y hasta ahí estaba todo bien. Pero todo cambió cuando se me acercó y pasó su brazo por detrás de mí, porque yo le devolví la cortesía apoyando mi cabeza sobre su pecho y lo siguiente que recuerdo es que la mano con la que me estaba abrazando, ahora estaba dentro de mi camisón jugando con mi pezón mientras nos besábamos apasionadamente. De verdad, no sé en qué momento terminamos de esa forma, pero de lo que sí estoy segura, es que estaba demasiado excitada como para poder resistirme a él.
—Alejo... —suspiraba entre beso y beso. No quería separarme de él, quería siguiera besándome hasta que no pudiéramos más. Pero él tenía otros planes, porque bajó los tirantes de mi camisón y se lanzó a devorarme los pechos al igual que lo había hecho la noche anterior. Lo hacía con desesperación, como temiendo a que fuera a escaparme en cualquier momento, pero no me dolía, estaba claro que sabía cómo tratar a una mujer. Luego me apoyó contra el sofá, dejándome boca arriba, y metió una de sus manos en mi braguita... Y entonces empecé a gemir, estaba radiante, por fin iba a recibir el premio que me habían estado negando todo el día... O al menos eso pensaba...
—Rocío... Ya es hora de que des el siguiente paso... —dijo susurrándome al oído. Acto seguido, se puso de pie, y, ante mi absoluta sorpresa, se bajó los pantalones con los calzoncillos incluidos. Quedé hipnotizada, pero no por lo que tenía delante, sino por lo que acababa de ocurrir, porque me esperaba que sucediera cualquier cosa menos eso. Era la primera vez que la veía, ya la había sentido, pero no la había visto. Entonces se volvió a sentar a mi lado, me volvió a besar un largo rato, y finalmente se puso cómodo en el sofá dejando a mi disposición su miembro erecto.
—Ale...
—Empieza, por favor...
Lo siguiente que recuerdo es que cerré los ojos, tomé aire y...