Las decisiones de Rocío - Parte 30.

Los verdaderos protagonistas.

Sábado, 25 de octubre del 2014 - 13:00 hs. - Cecilia.

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Tras ver cómo el coche en el que se marchaban Benjamín y su amigo se perdía en el horizonte, Olaia y yo nos sentamos en las escaleritas de la entrada de mi casa para disfrutar un rato de la fresca brisa otoñal que nos ofrecía aquella tarde de octubre. La mañana había sido demasiado movidita y ambas estábamos de acuerdo en que nos venía de lujo relajarnos un ratito antes de la barbacoa que habían improvisado Lin y Teresa en un repentino y espontáneo ataque de amistad extrema. Porque claro, se les había metido en la cabeza que yo me que había quedado hecha polvo "por culpa del tío ese" y querían hacer algo para quitarme "esa cara de amargada".

Y, bueno, teníamos permiso para distraernos un rato antes de que nos llamaran a almorzar. Me hubiese gustado hacerlo sola, pero Olaia estaba empeñada en quedarse conmigo.

—Gilipollas —fue lo primero que salió de los labios de Olaia una vez nos acomodamos en el sitio.

—Yo también te quiero —le respondí, sonriente, justo antes de coger la manita que le colgaba encima de su rodilla.

—Todavía no me creo que no le dijeras nada —añadió, rápidamente, aceptando mi caricia y apresando mi mano con sus blancos deditos.

—No empecemos de nuevo, Olaia.

—Es que me da mucha rabia.

—Pues te jodes.

—No, te jodes tú, que eres la que lo va a perder.

Sabía muy bien por dónde iban a ir los tiros el resto del día. Ya me lo habían dejado claro antes en mi habitación. Pero tampoco pensaba batallar demasiado. Olaia siempre había sido la típica persona que cuando toma un camino, ella sigue aunque el camino se acabe. Era un caso perdido. Por eso, lo mejor que podía hacer era asentir a todo y evitar entrar en sus provocaciones.

—Que sí, Olaia... Que vale.

—Para una vez que te pillas en serio por alguien... Es que eres tonta, en serio.

—De acuerdo...

—No me lo desmientes —sonrió con suficiencia, formando así una de sus típicas muecas cuando cree que te ha pillado.

—Tampoco te lo confirmo.

—Porque sabes que no es necesario. Se puede ver desde Australia. No por nada te llevaste esa bronca antes en tu habitación. ¿Hacía cuánto que no nos poníamos las tres de acuerdo en algo? Pues imagínate lo evidente que debe verse.

—Que sí, Olaia —asentí de nuevo, dando un leve volteo de ojos—. Estoy pilladísima por él. En dos días me ha dado tiempo de enamorarme como nunca lo había hecho en mi vida.

—Ríete todo lo que quieras, pero en esos dos días he visto en ti cosas que no había visto en todos estos años de amistad. Igual no llega a ser amor, pero que estás coladita por él, lo estás.

—Que sí, tía. Que sí.

Sin embargo, Olaia también era esa clase de persona que no se contentaba con seguir el camino sola, siempre buscaba y no paraba hasta encontrar la manera de arrastrarte con ella a ti también. Y, si bien mi intención era seguirle la corriente hasta que se aburriera y me dejara tranquila, ella sabía bien qué puntos tocar para sacarme de mis casillas.

—Sólo quiero saber por qué no le dijiste nada.

—Qué pesada que eres... ¿Podemos hablar de otra cosa?

—¿Puedes responderme sólo a eso? —insistió, a pesar del esfuerzo que hice para que mi cara de hartazgo fuese lo más evidente posible.

—¿Pero qué querías que le dijera, Olaia? Es que joder, tía, qué puta plasta que eres.

—¡Pues que lo ibas a esperar, cojones! ¡Que te lo habías pasado de puta madre con él y que querías repetir!

—¿Y a ti te parece normal que yo le diga eso cuando el tío está debatiéndose entre dejar o no a la novia?

—¡Claro, subnormal! ¡Así le das un aliciente más para que la mande a tomar por el culo!

—¡Déjame en paz ya, pesada!

Y, claro, ganarle una batalla de desgaste a Olaia era misión imposible. Al final, por más decidida que estuviera a pasar de ella, siempre terminaba enredándome. Porque yo también tenía mis dudas con respecto a lo que había sucedido con Benjamín. Por supuesto que las tenía. ¿Cómo no las iba a tener? Pero eran sólo eso, dudas. Dudas que no quería resolver ni en ese momento ni a la semana siguiente. Dudas que no me importaba si se terminaban perdiendo para siempre en el olvido. ¿Qué sentido tenía preocuparme por ello? Si ese tío en ese instante iba de camino a solucionar las cosas con su novia. Porque sí, pensar en otro final para aquella historia no tenía ningún sentido. Ya me había hecho a la idea de ello. No valía la pena gastar energías preocupándome por algo en lo que yo sólo era una mera actriz de reparto. En algo que se escapaba totalmente de mis manos. En algo en lo que lo sucedido conmigo no tendría ningún tipo de relevancia.

Y, sin quererlo, terminé dejando que todos aquellos pensamientos me afectaran mucho más de lo que me hubiese gustado. Tanto, que Olaia logró darse cuenta con un simple vistazo a mi ahora compungido rostro.

—¿Qué te pasa? —dijo ella entonces, agachando la cabeza y buscando mi mirada. Mirada que se había perdido en el vasto cielo durante algún momento de la conversación.

—¿Eh? —reaccioné, con un corto pero rápido movimiento de cabeza—. No, nada.

—¿Cómo que nada? ¿A qué viene esa cara de cachorrito abandonado ahora?

—¿Q-Qué? En serio, Olaia, estás empezando a ver cosas que...

—Mírame a la cara —me interrumpió, obligándome a girar el rostro con un suave movimiento de su mano sobre mi mentón—. Eres como una hermana para mí. Que me parta un rayo ahora mismo si todo esto no te está amargando por dentro.

—Joder, Olaia... —suspiré—. Eres peor que un grano en el culo.

—¿Me vas a decir qué es lo que te pasa o no?

—Pero si me prometes que allí dentro te pondrás de mi lado cuando las otras dos subnormales me avasallen con las mismas tonterías. Bastante tengo contigo ya.

—¡Palabra de honor!

—Vale...

Sin la intención de dramatizar en exceso, le conté un poco por encima lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. Eso sí, maquillándolo lo suficiente como para que no salieran demasiadas preguntas al respecto. O al menos eso fue lo que intenté, porque con Olaia se necesitaban kilos y kilos de maquillaje para que no se diera cuenta de las cosas.

—¿Actriz de reparto? —rio, muy graciosa ella—. No tienes ni puta idea de lo que dices.

—Pues es la verdad. Y es mejor que siga siendo así.

—Que no, Cecilia —insistió—. Te digo que no tienes ni puta idea de lo que dices.

—Qué pesada que eres. Que tú no estabas ahí cuando lo pillé llorando mirando los mensajes de su novia...

—¿Y qué pasa con eso?

—Pues eso, joder... que cuando me acerqué a consolarlo... no sentí ni un poco de reciprocidad.

—¿Cómo que reciprocidad? Habla más claro.

—No sé... es difícil de explicar. Cuando nos acostamos la primera noche, tenía más que claro que el tío necesitaba un desahogo. O sea, los dos lo necesitábamos. En plan de que yo sería su polvo de una noche y él el mío, ¿me sigues? Pero, claro, después de pasar un día entero con él, después de tantas caricias, tantos mimos, tantos roces adrede... Pues, no sé... lo empecé a ver con otros ojos. No sé si tanto como para decir que llegué a pillarme por él, pero sí que... no sé, como que empecé a sentir cosas... cosas agradables.

—Sigue, sigue —se motivó, mucho más animada de lo que me hubiese esperado.

—Bueno, y... cuando lo vi ahí... tan hundido, tan desolado, llorando y gritándole a la pantalla del móvil... te juro que el cuerpo se me movió solo. Tenía que consolarlo, tenía que hacerlo... no podía dejarlo así. Pero era sólo eso, consolarlo... Nunca esperé que me entraran esas ganas tan fuertes de ocupar el lugar de su novia, aunque fuera por un instante... Nunca esperé que me entraran tantas ganas de dar un paso más con él tan pronto...

—Ceci...

—Y, cuando nos comenzamos a besar, durante un instante pensé que... quizás sí. Que quizás sí que podíamos ir un poco más allá, ¿sabes? Que quizás esta vez sí que podía haber encontrado al... pues...

—¿Al...?

—Pues... —suspiré—, ¡al indicado, cojones! Incluso me prometió que solucionaría sus problemas con su novia. O sea, ¿cómo iba a tomarme aquello sino como una petición expresa para que lo espere? Me emocioné mucho, tía. No sé por qué, pero me emocioné mucho.

—Porque estás coladita por él, Cecilia. No sé ni cómo ni por qué sucedió esto en tan poco tiempo, pero sucedió.

—No lo sé, joder... No lo sé...

—Lo que no entiendo es por qué dices que no sentiste reciprocidad, si me estás contando todo lo contrario.

—Porque... —volví a suspirar—. Igual te parece una niñería... pero es que era un momento tan romántico... pero tan romántico... que no me esperaba que...

—¿Que...?

—...que a los dos minutos ya me pusiera mirando para Cuenca...

Nada más terminar de decir la frase, la gilipollas de Olaia se echó a reír como si la estuviesen masacrando a cosquillas. Esa subnormal siempre había tenido la sensibilidad en el fondo del coño. Por eso no me extrañaba que llevara tanto tiempo sin novio.

Obviamente me enfadé.

—¡Vete a tomar por el culo! No te cuento nunca más nada.

—¡P-Pero, Cecilia! Ay... Qué risa, me cago en todo lo que se menea.

—¿Por qué no me callaré? No aprendo más...

—¡Que no, gilipollas! Si es que no tienes ni puta idea...

—Tú sí que no tienes ni puta idea. Te estoy abriendo mi corazón, anormal. En ese momento en lo último que estaba pensando era en follar, pero el tío no tardó nada en tumbarme sobre el sofá y bajarme las bragas. O sea, volvió a parecer el del primer día, el que sólo necesitaba desahogarse...

—Pero bien que te lo follaste, guarrilla —volvió a reír.

—¡¿Y qué cojones querías que hiciera?! Si es que encima me miró con esa carita que...

—Vamos, que te puso a ti también como una moto.

—Sea como sea —carraspeé—. Yo estaba ahí, y lo viví en primera persona, Olaia. Benjamín lo único que necesitaba era alguien que le devolviera la confianza para poder enfrentarse a su novia, y resultó que justo yo pasaba por ahí. Punto pelota.

—Pues no tienes ni puta idea.

—¡Que dejes de decirme eso, coño ya! —exploté y me puse de pie—. A ver, ilumíname, maestra de la verdad. ¿Se puede saber por qué no tengo ni puta idea?

—Porque me habría dado cuenta yo también.

—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber por qué? Si tú apareciste para interrumpirnos el polvo nada más. Tú no estabas cuando pasó todo aquello.

—Y tú tampoco estabas cuando le solté el ultimátum.

—¿Qué?

Mi cara debió ser un poema, porque Olaia amagó con echarse a reír de nuevo antes de endurecer el gesto de una forma muy antinatural.

—¿Que hiciste qué, Olaia? —volví a preguntar, fulminándola con la mirada.

—Lo que has oído. Le di un ultimátum y...

—¿Un ultimátum de qué tipo? ¡Olaia, me voy a cagar en tus...!

—Que te calmes, gilipollas. Sólo le dije que desapareciera de tu vida si no sabía qué cojones hacer con la suya. Y el caso es que...

—¡No me puedo creer que hayas sido capaz de algo así! ¡En serio! ¡De verdad! ¡Siempre me haces lo mismo! ¡Igual hiciste con lo de tu hermano! ¡Nunca puedes cerrar el maldito hocico! ¡No! ¡La señorita tiene que meter las narices en todos lados! ¡¿Y ahora cómo leches voy a mirarlo yo a la cara la próxima vez?! ¡Normal no tenga novio yo tampoco, si nada más conocer a las energúmenas que tengo como amigas salen todos espantados!

—¿Has acabado? —preguntó de pronto, sin descruzar las piernas y sin alterar ni una pizca ese gesto de aburrimiento que no me estaba gustando nada.

—¡No! ¡Sí! ¡No lo sé! ¡Vete a la mierda, yo me voy de aquí! —grité, histérica ya.

—¿Te vas a ir sin preguntármelo?

—¡¿Sin preguntarte el qué?

—Pues lo que me respondió...

—¡Pues no, no quiero saberlo!

—Pues nada —dijo, y se puso de pie—. Ahí te quedas.

Antes de que pudiera poner un pie sobre el segundo escalón de la entrada de mi casa, la cogí de una manga y tiré de ella hacia atrás.

—No sabes cuánto te odio ahora mismo, pelirroja maldita —dije, al fin, tras un breve suspiro y con un odio en la mirada que, sin llegar a ser del todo legítimo, habría puesto a correr a más de uno—. Dímelo.

—No era tan difícil, ¿verdad? —rio ahora—. Pues básicamente no tienes ni puta idea porque el tío me dijo, con total y absoluta sinceridad, que no quiere desaparecer de tu vida, tonta del culo.

Pues no, eso sí que no me lo esperaba. Si había algo de lo que estaba segura, era de que en la cabeza de Benjamín sólo había lugar para su novia. Por eso, aquello me dejó completamente descolocada. Tan descolocada que no supe qué responder ni cómo reaccionar. Tan descolocada que no pude evitar que mi cerebro se pusiera en marcha y comenzara a maquinar por sí solo... Y, como resultado de ello, mi cara debió cambiar tanto que provocó que la pelirroja de los huevos se pusiera a reír como una puta loca de nuevo.

—¡Y luego dices que no estás pillada por ese tío! ¡Mírate, joder! ¿Son lágrimas eso?

—¡Que te calles, imbécil! —dije, limpiándome lo más rápido que pude.

—Ven aquí, tonta —volvió a reír, acercándose y volviéndome a coger el mentón con un par de deditos—. Es cierto que lo vi más interesado de lo que me hubiese imaginado en un principio, pero cautela, ¿vale, reina? Que nada está dicho todavía. El chaval este tiene un cacao importante en la cabeza y ni tú ni yo, ni siquiera él mismo, sabemos cómo va a terminar todo esto. Por eso, calma, que puede que sea posible enamorarse de alguien en dos días, pero desenamorarse... lleva un poco más de tiempo.

Y, sin esperar una respuesta, Olaia me regaló uno de los abrazos más fuertes y llenos de amor que jamás me había dado. Me apretó con tantas ganas que no pude más y dejé salir todas esas lágrimas que llevaba ahorrando desde mi desastrosa despedida con Benjamín. Y me quería morir por no haber sido capaz de decirle que lo quería esperar, que me había gustado muchísimo pasar tiempo con él y que quería seguir conociéndolo todavía más. Me quería morir por haber sido tan testaruda, tan orgullosa, tan gilipollas de no haber hecho caso a mi corazón por culpa de esa estúpida sensación de inferioridad con respecto a su novia. Me quería morir por no haber sido capaz de dar un paso que él sí se atrevió a dar asegurándole eso a Olaia. Me quería morir por el sólo hecho de pensar que todavía seguía teniendo una oportunidad con él a pesar de haber sido tan subnormal.

—Ya está, tontita...

Olaia siguió abrazándome y no me soltó hasta que logré calmarme. Momentos así con ella, tan íntimos y fraternales, los podía contar con una sola mano. Y, en menos de dos días, había tenido el honor de disfrutar de dos de ellos. Me sentía muy feliz de tener una amiga como ella a mi lado en ese momento de mi vida, por más ganas que tuviera de asesinarla la mayoría de las veces.

—Deja de llorar, boba —me dijo entonces, intentando ocultar con un rápido movimiento de cabeza el hecho de que ella también se había puesto sentimental.

—Lo mismo te digo, gilipollas —respondí yo riendo, mientras me limpiaba las lágrimas de las mejillas sin ningún tipo de vergüenza.

—¡Calla! Y vamos dentro, que ya debe estar todo listo.

—Pero todavía no nos han llamado.

—Me la suda. Ya empiezo a tener frío.

—Pues venga, vamos —respondí, ya mucho más calmada.

—Ah, por cierto... Casi se me olvida —dijo la pelirroja de golpe—. No quiero decirlo delante de esas dos, pero... ¿qué era lo que te hacía aullar como una guarra mientras follabas con ese tío?

—¡Olaia! ¡¿Qué cojones estás di...?!

—Porque pude echarle un vistazo a su... 'tema' y no me pareció nada del otro mundo.

—Al final te vas a llevar una buena torta, ¿sabes? Venga, tira para dentro.

—¡Pero dímelo! Me pica la curiosidad el saber por qué la tía de "el tamaño no sólo importa, es lo más importante" se vuelve loca por algo tan... ya sabes.

—Eres una puta cerda, Olaia —suspiré—. No, no es la más grande que he catado, pero el tío la sabe utilizar muy bien. Mejor de lo que te crees.

—Vaya, vaya... Es increíble lo que puede cambiar una persona en tan sólo dos días...

—¡Vete a la mierda! Si tan pequeña te pareció, ¿por qué no se lo dijiste cuando se burló de tus tetas? —le pregunté, justo antes de meter las llaves en la cerradura.

—Porque me parecía demasiado bajo contestar con algo así a un acto tan tierno... ¿Tú viste lo cuqui que estaba el cabrón haciéndose el machito dominante sólo para defenderte? Debo reconocer que me puso un poco cachonda a mí también.

—¡Que te calles ya! —dije, esquivando la mirada a toda leche, sintiendo como viejos calores me volvían a subir por todo el cuerpo.

—Además...

—¿Además qué?

—Pensaba vengarme de una manera mejor... Y al final lo terminé haciendo.

—¿De qué manera?

—¡Ah, es un secreto! —gritó, y se metió dentro de casa haciendo girar ella misma las llaves.

—¡Olaia, dime qué hiciste!

—¡Flipas! ¡Ahí te quedas, pringada!

—¡Olaia!

A carcajada limpia y con todo ya más que hablado, fui al encuentro de mis otras dos amigas del alma ya mucho más relajada. Nos esperaba una tarde de risas, gritos, insultos y ataques sin sentidos, como tantas otras que habíamos tenido en el pasado. Porque así éramos nosotras: huecas, locas y revoltosas... Pero, ante todo, inseparables.

Y... ¿sobre Benjamín? Bueno, ya me encargaría de Benjamín en otra ocasión... O en otro libro.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 13:00 hs. - Sebastián.

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Apenas se hicieron las trece en punto en el reloj de esa cueva maldita, que para mí era más una prisión que una oficina de trabajo, salí pitando con mi mochilita hacia la cafetería de mi planta. Tenía media hora para mí, para disfrutar de mi almuerzo y de un rato de paz y tranquilidad. Nada de papeles, nada de e-mails, nada de fotocopiadoras ni grapadoras. Y, por sobre todas las cosas, nada que tuviera que ver con el anormal de Benjamín.

Feliz, contento y con una sonrisa de oreja a oreja, abrí mi mochila y saqué un bocadillo que no debía medir menos de cuarenta centímetros de largo y unos diez de ancho. Adentro tenía queso cheddar en lonchas, lechuga, tomate, beicon, cebolla y mucha, mucha mayonesa. Esta vez me había esmerado sabiendo el día de mierda que iba a pasar. Por eso, sin muchos más preámbulos, quité el papel de aluminio que envolvía su gorda cabeza y me dispuse a dar el primer y tan ansiado mordisco.

—¡Sebastián!

Una vocecita bastante molesta y nada, pero nada angelical, hizo que mi cabeza retumbara de arriba a abajo y de izquierda a derecha, pues había gritado mi nombre no muy lejos de lo que significaba la distancia de toda la extensión de mi bocadillo, entre su boca y mi oído derecho.

No iba a tener paz nunca. Nunca.

—Calma, Clara... Déjame a mí —dijo una voz mucho menos aguda, pero tan molesta como la primera. Cualquier voz me hubiese resultado molesta en ese momento.

—¿Que me calme? ¡Que el imbécil este está comiendo aquí tan tranquilo cuando están a punto de echar a su mejor amigo!

—¡Que te calles, que yo me encargo! Sebastián...

—Antes que nada —arranqué sin pararme a escucharla—. Luciano no me coge el teléfono y Benjamín tampoco, ¿vale? Antes Luciano me llamó, pero no podía contestarle con el lío que tenía encima. Dicho esto, pueden ir tranquilizándose, que ya debe estar con él y viniendo hacia aquí.

—Joder... Pues ya han pasado casi tres horas —respondió Lulú.

—Da igual —dije yo, quitándole más hierro al asunto—. Tenemos tiempo hasta las diez de la noche, ¿no? Pues eso.

—¡¿Y te quedas tan tranquilo?! —volvió a saltar la de la voz de pito—. Lourdes, no podemos confiar en este cretino. Tenemos que llamarlo nosotras.

—Pues, hala —dije, sin más—. Si no se puede confiar en mí, ya pueden irse a tomar por culo de aquí y dejarme comer en paz.

De repente, ante la atónita mirada de Lulú y mi tardía, a la par que impotente, reacción, en un arranque de furia, Clara me arrancó el bocadillo entero de las manos y lo lanzó hacia la papelera más cercana con la puntería digna de un base de la NBA. Hecho esto, cogió camino a la salida de la cafetería mientras me seguía dedicando lindeces de todo tipo.

El bofetón de antes me había dolido mil veces menos. Y no se me venía a la cabeza ninguna reacción posible que no acarreara mi eventual ingreso en la cárcel. Estaba muy, pero que muy hasta los cojones de todo. Y muy triste también.

—Puta niñata de los huevos —dijo Clara, bastante cabreada también—. Maldito el momento en el que me dejé llevar por sus tonterías. Toma, Sebas... cómprate otro. Avísame si sabes algo de Benja, ¿vale? Adiós.

Sin más, abandonó la cafetería al igual que su becaria, dejando delante de mí un billete de cinco euros que se suponía debía utilizar para suplantar mi majestuoso bocadillo de queso cheddar, lechuga, tomate, beicon, cebolla y mayonesa, por uno de jamón, queso y huevo calentado al microondas de esa apestosa cafetería que teníamos en la planta.

No sabía si iba a terminar comiendo o no, o si iba a terminar teniendo noticias de Luciano o no, lo que sí sabía, y muy pero que muy bien, era que la próxima vez que me cruzara a Benjamín, le iba a dar un puñetazo muy pero que muy fuerte en el centro de la cara.

—Uno de jamón, queso y huevo, por favor...

—Lo siento, amigo... El camión de suministros está llegando tarde hoy. Te puedo ofrecer un mixto ahora y vas que chutas.

—Juro que lo voy a reventar...

—¿Qué?

—Nada, nada... Ponme el mixto.

—Marchando.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 13:00 hs. - Benjamín.

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Bajé la ventanilla, me acomodé en el asiento y cerré los ojos dejando que el viento se estampara de lleno contra mi cara. No pude evitar sonreír, la paz mental que me envolvía en ese momento me obligaba a hacerlo. Y no sentía ninguna vergüenza por ello, pues todos esos miedos e inseguridades que tanto me habían atormentado aquellos días ya no estaban, habían desaparecido por completo. Me sentía una persona totalmente nueva y quería que todos los supieran. Incluido, por supuesto, mi mejor amigo.

—Increíble, ¿eh? —dijo Lucho entre risas, de repente.

—¿Qué cosa? —pregunté yo, con los ojos todavía cerrados.

—Hace dos días parecía que te ibas a suicidar y hoy estás ahí, sonriendo como un gilipollas mientras te da el viento en la jeta.

—Chúpamela, Lucho —reí, sin moverme ni un centímetro.

—Que te la chupe alguna de esas guarrillas que tienes meneando la colita por ti, cabronazo. Buenos festines te darás cuando mandes a Rocío a tomar por culo.

Nuevamente, no pude evitar sonreír. Si Luciano daba por hecho todo eso era porque por fuera me veía igual de decidido que lo que yo me sentía por dentro. Era esa la imagen que quería transmitir de ahí en más. El Benjamín vulnerable y dubitativo debía desaparecer para siempre, el Benjamín al que todo el mundo le decía lo que tenía que hacer debía desaparecer para siempre, el Benjamín al que todo el mundo le decía cómo debía pensar y cómo tenía que sentirse debía desaparecer para siempre. Había llegado el momento de presentar al nuevo Benjamín; el que sabe lo que quiere, el que sabe lo que hace, el que no tiene miedo a equivocarse, el Benjamín que nunca más volvería a rendirle cuentas a nadie sobre lo que hace con su vida. Así me sentía, y así estaba listo para que todos lo supieran.

—Tú te ríes mucho, pero hueles un poco a pozo —dijo entonces, sacándome de mi ensimismamiento—. Vamos a pasar por casa para que te duches y que te cambies. No quiero que le des ninguna razón a la cerda esa para que te mire por encima del hombro.

—¿No tenías que volver rápido a la oficina? —pregunté, algo confuso, mientras me olfateaba disimuladamente bajo un brazo.

—Por media hora más no va a pasar nada. O eso espero.

—¿Seguro? No quiero que te metas en líos por mí.

—¿Y ahora te preocupas por eso? Cómeme los cojones, Benjamín.

—Que te los coma Teresa —reí—. ¡Ah, no! Que te mandó a tomar por el culo.

—¿Cóm...? —dijo, atragantándose con su propia saliva—. Me cago en tu puta madre. No sé si me va a gustar esta nueva versión vacilona tuya.

—Pues vete acostumbrando.

—Al final me vas a hacer cabrear, eh.

—Mira a la carretera, anda.

Entre risas, insultos y amenazas de partirnos la cara, continuamos con lo que sería el comienzo de mi viaje hacia el fin de todo.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 13:00 hs. - Rocío.

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No quedaba nada por decir ya, tampoco por hacer. Fueron las falsas esperanzas de una necia las que me hicieron quedarme dos días de más sufriendo bajo ese techo aun teniendo la decisión más que tomada. Un último encuentro con el amor de mi vida ya se había convertido en una mera utopía. Un último encuentro en el que pudiera explicarle todo, en el que pudiera hacerle entender el porqué de todas y cada una de mis decisiones ya no era más que el sueño lejano de una joven ilusa que nunca había terminado de entender cómo funcionaba el mundo. Esa despedida en el que podría ponerle fin a esa etapa tan feliz y bonita de mi vida ya no sería posible.

Por eso me encontraba ahí, en la entrada de la que ya no sería mi casa, sujetando mi maleta mientras esperaba a que Alejo terminara de alistarse.

—¿Tenés todo? —me preguntó.

—Sí... Creo que sí.

—Mirá que una vez salgamos de acá no volvemos más, eh. Te voy avisando desde ya.

—Que sí... Date prisa.

Así y todo, no dejaba de doler escuchar cosas como esa. En ese lugar había creado los recuerdos más bellos de mi vida. En cada rincón, hasta en el más recóndito de ellos, había señales de que allí había sido feliz. Sea donde fuere que clavara mi mirada, se me venía a la mente una imagen mía junto a él aprendiendo a convivir, aprendiendo a conocernos, aprendiendo a valorarnos y a tenernos. Tantas sonrisas, tantos abrazos, tantas caricias y mimitos... Tantas mañanas recogiendo el desayuno y dándonos ese beso de antes de irse a trabajar... Tantas noches esperándolo ilusionada para poder cenar juntos... Tantas tardes de tele acurrucados en el sofá... Tantas risas y fiestas en aquellas veladas con Noelia y sus borracheras... ¿Cómo olvidar todo aquello? ¿Qué ser humano en el mundo sería capaz de no valorar y atesorar tan buenos momentos? ¿Existía alguien así? ¿Existía alguien con el corazón tan frío y podrido?

Lo más probable era que sí. Y entre tantos así, con total seguridad, se encontraba Alejo Fileppi. Un individuo capaz de meterse en una casa y destruir todo lo bonito que hay en ella. Un tipo al que no se le movió nada por dentro cuando decidió romper una relación a base de engaños y mentiras. Un ser que no tuvo ningún remilgo en coger al eslabón más débil de una pareja y llevarlo a lo más bajo del pensamiento humano, a convencerla para que cometiera las traiciones más horrendas, a endulzarla para que cayera en la más básica e impura de las adicciones.

Y no, no pretendía quitarme culpas. Sabía perfectamente dónde radicaba mi responsabilidad en todo ello. Por eso mismo estaba tan convencida de que, por una vez en la vida, estaba siguiendo el camino correcto. Ya los errores estaban cometidos y el daño hecho. Sólo me quedaba intentar evitar que mis seres queridos siguieran sufriendo. Con mi partida, Noelia podría empezar a preocuparse por ella misma, por su carrera, por encontrar un novio o no, por ser feliz... Ya no tendría que volver a comerse la cabeza por las tonterías de su estúpida hermana. Sí, lo pasaría mal un par de días, semanas seguramente, pero a la larga lograría reponerse. Y Benjamín... un clavo quita otro clavo, ¿no? Ya llevaría bastantes días creyendo eso, seguramente desde que me encontró por segunda vez con Alejo. Y también le habría ayudado a darse cuenta de que no soy lo que creía, de que puede salir adelante sin mí. No le sería muy difícil encontrar alguien mejor que yo. Y, de todo corazón, esperaba que ya estuviera buscándola.

—Bueno, nos vamos a la mierda.

Aunque, si algo me dejaba tranquila de verdad, si algo ayudaba a que el dolor de mi alma fuera un poco más llevadero, era saber que Alejo no volvería a ponerle las manos encima a ninguna otra mujer mientras estuviera conmigo. No volvería a arruinarle la vida a nadie más con sus engaños y mentiras. Sí, su cara sería lo primero que vería al despertarme todos los días y a ojos de propios y extraños sería su mujer, pero era un castigo que estaba dispuesta a aceptar. Si así debía comenzar mi redención, estaba más que lista211122. Toda una vida junto al hombre que me privó de un futuro próspero y feliz junto al hombre que amaba, toda una vida junto a la persona que me arrancó de los brazos de Benjamín y me llevó con él hacia la última cueva del infierno. Esa sería mi condena. Y al mismo tiempo yo sería la suya. Alejo tendría que pasar toda una vida junto a una mujer que no lo ama, que lo detesta y aborrece. Toda una vida criando unos hijos que nunca quiso tener, que creyó que serían el marrón de otro. Toda una vida atado de pies y manos por la persona que él creía tener atada de pies y manos. Toda una vida maldiciendo el momento en el que decidió meterse en mi casa aquella noche del 26 de septiembre del 2014.

A esto nos había llevado mi ingenuidad, mi estupidez, mi inocencia... A esto nos había llevado el sentirme incapaz de renunciar a aquello que Alejo me daba. A esto nos había llevado el no poder visualizar una vida al lado de una persona que no podía ofrecerme aquello a lo que me había vuelto adicta. A esto nos había llevado mi paso de joven inocente a zorra verbenera. Pero ni él ni yo íbamos a salir impunes de todo aquello. Tanto Alejo como yo pagaríamos con creces todo el daño que habíamos hecho.

Pero...

Pero antes me quedaba una última prueba que superar...

Una prueba que... alteraría absolutamente todo.

—¿N-Noe...?

De la nada, y sin hacer ruido, mi hermana se abalanzó sobre Alejo y le plantó un beso como nunca había visto dárselo a nadie. Lo cogió por la nuca y se sumergió entre sus labios sin ascos ni ningún tipo de tapujos. En consecuencia, entre sorprendido y horrorizado, Alejo se la quitó de encima con un empujón que sólo consiguió apartarla unos pocos centímetros de él.

—¡¿Qué hacés, enferma de mierda?! —gritó, con la cara totalmente desencajada.

—Vamos a ver si es verdad que tienes tantos cojones cómo dices —le contestó Noe, con una tranquilidad sorprendente—. Ayúdame a entender a mi hermana y fóllame como nunca me han follado antes.

Una vez más, y sin esperar respuesta, Noelia empujó a Alejo contra la pared e intentó besarlo de nuevo. Pero en esta ocasión, él estuvo mucho más rápido y se escabulló de entre sus brazos, agachándose y pasando por debajo de ella, emulando lo que habría sido el movimiento de una cobra de verdad. Acto seguido, comenzó a escupir como si acabase de tragar un puñado de arena.

—¡Pfts, pfts! ¡Me diste algo, ¿no, loca de mierda?! ¡Me metiste veneno en la boca, ¿no?!

Fuera de sí, absolutamente ido, Alejo corrió hacia la cocina y pegó la boca al grifo como si llevara días sin probar una gota de agua. Y, para mi sorpresa, Noelia reía tranquila muy cerca de donde estaba yo, que seguía estupefacta junto a la puerta, sin saber cómo reaccionar o qué decir.

—¡¿Te reís, hija de puta?! —gritó Alejo de golpe y con los ojos inyectados en sangre—. ¡¿Vos querés que te mate?! ¡¿Es eso lo que querés?!

—¿Veneno dices, pedazo de subnormal? —respondió Noe, y luego me miró a mí—. ¿En serio este es el tío con el que piensas irte? ¿Este cerebro de mosquito? ¿Este cobarde de mierda?

—N-Noe...

—Mirá, putita de mierda —saltó de nuevo Alejo, acercándose con mucha decisión y con su dedo índice apuntando directamente a la cara de mi hermana. Me estaba empezando a asustar de verdad. Nunca había visto a Alejo tan enfadado—. Sé muy bien lo que estás intentando, pero no te voy a dar el gusto. Cuando vos viniste, yo ya fui y volví ochenta millones de veces, ¿me entendés? ¡Vámonos a la mierda de acá, Rocío!

Todavía algo asustada pero sabiendo que la cosa se podía poner muy fea si no me daba prisa, cogí mi maleta y me dispuse a abrir la puerta. Pero la mano de Noelia me frenó.

—Entonces sí —dijo, mirando a Alejo, todavía increíblemente tranquila pese a todo—, eres un puto cobarde. ¿Tanto miedo me tienes?

—¿Miedo? Por favor, no me hagas reír. ¿Qué miedo le voy a tener yo a una putita como vos? Lo que pasa es que en serio te creíste el verso ese de que yo soy un pelotudo descerebrado. Pero te equivocás, nena. Acá yo soy el más vivo de todos. Por eso estoy a punto de irme por esa puerta con tu hermana mientras el otro infeliz sigue llorando de bar en bar y de puta en puta porque la novia le puso los cuernos.

—¿El más vivo de todos? Pues yo creo que el más vivo de todos no dejaría pasar la oportunidad de follarse a una tía como yo.

—¿Y que después vayas a denunciarme por violación? ¿En serio te creés que puedo llegar a ser tan pelotudo?

—¿Q-Qué? —rio Noe—. ¿En serio tienes miedo de eso? Si quieres te firmo un papel con mi consentimiento.

—Metete tu consentimiento en el orto. Rocío, nos vamos.

Esta vez, fue Alejo mismo el que se adelantó para abrir la puerta. Pero Noelia volvió a interponerse en su camino, quedando su cara nuevamente a escasos centímetros de la suya.

—Correte —le dijo Alejo, apretando los dientes.

—Justamente eso es lo que quiero, correrme.

—No me obligues a...

Alejo se interrumpió a sí mismo y se quedó sin habla cuando vio cómo Noelia desviaba la mirada hacia su propio hombro y comenzaba a bajarse con mucha lentitud el tirante derecho de su vestido.

—¿Pero...?

Mientras su sujetador iba quedando a la vista de todos, mi hermana aprovechó el desconcierto y volvió a besar a Alejo mientras le ponía una mano en la entrepierna.

Y ya no pude aguantar más.

—¡Basta!

Como pude, y sin importarme ser la más pequeña de todos ahí, me metí en medio de los dos y cogí a mi hermana de los hombros.

—¿Qué estás haciendo, Noe? ¿Qué estás haciendo?

—Ya lo he dicho, Rocío, quiero entenderte.

—¡¿Entenderme?! ¡¿Pero qué coño dices de entenderme?! ¡¿Te has vuelto completamente loca?!

—Si estás dispuesta a tirar toda tu vida a la mierda por la polla de este tío, algo diferente tiene que tener. Y voy a probarlo para entenderte.

—¡¿Pero tú te estás oyendo, Noelia?! ¡Este tío me arruinó la vida, joder! ¡¿En serio piensas dejar que te la arruine a ti también?! ¡¿En serio piensas darle ese gusto?!

—Rocío... —suspiró ella, sin dejarse llevar por mi escandalera—. Mi vida dejó de tener sentido en el momento en el que decidiste pirarte con él. Sinceramente, ya no tengo nada que perder, ¿vale? Así que, por lo menos, voy a darme un gusto antes de que todo termine por irse a la mierda...

—Pero... Noelia...

—Además, hace tiempo que no echo un buen polvo —cerró, guiñándome un ojo.

No me lo podía creer, tenía que ser mentira. ¿En qué cabeza podía entrar semejante tontería? ¿Cómo cojones había llegado a esa conclusión? Y lo peor era que, más allá ciertos signos que demostraban que había estaba llorando, que me respondía con calma y sin darme una mísera muestra de que lo hacía desde el despecho o la tristeza. Estaba entera, Noelia hablaba en serio. De verdad quería follarse a Alejo.

Pero no, no lo iba a permitir. Sobre mi cadáver tendría lugar semejante atrocidad. Antes muerta que dejar que ese hijo de puta le pusiera las manos encima a mi hermana. Así que, visto que Noelia no daría su brazo a torcer por nada del mundo, la hice a un lado y cogí a Alejo con una mano y la maleta con la otra.

—Ya está, nos vamos. Venga, Alejo. Coge ya tus cosas...

Sin embargo...

—¿A-Alejo...?

Ni medio centímetro... Ni medio centímetro se movió del lugar cuando tiré de él. Y nada más mirarlo a los ojos, sentí miedo por primera vez estando con él. Alejo miraba a Noelia con una sonrisa tan siniestra como espeluznante. Ni rastro había ya de odio en sus ojos, ni de temor, ni de desconfianza... Alejo miraba a mi hermana con... deseo.

—A-Alejo, vámonos... —le dije, con ímpetu.

—No.

—Alejo, vámonos —insistí.

—No.

—¡Que nos vayamos, joder! ¡Vámonos, por favor! ¡Vámonos, Alejo! ¡Vámonos! ¡Vámonos! ¡Vámonos!

Tironeé de su brazo una vez, dos veces y hasta diez veces. Clavé mis uñas en su muñeca con la esperanza de que se moviera, pero no... no... Me puse delante de él, intenté empujarlo, lo golpeé, lo pellizqué, lo insulté... pero nada... nada... Y, entonces, todo comenzó a darme vueltas. De repente, sentí como si acabase de bajarme de una montaña rusa, como si me acabasen de dar cien vueltas sobre mí misma... De golpe, empecé a ver borroso y a sentir como las fuerzas se iban yendo poco a poco de mi cuerpo. Hasta que caí... hasta que caí redonda y de rodillas en el suelo.

—Si es que...

Luego de dar un largo suspiro, Noelia se acercó y me ayudó a levantarme mientras Alejo seguía observándola con esos ojos tan repulsivos, como si la cosa no fuera con él. Cuando llegamos al sofá, Noe me dejó en la parte más alejada y luego fue a la cocina a por un plátano y un refresco.

—Anda, come —me dijo—. Esto te pasa por no haber estado comiendo bien estos días...

—Noe... Por favor...

—Calla... Tú quédate aquí, que yo me encargo del resto, ¿vale? Cuando termine, te prometo que te dejaré marchar y nunca más volveré a molestarte.

Esta vez, no pasó desapercibido para mí como sus ojitos volvían a llenarse de lágrimas. No entendía por qué, no terminaba de entender qué pasaba por la cabeza de mi hermana, pero lo que estaba a punto de hacer apestaba a sacrificio lo viera por donde lo viera. Y quería morirme, quería morirme ahí mismo, pero no me quedaban fuerzas ni siquiera para eso. Por eso me recosté en esa esquina del sofá y comencé a llorar casi sin emitir sonido alguno. Alejo había vuelto a ganar, y yo no podía hacer nada al respecto.

—Vamos a la habitación.

—¿A la habitación? Ni en pedo, chiquita, te voy a coger acá mismo, delante de Rocío.

—No flipes, chiquito. No me vas a follar delante de mi hermana —respondió Noe, sin titubear ni un poquito.

—Escuchame, nena, en ningún momento te dije que íbamos a hacer las cosas a tu manera. Vamos a hacerlo como yo quiera o no las hacemos, ¿estamos?

Sin esperar contestación, Alejo comenzó a caminar muy despacio hacia donde se encontraba Noelia, que reculó instintivamente hasta caer de culo sobre el extremo del sofá en el que no estaba yo.

Y cuando parecía que Noe iba por fin a protestar, un móvil la hizo pararse en seco.

—U-Un momento —dijo ella, levantándose de golpe y llevándose le mesita de café por delante en un movimiento increíblemente torpe.

—Como te pongas a hablar por teléfono ahora, te juro que agarro a Rocío y me voy.

—Q-Que no, joder. Un momento.

Noelia abrió su bolso y echó un vistazo rápido a la pantalla de su móvil. Y, fuese lo que fuese que haya leído ahí, hizo que su determinación por tirarse a Alejo se potenciara todavía más, porque, nada más dejar el móvil en la estantería encima de la televisión, se dio la vuelta y caminó hacia Alejo con una mirada que terminó por liquidar las pocas esperanzas que me quedaban de que aquello finalmente no sucediera.

—De acuerdo —dijo Noe—. Lo haremos aquí.

—Así me gusta, obediente.

Y dedicándole una última sonrisa del inframundo, Alejo cogió a mi hermana de la cintura y la besó como, seguramente, siempre había soñado hacerlo.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 13:30 hs. - Benjamín.

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Creo que en ningún momento fui consciente de todo lo que había llegado a caminar esos días. Entre las casa de Luciano, Lulú y Cecilia, fácilmente me había hecho unos 30 kilómetros. Lo que, hablando en plata, mi amigo me había tenido que ir a buscar hasta el mismísimo culo del mundo. Y en su cara se reflejaban las ganas que tenía de cagarse en mis muertos, cosa que terminó haciendo a los pocos segundos.

—Y todavía queda media hora más de viaje, me cago en tus muertos

—Tranquilo —reí, intentando aplacar su ira—. Yo me ducho rápido y bajo.

—Te duchas, te vistes y nos vamos, ¿de acuerdo? Que mientras más tardemos, más fuerte será la torta de Sebastián —decía Lucho mientras quitaba la llave del contacto.

—¿Y por qué no lo llamas? Dile que vas a tardar un poco. Venga, así nos tomamos unas birras.

—¿Unas birras? Me cago en tu puta madre, Benjamín. Unas birras te metía yo por el culo. Además, tengo el móvil sin batería —añadió tras echar un vistazo rápido en su bolsillo.

—Pues llámalo desde el mío —respondí, ofreciéndole el aparato con cierto entusiasmo.

—Pero si está apagado, carapolla.

—¿Cómo que apagado? —dije, chequeando con sorpresa que decía la verdad—. Si estuvo cargando toda la noche... Joder.

—Ya te he dicho que tires esa reliquia y te compres algo con fundamento, cabronazo. Ni que cobraras mal.

—Mientras me sirva para llamar y que me llamen, pueden meterse esas mierdas engañabobos por donde les quepa.

—Pues apagado veo complicado yo que alguien te pueda llamar, gilipollas.

—Calla.

—Venga, tira para adentro. Lo pones a cargar mientras te das ese baño.

—No tengo cargador —dije, encogiéndome de hombros.

—Pues yo tengo uno solo... Bueno, te jodes por tener esa mierda. Venga, vamos.

—Que sí, pesado.

Lo cierto es que sí que tenía muchas ganas de tomarme unas birras con él. Sobre todo para poder disculparme como era debido por mi comportamiento durante esos últimos días, y quizás contarle con más detalles mis aventuras luego de fugarme de su casa. Pero Lucho se ponía demasiado agresivo cuando tenía prisa, y no quería forzar demasiado la situación, así que no me quedaba más remedio que apechugar y hacerle caso.

Entramos en su casa y, nada más poner el primer pie en su salón, me señaló con el dedo la puerta del baño. Entendí el mensaje a la primera y me dirigí hacia allí sin que tuviera que decírmelo dos veces. Una vez dentro, me quité la ropa y me metí en la ducha, donde, a pesar de todo, sí que tenía planeado invertir algún minuto más de lo esperado.

El agua salía en su justa temperatura, generando la cantidad de vapor perfecta como para que pudiera cerrar los ojos e imaginar que me encontraba dentro de una nube. Porque así me sentía en ese momento, en una nube. Ni una sola duda, ni una sola preocupación. Nunca en mi vida me había sentido tan seguro de algo y mi estado de ánimo era un fiel reflejo de ello.

—Un paso más... Sólo un paso más.

Y esa sensación de bienestar, esas ganas de terminar de una vez con todo, todo ese positivismo, sin duda alguna, sólo podía agradecérselo a Cecilia. Y ya no sólo por demostrarme la clase de hombre que podía llegar a ser, sino también por señalarme el camino que debía seguir para conseguirlo. Me sentía muy agradecido con ella. Y es por eso que le dije a Olaia que no quería dejar de verla. ¿Una declaración egoísta estando en la situación en la que me encontraba? Seguramente sí, pero justamente eso es lo que había aprendido con ella, a pensar más en mí, a no anteponer nunca más las necesidades de los demás por sobre las mías. Así que sí, quería volver a verla. Luego ya se vería qué pasaría entre los dos, pero nunca más me quedaría con una espina clavada por no haberme atrevido a dejarme llevar por mis deseos.

—¡Me cago en tu puta madre, Benjamín! —gritó Luciano, haciendo que casi me cayera de culo, abriendo la puerta de golpe con bastante hostilidad.

—¡¿Tú eres tonto?! ¡Casi me mato!

—¡Era una puta ducha rápida! ¡¿Se puede saber qué cojones haces?!

—¡Enjabonándome las pelotas! ¿Me quieres ayudar?

—¡Date prisa, joder! Que llevas ya quince minutos aquí perdiendo el tiempo.

—Ya voy.

—Aquí te dejo la ropa.

—Que sí, que te pires.

"Puto subnormal de mierda" dijo por lo bajo justo antes de dar un portazo. Pero a mí ya me la sudaba si se enfadaba o no, bastante bien me estaba portando a pesar de tenerlo a él metiéndome prisa e insultándome a cada rato aún sabiendo lo que estaba a punto de vivir. Ya podía ir acostumbrándose a que no le volviera a menear el rabo cada vez que me daba una orden, lejos habían quedado esos días ya.

Así que, tratando de no dejarme llevar por ningún tipo de emoción negativa, me vestí, perfumé y peiné, y salí al salón con la intención de meterme un rico quintillo de cerveza entre pecho y espalda. Y pobre del otro bobo si decidía interponerse entre mi presa y yo.

—¿Qué haces? —me dijo, cuando me vio con el botellín en la mano.

—Averiguando a qué sabe el cristal verde —respondí, obsequiándole un nuevo gesto burlesco—. Sabe a birra que te cagas.

—Estás muy chulillo tú —dijo él ahora, quitándome la botella de la mano y dando un trago él mismo—. ¿Voy a tener que bajarte de la nube a porrazos?

—Tú mejor céntrate en llenar esta nevera de provisiones, porque me vas a ver por aquí mucho más seguido cuando solucione las cosas en casa.

Lucho rio, por fin. Podía estar todo lo enfadado que quisiera, pero no podía negar que le alegraba lo mismo que a mí el hecho de que estuviera a punto de ponerle fin a esa pesadilla. Era un buen tipo el cabrón, en el fondo era un muy buen tipo. Lo que pasaba era que le costaba mucho demostrarlo.

—Bueno, ¿nos vamos? —dije, tras dar el último sorbo a mi cerveza.

—¿Ya? —preguntó él, exagerando mucho la interrogación—. ¿Seguro que no quieres fumarte un porrito antes, señor chulo de playa? ¿O tal vez prefieres que llame a un par de putas? ¡Ah, no, que Don Siffredi lleva dos días follando como un descocido!

—¡Que te calles, gilipollas! —reí yo esta vez—. Que Sebastián la paliza te la va a dar a ti y no a mí.

—Hostias, es verdad. Tengo como cinco llamadas perdidas suyas. Vámonos cagando leches de aquí.

—Venga.

Chocamos las manos y salimos por la puerta sabiendo que aquél no sería un viaje más. Sabiendo que, una vez pusiera en marcha el coche, se habría acabado lo de mirar hacia el otro lado, lo de estirar el chicle, lo de escaparse por la tangente... Aquella última media hora de viaje era la recta final de la que tanto había estado huyendo esos últimos días, pero que ahora, estaba más que listo y predispuesto a transitar.

Luciano me guiñó el ojo por última vez y juntos emprendimos la travesía final. Travesía final que nos cambiaría la vida, a todos y cada uno de nosotros, para siempre.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 13:30 hs. - Alejo.

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Y, de un momento a otro, dejé de escucharlas. De golpe, mi mente me trasladó a un universo donde volvía a tener diecisiete años y mis metas e ilusiones eran otras muy distintas. Por un momento, volví a ser a ese muchacho inocente y atrevido cuya máxima preocupación pasaba por saber si algún día la chica a la que tanto amaba le daría bola.

Un pibe enamorado, sí, pero que no era boludo y sabía apreciar también la belleza de otras mujeres.

Y ahí es donde entraba ella.

La que hacía que todas las cabezas se giraran para mirarla cuando pasaba. La que hacía derretir los corazones de todos aquellos que recibían una mirada suya. La que hacía que todos se murieran por tener, aunque fuera, un sólo segundo de su atención. Ella era Noelia, por supuesto. La hermana mayor y, a su vez, guardiana infranqueable de Rocío. Porque sí, Rocío era un bellezón en potencia y no había pendejo en el instituto que no quisiera ponerle las manos encima. Pero Noelia era como su 'yo' del futuro, como su versión final desarrollada al cien por cien. Era una diosa, un monumento, la hembra definitiva. El blanco de las pajas de todos los pibes de mi clase y de todas las demás clases, la musa de sus fantasías, la razón de que muchos de ellos llegaran tarde a casa sólo por quedarse a esperar a que viniera a buscar a su hermana.

Porque, claro, para todos los demás, su mera presencia era un regalo del cielo. Para mí, sin embargo, era el peor de los castigos.

Después de mucho remarla, conseguí acercarme a Rocío bastante más de lo me hubiese esperado en un principio. Tanto, que llegamos a forjar una linda amistad. Y, si bien mis intenciones con ella iban mucho más allá de una simple amistad, nunca me mostré avaricioso en extremo. Es más, siempre consideré que podría haber hecho mucho más para ganarme su corazón. Sin embargo, para Noelia, desde el primer momento fui poco más que un mosquito al que había que aplastar sin miramientos. No por nada todos aquellos que se atrevían a acercarse a Rocío salían escapando a los pocos días. Sabían quién la protegía y de lo que era capaz. Y yo terminé sufriéndolo en carnes propias. Desde que supo de mi existencia y de lo cercano que me había vuelto con su hermana, comenzó una campaña de acoso y derribo contra mí. No sólo se encargaba de llenarle la cabeza a la propia Rocío, sino también a sus padres y a su grupito de amigas. Era una guerra sin cuartel, no se guardaba nada y no le importaba mentir si tenía que hacerlo.

De un día para otro, Noelia me había convertido en su peor enemigo sin yo haber hecho nada para merecerlo.

Pero, bueno, al principio no me importó una mierda y traté de tomármelo con soda. Rocío me contaba siempre cómo eran en su casa y la sobreprotección que había en torno a ella. Y como siempre me pedía que no me preocupara por eso, yo simplemente no me preocupaba. Hasta que, claro, llegó la primera declaración y salió espantada como si tuviera sarna. Ahí me di cuenta de que había subestimado a mi rival. Noelia había sabido jugar sus cartas a la perfección e hirió de muerte una relación que, hasta la fecha, venía siendo ideal. Porque no, nada volvió a ser lo mismo después de eso. Noelia había ganado y yo terminé saliendo de la vida de Rocío por la puerta de atrás. Y, si bien nunca les guardé demasiado rencor por haberme tratado como a la peor de las basuras, mentiría si dijera que aquel episodio no marcó el devenir de mi vida. Nunca más volví a enamorarme, perdí toda fe que tenía en el amor y no volví a invertir ni un gramo de mis energías en conquistar a nadie. En cambio, descubrí que valía mucho más la pena usar mis armas de seducción para pasar lindos ratos garchando como un hijo de puta en vez de torturarme porque una conchuda prefiriera a un tipo con el pito corto antes que a mí.

Sin embargo, la vida da muchas vueltas y nunca sabés con qué carajo te puede salir. Nunca hay que dar por cerrada una etapa, y, mucho menos, dar por perdida la chance de una buena venganza. Porque, si bien el que me estuviese a punto de llevar a Rocío a una reunión con el proxeneta más groso de la ciudad ya era suficiente castigo, tener delante de mí la posibilidad de doblegar y meter a Noelia también en el paquete, era algo que no hubiese esperado que sucediese ni en el mejor de mis sueños.

Pero ahí estaba. Ahí la tenía. La venganza se me había sido ofrecida en bandeja de plata y la iba a tomar con muchísimo gusto. Ya no había lugar para dudas ni para suposiciones. Me iba a coger a Noelia, y me la iba a coger esa misma tarde, en ese mismo salón y delante de la hermana a la que nunca quiso que me acercara.

Así es cómo se forja un verdadero protagonista.

—De acuerdo. Lo haremos aquí.

—Así me gusta, obediente.

Noelia dejó el teléfono sobre la estantería encima del televisor y se acercó a mí totalmente entregada, dispuesta a sumergirse en el mismo universo de placer en el que estaba Rocío hacía rato ya. Y ahí estaba yo esperándola, ardiendo en deseos de extinguir de una vez por todas esos aires de grandeza que emanaba por cada poro de su cuerpo, de borrarle para siempre esa asquerosa y petulante sonrisa de la cara, de bajarla del pedestal sobre el que llevaba tanto tiempo creyéndose la reina del universo. Y la besé, la besé igual que ella me había besado antes a mí. Me agarré de su cintura y le estampé un beso con el que le demostraba que aceptaba su desafío. Ella tembló, se estremeció, pero no se echó para atrás. Redobló la apuesta y fue la primera en abrir la boca para dejar que nuestras lenguas chocaran. Y comenzamos a besarnos con más intensidad, con más pasión, con más fogosidad. Sin ceder ni un solo centímetro, sin dejar que fuera el otro el que dominara. Cada uno aportaba la cantidad de fuerza justa como para que ambos pudiéramos mantener el equilibrio ahí de pie en el medio del salón. Ella se agarraba de mi nuca y yo lo hacía de su espalda. Respiraba con dificultad y cada vez se tensaba más. Se notaba que estaba haciendo mucho más esfuerzo que yo para mantenerse en aquel tira y afloja.

—No... Noe... No lo entiendo... ¿Por qué? Noe...

Rocío observaba todo desde la parte más alejada del sofá. Lloriqueaba y repetía el nombre de su hermana sin parar, pero no parecía que fuese a suponer una amenaza. Estaba débil y abatida, resignada y demolida. Sabía que su futuro ya había sido escrito y que no valía la pena seguir luchando contra lo inminente. No sentí lástima, no sentí nada. Y su hermana tampoco, porque recibió un nuevo beso mío con la boca abierta y la lengua preparada para volver a sumirnos en una nueva batalla.

—Noe... Basta... Déjalo ya... Por favor...

Y seguimos morfándonos la boca de esa manera hasta que me cansé y terminé por ganarle el duelo físico. Me dejé llevar por la inercia de mi cuerpo, la agarré del cuello y la empujé hacia la pared donde comencé a hundir mi lengua mucho más profundo dentro de su boca, degustando cada rincón dentro de ella, cubriendo con mi saliva hasta el último milímetro cuadrado, causando así que comenzara a oponer resistencia y a buscar separarse de mí por primera vez.

Pero ahí el que mandaba era yo, y no la iba a soltar hasta que no me diera la gana.

—¡Hijo de puta! —dijo, mientras tosía con desesperación.

—¿Qué pasa? —la miré, sonriente—. ¿No estamos ni empezando y ya estás así?

—Ya quisieras —contestó, aunque no con mucha convicción.

—Si con la lengua te ponés así, no me quiero imaginar cuando vayamos avanzando.

—Cierra la puta boca —me interrumpió entonces, con odio—. Haz lo que tengas que hacer, pero no hables más.

Y sí, tenía razón, ¿para qué gastar saliva hablando cuando la podía usar para otras cosas más útiles? Si quería acción, acción iba a tener. Por eso, sin avisarlo ni anunciarlo, bajé la mano que tenía en su espalda y la metí por debajo de su vestido sin mucho disimulo, encontrándome así, por primera vez en mi vida, con su monumental y majestuoso culo.

—¡No! ¡Noelia, basta ya! ¡Termina ya con esto!

Qué maravilla, qué espectáculo, qué barbaridad...  Qué cosa más increíble, más celestial, más perfecta... Tan grande, tan duro, tan suave... Un ojete moldeado por y para dioses. Nunca en mi vida había tocado algo así. Era, sin exagerar, el mejor culo sobre el que mis manos habían tenido el placer de posarse. Y me volví loco. Definitivamente loco. Sin dejar de besarla, comencé a apretarlo con ambas manos, a masajearlo, a estrujarlo con una fuerza que ya no me sentía capaz de medir. Quería hacerlo mío, fusionarme con él, bucear hasta donde hacía mucho tiempo nadie buceaba. Y metí mis dedos entre sus nalgas para intentar tocar más adentro, pero ese ojete era tan carnoso y tan voluptuoso que era imposible llegar a según qué puntos. Y me desesperé más todavía, me desesperé tanto que Noelia empezó a asfixiarse con la potencia de mi beso.

—¡Q-Que me dejes respirar, joder!

Sacando a relucir esa personalidad de la que siempre había hecho gala, la asquerosa me apartó de un empujón y me dio un cachetazo que me dio vuelta la cara. Y aquello hizo que me olvidara de todo, dejé de pensar y de maquinar, tenía delante a la mejor hembra que jamás iba a poder comerme en mi puta vida y tenía que aprovecharlo, aprovecharlo al máximo, Noelia no era de este mundo, no era de este planeta, y, por más que fuera a tener a Rocío para mí durante el resto de mi vida, nadie ni nada podía compararse con este pedazo de hembra. Si llegaba a dejar pasar esta oportunidad, no me lo iba a perdonar jamás.

—¡No, Alejo! ¡Déjala en paz, por favor!

Ignorando esa estúpida vocecita molesta, me abalancé nuevamente sobre su hermana y esta vez hundí mi cara en su cuello. Volví a agarrarle el culo con la mano derecha y me apoyé en la pared con la izquierda para poder chupetear su piel a placer. Noelia gimió por primera vez. Soltó el primer suspiro mientras buscaba una posición cómoda dentro de su impedimento para moverse. Mientras tanto, yo iba bajando la mano que apretaba su culo por su muslo hasta un poco más abajo. Ya iba siendo hora de acelerar el proceso. Rocío seguía llorando y pidiéndome que me detuviera, observándome atónita cómo levantaba la pierna de su hermana y me ponía a repasársela con desesperación desde su gemelo hasta su prominente y desnuda nalga. Noelia suspiraba fuerte, se quejaba. El trabajito que le estaba haciendo en el cuello era demasiado para ella. Y es lo que yo buscaba, es lo que quería. Toda la resistencia que opusiera en ese momento no la podría presentar a la hora de la verdad. Ahí es cuando la iba a tener donde yo quería. Ahí es donde la iba a ver derrotada, doblegada y humillada.

—¡La hora, Alejo! ¡Son menos veinte! ¡Vamos a llegar tarde! ¡Déjala ya y vamos!

Pero Rocío no sabía que la hora ya me importaba una mierda. Rocío no sabía que los planes habían cambiado. Así que, haciendo caso omiso a su enésimo llanto, seguí acorralando a Noelia contra la pared y, esta vez, le bajé el vestido desde arriba, desde su torso, dejando un sujetador negro de encaje con detalles violetas a la vista de todos. Esta vez no forcejeó. Me miró muy seria y se quedó esperando a que prosiguiera. Sonreí. Era mi momento. Así que le agarré el corpiño y se lo levanté de un tirón. Soltó una queja de dolor. Lo tenía bastante apretado y pegado a la piel. Porque eran enormes, esas tetas eran enormes. Eran enormes y perfectas. Eran enormes y preciosas. Si las de Rocío eran para ponerlas en un cuadrito, estas eran para dedicarles un himno. Y me quedé con cara de bobo. Nunca había visto unas así a pesar de haber visto muchas. Tan imperiosas, tan blancas, tan turgentes y desafiantes. Alzándose en contra de cualquier ley gravitatoria. Apuntando hacia el frente con dos poderosos y erectos pezones de un color fucsia fuerte que coronaban unas grandes areolas que se perdían difuminándose en su piel.

—Por favor, Alejo... Déjala...

Noelia me seguía mirando expectante, desafiante, sin perder ese gesto de entereza que tanto me molestaba. Y le agarré la primera, por abajo, como si intentara averiguar cuánto pesaba. La envolví con la mano, consiguiendo a duras penas cubrirla del todo. Solté su culo y le agarré la otra teta. Se la medí también, se la levanté y se la apreté. Tenía sus dos gordos melones bien apresados. Y mientras me dedicaba una mirada de asco que tranquilamente podría haber sido para una cucaracha, agaché la cabeza y me metí una en la boca hasta donde su tamaño me dejó. Suspiró. Ahora suspiró fuerte. Quiso ahogarlo, pero no pudo. Se notaba que quería controlar todos sus gestos, ser dueña de sus espasmos y reacciones, pero no podía, ya no podía. Y le mordí el pezón izquierdo mientras le pellizcaba el otro. Soltó otro gemido, mucho más potente que el anterior. Entonces mordí más fuerte y tironeé de él con los dientes. Succioné y lamí con ganas sin dejar de masajear y moldear a placer la otra teta. Noelia cada vez dejaba escapar más sonidos. Casi todos ahogados, pero sinceros hasta el último de ellos. Y empecé a notar que se le iban las fuerzas, que cada vez podía menos. Y las piernas empezaron a fallarle. La agarré por la espalda y la guié hacia el sillón. Ahí, la acosté de espaldas y apoyé mi rodilla sobre el almohadón que nos sostenía. Incapaz de detenerme a pesar de todo, me incliné hacia adelante y seguí chupándolas, engulléndolas, mordiendo sus pezones como si fueran el capuchón de un bolígrafo, lamiendo y succionando hasta dejarlas brillantes con mi saliva. Aquello estaba siendo espectacular. Simplemente espectacular.

Y ya no pude más.

Me puse de pie y me desabroché el cinturón. Me dolía demasiado. Me ardía. Me pedía a gritos que la dejara en libertad. Pero no iba a ser yo el que preparara ese terreno. Iba a ser ella. Iba a ser la propia Noelia la que abriera esa puerta.

Así, agitada como estaba, con la cara roja y las gotas de sudor resbalando por su cuello. Así, agitada y despeinada como estaba, iba a ser ella la que me sacara la pija y la pusiera a punto para la fiesta final.

—Vení —le dije—. Quiero que me la chupes.

—¡No! ¡Alejo, no!

Al contrario que Rocío, Noelia ni se inmutó al oírlo. Sabía que no podía seguir escapando de lo inevitable. Y, sabiendo esto mejor que nadie, me volvió a dedicar una nueva mirada de asco. Una mirada de asco mezclada con odio. Y no lo disimulaba. Ni se molestaba en hacerlo. Los suspiros y los gemidos provocados por mis caricias sí, pero las miradas asesinas me las dedicaba con toda la intención.

Pero, como ya dije, me importaba una mierda de caballo. Era problema de ella. Así como también era problema de ella el que al principio pareciera tan entregada y después tan forzada. O que estuviera a punto de hacerme terrible turca cuando se veía de lejos que no tenía ganas de estar ahí. Era todo problema de ella. Si quería vengarse de su hermana, era problema de ella. Si quería castigarla por haber roto su sueño de tener una familia junta y feliz, era problema de ella. Que hiciera lo que quisiera. Si quería sufrir, allá ella. Ahora, le convenía intentar pasárselo bien, porque lo que se le venía encima no era algo que pudiera tomarse a la ligera.

—Apurate —le dije, devolviéndole la mirada agresiva.

—Cierra la boca —dijo, nuevamente—. Voy a mi ritmo.

Sin más esperas, Noelia metió la mano adentro de mi calzoncillo y me agarró la pija con la mano entera. Ilusa, la pobre, se creyó que podía sacarla al primer intento, pero tuvo que hacer bastante fuerza para que saliera del todo. Su reacción al verla, como era de esperarse, fue nula. Una hembra como ella jamás me iba a dar el gusto de mostrarse impresionada por mi verga. Eso lo sabía muy bien. No obstante, el solo hecho de que no pudiera menospreciarla, de que no tuviera palabras para hacerla de menos, hizo que se me llenara el pecho de aire y el glande de sangre. Ya había conseguido que se tragase el orgullo, ahora lo que iba a tragarse era algo el triple de grande que eso.

—Es para hoy, reina.

Sin esperar más indicaciones, seria y resolutiva como ella sola, me agarró la chota con una sola mano y la levantó desde la base, como queriendo ver hasta donde llegaba, y se quedó mirándola durante unos segundos. Entonces, empezó a rendirse... Se acabó tanto forzar los gestos, tanto forzar las expresiones... Al final sí que me iba a dar el gusto. Siempre había creído que Noelia era distinta a las demás, pero en sus ojos estaba viendo el mismo brillo que en tantas otras mujeres había visto. El mismo estupor, las mismas dudas de saber si serían capaces de manejar tanta masculinidad, tanta carne junta. Por más dignidad que quisieran aparentar, por más altaneras que se mostrasen, al final todas se quedaban igual de maravilladas con mi poronga. Y Noelia, finalmente, no era la excepción.

Y, tras dedicarme una última mirada de desprecio y soltarle un buen escupitajo a la cabeza de mi pija, Noelia abrió la boca y empezó a meterse poco a poco mi verga adentro de ella. Milímetro a milímetro, centímetro a centímetro, mi prominente poronga fue invadiendo su cavidad bucal ante la atenta e impotente mirada de Rocío.

—No, Noe... Por favor...

Pero ya no la escuchaba, ya no la registraba... Noelia tenía un objetivo entre las manos y no iba a soltarlo por nada del mundo. Por eso, haciendo un esfuerzo al que se notaba que no estaba acostumbrada, estiró la boca hasta que no pudo más y empezó a toser como una enferma terminal. Y todavía no había probado ni el primer cuarto.

—¿En serio, Noelia? —reí—. ¿Qué ejemplo le vas a dar a tu hermana así? ¿Ella se la mete hasta la base casi y vos no podés ni con la mitad? ¡Dale, Noe! ¡Media pila!

Otra vez ese odio en su mirada, ese asco y esa impotencia al saber que nunca más iba a volver a mirarme por encima del hombro. Esa expresión en su cara que hacía que la pija se me hinchara más y más. Me volvía loco verla así, me volvía loco tenerla así. Así que la agarré de la nuca e hice fuerza para que volviera a comérsela. Se resistió un poco, pero no tardó ni cinco segundos en abrir la boca e intentarlo de nuevo. Esta vez noté cómo usaba su lengua por dentro, cómo se ayudaba de su saliva para lubricar todo el contorno de mi chota. Se sentía bien, muy bien. Pero quería más, necesitaba más.

—Dale... Vos podés, Noe... Dale...

Mientras le hablaba, iba haciendo cada vez más fuerza sobre su nuca, hasta que conseguí introducirle otros dos centímetros más. Ella tosió, le salió una arcada y tuvo que mantener el equilibrio apoyándose en mis muslos. Pero esta vez no renunció, siguió tragando hasta que un poco más de la mitad estuvo dentro. Me bastaba, ya era suficiente. Puse una mano en cada extremo de su cabeza y comencé un suave movimiento con las caderas de atrás hacia adelante. Un vaivén constante que no apresuré hasta que no me cercioré de que ella se hubiese acostumbrado al tamaño de mi garcha. En respuesta, Noelia levantó una mano de mi muslo y la colocó sobre la base de mi poronga para ayudarse con la mamada. Es cierto que la cerda no había podido con más de la mitad, y que en la mayoría de los ida y vuelta no chupaba más que la cabeza, pero ya no me importaba. Noelia había agarrado vuelo y aquello ya me estaba empezando a gustar demasiado.

—Dale... Dale, Noe... Así... Uff... Cómo la chupás, putita...

No sabía qué pretendía con todo eso en realidad, no sabía si era verdad o no que quería entender lo que sentía su hermana, lo que sí sabía era que la yegua estaba disfrutando de la chupadita de pija que me estaba regalando. Era muy fácil darse cuenta de ello por el simple hecho de que había dejado de ayudarla con mis manos y todo el trabajo lo hacía ella sola. Era muy fácil darse cuenta de ello cuando notaba como su lengua seguía repasándome el tronco como si no hubiera un mañana. Era muy fácil darse cuenta de ello cuando veía cómo con cada acometida iba aumentando el ritmo más y más. Noelia me estaba chupando la pija y le estaba gustando, lo estaba gozando. Y la imagen era increíble, espectacular. Mi gran pedazo lleno de saliva, flema y espumita blanca, saliendo y entrando de su boca era algo que no iba a olvidar jamás. La visión de su mano pajeando mi base mientras sus labios se recreaban con el resto del pene era algo que hubiese deseado grabar si hubiese tenido una cámara a mano.

—A-Al carajo... La puta madre... ¡La puta madre!

Y no pude más, no aguanté más, me dejé llevar y, sin previo aviso y sin dejar que pudiera zafarse de su prisión, vacié mis bolas dentro de su boca.

—¡Pgagha... Higjgo e' pugtag!

Demasiados sueños había cumplido en tan corto período de tiempo como para pararme a escuchar lamentos. Demasiado había aguantado ya considerando el escenario, la protagonista y todo lo que suponía aquello para mí. Le llené la garganta de leche mientras luchaba por sacársela de la boca. Ni la posición era ideal ni el momento era el mejor, pero me importó todo una mierda y simplemente me dediqué a disfrutar de una de las mejores acabadas de mi vida, o tal vez la mejor.

Una vez vacié las bolas, Noelia me apartó de un empujón y empezó a toser con mucha más desesperación que antes. Inclusive dando la sensación en algún momento de que podría llegar a vomitar. Yo, por mi parte, me dejé caer a su lado y me recreé un ratito con las sensaciones de mi cuerpo y con la imagen que tenía delante: Noelia con la boca y las tetas llenas de semen mientras Rocío la ayudaba a recuperar la compostura.

—Noe...

—Tú vete a descansar ya, joder.

Noelia la corrió a ella también, sin mirarla casi, sin atreverse a hacer contacto visual. Rocío insistía en ayudarle, pero ella, con el orgullo herido de muerte, se resistía a mostrarse de esa manera delante de su hermana. Muy emotivo todo, demasiado, pero la pija nunca se me terminó de dormir del todo. Al minuto y medio, ya tenía ganas de seguir con la fiesta.

—Limpiámela, Rocío —le dije, parándome adelante de ella y señalándome mi verga con las manos.

—Eres un hijo de puta, Alejo. Eres un maldito hijo de puta —decía, con los dientes apretados y un odio muy profundo en sus ojos llorosos, una forma en la que nunca me había mirado.

Repito que ya no importaba nada, absolutamente nada. Ya no tenía por qué seguir fingiendo ni interpretando un enamoramiento que hacía mucho tiempo había dejado de existir. Ya podía ser yo, ya podía sacarme la careta. Y así iba a ser a partir de ese momento. Así iban a ser las cosas de ahí en adelante. Y más le valía a Rocío darse cuenta rápido si no quería pasarla mal de verdad.

—Te juro que esto no te lo voy a perdonar jamás, Alejo. Vas a pagarlo, vas a pagarlo toda tu vida..

—Limpiámela, Rocío —le repetí, con seriedad.

—¡Que te vayas a tomar por c...!

—Si no me la limpiás vos, me la va a limpiar ella. Y ahora no la veo en condiciones...

—Eres un animal...  —decía, impotente, llorosa, derrotada—. Un animal y un mal nacido, Alejo... Un mal nacido...

Sin mediar más palabra, Rocío me levantó la verga y se la metió en la boca sin mucha dificultad, como bien sabía hacer ella. Chupó entre diez y quince veces hasta que todo el tronco quedó limpio. Después, se la sacó de la boca, la agarró fuerte con una mano y limpió con la lengüita todo el glande y el interior del prepucio. La piba ya era una experta y, por más enojada que estuviese, ya la cosa le salía natural. Cuando terminó de limpiarla, ya la volvía a tener como un matafuegos de cinco kilos y lista para terminar con lo que había empezado.

—Ni lo sueñes —volvió a decirme Rocío al ver que volvía a mirar a su hermana—. No le vas a tocar ni un pelo más. Vístete, que nos vamos.

—Y yo que pensaba que ya te habías dado cuenta, nena... —dije, calmado y haciendo gala de una paciencia extraordinaria—. Me la voy a coger, Rocío. Me la voy a coger y después nos vamos a ir. Pero tengo el tiempo justo, reina. Así que hacete a un lado y...

—¡Que no la vas a volver a tocar!

Terca y desobediente, como siempre que se ponía en plan adolescente rebelde, Rocío se levantó y me dio un bofetón que, a pesar de haber sido débil, me dio vuelta la cara porque la hija de puta no dudó en pelar las uñas. Y eso me hizo enojar. Ahí el que mandaba era yo y, tanto la una como la otra, debían entenderlo. Ya no había lugar ni para actuaciones ni para desafíos. El que decidía, el jefe y el amo, era yo. Y si no lo iban a entender por las buenas, lo iban a entender por las malas.

Con el cachete izquierdo chorreando cuatro gordas gotas de sangre, levanté a Rocío de un brazo y me la llevé a la pared más próxima mientras forcejeaba e intentaba gritar. Por suerte, la voz le salía débil y sin potencia, así que no debía temer por que pudiera alertar a los vecinos. Tranquilo con esto, la apoyé contra la pared y remangué su vestido en su espalda dejándole el culo al aire. Ahí mismo e inmovilizándola sin mucha dificultad, me chupé un par de dedos y se los metí en el culo. Se lo iba a romper ahí mismo y después me iba a coger a la hermana. Ambas se iban a despedir de esa casa con una buena cogida.

—¡Déjame, cabronazo! ¡Déjame, hijo de puta! ¡Déjame en paz!

Y, cuando iba a clavarle la verga bien adentro del culo, de golpe sentí dos cosas muy esponjosas y enormes apoyarse en mi espalda, mientras unas manos muy blanquitas y suaves me empezaban a acariciar la poronga con una ternura nada acorde con el momento que se estaba viviendo en ese salón.

—Fóllame ya —me dijo Noelia en el oído, mordiéndome el lóbulo de la oreja y comenzando una paja, a dos manos, que me la puso más dura de lo que ya la tenía.

La hija de puta ni siquiera me dejó contestar, me siguió pajeando hasta que mi chota ya agarró forma y color como para volver a la acción de inmediato. La cerda quería cogerme en serio, quería sentirme de verdad adentro de ella, quería saber sí o sí qué era aquello que había vuelto loca a la puta de su hermanita.

Había llegado el momento. Me iba a coger a Noelia y me la iba a coger bien cogida. Y me iba a asegurar de que no se olvidara de aquella cogida en lo que le quedara de su puta y repugnante vida.

Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:00 hs. - Luciano.

No era muy difícil imaginar lo que me esperaba en la oficina una vez pusiera el primer pie dentro. Sabía que iban a volar improperios, recriminaciones y, muy probablemente, alguna que otra hostia. No obstante, estaba dispuesto a aceptar todo aquello si después de la reyerta, si la hubiere, me dejaran un rato largo para descansar el cuerpo y la mente. Aquella mañana había sido demasiado para mí.

Sin embargo, curiosamente, el ambiente resultó estar mucho más calmado de lo que me esperaba. Mi jefe, nada más verme, me dio las buenas tardes sin preguntas de por medio, y mis compañeros, por su parte, me recibieron con las mismas caras de culo de siempre. Aparentemente, todo el trabajo del día había sido llevado a cabo sin complicaciones y mi presencia por allí en ningún momento fue de extrema necesidad.

Mucho más tranquilo, me recosté sobre mi silla, apoyé los pies sobre el escritorio y me quedé mirando el reloj deseando que, de una puta vez por todas, llegara la hora de poder irme a mi casa a emborracharme y ver porno hasta que se me cayera la polla.

—Sebastián te estuvo buscando —me dijo de golpe el gordito Edu, bonachón entre bonachones—. Dijo que si te veíamos que te dijéramos que lo fueras a buscar a la sala de juntas.

—Joder... —suspiré—. Voy para allá, pues...

—No parecía de muy buen humor, la verdad. Acércate con precaución.

—Qué precaución ni precaución... La mala hostia se la voy a quitar yo a golpes.

Salí nuevamente al pasillo y me encaminé hacia la sala de juntas, que se encontraba al otro extremo de la planta. A pesar de este contratiempo, que sabía que sucedería tarde o temprano, me sentía contento, feliz. Sebastián ya podía decir misa por haberle encasquetado todo mi trabajo del día, pero creía firmemente que había hecho lo correcto con Benjamín. Haberlo ido a buscar, ayudarlo, darle caña con lo referente a su zorra, dejarlo en su casa limpio y preparado para enfrentarse a sus problemas... Me parecía que me había comportado como un muy buen amigo. Y, por primera vez en mucho tiempo, me sentía también una buena persona.

Por eso, cuando vi a Sebastián venir hacia mí por el pasillo a toda leche, no lo miré ni mal ni con ganas de pegarle, lo esperé con los brazos abiertos y una sonrisa.

—¿Qué cojones haces? ¿Eres tonto? —fue lo primero que dijo—. ¿Por qué no me cogías el puto teléfono?

—Venga, dame un abrazo —insistí—. No te hagas el duro.

—¿Estás fumado, anormal? ¿Dónde coño está Benjamín?

—Benjamín está bien, déjalo en paz un rato.

—¿Cómo que bien? ¿Dónde está? ¿Ha venido?

—Qué va. Lo he dejado en su casa. Por fin se ha decidido a enfrentarse a la perra de su novia.

—¡¿Qué?!

De repente, detrás mío, una voz increíblemente molesta me taladró ambos tímpanos a pesar de no encontrarse ni a cinco metros de mí. Cuando me di la vuelta, venían corriendo, y con una cara de preocupación de fliparlo, Clara y Lourdes.

—¡¿Que lo has dejado en su casa?! ¡¿Tú eres tonto?! —gritó la becaria, muy alterada.

—¿Podemos parar de llamarme de tonto? Me está empezando a tocar las pelotas.

—¡Y tú! —bramó de nuevo, mirando esta vez a Sebastián—. ¡¿No era que lo tenías todo controlado?!

—¡Que no me cogía el teléfono, joder! —se defendió Sebas, que inmediatamente volvió a mirarme a mí—. ¡¿Por qué no me cogías el teléfono?!

—¡Porque no tenía batería, cojones! ¡¿Me puede decir alguien qué está pasando aquí y por qué estamos todos gritando?!

—Vamos a calmarnos —intervino Lourdes por primera vez—. Benjamín está localizado y lo único que tenemos que hacer es decirle que venga.

—¿Decirle que venga para qué? —pregunté.

—¡Para que no lo despidan, bobo de los cojones!

—¡¿Qué?!

Demasiada información para analizar en tan poco tiempo. Me sentía como un niño pequeño siendo regañado por tres adultos por algo que no había hecho. Todos me miraban como si hubiese cometido el error de mi vida y todavía ni siquiera sabía de qué cojones estaban hablando.

—Déjame a mí, Clara —volvió a mediar Lulú—. Resulta que los de arriba están hartos de tanto faltazo, Luciano. Y como Benjamín ni siquiera se ha dignado a ponerse en contacto con ellos, lo van a despedir.

—A no ser que aparezca hoy antes de las diez de la noche con una explicación convincente —zanjó Sebastián.

—Joder... —murmuré para mí mismo—. Debí haberme imaginado que algo así podía llegar a pasar. Pero igual tenemos hasta las diez, ¿no? Yo creo que en una hora ya tendrá más que solucionado todo lo de... ya saben. Cuando termine mi jornada, yo mismo voy a buscarlo.

—¿Pero él estaba bien? —preguntó Clara, que no parecía del todo convencida.

—Pues... —reí—. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan confiado y decidido. Hasta se ha atrevido a vacilarme por lo de... por una cosa.

—¿En serio? —dijo Lulú, bastante sorprendida.

—Pues sí. El tío está como nuevo.

—¡De putísima madre, entonces! —clamó Sebas—. Quedamos así, cuando salgas, lo vas a buscar y asunto arreglado.

—Sí, sí.

—¿Y a qué hora sería eso? —volvió a preguntar Clara, todavía con cierta desconfianza.

—Pues a las cinco ficho y salgo directo para su casa.

—Yo voy contigo —dijo Sebas.

—Perfecto. Pues... solucionado. No entiendo por qué tanto pánico.

—Pues porque ninguno de nosotros sabía dónde estaba, Lucho... Siento el alboroto —se disculpó Lourdes, que irónicamente había sido la única que no había levantado la voz en ningún momento.

—Pero si le dejé dicho a Sebas que ya sabía dónde estaba y que iba a por él. ¿No se lo dijiste?

—Claro que se lo dije, pero a la... muchacha esta aquí presente no le bastó, ella quería saber donde estaban en todo momento.

—Bueno... da igual ya —me apresuré a decir al ver cómo a Clara se le encendía la mirada de nuevo—. Lo importante es que está todo aclarado.

—Pues a mí no me vale —añadió la susodicha enseguida—. ¿Y si la cosa sale mal?

—¿Si la cosa sale mal dónde? —pregunté.

—Entre Benjamín y la novia. ¿Y si sucede algo que lo deje hecho polvo de nuevo y no quiere venir?

—¿Qué? ¿Y por qué se iba a quedar hecho polvo? Que va a mandar a la novia a tomar por culo, Clarita. La que va a quedarse hecha polvo es ella.

—Yo creo que alguien debería estar ahí sólo por si acaso.

—Pero, Clara —continué, con calma, como tratando con una fiera potencialmente peligrosa—. Te digo yo que Benjamín está bien. Te juro por lo que más quieras que hasta parecía una persona completamente nueva. ¿Quieres que te diga lo que va a pasar? Benjamín va a mandar a su novia y a su amante a tomar por culo, se va a tomar un par de birras en su casa y luego vendrá a la oficina a poner sus gordos y peludos huevos encima de la mesa de los jefazos. ¿Vale? Así que quédate tranquila.

No respondió. Definitivamente, ni la había convencido ni se iba a quedar conforme con la respuesta, pero eso era lo que había. Me sentía un buen amigo y también una buena persona, pero tampoco iba a estar haciendo de niñera de todos los ligues que Benjamín se echara de ahí en más.

—Pues eso. ¿Vamos, Sebas? Te debo unas buena birras.

—Me debes más que una birra, hijo de perra. No sabes el hambre que tengo.

—Vamos a la cafetería de la primera, que ahí venden pizza. Chicas, nos vemos por la tarde. No se preocupen por el cabrón de Benja, que les aseguro que está como nunca.

—Vale, Lucho. Gracias por todo —se despidió Lourdes, con una sonrisa—. Vamos, Clara.

—Quita.

Viendo cómo Clara se iba bastante más ofuscada de lo que había venido, que ya era decir, Sebas y yo nos echamos a reír mientras poníamos rumbo al ascensor. Todavía nos quedaba mucho de lo que hablar, puesto que mi amigo ahí no sabía nada de todo lo que había acontecido entre Benjamín y las crías de diseño. Buenas risas se iba a pegar mientras se lo contaría.

Aunque...

Aunque aquel merecido descanso todavía estaba lejos de llegar...

—¡Lourdes! ¡Lourdes!

Nada más darle al botón del ascensor, escuchamos cómo aparecía gritando por la planta, y casi sin aire, el jefe de la sección de Benjamín, Santos Barrientos.

—¿Qué pasa? —preguntó ella—. Cálmate.

—Joder... Te llevo buscando una hora, Lourditas...

—¿Para qué? ¿Qué ha pasado?

—Es... Es sobre Ben... Sobre Benjamín...

Sebastián y yo no entramos al ascensor cuando las puertas se abrieron. Al mismo tiempo, Clara volvía como una bala junto a Lulú para escuchar lo que Barrientos tenía para decir.

—¡¿Qué?! —exclamó la cría—. ¡¿Qué pasa con Benjamín?!

—Que... Que... —el pobre hombre se detuvo a toser un par de veces.

—¡Venga, coño!

—Que han llamado los de arriba... Joder. Vaya carrera me he pegado al verte...

—¡Que hables ya, me cago en la puta! —exigió Clara, sin tapujos.

—Eh... Sí...  Que los de arriba han llamado... y han dicho que hoy se van antes...

—¿Qué?

—Por lo que Benjamín ya no tiene hasta las diez de la noche... Ahora tiene sólo hasta las cinco de la tarde...

Sebastián me miró y yo lo miré a él, Clara se llevó las manos a la cabeza y Lulú a la boca, e instintivamente todos volvimos a reunirnos en el centro del pasillo.

—¿Cómo que hasta las cinco de la tarde? —preguntó Lulú—. No pueden irse cuando les salga de los huevos. Ellos tienen un horario igual que nosotros.

—Sí que pueden, Lourditas... Y tú lo sabes bien.

—¿Y ahora? ¿Qué cojones hacemos? —dijo Clara, que parecía a punto de ponerse a llorar.

—Calma —dije yo—. Seguimos teniendo más de dos horas.

—¿Cómo que calma? —bramó la becaria—. ¡Llámalo ya, joder!

—Va a ser difícil... Lleva todo el día sin batería... Por eso no le coge el teléfono a nadie.

—¡Pues vayamos a buscar ya! ¿A qué esperamos?

—¿Y que nos despidan a todos? La cosa no funciona así, Clarita.

—¡Pero si has estado afuera toda la mañana! ¡¿Qué coño me cuentas ahora?!

—Porque pedí permiso y Sebas pudo cubrirme, pero...

—¡¿Pero qué?! ¡Si estás aquí dando vueltas como un gilipollas quiere decir que mucho trabajo no tienes! Ve ya mismo a hablar con tu jefe y le dices que hoy sales antes.

Entendía perfectamente la preocupación de la chica, pero tampoco iba a permitir que me pasara por arriba delante de dos jefes. Ya bastante había tenido durante el día con las vaciladas del otro gilipollas como para ahora dejarme pisotear por esta niñata también.

—Antes que nada —arranqué—. Bájame dos tonitos, ¿vale? No voy a quedarme sentado viendo como un amigo pierde el trabajo, pero las cosas hay que hacerlas bien, ¿de acuerdo? Primero iré a hablar con mi jefe, que bastante bueno es, y luego veré cómo me las ingenio. Y si no, coges tú, le pides el coche a alguien y pones tu puesto de trabajo en juego si te da la gana, ¿entendido, Clarita? Tanto escándalo por un tío que ahora mismo debe estar celebrando en pelotas el haberse librado por fin de la guarra de su novia. Qué coñazo, en serio.

No era la primera vez que ponía en su sitio a una niñata como ella, ni sería la última. La situación había cambiado, vale, pero estaba totalmente convencido de que mi jefe me dejaría salir otra vez, y más teniendo en cuenta que ya no había nada más de trabajo. Y se lo podría haber dicho a la cría también, pero no me dio la gana en ese momento. Que se quedara el resto de la tarde intranquila, por atrevida.

Sin embargo, todavía me quedaba mucho por conocer de aquella becaria... Como, por ejemplo, lo que era capaz de hacer por el hombre que le gustaba.

—Me das asco —dijo Clara de pronto, negando levemente con la cabeza y echándome una mirada de desprecio que nunca me esperé—. ¿Sabes por qué, Luciano? Porque vas por la vida con el pecho inflado pensando que lo sabes todo, cuando en realidad no sabes una puta mierda. Te piensas que puedes ir por ahí llevándote todo por delante y que las cosas van a ir ocurriendo en base a lo que hagas y deshagas. Pues no, pedante de mierda. Hay muchas, muchísimas cosas que se te escapan de las manos. Por eso Teresa te mandó a pastar, gilipollas, porque actuabas como si la tuvieras comiendo de tu mano cuando en realidad era ella la que estaba jugando contigo. Y lo hizo porque te caló desde un principio y no tardó mucho en ver la clase de persona que eras en realidad. Mamón. Asqueroso. Sigue follándote mujeres casadas y saciando ese deleznable ego tuyo, que así al final vas a terminar más solo que la una.

El silencio que se formó no duró más de diez segundos, pero juro por lo que más quieran que fue el momento más incómodo de toda mi puñetera vida. Yo, que siempre tenía respuestas y salida para todo, no supe qué decir ni cómo reaccionar. Ni siquiera en qué dirección mirar. Y lo mismo le ocurrió a Sebastián, Lourdes y Barrientos, cuyas mentes debían estar trabajando al doscientos por cien, buscando alguna excusa para salir de aquella situación tan incómoda.

Finalmente, fue la propia Clara la que volvió a hablar.

—Tú —miró a Sebastián.

—¡Q-Qué!

—No voy a dejar nada al azar. Si Benjamín llega a perder el trabajo no me lo voy a perdonar jamás. Llévame a su casa, que yo misma me voy a asegurar que todo esté en orden.

—E-Eh... Pues... —Sebas no sabía qué hacer, puesto que todavía estaba en su turno de trabajo al igual que yo. Sin embargo, y por suerte para todos, Lourdes salió al rescate.

—Venga, vamos —dijo la jefa—. Ya me encargo yo luego de hablar con Raúl y con quien haga falta. ¿Me cubres, Martín?

—S-Supongo que sí... —contestó Barrientos, que tampoco debía estar entendiendo muy bien qué cojones estaba sucediendo ahí—. Pero traedlo, ¿vale? A pesar de todo, no me gustaría perder a un trabajador tan bueno como él.

—De acuerdo. ¿Vamos?

—S-Sí... Vamos —aceptó, finalmente, Sebastián.

—Venga —cerró Clara, y arrancó hacia el ascensor sin mirar a nadie más.

—¿Vienes? —me preguntó Lourdes, dejando entrever unas ciertas ganas de echarse a reír.

—Con una condición... —titubeé.

—¿Cuál?

—Que no me obliguen a ir en el mismo coche que Clara. Ahora tengo miedo.

—¡Vaya, por dios! —rio, ahora sí, airadamente—. Tremendos humos los de la becaria, ¿eh?

—Pues sí... —me encogí de hombros.

—Venga, tú vente conmigo. Que a ella la aguante Sebas, que tanto mirarle el culo tiene que tener algún precio.

—Hecho.

Así, y con un cacao mental bastante importante gracias a esa bronca improvisada que me acababan de echar, seguí a Lourdes y juntos nos encaminamos hacia ese momento que ni pedimos ni esperábamos, pero que, por alguna razón que desconocíamos, estábamos destinados a enfrentar.

—Por cierto... —miré a Lourdes—. ¿Te parezco un pedante de mierda y un asqueroso?

—¡Ja! ¿Quieres que te mienta o que te diga la verdad?

—Nada... Mejor no me digas nada —suspiré, y perdí la mirada entre la muchedumbre que paseaba por las calles de la ciudad.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:00 hs. - Alejo.

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Rocío seguía tirada en el suelo, llorando y tosiendo exageradamente, despeinada como una puta barata y con el vestido todavía remangado en la espalda. La pelotuda había malgastado las pocas fuerzas que le quedaban en intentar evitar algo que no se podía evitar y así había terminado, totalmente fuera de combate. Sabiendo esto, ya me podía volver a centrar en mi presa original, que no había dejado en ningún momento de sobarme el pedazo mientras me chupaba y besaba el cuello.

—Espera... —me dijo entonces—. Déjame ayudarla.

—Pero rapidito —acepté—. Y decile que se comporte.

La perra asintió y salió al rescate de su hermana bamboleando sus enormes tetas ya como si nada. Como si fuese un peso muerto, levantó a Rocío y la dejó en el otro extremo del sofá, en el mismo lugar desde el que había estado mirando todo. Pero lo mejor fue que no tuve que decirle en ningún momento que se apurase, porque, después de decirle algo a la otra en el oído y de revisar algo en su celular, volvió conmigo enseguida.

—Así me gusta... Entreguita y obediente...

Así mismo, hundí mi cara mi cara entre sus tetas mientras le agarraba el culo con las dos manos exactamente igual que como lo había hecho antes. Era imposible cansarse o aburrirse de chupar esas ubres o de apretar y masajear ese culo, era simplemente imposible. Y más cuando la minita estaba tan entregada, más cuando sentía que era mía, que me pertenecía de arriba a abajo. Más cuando sabía que no iba a hacer nada por evitar que me deleitara con sus pezones, más cuando sabía que no iba a hacer nada por evitar que le pellizcara esos enormes glúteos, más cuando sabía que no iba a hacer nada por evitar que accediera a la única zona de su cuerpo que me faltaba por revisar...

—¡Ay! ¡Aaahhh!

De esa manera, mientras seguía amasando su redondo y voluminoso ojete, poco a poco fui hundiendo la punta de mis dedos entre sus carnosidades, cavando y sumergiéndome más y más en unas profundidades muy bien ocultas y protegidas entre tanta piel. Cuando por fin toqué fondo, Noelia dio un fuerte respingo e instintivamente levantó su pierna izquierda y la posó sobre uno de mis muslos, facilitando bastante así el resto de la exploración. Sin perder ni un segundo, pasé una mano por delante de su cuerpo y la metí directamente abajo de su vestido, donde, justo después de correr su tanguita para un costado, sentí el contacto de su húmeda e hinchada conchita por primera vez.

—Joder...

Y le gusto, le gustó mucho que la tocara. Sus manos me apretaron la nuca y hundió su cara en mi cuello para intentar esconder unos gemidos que ya no engañaban a nadie. Pero no terminó de perder la compostura hasta que mi primer dedito no empezó a hurgar con fuerza muy adentro de ella. Ahí dejó de morderse los labios y dejó escapar los primeros gemidos altos y claros. Gemidos que crecieron en intensidad y volumen cuando el segundo imitó el accionar y movimientos del primero, y que terminaron por convertirse en gritos de placer cuando ya tenía tres adentro de ella, masturbándola y chapoteando con violencia y maestría.

—¡Joder! ¡Joder! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaaahhhh! ¡Aaaahhhh!

Una sola vez la hice chorrearse, no quería que se viniera tan pronto, así que saqué la mano de su cajeta y la senté de culo en el sillón de un empujón. Empapada me había dejado la pierna, completamente mojada. Y me reí, y la miré para reírme de ella, pero ella ya no estaba para esos jueguitos, ella ya no estaba para provocaciones y ver quién tenía el ego más alto, en su mirada había fuego, deseo, ganas de macho, ganas de sentirse hembra de nuevo. Por eso, sin que yo tuviera que hacer nada, se acomodó en el sillón y abrió las piernas tanto, tanto, que sus pies llegaron a tocar su cara.

—Cómeme el coño, cerdo. Enséñame de lo que eres capaz... Cómemelo, cabrón... Haz que me corra...

Miré la hora. Ya eran poco más de las dos en punto y parecía que el tiempo cada vez pasaba más rápido. Pero no importaba, no me tenía que importar, no teniendo a esa yegua así de dispuesta y entregada. Si quería destruir su voluntad y doblegarla hasta el punto en el que no volviera a atreverse a mirarme a los ojos, tenía que hacer las cosas bien, sin precipitarme. Si quería que Noelia llegara al mismo punto de no retorno que Rocío, no podía pararme a mirar el reloj. Si quería ofrecérsela en bandeja de plata al cerdo de Bou, iba a tener que esmerarme al máximo tardara el tiempo que tardara.

—Venga, cabrón —insistió—. ¿O te da miedo no dar la talla?

—Hablás demasiado vos —le contesté al fin—. Pero no por mucho tiempo.

Sin más, le arranqué la tanga de un tirón y enterré la boca en aquel tesoro al que tan pocos habían podido acceder. Noelia gimió nada más sentir el contacto directo de mi lengua en su clítoris, jadeó y me agarró la cabeza con ambas manos para que no me separara ni un milímetro de ella. Esa conchita tan linda, coronada por una línea vertical de pelitos negros, chorreaba fluidos y palpitaba con vehemencia. Con cada lamida, su cuerpo se estremecía y me empujaba hacia atrás, o hacia el costado, o hacia donde sus espasmos me llevaran.

—Vamos... Hijo de puta —decía, caliente—. Cómeme... Cómeme bien.

Y no me guardé nada, dejé todo, absolutamente todo. Puse el doble de empeño que con sus tetas, me esmeré como hacía mucho no me esmeraba con una mujer, moví la lengua a una velocidad humanamente inalcanzable. Metí un dedo, metí otro. Le lamí el clítoris, se lo succioné, se lo solté y volví a agarrar. Ella gemía más, cada vez más. Me tiraba de los pelos y se retorcía mientras sentía mi dedo moviéndose dentro de ella, mientras sentía mi lengua maltratando su botoncito, mientras iba preparando su cuerpo para lo que era ya inevitable.

—Joder... Un poco más... Un poco más...

La cerda gemía, y no paraba de retorcerse sobre el sofá. Sus uñas se clavándose profundo en mi cuero cabelludo y ya casi no podía respirar de lo fuerte que apretaba mi cara contra su concha. Ya no había orgullo, ya no había ego, ya sólo quedaba una puta en celo que lo único que quería era descubrir el verdadero placer, el máximo gozo al que puede llegar una persona. Placer y gozo que sólo se podía llegar mediante mi lengua o mi poronga. Porque no había en el mundo mejor amante que yo, porque las volvía locas a todas, porque todas querían repetir, porque todas estaban dispuestas a dejarlo todo por mí. Y Noelia me lo demostró cuando me bañó la boca en fluidos y se dejó ir en su grito más fuerte hasta el momento

—¡Aaaaahhhhh! ¡Sííííí, cabronazo! ¡Vaya corrida, joder!

El cuerpo me pedía descanso, y, seguramente, a ella le pasaba lo mismo que a mí. Pero no había tiempo para eso, no cuando, por fin, la tenía justo donde la quería, recién acabada y calentita, lista y preparada para recibir el plato principal. Sí, la hora había llegado y me iba a coger a Noelia con Rocío mirando, con la persona a la que nunca quiso que me acerque mirando, observando cómo la hacía mía, cómo la embarcaba en un viaje sin regreso hacia el mundo del placer, hacia un lugar que sería su infierno particular, así como ella lo había sido para mí durante tanto tiempo. Noelia estaba a punto de maldecir, y bendecir al mismo tiempo, el día en el que decidió meterse en mi camino.

—En cuatro, dale —le ordené, con un simple movimiento de mi dedo índice.

Obediente, también visiblemente agotada, se dio la vuelta y emuló, sin muchas complicaciones, a una gata en celo. Una posición en la que siempre había soñado con tenerla, una posición en la que había puesto a tantas otras mujeres imaginando que era ella la que estaba ahí... Por fin, por fin la tenía donde quería... Era mi momento. Era mi putísimo momento.

Quería recrearme un poco con lo que tenía adelante, quería amasar y apretar ese ojete durante mucho, mucho tiempo, pero ya no podía más, ya no aguantaba más. Mi cuerpo ya se movía solo hacia adelante como si algún tipo de magnetismo me atrajera... Su hambrienta y sedienta conchita llamaba a gritos a mi tiesa y palpitante verga... Todo estaba dado, todo estaba listo...

—Fóllame ya, joder...

Y no hizo falta que dijera más. El reloj marcaba algún minuto más de las dos y diez de la tarde, cuando me erguí detrás de ella y, muy lentamente, comencé a ensartar mi larga, gorda y venosa pija dentro de la mujer más inaccesible que jamás había conocido.

—Sí... —dije entonces, apretando con mucha fuerza su glúteo izquierdo—. ¿La sentís, Noelia? ¿Sentís cómo entra? ¿Sentís cómo se van estirando las paredes de tu conchita?

Ella no decía nada, sólo gemía muy, pero muy bajito... No le veía la cara, pero estaba seguro de que tenía los ojos cerrados y los dientes muy apretados, al igual que todas las demás. No le veía la cara, pero estaba seguro de que estaba sintiendo algo que nunca antes había sentido, igual que todas las demás. No le veía la cara, pero estaba seguro de que deseaba que terminara de metérsela del todo y empezara a garchármela de una buena vez, igual que todas las demás.

—¿Te gusta, Noelia? ¿Querés más, putita? ¿Querés más?

—Mmm...

Sin perder detalle de sus gestos, bajé una segunda mano y apreté su otra nalga también. La estrujé y marqué con mis dedos al igual que lo estaba haciendo con la otra. Ella seguía gimiendo por lo bajo, en la misma posición, expectante, relajada, sumisa... todo lo contrario que su conchita, la cual se sentía cada vez más intranquila, más impaciente... Sensación que se confirmó cuando, ella sola, sin que yo hiciera nada, empezó a mover su culito hacia atrás, buscando enterrarse algún centímetro más de mi pedazo, buscando acelerar el proceso.

—¡Mirala a ella! —me reí—. ¡La todopoderosa Noelia enterrándose mi poronga ella solita! No te preocupes, putita, no te voy a hacer esperar más.

Así, clavando una mano en su glúteo izquierdo y la otra en su hombro derecho, tomé impulso y le di la embestida final, liberando al mismo tiempo toda la rabia contenida durante tantos años en un grito que debió escucharse en toda la cuadra. Inmediatamente, se la saqué hasta la mitad y se la volví a meter entera de otro fuerte empujón. Ahora, los brazos se le vencieron y cayó de boca sobre el respaldar del sofá, dejándome así su culo más empinado que antes todavía. Nuevamente, la saqué hasta la mitad y volví a estampársela de una, provocando que esta vez fueran sus piernas las que no aguantaran más. Estaba siendo demasiado para ella, aunque no estaba demostrándolo tanto como a mí me hubiese gustado.

—¿Qué pasa, Noe? ¿Está siendo mucho para vos? Parece que me estuviese garchando a una mina dormida... Media pila, che...

En respuesta a eso, Noelia levantó el torso y, sin sacársela de adentro, arrastró sus rodillas hacia adelante sobre el sofá, obligándome a mí a seguir el mismo recorrido, hasta que quedé apoyado de cara y manos en el respaldar con su espalda pegada en mi pecho. Aprovechando la posición, pasé mis manos por delante y, en esta ocasión, me agarré fuerte de sus tetas. Así, tiré de ellas hacia arriba hasta que nuestras cabezas quedaron a la misma altura, en una posición mucho más cómoda para continuar con la cogida. Cosa que empecé a hacer, por primera vez, sin interrupciones ni compasión.

—¡Aaahhh! —gimió fuerte, ahora—. ¡Aaaahhhh! ¡Aaaaahhhhh!

—Uff... Ahora sí, ¿no? —volví a reír, mientras iba acelerando la velocidad del mete saca—. Ahora te gusta más, ¿no?

—Aaahhh... Aaahhh... Mmm...

—Tomá... Chupame los dedos... Chupalos todos, putita...

Sí, le metí dos dedos en la boca y apreté con fuerza para que empezara a mover su lengua, cosa que hizo enseguida, con muchas ganas, con mucha saliva, con mucha rabia... Y aceleré más todavía, potencié más cada empalada mientras le estrujaba una teta y le invadía la boca con casi tres dedos... Me encantaba, me encantaba tenerla así, tan chiquita delante de mí, tan frágil, tan a mi disposición... Su fuerte y poderosa voz se había reducido a un simple hilo que a duras penas podía escucharse entre jadeo y jadeo... Su siempre altanera mirada ya no se alzaba más de lo que medía el propio sofá... Era mía, era total y absolutamente mía, y ya no podía hacer nada al respecto para evitarlo.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh!

—Dale, Noelia... Ufff... Dale, putita... Sos capaz de más... Yo sé que sos capaz de más...

No contestaba, sólo gemía y jadeaba, y eso que ya le había sacado los dedos de la boca. Pero eso a mí no me alcanzaba. Estaba acostumbrado a que las mujeres me pidieran más y más, a que me insultaran, a que me idolatraran, pero nunca a la indiferencia. Y ella no iba a ser la excepción, juraba por cualquier cosa que no sería la excepción. Aunque, para eso, tuviera que recurrir a una vieja confiable: la humillación.

—¡Aaaaaaahhhhhhh! ¡¿Q-Qué haces?!

El primer cachetazo en el culo apenas sonó, pero logró arrancarle un buen aullido además de sus primeras palabras desde que empezáramos a coger. A la segunda palmada, un poco más fuerte que la anterior, su grito fue mejor todavía. Y me envalentoné, una tercer y cuarta bofetada la hicieron perder el control ya y empezó a gritar sin ningún tipo de control.

—¡Aaaaaaahhhhhhh! ¡Aaaaaaaahhhhhhhh! ¡Aaaaaaaaahhhhhhhhh!

Su culito ya tenía todo el lado izquierdo en carne viva, rojo como un tomate, su cuerpo temblaba, se vencía, se caía, sólo lograba mantenerse gracias a que la estaba aguantando de una teta. Y entonces le pegué de nuevo, y le di otra, y otra, y después cambié de nalga y le empecé a castigar esa también. Una, dos, tres, cuatro, cinco nalgadas más. Cada una acompañada de un grito distinto, cada cual a mayor intensidad. Hasta que, por fin, me suplicó que me detuviera.

—¡B-Bastaaa! ¡B-Bastaaa, por favor!

Y aquello fue música para mis oídos y un mimo para mi alma. Escuchar gimotear de esa manera a esa cerda hija de puta, que siempre me había mirado por encima del hombro, que siempre me había menospreciado aun cuando no le había hecho nada, escucharla sufrir, escucharla llorar así, era algo que nunca creí que me pudiera causar tanta satisfacción.

—Y-Ya vale... Ya vale... Por favor...

Porque sí, lloraba, Noelia tenía la cara empapada en lágrimas, y a mí, eso, no hizo más que excitarme más todavía, no hizo más que provocar que empezara a cogérmela con más ganas todavía, con más desesperación, con más violencia... Y sus gemidos cada vez sonaban más desgarradores, más ensordecedores, más dolorosos...

—Y-Ya está, A-lejo... Ya está, p-por favor...

Pero me faltaba algo, necesitaba algo más para coronar el mejor momento de mi vida. Sí, ya sabía qué era, ya sabía qué podía ser la frutilla del postre... No me quedaba mucho, sería sólo durante un instante, algo meramente superficial, pero lo necesitaba... lo necesitaba y lo quería.

—¡Rocío...! Ufff... ¡Rocío, vení para acá!

La hermana menor, cuyos ojos debían haberse quedado ya sin lágrimas, vino a mi lado sin rechistar. Ni una sola queja, obedeció como una campeona. Entonces, la agarré de la cintura y la besé, la besé como si fuese el último beso que iba a dar jamás. Ella no reaccionó casi, estaba totalmente abatida, totalmente resignada, totalmente derrotada, pero abrió la boca lo suficiente como para que yo pudiera meter mi lengua y entrelazarla con la suya. Así, me encontraba intercambiando fluidos tanto con una hermana como con la otra. Así, me encontraba disfrutando del cuerpo tanto de una hermana como de la otra. Me estaba garchando a Noelia mientras besaba a Rocío y le metía los dedos, que había lubricado su propia hermana, en la concha. Mi verga salía y entraba una y otra vez, tremendamente dura y empapada, de la hermana mayor mientras mis dedos jugueteaban, tremendamente duros y empapados, adentro de la hermana menor.

—¡Aaaaahhhhh! ¡N-No puedo más...! ¡N-No puedo más!

Mío era aquello con lo que tantas veces había soñado en mi adolescencia. Mío era aquello que nunca había pedido pero que el destino había decidido regalarme de igual manera. Mío era aquello con lo que mi vida quedaría solucionada para siempre, sin necesidad de meterme en negocios turbios ni arriesgar mi vida entre mafiosos africanos. Mío era aquello que nunca volvería a ser del cornudo maricón de Benjamín. Mío era aquello que nunca volvería a ser de ningún otro hombre que no estuviera dispuesto a pagar para obtenerlo.

Mío eran sus futuros. Mías eran sus vidas. Mías eran Rocío y Noelia.

Mía era la victoria.

Yo ganaba.

Yo.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:00 hs. - Benjamín.

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La tarde se presentaba increíblemente tranquila. El cielo se alzaba despejado y lo único que sentías estrellarse contra tu piel era una brisa fresca y otoñal. Todo el tumulto típico de una zona céntrica como aquella brillaba por su ausencia, siendo que el único sonido que podía escucharse, era el piar de nuestros vecinos los pajarillos que anidaban en lo alto de las copas de los árboles. Por la calle, apenas un puñado de personas había visto en todo el trayecto a mi casa. Seguramente mucho tenía que ver el trascendental partido de fútbol que se estaba disputando a esas horas. Todos estarían reunidos en sus casas, con amigos, familia, parejas, compañeros de trabajo... Después de todo, no todos los días se juega un derbi nacional.

—Qué silencio...

Cerré los ojos, respiré profundo. Llené mi pecho de toda esa paz, de toda esa calma. Vacié mi mente de cosas negativas, de pensamientos pesimistas. Borré de mi cabeza todo aquello que me generaba dudas, que no me permitiría dar el siguiente paso. Todos los indicios se mostraban favorables, nada habría de hacerme sentir mal o de provocarme temor. Estaba listo. Estaba preparado.

Metí la llave en el portal y me adentré a paso firme, sin mirar atrás y sin desviarme de mi objetivo. No iba a subir en ascensor. Si bien aquella tarde iba sobrado de paciencia, no iba a comerme diez minutos metido en esa caja maldita. Por eso, fui directo a las escaleras. Sí, serían nueve pisos, pero después de dos días enteros de vagar por la ciudad y sin dormir, ya nada me asustaba. Estaba en forma y me sentía bien.

—Primer piso...

La primera vez que fui a cenar a su casa, su padre me preguntó si creía en Dios. Ella me había dicho que fuera sincero en todo, que no mintiera, que su padre era un polígrafo viviente y se daría cuenta enseguida. Le hice caso y le dije la verdad: que sí que creía pero que no practicaba. Como era de esperarse, aquello no le gustó, y el resto de la cena se la pasó en silencio y con cara de pocos amigos. Su madre, sin embargo, se mostró muy amable y cariñosa conmigo desde el primer momento.

—Segundo piso...

A las dos semanas, prácticamente arrastrado por Rocío, volví a cenar con ellos. Su padre me preguntó qué significaba eso de que no practicaba. Nuevamente, y siguiendo los consejos ya mencionados, fui honesto y le dije que no iba a misa ni rezaba ni nada de esas cosas que suelen hacerse en la práctica. Obviamente, aquello no le gustó, y el resto de la cena se la pasó en silencio y con cara de pocos amigos. Su madre, como siempre, un amor conmigo.

—Tercer piso...

Un par de días después, fue su madre en persona la que me invitó a cenar. Imposible negarse. Antes de dar el primer bocado, su padre me preguntó que cómo se podía creer en Dios pero no rezar ni ir a misa ni nada de esas cosas que suelen hacerse en la práctica. No sin tartamudear, respondí que por una cuestión de elección propia. Me quedaba con todo lo que la religión católica me había enseñado durante mi crianza, pero que consideraba que cada uno, y no Dios, es dueño de su propio destino. Desde luego, aquello no le gustó, y el resto de la noche se la pasó en silencio y con cara de pocos amigos. A esa altura del partido, a su madre ya la tenía en el bolsillo.

—Cuarto piso...

No volví a cenar con ellos hasta unas tres semanas después. Aprovechando un puente de fin de semana, Rocío y yo nos íbamos a ir a un parque de atracciones con hotel y todo, pero una inoportuna tormenta hizo que tuviéramos que cambiar de planes. Apenas un segundo después de terminar con las bendiciones, el jefe de la familia me miró y me preguntó que cómo podría confiarle su hija a alguien que se creía dueño de su propio destino. Que cómo podría cerciorarse de que estaría junto a ella en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buenas y en las malas, con un pensamiento tan egoísta como ese. Nunca me esperé que me preguntara algo como eso. Y, esta vez, al que no le gustó fue a mí. Con todo el respeto que pude imprimir en mis palabras, le dije que nada tenía que ver una cosa con la otra. Que yo podía creerme dueño de mi propio destino y, a la vez, incluir a tanta gente como quisiera dentro de él. Y que había elegido a Rocío para escribirlo junto a ella, para que me ayudara a ser mejor persona, para que caminara junto a mí el resto de mis días... Que podía quedarse tranquilo, que mi destino y el de su hija ahora iban de la mano.

Contra todo pronóstico, esta respuesta pareció gustarle mucho más que las anteriores. Sobra decir que a ella y a su madre también. Y, a diferencia de otras noches, el resto de la cena se mostró dicharachero y mucho más cercano. Esa noche Rocío y yo hicimos el amor por primera vez.

—Quinto piso...

Su padre y yo comenzamos a llevarnos mejor. Ya no sólo me interrogaba, también me preguntaba por mi trabajo y mis aficiones. Y, si bien mantenía cierta distancia y se encargaba de marcarme dónde estaba el límite de la confianza en todo momento, cada vez me resultaban más agradables las charlas con él. Y Rocío y su madre, más felices que un par de perdices con todo esto.

—Sexto piso...

Una tarde, Rocío me llama y me dice que su padre me invitó a ver un partido de baloncesto con él. Poco me interesaba ese deporte a mí, pero ella insistió en que fuera, que tenía toda la pinta de ser una prueba de fuego para mí. En el momento no entendí, ya que creía tener a su padre en el bolsillo. Pero con el pasar de los cuartos me fui dando cuenta de las cosas. Sobre todo cuando me preguntó cuáles eran mis planes de vida con Rocío, qué cuándo pensaba pedirle la mano y que cuántos hijos calculaba que iba a tener con ella. Sin tratar de adecuar la respuesta para que no le chocara tanto, y sin disimular que la pregunta me había gustado entre poco y nada, le dije que eso sería algo que iríamos viendo su hija y yo y que no teníamos ningún tipo de prisa ni con una cosa ni con la otra. Su reacción, cuando menos, fue desmedida. Me dijo que igual se había equivocado conmigo y el resto del partido se lo pasó en silencio y con cara de pocos amigos. En tan sólo un par de horas, había tirado por la borda todo lo ganado durante esos últimos meses.

—Séptimo piso...

Las tres siguientes cenas en casa de Rocío fueron calcadas en desarrollo. Su padre había vuelto a los monosílabos secos y su madre hacía lo posible para espantar la incomodidad con recuerdos, anécdotas y álbumes de fotos. Todo en vano. En ese momento, parecía que el líder de la manada había dictado sentencia en referencia a mí y que nada iba a hacer que cambiara de opinión.

—Octavo piso...

Cada vez dejábamos pasar más tiempo entre cena y cena en casa de sus padres. Me sabía fatal dejar las cosas así con mi suegro, pero tampoco quería que nuestra relación siguiese enturbiándose por forzar un roce que ya me parecía innecesario. Sin embargo, en esa época de nuestras vidas era Rocío la que siempre ganaba las discusiones, así que terminamos yendo una noche más. Al principio, todo transcurrió cómo las últimas veces. Su padre seco y serio, su madre alegre y afable, y nosotros fingiendo como que todo iba bien. Hasta que, inesperadamente, el jefe de la casa decidió excusarse y llamarme en privado para tener una charla conmigo. Allí mismo, donde creía que sería exiliado ya definitivamente, el hombre me miró con cierta lástima y me preguntó que cuáles eran mis intenciones reales con su hija. Resignado, y sin ánimos de volver hacer enfadar al hombre, comencé con el mismo discurso de siempre. Pero no me dejó ni arrancar, me frenó y me pidió que me dejara de gilipolleces y que respondiera su pregunta. La seriedad en su cara lo decía todo, quería que me abriera con él. Por primera vez me hablaba con el corazón. Y, también por primera vez, le hablé yo también con el mío. "Rocío es la mujer de mi vida", le dije. "Roció es la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida", le dije. "Quiero casarme con ella y tener hijos con ella. Quiero crear recuerdos felices con ella y superar los no tan felices con ella. Quiero ser el primero que esté ahí para acompañarla en los éxitos y ser el primero que esté ahí para abrazarla en los fracasos. Quiero estar ahí para felicitarla en los aciertos y quiero estar ahí para perdonarla en los errores". Le dije que podía quedarse tranquilo, que había elegido a Rocío y que permanecería a su lado hasta el último día de mi vida. Y esa fue la última vez que sacó el tema.

—Noveno piso...

La decepción, el dolor, el desengaño, son factores importantes a tener en cuenta a la hora de tomar una decisión importante. Cuando te sientes engañado, sólo piensas en ese preciso instante en el que fuiste traicionado. Cuando te sientes decepcionado, sólo piensas en aquello que provocó que te sintieras así. En tiempos de dolor, olvidas los buenos momentos, las buenas épocas, todas esas buenas acciones por las que llegaste a sentirte bien con una o varias personas en particular. Y así me había encontrado yo esas últimas semanas, así había quedado yo después de haber encontrado al amor de mi vida siéndome infiel por segunda vez. Me había olvidado de todo. Me había olvidado de su sonrisa, de sus besos, de sus abrazos... Me había olvidado de todas esas noches en vela esperándome para cenar conmigo... Me había olvidado de todas esas veces que se aguantó las ganas de hacer algo por culpa de mi trabajo... Me había olvidado de que fui yo el que la encerró en ese apartamento para que viviera sólo y exclusivamente para mí... Me había olvidado de que fue mi ausencia constante y excesiva la que la arrojó a los brazos de su amigo de la infancia... Y, en su lugar, me empeñé en sentir que era ella la que se había olvidado de todo, de mi sonrisa, de mis besos, de mis abrazos... La que se había olvidado de todo lo que sacrifiqué por darle una vida digna... La que se había olvidado de todo lo que apechugué en el trabajo para luego poder hacer cosas con ella... La que se había olvidado de todas las veces que me tragué mis ganas de hacer algo por culpa de su familia... Me empeñé en sentir que nunca me había querido, que nunca le había importado, que era el ser humano más horrible que jamás había puesto un pie sobre la faz de la tierra. Por eso llegué a tener tan claro que la dejaría... Por eso llegué a tener tan claro que la mandaría a la mierda e intentaría rehacer mi vida sin mirar atrás.

Hasta que apareció ella... Hasta que apareció Cecilia y me hizo abrir los ojos. Fue allí, cuando me encontró llorando sobre el móvil y me abrazó como si fuese lo más importante de su vida, que recordé lo que era sentirse querido. Fue en ese momento, cuando me dijo que ahí estaba ella y que no se iría hasta que yo no me sintiera mejor, que recordé lo que era sentirse amado. Inconscientemente, mi mente cambió a Cecilia por Rocío durante algunos segundos, y me trasladó a esa época de mi vida en la que fui feliz, en la que mis más grande preocupaciones sólo tenían que ver con mi vida laboral. Allí, pude ver su sonrisa de nuevo. Allí, volví a sentir sus besos y sus abrazos. Allí, me di cuenta de que esas cosas no se podían fingir, de que no se podían falsificar, ni aunque fueras el ser humano más horrible sobre la faz de la tierra. Allí, me di cuenta de que, por más decepcionado, dolido o traicionado que pudiera haberme sentido, jamás debí haber puesto en tela de juicio el amor que Rocío me había profesado durante tantos años. Allí, me di cuenta de que Rocío seguía siendo la mujer de mi vida, de que seguía siendo la mujer con la que quería pasar el resto de mis días, de que seguía siendo la mujer que quería que fuera la madre de mis hijos.

Los legítimos sentimientos de Cecilia me hicieron salir de aquella vorágine de odio que me había llevado a olvidar todo aquello por lo que amaba a Rocío. Gracias a Cecilia, recordé por qué le habría prometido al padre de Rocío todo aquello Gracias a Cecilia, qué fue lo que siempre quise para mi vida. Gracias a Cecilia, fui capaz de tomar una decisión final.

Sí, tendría que hacer un esfuerzo enorme para dejar todo atrás. Seguramente, pasaría mucho tiempo hasta que la normalidad volviera a nuestras vidas, pero ya no había vuelta atrás: terminaría de subir ese último tramo de escalones y entraría en casa con la total y absoluta convicción de perdonar a Rocío.

Y me importaba una mierda lo que pudieran decir. La gente siempre había esperado demasiado de mí; desde mis padres en mi infancia, pasando por mis profesores en la adolescencia, hasta llegar al resto de mis seres queridos en mi madurez. Toda mi vida recibiendo presión desde los cuatro costados, toda mi vida teniendo que escuchar a todo el mundo diciéndome qué hacer, cómo pensar y cuándo vivir. Pero se había acabado, se había acabado el querer gustarle a todo el mundo, el querer quedar bien con todos y hacer siempre cualquier cosa menos lo que quería yo. Estaba a punto de hacer efectiva la decisión más importante de mi vida, e iba a hacerlo bajo mis propias condiciones, bajo mis propias reglas y siguiendo mi propio instinto y a mi propio corazón.

Y al que no le gustara, que se aguantara. Porque el protagonista era yo y nadie más que yo.

Comencé a caminar por el pasillo, tranquilo, relajado, con la mente en blanco nuevamente. No oía nada, no escuchaba nada. La paz de la calle también reinaba dentro de aquel edificio. Llegué a la puerta de mi casa y me quedé unos segundos quieto. Justo ahí, noté como algo comenzaba a removerse dentro de mí. Noté una sensación muy desagradable. Noté angustia y pesar. Noté mucha tristeza. No entendía el porqué, no entendía qué me estaba pasando. La calma reinaba, mi mente se encontraba en un estado de relajación indescriptible, pero sentía como si estuviese a punto de derrumbarme. Metí la llave. Me temblaban las manos. Me dolía el pecho. Pensé que podía desmayarme en cualquier momento, pero giré la mano de todas formas y abrí la puerta.

Entonces, la realidad se estampó contra mi cara como un flechazo directo al corazón.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡B-Basta! ¡Déjame, por favor! ¡Déjame!

—¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Dale, putita! ¡Dale, putita!

—¡Aaahhh! ¡P-Paraaa! ¡Paraaaa!

La calma desapareció, la paz se esfumó, la tranquilidad se comprimió en una pequeña bolita y volvió a expandirse en forma del más estruendoso de los escándalos. De un momento a otro, los ruidos de la calle entraron por la ventana como el estallido de una bomba; los cláxones, el murmullo de la gente y el agresivo piar de los pájaros se mezclaron con los chapoteos, gemidos y gritos que rebotaban en cada esquina dentro del salón.

—¿B-Benja...? ¡¿Benjamín?! ¡No! ¡No, por favor!

—¡Jaaaaa! ¡Pero miren quién llegó! ¿No querés unirte a la fiesta, campeón?

Inconscientemente, cerré la puerta detrás de mí y di hasta diez pasos hacia el frente, quedándome justo delante de ellos. Allí, en mi sofá, estaban los tres, juntos, desnudos, gozando como tres bestias a las que ya no se les veía ningún atisbo de humanidad. Unos llorando, otros gritando, unos sonriendo, otros jadeando... Rocío, mi Rocío, se aferraba con fuerza al torso de Alejo mientras este, sin compasión, metía y sacaba sus dedos empapados de su entrepierna a una velocidad que mis ojos no eran capaces de seguir. A su vez, haciendo gala de una resistencia física envidiable, embestía violentamente las nalgas de una Noelia que no paraba de retorcerse desconsolada sobre el respaldar del sofá.

—¡N-No...! ¡B-Benja! ¡No... No mires, por favor! ¡¡¡No mires!!!

—¡Dejalo, Rocío! ¡Dejalo que mire y aprenda! ¡Ufff! ¡Ya era hora de que lo viera en primera persona! ¡Mirá, Benjamín! ¡Mirá este pedazo de poronga! ¡Con esto llevo garchándome a tu novia desde que llegué acá! ¿A que no... a que no te sorprende? ¡Pero claro que no!

Ya podía hablarme todo lo que quisiera, ya podía provocarme y humillarme todo lo que quisiera, que yo no iba a reaccionar. No había nada dentro de mí que me empujara a moverme. No había odio, no había rabia, no había pena, no había desilusión... No había nada, absolutamente nada. Lo único que quería en ese momento, era descansar. Sentarme y descansar. Tumbarme en la esquina de aquel sofá y ponerme cómodo hasta que todo aquello acabase.

—¿E-En serio no querés participar? Ufff... Mirá este ojete, Benjamín... Mirá lo que es esto... ¿En serio no lo querés probar? ¡Dale, man! ¡Te la debo! ¡Aceptalo como regalo! ¡Como disculpa por haberte choreado la novia!

—¡C-Cállate, Alejo! ¡C-Cállat...! ¡Aaaaahhhhh! ¡Aaaaahhhhh!

—¡A-Así me gusta, Rocío! ¡Entregate al placer! ¡Mostrale a Benjamín cómo es tu cara cuando tenés un orgasmo, que seguro no la conoce todavía!

—¡No! ¡No! ¡¡No!! ¡D-Déjalo... Déjalo ya!

—¡D-Dale, Rocío! ¡Dale! ¡Vamos a acabar juntos, como lo hacemos siempre! ¡D-Dale!

—¡No! ¡Alejo! ¡Hazlo fuera, Alejo! ¡Por lo que más quieras hazlo fuera!

—¡¡D-Dale, Rocío!! ¡¡No puedo más!! ¡¡Dale, reina!! ¡¡Aaaahhhh!! ¡¡Aaaahhhh!!

—¡¡¡No!!!

A continuación, sólo escuché gritos de dolor y de placer entremezclándose entre sí. No vi nada, ni me molesté en mirar, hacía rato que tenía los ojos cerrados, hacía rato que mi mente ya estaba lejos de allí, en un mundo en el que nada me atormentaba, donde nada me jodía, donde nada me estorbaba. Un mundo en el que podía hablar conmigo mismo y recordarme lo iluso que había sido sin sentirme mal por ello, un mundo donde podía mirarme a los ojos y reírme de mí mismo por haber vuelto a tropezar con la misma puta piedra, un mundo donde podía dormir tranquilo aun sabiéndome la persona más tonta y ridícula de todo el planeta Tierra.

Sí, por fuera no iba a reaccionar bajo ningún punto de vista, pero, por dentro, todos los fantasmas que Cecilia me había ayudado a espantar volvieron a resurgir mucho más grande y tenebrosos que antes. Por fuera, nadie me vería hacer ningún tipo de gesto, pero, por dentro, volvía a ser el mismo tipo humillado y derrotado de aquellos últimos días.

Porque no, yo no era el protagonista. Nunca lo había sido... ni nunca lo sería.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:30 hs. - Clara.

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—¡No puedo aparcar en un vado, Clara!

—¡Pues déjame bajarme aquí, puto gilipollas!

—¡Oh, vale! ¡Te dejo aquí! ¿Y luego qué, puta loca? ¿Lo esperarás en la puerta de la casa mientras la ex baja con las maletas?

—Y-Yo... ¡Aggh, no te soporto!

—Déjame aparcar y ya luego nos encargamos Lucho y yo, ¿vale?

Tontos. Parecían todos tontos. ¿Cómo era posible que yo fuera la única ahí que entendía la gravedad de la situación? Todos, pero todos ellos habían visto a Benjamín esos últimos días y sabían el estado lamentable en el que se encontraba, ¿cómo era posible que no estuvieran preocupado ni un poquito? Que sí, que todavía teníamos dos horas por delante, pero estaba claro que el tío no iba a querer saber nada del trabajo si las cosas con su novia terminaban muy mal. Y todo era culpa del anormal de Luciano, que lo había dejado volver solo a su casa. ¿Qué clase de amigo haría algo así? Bien merecidos tenía todos los insultos que le había soltado antes.

Pero me importaba muy poco lo que todos ellos creyeran, mientras yo estuviera ahí, no permitiría que a Benjamín le pasara nada, así tuviera que meter, no las narices, sino la cabeza entera donde no me llamaran.

—Venga, aquí mismo.

Sebastián aparcó y, como era de esperarse, se quedó ahí, cómodo como un oso esperando a que llegaran Lourdes y Luciano.

—¿Qué haces? ¡Oye, espera! —gritó el idiota nada más verme bajar del coche.

—Creo que es por ahí... —comencé a murmurar para mí misma, pasando totalmente de él.

—¡Clara, vuelve aquí! —volvió a gritar el bobo, teniéndose que bajar del coche él también—. ¿Se puede saber qué coño haces? ¡Que Lucho y Lourdes ya deben estar al caer!

—¡Que me la suda, tío! ¡No pienso perder ni un segundo más aquí contigo! ¡Yo me piro!

—¡M-Mira! ¡Ahí vienen!

Miré hacia atrás y vi como Luciano y Lourdes venían caminando tranquilos, riendo y hablando entre ellos, como si no tuviéramos nada en juego ni ningún tipo de prisas. En cualquier momento iba a terminar de perder la paciencia e iba a mandarlos a todos a la mierda.

—Todo muy divertido, ¿no, chicos? Cómo se nota que no son sus trabajos los que están en juego.

—Déjalo ya, Clara —dijo, Lourdes, cambiando el gesto completamente—. ¿Vamos yendo?

—Vale, ¿pero cuál es el plan? —preguntó Sebastián, encogiéndose de hombros.

—¿Plan? ¿Me vacilas? —volví a saltar yo, hastiada ya con tanto tonto—. Vamos a su portal, tocamos su puto timbre y le decimos que baje. ¿Tan difícil te parece?

—Qué pesada que eres, niña. ¿Por qué no te vas a tomar por el culo de una vez? —respondió él, haciéndose la puta víctima.

—¡Vete a tomar por el culo tú, imbécil! ¿Sabes qué? A la mierda todos. Yo me piro.

—Espera, Clara —dijo ahora Luciano, el que faltaba—. Aunque sigo creyendo que es mejor no meternos donde no nos llaman...

—¿Vas a seguir con eso? Que no, que te den...

—¿Me dejas terminar? —carraspeó y continuó—. Aunque sigo creyendo que es mejor no meternos donde no nos llaman, vamos a hacer lo siguiente...

—¿Qué?

—Entraremos por el garaje, ¿vale? Prefiero que no nos topemos con su novia en caso de que se esté yendo en ese mismo momento.

—¿Eh? —dije entonces, flipando—. ¿Pretendes que nos quedemos esperando en el garaje a ver si, milagrosamente, Benjamín decide aparecer por ahí?

—Joder, Clara... ¿Puedo?

—¡Es que no paro de escuchar gilipolleces! ¿Podemos ir y tocar el timbre de una vez?

—¡Déjalo terminar, cojones! —saltó de nuevo el tonto de Sebastián—. ¡Ya luego te quejas todo lo que te salga del coño!

—¡Relájate un poco, baboso de mierda! ¡Que al final te voy a meter una torta!

—¡Tú a mí lo único que puedes hacerme es comerme la...!

—¡Basta! ¡Los dos! ¡Entraremos por el garaje y punto!

—Vale —dijo ahora Lourdes—. Entramos por el garaje, ¿y luego?

—Yo subo, pongo la oreja y, si veo que está todo en orden, toco el timbre y ya le cuento todo a Benjamín.

—Y a nosotros que nos den, ¿no?

—Que no, que luego le doy un toque a Sebas para que suban ustedes también.

—Bueno... haremos eso entonces —aceptó Lourdes, terminando ya de romper cualquier tipo de racionalidad que pudiera quedar allí en ese momento.

—Yo es que... es que lo flipo —me resigné—. Venga, vamos. Que con tanta charlita estamos perdiendo un tiempo de oro.

—Vamos.

Sin más, comenzamos a caminar en dirección a la avenida principal sin todavía saber muy bien qué pretendía Luciano con todo eso. Pero me la sudaba, en el fondo me la sudaba. Llegado el momento, no me iba a dejar llevar por las tonterías de esa gente de que si interrumpir o no interrumpir. Como el tiempo pasase y yo no viera a Benjamín, tiraría la puerta a patadas si era necesario. Porque yo no sólo estaba yendo para evitar que lo despidiesen, yo iba para darle mi apoyo, para no permitir que se viniera abajo luego de hablar con su novia, para que supiera que estaba ahí para él. Por eso había insistido tanto en que Lourdes me ayudara, porque ella también era importante para él, porque ella también tenía que decirle que no se preocupara por nada, que estaría ahí para él. Benjamín nos necesitaba y no pensaba fallarle, por más tonterías que dijesen los subnormales de sus amigos.

Cuando llegamos al portón gigante ese del garaje, Luciano nos guió por una acerita que había al costado, hasta que llegamos a una puerta de hierro en un estado bastante lamentable.

—Por aquí, venga.

—Pero esa puerta no tiene pomo —observé con claridad—. ¿Cómo cojones pretendes que entremos por aquí?

—Calla.

No pude ver muy bien lo que estaba haciendo, pero Luciano metió la mano por un recoveco de cemento hueco que había justo al lado de la cerradura, y entonces escuchamos un fuerte 'clic'.

—Hecho —rio, el pedante de mierda—. La de veces que habré entrado por aquí cuando el bobo no quería quedar con nosotros.

—Pues venga, vamos.

Lo dicho, no iba a dejar que nadie se interpusiera en mi camino. Si tenía que salir corriendo o llegar a las manos con esa gente, lo haría. Me daba igual si me cruzaba con su novia, con el cerdo de su amante o con su puta madre.

Porque era por él.

Por nadie más que él.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:30 hs. - Rocío.

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—¿Estás bien, Noe? —le pregunté, mientras le secaba el pelo con la delicadeza propia con la que trataría a un bebé.

—Sí —respondió ella, en un hilo de voz que apenas llegaba a oírse.

—Mira —le dije, enseñándole un viejo vestido negro que había preparado para ella—. ¿Recuerdas esto? El de "esas horribles rosas rojas". Vaya feo que te hice aquel día...

—Sí... —afirmó ella, esbozando una pequeña sonrisa—. No querías admitir que con esas tetas ya no podía seguir vistiéndote como una niña...

—Pues me sigue pareciendo horrible —reí—. Pero menos mal que lo guardé, porque es lo único que tengo de tu talla.

—Trae, anda.

Noelia, tan linda como ella sola, estaba poniendo todo de su parte para intentar aparentar normalidad. Sin embargo, tanto ella como yo, éramos perfectamente capaces de darnos cuenta de que ninguna de las dos estaba bien. Yo, por lo menos, terminé de convencerme mientras nos duchábamos, cuando tuve que ayudarla a limpiarse esas partes de su cuerpo que no se atrevía a tocarse ella misma. Esos temblores, esos lamentos casi inaudibles, fueron señales inequívocas de que a mi hermana se le había roto algo por dentro. Y me maldecía, me maldecía por ello. Me maldecía por haberla arrastrado a esa situación, por haber sido la principal culpable de que se entregase de esa manera a Alejo. Pude haberlo evitado, pude haberme inventado cualquier cosa para tener que irme en otro momento. O pude haberle dicho que todo estaba bien e irme sin que ella lo supiera. Pero mi orgullo no me dejó. Por querer dejar patente los motivos por los que me iba, por querer que alguien supiera el sacrificio que estaba a punto de hacer para que todos pudieran ser felices, mi hermana había terminado de aquella manera.

Y lo único que pude hacer por ella fue intentar eliminar cualquier rastro que pudiera quedar de ese animal sobre su cuerpo. Me vi en la obligación de invadir su intimidad de una manera en la que nunca lo había hecho, pero sentía que era mi obligación intentar conseguir que mi hermana volviera a sentirse limpia de nuevo.

—Te queda pequeño... —le pregunté, al ver cómo le costaba colocarse el sujetador.

—No te preocupes —volvió a sonreír—. No es para tanto...

—No tengo ninguno más grande.

—Que da igual, Ro... ¿Sabes cuántas chicas conozco que matarían por tener tu número?

—No es por eso, idiota... Es porque no quiero que te duela nada...

—No me duele nada, hermanita. Está todo de puta madre, ¿vale?

Me partía el alma ver cómo seguía forzando todos y cada uno de sus gestos para que yo no me preocupara. Y, me dolía mucho más pensar que, hiciera lo que hiciera, pasaría mucho tiempo hasta que lograse recuperarse de aquella traumática experiencia.

Por eso tenía que irme, por eso tenía que desaparecer de sus vidas. Mi presencia allí sólo ocasionaría más y más episodios como esos. No sabía por qué, no sabía qué la había llevado a suicidarse de aquella manera, pero lo había hecho, y lo había hecho por mi culpa, por mi gran y estúpida culpa. Sin mí, se acabarían los problemas, volverían a ser felices, no tendrían que volver a sentirse mal por culpa de nadie. No tendrían que sentirse empujados a hacer cosas que no querrían hacer ni presenciar escenas que no debieran presenciar. Era la solución, no me había equivocado con eso, era en lo único que no me había equivocado. Por eso seguía decidida a continuar, por eso seguía decidida a irme con ese monstruo y no regresar jamás, por eso estaba a punto de coger esa puerta para, de una vez por todas, ponerle punto final a todo aquel sufrimiento.

—¿Vamos? —la miré, a ver si ya estaba lista—. Vamos a llegar tarde.

—Sí... Vamos...

A pesar de todo, caminamos hacia el salón juntas y de la mano, sin darnos mucha prisa. Yo la miraba, ella me miraba, ambas forzábamos sonrisas que en cualquier otro momento hubiesen salido de forma natural, pero nos sentíamos tranquilas de tenerlos la una a la otra. Así, encaramos nuestra vuelta con el monstruo que nos había arruinado la vida, que nos esperaba junto a la puerta, impaciente, señalándose el reloj mientras nos miraba como si realmente fuésemos de su propiedad.

—La hora, chicas...

Y sí, nos esperaba a las dos. Algunos minutos antes de entrar en la ducha con mi hermana, logré llegar a un acuerdo con él para dejar a Noelia en casa de mis padres antes de reunirnos con la persona que nos iba a alquilar el piso. Porque no podía dejarla sola, no podía desentenderme de ella de esa manera. Por suerte, Alejo no puso pegas y Noe aceptó también sin tener que insistirle.

Con eso arreglado... ya sólo me quedaba una última cosa por hacer.

—No me habla... —decía Alejo, riendo de una forma muy desagradable—. Llevo diez minutos intentando sacarle conversación, pero no me da pelota...

Tranquila, relajada, controlando hasta la última de mis emociones, me acerqué al sofá y me quedé de pie justo delante de él. Allí, Benjamín descansaba recostado boca arriba, con un brazo cubriéndole la cara y ambas piernas sobre los cojines que alguna vez habíamos ido a comprar juntos. Si no hubiese sabido lo que había pasado, tranquilamente podría haber creído que se estaba echando una de sus típicas siestas. Aquello me hizo tambalearme un poco, me hizo pensar en que nunca más volveríamos a vivir algo así, y dolía, dolía mucho. Pero tenía que mantener la compostura. Tenía que hacerlo por ellos, por ambos, porque bastante daño les había hecho ya.

Por esa misma razón, no lo estiraría demasiado. Pero sí que intentaría darme el gusto de dedicarle unas últimas palabras...

—Benja...

Obviamente, no respondió, ¿por qué habría de hacerlo? Estaba en su derecho y yo no lo iba a forzar a hacerlo. Tampoco iba a meterle diez millones de excusas y saltarle encima para suplicar su perdón, ¿para qué? Lo mejor era dejar las cosas como estaban, sin ventanas abiertas ni ningún tipo de esperanza para nosotros. Si Benjamín quería despedirse de mí viéndome como al mismísimo demonio, que así fuera, pero iba a sacarme de adentro parte de esa última conversación que siempre quise tener con él.

—Benja, no es necesario que me hables, tampoco que me mires... sólo quiero que me escuches —hice una pausa, tragué saliva—. No voy a justificarme ni a poner excusas, pero necesito que sepas que yo nunca quise que las cosas terminaran de esta manera... Yo me equivoqué e hice tonterías, y esas tonterías me llevaron a tener que tomar una decisión que nunca hubiese querido tomar...

—Dale, Rocío... Nos tenemos que ir, nena...

—¡Dame un segundo, joder! —tomé aire, volví a mirarlo—. Seguramente me vayas a odiar para siempre, y con toda razón, pero estoy segura de que, a la larga, tú también sabrás entender que esto era lo mejor para todos... Por eso, te pido que sigas con tu vida... porque eres un hombre maravilloso y sé que encontrarás a alguien que te merezca de verdad... porque tú también te mereces ser feliz y... y.... ¡Cuida de Luna! ¡Adiós, Benja!

Así mismo, cogí mi maleta y salí por la puerta sin volver a mirar atrás. Ya no podía más, ya no aguantaba más, o me iba o me derrumbaba. Tenerlo tan cerca, tan a mano, tenerlo como llevaba tantos días esperando tenerlo, era mucho más duro de lo que me hubiese imaginado es un principio. Si no me iba ya, iba a terminar por arruinarlo todo de nuevo... No merecía que nadie sintiera lástima por mí, no merecía que nadie me salvara... Mi destino estaba escrito y sentenciado, e iba a apechugar con él aunque tuviera que desgarrarme por dentro.

—Ven, hermanita —me dijo Noe, apretándome contra su pecho, entendiendo perfectamente por lo que estaba pasando—. Yo estoy aquí, Rocío... Y voy a estar aquí para siempre, sean cuales sean las decisiones que tomes.

Y me eché a llorar. No pude más y rompí a llorar. Era demasiado, demasiado para que alguien tan débil como yo pudiera soportarlo. La carga era demasiado grande y ya no quería llevarla más, ya no quería estar viviendo aquello, quería que alguien me despertara y me dijera que todo había sido una pesadilla, que no me preocupara y volviera a dormirme tranquila.

—¡Vámonos ya, Alejo! —le grité, rabiosa, impotente.

—Sí... —dijo, dubitativo, pero entonces se giró y miró a Benjamín con una de esas caras suyas que tanto me costaba descifrar—. Che, Benjamín... A ver, cómo digo esto... Capaz te pensás que todo esto fue por algo personal con vos, pero no, nada que ver... Me parecés un buen tipo, ¿sabés? Un poco fanfarrón y nariz parada, pero un buen tipo, posta. Lo que pasa es que este es un mundo para vivos, Benjamín... El más despierto se lleva el premio siempre, ¿me seguís? Y vos con Rocío dormiste... No podés tener a una novia así y cogértela una vez a la semana, hermano, dejate de hinchar las bolas. A las mujeres, y mucho más a las mujeres como Rocío, tenés que darles pija día sí y día también, porque si no agarran, se buscan a otro macho, y vos te quedás llorando y con cara de pelotudo. De onda todo esto, eh, porque, a pesar de todo, me parecés un buen tipo. A la próxima minita que enganches, tratala como lo que es, como lo que son todas, como a una amante más de la pija... Vas a ver que así te va a ir mucho mejor. Suerte, viejo.

Sin mediar más palabras, Alejo cogió su bolso, también algo en el mueble del salón que no pude ver bien, y salió por esa puerta con una sonrisa inimaginablemente repugnante. Ahí, me di cuenta, de que Alejo no sólo era una mala persona, sino que también era un psicópata incurable. Nadie con un mínimo de humanidad dentro de sí, habría salido con esa cara luego de humillar a una persona como él lo acababa de hacer. Alejo estaba enfermo, enfermo de verdad. Y, por primera vez, ya no estaba tan segura de ser capaz de lidiar con una persona así durante todo lo que me quedara de vida.

—Vamos, apuren.

Nada nos quedaba por hacer ahí ya. Benjamín, a pesar de todo, parecía estar bien y eso era un alivio para mí. Ya sólo me quedaba asegurarme de que Noelia volviera a casa con mis padres, en cuya compañía no habría de sentir vergüenza.

—Venga, Noe... —le dije, viendo que tardaba en cerrar la puerta.

No sabría decir muy bien qué fue eso último que ocurrió antes de que mi hermana volviera a mi lado, pero, por un momento, estuve muy segura de haber leído dos palabras en sus labios cuando se quedó mirando a Benjamín durante algunos segundos:

"Lo siento".

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:45 hs. - Lourdes.

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—¿Se puede saber por qué cojones es tan grande este puto aparcamiento?

—Porque funciona para dos edificios de más de diez pisos cada uno, niña

—Vuelve a llamarme niña otra vez y te juro que te meto una patada en los huevos, gilipollas.

—¿Podemos tranquilizarnos, por favor?

¿Que quién me había mandado a meterme ahí? Pues nadie, lo había hecho porque era tonta. Ni el imbécil de Benjamín ni ninguno de esos niñatos valían tantos dolores de cabeza juntos. Y mucho menos Benjamín, no después de la humillación por la que me había hecho pasar. ¿Entonces? ¿Por qué estaba ahí, metida hasta el cuello en ese berenjenal? Porque, a pesar de todo, lo seguía queriendo al bobo ese. Porque no podía permitir que lo echaran del trabajo y me dejara sola. Porque él siempre había estado ahí para mí y era lo mínimo que podía hacer por él. Y no necesitaba a ninguno de esos tres tarados para ellos, yo sola podía encargarme de todo. Ni tristezas, ni depresiones, nada de eso me asustaba. Lo conocía bien y sabía que no iba a tirar por la borda tantos años de carrera por culpa de una mujer. Y sólo necesitaba un par de minutos con él para hacérselo saber.

—Tres salas enteras para llegar a su edificio, yo lo flipo —se seguía quejando la cría, que era incapaz de mantener la boca cerrada por más de un minuto.

—¿Y qué esperabas? ¿Cuatro huecos para no sé cuántas decenas de personas deben vivir aquí? Si es que pareces tonta —respondía el bocachancla de Sebastián, que tampoco parecía muy dispuesto a callarse nada.

—Pues bien que no paras de mirarle el culo a esta tonta, puto cerdo. Que ya te he pillado más de una vez y tú como si nada, asqueroso.

—¡Lo que faltaba! A ver si ahora voy a tener que pedir permiso para mirar un culo. Además, bien que te gusta menearlo, fresca, que eres una fresca.

—Lo meneo para después poder encasquetarle mi trabajo a pobres diablos como tú, mi amor, que más de una vez te tuviste que quedar media hora de más mientras yo me iba de copas con mis amigas.

—¡S-Será guarra la tía! ¡P-Pues que sepas que tampoco me esmeraba mucho con esos informes! ¡Más de una bronca te habrás llevado!

—¡Basta ya, joder! —saltó Luciano, al fin—. Ya casi estamos llegando. Ya saben, yo subo, ustedes esperan. ¿De acuerdo?

—Que sí, venga —respondió Clara.

—No, ese 'sí' lo quiero con más...

—Deja ya de tocar los huevos, Luciano —le dije yo, con hastío ya—. No vamos a ir a ningún lado. Vamos a esperar aquí, tranquilos, y si tenemos que intervenir, intervendremos... De momento vamos a...

—¡Sh!

—¡¿Cómo que 'sh'?!

—¡Calla un momento, joder!

Nada más acceder al tercer y último sector antes de llegar al ascensor del garaje, de repente, una voz retumbó con mucha fuerza por todo el lugar.

—Eso fue... ¿eso fue un grito? —preguntó Sebastián.

—Parecía la voz de una muj...

Entonces, como un destello, Luciano salió disparado sin darnos tiempo a reaccionar.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 14:45 hs. - Noelia.

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En la vida, sin importar quién seas o cómo te apellides, de dónde seas o en qué creas, tarde o temprano nos llega a todos ese momento en el que nos damos cuenta de cuál es el propósito de nuestra existencia. Podrá ser más o menos factible, a corto o a largo plazo, pero, cuando nos enfrentamos a esa revelación, juramos con nuestro corazón seguir los pasos que el destino nos tiene preparados.

No obstante, esa revelación puede llegarte no una, sino hasta dos, tres, cuatro o cinco veces. No hay un límite de veces en las que puedes darte cuenta de lo que realmente tiene el destino preparado para ti.

Y, en mi caso, esa tercera vez llegó aquella tarde del sábado, 25 de octubre del 2014, cuando me di cuenta de que mi vida ya había dejado de tener ningún tipo de sentido. Me habían traicionado, me habían vendido. Me habían hecho sacrificarlo todo para nada. Había entregado mi cuerpo y mi dignidad por una causa absolutamente perdida. Todo había sido en vano. Mi hermana estaba a punto de irse, a punto de tirar su vida por la borda. Y, a mí, ya no me quedaban cartas para poner sobre la mesa...

Todo había salido mal. Todo. Y yo sólo quería cerrar los ojos y no volver a abrirlos jamás.

—¿Qué haces? Tenemos que ir a la planta baja, no al garaje —le preguntó Rocío al indeseable cuando vio que no presionaba el 'cero' en el panel del ascensor.

—Cambio de planes. No tenemos tiempo.

—Pero... —mi hermana dudó—. ¿Tienes a alguien esperándonos?

—Vos dejame a mí —zanjó el repugnante, como si le estuviese hablando a un subordinado.

—Haz lo que quieras...

Así, como última alternativa, siempre podía seguir estirando el chicle, quedarme con ellos el tiempo suficiente para que... Bueno, ya no albergaba ninguna esperanza de que aquello fuese a suceder, pero sí que no veía con malos ojos averiguar donde se quedaría mi hermana. Tendría que inventarme algo para evitar que me dejaran con papá y mamá, y tendría que hacerlo rápido, quizás aprovechándome de las prisas del nauseabundo, porque de ser por Rocío, esa información no la iba a obtener nunca.

Llegamos al garaje, y el repulsivo comenzó a mirar a los lejos, como si estuviese buscando algo. Rocío lo observada, no entendiendo también qué quería, pero seguía esperando a mi lado sin soltarme la mano.

—¡Ahí está!

De pronto, el inmundo salió corriendo hacia un coche plateado bastante moderno que descansaba en la plaza '9C', justamente la que coincidía con el piso de mi hermana. Allí mismo, sacó unas llaves del bolsillo y le dio a un botón que hizo que las luces del vehículo parpadearan dos veces. Y, ahí, Rocío estalló.

—¡No! ¡Ni lo sueñes!

—No tenemos tiempo, Rocío. Quedé a las tres con el tipo este y ya es tardísimo.

—¡Que me da igual! ¡Dame las llaves, yo misma se las subo!

—Vamos a ver, Rocío. Los papeles están adentro y yo tengo carné. Cuando nos hayamos acomodado, se lo devolvemos y acá no pasó nada.

—¡Que no, Alejo! ¡Dame las jodidas llaves, por favor!

Rocío consiguió coger las llaves e intentó arrebatárselas de un manotazo, provocando así que el repulsivo casi perdiera el equilibrio y estuviese a punto de irse de boca contra el suelo.

—D-Dámelas...

Nada más recuperar la compostura, la cara del despreciable cambió de manera radical. Su gesto se endureció y apretó el puño sobre las llaves mientras comenzaba a acorralar a mi hermana contra una de las columnas del parking.

Sólo se oían nuestras voces, ni un alma pasaba por allí. Y empecé a temer por la integridad física de mi hermana...

—Todavía no entendiste nada, ¿no, Rocío? —dijo el malnacido, entonces, acercándose cada vez más a mi hermana.

—E-El que no entendió nada eres tú... Nunca te dije que fuéramos a llevarnos el coche de Benjamín —respondió mi hermana, plantándole cara, sin retroceder ni un centímetro.

—¡Me importa una mierda! —gritó él, en un arranque de agresividad, aunque recuperando la calma prácticamente al instante—. No importa lo que me dijeras o lo que no me dijeras, chiquitita. Acá lo que importa es lo que quiero yo, ¿está bien? Nos vamos a llevar el coche y se lo vamos a devolver dentro de un par de días cuando estemos instalados. Ahora, subite. Súbanse las dos.

—¡Que no nos vamos a subir! ¡Dame las putas llaves!

Ya visiblemente molesto, el miserable se abalanzó sobre ella y la cogió de un brazo con mucha violencia. Rocío protestó varias veces, pero recién la soltó cuando logró posicionarse detrás de una de las tantas columnas de cemento que decoraban el estacionamiento. Allí mismo, empezó a destilar todo el veneno que llevaba un mes guardándose para él.

—Escuchame una cosa, pendeja de mierda. Te voy a decir algo y quiero que te lo grabes bien en esa cabecita hueca que tenés ahí arriba, ¿estamos? Se terminaron las pelotudeces, se terminó el levantarme la voz y hablarme de igual a igual, ¿estamos? A partir de ahora, acá se va a hacer lo que yo diga. Me vas a tratar como una mujer trata a su marido y no quiero escuchar ni la más mínima queja al respecto, ¿estamos? ¿Sí? Perfecto. Ahora nos vamos a subir a ese coche y nos vamos a ir bien a la mierda de acá. Y no quiero escucharte decir una palabra en todo el camino.

Quería intervenir, de verdad que quería entrarle por detrás y clavarle un tacón en la coronilla. Pero no podía, juro que no podía. Ni siquiera viendo a mi querida hermana en peligro, a la persona a la que había jurado proteger acorralada contra una pared. Algo dentro de mí no me dejaba hacerle frente, algo no me dejaba plantarle cara. Algo dentro de mí se encontraba tan asustado que a duras penas podía dar dos pasos seguidos sin temblar.

Me quería morir. Me quería morir de verdad.

—¡Q-Que no, Alejo! ¡Me vas a dar esas llaves ya mismo y yo se las voy a devolver a Benjamín! ¡Luego llamaremos un taxi y nos iremos!

Contra todo pronóstico, ella sí que aguantaba, ella sí que resistía, ella sí que estaba dispuesta a hacerse respetar de verdad. Y vi un fiel reflejo de mí ahí delante, arriesgándose a que aquel ser humano despreciable pudiera hacerle daño de verdad. Me vi a mí misma alzándose cara a cara contra alguien tan físicamente superior. Vi el producto de tantos años de consejos, de enseñanzas, envalentonándose a pesar de saber que, bajo cualquier circunstancia, siempre iba a tener todas las de perder.

—¡D-Dame las llaves!

—¡Yo te voy a enseñar a vos!

Entonces, muchas cosas sucedieron a la vez. Primero, el repugnante volvió a cogerla del brazo y comenzó a tironear de ella hacia la puerta del copiloto. Rocío forcejeó y se resistió hasta donde las fuerzas la dejaron, pero la diferencia de tamaño era demasiado grande como para que la pobre pudiera hacer algo.

—N-No...

Inmediatamente después, no sé si fue por ver a mi pequeña e indefensa hermana enzarzada en una batalla que no podía ganar, o porque de golpe sentí como toda esa rabia que tenía acumulada por culpa de ese hijo de puta salía rebosando de mí como lava de un volcán en erupción, pero, instintivamente, me paré detrás de él y le di un empujón contra la pared que no impactó contra su frente porque el hijo de puta estuvo increíblemente rápido y ágil.

—¿Qué carajo estás haciendo, la concha de tu madre? —dijo, girándose directamente hacia mí con la cara totalmente desencajada—. Mirá que a vos no te voy a bancar ni media.

Ahí, probablemente, acababa de firmar mi sentencia de muerte. Pero no me arrepentía, estaba aterrada y a punto de mearme encima, pero me alegraba de haber sido capaz de recuperar parte de mi verdadero yo para poner, aunque fuera durante algunos segundos, en su lugar a ese cerdo repugnante.

Así que, simplemente cerré los ojos y esperé que a todo pasara rápido. A fin de cuentas, no podía ser tan malo ponerle fin de una vez por todas a todo ese sufrimiento.

—¡Ni se te ocurra, cobarde hijo de puta!

De la nada, totalmente fuera de lugar y sin tener nada que ver con lo que estaba ocurriendo, un cuerpo grande y pesado se abalanzó sobre Alejo y le estampó un golpe en la cara que lo hizo estrellarse de lleno en la columna que tenía detrás. "¿Ramón?", pensé. Pero no tuve tiempo de observarlo con detalle, porque, nuevamente, muchas cosas volvieron a suceder a la vez. Primero, unas chicas que no había visto en la vida, llegaron a toda velocidad donde estábamos Rocío y yo para socorrernos. Luego, otro muchacho, al que sí creí reconocer rápidamente, se colocó al lado del primero y entre los dos consiguieron reducir a Alejo sin mucha dificultad.

—Ya está, tranquila —me dijo una de las chicas, la de pelo largo y castaño—. Ese cabrón no volverá a ponerte las manos encima nunca más.

—Y-Yo... ¿Quién...? ¿Por qué?

—Clara —dijo la del flequillo rubio, mirando a mi hermana—. Es ella.

—¿De verdad? —preguntó sorprendida la que estaba conmigo—. Entonces... ¿ese es...?

En ese momento, ambas miraron en dirección donde los dos hombres tenían al bastardo cara al suelo y con ambos brazos bien sujetos detrás de su espalda. Fue entonces cuando me di cuenta de que nuestros héroes eran, nada más y nada menos, que Luciano y Sebastián, los mejores amigos de Benjamín. Y de que, el mío en particular, había sido Luciano, aquel cerdo sexista que no había parado de hacer chistes sobre mis tetas desde el primer momento que me vio. Un cerdo sexista que, en ese preciso momento, se estaba encargando del trozo de mierda que había estado a punto de partirme la cara.

—¿Puedes, Sebas? —preguntó, serio, cuando se aseguró de que el indeseable no pudiera moverse más.

—Absolutamente —rio el amigo—. Si es un tirillas. Un tirillas que no puede con alguien de su tamaño y por eso se queda a gusto pegándole a las mujeres. Eh, ¿cabronazo?

—¡Aaahhh! ¡Suéltenme, hijos de puta! ¡Los voy a denunciar! ¡Los voy a denunciar a todos! —gritaba el asqueroso, con toda la nariz cubierta de sangre.

—Ten cuidado, igual —le advirtió Luciano, al ver como Sebastián ajustaba aun más la llave con la que lo mantenía inmovilizado—. Que todavía se irá de rositas si le rompemos un brazo. Lourdes, ¿llamas tú a la poli?

—Sí, yo me encargo.

Yo flipaba. Yo estaba flipando de verdad. ¿En serio todo aquello estaba ocurriendo? ¿De verdad aquello estaba pasando? ¿Al final tanto sacrificio, tanto sufrimiento, tanta humillación, había servido para algo? No caía, no terminaba de caer. Era todo demasiado bueno para ser cierto. Tuve que buscar a Rocío con la mirada para cerciorarme de que así fuera, y sólo me di cuenta de que sí, cuando la vi arrodillada en el suelo, con las manos en la cara y llorando a los cuatro vientos. Fue entonces cuando me dejé ir, cuando me dejé caer en el suelo yo también y empecé a sentir una maravillosa sensación de alivio llenarme hasta el último rincón de mi ser. No, no había sido gracias a mí, no había sido gracias a mi plan, pero el destino, o lo que fuese, al final había terminado apiadándose de mí, de Rocío, de Benjamín...

Era lo más parecido a volver a nacer que había experimentado nunca.

—¿Estás bien? —me preguntó Luciano, que vino corriendo a mi lado nada más verme caer.

—Sí... —sonreí—. Creo que sí.

—Me alegro —sonrió él también—. Mira... Noelia, ¿no? No sé muy bien qué es lo que está pasando aquí ni por qué, pero tiene toda la pinta de que tu hermana y tú lo han pasado realmente mal. ¿Qué te parece si dejan que Sebas y yo nos encarguemos de todo y tú subes con las chicas y tu hermana a casa a descansar un rato?

—Eh... —miré a Rocío, que ya no estaba con la chica rubia—. No sé... Rocío está...

—Espera un momento —dijo, entonces, una voz bastante aguda que se había aproximado por atrás de nosotros—. ¿Sabes si Benjamín está en su casa? Es un caso de vida o muerte.

—¿C-Cómo? ¿De vida o muerte?

—Clara...

—¿Está en casa o no?

—Sí... está arriba... Pero no creo que...

—¡Pues vamos, rápido! No hay tiempo que perder —bramó la chica, que apartó a Luciano de un empujón y me obligó a levantarme a toda velocidad.

—Oye, Lucho, aquí no hay cobertura... Voy fuera y veo si... ¡Cuidado!

Nada más terminar de ponerme de pie, algo retumbó con mucha fuerza detrás de nosotros y, entonces, todo, absolutamente todo, volvió a desmoronarse.

—¡Suéltala, cabrón!

Por algún motivo, causa, razón o circunstancia, el malnacido había conseguido librarse del agarre de Sebastián y, por algún otro motivo, causa, razón o circunstancia, ahora tenía cogida a mi hermana por la espalda y con un cuchillo apuntándole al cuello.

—¡Como alguien se mueva, les juro que le corto el cuello!

—L-Lo siento... —dijo Sebastián, con media cara empapada de sangre—. Me distraje un segundo y me estampó la cara contra el muro...

—¡Cierren la boca! —seguía gritando el indeseable, con la mirada totalmente perdida—. ¡Hijos de puta, manga de hijos de puta! ¡¿Por qué no se meten en sus vidas?!

—Cálmate, ¿de acuerdo? —dijo Luciano, entonces—. No llegarás muy lejos con alguien cogido del cuello, así que no hagamos gilipolleces, ¿vale?

—¡Cerrá el ojete vos! ¡No des ni un paso o la mato!

—Piensa un poco, joder —siguió hablándole Luciano, pidiéndole calma con las manos, en una posición de sumisión total—. Te estás metiendo en un lío muy gordo... Si la sueltas ahora, esto quedará en una orden de alejamiento y santas pascuas... Pero si llega a aparecer la poli por aquí, estás perdido, amigo.

—¡Callate la boca te dije!

De repente, la situación había dado un vuelco total. Tal y como había imaginado, todo había resultado demasiado bonito como para ser cierto. No había manera de que todo pudiera acabar de una forma tan fácil después de todo lo que había sucedido a lo largo del día. Pero no podía perder el tiempo en lamentarme, no cuando la vida de mi hermana corría peligro real. Ya no se trataba de si quería quedarse o pirarse, o de si prefería a uno u a otro, ahora lo único importante era sacarla de ahí.

Por eso, analizando la situación más en frío, Luciano tenía razón en que no podría salir con un rehén a la calle como si nada, por lo que seguramente intentaría irse con el coche. Y, teniendo en cuenta de que no aguantaría mucho más tiempo consciente si la nariz le seguía chorreando sangre de esa manera, lo más probable es que no fuera a perder ni un segundo negociando con nosotros. Aunque, lo que más me preocupaba era que el despreciable estaba nervioso, muy nervioso, y yo no sabía de lo que era capaz. Así como se había atrevido a utilizar a mi hermana de rehén, también podía cortarle el cuello de un momento a otro. Por lo que teníamos que tener mucho cuidado con lo que hacíamos o lo que decíamos.

—¡Vos! —gritó, de golpe, el repugnante, señalando a Luciano—. Ya que tantas ganas tenés de participar, tomá.

Sin perdernos de vista ni un instante, el despreciable sacó unas llaves del bolsillo y se las lanzó en la cara a Luciano como si fuesen una bola de nieve. Luego, apuntó con el dedo índice al coche y dio sus primeras instrucciones.

—¡Quiero que me saques el auto hasta acá! ¡Después se van a poner todos contra la pared y nos van a dejar ir!

—A-Ale... —habló, entonces, mi hermana por primera vez—. Todo esto es innecesario... Si ya te había dicho que me iba a ir contigo, ¿para qué meterte en un lío...?

—¡Cállate, mogólica de mierda! ¡¿De verdad te pensás que estos hijos de puta nos iban a dejar ir como si nada?! ¡Si te hubieses quedado en el molde desde el principio, nada de esto hubiese tenido que pasar!

—Q-Que no, Ale...

—¡Callate, mierda! —volvió a gritar, totalmente fuera de sí—. ¡Vos, gallito! ¡Apurate y hacé lo que te dije!

Luciano, que se debatía entre si ceder o no ceder, miraba también hacia todos sus costados, quizás esperando encontrarse con algún vecino que estuviera volviendo del trabajo o que tuviese que irse a hacer algún recado. Lo que el pobre no sabía, era que, en todo el día, la suerte en ningún momento había hecho acto de presencia a nuestro favor. Aunque, si lo que buscaba era ganar un poco de tiempo, quizás yo podía servirle de ayuda...

—¡Alejo! —grité, entonces—. ¡¿Se puede saber por qué cojones estás tan obsesionado con Rocío?!

—¿Qué? —dijo él, con cara de no entender.

—¡Podrías coger el coche y escapar más rápido y seguro, pero prefieres llevártela como rehén! ¡Es que no lo entiendo!

—¡¿Que yo estoy obsesionado con ella?! ¡Te recuerdo que fue ella la que decidió mandar todo a la mierda para venirse conmigo, puta de mierda! ¡Y si me dabas un par de días más, también te hubiese convencido a vos también! ¿Te olvidaste ya de lo bien que te lo hice pasar?

El cerdo despreciable se echó a reír y yo me quedé congelada. Estaba todo demasiado fresco, todo demasiado reciente como para escucharlo y no venirme abajo al instante. Por eso no supe qué responderle, ni cómo reaccionar, ni qué hacer, ni a dónde mirar... Aquel demonio me había dejado expuesta delante de toda esa gente y yo lo única que quería hacer era morirme, era morirme y volver a morirme mil veces más.

—Antes que nada... bájame dos tonitos, ¿de acuerdo? —saltó, para sorpresa de todos, Luciano, mientras lo fulminaba con una mirada que habría asustado al más valiente—. Segundo, voy a poner el coche donde me dijiste y te vamos a dejar ir, pero ella se queda, ¿vale?

—Parece que no entendiste nada todavía, gallito —volvió a reír el repugnante—. Primero, vos no ponés las condiciones, las pongo yo. Segundo, tenés diez segundos para hacer lo que te dije o la putita se queda sin cuello, ¿estamos?

Entonces, sucedió una de esas cosas que llevaba queriendo evitar desde que vi cómo ese hijo de puta amenazaba la vida de mi hermana. Era difícil mantener todo bajo control, pero subestimar a ese animal era lo último que debíamos hacer, pasara lo que pasara.

—¡Luciano, no! —saltó la chica que se llamaba Clara, intentando hablar por lo bajo—. Si se lleva el coche, no le volvemos a ver el pelo.

—¿Y qué hago? ¿Dejo que la degolle?

—¡Que no, gilipollas! El tonto ese va de farol, no se atrevería a perder la única carta que puede salvarlo de esta.

No obstante, el garaje era muy grande y cualquier sonido, por más ínfimo que fuera, terminaba rebotando y llegando a lugares que creíamos imposible que pudiera alcanzar. Es por eso que esos comentarios llegaron a oídos del nauseabundo, y es por eso que, en un repugnante e inhumano alarde de poder, apretó la navaja sobre el cuello de mi hermana y cortó su piel hasta que un grueso hilo de sangre se hubo perdido en su escote.

Todos los ahí presentes ahogamos un grito, incluso la propia Rocío, que había sido capaz de aguantar el corte como una verdadera campeona. Pero lo peor fue que, con eso solo, el monstruo ese consiguió doblegar la poca voluntad que nos quedaba para luchar contra él.

—¿Alguno más me quiere poner a prueba, chicos?

—¡Vale! ¡Vale, de acuerdo! —dijo Luciano, impotente—. Haré lo que me digas.

—Así me gusta... Y rapidito.

¿Qué más podía hacer? El destino me había enviado a toda esa gente para ayudarme, y lo único que habíamos conseguido con ello había sido empeorarlo todo. Ni lo que estaba en mis manos, ni lo que se escapaba de mis manos funcionaba. Nada, nada de nada. Entonces, ¿para qué seguir arriesgando la integridad física de mi hermana? ¿Para qué seguir intentando cosas que lo único que harían sería seguir lastimando a mi hermana? No, ya había suficiente. Me rendía. Él había ganado. Él era el ganador. Y nosotros perdíamos.

—Ya está, ahí lo tienes —dijo Luciano, nada más bajarse del coche.

—Perfecto. Ahora quiero a todo el mundo contra esa columna de ahí. Y no quiero que hagan ninguna pelotudez, ¿estamos?

—¡N-Noe! —gritó Rocío, entonces—. ¡Estoy bien, hermanita! ¡No te preocupes, por favor! ¡Estaré bien, te lo prometo!

Acto seguido, Luciano me cogió de los hombros y me alejó junto a los demás del coche de Benjamín mientras las lágrimas comenzaban a caer por mis mejillas. Inmediatamente, y sin perdernos de vista, el indeseable metió a mi hermana por el asiento del piloto y se montó justo detrás de ella sin casi darle tiempo a acomodarse. Lo siguiente que recuerdo, fue ver cómo el coche se perdía detrás de la columna que se dirigía a la salida del edificio.

Y, justo después de eso, mi móvil empezó a vibrar con violencia dentro de mi bolso.

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 15:15 hs. - Rocío.

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—Vamos a llegar tardísimo, la concha puta de mi madre. ¡Y dejá de llorar vos!

—Déjame en paz, Alejo... Ya tienes lo que querías. Ahora déjame en paz.

—¿Que tengo lo que quería? No tenés ni la más puta idea de lo que yo quería, pendeja pelotuda.

—¿Va a ser así siempre esto? ¿Te vas a pasar la vida insultándome?

—¡Es lo que te merecés, Rocío! ¡Si no hubiese sido porque te pusiste en pelotuda con lo del auto del cornudo ese, nos habríamos ido antes de que esa manga de payasos apareciese!

—Pero si íbamos a llegar tarde igual... Tanto escándalo por un puto piso.

—¿Un piso? ¡Ja! En serio, Rocío, ya sabía que eras boluda, pero no me imaginaba que tanto.

—Deja ya de insultarme, cansino de mierda. ¿No vamos a ver un piso entonces? ¿También mentías con eso?

—¡Vamos a reunirnos con un proxeneta, pelotuda! ¡Hace días que lo tengo hablado! ¡Y me hubiese traído a la conchuda de tu hermana también si no lo hubieses arruinado todo!

—¿Un proxeneta? ¿Y un proxeneta para qué?

—¿Hace falta que te lo diga?

—Me estás vacilando, ¿no? ¿En serio te crees que me voy a prostituir por ti? ¿Tan iluso puedes llegar a ser?

—¡Oh, sí! ¡Oh, sí, bebé! Te vas a prostituir por mí, vaya que te vas a prostituir por mí. Y además me vas a llenar de guita, porque si no te aseguro que el pendejo ese que te está creciendo adentro lo va a pasar muy, pero que muy mal.

—¿C-Cómo...? ¿Cómo sabes lo de...?

—Llevo semanas llenándote de leche todos los días, Rocío... Por favor... Ya con eso lo tenía claro, pero cuando encontré el predictor en el cajón de tus tangas...

—No me vas a asustar con eso.

—Bueno, eso lo vamos a ver. Lo único que te digo es que más te vale que te comportes cuando lleguemos, porque bastante enojado debe estar el viejo ese asqueroso por el retraso. ¡¿Dónde mierda está la salida de este lugar?!

—Es por ahí, idiota...

Todo había cambiado ya, ya nada era ni sería cómo me lo había imaginado al principio del día. Porque ya no me encontraba en manos de una simple mala persona, o de un enfermo mental, ahora mismo me encontraba junto a un delincuente, junto a una persona capaz de llegar a cualquier extremo con tal de conseguir lo que quería. Y tenía que escapar, ya no podía seguir perdiendo el tiempo con tonterías, tenía que pensar en una manera de escapar de allí sin involucrar ni a Noelia ni a ninguna de las personas que se la habían jugado por salvarme a mí.

—Fijate si en la guantera hay algún trapo —me dijo, de pronto.

—¿Qué?

—¡No podemos salir a la calle con todas estas manchas de sangre! ¡Fijate si hay algo, rápido!

Tratando de no llevarle más la contraria, abrí la guantera y recé por que no hubiera nada. Uno de mis ideas era que alguien nos parara o llamara a la policía cuando nos viera, porque él tenía la nariz y la boca cubiertas de sangre y yo un corte de un centímetro y medio a un lado de mi cuello que también había dejado un rastro importante sobre mi cuerpo. Era imposible que nadie se alarmara al vernos así.

—No hay nada —respiré, aliviada.

—¡La concha de mi madre! ¡Agarrá una remera de mi bolso y dámela! ¡Rápido, carajo, que ahí está la salida!

Quise tardar lo máximo posible, quise ralentizar mis movimientos para que no le diera tiempo a limpiarse antes de salir al exterior. Estaba en mis manos, estaba en mis manos mi propia salvación, ya no podía encargársela a nadie más, ya no podía esperar que viniesen otros a salvarme. Y estaba convencida de ello hasta que la vi, hasta que la vi, pequeñita como era ella, oscurita, elegante, interponerse entre la rampa y nosotros mientras se lamía una pata como si la cosa no fuera con ella.

—¿Q-Qué mierda...?

Alejo, con los ojos inyectados en sangre, se acomodó sobre el volante y pisó el acelerador mientras maldecía al aire. Fue ahí cuando me di cuenta de que ese era mi momento, mi momento para acabar con las maldades de ese ser del demonio, mi momento para demostrarle que yo no era la putita sumisa que él se había creído engatusar, mi momento para ponerle fin a todo aquello de una buena vez por todas.

—¡¿Q-Qué hacés, loca de mier...?! ¡¡¡Aaaahhhh!!!

Cuando nos encontrábamos a pocos metros de atropellar a Luna, utilicé las pocas fuerzas que me quedaban y me abalancé sobre Alejo para, yo misma, dar un volantazo repentino hacia la izquierda. En un segundo, el coche perdió el control y nos estrellamos de frente contra una de las grandes columnas de cemento que sostenían aquel gigantesco parking. El golpe no fue muy fuerte, ya que no íbamos a tanta velocidad, pero entre el airbag y el centurión de seguridad, me había quedado atrapada junto a una persona que acababa de perder la poca cordura que le quedaba.

—¡L-La re concha de tu madre, Rocío! ¡Te voy a matar, hija de puta! ¡Te voy a matar!

Totalmente fuera de sí, Alejo me cogió por el cuello y comenzó a darme golpes en la cara como si fuese un saco de boxeo. Yo grité, pedí ayuda, intenté defenderme, pero la diferencia de tamaño era demasiada como para conseguir algo con ello. Todos los golpes impactaban de lleno sobre mis pómulos, sobre mi nariz, sobre mis labios, sobre mi frente... Me iba a matar... Me iba a matar de verdad.

Entonces, cuando creí que todo estaba perdido, el portón del garaje comenzó a abrirse y, por la salida que habíamos estado a punto de tomar, irrumpieron un coche negro bastante viejo y una furgoneta de la Guardia Civil. Cuando Alejo los vio, la cara se le palideció y dejó de pegarme para intentar quitarse el cinturón y poder salir corriendo.

—¡¡¡Abrite!!! ¡Abrite, mierda!!! ¡¡¡Abrite!!!

Y no sé por qué, ni cómo me di cuenta de lo que estaba sucediendo a mi alrededor, pero, justo cuando Alejo había conseguido desengancharse del cinturón, me abracé de su brazo derecho y clavé mis uñas en su piel como nunca antes las había clavado en ningún otro lado.

—¡¡¡Soltame!!! ¡¡¡Soltame, hija de puta!!!

Desesperado, comenzó a gritarme y a golpearme a puño cerrado en la cabeza, a tirarme de los pelos, a revolverse sobre el asiento para intentar asestarme algún rodillazo en la cara. Pero aguanté, aguanté por Noelia, aguanté por Luna, aguanté por esos muchachos que se la habían jugado por nosotras...

Aguanté por Benjamín...

—¡Quieto ahí! ¡Suéltala!

—¡Pero si es ella la que me está agarrando a mí!

—¡Alejo Fileppi, quedas detenido por pertenencia a una organización criminal y tráfico de drogas! ¡Bájate del coche!

—V-Vos...

—¿Te acuerdas de mí? No te preocupes, que vamos a tener tiempo de sobra para ponernos al día.

—¡No! ¡No! ¡Suéltenme, hijos de puta! ¡Suéltenme! ¡Me las van a pagar todos! ¡Todos me las van a pagar!

Tras esos acontecimientos, lo último que recuerdo fue ver cómo tres fornidos hombres sacar a Alejo del coche mientras yo me dejaba caer sobre el asiento del piloto con la cara llena de sangre y una sonrisa que me cubría toda la cara.

Luego de eso, todo se nubla, todo se vuelve blanco, todo se vuelve color esperanza...

Era libre... Por fin era libre.

Sábado, 25 de octubre del 2014 - 15:30 hs. - Noelia.

—Mis más sinceras disculpas, Noelia. Si tan sólo pudiera hacer algo en compensación...

—Ya está, Ramón... Lo importante es que todo se ha acabado.

—Si tan sólo hubiese sabido que la rata asquerosa esa nos la jugaría...

No, no me habían abandonado, pero el destino había sido tan caprichoso aquel día que hasta ellos se habían topado con unas cuantas piedras en su camino. El plan, en un principio, era localizar a cierto guardia civil que se le las había visto en el pasado con Alejo Fileppi y se la tenía jurada. Luego, de la mano de Leandro Amatista, ofrecerle unas pruebas que pudieran incriminar al indeseable con una organización criminal nigeriana y así poder detenerlo sin tener que utilizar vías ilegales. Al mismo tiempo, aprovecharían todo ese revuelo para tumbar al jefe de dicha organización y subir al poder a Samuel, nuestro tercer y último aliado. En el medio de todo, los billetes volarían y cada uno de ellos obtendría su parte. ¿El contratiempo? Nunca contaron con que Amatista terminaría huyendo como una rata antes de poder cumplir con su parte del trato.

—Nunca imaginamos que se iría sin su parte... Sabíamos que tenía miedo, pero no tanto como para renunciar a tanto dinero —me decía Samuel, que también se veía bastante compungido por haber llegado tarde.

—Menos mal que todavía te quedan adeptos dentro de la organización, Samuel... No quiero pensar en lo que hubiese pasado aquí si no hubiésemos conseguido solucionarlo...

Por suerte, in extremis, consiguieron contactar a otra persona que pudo ayudarlos a conseguir las pruebas que necesitaban. El caso era que, claro, tuvieron que desviarse del camino y, por eso, más tiempo perdido...

—Sobre la una y media me enviaron un mensaje diciéndome que se iban a retrasar una hora... —les recordé, pero ya sin ánimos de reclamar nada, sino más bien para poder entender absolutamente todo.

—No fue fácil convencer al picoleto... —dijo Ramón—. Quiero decir, al hombre le entusiasmaba mucho la idea de poder ponerle las manos encima al muchacho este, pero seguía teniendo sus dudas con respecto a los nigerianos... Y no movió un pelo hasta que no le dimos las garantías de que todo saldría bien.

—Es más —dijo Samuel—. Creo que si le hubiésemos ofrecido únicamente la cabeza del jefe Niang, no habría aceptado... Al que de verdad quería era a Fileppi...

—Normal —añadió Ramón, nuevamente—. Después del regalito que le dejó en la casa...

—¡Ramón! —exclamó Samuel entonces, dándole un codazo en las costillas a su socio.

—¡E-Eh! ¡Pues eso! ¡Que, un minuto más, e igual esto podría haber acabado en tragedia!

—Ya te digo... —murmuré—. Bueno, me reconforta saber que todo el tiempo que pude ganar no fue en vano...

—Ya... Aunque quién nos iba a decir que el cabroncete este sería capaz de llegar tan lejos por... ¿una mujer?

—Dudo mucho que fuera sólo por una mujer, Ramón... Lo dudo mucho.

Y sí, me hacía sentir mejor el saber que mi papel en todo aquello había terminado sirviendo de algo. El saber que, cada segundo, cada momento de dolor, de sufrimiento, de asco, había terminado sirviendo para que todo saliera bien. Porque, claro, en los papeles todo parecía increíblemente fácil. Entrar en esa casa y asegurarme de que el indeseable estuviera dentro cuando Ramón llegara, parecía extremadamente fácil. Lo que nunca me esperé fue que Rocío tuviera planeado irse. Aquello rompió todo, y por eso tuve que improvisar cómo improvisé. Tenía que parecer interesada de verdad en él o sospecharía algo. Tenía que entregarme como hacía mucho tiempo no me entregaba a ningún hombre. Tenía que hacer verlo como algo legítimo, como algo pasional, como algo carnal... Y lo conseguí, lo conseguí y por eso terminé ganando más tiempo del que me hubiese esperado en un primer momento. Y todo había servido para algo, todo había terminado sirviendo para algo.

Por fin nos habíamos librado de ese gusano. Y, seguramente, ninguno de nosotros volvería a ser la misma persona después de aquello, pero, al menos, habíamos conseguido sacar a aquel cáncer de nuestras vidas... de una vez y para siempre.

—Gracias por encargarte de Rocío —le dije entonces a Samuel.

—A mí no me tienes que agradecer nada—contestó, enseñándome esos dientes tan blancos que tenía—. Si no hubiésemos tardado tanto, no habría tenido que arriesgarse así para que ese cabronazo no se escapara. Tu hermana es una auténtica valiente, Noelia.

—Y que lo digas —sonreí yo también—. Sólo espero que no le quede ninguna marca en la cara...

—Tuvimos suerte de que el mamón pegara como una hembra. ¡Sin ofender! —se disculpó, enseguida—. Todas son heridas superficiales, hasta la del cuello... Con descanso y paracetamol, yo creo que en unos dos o tres días estará como nueva.

—Menos mal que este entiende un poco del tema —añadió Ramón—. Porque vaya lío si hubiésemos tenido que llevarla al hospital...

—Sigo sin entender muy bien el por qué no querían que la lleváramos —le pregunté, sincera.

—Porque si un médico llegara a ver a tu hermana, inmediatamente llamaría a la policía, y el picoleto no quiere que la nacional tenga nada que ver con todo esto.

—Bueno, nos tenemos que ir —zanjó Samuel, tras ver como el guardia civil le hacía unas señas desde su furgoneta—. Noelia, cualquier cosa que necesites, sólo llama, ¿vale?

—De acuerdo... Muchas gracias por todo.

—Adiós, Noelia —se despidió también Ramón—. Cuida de tu hermana, que nosotros nos encargaremos de que este hijo de puta pague por todo el daño que hizo.

—Adiós, Ramón.

Nada más despedirlos, volví con todos los demás, que se encontraban junto a una pared cuidando de mi hermanita tal y como les había pedido antes de ponerme a intercambiar palabras con Ramón y Samuel.

Aunque, antes de llegar a ellos, me detuve un momento a mirar la furgoneta de la Guardia Civil, que estaba a punto de abandonar el garaje. Dentro, me observaba con la cara todavía llena de sangre, el indeseable. A pesar de todo, el inmundo sonreía, me miraba y sonreía. A pesar de estar a punto de ingresar en la cárcel, seguramente por muchos, muchos años, el despreciable me miraba y se reía.

Lo que el despreciable no sabía, y esta es información que me llegó mucho tiempo después, es que esa sería una de las últimas veces que tendría el placer de sonreír.

Y esa fue la última vez que tuve la desgracia de ver a Alejo Fileppi.

—¿Todo en orden? —me preguntó Luciano, una vez se hubo bajado de nuevo el portón del garaje.

—Sí... Todo en orden —le sonreí.

—Perdona que me meta —dijo la chica del flequillo rubio—. ¿Pero no crees que deberíamos llevar a tu hermana a un hospital?

—Eh...

—Lourdes —se presentó—. Encantada.

—Igualmente, Lourdes —le sonreí a ella también—. El chico moreno este que la revisó es médico misionero... Y tengo plena confianza en él, no te preocupes.

—Vale...

—¿Podemos ir subiendo? —preguntó la otra chica, la que se llamaba Clara, bastante impaciente—. Benjamín sigue solo arriba, ¿no?

—Clara... —intervino Lourdes, de nuevo—. Después de lo que ha pasado aquí, creo que tenemos motivos de sobra para que los de la oficina se vuelvan a pensar lo del despido, ¿no te parece?

—Me da igual —insistió la otra—. Quiero ver a Benjamín.

—Clara...

—De todas formas, tenemos que subir —dije yo, buscando calmar un poco las aguas—. Rocío tiene que tumbarse en un lugar cómodo.

—¿Ves? ¡Venga! ¡Luciano, coge a la chica! ¡Tú, Sebastián, andando!

—Espera, niña... —se quejó el último aludido, limpiándose con un trozo de tela la herida que tenía en la frente—. Bien me podría haber echado un ojo el misionero de los huevos. Vaya tela...

—¡Au! ¿A mi niño le duele un poco la cabecita? No te preocupes, bebé, que ya te curo yo arriba... ¡Anda y mueve el culo, puto blandengue! ¡Que a la chica aquí le acaban de partir la cara y se está portando mucho mejor que tú!

—¡Porque está inconsciente, puta paleta! ¡Me tienes hasta los mismísimos cojones ya!

—¿Paleta yo? ¡Al final te voy a arrear una torta, Sebastián! ¡Y esa sí que te va a doler de verdad!

—Ignóralos —me dijo Luciano al oído, luego de levantar a Rocío como si fuese una princesa—. Vámonos.

De esa manera, pusimos marcha a reencontrarnos con la única persona que todavía no sabía todo lo que había acontecido en ese garaje. También, de esa manera, ponía punto y final a mi participación en aquella historia.

Había cumplido, había hecho mi parte y estaba muy feliz de haber podido salvar a mi hermana. Ahora, el resto, quedaba en manos de nuestros protagonistas...

—¡Ven, Lunita, que nos vamos!

—Oye, Noelia... —dijo Luciano, de pronto.

—¿Qué pasa?

—No es por ser cotilla, pero no estaría mal que nos explicases, aunque sea por encima, todo lo que acaba de pasar aquí. Total... ya sabes lo que tarda el ascensor en subir y bajar... Tiempo tenemos.

—En fin... —reí—. Pero... muy por encima, ¿vale?

—¡Me sirve!

—Nos sirve a todos... Que parece que el resto estamos pintados —dijo Clara.

—¡Eso, eso! ¡A todos!

—Que sí, que sí —volví a reír—. Pues... todo empieza el 18 de septiembre cuando...

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Sábado, 25 de octubre del 2014 - 15:45 hs. - Benjamín.

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—No soy el protagonista... Nunca lo he sido...

¿Cómo seguir a partir de ahí? ¿Cómo recuperar las ganas de vivir? O, mejor dicho, ¿por qué seguir? ¿Por qué recuperar las ganas de vivir? Hiciera lo que hiciera, el mundo volvería a humillarme. Hiciera lo que hiciera, volvería a cometer los mismos errores una y otra vez. ¿Para qué seguir luchando? ¿Para qué seguir perdiendo el tiempo? ¿Para qué arriesgarme a que me volvieran a partir la cara? Ya ni ganas tenía de volver a ver a mis amigos... Ya ni ganas tenía de volver a aparecer ante ellos con un nuevo fracaso bajo el brazo... Ya ni ganas tenía de que me volvieran a recordar lo tonto e ingenuo que era... Y eso que sólo eran dos, porque sólo me quedaban ellos dos... Cecilia me debía de odiar, Clara y Lulú más de lo mismo... Ni esperanzas tenía ya de volver a rehacer mi vida.

Quizás... La única solución... La única solución era... ¿desaparecer?

—¡Benny!

De repente, la puerta se abrió de par en par y... Clara... Sí, Clara... apareció corriendo y se zambulló encima de mí sin darme tiempo a reaccionar.

—¡Gilipollas! ¡Idiota! ¡No sabes lo preocupada que me tenías! ¡Tonto! ¡Estúpido! ¡Imbécil!

"¿Por qué?"

—¡Clara, que lo vas a matar! ¡Dale un respiro, joder!

Justo detrás de ella, Lulú venía a los gritos, tan radiante e impoluta como siempre. No como Clara, que parecía haber pasado por varios ataques de nervios a lo largo del día...

—Hola, Benji...

" Lu... ¿Por qué? ¿Por qué están aquí?"

—¡Benny! ¡Que tienes que volver con nosotras a la oficina! ¡Los jefazos dicen que te van a despedir si no apareces antes de la cinco!

—¡Ya tenía que abrir la boca, la gilipollas!

Ahora era Sebastián el que entraba por la puerta... Y yo ya no entendía qué cojones estaba sucediendo allí. ¿Estaba soñando? Tenía que ser eso. Definitivamente tenía que ser eso.

—¡Que ya son casi las cuatro, tonto del culo! ¡Parece que soy la única aquí que entiende la gravedad de la situación!

"¿La gravedad de la situación? ¿En serio me van a despedir? ¿Qué hace aquí Sebas también? ¿Qué está ocurriendo?"

—¿Otra vez con eso? Que ya te ha dicho Lourdes que con la que se ha montado aquí nadie le va a hacer nada a Benjamín. ¡Desquiciada, que eres una desquiciada!

"¿La que se ha montado aquí? ¿Qué se ha montado aquí? ¡¿Qué cojones está pasando aquí?!"

—Sebas, de todas maneras, creo que no está de más que vayamos e informemos de todo esto... Iría yo sola, pero un testigo no viene nada mal... Además, necesito que me ayudes a maquillar un poco las cosas...

—¿Sí? ¿Tú crees? Pues yo estoy aquí para lo que necesites, jefa.

—¡Pues eso! ¡Después me paso por aquí, Benji! Y no te preocupes por lo del curro, que yo me encargo de todo.

—¡Venga, Benjamín! ¡Y arriba ese ánimo, palurdo, que mira cómo tienes a todas las titis!

—¡Que sí! ¡Tira, bobo!

"Lulú... ¿por qué daría la cara por mí en el trabajo? ¿Por qué me besaba en la mejilla? ¿No me odiaba? ¿No me había dicho que no volviera a contar con ella para nada? No entendía nada... Nada de nada".

Cuando Sebastián y Lulú se fueron, Clara me abrazó con tanta fuerza que creí que me iba a morir. Y quería preguntarle por qué había venido, quería saber qué era esa movida que se había montado... Pero las palabras no me salían... No me salían y la impotencia crecía y crecía dentro de mí...

—¡Tranquilo, Benny! —me dijo al oído, al notar cómo empezaba a temblar—. Estoy aquí, Benny... Estoy aquí y no me pienso ir a ningún lado, ¿vale? No te fuerces... Tú descansa... Relájate y descansa...

—C-Cl...

—¡Benjamín!

Entonces, entrando como si no hubiese puerta y llevándose todo por delante, Luciano irrumpió en el salón y me dio un abrazo él también. Bueno, a mí y a Clara, porque ella no me había soltado nunca.

—¡Quita, coño! —se quejó ella, apartándose como si la hubiese tocado un bicho.

—Me lo voy a llevar un momento al baño, Clara —dijo él—. Tú quédate ahí, que en nada viene... ya sabes.

—Venga...  Pero date prisa.

—Ven, Benjamín.

Como si fuese un niño pequeño, Luciano me cogió de la mano y me llevó con él hacia el cuarto de baño. Una vez dentro, ocurrió lo último que alguna vez en mi vida me hubiese imaginado que iba a pasar.

—Joder, Benjamín... ¿Tú te has visto? Me cago en dios... Si hace dos horas estabas que brillabas, cabrón... ¿Cómo has llegado a este estado?

—Y-Yo...

—No... No digas nada... Déjame hablar a mí, por favor... —suspiró, tomó aire, tragó saliva—. Discúlpame, amigo. Discúlpame por todo...

"¿Lucho...?"

—Llevabas semanas advirtiéndomelo... "Lucho, que no es tan fácil como parece", "Lucho, entiéndeme, por favor"... Y yo no te escuchaba, Benjamín... No te escuchaba porque siempre me creo que me las sé todas, cuando en realidad no sé una mierda de nada, tío...

"¿Lucho...? ¿Estás...? ¡¿Estás llorando?!"

—No lo sabía... Te juro que no sabía de la gravedad de la situación... No sabía la clase de persona que se te había metido en casa... Y yo... Y yo diciéndote qué hacer sin siquiera intentar averiguar las cosas por mí mismo... Soy un ser humano horrible, Benjamín... Soy un amigo de mierda...

"¡No! ¡No, joder! ¡Eres el mejor amigo que se puede tener! ¡Porque estás aquí! ¡No sé por qué, pero estás aquí, en el peor momento de mi vida, cuando todos me habían abandonado!

—Te quiero mucho, cabrón... Y voy a estar aquí para ti el tiempo que haga falta. Te lo prometo. Te lo prometo, joder... Te quiero, tío. Te quiero.

"Yo también te quiero, Lucho... ¡Pero no puedo decírtelo! ¡¿Por qué no me salen las palabras?! ¡¿Qué cojones me pasa?! ¡Te quiero, Lucho! ¡Déjame decírtelo! ¡Déjame hablar, joder! ¡Déjame hablar!

—¡Yo también te quiero, Lucho! ¡Joder!

Y me derrumbé ahí con él. Escondí la cara en su hombro y solté todas las lágrimas que llevaba horas acumulando.

—Menos mal, hijo de perra... —rio—. Ya creí que te ibas a quedar callado mientras era el único que hacía el moñas...

—Que no, subnormal... Sabes que aquí el ridículo lo hacemos juntos o no lo hacemos...

—Venga, arréglate un poco esa camisa, que estás hecho un asco...

—Sí... Bueno, aunque tampoco es que me quede a nadie a quien enseñársela... Te juro que no tengo ningunas ganas de ir a la oficina a dar explicaciones... Que me despidan si quieren.

—De eso ya se encargan Lourdes y Sebas, soplapollas. Y quizás no te vayas a presentar delante de ningún jefe, pero tienes a Clarita ahí fuera esperándote, que ha estado todo, pero todo el santo día preocupada por ti.

—Pues no entiendo por qué... Después de lo que le hice el otro día.

—Porque esa cría te quiere de verdad, carapolla. No sé qué cojones te ha visto, pero la tienes loquita por ti. Así que ahora sal ahí fuera y compórtate como un hombre, ¿de acuerdo?

—No te prometo nada...

Dicho eso, ambos dejamos el baño y regresamos al salón, donde Clara nos esperaba sentada en el sofá. Y, nada más verme, la cría de diseño se levantó y volvió a sacudirme con un nuevo abrazo, pasando totalmente de Luciano.

—Yo voy fuera un momento... Los dejo solos —dijo Lucho, guiñándome un ojo sin ningún tipo de disimulo, volviendo a ser el mismo gilipollas de siempre.

Nada más irse, Clara me soltó y se quedó viéndome a los ojos, con alegría, con tristeza, con alivio, con una mezcla de cosas que yo no sabía cómo corresponder.

—Siento mucho lo del... —intenté comenzar a hablar, pero...

—No, por favor... —me interrumpió ella—. Olvídate de todo, Benjamín... Hagamos como que nada de eso pasó, ¿vale? Es más, me gustaría que hagamos como que nuestro pasado juntos nunca existió... Quiero empezar una relación de cero contigo, Benjamín... Quiero hacer las cosas bien esta vez... Por favor, vamos a hacer las cosas así...

—Clara...

—Por favor, Benjamín... Hazme ese favor...

—De acuerdo...

—¡Clara!

De pronto, Luciano pegó un grito desde el rellano y la becaria me soltó de repente. Inmediatamente, me volvió a mirar a los ojos y me sonrió de nuevo.

—Ahora soluciona tus cositas por aquí, Benjamín... Te veré en el trabajo.

—P-Pero... ¿qué cositas tengo que soluci...?

—Con permiso.

Así, volví a quedarme solo en el apartamento. Bueno, no fue durante mucho tiempo, porque, a los pocos segundos, entró Luna caminando como si volviese de dar un paseo. Y, justo detrás de ella...

—Hola, Benja...

Rocío venía caminando, escoltada por Luciano y Noelia, con la cara llena de heridas y el cuello vendado.

—R-Rocío... ¿Q-Qué...?

Quería acercarme, quería ver de cerca qué le había pasado, pero entendía tan poco lo que estaba sucediendo en ese momento y me sentía tan fuera de lugar, que no supe reaccionar de ninguna manera.

—Benjamín —arrancó Luciano—. Seguramente ahora mismo te estarás haciendo millones de preguntas, pero creemos que es mejor dejar todas las respuestas para otro momento, ¿vale?

—Y-Yo... Sí... No sé...

—Por lo pronto, Noelia y yo hemos pensado que lo mejor es que vengas a pasar una temporada a mi casa... Ella se llevará a Rocío a casa de sus padres y... bueno, seguiremos pagando el alquiler de este piso hasta que sepamos bien lo que vamos a hacer.

Noelia me miraba y parecía que quería hablar, pero luego bajaba la cabeza y se arrepentía. Vergüenza era lo que había en sus ojos... Pero sí, todo indicaba que no era el momento de preguntar, ni de indagar, ni siquiera de recordar... Si Luciano creía que el mejor curso a seguir era ese, yo lo seguiría hasta el final.

—Benjamín... —dijo, finalmente, Noelia—. Cuando te sientas listo, cuando estés preparado... sólo díselo a Luciano, ¿vale? Él se encargará de todo.

—De acuerdo...

—Pues nada —dijo Lucho ahora—. Quizás, va siendo hora de...

Antes de que pudiera terminar de hablar, Rocío estiró la mano en mi dirección y cogió la manga de mi camisa sin decir nada... Luciano y Noelia se miraron, luego me miraron a mí, para finalmente asentir y esbozar una leve sonrisa.

—Supongo que está bien —dijo Lucho, al fin.

—Ven —le dijo Noe entonces—. Así me ayudas con la maleta...

—¿Maleta? Pero si eso lo haces en un mom... ¡Ayyy! ¿Por qué me pegas?

—¡Que vengas, joder!

—Cómo se pone pechitos de caramelo...

—Dime eso una vez más y te arranco los huevos.

—Eso me gustaría verlo.

Noelia y Luciano dejaron la casa sin dejar de decirse todo tipo de lindeces, dejando la puerta abierta y a mí en un estado de desconcierto al que hacía mucho tiempo no me enfrentaba.

Sin soltarme la manga, Rocío tiró de mí y me hizo sentarme a su lado en el sofá... Sofá en el que un par de horas antes había estado...

"Ya está, olvídalo... Ya habrá tiempo para reproches... Ahora sólo importa ella... Sólo importas tú... Vacía tu mente...".

De repente, cogiéndonos por sorpresa a ambos, Luna pegó un salto y aterrizó sobre el regazo de Rocío. Acto seguido, dio un par de vueltas sobre ella misma y se quedó acostada sobre sus rodillas.

—Cojones... —reí—. Es la primera vez que la veo así contigo...

—Ya te digo... ¡Auch! —intentó reír ella también, pero no estaba para demasiados trotes con todas esas marcas en la cara.

—No te esfuerces... Descansa un poco, ¿vale?

—Sí...

Tras decir eso, Rocío, con mucho cuidado de no incomodar a Luna, se echó un para atrás sobre el sofá y apoyó su cabeza sobre mi hombro.

—Al parecer... ya decidieron por nosotros... —volvió a reír, en un hilillo de voz que a duras penas llegué a cazar.

—Pues sí... Se juntaron el hambre y las ganas de comer, como dicen, ¿no? Vete tú a llevarle la contraria a cualquiera de esos dos.

—Ya... —sonrió de nuevo—. Pero puede que sea lo mejor, ¿no?

—Seguro que sí, Ro... Seguro que sí.

Rocío terminó de encontrar la posición más cómoda sobre mi costado y cerró los ojos, no sé si buscando dormir, o tan sólo relajarse, pero, seguramente, buscando esa paz que, al igual que yo, hacía muchos días llevaba buscando.

—Déjame quedarme un rato así, Benja...

Y sí, ya habría tiempo para reproches, ya habría tiempo para preguntas y para tomar decisiones. En ese momento, lo único que importaba era que, presumiblemente, todo había terminado.

Así que, recostando mi cabeza encima de la suya, cerré los ojos y, junto a ella, esperé por el regreso de los que, aquella tarde y durante todas las últimas tardes de aquel último mes, habían sido los héroes de nuestras vidas.

Porque ellos, y sólo ellos, eran los verdaderos protagonistas.