Las decisiones de Rocío - Parte 29.

Y me lo agradecerás siempre.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:00 hs. - Noelia.

En la vida, sin importar quién seas o cómo te apellides, de dónde seas o en qué creas, tarde temprano nos llega a todos ese momento en el que nos damos cuenta de cuál es el propósito de nuestra existencia. Podrá ser más o menos factible, a corto o largo plazo, pero cuando nos enfrentamos a esa revelación, juramos con nuestro corazón seguir los pasos que el destino nos tiene preparados.

En mi caso, ese momento llegó un viernes, 22 de marzo de 1991, con tan sólo siete añitos. Eran casi las siete de la tarde cuando mi padre me cogió de la manita y me llevó con él hasta la habitación número 22 del área de maternidad de aquel viejo hospital. Allí, con una expresión agotada pero con un brillo en los ojos que jamás le había visto en mi corta vida, mi madre me esperaba con el nuevo miembro de la familia en brazos.

"Mira, Noe", me dijo. "Ella es Rocío, tu hermanita".

En esos últimos nueve meses, no llegué a ser consciente en ningún momento de la importancia que tenía traer una nueva personita a este mundo. Para mí no era más que un juego en el que mamá se ponía más gorda y en el que papá se disfrazaba de mamá durante unas horas cuando volvía del trabajo. Hasta ese momento, la llegada de Rocío no me ilusionaba mucho más de lo que me hubiese ilusionado la llegada de una mascota nueva a la familia.

Hasta que papá destapó su cabecita y la vi por primera vez.

"¿Por qué llora?", pregunté, contrariada. "¿No me quiere?". Las risas de papá y mamá taparon por un momento el agudo llanto del bebé. "No, Noe. Llora porque todo esto todavía es muy nuevo para ella", dijo papá. "Y es nuestro deber a partir de ahora ir enseñándole todo lo que el Señor creó para nosotros", añadió mamá.

Temerosa y desconfiada como nunca me había sentido antes, me acerqué un poquito más todavía y estiré un brazo para poder tocarla por primera vez. Y sin darme tiempo a reaccionar, su manita envolvió mi dedo índice con una fuerza sumamente increíble para un ser tan pequeñito.

"¡Ay!", grité, y di un respingo. Papá y mamá volvieron a reír. "¿Ves, Noe? Te coge así porque de esa manera se siente más segura. Y tu deber como hermanita a partir de ahora será protegerla hasta que ella pueda valerse por sí misma".

Pero no hacía falta que me lo dijeran, la revelación ya había llegado a mí en el momento en el que sus cinco deditos se cerraron sobre el mío.

"Pues yo me voy a encargar de protegerla siempre, incluso cuando ya sea capaz de valerse por ella misma", dije entonces, con una seguridad y optimismo que ni yo sabía de dónde habían salido.

"Y ella te lo agradecerá siempre", dijo mamá, sellando así un compromiso que sería para toda la eternidad.

—Estoy preparada.

Por eso, con las ideas más claras que nunca y con unas ganas gigantescas de demostrarle al mundo de los que somos capaces las mujeres de mi familia, me acomodé el escote, cogí las llaves y puse rumbo al descansillo como cada mañana que me iba a trabajar. Aunque con la sutil diferencia de que, esta vez, en lugar de dirigirme hacia el ascensor, clavé la mirada en el 9º C.

—Y me lo agradecerás siempre.

Respiré profundo una última vez, levanté la cabeza y... toqué el timbre.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:00 hs. - Lourdes.

La cafetería de nuestra planta estaba abarrotada de gente aquella mañana. Empleados de todas las secciones de la empresa habían acudido a nuestra zona debido a una suculenta oferta en el menú de desayunos que incluía cruasanes gratis y batidos gigantescos de fruta natural al precio de uno normal.

Obviamente, nosotros no íbamos a ser menos. Y como teníamos trabajo adelantado para varios días, decidimos invertir gran parte de la mañana allí.

—La gente nos está empezando a mirar mal —dijo Romina, sin poder ocultar esa sonrisa suya tan maquiavélica.

—Somos jefes y tú nuestra secretaria. Que miren lo que quieran —añadí yo, con cierto desdén.

—Pero es que llevamos casi una hora aquí metidos.

—¿Y? Es nuestra planta, los piratas son ellos —decía Santos, mientras le daba un enorme mordisco a su cruasán empapado en capuchino.

—Piratas, esa es la palabra —rio Romina—. Aunque es normal, parece que fueron las de diseño gráfico las que hicieron correr la voz de las nuevas ofertas.

—¿Las de diseño? —inquirió Santos sorprendido—. ¿Esas niñatas vienen a desayunar aquí? Yo tengo entendido que van todas las mañanas juntas a la cafetería esa para pijos de la otra calle.

—Pues hay un grupito que no, según me han dicho —dije yo—. Las amiguitas de tu becaria.

—¿De Clarita? No sé yo, eh...

—Bueno, basta de eso —se quejó Romina—. Sigue contando, Lu.

Lo cierto es que aquella podría parecer la típica reunión informal de trabajo donde se hablan de trivialidades y demás sandeces, pero la realidad era que estábamos allí porque yo les había pedido que me hicieran compañía. Compañía para poder desahogarme y para poner verde a cierto gilipollas que me había quitado el sueño para todo un mes.

—¿Qué más quieres que te cuente? —respondí—. No lo he vuelto a ver desde entonces.

—Lo que tendrías que haber hecho es despertarme para que le diera una buena paliza, palurda. Pero ya lo voy a pillar yo por aquí, y se va a entrar de lo que vale un peine.

—¡Tranquila, mafiosa! —se reía Santos—. Tampoco es para tanto.

—¿Te ríes? Que te dio plantón a ti para verse con el subnormal ese, tonto del culo —contestó la otra. A Santos se le borró la sonrisa de la cara enseguida.

—No pinches, Romina... —dije yo, de inmediato—. Eso ya está más que hablado con Martín.

—Más que hablado mis cojones. Podrías haber aprovechado el momento para empezar una bonita historia de amor con un tío hecho y derecho que está interesado en ti de verdad, pero preferiste ir a hacer el ridículo con un fracasado cornudo que no se daría cuenta de tus sentimientos ni aunque te tatuases su nombre en la frente.

—¡Romina!

—Yo me piro, que esto me pone de los nervios. Os veo en la oficina.

Sin más, se levantó y salió de la cafetería echando humo por las orejas. Santos y yo nos quedamos con cara de no saber qué coño acababa de pasar ahí.

—Igual no me vendría mal recordarle de vez en cuando que soy su jefe —volvió a reír el pobre.

—Es culpa mía... Sabía que se enfadaría cuando se enterase de lo que pasó. Pero no podía dejarla fuera.

—Que no te preocupes, mujer. Ya se le pasará.

—De todas formas...  —añadí entonces—. Tiene razón con casi todo lo que ha dicho.

—¿Con casi todo? —dijo él, haciendo énfasis en el "casi"—. ¿Sería mucho pedir que definieras ese "casi"?

—¡Pues sí! —me apresuré a decir al ver cómo se emocionaba—. Quédate con eso.

—Vaya por Dios...

Pero no era muy difícil responder a su pregunta. Martín Santos Barrientos me había demostrado con creces que se merecía mi atención mucho más que el gilipollas de Benjamín. A pesar de tener motivos más que de sobra para pasar de mí y darme vuelta la cara por el plantón que le había dado aquella noche, ahí estaba él, dándome ánimos y haciéndome reír para que pudiera olvidarme de todo.

Así que sí, Romina tenía razón en casi todo. Y decía "casi" simplemente por lo de "la bonita historia de amor". Porque nunca había experimentado una "bonita historia de amor". Y estaba segura de que, ya a esa altura del partido, nunca iba a llegar a vivir una.

—De todas formas —dijo de pronto—, como hoy no aparezca por aquí, va a ser difícil que Romina tenga la oportunidad de ponerle las manos encima.

—¿Y eso por qué? —pregunté, extrañada.

—Lleva dos días sin fichar la salida y uno sin fichar la entrada, además de que no contesta las llamadas. Los de arriba están bastante cabreados.

—Pero hoy está librando, ¿no?

—El derecho a librar te lo ganas cuando cumples con tus horarios, Lourditas...

—¿Entonces? ¿Qué pasa si no viene hoy?

—Pues lo más seguro es que la próxima llamada no sea para preguntar si va todo bien...

Aquello era demasiada información para procesar tan rápido. Y ni siquiera tuve tiempo de reaccionar, porque una vocecita que siempre me había resultado molesta nos sorprendió a ambos por la espalda.

—Disculpen... No he podido evitar oír eso último.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:00 hs. - Benjamín.

El mundo de los sueños... ¿El mundo de los sueños? Una puta mierda. Ni patrimonio de la humanidad, ni maravilla del mundo ni pollas en vinagre. Toda una noche colmada de recuerdos dolorosos y humillantes. Toda una noche rememorando los momentos más crueles y difíciles de toda mi vida.

¿Qué me quería decir el mundo con esto? ¿Qué me quería decir el destino? ¿Qué razón había para soñar todas mis decepciones tanto profesionales como amorosas? ¿Qué razón había para recordar mis más grandes humillaciones tanto profesionales como amorosas? ¿Por qué había tenido que volver a vivir ese momento bajo la luz de la luna que había cambiado mi vida para siempre?

—Me cago en mi vida.

Ya no quería seguir pasando por eso. Ya no quería seguir sufriendo. Ya no quería pasar de sentir que todo estaba solucionado,, que volvía a tener el control de mi vida, a recaer a las pocas horas por enésima vez. No podía seguir viviendo así. Y ya no sólo por mí, sino por todos aquellos que estaban preocupados por mí y me estaban ayudando.

Tenía que ponerle fin a todo aquello de una puta y buena vez.

Decidido por fin, cogí el maldito aparato que llevaba ignorando casi dos días.

—¿Se apagó esta mierda?

Pues sí, estaba apagado. Así que, en calzoncillos y todo, me levanté del sofá y fui hasta el mueble de la tele donde habían varios cargadores de diversos colores colgando de un alargador. Tras descartar tres de ellos que eran de aquella marca tan especial que necesita hacer entradas distintas para sentirse diferentes, me quedé con uno color verde manzana que era universal.

No pasaron ni dos segundos desde que lo encendí hasta que el móvil empezó a sonar.

"Please allow me to introduce myself, I'm a man of wealth and taste...".

No voy a negar que me asusté, pues todavía no me había recuperado del todo de la mierda de noche que había tenido. Pero respiré aliviado cuando leí en la pantalla el nombre de mi amigo Luciano.

Me cago en tu putísima madre —dijo nada más contesté.

—Buenos días, Lucho —lo saludé yo, seguido de un largo y satisfactorio bostezo.

—¿"Buenos días" me dices pedazo de hijo de la gran puta? ¿Dónde cojones estás? Te voy a dar un par de hostias cuando te pille.

—Estoy en casa de un amigo. No te preocupes por mí.

—¡Pero si no tienes amigos! ¡Deja de mentir, cojones! ¿Tú sabes lo preocupado que me tenías, cabrón de mierda? Si no me contestabas ahora iba a llamar a la puta policía, gilipollas.

—Lo siento, Lucho... —suspiré—. No ha sido fácil todo...

—¡Deja de llorar y dime dónde coño estás de una jodida vez!

—Te he dicho que con un amigo...

—¿Con qué amigo? Dame ya la dirección, que voy para ahí ahora mismo.

Todavía estaba medio afectado, sí, pero no lo suficiente como para no darme cuenta de que era una pésima idea decirle a Luciano que había pasado la noche en casa de una de las crías de diseño gráfico. Tantos años cuestionando sus métodos a la hora de ligar, tantas charlas explicándole por qué está feo esperar a que una mujer esté borracha para llevársela a la cama, tantas discusiones llamándolo desde misógino hasta rompe matrimonios tanto en persona como por teléfono... Todo se me iba a volver en contra si se llegaba a enterar que me había tirado a Cecilia luego de habérmela encontrado a las tantas de la madrugada en un garito nocturno y ambos con el nivel de alcohol por las nubes.

Qué va, ni muerto. No me dejaría en paz por el resto de mi vida.

Pero, como siempre pasaba en mi puta vida, lo que yo quisiera o dejara de querer no importaba una puta mierda.

—¿Con quién hablas, mi amor? Vuelve a la cama, anda...

Cuando estaba a punto de improvisarle un amigo imaginario a Luciano, una de las crías subnormales de diseño me apareció por la espalda y pegó la boca a mi móvil para hacer la típica broma de cuando tienes quince años y quieres meter en problemas a uno de tus amigos mientras habla por teléfono con sus padres.

Me cagué en la puta directamente y me di la vuelta para decirle cuatro cosas, pero me quedé de piedra cuando me di cuenta de que la autoría de la broma se la debía ni más ni menos que a...

—¿T-Teresa? —dijo Luciano, entonces —. ¿Te has... follado a Teresa, hijo de la grandísima puta?

No tenía ni la más remota idea de cómo Lucho había reconocido su voz, pero la sonrisita traviesa de, hasta ese momento, la más seria de aquellas niñatas me daba a entender que la bromita no había sido al azar y que se esperaba una reacción cómo esa por parte de mi amigo.

Y sin esperar a ver cómo seguía la conversación, Teresa volvió corriendo a la habitación de Cecilia riendo como si acabase de cometer la travesura del siglo.

—¡¿Benjamín?! ¡¿Por qué no contestas?!

—¡D-Disculpa, Lucho! Es que justo...

—Justo apareció la guarra de Teresa con ganas de más guerra, ¿no? Sé muybien dónde vive. Ya mismo salgo para allí y te cago a patadas.

—¿Teresa? No es ninguna Teresa, es...

—¡Te he dicho que dejes de mentirme, cabronazo! ¡Reconocería esa voz entre mil mujeres!

—¡Vale! —dije entonces, derrotado—. Sí, es Teresa... Pero no es lo que tú te piensas... Es una larga historia en realidad.

—Pues me la cuentas en persona.

—De acuerdo, pero no estamos en su casa... Apunta la dirección.

—¿Están en un motel encima? Dime el nombre, hijo de puta. Te juro que te voy a partir la cara, Benjamín.

—¡Que te calmes, Luciano! Estamos en la casa de una de sus amigas...

—Dame la puta dirección.

No era así como pretendía terminar mi estadía en esa casa, pero como el destino me había vuelto a jugar una mala pasada, no me quedaba más remedio que apechugar y darle la dirección de la casa de Cecilia a mi tremendamente ofuscado mejor amigo.

Pero, como bien dicen algunos, no hay mal que por bien no venga, ¿no? Y eso era lo que estaba a punto de descubrir.

—Apunta...

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:00 hs. - Rocío.

En la vida, sin importar quién seas o cómo te apellides, de dónde seas o en qué creas, tarde temprano nos llega a todos ese momento en el que nos damos cuenta de cuál es el propósito de nuestra existencia. Podrá ser más o menos factible, a corto o largo plazo, pero cuando nos enfrentamos a esa revelación, juramos con nuestro corazón seguir los pasos que el destino nos tiene preparados.

En mi caso, ese momento llegó un sábado, 24 de octubre del 2010, cuando tenía 19 años y estaba en primer año de mi carrera de magisterio. Eran casi la nueve de la noche cuando Benja, guapo y elegante como nunca lo había visto, me cogió de la mano y me llevó con él hasta el mirador de la montaña.

"Se está haciendo tarde, Benja", le dije yo. "Mis padres se van a preocupar". Pero él lo tenía todo bajo control y ya se había asegurado, en complicidad con Noelia, de que mis padres no fuesen a ser un problema aquella noche. "No te preocupes, princesa".

El escenario no podía ser más bonito. La ciudad se alzaba imponente y brillante ante nosotros bajo un cielo despejado y completamente estrellado. El ruido del ajetreo diario de la ciudad llegaba a nuestros oídos entremezclado con los sonidos típicos que venían desde lo profundo de la montaña, creando así una melodía tan relajante y armoniosa que hubiese sido capaz de amansar a la más fiera de las bestias.

"Es hermoso esto, Benja", le dije, mientras me cogía de su brazo derecho. "Hemos salido tantas veces estas tres semanas... ¿Cómo es que nunca me habías traído aquí?".

Y lo tenía todo tan bajo control, que hasta parecía esperarse cada pregunta mía. El aura de príncipe que siempre había tenido, esa noche se sentía mucho más fuerte que nunca.

"Porque quería reservármelo para una situación especial", me dijo, mientras tomaba mi mano y tiraba de mí hacia él. "¿Y esta es una situación especial? O sea, quiero decir... ¿Es especial?", pregunté yo, temiéndome lo que se me venía encima, pero tan emocionada e ilusionada que no podía controlar las palabras que salían de mi boca.

Entonces, Benjamín se acercó más todavía y se sacó algo del bolsillo. Casi me da un derrame cerebral cuando lo vi, pero él lo tenía todo tan controlado, que me tranquilizó antes de que me desmayara.

"Ya sé que no es lo más común dar anillos en estos casos, pero es que siento que no te puedo pedir salir como si fueras una chica cualquiera".

Fue en ese momento en el que me di cuenta de lo que quería para el resto de mi vida. Fue ese momento en el que me di cuenta de cuál era mi destino. Y le dije que sí, que quería ser su novia y empezar a trazar un futuro a su lado. Le dije que me abrazara y me besara como nunca nadie lo había hecho antes. Le dije que me llevara de la mano y que nunca me abandonara. Que me guiara por la vida y me protegiera hasta donde las fuerzas le dieran.

Ese día comenzó todo.

Y, cuatro años después, estaba a punto de terminar.

—Benjamín...

Casi tres días habían pasado desde la última vez que lo había visto. Casi tres días desde la última vez que había hablado con él. Y casi dos días desde aquel portazo que había cambiado mi vida para siempre. El mismo tiempo que llevaba intentando comunicarme con él. El mismo tiempo que llevaba sin salir de mi habitación. El mismo tiempo que llevaba sin comer...

—Benjamín...

El tiempo me jugaba en contra, pero no podía ni quería perder las esperanzas todavía. Ese último encuentro entre nosotros todavía podía darse si Benjamín se paraba un segundo a escuchar su corazón. Ese último encuentro todavía podía suceder si mis sentimientos eran capaces de llegar a él de alguna manera. Benjamín tenía que escucharme una última vez antes de que todo terminara. Benjamín debía escuchar mi versión de la historia antes de que nuestro último capítulo juntos tuviera su punto y final. De lo contrario, no podría, no podríamos pasar página jamás.

—Benjamín...

Pero con cada segundo que pasaba, me convencía más de que él ya había tomado su decisión. La decisión de no regresar nunca más a casa mientras yo estuviera ahí, la decisión de no querer volver a escuchar nunca más mi voz mientras viviera, la decisión de cortar cualquier lazo que todavía lo uniera a mí.

—Benjamín...

Ya había pasado una hora desde el último mensaje que le había enviado, así que cogí el móvil y volví a buscar su nombre en la agenda.

"Estoy aquí en casa esperándote... Ven, por favor".

Me iba a acostar y a esperar a que otra hora pasase de largo, pero un sonido a lo lejos, muy a lo lejos, me hizo perder la orientación. Un sonido que hacía mucho tiempo no escuchaba, un sonido que hacía que toda la casa retumbase cuando sonaba...

—B-Benja...

Pero ese sonido no venía de tan lejano como creía. Y no fue hasta la tercera vez que sonó que me di cuenta de que alguien estaba tocando el timbre.

En menos de dos segundos, me planté en la entrada de casa casi sin respiración y con una emoción tan grande que creí que me iba a explotar el corazón. Y abrí la puerta zambulléndome sobre él sin importarme un comino cuál pudiese ser su reacción.

No podía creer que hubiese regresado.

No podía creer que lo tuviese entre mis brazos.

—¡Benjamín! —grité, soltando todas las lágrimas que no había podido soltar durante aquellas últimas cuarenta y ocho horas.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:15 hs. - Clara.

—Disculpen... No he podido evitar oír eso último.

Fue un acto reflejo. En ningún momento pensé en salir de las sombras y meterme donde no me llamaban. Pero aquello era demasiado fuerte como para ignorarlo.

—¿Necesitas algo? —dijo ella, con esa arrogancia y chulería que siempre la había caracterizado.

—Ya... Ya lo he dicho. No he podido evitar escuchar eso que dijeron de...

—¿Ahora se te ha dado por poner la orejita? Vaya... —dijo rápidamente, sin dejarme acabar. Empezaba a recordar por qué me caía tan mal.

—No seas mala, Lourditas... Después de todo es su supervisor —dijo el jefe entonces, para alegría mía—. Siéntate, Clarita.

A pesar del gesto de desaprobación de Lourdes, agradecí a Barrientos y me senté junto a ellos. Yo era la que menos ganas tenía de compartir cualquier tipo de espacio con ella, pero aquello iba mucho más allá de cualquier mal rollo que pudiera haber entre las dos.

—¿Es verdad, entonces? —pregunté a Martín—. ¿Van a echar a Benjamín?

—Bueno... es pronto para decirlo, pero tiene todas las papeletas.

—¿Y tú no puedes hacer nada para evitarlo? Eres su jefe, ¿no?

—Sí, Clarita... s oy su jefe... Pero por encima de mí hay otros jefes, ¿sabes? Y los de recursos humanos les pasan los fichajes a ellos, no a mí.

—Algo podrás hacer, Santos...

Pues sí, a pesar de todo me seguía preocupando por él. A pesar de haberme dejado como una guarra delante de sus amigos, a pesar de haberme tratado como un trozo de carne, a pesar de haberse pasado mis sentimientos por el forro, yo seguía preocupándome por él. Y no se pueden imaginar cuánto. Si Benjamín dejaba la empresa, yo no me lo iba a perdonar jamás. E iba a hacer cuanto estuviera en mi mano para evitarlo.

—¿Te has podido comunicar con él? Porque nosotros no —dijo entonces.

—No lo he intentado...

—Pues ahí tienes... Si te contesta, dile que tiene hasta hoy a las diez de la noche para aparecer por aquí. Es todo lo que te puedo decir al respecto. Me tengo que ir, que se me va a ir toda la mañana aquí.

Santos se levantó y se dispuso a marcharse sin haberme ayudado en nada. El tipo podía ser todo lo buena persona que quisieras, pero con las cosas del trabajo era más inflexible que el carajo.

—Espera, que me voy contigo —dijo Lourdes sin perder el tiempo.

Sin embargo, como ya he dicho, aquello que estaba sucediendo era demasiado importante como para dejarlo ahí. Y si tenía que rebajarme y tragarme el orgullo para ayudar a Benjamín, lo haría sin dudarlo.

—¡Espera! —exclamé—. Necesito hablar contigo, Lourdes.

—¿Qué?

—Por favor... Sólo necesito un par de minutos.

—Lo siento, cariño —respondió, con una sonrisa tan falsa como sus putos dientes blanqueados—. Mi descanso ha terminado y tengo que volver a trabajar. Y quizás tú deberías hacer lo mismo.

—¡Te juro que sólo será un momento!

—¡Que no pue...!

—Tómate diez minutos más, Lourditas... —intervino el jefe—. Total, no hay tanto trabajo ahí dentro.

Si las miradas mataran, Barrientos habría caído fulminado en la puerta de la cafetería. Pero como la cerda de Lourdes no tenía esa habilidad, el jefe me guiñó un ojo y luego desapareció de nuestra vistas.

—¿Qué quieres? —dijo entonces, seca y asquerosa—. Que sea rápido, por favor.

—Vale —dije yo, con una sonrisa triunfal—. Pero aquí no. Ven conmigo.

Se quedó mirándome con esa cara tan suya de estar oliendo a mierda durante varios segundos, pero al final me siguió hasta uno de los pasillos donde apenas pasaba gente.

No voy a mentir, iba completamente a ciegas. Tenía que convencer a la única persona de esa empresa que no podía ni verme, para que colaborara conmigo y salvar a Benjamín. No tenía ni la más jodida idea de qué le iba a decir ni cómo. Pero delante de una persona como esa no podía mostrarme insegura o se iría a las primeras de cambio. Tenía que mantenerme firme y hablarle de igual a igual mientras iba improvisando.

—¿Entonces? —dijo cuando llegamos.

—L-Lourdes... —comencé, tras dar un largo suspiro—. Lourdes, yo no te caigo bien y tú no me caes bien, ambas sabemos bien eso, ¿no?

—Ajá...

—Pero creo que en este caso tenemos que trabajar juntas por el bien de Benjamín.

—¿Qué? ¿Por el bien de Benjamín?

—Si no hacemos algo lo van a despedir, Lourdes. ¿Acaso te da igual?

—¿Tú no has oído a Martín? Depende de él y de nadie más que de él... Si no responde las llamadas nosotras no podemos hacer nada.

—Hay algo que sí podemos hacer, Lourdes...

—¿Qué cosa?

—Hablar con él en persona.

—¿Qué? Pero si no sabemos dónde está, Clara. Además, ¿de verdad me necesitas para eso? ¿No puedes hacerlo tú sola?

—No... Es completamente necesario que tú estés presente.

—¿Y eso por qué?

Respiré profundo, porque no sabía cómo se iba a tomar lo siguiente que le iba a decir. Pero era crucial que lo supiera para que entendiera bien la situación en la que estábamos. Y dependiendo de su respuesta, sabría si podría contar con ella o no para salvarle el culo a Benjamín.

—Lourdes... He oído todo lo que les has contado a Romina y a Santos.

—¿Qué?

—No era mi intención espiarlos ni nada por el estilo, pero ya llevaba bastante rato en la mesa detrás de la columna cuando ustedes llegaron...

La tía se quedó callada varios segundos, como analizando fríamente lo que le acababa de decir. Y no habló hasta que pareció estar completamente segura de haber llegado a una conclusión al respecto.

—Esto no tiene nada que ver con ayudar a Benjamín, ¿verdad? —preguntó, con un gesto de superioridad que casi me hace vomitar—. Piensas chantajearme, ¿no?

—¿Qué? —dije yo, sin terminar de creerme lo que estaba oyendo—. Perdona... ¿Qué?

—Irás contando por toda la empresa que me humillé ante un compañero para conseguir algo a cambio, ¿verdad?

—¿Me estás vacilando, Lourdes?

—¿Qué quieres, que me aleje de Benjamín? No te preocupes, bonita. Que entre nosotros ya está todo terminado.

—¡Lourdes! —grité de repente.

¿En serio se podía llegar a ese nivel de arrogancia? ¿Hasta qué punto una persona se podía creer el centro del universo? Benjamín, el tío que la tenía en el más alto de los pedestales, estaba en peligro de perder el trabajo, ¿y la puta gilipollas me salía con esas?

Me hizo perder la calma de verdad.

—¿Puedes sacarte el palo del culo por un momento? ¡Que no eres el ombligo del mundo, joder!

—¡¿Perdona?!

—¿En serio me vienes con estas gilipolleces cuando te estoy hablando de salvarle el culo a una persona importante para nosotras?

—Venga, Clara... No te hagas la mosquita muerta. Que ambas sabemos que me la tienes jurada desde lo de Mauricio. No te voy a dar ni la más mínima oportunidad de...

—¡Que te calles ya, joder! ¡Eres insoportable!

—Pues me piro. Vete a la mierda.

Antes de que pudiera darse la vuelta, la cogí del brazo y la atraje hacia mí.

—¿Se puede saber qué haces?

—Te voy a decir una cosa y te la voy a decir una sola vez —arranqué, mordiéndome la lengua para no montar un pollo ahí mismo—. No me hace ninguna gracia tener que estar aquí mendigando la atención de la única persona en la empresa que no movería un pelo del coño si llegara a verme en problemas, ¿vale? Así que deja de ser tan egoísta por una vez en la vida y mira un poco más allá de tus propia tetas, que Benjamín está a un paso de terminar de arruinarse la vida y a ti parece que te importa un pimiento.

Se lo solté todo de corrido y casi segura de que se iría y me dejaría allí sola con todo el problema, porque así era esa basura de persona, pero me había quedado bien a gusto y con la consciencia tranquila de haberlo intentado.

No obstante...

—¿Puedes soltarme? —dijo, sin cambiar ese gesto suyo de superioridad. Luego, se acomodó la manga de la chaqueta y prosiguió—. ¿Qué tienes en mente?

—¿Eh?

—Para ayudar a Benjamín... ¿Qué tienes en mente?

—P-Pues... —me cogió totalmente por sorpresa, pero no podía perder el tiempo ahora que tenía su atención—. Mira, después de lo que le pasó contigo y lo que le pasó conmigo... Porque sí, también le pasó algo conmigo...

—Algo he oído, sí...

—¿Sí? Bueno, da igual. Después de lo que le pasó el otro día con nosotras, es muy difícil que quiera aparecer por aquí para tener que vernos las caras, ¿me sigues?

—Sí...

—Bueno, y eso sumado a los problemas que ya tiene en su vida, lo que menos le debe importar ahora es perder el trabajo.

—Vale...

—Por lo tanto, lo que tenemos que hacer nosotras es tragarnos nuestro orgullo, olvidarnos que se portó mal con nosotras, e ir a verlo personalmente para convencerlo de que no vale la pena tirar su vida por la borda por culpa de la zorra de su novia.

Lourdes me seguía mirando con desconfianza, pero al menos había logrado que se pensara lo que le había dicho. Y yo estaba hecha un flan, porque sabía que gran parte de que todo saliera bien dependía de lo dispuesta que estuviera ella a ayudar. Pero no iba a demostrárselo. Si mostraba cualquier tipo de duda, todo se iría a la mierda y con ello la vida de Benjamín.

Y yo sabía que no podría vivir con aquello. No podría vivir con la idea de que la vida de la persona a la que... (...) De la persona que me había ayudado tanto se había arruinado porque no fui capaz de consolarlo cuando tanto me necesitaba. Porque sí, porque seguramente muchos de los acontecimientos de esos últimos días hubiesen cambiado si me hubiese acostado con él cuando me lo pidió...

Y aquello me estaba destrozando por dentro.

—Clarita... —dijo Lourdes de pronto.

—No me digas "Clarita", por favor. Me da una grima que flipas.

—Clarita... —volvió a repetir—. ¿Has probado a llamarlo ya? Porque todo suena muy bonito, pero si no sabemos dónde está...

—Todavía no... Quería hablar contigo primero antes de hacerlo.

—Vale... —dijo, pensativa—. Pues no lo hagas. No le demos ninguna pista de nuestras intenciones.

—¿Qué? ¿Entonces qué hacemos?

—Dame un momento.

Lourdes sacó su móvil y escribió cuatro cosas muy rápidamente. Diez segundos después, le llegó una notificación y luego volvió a dirigirse hacia mí.

—Venga, vamos, que Romina me cubre.

Para mi sorpresa, Lourdes me cogió de un brazo y me llevó con ella hasta el ascensor más cercano. Yo no tenía ni pajolera idea de lo que estaba pasando, pero parecía tan segura de lo que hacía que decidí confiar. Si de verdad se había decidido a ayudar a Benjamín, la cosa estaba en buenas manos, porque en esa empresa muy pocas personas lo conocían tan bien como ella. Por no mencionar que él la respetaba a más no poder.

Nos metimos en el ascensor y no pude evitar sonreír del alivio. Todavía quedaba mucho camino por delante para solucionar ese entuerto, pero el sentir que había hecho las cosas bien por una vez en la vida, me traía una paz interior que no sería capaz de describir con palabras.

Porque era por él.

Por nadie más que por él.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:15 hs. - Benjamín.

—¡Teresa! —grité nada más colgar.

No me respondió, pero podía oír cómo se descojonaba de la risa con sus amigas en la habitación de Cecilia.

Me daba igual, sinceramente. El daño ya estaba hecho y Luciano ya estaba de camino. Y a pesar de que no sabía por qué, iba a ser ella misma la que tuviera que darle explicaciones a mi amigo por la bromita de antes. Ya tenía demasiados problemas en mi vida como para asignarme los de otras personas que ni me iban ni me venían.

Cogí el cargador del móvil y lo enchufé en la pared junto al sofá para estar más cómodo. Y, después de casi dos días, me enfrenté por fin al dichoso aparatito.

"Tienes 82 llamadas perdidas y 115 mensajes sin leer".

Primero desplegué el listado de llamadas y me encontré, más o menos, con lo que me esperaba encontrar: ocho seguidas de Luciano, un par de Sebastián, bastantes más de la empresa, alguna de Noelia y...

—"Rocío".

Me estremecí al leer su nombre. No quería hacerlo, no quería darle una importancia que no se merecía, pero la sensación de vacío en mi estómago era real. Y se fue agravando mucho más a medida que iba descendiendo por aquella lista y descubría que no se acababa nunca...

  • De Rocío (62) el 25/10 a las 09:45.

  • De Rocío (61) el 25/10 a las 09:17.

  • De Rocío (60) el 25/10 a las 08:54.

  • De Rocío (59) el 25/10 a las 08:27.

  • De Rocío (58) el 25/10 a las 04:55.

  • De Rocío (57) el 25/10 a las 04:31.

  • De Rocío (56) el 25/10 a las 04:11.

  • De Rocío (55) el 25/10 a las 03:48.

  • De Rocío (54) el 25/10 a las 03:29.

  • De Rocío (53) el 25/10 a las 03:12.

Y la lista seguía y seguía... El nombre de Rocío seguía apareciendo y llenaba la pantalla de mi móvil sin piedad.

—¿Qué querías? ¿Qué cojones querías de mí?

  • De Rocío (15) el 23/10 a las 19:30.

  • De Rocío (14) el 23/10 a las 19:29.

  • De Rocío (13) el 23/10 a las 19:29.

  • De Rocío (12) el 23/10 a las 19:28.

  • De Rocío (11) el 23/10 a las 19:28.

—¿Qué me ibas a decir? ¿Qué con qué me ibas a salir esta vez?

  • De Rocío (10) el 23/10 a las 19:27.

  • De Rocío (09) el 23/10 a las 19:27.

  • De Rocío (08) el 23/10 a las 19:26.

  • De Rocío (07) el 23/10 a las 19:26.

  • De Rocío (06) el 23/10 a las 19:25.

—¿Eh? ¿Qué esperabas? ¿Qué te lo cogiera para que me volvieras a engatusar con alguna de tus mentiras?

  • De Rocío (05) el 23/10 a las 19:25.

  • De Rocío (04) el 23/10 a las 19:24.

  • De Rocío (03) el 23/10 a las 19:24.

  • De Rocío (02) el 23/10 a las 19:23.

  • De Rocío (01) el 23/10 a las 19:23.

—¡Responde! ¿O acaso ibas a seguir amenazándome como en ese mensaje? ¡¿Eh?! ¡¿Debo leerlos todos también para saber a qué hora exacta debo llegar a casa para que no termines de mandarlo todo a la mierda y pirarte con el hijo de puta ese que tanto te gusta follarte?

Las manos me temblaban y tenía las mejillas empapadas en lágrimas de impotencia. Me dolían los labios de lo fuerte que me los estaba mordiendo y había estado a punto de estallar la pantalla del móvil con la fuerza de un solo dedo pulgar.

—Ya está...

Y no me di cuenta hasta que ella —sí, ella—, me quitó el móvil de las manos y se abrazó a mi cabeza como cuando una madre intenta cuidar a su bebé. Instintivamente, me aferré a sus brazos con tanta fuerza y tantas ganas que por un momento creí que podía llegar a hacerle daño. Pero a ella no le importó, porque siguió meciéndome sobre su pecho y acariciándome la cara sin parar de decirme que todo iba a estar bien, que ya no me tenía que preocupar por nada...

—Porque yo estoy aquí, ¿vale? Porque no pienso moverme de aquí hasta que hayas superado esto.

Y entonces alzó mi cabeza y me besó. Me besó con tantas ganas, con tanta pasión, que hizo que por fin lo entendiera todo.

En la vida, sin importar quién seas o cómo te apellides, de dónde seas o en qué creas, tarde temprano nos llega a todos ese momento en el que nos damos cuenta de cuál es el propósito de nuestra existencia. Podrá ser más o menos factible, a corto o largo plazo, pero cuando nos enfrentamos a esa revelación, juramos con nuestro corazón seguir los pasos que el destino nos tiene preparados.

En mi caso, ese momento llegó ese mismísimo sábado, 24 de octubre del 2014, a las 10:28 horas en casa de una chica que había llegado a mi vida como un ángel cuyo propósito era el de salvarme, el de hacerme abrir los ojos para qué me diera cuenta de una vez por todas hacia donde debía dirigir mi vida.

Porque con ese beso, con ese único beso tan cargado de cariño, de dulzura, de intenciones... pude entender por fin cuáles eran los sentimientos de Cecilia.

—Te juro que va a ser hoy —le dije, mientras recuperaba el aliento.

—¿Q-Qué? —preguntó ella.

—Hoy voy a enfrentarme a ella. Hoy me voy a enfrentar a Rocío.

Y ella, tan tierna y preciosa, me sonrió y volvió a besarme pero ahora con la evidente intención de no soltarme hasta que las fuerzas nos abandonaran.

Y yo, más decidido que nunca, la cogí en brazos y la tumbé en el sofá para dejarme llevar como no lo había hecho nunca en la vida. Y me daba igual si en la habitación de al lado estaban Olaia, Teresa y Lin. Me daba igual si su hermano entraba por esa puerta y me partía la cara. Me daba igual si irrumpía el mismísimo Dios y me maldecía para toda la vida...

—Fóllame —me dijo con los ojos abrasados de pasión.

Porque se lo debía, porque me lo debía... No sabía ni cómo ni por qué había sucedido, pero no podía fallarle ahora que por fin lo entendía todo.

Y no lo iba a hacer.

—Las veces que hagan falta —le prometí, y volví a adentrarme una vez más en los placeres del verdadero amor.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:15 hs. - Noelia.

—¡Benjamín! ¡Benjamín! ¡Benjamín!

Cuando quise darme cuenta, tenía a Rocío sobre mí, llorando y repitiendo el nombre de Benjamín una y otra vez. Y me tomó tan por sorpresa que no supe cómo reaccionar.

—¡Benjamín! ¡Benjamín! ¡Te quería ver! ¡Te quería ver!

La situación era tan enternecedora como irracional, porque Rocío seguía gritando el nombre de su amado sin darse cuenta de que era a mí a quien estaba abrazando y no a él. Y teniendo en cuenta que mi pecho, generoso pecho, se apretujaba contra el suyo y sus manos no dejaban de tironear mis largos cabellos por detrás de mi nuca, no tenía sentido que todavía no hubiese caído en cuenta de lo que estaba sucediendo.

Algo demasiado turbio estaba ocurriendo en esa casa y no había que ser muy lista para darse cuenta. Por eso, con ella todavía colgada de mí cuello cual koala de su eucalipto, comencé a dar pequeños pasos hacia el frente. Una vez dentro, cerré la puerta tras de mí y fui separándome de ella poco a poco hasta que nuestras miradas se encontraron.

—Rocío... —dije entonces, con muchísima, muchísima delicadeza.

—¿N-Noe...? —preguntó ella, cambiando el gesto completamente.

Su reacción, entonces, no fue menos emotiva que la anterior. Sin ocultar en lo más mínimo sus sentimientos, se dejó caer en el suelo y comenzó a llorar como si tuviese cinco años. Sus lamentos eran tan grandes que temí por un momento que se fuera a desmayar. Por eso me arrodillé frente a ella y la abracé con todas las fuerzas que tenía.

—Tranquilízate, mi amor. Tu hermanita está aquí... Todo va a ir bien...

Entonces Rocío pegó su carita a mi pecho y continuó sollozando sin consuelo. Y poco más podía hacer a partir de ahí salvo esperar a que terminase de desahogarse del todo.

—Ya está, bebé... Ya está...

No me podía creer que estuviera viviendo semejante escena. Me había preparado para encontrarme a una Rocío agresiva y totalmente a la defensiva. La misma Rocío que me había declarado la guerra las últimas veces que nos habíamos visto y que me había demostrado que no le importaba poner en peligro su relación con Benjamín mientras pudiera seguir follándose al indeseable. Esa Rocío a la que había dejado de reconocer a simple vista, la que me miraba como si fuese una molestia y la misma que me había hablado como si ya no significase nada para ella.

Pero no, delante de mí tenía a la Rocío de siempre. Delante de mí tenía a ese débil y frágil recipiente que siempre acudía a mí llorando cuando las cosas no salían como ella esperaba. Ahí, aferrada con sus fuertes uñas a mi vestido, llorando y gritando como tantas veces lo había hecho en el pasado, tenía a mi querida hermanita.

Y pensaba protegerla a toda costa.

—¿Estás mejor? —le pregunté cuando su llanto ya casi no se oía.

—Sí... —me dijo ella, con un hilo de voz que me demostraba todo lo contrario.

—Venga, vamos a...

De repente, sentí cómo algo comenzaba a subir por mi garganta y se quedaba estancado ahí. A mis fosas nasales había llegado una peste tan desagradable, que tuve que echarme para atrás cuando me di cuenta de donde provenía. Y aquello no sucedió hasta que nos pusimos de pie y pude verla bien. Rocío se encontraba en un estado tan lamentable como preocupante. A parte del mal olor, traía puesto un camisón blanco lleno de manchas de distintas tonalidades de amarillo que el solo hecho de pensar de dónde provenían ya me provocaba arcadas. Y su pelo estaba tan sucio y enredado que ahora ya entendía por qué tenía esos pegotes entre mis dedos.

Y, por primera vez en mi vida, sentí lo que era el verdadero odio.

Con los ojos llenos de lágrimas y los dientes tan apretados que podían haberse roto en cualquier momento, cogí a Rocío de un brazo y me la llevé al cuarto de baño sin pararme a escuchar ninguna de sus quejas. Una vez allí, le arranqué sin pudor esos trapos inmundos que cubrían su cuerpo y la senté en la bañera.

—Quítate las bragas —le ordené, totalmente fuera de mí.

Rocío, con cierto temor en los ojos, se quitó la ropa interior y me la ofreció hecha una bolita. Cuando la extendí y sentí de nuevo esa peste a prostíbulo de carretera penetrar por mi nariz... terminé de explotar.

—¿N-Noe...?

No obstante, exploté por dentro. Sólo por dentro. Apreté los puños, cerré los ojos y traté de mantener la calma. Tenía ganas de mandarlo todo a la mierda y hacer justicia por mano propia. Nada me impedía coger un cuchillo de la cocina y ponerle fin a todo en ese mismo instante. Nada me impedía liberarme de aquella carga tan grande por la vía fácil.

Quería matarlo. Quería despedazarlo con mis propias manos.

Pero no podía, y el hecho de no poder era lo que me estaba desgarrando por dentro. Jamás había sentido tanta impotencia. Porque nada, absolutamente nada justificaba que mi hermana, a la que tanto había protegido y cuidado, se encontrase en ese estado. Nada justificaba que Rocío se hubiese convertido en la puta de esa escoria, de ese indeseable, de ese despojo. Absolutamente nada.

—¿N-Noe...? —volvió a repetir mi hermanita, de pie desnuda, con la carita triste, tan inocente y delicada como lo había sido toda la vida.

—Está todo bien, princesita. Vamos a darte un baño ahora, ¿vale?

Y a ello me puse, a intentar reparar aquello que había sido despojado de toda dignidad. A tratar de conseguir que volviera a sentirse persona. Me senté en el borde de la bañera y comencé a rociar con agua tibia todo su cuerpecito. Cuando terminé, cogí el jabón de baño y se lo froté por sus brazos y espalda.

—Ten —le dije entonces—. Échate el agüita tú misma, que yo te voy a desenredar el pelo.

Tan obediente y dócil como cuando tenía diez añitos y se tomaba baños conmigo, Rocío cogió la alcachofa y siguió echándose agua ella solita. Y allí, con esa imagen delante, no pude contener más las lágrimas. No entendía, realmente no entendía, cómo había llegado hasta ese extremo. Tantos años preparándola para el mundo real, tantos años dándole consejos para esquivar a los babosos y a las ratas de cloaca, todo en vano... ¿Cómo había sido posible? ¿Qué había salido mal? Si delante de mí tenía un ser sin ningún tipo de maldad. Manipulable y maleable como un trozo de plastilina, sí, pero incapaz de albergar malas intenciones en su interior...

—¿Te duele, bebé?

—No...

Y lo maldecía a él —sí, a él—. Porque lo único que debía hacer era protegerla de los de fuera, de todos aquellos capaces de coger un ser tan celestial y transformarlo en lo que lo habían transformado... Pero había fracasado estrepitosamente, y eso era algo que no sabía si iba a ser capaz de perdonarle algún día.

Y no sólo a él... También a mí misma. Porque yo también era responsable de que la cosa hubiese llegado hasta ese extremo. Cuando tuve la oportunidad de pararlo todo, decidí dejarlo en manos de un tipo enceguecido por el amor hacia su novia. Cuando pude cortarlo todo por lo sano, decidí apelar al raciocinio de una chica cuyo cerebro ya había sido más que lavado. Sí, por supuesto que yo también era responsable, y aquello era lo que más me molestaba.

Pero no podía perder el tiempo en buscar responsables. El daño ya estaba hecho y no podía perder la calma. Tenía que centrarme, tenía que permanecer concentrada.

Terminamos con la ducha y fuimos a su habitación para buscarle algo de ropa limpia. Y ahí fue cuando tomé verdadera consciencia del caos que se había formado bajo ese techo.

—¿Qué cojon...?

El abandono no sólo se reducía a Rocío, se extendía al resto de la casa también.  Nada más entrar, tuve que llevarme una mano a la nariz para evitar que la misma peste de antes me provocara nuevas náuseas. Inmediatamente, cuando quise dar el primer paso, me llevé por delante una bandeja con un vaso de leche vacío y un sándwich que estaba sin tocar. Y esa era una de las tantas bandejas que descansaban en el suelo de la habitación. Por otra parte, las condiciones del colchón eran un perfecto calco de las de Rocío antes de la ducha: manchas amarillentas por todos lados y las sábanas sin colocar tiradas al pie de la cama.

—Quédate ahí. Ni te muevas —le dije entonces.

Primero apilé las bandejas en un costado y luego vacié una botella de ambientador para ropa sobre el colchón. Luego tiré las fundas de las almohadas y las sábanas hacia un rincón y las cambié por unas nuevas y limpitas. Acto seguido, abrí las ventanas y subí las persiana para ahuyentar el olor a celda de Guantánamo que ya era inaguantable. Y, para terminar, cogí de los cajones una muda de ropa interior limpia y un vestidito veraniego color blanco para que estuviera cómoda.

Todavía quedaba mucho trabajo por hacer, pero aquél era un buen paso para recuperar a mi hermana y su hogar.

—¿Tienes hambre? —le pregunté, satisfecha por cómo iba quedando la cosa.

—Pues...

—¡Genial! ¿Tienes algo fácil y rápido para hacer en la nevera? Da igual, alguna pizza tendrás seguro. Tú vete vistiendo, que enseguida vengo.

—Vale...

Ya mucho más tranquila, dejé a Rocío sola para ver si a partir de ahí podía desenvolverse por su cuenta y me fui a la cocina para lo ya mencionado.

Es cierto que sentía que todo estaba bajo control, pero todavía me faltaba asegurarme de una última cosa. En realidad, de lo primero que debería haberme asegurado cuando entré en esa casa...

—¿Andas por aquí, hijo de puta?

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 10:30 hs. - Sebastián.

—¡Los putos papeles, Sebastián! ¡Hostias!

—¡Que ya voy, Raúl! ¡Dame un puto respiro!

—¡Sebastián, ¿puedes enviarme de una jodida vez el maldito e-mail?!

—¡Saliendo, David! ¡Saliendo!

—¡Sebastián!

—¡¿Qué cojones quieres, joder?!

—¡Sube un poco el aire acondicionado!

Y así toda la puta mañana. Iba a cometer una locura en cualquier momento si no me daban un puto respiro. Estaba ya hasta las mismísimas pelotas de esa mierda de empresa y de sus hijos de puta empleados.

Y para colmo, tenía al anormal de Luciano bombardeándome el móvil por culpa del subnormal de Benjamín. Toda la mañana tocándome los cojones con que lo contactara, con que estaba preocupado y no sé qué más pollas en vinagre. Mucha potra había tenido ya de que no hubiese tirado el puto aparato por la ventana todavía.

—¡Sebastián!

—¡Que ya te doy los putos papeles, coño! ¡Que ya voy!

—Que no, gilipollas. Que te buscan.

—¿Que me buscan?

No voy a mentir, dejé todo tal cual estaba y salí al pasillo sin siquiera preguntar quién cojones quería verme. Con suerte sería algún jefe diciéndome que estaba despedido, y aquella esperanza me llenaba el pecho de aire.

Pero no, no iba a caer esa breva.

—¿Y ustedes? ¿Qué hacen aquí? —pregunté, sorprendido.

—Buenos días, ¿no? —dijo Clara, con el ceño fruncido.

—Calla —la regañó Lourdes—. ¿Tienes un momento, Sebas?

—Pues me pillas ocupadísimo. Estos cabrones de mierda no pueden dar dos pasos seguidos sin mí. Y encima el hijo de la gran puta de Luciano se escaqueó.

—Por favor, Sebas... —insistió la jefa—. Te juro que será sólo un momento.

—Venga, ve. Yo te cubro —me dijo Raúl, mi jefe de sección, entonces—. Uno menos, dos menos... ¿Qué más da? Pero que sea rápido, Lourditas.

—¡Te prometo que lo será, Raulito! ¡Muchas gracias! —dijo ella.

Sin más, me cogieron del brazo y me llevaron a un pasillo contiguo a mi oficina donde rara vez pasaba gente.

—¿Qué pasa? —dije.

—¿Sabes algo de Benjamín? —preguntó Clara.

—¡Me cago en Dios ya! —exclamé, ya harto. Clara torció el gesto.

—¡¿Qué?!

—¿Para eso me hacen salir de la oficina? ¡Estoy hasta los cojones del puto Benjamín!

—De acuerdo... —dijo de nuevo Clara, como intentando controlarse—. Me vas bajando dos tonitos, ¿vale?

—Déjame a mí... —le dijo entonces Lulú—. Sebastián, necesitamos saber dónde está Benjamín, de verdad...

—¡Que no sé dónde está el puto Benjamín, cojones! ¡Que tiene casi treinta años el tío! ¡Supongo que sabrá cuidarse solo, ¿no?!

—Vamos a ver, pedazo de gilipollas —volvió a la carga Clara, dejando entrever por fin su verdadera cara, aquella de la que tantas veces nos había hablado Benjamín—. Que lo van a despedir hoy mismo si no aparece por aquí antes de las diez de la noche, ¿te enteras?

Pues eso sí que no lo sabía. Ni yo ni Luciano. Si bien sabíamos que no había ido a trabajar el día antes y que se había pirado a media jornada la tarde que volvió a pillar a su novia con el otro, en ningún momento se nos pasó por la cabeza la idea de que pudieran llegar a darle la patada.

—¿En serio, Lulú? —pregunté, algo más preocupado ya.

—Sí...

—¿Por sólo dos faltazos? ¿Me estás vacilando?

—No son sólo los faltazos al parecer... Lo que más les molesta es que no conteste las llamadas. Si al menos les hubiese dado alguna explicación, Santos podría haberlo cubierto de alguna manera, pero...

—Si es que es un gilipollas integral. Y todo por culpa de la puta zorra esa de su novia...

—Bueno —dijo Clara, de nuevo—. ¿Sabes dónde está o no?

—Que no, que no lo sé. Luciano lleva intentando localizarlo toda la mañana y creo que todavía no ha dado con él.

—¿Puedes llamarlo y preguntarle si lo ha conseguido? —me pidió Lulú.

—Esto... Sí, supongo que sí.

Saqué el móvil con la idea de llamar a Lucho, pero me detuve al ver que tenía un mensaje nuevo justamente de él.

"Lo he encontrado. He encontrado al gilipollas de Benjamín. ¿Y a que no adivinas dónde estaba? En la casa de la zorra asquerosa de Teresa. ¡En la casa de Teresa! ¡Que se ha tirado a Teresa, Sebastián! ¡Como si no hubieran putas mujeres en el mundo que se tiene que tirar justo a esta! En fin... Salgo ahora a buscarlo, pero no te prometo devolverlo de una sola pieza. Seguramente lo deje en casa y luego vaya de nuevo para la oficinal. No me llames porque ese lugar está a tomar por el culo y seguro estaré conduciendo. Ya te iré informando yo de todo".

No pude evitar reír cuando leí el mensaje. Tenía ahí delante de mí a dos perfectas hembras que se morían por sus huesos, preocupadas a más no poder y posiblemente al borde de un ataque de nervios, y el hijo de la gran puta estaba disfrutando de los placeres de la vida en casa de una de las guarrillas de diseño gráfico.

Me reí, y ellas se dieron cuenta. Pero por obvias razones no podía decirles toda la verdad.

—¿Y? ¿Qué pasa? ¿Por qué cojones te ríes? —preguntó Clarita.

—Porque no hay dos sin tres...

—¿Qué? ¿Puedes hablar claro, imbécil? —exclamó de nuevo la becaria.

—¡Joder con la cría! Que ya lo ha encontrado.

—¡¿En serio?! —preguntaron ambas, con los ojos iluminados.

—Sí... Estaba en... pues en la casa de un amigo. Lucho ya ha ido a recogerlo, porque el subnormal está sin coche y...

—¡¿Y a qué coño esperas para llamarlo y decirle que venga cagando hostias a la empresa?! —interrumpió de nuevo Clara, que cada vez me estaba tocando más lo que venía siendo la zona perimetral de los huevos.

—¿Me puedes bajar dos tonitos ahora tú, Clarita? Me dijo Luciano que ya me irá informando de todo. El mensaje es de hace quince minutos y seguramente esté conduciendo todavía, que parece ser que está a tomar por culo de aquí. Cuando me vuelva a contactar, ya le digo yo todo. Puedes marcharte tranquila ahora.

La becaria no parecía conforme con mi explicación, pero me la sudaba muchísimo. Tenía mucho trabajo que hacer todavía y el tema de Benjamín ya estaba solucionado.

Por suerte tenía a Lourdes como cabeza pensante del dúo.

—Te lo encargamos, Sebas —dijo, con una sonrisa.

—¿Qué? ¡Que no, Lourdes! ¿Te has olvidado de lo que te he dicho antes?

—No me he olvidado, ¿vale? Pero hasta que Luciano no vuelva a contactarse con Sebastián, no podemos hacer nada.

—"No podemos hacer nada" —la imitó la becaria, con cierta sorna—. ¿Y te quedas tan ancha?

—Vamos a ver —intervine yo—. ¿Te puedes tranquilizar, Clarita? Que ya está localizado. Tenemos mucho tiempo hasta las...

—¡Que te calles la boca y llames a Luciano ahora mismo! ¡Se va a ir todo a la mierda si no hablamos con él nosotras mismas!

—En fin, tómatelo cómo quieras... Yo aquí ya he hecho mi parte. Me vuelvo al trabajo.

—¡Vaya puta mierda de amigo que eres, en serio!

Estaba ya a medio camino de darle la espalda, pero cuando dijo me volví sobre mí mismo con la vena central del tronco del pene a segundos de estallar.

—¿Me vas a hablar tú de amistad, Clarita? ¿Eh? ¿O acaso te has olvidado ya de que el otro día lo dejaste con la polla en la mano sólo porque el tío no te dijo lo que querías escuchar?

No pasaron ni dos segundos hasta que me llevé el bofetón de mi vida. No obstante, me había quedado más a gusto que un arbusto. No iba a venir esa niñata a enseñarme lo que era la amistad, con todo lo que había tenido que tragar yo por Benjamín y Luciano... Si algo me jodía en la vida, era que me dijeran lo que tenía que hacer. Pero si algo me jodía todavía más en la vida, era la puta hipocresía. Y ese era un aro por el que nunca iba a estar dispuesto a pasar.

—Gracias, Sebas... —dijo una Lulú bastante incómoda mientras la otra se alejaba echa una furia—. Y perdón por... molestarte.

—No es nada, mujer —dije yo, mientras me relamía de mis heridas.

—Eso sí... —dijo entonces—. No le digas a Benjamín que yo he estado aquí... Te lo pido como un favor personal.

—Eh... Vale... ¿Te localizo en tu oficina cuando tenga novedades?

—¡Sí! ¡Allí estaré! Nos vemos.

—Adiós.

Regresé a mi puesto de trabajo con la sensación de haber hecho las cosas bien. Y también sin poder terminar de creerme que el cabrón de Benjamín se hubiese follado a la única tía que había sido capaz de tocarle la patata a Luciano. ¿Pero qué iba a saber el desgraciado? Si el idiota de Luciano llevaba escondiendo ese amorío desde que la guarra le había dado calabazas. Si al menos se hubiese atrevido a blanquearlo..

—Yo qué sé...

Aunque sí sabía una cosa, que si Benjamín terminaba de centrar su atención en la zona de diseño gráfico, a mí me quedaría vía libre para echarle el diente, si se presentaba la oportunidad, a la única tía de esa empresa que era capaz de provocarme una erección con una simple bofetada.

—Ya estoy, Raúl.

—Venga, a trabajar.

—¡Sebastián, los putos e-mails!

—¡Que ya voy, joder! ¡Que ya voy!

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 11:00 hs. - Benjamín.

—¡Y encima sabiendo que nosotras estamos aquí! ¡Esto es indignante!

—Tranquilízate, Laia...

—¡No me pidas que me tranquilice, joder! ¡¿Ahora cómo voy a hacer para quitarme esa imagen de la puta cabeza?!

Como si fuésemos dos niños que habían sido pillados haciendo una travesura, Cecilia y yo estábamos sentaditos en el sofá con las manos en las rodillas y con la pelirroja echándonos la bronca de nuestras vidas. Y tenía razón, ya que no todos los días sales de tu habitación para tomar agua y te encuentras a tu amiga cabalgando como una perra en celo al tío al que le has declarado la guerra.

Eso sí, las sonrisitas cómplices que nos echábamos Ceci y yo mientras nos regañaba no tenían precio.

—¿Y os reís encima?

—¡Déjalos ya, jodida pesada! —intervino Lin—. Era inevitable esto... Ayer les cortamos todo el rollo.

—O igual es que se puso cachondo por la bromita que le hice —añadió Teresa con cierta picardía.

—Tú ríete... Luciano está viniendo hacia aquí hecho una furia —le avisé, encogiéndome de hombros. Pero ni se inmutó.

—Luciano es el típico caso de perro que ladra, no muerde. Y te lo digo con conocimiento de causa.

—Lo que no entiendo es por qué se puso así si el que te dejó fue él... ¿No?

—Eso tenía entendido yo —dijo Ceci, que ya se había vuelto a apoyar en mi hombro cansada de estar en la misma posición. Olaia la miró mal.

—Bueno, esa es la versión oficial, pero... —dijo Teresa, dejándola botando.

—¡¿Y toda esta mierda a qué viene ahora?! ¿Hola, chicas? ¡Que acabo de encontrar a estos dos follando en el salón!

—Fue Tere la que lo dejó a él —dijo Lin, ignorando por completo a la pelirroja.

—¿Qué? ¿En serio? —se sorprendió Ceci—. ¿Y para qué me dices que fue al revés, guarra?

—Para que no me vinieras con la de "es un buen partido" y demás tonterías. No estaba para aguantar a nadie en ese momento.

—Pues vaya mierda de amiga —respondió, ofendida.

—¿Perdona? ¿Me lo dice la que decía cosas estilo "como vuelvan a invitar al retrasado ese del Benjamín a almorzar con nosotras, les meto mi regla en la bebida" para desviar la atención y poder follárselo en su casa a escondidas de todas?

—¡Toma, guarra!

Cecilia se puso como un tomate y Olaia comenzó a aplaudir como una posesa luego de la acusación de Teresa. Yo no pude hacer más que ahogar una carcajada.

—¡¿Q-Quién desvió ninguna atención, gilipollas?!

—Ahí te ha dado, Ceci —reía Lin.

—¡Que no me ha dado nada! Tú no las escuches, Benjamín... Lo que pasa es que tienen envidia las tres. ¡¿Se puede saber de qué te ríes?!

No lo pude evitar y me eché a reír como un completo subnormal. Todas se me quedaron mirando con sorpresa, pero me daba totalmente igual. Por primera vez en muchos días sentía que podía volver a disfrutar de la vida. Aunque fuese porque la mujer que en ese momento estaba dando vuelta todo mi mundo, hubiese soltado tales lindeces sobre mí días antes de todo aquello.

—¿Tanto asco me tenías? —dije, intentando recomponer la postura.

—¡Vaya que si te tenía asco, hijo! —contestó Tere—. O al menos eso era lo que quería hacernos creer.

—¡Que te calles ya, cerda! No era asco, Benjamín... Ya te he dicho que...

—Cuidado... —la interrumpió Olaia—. Que es capaz de hacerle una mamada aquí mismo para demostrarle lo contrario.

—Visto lo visto... —rio Lin.

—¡A la mierda ya! ¡A tomar por culo todo el mundo de mi casa ahora mismo!

Cabreadísima, Cecilia se levantó y señaló la puerta de su casa con tanto ímpetu que perdió el equilibrio y terminó cayendo sobre mí en una postura bastante... delicada.

—¿No os he dicho que está desatada? Ya cualquier excusa le vale —dijo Olaia, ya a carcajada limpia

—Joder, Ceci... Vale ya, ¿no? Que al final vas a conseguir que yo también quiere probar —decía Lin, frunciendo el ceño como una colegiala, pero riendo igual que su amiga la pelirroja.

—¿Puedes quitarle la teta de la boca ya? Que el pobre no puede respirar —añadió Teresa, uniéndose al vacile general.

—Bueno... tampoco es que tenga mucho con qué ahogarlo... —remató Olaia.

—¡Olaia! —exclamó Lin, en tono de reprimenda, aunque sin parar de reír.

—¡Pero si es la verdad! Si fuera yo, todavía... ¿Pero ella? De todas maneras, y a pesar de la escenita de antes, el tío este no parece ser del tipo que se dejaría hacer una mamada con otros mirando.

—Ya, ¿no? —dijo la chinita—. Benjamín es demasiado caballeroso como para hacer algo así.

Ceci se quitó de encima mío tan rápido como la incomodidad de la posición la dejó, y se sentó a mi lado visiblemente ofuscada. Por primera vez en aquellas últimas horas, sus tres amigas se habían puesto de acuerdo para molestarla, y se notaba que eso no era algo que tolerara muy bien. Es más, me hacía acordar a la primera Cecilia que había conocido, la que no hablaba en la cafetería e insultaba a todas sus amigas por igual. Momentos en los que Olaia solía destacar por sobre todas las demás.

Y... no sé. Digamos que me dio el venazo de defenderla...

—Vamos a ver una cosa —arranqué—, el tamaño de las tetas importa y mucho, pero hay tetas y tetas, ¿me explico? No es lo mismo un par de peras deformadas y separadas que unos buenos melones con la colocación perfecta y la dirección adecuada. Con ropa puesta y el sujetador adecuado todas las tetas son muy bonitas, pero... ¿y al desnudo? ¿Con esto qué quiero decir? Que las tetas pueden ser todo lo grandes que tú quieras, pero eso no las hace ni bonitas ni perfectas. Por ejemplo, Olaia, tú parece que eres la que tiene las tetas más grandes del grupo, pero me apostaría lo que fuera a que no son ni la mitad de bonitas que las de Ceci. Y ya del culo ni hablemos mejor, que ahí te pasa la mano por la cara de aquí a la China. Y puedo ir más allá, me jugaría cualquier cosa que hasta las de Lin al desnudo son más bonitas que las tuyas. Por no mencionar que a figura en general tampoco tienes nada que hacer contra Tere. Pero, bueno, es un análisis mío muy subjetivo y basado en meras hipótesis... Tampoco te lo tomes muy en serio.

Lo solté todo sin pensar y sin pararme a respirar, como cuando daba una conferencia en el trabajo de esas que realmente me apasionaban. Y las reacciones de aquellas cuatro no fueron muy diferentes de las de los veinte gordos indocumentados que solían venir a la empresa a decidir si invertían o no su capital en mis proyectos.

O sea, que no entendían qué diablos estaba pasando en esa sala.

—¿Q-Qué c-cojones...? —dijo Olaia, con una expresión que no le había visto todavía. ¿Sorpresa y derrota a la vez?

—H-Hostia puta... —dijo Lin, cuyos ojos parecían dos platos perfectamente alineados.

Digamos también que ya me había cansado de que todo el mundo hablara de mí en mi presencia como si yo no estuviera delante. ¿Me acababa de comportar como lo hubiese hecho Luciano? Sí, pero me había quedado a gustísimo. Ya estaba hasta los huevos de tanta caballerosidad y elegancia. ¿Qué bien le había traído a mi vida actuar así? ¿Quién me lo había agradecido? Nadie. Absolutamente nadie. Y ya no me quedaban pedestales para más nadie. El último se había roto en casa de Romina en el momento exacto en el que alcancé mi punto álgido de imbecilidad al rechazar a una Lulú completamente entregada a mí.

No me iba a volver a pasar eso. No me iba a volver a pasar nunca más.

Y cuando noté cómo Cecilia clavaba suavemente sus uñas en mi mano mientras contenía la respiración y me lanzaba una mirada que no fue muy difícil de interpretar, sentí como si una parte de mí acabase de evolucionar. Sentí como si acabase de llegar a ese punto de no retorno en el que tu anterior yo se desvanece y el nuevo emerge como el ave fénix de sus cenizas.

—Igual creo que sí es mejor que nos vayamos... —dijo una Tere visiblemente acalorada.

—Igual sí, ¿no? —repitió Lin, entre cortada y emocionada.

—Pues sí —asintió Olaia, con una tranquilidad que nos sorprendió a todos.

Acto seguido, las tres se fueron a la habitación y regresaron a los pocos minutos con sus cosas. Durante ese pequeño período de tiempo, Cecilia no me dijo nada, pero sus constantes frotes "casuales" contra mi brazo, torso y piernas eran suficientes como para saber que allí ardería Troya de nuevo cuando los incordios se hubiesen ido.

—Ya os dejamos tranquilos —dijo Olaia, de nuevo con esa miradita que no supe bien cómo interpretar—. Nos vemos mañana en el curro.

—Adiós, chicos —dijo Tere, guiñándonos un ojo con esa picardía tan suya.

—¡Chau chau! —se despidió también Lin, con una sonrisa tan traviesa como su mirada.

Y no voy a mentir, incluso antes de que se abriera la puerta, la pierna derecha de Cecilia ya estaba encima de la mía y una de sus manos me acariciaba el cuello por el otro lado. Y hacía rato que la bragueta me estaba a punto de estallar.

—Te voy a echar un polvo que vas a tener que estar una semana fabricando leche para restaurar las reservas —me dijo entonces al oído.

Y nada más escuchar el ruido de la puerta cerrarse, se lanzó a por mí como una leona se lanza sobre su presa.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 11:00 hs. - Rocío.

—¿Estoy guapa? —le pregunté a Noe cuando la vi, tratando de mostrarle la mejor de mis sonrisas.

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Te iba a llevar la comida a la habitación! Y guapa no, ¡estás hermosa!

Noe dejó lo que estaba haciendo y me abrazó con tanta fuerza que creí que me iba a partir al medio. Y si no me puse a llorar seguramente fue porque ya no me quedaban lágrimas para derramar después de lo de antes.

—Venga, siéntate —dijo entonces, ofreciéndome uno de los taburetes de la mesa que hacía de separación entre el salón y la cocina—. Enseguida está la pizza.

Noe llevaba toda la mañana yendo de un lado a otro sin parar. Había ordenado mi habitación en cuestión de minutos y mientras me vestía, la cocina había quedado reluciente. Entre todo eso, la comida y el baño que me había dado, mi hermanita consiguió que volviera a sentirme persona otra vez. Y eso es lo que más me chocaba de todo...

—Te he puesto la de cuatro quesos, pero también está la de barbacoa por si te quedas con hambre. ¿O prefieres un poco de cada una? —decía, mientras terminaba de fregar la vajilla.

Y me chocaba porque no entendía cómo me seguía queriendo después de todo lo que había hecho. Porque sí, Noe me había dado muestras claras desde el principio de que sabía lo mío con Alejo. Y lejos de amenazarme, o de ir a contárselo a Benjamín directamente, se había mantenido al margen de todo para no perjudicarme. Sin embargo, ¿cómo se lo terminé pagando yo? Echándola de mi casa y hablándole como si nunca hubiese significado nada para mí... Pero ahí estaba ella, lavándome la espalda y haciéndome la comida como si todavía fuese aquella niña pequeña que no podía dar más de dos pasos sola sin depender de ella.

Benjamín me dolía una barbaridad, pero Noelia me hacía trizas el alma. Por eso tenía que atesorar cada segundo que pasara junto a ella... Por eso tenía que hacer como si todo fuese bien a pesar de que apenas me quedaban ganas de vivir...

Porque, después de todo...

—¿Por qué miras el reloj? ¿Tienes prisa? —me preguntó entonces.

—¿Eh? No...

—¿Qué quieres para beber?

—Agua está bien...

—Pues zumo de naranja, que te va a venir bien un poco de azúcar.

Noe cogió un brick de la nevera y me lo puso delante junto a un vaso. Acto seguido, sacó la pizza del horno y la troceó en ocho perfectas partes iguales antes de emplatarla y dejarla sobre la mesa.

—Venga, a comer —me ordenó—. Luego termino de limpiar el resto.

—Que aproveche —dije, cogiendo la primera porción que vi.

Ella no cogió su trozo hasta que yo no di el primer bocado. Y el resto del tiempo se la pasó mirándome mientras yo iba comiendo a mi ritmo. Bueno, a mí y al reloj, porque tampoco despegaba la vista del reloj de la pared.

—¿Y tú? —le dije, esbozando una semi sonrisa—. ¿Por qué miras tanto el reloj?

—¿Yo? Por nada —rio ella también—. Me pierdo en mis pensamientos, la verdad...

—¿Sí? ¿Qué pasa? ¿Hay algún chico?

—Qué va, Ro... ¿Te puedes creer que no he conocido ni un solo tío que merezca la pena desde que llegué aquí?

—Ya vas a encontrar algo, Noe... Mira lo que has hecho con esta casa en apenas media hora. Eres un partidazo, hermanita...

—Ah, ¿y te crees que tú no? Conozca esa carita, Rocío...

—¿Cuál carita?

—Esa que has puesto de "no como yo".

—¿Quieres dejar de leerme los gestos? Sabes que no me gusta.

—¿Y tú quieres dejar de infravalorarte? Sabes que no me gusta.

Ambas nos echamos a reír como dos tontas. Por primera vez en mucho tiempo volví a sentir ganas de hacerlo y todo era gracias a ella. Y empecé a desear que aquel momento junto a ella no terminase jamás. Empecé a rezar para que el reloj se detuviese y me permitiese pasar más tiempo con mi bella hermana...

Porque, después de todo...

—No sé lo que haría sin ti, Noe... —le dije, cogiéndola de la mano—. Y no sabes cuánto te lo agradezco...

—Joder, Ro... —volvió a reír—. Suena como si te estuvieras despidiendo.

—Es la verdad... Siempre has estado ahí para arreglar mis cagadas... Hasta cuando yo no me dejaba ayudar...

—¡Cállate, anda! Si estos meses te has cargado tú sola a la espalda el peso de toda esta casa. ¡¿Quieres dejar de mirar el reloj?!

—Lo siento...

—¿Esperas a alguien? Dime la verdad.

—Bueno... —reí, por lo bajo—. Sí que espero a alguien, pero no creo que vaya a venir...

Noelia se quedó mirándome con una carita de lástima que me hizo sentir la persona más desgraciada del universo. Porque no había que ser muy lista también para saber que estaba al tanto de todo... Me había quedado claro en el momento que no hizo ninguna pregunta cuando me encontró cómo me encontró...

—Sabes que todavía te quiere, ¿no?

—Yo no estaría tan segura de ello, Noe...

—¿Tú te crees que es tan fácil dejar de querer a alguien?

—No, Noe... Lo fácil es desaparecer y dejar pasar el tiempo para dejar de querer a ese alguien. Eso es lo que ha decidido él.

—¿Acaso te lo ha dicho?

—No hay que ser muy lista para saberlo...

—Te aseguro que te equivocas, Ro.

—¿Por qué? ¿Tú sabes algo que yo no?

La charla transcurría en calma y con ambas abriéndonos poco a poco con la otra. Las dos éramos conscientes de que la otra sabía mucho más de lo que decía, pero no podíamos largarlo todo de sopetón. Aquella era una charla que nos debíamos hacía mucho, y había que llevarla despacio y con tranquilidad.

Porque, después de todo...

—Yo sé lo mismo que sabes tú, Ro —dijo Noe al fin—. Pero también lo conozco a él y sé que no es la clase de persona que terminaría una relación de esa manera que tú dices.

—Pues es lo que está haciendo, Noe.

—Tienes que darle unos días... Todavía está todo demasiado reciente y además me dijo que...

Noe se calló y se puso a toser airadamente. Había hablado de más y no se había dado cuenta. Pero a mí no me molestaba en absoluto que ya hubiera hablado con él y no me lo hubiera dicho... A fin de cuentas, seguramente le había dado malas noticias y no vería de ninguna utilidad compartirlas conmigo. Lo que validaba todavía más mi punto.

—¿Estaba muy triste, Noe?

—¿Qué?

—Benjamín, cuando te lo contó —le pregunté, sin dejar de sonreír.

Noe suspiró porque sabía que no le quedaba alternativa más que responderme.

—Yo estaba con él cuando pasó, Ro...

—¿Cómo?

—Estaban haciendo mucho escándalo, Rocío... Yo estaba en el descansillo cuando él apareció... Intenté detenerlo, pero no se dejó. Y cuando abrió la puerta yo me puse en el medio para que no viera nada... Y di el portazo para que te dieras cuenta de lo que estaba pasando y él no tuviera que verte con sus propios ojos...

No me podía creer que estuviese escuchando esa historia de boca de mi hermana. Hasta el momento me había imaginado lo trágica que podía haber sido la cosa, pero nunca pensé que se hubiese montado una escena así delante de mis narices.

—¿No vio nada, entonces? —pregunté, para sacarme la duda.

—Sólo escuchó...

—Entonces no sabe que...

—No, no sabe que te estabas montando un trío, Ro...

—¿Y qué pasó luego?

—Que nos lo llevamos sus amigos, que estaban esperando abajo... Luego se fueron a casa creo que del que se llama Sebastián.

—¿Y te dijo por qué llegó a casa más temprano, Noe?

—Rocío... si te voy a contar todo esto necesito que te prepares para asimilar unas cuantas cosas, ¿vale? Porque la historia no empieza el otro día cuando te encontró con dos...

—¿Cómo?

—En fin... —suspiró—. Benjamín ya te había pillado antes... Hará unas dos semanas y pico atrás.

—¿Q-Qué?

—Si no te dijo nada fue porque siempre tuvo la esperanza de que hubiese sido un desliz... Un error provocado por los lavados de cabeza de ese... de ese indeseable. Y decidió darte otra oportunidad, otra oportunidad para que le demostraras que no se equivocaba. Por eso salió antes del trabajo el otro día, para llegar a casa por sorpresa... Si te encontraba sin estar haciendo nada con nadie, se habría terminado de convencer de que lo que había visto la última vez había sido eso, un mero error... Así de barato te había puesto el perdón, Ro. Pero ya sabes cómo terminó la cosa...

Ahora todo me cuadraba. Sus actitudes, sus enfados, aquella tarde en la que me trató como a una furcia cuando tuvimos sexo en el sofá... Tantas noches perdiéndose en garitos con sus amigos, tantas llamadas sin contestar, tantos mensajes sin responder...

Ahora lo entendía todo.

Llevaba casi dos días esperando a que me llamara sin saber nada de eso. Llevaba casi dos días esperando que apareciera por casa sin saber nada de eso. Llevaba casi dos días rezando para que me diera la oportunidad de explicarme y de contarle toda la verdad sin saber nada de eso.

Llevaba casi dos días sin saber que ya me había dado esa oportunidad.

—¿Rocío?

Por eso, ya no había nada más que hablar ahí. Me levanté de la mesa y me metí en el pasillo dirección a la habitación de invitados.

Allí, toqué la puerta dos veces y dije...

—Ya está, Alejo. Haz las maletas.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Luciano.

—¡Chúpame la polla, maricón!

—¡Aprende a conducir, puto paleto!

Que si semáforos, que si límites de velocidad, que si pasos de peatones... No estaba yo para tantas tonterías cuando no había una puta alma por la calle. Y mucho menos después de haberme llevado la decepción de mi vida con uno de mis mejores amigos.

—¡Mira si no hay mujeres, Benjamín! ¡Mira si no hay mujeres!

Obviamente sabía que no era su culpa, porque nunca me senté con él a hablar de lo que me pasaba con esa hija de perra. Sobre todo por la estúpida guerra que siempre tuvimos entre nosotros sobre lo que está bien o no en la vida, sobre cómo debemos comportarnos con las mujeres, etcétera, etcétera... Como gran defensor de que el hombre no debe atarse nunca a una sola mujer, no podía ir y contarle que una guarrilla de diseño gráfico me tenía loco perdido. Aquello hubiese significado tener que aguantarlo durante años y años diciéndome que él tenía razón y yo no.

Pero me la sudaba mucho. Alguien tenía que pagar los platos rotos y ese iba a ser el tontopollas de Benjamín.

—Número 22...

Luego de diez vueltas a las manzanas cercanas buscando un puto aparcamiento en aquel barrio pijo lleno de furgonetas familiares que ocupaban dos plazas  cada una, encontré lugar frente a un parque muy cerca de donde se suponía que estaba la casa de la "amiga".

Porque esa era otra, muy gilipollas se debía creer que era yo si se pensaba que me iba a comer el cuento ese de que estaba con una amiga de Teresa. Una polla como una olla. No había por donde cogerlo. ¿Había hecho una pijamada con unas niñatas pijas para ahogar las penas? Lo más seguro era que la guarra esa ya se le habría acercado en el trabajo para fastidiarme a mí y el subnormal de Benjamín la llamó cuando Clara lo mandó a tomar por culo. Eso sí que tenía sentido.

—Número 22... ¡Aquí!

Nada más localizar la casa, la puerta se abrió y de ella salieron dos bellezones cuyas caras no me eran del todo desconocidas. Una chinita bajita bastante curvilínea charlaba con una pelirroja tetona mientras iban bajando los escalones de la entrada. Y justo detrás de ellas...

—Hostia puta...

—¡Mira quién ha llegado! —gritó a los cuatro vientos apenas me vio.

—Ahórrate las tonterías —le dije, tratando de no darle más importancia de la que se merecía. No iba a dejar que me ganara el juego psicológico—. ¿Dónde está Benjamín?

Teresa me miraba desde lo alto con una sonrisa triunfal y los brazos en jarra, pero fueron las otras dos chicas de antes las que me respondieron en su lugar.

—¿Tú eres Luciano? —me dijo la chinita—. Me suena haberte visto por la empresa.

—Sí...

—¡Lin! ¡Encantada!

—Igualmente... —respondí, sin perder ojo de la víbora.

—Llegas en mal momento —dijo la pelirroja—. No creo que Benjamín te pueda atender.

—¿Qué? ¿Por qué no? ¿Está ahí dentro?

—Porque se está preparando para una ronda más —dijo Teresa, apoyándose en el marco de la puerta y deslizando sus manos de arriba hacia abajo por todo el contorno de su cuerpo—. Yo salí para despedir a las chicas.

—¿Ah, sí? —preguntó la chinita entonces, pero se llevó un codazo de la pelirroja—. ¡Ah, sí!

—Nosotras ya nos íbamos —añadió esta al final.

Algo no me cuadraba ahí. Teresa tenía una habilidad increíble para vacilarme y algo me decía que lo estaba haciendo de nuevo. Si bien había caído en sus jueguecitos tantas veces como dedos tenía en las manos y en los pies, mi instinto siempre me decía que desconfiara de ella y no sacara conclusiones hasta no ver las cosas con mis propios ojos.

No obstante, lo que sí me cuadraba era que el hijo de perra de Benjamín estuviera ahí dentro ya preparado para seguir dándole matraca de la buena.

—¡Dile que estoy aquí fuera! ¡Que salga! —exclamé, con suma seriedad.

—¡Que no va a salir, pesado! ¡Te esperas aquí hasta que termine! —respondió ella, sacándose unas llaves del bolsillo.

—¡¿Hasta que termine?! ¡Y una polla!

—Pues a ver cómo lo evitas. ¡Ahí te quedas!

Teresa se dio la vuelta y metió las llaves en la cerradura dejándome con la palabra en la boca. Y juro por lo más sagrado que sabía que me estaba volviendo a tomar el pelo, pero esa mujer podía conmigo mucho más de lo que jamás me hubiese atrevido a reconocer.

—A tomar por culo.

Es por eso que subí los tres o cuatro escalones esos de un salto justo cuando la cerda estaba abriendo la puerta, y me colé en aquella casa con la intención de sacar de allí de los huevos al cabronazo de Benjamín.

—¡¿Dónde cojones estás, hijo de la gran puta?!

Pero el resultado fue muy distinto al que me esperaba...

—¡Aaaahhhh! ¡M-Me cago en la puta ya!

—¡L-Lucho!

El cabronazo estaba en el sofá del salón empotrándose a cuatro patas a una morena culona que no había visto jamás. La chica, asustada, nada más verme se desempaló y se tapó con una manta que tenía cerca. Benjamín, sin embargo, se quedó mirándome con el falo al aire y con cara de tener muchas ganas de partirme la puta cara.

—¿Qué pasa, Luchito? —dijo una voz detrás mío—. ¿Qué te esperabas encontrar?

Pues sí, estaba destinado a que esa mujer siguiera vacilándome hasta el último de mis días. Por más que mis instintos me gritaran, por más que mis sentidos me diesen de hostias una y otra vez, estaba escrito que jamás iba a poder con esa mujer.

—¡Benja, amigo! —exclamé, mientras una zapatilla se estampaba en medio de mi cara.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 12:00 hs. - Benjamín.

—¡Si ya ni en mi propia casa puedo echar un puto polvo en paz, mal vamos! ¡Mal vamos, Teresa!

—¿Te puedes tranquilizar? Tenía que bajarle los humitos al tonto ese.

—¡Pues se los bajas en tu puta casa, no me vengas a tocar los cojones a mí! ¡Y a ustedes dos ya les vale!

—Yo no sabía nada, Ceci... Lo siento.

—No me vengas con esas, ¿vale, pedazo de guarra? Que ayer me dices que le vas a dar una oportunidad a mi hermana y hoy no paras de follarte al idiota ese. ¿Qué pasa, que te has despertado con el coño ardiendo?

—¡Vete a la mierda, Olaia! ¡No tengo la culpa de que el tío haya pasado de tu puto culo, tetas flácidas!

—¡¿T-Tetas flácidas?! ¡¿A que te comes la puta tele?!

—¡¿A que te la comes tú?!

Todo ese griteríos venía desde la habitación mientras Luciano y yo esperábamos pacientemente en el salón. Podría decir que la situación era incómoda, que lo era, pero entre Lucho y yo había tanta confianza en esta clase de asuntos que no tardamos nada en comenzar a tomárnoslo todo a risas.

—Te has buscado una dificilita, ¿no? —me dijo, torciendo el labio inferior.

—Pues sí... —respondí, encogiéndome de hombros—. Y tú una gracioceta, ¿no?

—Ya ves... No te imaginas cuánto...

—Quién me lo iba a decir, ¿eh? El cabronazo de todos los cabronazos Luciano, pillado hasta las trancas por una cría de diseño gráfico... Las vueltas que da la vida.

—¿Ah, sí? —respondió—. Quién me lo iba a decir, ¿eh? El calzonazos de todos los calzonazos Benjamín, pillado hasta las trancas por una cría de diseño gráfico... Las vueltas que da la vida.

—Yo no estoy pillado, Lucho... Es sólo sexo.

—Ya, ya... Te vacilo. Aunque... —añadió, con una miradita que no me gustó nada.

—Que no, Lucho. No te montes películas.

—Pues por lo que me acabas de contar, parece el inicio de una buena historia de amor —decía, ahora con seriedad—. Aunque, bueno, también tienes lo tuyo con Clara y Lulú...

—Calla... Esas dos no van a volver a hablarme en la vida...

—Y por eso tenías que asegurarte de tener al menos una bala en la recámara, ¿eh, bandido? Por fin empiezas a comportarte como un hombre de verdad.

—¿Tú crees?

—Bueno, al menos te has dado cuenta de que no hay que dar tantas vueltas a la hora de tener sexo con una mujer... Todo esa de la caballerosidad, de la elegancia y de ponerlas en pedestales está muy bien cuando sientes de verdad que ella es la elegida y quieres cortejarla, pero cuando sólo tienes ganas de vaciar los huevos, Benjamín... tira para adelante y déjate de mierdas.

—Ya...

La filosofía Luciano de toda la vida: "si tienes ganas de vaciar los huevos, tira para adelante y déjate de mierdas". Filosofía que había defenestrado durante toda mi vida pero que ya ha había puesto en práctica tres veces en los últimos dos días. Y tenía razón, siempre había tenía razón. No por eso iba a dedicarme a cazar mujeres casadas como él, pero sí que iba a empezar a andarme con menos remilgos a la hora de follar.

Pero primero...

—Tengo que volver a casa hoy mismo, Lucho —le dije entonces.

—¿Ya te has decidido? ¿Vas a mandarla a tomar por culo?

—De momento tengo que volver a casa, lo que pase luego es cosa mía.

—Vale, vale... Al menos te veo decidido esta vez.

—Totalmente decidido, Lucho. Pienso acabar con todos mis problemas hoy mismo. Ya me cansé de huir.

—Pues entonces vamos ahora, que yo tengo que volver al trabajo.

—A ver si salen las chicas primero...

—Quieres despedirte como es debido, ¿eh? —volvió a reírse—. Te conozco, Benjamín. Esa titi te gusta.

—Que dejes de hablar gilipolleces ya, Lucho.

—Pues espero que tenga razón.

De pronto, Olaia apareció por el pasillo con los brazos cruzados y mirándome con su cara típica de pocos amigos.

—¿Tienes un momento, Benjamín? —dijo.

—Yo me voy fuera, que tengo que avisarle a Sebas que te encontramos. Ya me dices cuando estés listo...

Lucho salió a la calle y Olaia tomó su lugar en el sofá, extrañamente justo a mi lado.

—¿Qué pasa? —le dije.

—¿Piensas dejar a tu novia o no? —dijo ella, de sopetón.

—¿Qué?

—Lo que has oído. ¿Vas a dejarla o no?

—Joder, Olaia... No sé si eso es algo que tenga que...

—No me vengas con mierdas ahora, por favor.

—Espera un momento... ¿A qué viene todo esto?

Olaia suspiró y continuó hablando.

—No la había visto nunca tan cabreada a Ceci, ¿sabes? Si no ha salido todavía es porque le hemos tocado demasiado los cojones.

—Bueno, dudo mucho que se vaya a calmar si sigues provocándola —reí, intentando quitarle hierro a la cosa. Olaia ni se inmutó.

—Por eso estoy aquí, porque nuestras personalidad chocan mucho y no quiero empeorar las cosas.

—Bueno, ¿me vas a decir a qué viene tanta pregunta o no?

—Que Cecilia está pilladísima por ti, gilipollas de mierda. No sé ni cómo ni por qué, pero lo sé.

No dije nada, pero no pude evitar hacer una mueca. Mueca que no pasó para nada desapercibida para ella.

—Tú también te has dado cuenta, ¿no, cabrón?

—Olaia...

—¿Olaia qué? ¿Acaso te piensas que esto es un juego?

—No, no me pienso que esto es un puto juego, pero la cosa no es tan fácil como tú te crees.

—Mira, Benjamín... No quiero insultarte, pero me estás obligando a hacerlo... Hay demasiadas cosas en juego aquí y muchas personas que pueden salir lastimadas, ¿de acuerdo? Si no estás seguro de qué cojones quieres hacer con tu vida, sólo te voy a pedir que desaparezcas de la de Ceci.

No respondí. Sólo callé.

—No quiero desaparecer de la vida de Ceci.

—Pues entonces pon en orden tus prioridades, porque mi amiga no es segundo plato de nadie, ¿me has entendido? No me caes nada bien, te prometo que nada, pero lo que has hecho antes cuando la has defendido de nuestros ataques hizo que ganaras puntos. Por eso te voy a dar una oportunidad. Y eso es todo lo que tengo para decirte.

Sin más, Olaia se levantó y se dispuso a regresar con sus amigas.

—¿Puedes decirle a Ceci que ya me voy? —le pedí entonces—. Dile que si me olvido algo ya vendré a buscarlo otro día.

—Vale... Ah, y mira esto.

Como si se tratase de la escena de una película totalmente diferente a la que estábamos viviendo, de pronto Olaia se levantó la camisa y dejó ante mí todo su pecho desnudo.

—J-Joder...

—Hala, ahí tienes. A ver si ahora sigues pensando que no son ni la mitad de bonitas que las de Ceci.

Y, sin más, desapareció del pasillo...

—Pues no... Ya quisiera ella... —susurré, sin terminar de creerme todavía lo que acababa de pasar.

A los pocos segundos, volvió Luciano.

—No me contesta las llamadas el cabronazo... Pero le dejé un mensaje. ¿Ya estás listo?

—Sí... Supongo que habrá que dejar las despedidas para otro día.

—¿Qué te dijo la pelirroja? Que, por cierto, está tremenda... ¿Tiene novio?

—No, no tiene...

—Meh... —dijo entonces—. ¿Pero qué te dijo?

—Que no juegue con su amiga o me va a cortar las pelotas, más o menos.

—Bueno, pues ya sabes. Vámonos.

Cogí mis cosas y me dispuse a salir de aquella casa con Luciano. Pero justo cuando abrimos la puerta, escuché su voz llamándome desde atrás...

—¡Espera! —dijo Ceci, de pronto.

—Yo espero afuera —dijo Lucho—. Pero no tardes, que tengo que volver al trabajo.

—No... Tranquilo —dije yo.

Luciano salió por la puerta y me quedé solo con Cecilia nuevamente en el salón. Bueno, "solo", las sombras que se veían un tanto difuminadas en el suelo del pasillo que llevaba a su habitación, me decían que era muy probable que tuviéramos público.

—¿Te vas, entonces? —me preguntó con cierta pena.

—Sí... Tengo que acabar esto de una vez y para siempre.

—Ya... Es sólo que... —Ceci suspiró. Quería decir algo, pero no se atrevía.

—¿Qué pasa? —le dije yo, acariciando su carita, que esquivaba mi mirada. Cada vez estábamos más cerca.

—Que... —su respiración sonaba cada vez más fuerte, y su piel cada vez estaba más roja. Y yo rezaba por que me lo dijera. Sea lo que fuese, que me lo dijera de una vez. Que no me dejara con esa duda.

—Yo...

—Dímelo, venga.

—Yo... —pero de pronto levantó la carita y me mostró la más brillante de sus sonrisas—. ¡Suerte, Benjamín! ¡Ya me contarás en el trabajo cómo te ha ido todo!

Sin más, se dio media vuelta y salió corriendo a su habitación. Dando un portazo tras de sí que enseguida se ensordeció gracias a los gritos y ¿posiblemente insultos? de sus tres amigas.

No era así como quería que terminase mi relación con ella, pero ella no había querido actuar y yo no podía hacerlo hasta no solucionar lo mío con Rocío. Se lo había prometido a Olaia y me lo debía a mí mismo y a todos los que me habían apoyado y se habían preocupado por mí hasta ese momento.

Ya arreglaría cuentas con Cecilia una vez llegado el momento.

—Vámonos, Lucho —le dije ya en la calle.

—¿Estás listo para poner a esa guarra en su sitio?

—Más listo que nunca.

—Pues vamos allá.

Sábado, 24 de octubre del 2014 - 12:00 hs. - Noelia.

—Ya está, Alejo. Haz las maletas.

Si Rocío no se hubiese levantado a toda prisa dejando un reguero de lágrimas detrás de sí, tranquilamente podría haberme pensado que acababa de mandar al indeseable a tomar por culo. Pero como las sensaciones no eran ni por asomo tan agradables, decidí seguirla cuando salió pitando para su habitación sin siquiera pararse a esperar una respuesta de la garrapata.

—¿Y eso, Rocío? —le pregunté apenas la vi—. ¿Por qué le has dicho eso al asqueroso?

Pero no me respondió. En su lugar, se agachó por un lado de la cama y comenzó a forcejear con algo que había debajo. Un par de segundos después, mis más profundos temores comenzaron a hacerse realidad.

—¿P-Para qué quieres eso, Rocío? —le dije, intentando mantener la compostura, señalando a aquel maletón del tamaño de un FIAT 600 que acababa de dejar sobre su cama.

—Quería apurar hasta el último momento, pero ya no tiene sentido —dijo, mientras se dirigía ahora hacia el armario.

—¿El qué ya no tiene sentido, Rocío? ¿Para qué necesitas esa maleta?

—Ya no tiene sentido seguir esperando... —se detuvo y cerró los ojos—. Yo creía que todavía quedaba alguna esperanza, pero con lo que me has contado...

—¡¿El qué, Rocío?! ¡¿Qué cosa te he contado?! ¡¿Por qué ya no hay esperanza?!

—Benjamín ya no va a volver, Noe. Me voy de casa. Me voy con Alejo.

Entonces todo comenzó a darme vueltas. Aquello que había comenzado a revolverse dentro de mí cuando le tocó la puerta al indeseable, ahora se retorcía y oprimía mis entrañas sin dejarme respirar. ¿En qué momento se había torcido tanto la cosa? ¿En qué momento había perdido el control de algo que parecía absolutamente ganado? ¿En qué jodido momento había metido la pata tan hasta el fondo?

—M-Me estás vacilando, ¿no? —reí, sin terminar de creerme lo que acababan de escuchar mis oídos.

—Tomé la decisión el mismo día que nos volvió a pillar. Incluso podríamos habernos ido ayer, pero le dije que no porque todavía tenía la esperanza de que se dignara a parecer hoy por aquí...

Seguía sin dar crédito a lo que me estaba diciendo. ¿En qué cabeza cuerda podía entrar todo aquello? ¿Quién en su sano juicio dejaría una vida al lado de un hombre con el futuro asegurado como Benjamín para irse a pasar miserias con una rata de cloaca como el indeseable?

¿Tan fuerte había sido el lavado de cerebro?

—Vamos a tranquilizarnos, Rocío... —suspiré, tratando de mantener la calma—. ¿No has oído nada de lo que te he dicho antes? Benjamín todavía te quiere.

—Eso no tiene nada que ver —dijo, abriendo un cajón y sacando una pila bastante de gorda de blusas de distintos colores.

—¿Puedes dejar lo que estás haciendo y escucharme? —le dije entonces, cerrando la cubierta de la maleta.

Rocío se quedó mirándome varios largos segundos con la ropa en la mano, pero finalmente dejó las cosas encima de la cama y se sentó a un lado.

—La decisión ya está tomada, Noe... —insistió, terca como ella sola.

—¡¿Qué decisión ni qué decisión?! ¿Acaso crees que voy a dejar que te marches así sin más?

—Si me quieres tanto como dices, lo harás...

—¡No lo haré justamente porque te quiero tanto como digo, cabezona! ¿Qué clase de hermana sería si te dejara cometer semejante error?

—No es un error...

—¿Cómo que no? ¿Abandonar al amor de tu vida para irte a pasarla putas con un repugnante aborto de la naturaleza no te parece un error?

—Simplificas demasiado las cosas...

—¡La que las estás simplificando eres tú, Rocío! ¡Abre los ojos! ¡No puedes tirarlo todo por la borda sólo por un error! ¡Lucha por lo que quieres, hermanita!

—¡Que dejes de simplificar las cosas, Noelia!

Entonces, por primera vez en toda la mañana Rocío se alteró. No entendía por qué, pero se enfadó y me lo hizo notar.

—¡Ya no importa nada lo que yo quiera o lo que Benjamín quiera, ¿vale?! ¡Se trata de lo que necesito!

—¿Qué? ¡¿Lo que necesitas?! ¡¿Y lo que necesitas es pasar tu vida de pensión en pensión sin saber si el día mañana tendrás algo para llevarte a la boca?! ¡¿Con qué dinero crees que te va a mantener el parásito ese?!

—¡Tiene sus ahorros! ¡Y yo todavía no he gastado ni un céntimo de lo de las clases particulares!

—¡Oh, vaya! ¡La señorita tiene cuatro duros ahorrados y ya se cree que con eso puede empezar una nueva vida! ¡Abre los putos ojos, Rocío!

Pero no respondió. Rocío tranquilizó el rostro y luego abrió la maleta para seguir guardando cosas dentro de ella. Mi charla no estaba funcionando y cada vez tenía que hacer más fuerzas para no perder la poca calma que me quedaba.

—Rocío... —dije, volviendo a la carga—. Tienes que hablar con Benjamín. No puedes irte si no tienes una última conversación con él.

—Lo he intentado de todas las maneras, Noe... Lo he llamado, le he mandado mensajes y lo he esperado pacientemente durante estos últimos días... Su silencio lo dice todo, no quiere volver a saber de mí.

—Que te equivocas, Rocío... Te aseguro que...

—Además, Noe —dijo de pronto—. Lo que no estás entendiendo es que... aunque yo tuviera esa última charla con Benjamín y él terminara perdonándome... me iría de casa de todas formas.

—¿Cómo?

—Si no me perdona, tendré que irme y estaremos en las mismas. Y si me perdona... será en base a que yo tendré que cambiar, y...

—¿Y qué?

Rocío desvió la mirada y se puso a vaciar el segundo cajón de la cómoda. Y entonces entendí que sí, que el lavado de cabeza había surtido el cien por cien de su efecto.

Pero no me daba la gana.

—¿Tú eres tonta, Rocío?

—Soy realista.

—¿Realista? No has dicho más que gilipolleces hasta ahora. ¿Dónde está el realismo?

—Si te vas a poner así...

—Vamos a ver, Rocío —traté de serenarme de nuevo—. ¿Me estás diciendo que no puedes cambiar? ¿Por qué? ¿Te has enamorado del gilipollas ese acaso?

Rocío suspiró de nuevo y se quedó mirándome como si esperase que yo misma encontrase la respuesta a esa pregunta.

—¿De verdad no lo entiendes, Noe? ¿Ni un poquito?

—¿Es eso? ¿Te has enamorado? Dime que no, por favor... Porque creería que tengo una hermana idiota.

—No me he enamorado de Alejo, Noelia... Estoy enamorada de Benjamín. Benjamín es el hombre de mi vida, la persona con la quiero pasar el resto de mis días. Benjamín es el hombre con el que quiero tener hijos y con el que quiero envejecer. ¿Te ha quedado claro ya?

—¡¿Entonces por qué cojones te vas con el otro?!

—¡Porque me folla mejor, Noelia! ¡Porque me folla mil veces mejor que Benjamín!

—M-Me tienes que estar vacilando...

Esta vez sí que no... Esta vez sí que no me podía creer lo que estaba escuchando. ¿Me estaba queriendo decir que todo ese entuerto, todo ese embrollo, todos esos días sin dormir y todos esos dolores de cabeza se debían a que mi hermana se había enganchado a la polla del indeseable?

La desesperación estaba comenzando a transformarse en cabreo. Y eso ya sí que era algo que no iba a poder controlar.

—¿Piensas renunciar a Benjamín y a un futuro junto a él sólo porque el otro tío folla mejor?

—¡Te he dicho que dejes de simplificar las cosas! —dijo, volviéndose a alterar—. ¡No se trata de Alejo! ¡Si no es él, será cualquier otro! ¡Como el mismísimo Guillermo!

Vaya, pues ya tenía nombre para el tercero en discordia del otro día. Y no era ni más ni menos que el crío al que le estaba dando clases.

—Déjate ya de gilipolleces, Rocío. Que tienes casi 24 años ya.

Entonces me puse de pie y comencé a vaciar la maleta con sus cosas. Rocío, con el ceño fruncido e incapaz de abrir los ojos, me apartó de un empujón y volvió a meter todo dentro.

—¿Te vas a poner en plan caprichosa, Rocío? Si me hubieses dicho que te había enamorado de él, aunque no lo hubiese entendido ni compartido, podría haber llegado hasta a aceptarlo. Pero que me digas que toda esta puta mierda es porque te gusta más la polla del subnormal ese...

—¡¿Vas a seguir simpl...?!

—¡No se puede simplificar lo que ya es bastante simple! ¡Me estás diciendo que te vas de casa porque un tío del que no estás enamorada te folla mejor que del que sí estás enamorada!

—¡Te estoy diciendo que me voy de casa porque cualquiera va a poder follarme mejor que Benjamín, Noelia!

—¡¿Y no te parece de niña egoísta y malcriada pensar de esa manera?!

—¡Estoy siendo realista, Noelia! ¡No te estoy diciendo que no estoy dispuesta a aguantarme toda una vida al lado de una persona que no sabe follar, te estoy diciendo que no puedo hacerlo! ¡Alejo me ha arruinado, Noelia! ¡Alejo me ha destruido y transformado en una adicta al sexo! ¡No puedo pasar ni medio día sin sentir ese cosquilleo maldito ahí debajo! ¡No puedo pasar ni medio día sin sentir el deseo de ir a buscarlo y pedirme que me meta la polla en el coño! ¡Llevo dos días encerrada en mi habitación porque sé que si lo veo, de una forma u otra voy a terminar en la cama con él!

—Rocío...

—¡Yo sé que yo mismita me metí en todo esto, Noelia! ¡Yo sé que yo solita me lo busqué! ¡Pero yo no quería terminar de esta manera! ¡Yo era feliz con lo que tenía! ¡Yo era feliz siendo quién era! ¡Yo era...! ¡Yo era...!

Y explotó. Rocío explotó y volvió a caer de rodilla en el suelo con las manos en la cara y llorando a viva voz al igual que cuando me había abierto la puerta.

Y entonces entendí todo. Aquella no podía ser la actitud de una niña egoísta, aquella era la actitud de una chica enferma que se veía incapaz de poder curarse. Y entendí también que no era su culpa, tampoco la de Benjamín... Ellos eran las víctimas en un mundo donde todo se había alineado en contra de su amor, en contra de su felicidad y prosperidad.

Ahí sólo había un culpable, un único culpable.

—Calma, princesita. Calma —le dije, apretándola bien fuerte contra mi pecho—. Yo te voy a ayudar. Te prometo que juntas vamos a encontrar ayuda.

—¿Y con qué la vas a ayudar?

De pronto, cual trozo de mierda envuelto en papel de oro alzándose desde las más profundas cloacas del inframundo, Alejo Fileppi hizo su despreciable aparición y se quedó mirándonos desde el marco de la puerta.

Y de no ser porque las instrucciones eran claras, le habría saltado con las uñas por delante sin dudarlo.

—Lárgate de aquí —le dije, sin ocultar el asco que le tenía—. Suficiente has hecho ya.

—Tranquila, Noelita... En un rato me voy, pero no me voy a ir solo... ¿Estás lista, Ro?

—¿Pero quién coño te has creído, pedazo de escoria?

Me puse de pie y lo encaré sin miedo.

—Lárgate de aquí antes de que cometa una locura.

—¡Uy, qué miedo! ¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a dar un tetazo?

—Te voy a arrancar los ojos con los dientes, eso es lo que voy a hacer.

—Se me ocurre otra cosa que podrías arrancarme con los dientes...

—¿Sí? Pues lo haría con gusto también.

—Cuando quieras. Me sobran pelotas para atender a putitas como vos.

—¿En serio? Pues...

—Noe...

De pronto, Rocío me cogió la mano y me pidió que parara sin decírmelo. Luego, se puso de pie y siguió metiendo cosas en la maleta.

—Te espero afuera, Rocío —le dijo el inmundo, antes de volver por donde vino, con una sonrisa de triunfo que me daba un asco increíble—. Tomátelo con calma si querés, pero a las dos como muy tarde tenemos que estar saliendo. A las tres de la tarde tenemos que estar allá.

Al quedarnos solas de nuevo, me di cuenta de que ya había pasado bastante rato. Era ya casi la una de la tarde y todavía podía estar a tiempo de salvar la situación. Y según el inmundo, podía retrasar su marcha hasta una hora si jugaba bien mis cartas.

Lo único que tenía que hacer, era entretener a Rocío todo el tiempo que pudiese.

Pero ellos tenían que darse prisa, porque la cosa ya no dependía de mí...

—¿Te das cuenta de lo que te digo, Rocío? Eres demasiada mujer para un despojo así.

—Es mi castigo por todo lo que he hecho...

—¡Venga! ¡Que todavía me vas a hacer cabrear! Guarda las cosas de nuevo en la cómoda, que estás estropeando el planchado que...

—¡Que no, Noelia! ¡Que ya está decidido!

Rocío volvió a apartarme de un empujón y esta vez me dejó sin palabras. Y no logré recomponerme hasta que hubo vaciado el último cajón...

—Ya te he dicho que podemos buscar ayuda...

—¿Y de qué serviría, Noe? ¿Sabes lo mal que lo pasaría Benjamín viviendo con alguien así?

—¡Pues nos vamos un tiempo con mamá y papá! Ellos seguro que...

—Claro... Vete a decirles a mamá y papá que su hija es adicta al sexo... Voy de cabeza a un convento. Por no hablar de lo mal parado que saldría Benjamín.

—No puedo dejar que lo hagas, Rocío...

Pero cerró la maleta y la colocó en el suelo dejando clarísimas sus intenciones. Y todavía estábamos muy lejos de la hora acordada.

Si no la convencía, todo se habría terminado... Así que me puse entre medio de ella y la puerta.

—No me lo hagas más difícil —me pidió, con los ojitos llenos de lágrimas todavía.

—No puedo, Rocío... No me lo perdonaría jamás. No tienes ningún futuro al lado de ese tío.

—No te preocupes, Noe. En serio. Alejo ya encontró un lugar en el que quedarnos, y ya te he dicho que con los ahorr...

—¡Que no, Rocío! ¡No puedo dejar que arruines tu vida de esta manera!

—Déjame pasar, Noelia... No me hagas llamarlo.

Sin más, esta vez fui yo la que cayó de rodillas en el suelo. Y esta vez fui yo la que estalló en un llanto tan desaforado como incontrolable. Había fracasado como hermana, como hija y como cuñada. Me sentía desolada, sin ganas de continuar...

—En unos días te llamaré, Noe —dijo entonces, agachándose y dándome una caricia en la cara—. No te diré donde estoy hasta que logres aceptarlo, pero te llamaré seguido para que sepas que estoy bien, ¿vale? Además te voy a necesitar para que me envíes las cosas que faltan por recoger...

—Rocío...

—Y... —las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo por sus ojitos—. Te voy a pedir que seas tú la que le pida perdón a Benjamín de mi parte... Quiero que le digas que lo amo, que lo amo con toda mi alma, y que nunca fue mi intención hacerle daño. Dile que espero que sea muy feliz y que deseo con todo mi corazón que encuentre una mujer que sepa valorarlo de verdad. Y te lo pido por favor, Noe... Échame la culpa de todo lo demás a mí. Si quieres dile que me enamoré de alejo, pero no le cuentes los verdaderos motivos, por favor... Sé que eso lo destruiría...

Dicho eso, me dio el abrazo más triste que nunca jamás nadie me dio en la vida. Y luego se puso de pie para emprender su última marcha.

Todo había terminado.

—Adiós, Noe.

Rocío salió por la puerta llevándose consigo mi última brizna de voluntad. Ya no me quedaba nada, absolutamente nada. Todo se había hecho pedazos delante de mí y lo único que quedaba a mi alrededor era vacío y soledad.

Sin embargo...

—¡E-Espera!

En la vida, sin importar quién seas o cómo te apellides, de dónde seas o en qué creas, tarde temprano nos llega a todos ese momento en el que nos damos cuenta de cuál es el propósito de nuestra existencia. Podrá ser más o menos factible, a corto o largo plazo, pero cuando nos enfrentamos a esa revelación, juramos con nuestro corazón seguir los pasos que el destino nos tiene preparados.

No obstante, esa revelación puede llegarte no una, hasta dos, tres, cuatro o cinco veces. No hay un límite de veces en las que puedes darte cuenta de lo que realmente tiene el destino preparado para ti.

Y, en mi caso, ese segundo momento llegó aquel mediodía del sábado, 24 de octubre del 2014, cuando me di cuenta de que había estado toda mi vida preparándome para afrontar aquella situación. Había prometido a mis padres que cuidaría a Rocío sin importar el qué, había dejado marchar a Benjamín confiada en que yo podría resolver todo en su lugar... Y había llegado la hora de demostrar que podía hacerlo.

Por eso, cogí fuerzas de donde no las tenía y me aventuré nuevamente hasta el pasillo mientras imágenes de toda mi vida junto a Rocío iban viniendo poco a poco a mi cabeza. Y justo antes de que el indeseable pudiese abrir la puerta, pude plantarme frente a ellos una última vez.

—¿Qué querés ahora? —me dijo el indeseable, mirándome con desprecio, ante la atenta mirada de Rocío—. ¿No te quedó clara todavía la cosa?

Y abrazando al destino tal y como se me había presentado, admitiendo que el hijo de puta ese nos había derrotado a todos, asumiendo que aquella cicatriz viviría conmigo por el resto de mis días... me acerqué a Alejo Fileppi y le di el beso más húmedo y apasionado que jamás le había dado a nadie en mi vida.

—¡¿Q-Qué hacés, enferma?!

—Vamos a ver si es verdad que tienes tantos cojones como dices —le dije, llevando una mano a su bragueta—. Ayúdame a entender a mi hermana y fóllame como nunca me han follado antes.

"Y me lo agradecerás siempre".

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