Las decisiones de Rocío - Parte 28.
Lo tenía clarísimo.
Viernes, 24 de Octubre del 2014 - 18:58 hs. - Benjamín.
Vaya espectáculo el mundo de los sueños... ¿Nunca se le habrá ocurrido a nadie declararlo patrimonio de la humanidad, octava maravilla del mundo o algo de ese calibre? Un lugar donde tus deseos más inverosímiles se hacen realidad, un lugar donde tus problemas tienen prohibida la entrada, un lugar donde todos tenemos las mismas oportunidades... ¿Tan tonto suena darle algún tipo de distinción?
Allí, en el mundo de los sueños, nadie te persigue, nadie te mira mal por aferrarte a lo imposible. Si quieres algo, si de verdad fantaseas con que algo se haga realidad, simplemente vas y luchas por aquello hasta que sucede. Si quieres volver al pasado, si quieres arreglar todo aquello que hiciste mal, simplemente vas y lo haces. Si quieres atesorar aquellos momentos en los que fuiste feliz, si quieres abrazar con todas tus fuerzas aquellos tiempos en los que todo iba bien, simplemente vas y los estrujas como si no hubiese un mañana. Si quieres recordar con cariño esas veces en las que te esperaba con una sonrisa en la cara y el desayuno hecho, o esas veces que te esperaba con la cena lista cuando volvías del trabajo, o cuando se abalanzaba encima tuyo fingiendo estar enfadada cuando hacías chistes sobre su madre, o su carita de felicidad cuando le comentaste por primera vez la idea de irse a vivir juntos, o sus carcajadas cuando proponías nombres raros para tus futuros hijos...
Simplemente...
Nadie te va a juzgar allí, nadie te va a decir lo que tienes que hacer, nadie te va a presionar para que dejes en el olvido toda tu vida, nadie va a insultarte ni mirarte mal por haber tomado la decisión que más feliz te hace.
Lo tenía clarísimo.
Pero tu estadía en el mundo de los sueños no siempre dura lo que quieres. A veces es corta, a veces es larga, otras veces es eterna... Generalmente depende de un determinado número de factores. En mi caso, el factor era una muchachita con rasgos asiáticos, carita inocente y una voz de pito que hubiese despertado al mismísimo Walt Disney.
—¡Aaahhh! —gritó, desaforada—. ¡Se ha despertado! ¡Se ha despertado! ¡Venga ya, joder!
Aquella vocecita no estaba hecha para pegar gritos. Un sonido tan estridente como ese, seguramente diseñado para las más avanzadas torturas chinas, no debía usarse tan a la ligera. Y mucho menos cerca mío, que no estaba ni para que me rozase el aire.
Pero a Lin eso le importaba muy poco, por eso siguió pegando berridos hasta que estuvo segura de que su manada se había enterado.
Inmediatamente después de eso, se giró hacia mí y comenzó a analizarme de arriba a abajo como si delante tuviera una persona en estado terminal.
Vaya vendida me había pegado la cabrona de Cecilia.
—¿Te encuentras bien? —dijo, por fin, la chinita—. ¿Cómo tienes la cabeza? ¿Quieres un paracetamol? ¡Espera, mejor te traigo el botiquín! ¿O prefieres una manzanilla?
—Estoy bien, Lin... —respondí, con la esperanza de que se callase, aunque con un hilito de voz bastante lamentable—. ¿Qué haces aquí?
Pero no fue ella quien me respondió. Desde la puerta de la habitación, una muchacha pelirroja con un flequillo perfectamente alineado apenas un par de centímetros encima de sus ojos, me miraba con el ceño fruncido y los brazos en jarra. Unos segundos después, aparecía otra muchacha más o menos de la misma edad y con el pelo color castaño, que también me miraba desde la entrada, aunque con un poco menos de rabia que su compañera.
—No, majo, la pregunta es: ¿qué haces tú aquí?
Olaia, aquella chica tan risueña y extrovertida que en la oficina se había mostrado con tantas ganas de saber de mí, ahora se mostraba mucho menos simpática y bastante más amenazante. Cosa que me decía, llámenme loco, que mi presencia en esa casa no le había caído del todo bien.
—¿Y a ti qué te parece? —respondía Teresa por mí, entre risas.
—¿Quieres que te hagamos un dibujito, Laia? ¿O prefieres que te lo contemos con señas? —reía también una provocadora Lin mientras hacía el gestito del dedo índice con una mano y la "o" con la otra.
—Vosotras a callar, ¿vale? Que bastantes gilipolleces he tenido que escuchar ya.
—Eres tontísima, Olaia —se defendía Lin, con un gesto de aburrimiento bastante notorio—. Llevas toda la tarde haciendo el show y todavía no te has dado cuenta de que nadie te hace caso.
—Tú sí que eres tontísima, y además una petarda de narices.
—Y tú un puto coñazo.
—Basta, chicas... ¿No habíamos quedado en que íbamos a tener la fiesta en paz? —dijo entonces Tere, en tono de reprimenda, aunque sin perder la calma.
—¿Pero es que a ti te parece normal esto, Tere? ¿Que todavía le ande meneando la colita al tío que va diciendo por todos lados que somos una panda de subnormales?
Entonces, una palabra se me vino a la mente: "huecas", y una frase que me había dicho la propia Ceci: "a Olaia sí que le tocaste la moral". Y ahí tenía el resultado: una pelirroja rencorosa con ganas de venganza a la que le había herido el orgullo. Y me parecía perfecto que estuviera enfadada, me lo había ganado por bocazas. Ahora, no me hacía ninguna gracia tener que soportarla, por lo que empecé a cagarme en Cecilia con todas mis fuerzas cuando vi que no iba a poder librarme de esa.
—Venga, Olaia... —dijo Lin, entonces—. ¿En serio te crees que somos gilipollas? A ti lo que te pasa es que estás muerta de la envidia porque no fuiste tú.
—¿Que no fui yo de qué? —dijo extrañada, la pelirroja.
Teresa se rio.
—La que se lo folló.
—¡¿Pero qué cojones estás diciendo, Lin?!
La cara de la Olaia se tornó del color de sus cabellos. Teresa se tapaba la boca para no ser muy evidente mientras que Lin se reía a su manera. Y yo, que no quería tener nada que ver con el asunto, permanecía mirando a la ventana con la mejor cara de póquer que tenía.
Ya que no iba a lograr pasar desapercibido, lo mejor era hacer como si la cosa no fuese conmigo.
Pero ni con esas iba a salvarme.
—¿Se puede saber de qué coño te ríes tú? —dijo entonces Olaia, mirándome a mí—. ¡Sí, tú! Te debes estar sintiendo el amo del universo por haberte tirado a Ceci, ¿no?
—¿Qué dices, loca? ¡Pero si ni ha hecho el más mínimo amago de reírse! ¿Quieres parar ya con la escenita? ¡Que se ha acostado con ella, no contigo! ¡Supéralo de una vez! —saltó Lin nuevamente en mi defensa.
Y yo que se lo agradecía, estaba siendo mi angelito de la guarda.
—¿Sabes una cosa, Lin? —volvió a arrancar Olaia, ahora acercándose muy lentamente a su amiga.
—A ver qué tonterías vas a decir ahora...
—Por mucho que lo defiendas, cielo mío, no vas a ser tú la próxima en follárselo, ¿vale, mi vida? Que de tu culo sí que pasó diez pueblos, y eso que no pudiste regalártele más —cerró, dándole un pequeño empujoncito en la frente con la punta de su dedo índice.
—Mira... ¡Mira! —enfureció de repente la chinita.
La cosa, definitivamente, estaba a punto de descalabrarse por completo. Y me estaba empezando a sentir responsable, tanto por ser el protagonista de sus ataques como por no estar haciendo nada para evitar que pelearan.
El tema era que, al mismo tiempo, me daba todo muchísima pereza, más que nada porque nada de eso debía de estar ocurriendo. Sí, yo tenía que estar durmiendo todavía, disfrutando un rato más del mundo de mis sueños donde nadie podía molestarme. ¿Por qué tenía que aguantar las tonterías de aquellas dos crías después de todo lo que había pasado el día anterior? No era justo.
Pero no me quedaba de otra, era eso o prepararme para ver cómo dos buenas amigas se arrancaban los ojos por mi culpa. Y ya bastante tenía en mi cuenta con lo de Lulú y a Clara como para seguir sumando bajas a mi historial.
—Chicas, vamos a...
—¿Se puede saber a qué cojones viene todo este griterío?
De repente, cuando ya me había decidido a intervenir, todos los focos se dirigieron hacia la entrada de la habitación. El sol apartó sus rayos de mí y los dirigió hacia la única persona que, realmente, podía poner orden entre aquellas dos fieras. Allí, enfundada en una toalla blanca que a duras penas le llegaba a cubrir sus muslos, Cecilia esperaba una respuesta con los brazos cruzados y las cejas arqueadas.
—¿Y bueno? —insistió.
—No es nada, Ceci —dijo Tere, quitándole hierro al asunto—. Lo de siempre.
—Es esta soplagaitas, Ceci —añadió una acalorada Lin—. Ya estoy empezando a estar un poquitín hasta el chirri.
Entonces, Cecilia se acercó a Olaia, que ahora estaba de brazos cruzados con la mirada perdida en la ventana, y se colocó de modo que ambas quedaron frente a frente.
—¿Sigues enfadada? —le preguntó, en tono conciliador.
—Déjame en paz, no quiero hablar contigo —respondió la pelirroja, seca.
—Pues entonces tenemos un problema.
—El problema lo tendrás tú, yo estoy perfectamente.
—No lo parece.
—Serán cosas tuyas.
—¿Piensas seguir en ese plan todo el día?
Pero Olaia no respondió más. Simplemente caminó hacia la ventana y perdió la vista entre las ranuras de la persiana.
Pero a mí me importaba entre poco y nada si la muchacha estaba enfadada o no. Desde que había entrado, Cecilia se había adueñado de toda mi atención. Así, tan natural, tan simple, recién salida de la ducha, desprendía un aura de perfección tan intensa que no me permitía apartar la vista de ella. Era la primera vez que me sentía de esa manera por mirarla.
Y ella se dio cuenta.
—¿Y a ti qué te pasa? —me dijo, con un desparpajo que me parecía irreal. Ni siquiera sabía en qué momento se había girado hacia mí—. ¿Otra vez con esa miradita? Mira que ahora están las chicas delante, ¿eh?
Me cogió absolutamente desprevenido. No me podía creer que me hubiese soltado aquello delante de sus amigas. Quería matarla. Tuve que agitar un par de veces la cabeza y hacer como que el golpe en la nuca me tenía un poco mareado para disimular. Pero en vano, porque, incluso con esa actuación, ya había quedado en evidencia delante de todas.
Tere y Lin ahora reían como dos quinceañeras que acababan de escuchar un chiste guarro.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —insistió una provocadora Cecilia al percatarse de mi mirada reprochadora.
—Son tan monos... —soltó Lin entonces, en un ataque de ternura tan repentino como innecesario—. Te juro que me los como...
—Estás haciendo pasar vergüenza al chaval —añadió Tere, riendo—. Nos lo inhibes.
—¿Vergüenza? Este no sabe lo que es la vergüenza —aseguró de nuevo Ceci sin dejar de mirarme—. Si yo les contara...
—¡Cuenta! ¡Cuenta! —saltaron las dos al unísono.
—O bien podrías vestirte de una vez, ¿no?
Olaia se había dado la vuelta y ahora miraba con cara de pocos amigos cómo las otras chicas se lo pasaban en grande a mi costa. Y su sugerencia venía acompañada de un sonoro y constante repiqueteo de su pie derecho contra el suelo.
—¿Qué pasa, Laia? ¿Te da vergüenza verme en paños menores?
Al ver que la pelirroja ni se inmutaba y seguía con ese repiqueteo de pie tan apremiante como molesto, Cecilia decidió, por alguna razón, que lo mejor era romper todos los esquemas habidos y por haber. Nada de lo que había ocurrido hasta el momento tenía que ver con lo que mis ojos tuvieron el placer de presenciar a continuación.
Dando dos pasos al frente y sin romper el contacto visual con Olaia, Cecilia se desató el nudo que tenía debajo del brazo y dejó caer la toalla al suelo. Así mismo, como Dios la había traído al mundo y sin dejar de mirar a su amiga, Cecilia comenzó a caminar casi que en cámara lenta hacia la cómoda donde guardaba su ropa. Una vez allí, se inclinó ligeramente hacia adelante y abrió el tercer cajón, donde se entretuvo varios segundos hasta sacar de ahí unas braguitas de color blanco. Inmediatamente, cerró ese y se inclinó un pelín más para abrir el cuarto cajón, donde todavía se entretuvo algunos segundos más antes de sacar un sujetador del mismo color. Y, ahí mismo, sin cambiar ese ritmo lento y pausado, empezó a ponerse ambas prendas.
Teresa y Lin habían presenciado todo igual que yo, con la mandíbula casi desencajada, mientras que Olaia apenas había cambiado su gesto.
—¿Contenta, zanahoria? —preguntó Ceci cuando hubo acabado.
—Eres una puta guarra, en serio —respondió la otra, negando varias veces con la cabeza.
—¿Por qué? ¿Por desnudarme delante un tío? ¿Entonces a ti qué te queda?
—No por desnudarte delante un tío, gilipollas, si no por... —Olaia respiró, y como que se arrepintió de lo que iba a decir—. Mira, déjalo ahí.
—Espera, no me lo digas —se preparó Ceci, lista para el ataque—. "Ay, Ceci, ¡cómo te has podido follar al tío que va diciendo por ahí que somos subnormales, ñañañá".
—¿Tú te estás oyendo, aletargada mental? —gritó la pelirroja visiblemente indignada—. ¿Tanto te puede hacer cambiar un pollazo? Si hasta tú misma decías hasta hace unos días que este tío no es más que un arrogante trozo de mierda al que le pone cachondo oler sus propios pedos. ¿Te has olvidado de eso o qué?
—¡Ja! —carcajeó Ceci—. No, zanahoria, te recomiendo que no vayas por ahí...
—¿Qué pasa? ¿Te da miedo que tu nuevo príncipe azul sepa lo que de verdad piensas de él? Además, jódete, que has sido tú la que ha sacado el te...
De repente, Olaia calló de nuevo, como intuyendo lo que estaba a punto de ocurrir cuando Cecilia dejó de escucharla y comenzó a caminar en dirección hacia mí. Yo, que no tenía ni idea de lo que me esperaba, simplemente me eché para atrás, y ni me moví cuando sentí los labios de Ceci pegarse a los míos.
—Yo es que lo flipo.
Olaia no daba crédito, pero a Cecilia le importaba poco, seguía besándome como si estuviéramos solos allí. Y era uno de esos besos que sólo pueden conducir hacia un lugar, hacia ese lugar en donde habíamos estado toda la noche y que nunca tuvimos ganas de abandonar.
En cualquier situación normal, aquel beso me habría llevado a cogerla de la cintura y tumbarla sobre la cama. En cualquier situación normal, le habría arrancado aquellas braguitas limpias y planchadas que se acababa de poner y le habría practicado el cunnilingus de su vida. En cualquier situación normal, aquello habría terminado en un polvazo igual o mejor que el que habíamos echado hacía unas cuantas horas.
Sí, me vine un poco arriba, pero así me sentía en ese momento.
Pero no, a pesar de tanta humedad, de tanta pasión y de tanto roce tentador, ese no era el objetivo de aquel beso. Ese beso era una declaración de intenciones, una reivindicación, una muestra para sus amigas y, por qué no, para nosotros mismos, de que no teníamos nada que ocultar, de que no teníamos nada de lo que avergonzarnos o temer. Ese beso era la clara muestra de que dos adultos pueden darse cariño el uno al otro más allá de cualquier sentimiento positivo o negativo que puedan tener el uno por el otro.
Cuando separó su cara de la mía, me sonrió, me dio un piquito y luego se fue donde tenía montado su neceser, como si nada hubiera pasado.
—¡Bueno! —dijo entonces una bastante descolocada Teresa—. Creo que nosotras podemos esperar en el salón, ¿no les parece?
—¡Me parece que sí! —asintió Lin, que no podía ocultar su emoción por lo que acababa de presenciar.
—¿Por qué? —se opuso Olaia—. ¿No os dais cuenta de que lo que quiere es espantarnos? Pues no, vas a necesitar bastante más, cariño.
—¿Ah, sí? ¿Qué pasa? ¿Quieres ver cómo me lo follo de nuevo? —la desafió Ceci sin dudarlo ni un segundo.
—No te atreverías, puta guarra de mierda.
—¿Que no me atrevería? ¡Ponme a prueba, pesada de los cojones! —bramó Ceci entonces, quitándose el sujetador con una destreza admirable y arrojándolo a la otra punta de la habitación.
—¡¿Quieres dejar de ser tan puta?! ¡¿A que te comes el espejo?!
—¡¿A que te lo comes tú?!
Dicho esto, Teresa y Lin, ahora sí entre risas, cogieron a Olaia de un brazo y se la llevaron prácticamente a rastras.
Cecilia había apostado fuerte por aquella jugada y le había salido bien, ya que la de los pelos color fuego se había ido de la habitación con un enfado de los grandes. ¿Por qué? Pues no lo sé. Si bien comprendía los motivos por los que no le caía bien a la pelirroja, no terminaba de entender por qué estaba tan enfadada con su amiga. ¿Tan grave era para ella que se hubiese tirado a un tío que le caía mal? ¿Tan fuerte era la ofensa? No tenía ni la más remota idea. En ese momento sólo sabía que las cosas entre ellas no estaban bien.
Sea como fuere, por fin volvía a reinar la paz en aquella habitación.
Me volví a recostar y cerré los ojos para tratar de descansar la vista un rato. Después de todo, todavía me dolía el golpe en la nuca y también tenía una resaca considerable. Ya en frío y bien despierto, ambos dolores se habían potenciado lo suficiente como para generarme un malestar de los buenos. Y empecé a arrepentirme de no haberle aceptado aquel paracetamol a Lin.
—Son las siete de la tarde, ¿te lo puedes creer? —dijo Ceci entonces, sentándose a mi lado—. A ver, déjame echarle un ojo a ese golpe.
Como si me hubiese estado leyendo la mente en todo momento, mi compañera de aquella velada me cogió con mucho cuidado de la nuca y tiró de ella suavemente hacia arriba. Yo, por otro lado, tenía miedo de abrir los ojos por lo que pudiera encontrarme, ya que la chica volvía a estar desnuda de cintura para arriba.
Pese a todo, y a diferencia de sus amiguitas, yo sí que respetaba la intimidad de los demás.
—¿Qué te pasa? No vas a ver nada que no hayas visto ya, bobito —rio ella al darse cuenta—. Parece que está bien, pero me gustaría cambiarte la venda de todas maneras.
—Gracias —respondí yo, y fui abriendo los ojos con mucho cuidado y precaución, solamente para encontrarme con una risueña Cecilia, ya vestida, que me sacaba la lengua en señal de burla.
—Eres de lo que no hay... —dije yo, resignado, tras un largo suspiro.
Tras aquello, y luego de echarse unas buenas carcajadas a mi costa, Ceci trajo su famoso botiquín y, con mucho cariño y dedicación, me volvió a curar la herida de la cabeza, además de darme aquel tan necesitado paracetamol. Una vez hubo terminado con ello, nos sentamos en la cama y comenzó a darme explicaciones de todo lo que acababa de ocurrir.
—Siento lo que ha pasado hoy... Lo de las chicas y eso... —comenzó ella.
—Vaya vendida, ¿eh? ¿En qué pensabas? —le reproché yo, sin malos rollos.
—¿Vendida? —rio ella—. Yo no te vendí, Benjamín... Fue mi hermano.
—¿Tu hermano? —me sorprendí—. ¿Nos pilló tu hermano?
—Bueno, pillarnos lo que se dice pillarnos, no... pero sí que nos oyó.
—No me jodas.
—Pues sí, nos oyó. Y como yo nunca traigo tíos a casa, por lo que ya sabes, al idiota no se le ocurrió mejor idea que llamar a Olaia para ver si sabía quién eras. Y, bueno, la otra subnormal flipó en colores y terminó juntando al grupito para venir a casa.
—Entiendo —asentí yo, analizando la historia—. ¿Tu hermano está en casa ahora? Supongo que le debo una explicación.
—¿Qué dices? ¿Que le debes una explicación? A veces pareces mi abuelo hablando —reía la cabrona—. Mi hermano se fue a trabajar hace horas ya. Otro día ya te disculpas, si eso.
—Espera —dije yo, tratando de obviar con todas mis fuerzas que me acababa de comparar con su abuelo—, ¿hace horas ya? ¿A qué hora aparecieron tus amigas?
—Pues... —pensó—, creo que sobre las dos o tres de la tarde, ¿por?
—¡¿Sobre las dos o tres?! Ceci, que nos dormimos a las diez de la mañana. No has descansado nada.
—No te preocupes. Me siento genial.
—¿Segura?
—Que sí... Además me quedé durmiendo un rato más cuando ellas vinieron.
—¿Qué? ¿Aquí conmigo?
—Sí, ¿dónde me iba a ir?
—Entonces sí que me vendiste... Las trajiste directamente aquí, a la escena del crimen.
—¡Que no te he vendido, pesado! Ellas tienen sus propias llaves. Hice una para cada una por si acaso. Entraron en casa y vinieron directamente hacia aquí.
—Madre del amor hermoso... Sabes que esto me puede traer muchos problemas, ¿no?
—¿Problemas? ¿Por qué? —respondió ella, haciendo gala de una inocencia inusitada.
—Ceci, que Olaia no me puede ni ver. Lo último que necesito ahora es que vaya ventilando por todos lados esto que ha pasado...
—Benjamín... Olaia es el típico caso de perro que ladra no muerde. Te aseguro que, por mucho que insulte, grite y patalee, de lo último que sería capaz es de ir y ensuciar la imagen de alguien —me aseguró entonces, muy confiada de lo que decía—. Lo que pasa es que está dolida por aquello que dijiste, pero yo creo que se le pasará algún día.
—¿Pones las manos en el fuego por ella?
—Pongo la cara en el fuego por ella.
—Tendré que creerte entonces —zanjé, encogiéndome de hombros.
Bastante conforme con mi respuesta, Cecilia se acercó a mí y me dio un nuevo besito en la boca. Esta vez uno más corto, más suave, pero no por ello menos apasionado. El típico beso que das porque el cuerpo te lo pide, el típico beso que das cuando ya la atracción con el otro es imparable. Un gesto, sin duda alguna, más propio de una persona enamorada que de un ligue casual de una noche.
Obviamente, este no era el caso, pero cualquiera que lo hubiese visto desde afuera lo interpretaría así.
Lo que todavía no sabía, era que aquel gesto sería el primero de una larga serie que tendrían lugar a lo largo de toda la noche.
—Ya van dos hoy —le dije, riendo, apenas nos separamos.
—¿Te molesta? —reía ella también.
—No me molesta, no... —suspiré—, pero estás jugando con fuego.
—¿Ah, sí? —dijo ahora, muy coqueta—. ¿Tan fácil sería hacerte caer de nuevo?
—¿Que tú me hiciste caer a mí? Te recuerdo que el que te besó primero fui yo.
—¿Cómo? ¿Me vas a comparar un simple besito de nada con...? —se me acercó al oído y susurró—. ¿...una buena frotada de higo? —e inmediatamente me apartó de un empujón y comenzó a reírse con ganas.
—¡Sabía que lo habías hecho adrede! ¡Nadie te ayuda a quitarte los pantalones de esa manera!
—¿Verdad que no? —siguió riendo—. ¿Te queda claro entonces quién hizo caer a quién?
—Vale, ¡vale! ¡Tú ganas! Pero por hoy te recomiendo que no lo vuelvas a intentar, porque me va a importar muy poco si están tus amigas aquí o no.
—Que sí, machote alfa, que sí —zanjó, dando un volteo muy divertido con los ojos.
Nos quedamos un rato en silencio, con su cabecita apoyada en mi hombro, únicamente disfrutando de la compañía del otro.
Me gustaba estar así con ella, me traía paz y tranquilidad, me hacía olvidar que dentro de muy poco iba a tener que enfrentarme a mi destino.
Pero también sabía que sus amigas nos estaban esperando fuera y que ese momento no iba a durar todo el tiempo que a mí me hubiese gustado, por lo que prefería cortarlo cuanto antes.
—Oye, ¿vamos...?
—¿Ya sabes lo que vas a hacer hoy? —me interrumpió, de golpe—. O sea, ¿vas a volver a casa?
—¿Qué? —dije yo, desconcertado por la pregunta.
—Pues eso, si estás listo —decía, sin mirarme—. ¿O piensas esperar un día más?
Me cogió totalmente por sorpresa la pregunta, no sabía qué responder. Y no porque todavía no supiera ni yo qué es lo que iba a hacer, si no porque no era una tema que me hubiese planteado discutir con ella.
Pero sí, sí que tenía sentido, eran ya casi las ocho de la noche y la chica querría saber si iba a seguir gorroneándole el techo o no.
—Pues... —traté de decir, lo más sincero que pude—, no quiero ser una molestia, en el momento que tú me digas...
—¡No, no! —se apresuró en responder—. No eres ninguna molestia. Mi hermano va a estar fuera un par de días, así que puedes quedarte aquí el tiempo que haga falta.
Aquella oferta, sin duda alguna, cambiaba mucho las cosas. Aunque, igualmente, no sentía que me estuviese trayendo ninguna tranquilidad. Es más, lo más probable es que lo mejor hubiese sido que me echara, que me dijera que allí no iba a poder quedarme esa noche. Quizás ese era el empujón que necesitaba para poder afrontar mis problemas de una vez. Pero no, lo único que lograba con aquello era tener una excusa más para seguir siendo un cobarde de mierda.
"O das señales de vida, o te puedes olvidar de mí para siempre".
Esa frase seguía rebotándome en la cabeza como una pelota de tenis contra un frontón. Más allá de todo lo que había pasado esas últimas horas, me daba terror imaginar que Rocío se hubiese atrevido a cumplir con su amenaza. Me daba pánico pensar en la posibilidad de que la cosa ya no estuviera en mis manos, de que se me hubiese pasado el tren por indeciso e idiota.
"Fue un farol... Estoy seguro de que fue un farol", me repetía una y otra vez.
Mi lado más arrogante me decía que Rocío no se iría así como así, que no tenía ningún lugar al que irse con su amante. Noelia jamás le abriría las puertas de su casa a Alejo, y sus padres muchísimo menos.
Pero, ¿y si estaban usando esas horas en las que yo no me decidía para buscar un sitio en el que quedarse? ¿Y si el hijo de puta estaba tirando de contactos para que le dieran un techo a él y a Rocío?
Todo, absolutamente todos mis sentidos me pedían que me diera prisa y saliera pitando para poner orden en mi casa.
Pero ahí tenía a mi compañera de aquella velada para convencerme de lo contrario.
—Pero si ya tienes claro que vas a volver... —dijo Ceci entonces, al no recibir ninguna respuesta por mi parte.
—¡No, no! —me apresuré ahora yo—. Ni mucho menos, Ceci...
—¿Entonces?
—No es tan fácil... No sé hasta qué punto se puede llegar a tener claro algo así...
—Pues ni idea... Me gustaría ayudarte, pero es que no conozco la historia completa.
—No quieres conocerla, créeme.
—Pues dime al menos si vas a quedarte aquí esta noche o no.
—¿Pero por qué tanta prisa?
—Hombre, pues porque tendré que saber cuántos vamos a cenar, o cuantas camas tengo que preparar...
—Dos de cada como mucho, ¿no? —dije yo, inocente como pocos.
—Eh... —se tomó unos segundos—. Mínimo cuatro, Benjamín.
—¿Cómo?
—Pues que las chicas se van a quedar a pasar la noche.
—Eso cambia un poco las cosas, ¿no te parece?
—¿Por qué lo dices?
—Porque tal y como está el ambiente con Olaia, quizás no sea buena idea que yo me quede aquí.
—¿Y por qué no? Ya te he dicho que Laia habla más de lo que hace. Deja de preocuparte tanto por ella. Además, visto lo indeciso que estás, no tienes alternativa.
Ahí me dejó pensando de nuevo. Era verdad, no tenía alternativa. Luciano y Sebas no querrían ni verme a esas alturas del partido, y Lulú y Clara quedaban descartadísimas de antemano. Era o quedarme ahí o volver a mi casa.
—Pues nada, me quedo —dije entonces, no tan convencido.
—¿En serio? —dijo ella, poniéndose de pie de un salto—. ¡Pues a hacer los preparativos!
—Antes me gustaría darme una ducha —le dije—. ¿Puedo usar tu baño?
—Sí, claro. ¿Necesitas ropa? Mi hermano tiene de todas las tallas. Ha pasado por diferentes etapas físicas en su vida.
—Pues... —miré a mi alrededor y logré divisar la camiseta sucia del hermano de Romina que me había dejado Lulú. Me puse de pie y la desenvolví para ver su estado—. Si me haces el favor...
—¡Por supuesto! —rio ella—. Voy a buscarla.
Varios minutos después, regresó con camisetas y pantalones de varias tallas. Escogí las que me iban bien y quedamos en vernos de nuevo en el salón cuando terminara.
—Una última cosa —dijo, antes de irse—. Esas tres cabronas, sobre todo Olaia y Lin, deben estar como locas por saber todos los detalles de lo que pasó ayer. Yo lo único que les he contado fue que te salvé del Toni, que nos quedamos hablando un rato... y que lo demás fluyó solo, ¿vale?
—Eh... ¿vale?
—Ya me prometieron que te dejarían en paz y que no indagarían más, pero yo que tú me prepararía de todas formas.
—Vale, de acuerdo, no te preocupes...
—Nos vemos en un rato —dijo, y me lanzó un beso mientras salía por la puerta.
No le hice mucho caso a esa última advertencia. Tenía muchas cosas en las que pensar como para preocuparme por aquellas tres crías. Como, por ejemplo, saber por qué seguía metiéndome en embrollos yo solito. Aquella había sido una oportunidad única para empujarme a mí mismo a presentarme en mi casa de una puta vez, pero la había echado por la borda.
—Me cago en mi vida —maldije para mí mismo justo antes de coger las cosas y dirigirme hacia el baño.
Viernes, 24 de Octubre del 2014 - 20:08 hs. - Benjamín.
Nada más poner un pie en el salón, ya me di cuenta de que aquello iba a ser mucho más complicado de lo que me imaginaba.
—Me da igual lo que me digáis, voy a decir todo lo que me dé la gana.
—Venga, Oli... ¿Por qué no tratamos de pasárnoslo bien?
—Déjala ya, Tere, ¿no ves que está amargadísima? A ella sí que le hacía falta un buen polvazo.
—Cállate ya, china de los huevos. A ti sí que te hace falta un buen polvo, pero para quitarte lo subnormal.
—¡Benjamín!
Nada más verme aparecer por el pasillo, Tere y Lin se levantaron para guiarme hacia el sofá como si fuese un invitado de lujo. Olaia, por su parte, volteó la cara hacia el otro lado como si acabase de ver a su peor enemigo.
—¿Y Ceci? —dije, inconsciente e inocente yo, sin darme cuenta del error que acababa de cometer.
—¡Vamos, no me jodas! —bramó Olaia enseguida.
—¡Dijo "Ceci"! ¡Dijo "Ceci"! ¡Qué cuqui, por Dios! ¡Qué cuqui! —festejó Lin, buscando la aprobación de Teresa, que asintió y le sonrió justo antes de responderme.
—Fue a la tienda de la esquina a comprar unas cosas, no tardará en volver.
—¿Ahora vas de controlador también? —volvió a la carga la naranjita.
—¿Eh? No... Es que antes...
—Difamador, abusador, controlador... ¿Tienes algo más que quieras contarnos, hijo?
—Y la perra seguía y seguía... —intervino Lin, defendiéndome una vez más.
—Sí, sí, todo lo que tú quieras, pero a la que llamó Marquitos asustadísimo porque en su casa había un monstruo abusando de su hermana fue a mí, no a ti. Así que...
—Ni caso —la interrumpió Lin, dirigiéndose esta vez a mí—. El hermano de Ceci es un encanto. La llamó a Olaia porque no está acostumbrada a que Ceci traiga chicos a casa, además de que...
—¿Por qué maquillas? —dijo Olaia esta vez, devolviéndole la cortesía—. El chico se asustó porque escuchó a este bruto darle con todo a su hermana y acudió a mí porque no sabía qué se iba a encontrar ahí dentro.
—¿Sabes que a él también ha intentado follárselo? —me dijo Lin, por lo bajo, ignorando a la otra por completo—. Pero pasó de ella como tú.
—¡Lin! —gritó Olaia, otra vez con la cara como un tomate—. ¡¿Se puede saber de qué coño estás hablando?! ¡¿Te das cuenta de las tonterías que estás diciendo?!
—¡Pues las mismas que estás diciendo tú, bonita! ¡Con la única y pequeña diferencia de que las mías son cien por ciento verdaderas!
—¡No te soporto más, Lin! ¡Vas a lograr que no quiera volver a hablarte en la vida!
—¡A ver si es verdad!
—¡Basta! —intervino Teresa, justo cuando Olaia iba a replicar nuevamente—. Ya va siendo hora de que empecemos a comportarnos como adultos, ¿no?
Teresa estaba siendo mi mejor aliada a falta de Cecilia. Si bien Lin me defendía cada vez que podía, no ayudaba mucho que estuviera insultándose a cada rato con Olaia. Enardecía el ambiente y dificultaba la comunicación entre el resto.
Aquello hizo que me fijara un poco más en Tere. Era la más alta del grupito, y también la única que llevaba gafas. Si bien recordaba que tenía más o menos la misma edad que sus amigas, ella parecía más adulta que el resto. Y no sólo por su madurez, que en eso le ganaba por goleada al resto, también por ese estilo tan de secretaria de bufet de abogados que calzaba; cabello castaño ondulado, las ya mencionadas gafas y una forma de vestir informal pero, a su vez, elegante; pantalones blancos de tela ceñidos y una camisa del mismo color la cual había preferido dejar con dos botones sin abrochar sobre su escote. ¿Físicamente? Fácilmente debía pasar del metro setenta, siendo la más alta de todas. Y se notaba que hacía ejercicio, porque todo estaba en su lugar y no había rastros de grasa en ella. Ahora, de lo que me gustaba a mí... muy poco: ni gran culo ni grandes tetas, todo de la media. Lo que no significaba que la chavala estuviera mal, ni mucho menos, Teresa era el estereotipo de mujer perfecta que buscaban en empresas como para la que trabajaba yo.
—Por cierto, Benjamín —continuó Lin, obedeciendo a su amiga y sacándome de mis pensamientos—. Casi me da algo cuando abrimos la puerta y te vimos haciéndole la cucharita a Ceci, ¿sabes?
—Sí, de la envidia —apuntilló quién ya se imaginan.
—Pues no, subnormal. Casi me da algo porque fue lo más tierno que vi en mi vida —añadió, con los ojitos iluminados.
La chinita, por otro lado, era la contracara de Teresa en casi todos los sentidos; inmadura, infantil, aspecto juvenil y habladora, extremadamente habladora. A parte de eso, también era la más bajita, pero no de estas bajitas que están a dos minutos de ser rechonchitas, todo lo contrario, Lin tenía su casi metro sesenta perfectamente repartido; un culito respingón, el segundo mejor par de tetas del grupo y un vientre plano y apetitoso que dejaba a la vista su top negro para hacer yoga. Como dato adicional, era la única del grupo con el pelo corto: peinado tacita color negro sin flequillo que le llegaba hasta el nacimiento del cuello.
—Pues para mí fue vomitivo —dijo Olaia entonces—. Hacía mucho que no era testigo de una escena tan grotesca.
—Tú porque tienes una manzana podrida en vez de corazón —la acusó Lin.
—No, porque la habitación apestaba a granja, a cuadra. ¿No viste las sábanas llenas de mierda? ¿Y la almohada manchada de sangre? Asquerosísimo todo.
—Claro, porque tú debes parecer la princesa de Gales cuando follas, ¿no?
—Estás imposible hoy, puta china.
Y llegamos a Olaia, la pelirroja de tez blanca con el flequillo perfecto que tanto cariño me había cogido últimamente. De ella ya está casi todo dicho: malhumorada, malhablada, irreverente, nada femenina... Bueno, siempre basándome en la parte de ella que había tenido la mala suerte de conocer. Muy en el fondo sabía que era una buena chica y estaba seguro de que también tenía sus cualidades. Por lo demás... bueno, sinceramente, me parecía la más guapa de las cuatro. Y cuando digo guapa, me refiero a todo el conjunto: cara, torso, tetas, vientre, culo y piernas. No llegaba a mi estándar particular de diosa, dónde sólo tenía colocadas a Rocío y Noelia, pero sí que podía pelearle el podio a Clara tranquilamente. Ah, y era la que más fresca iba de las cuatro con su short vaquero y su blusa de tirantes rosa que le marcaba tanto las tetazas.
Y, pues sí, ahí me encontraba yo, analizando de una manera totalmente sexista y superficial a las tres chicas que me estaban haciendo compañía en ese momento. Todo lo que juzgaba y me daba asco de Luciano, lo estaba haciendo yo en ese momento. Y por eso me eché a reír.
—¿Se puede saber qué te causa tanta gracia? —me preguntó la pelirroja.
—¿Piensas dejar en paz al chico en algún momento? —volvió a salvarme Lin.
—¿Y tú piensas dejarlo responder a él alguna vez? ¡Que no sé si habla todavía!
—No te voy a dar el gusto de llevarlo a tu terreno, gilipollas. ¿Te piensas que no me doy cuenta de lo que pretendes?
—¿Y qué pretendo? A ver, si se puede saber.
—Estás deseándolo, Olaia —continuó pinchándola Lin—. Lo veo en esos ojos de mala harpía que tienes.
—¿Y tú no? —respondió la otra, sorpresivamente entrando en su juego—. Dime, Lin... ¿tú no lo estás deseando?
—Hemos quedado en que no tocaríamos el tema.
—Yo no he quedado en nada, cariño. Eso lo decidisteis vosotras.
—Oli... por ahí no vayas, ¿vale? —intervino rápidamente Tere—. Ceci ya dijo que nos daría las explicaciones en tiempo y lugar.
—¿Qué explicaciones?
No pude aguantar más y pregunté. La conversación estaba tomando un rumbo que no me gustaba y quería saber exactamente a qué se debía tanto secretito. A fin de cuentas, era de mí del que estaban hablando.
—Las explicaciones de por qué le fuiste infiel a tu novia, entre muchas otras.
—¡Olaia! —saltaron al unísono Tere y Lin.
—Me la suda —dijo ella, alto y claro—. ¿No es peor que estemos aquí con el cuchicheo?
—Tú ni caso, Benjamín —dijo Lin—. No estás obligado a responder nada.
—¡Y dale con la abogada! ¡Que lo dejes hablar a él, coño!
—Has roto los códigos, Oli... —se lamentó Tere—. Si habíamos quedado en una cosa, quedamos en una cosa y punto. Muchas veces las demás nos hemos jodido por no poder hacer lo que queríamos. Ahora te tocaba a ti.
—Por lo que eres una egoísta de mierda, zanahoria.
—¡Iros a la mierda!
Por suerte, al igual que hacía un par de minutos, al igual que la noche anterior cuando casi me parten la cara, Cecilia hizo su aparición, demostrando así, una vez más, su don de la oportunidad.
Ella sí que era la verdadera puta protagonista.
—¿Y esos gritos?
—La gilipollas ya rompió el pacto —dijo Lin, en tono acusador.
—Me lo esperaba —respondió Ceci, mirándome a mí como diciendo: "te lo dije". Gesto que no pasó desapercibido por la pelirroja.
—Vaya, hasta complicidad ya tienen. Cojonudo me parece.
—Ya está, Laia —rio Ceci entonces—. Dejemos los malos rollos a un lado y vamos a pasarlo bien.
Acto seguido, cogió el carrito de la compra con el que venía y sacó de él tres bolsas llenas de un montón de comida basura; patatas fritas, nachos, guacamole, queso cheddar, frutos secos, barras de chocolate, nocilla, pan de molde... Vamos, un montón de mierda. Pero la cosa no quedó ahí, porque luego sacó del fondo del carrito ocho packs de botellines de cerveza.
Cuando vieron el alcohol, las tres amigas se miraron como si acabaran de ver un fantasma. Unos segundos después, comenzaron a retorcerse de la risa en los sofás.
—¿Y estas risas? —dijo Ceci, un tanto mosqueada.
—E-Es increíble lo que has logrado, Benjamín —me dijo Lin a mí, que apenas podía pronunciar dos palabras seguidas sin soltar una carcajada de por medio.
—Ya te digo, colega —adhirió Tere, mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos.
—Yo misma le hubiese echado el polvo si sabía que algo como esto iba a suceder —decía también Olaia, para mí sorpresa, siendo la más afectada por el ataque de risa
—Vaya panda de subnormales, en serio... Como si nunca me hubiesen visto borracha —se defendía Ceci mientras seguía ordenando todo sobre la mesita de café.
—De borrachera te hemos viste miles de veces, pero organizar una tú... ¿Deberíamos pedir un deseo? —agregó Tere, volviendo a provocar más risas en sus otras dos amigas.
—¡A tomar por el culo! Última vez que tengo una iniciativa.
—No te enfades, anda. Trae eso que ya lo abro yo.
Tere y Lin se pusieron de pie y cogieron a Ceci cada una por un brazo para que se sentara, no sé por qué, a mi lado. Y, antes de darme cuenta, nuestra anfitriona ya se lo estaba pasando en grande junto a sus tres amigas.
—Aquella vez fui yo la que las convenció a todas para irnos de after, así que no sé a qué venían tantas risitas —decía Ceci.
—¿Que fuiste tú? Si no llego a estar yo ahí, os ibais todas a casa. Siempre habéis sido un puto coñazo —respondía Olaia.
—Calla, anda. Calla —intervenía Lin—. Cuando hay tíos de por medio, no cuenta.
—¿Qué tíos? —preguntó Ceci.
—¿El camarero aquel, quizás? ¿O nos vas a decir ahora que no te lo querías follar? —participó Tere también.
—¡¿Qué dices, guarra?! ¡Si el idiota ese fue uno de los tantos que me presentó Olaia y de los que terminé pasando!
—¡Gilipollas! ¡Ese te lo presentó Lin!
—Sí —asintió la chinita, mientras se comía un nacho con guacamole—. Y al final me lo terminé tirando yo.
—Si es que... vas de tímida e inocente y eres la más puta de todas.
—¡Cállate, naranjita! ¡No me hagas desenterrar tus cadáveres, que son muchos más que los míos!
Mientras las chicas reían y hablaban de sus cosas, yo aprovechaba para comer todo lo que no había comido aquellos días. Si bien nada de toda esa basura formaba parte de mi dieta habitual, no estaba en condiciones de despreciar nada. Además, necesitaba estar entero y con todas las energías recargadas para cuando llegara el momento.
—Oye, tú —dijo Olaia, entonces, cuando creía que estaba empezando a pasar desapercibido—. ¿No piensas beber nada?
—¿Qué? —respondí yo, descolocado por la pregunta—. Eh... ¡sí, sí! Un vasito de agua, si puede ser.
—¿Agua? —tú estás flipando, dijo Ceci—. Toma, anda.
Sin preguntarme ni nada, destapó un botellín y me lo puso en la cara. La miré durante varios segundos, dubitativo, pero al final terminé por negarme.
—Qué va. Anoche ya he bebido para todo el mes.
—Vaya pelmazo de tío, en serio... —decía Olaia, mientras le daba un trago a la suya.
—Coge la botella, coño —insistía Cecilia—. ¿Qué te va a pasar por un par más?
—¡Venga, Benjamín! —animaba Lin también.
—Dejarlo ya, ¿no veis que como ya se la ha follado no tiene más motivos para beber?
—¿Y esa tontería, Olaia? Cuando te quieres follar a alguien, lo haces beber al otro, no bebes tú —replicó la chinita, con ciertos aires de suficiencia.
—Vaya gilipollez acabas de soltar, Lin. Cuando eres un mindundi como él, te emborrachas tú primero para hacer todo lo que no te atreverías a hacer estando sobrio, ¿lo pillas?
—¿Y de qué te sirve eso si para la otra persona sigues siendo un mindundi? ¡Tendrá que emborracharse ella también!
—Vamos a ver, que la labia se multiplica un doscientos por ciento estando borracho, cielito mío, algo termina cayendo por muy patán que seas.
—Veo lagunas en tu razonamiento, porque para mí...
No lo soporté más. Con dos cojones, cogí el botellín y empecé a beber como si no hubiera un mañana. Lo vacié en poco menos de diez segundo, y cuando acabé, miré a Olaia a la cara y le hice señas para que me pasara el siguiente.
—Venga, que el mindundi tiene sed.
Cecilia, Teresa y Lin saltaron en vítores y aplausos como si aquella hubiese sido la demostración de valentía más grande del mundo. La naranjita, por su parte, dejó escapar una breve sonrisita que no tardó ni medio segundo en borrar de su cara.
Y así, dio comienzo una especie de guateque improvisado con el que nunca había contado.
Pero estaba bien, a fin de cuentas. El ambiente se había normalizado y me estaba sintiendo bien ahí con las chicas. Amén de que Olaia estaba más tranquila y sus problemas con Cecilia parecían haber desaparecido.
Todavía quedaba mucha noche por delante.
Viernes, 24 de Octubre del 2014 - 21:51 hs. - Benjamín.
Casi una hora después, tras habernos comido casi toda la porquería que Ceci había comprado y habernos pimplado casi cuatro de los ocho packs, las conversaciones ya no tenían ningún tipo de sentido.
—¿Se acuerdan de cuando a Laia le metieron un tampón usado en el bocadillo?
—¡¿P-Pero qué dices, guarra?!
—¡Sí, Ceci! ¡Fue en cuarto de la ESO! ¡Fue la venganza de la golfa de la Susana por habérselo montado con el Kevin!
—¡Sí, tía! ¡Todavía recuerdo la cara de Laia cuando dio el primer mordisco...! ¡Me muero!
—¡Basta ya, putas cerdas! ¡Además no me lo había montado con el Kevin, me lo había montado con el Sergi! ¡La que se había morreado con el Kevin había sido la Sara, que luego me echó la culpa a mí para que no le partieran la cara!
—¿Por qué mientes, zanahoria? Si todas sabíamos que estabas loca por el Kevin.
—¿Verdad que sí? Si se contaba que esa noche le había metido no sé qué en la bebida a la Susi para que no estorbara.
—¡Todos inventos de la cerda esa! ¡Toda la vida me tuvo manía porque siempre fui más guapa que ella!
—¡Y más puta!
—¡Te vas a comer los cojines de verdad!
Y ahí seguía yo, perdiendo el tiempo escuchando estúpidas historias de instituto mientras intentaba emborracharme para poder quedarme dormido cuanto antes. ¿Patético? Patético, pero era la mejor forma de hacer que pasara el tiempo más rápido. Lo único que tenía que hacer era mantener la compostura y no cometer más errores, porque eso sí, ya no estaba dispuesto a volver a hacer el ridículo.
—¿Qué pasa? ¿En qué piensas? —me dijo Ceci de pronto, mientras sus amigas seguían insultándose.
—En nada, la verdad. ¿Y tú?
—Pues en que tengo mucho sueño —dijo, soltando un pequeño bostezo— ¿Te lo estás pasando bien?
—De fábula. Siempre había querido saber qué hacen las mujeres con los tampones después de usarlos —respondí, provocando una carcajadita en Cecilia.
—Qué tonto eres —rio ella.
—"Hueco", es la palabra.
—Pues sí, hueco suena mejor.
—Ya me había olvidado lo cariñosa que te pones cuando bebe —le dije, entre risas de nuevo.
—¿Cariñosa? ¿Por qué?
—Porque te acabas de recostar sobre mi pecho.
Nada más decir aquello, levanté la cabeza en un acto reflejo y, tal y como me lo imaginaba cuando dejé de escuchar voces alrededor, ahí estaban las tres, muy atentas a todo lo que estábamos diciendo.
—¡No, no! ¡No se corten, por favor! —exclamó Lin, muy emocionada de nuevo.
—Es increíble lo que se pueden unir dos personas en una sola noche... —decía, a su vez, una pensativa Teresa.
—¿Verdad que sí? ¡Es extraordinario! —añadió Olaia, con un sarcasmo que se lo pisaba.
—¿Y ahora qué te pasa a ti? ¿Ya ni los momentos más bonitos te hacen inmutar? —la regañó Lin, luego de darle un cojinazo.
—¿Sabés qué momento me haría inmutar? El momento en el que este tío nos dijera por qué está así aquí con Cecilia cuando tiene una novia en su puta casa esperándolo. Ese me parecería un momento cojonudo para inmutarme.
Curiosamente, esta vez nadie salió en mi defensa. No es que lo necesitara, o que lo quisiera, pero me sorprendió ver las caras con las que Teresa y Lin se quedaron mirándonos. No sólo me decían que había interés, sino también necesidad en ellas.
—Tú ni caso... —me dijo Ceci, en un susurro—. Que se atragante con su propio veneno.
—¿Piensas seguir así toda la noche? Porque si es así, nosotras podemos coger nuestras cosas y largarnos —dijo Olaia, que la había oído.
—Déjame en paz, pesada —respondió esta, escondiendo más, si se podía, su carita en mi pecho.
—Estamos sobrando que lo flipáis, tías... A ver si os dais cuenta —añadió de nuevo la pelirroja.
—Chicos... —habló Tere entonces, con un cierto deje de cautela—. Lo que menos queremos nosotras es meternos donde nos llaman, pero...
—Qué menos que ponernos un poquito en contexto, ¿no? —terminó Lin la frase por su amiga—. Ya sé que antes hemos dicho que no íbamos a hacer preguntas, pero es que... joder, Ceci, que somos tus amigas.
Por primera vez en toda la noche, me sentí presionado de verdad. La seriedad con la que hablaban, la precaución e interés que habían impreso en cada palabra, hacían que me replanteara todo de verdad. ¿Podía seguir esquivando el bulto? Los acercamientos de Cecilia durante toda la tarde, sus besos, sus gestos, por más naturales que pudieran haber sido debido a la situación que habíamos vivido, lógicamente habían despertado más de una pregunta en sus amigas. Preguntas que, lamentablemente, me involucraban a mí y a mi situación actual de pareja.
¿Estaba bien que siguiera poniendo a Cecilia en el aprieto de ocultarle tanta información a sus amigas? Obviamente no es lo mismo estar con un tío con una novia que lo hace cornudo que con uno cuya relación no tiene grietas. Matices importantes, creía yo. Ahora, ¿me sentía con ganas yo de contarle todo a aquellas cuatro? ¿Tenía las suficientes fuerzas y ánimos como para volver a meterme en una historia que tan mal me hacía? Porque no podía dejarlo en que mi novia me había engañado, también iba a tener que entrar en detalles.
—Chicas... Yo... —dijo entonces Cecilia, volviendo a su posición natural sobre el sofá.
Al ver a Ceci tan indecisa, tan dubitativa, entendí enseguida que ella estaba sufriendo más presión que yo. Y, por muy irrisorio que suene, aquello me metía más presión a mí todavía.
—Lo siento, pero...
Ceci calló y me miró extrañada. Y todas sus amigas hicieron lo propio cuando le pedí, con un sutil gesto, que me dejara hablar a mí.
Y puede que sí, que me estuviera metiendo en la boca del lobo otra vez, pero es que de verdad sentía que era lo que tenía que hacer. Sobre todo por Ceci, a la cual había metido en un compromiso con sus amigas con todo eso. Porque ella podría haber contado mi historia y sacarse el problema de encima, pero decidió respetar mi intimidad.
Ella ya me había salvado muchas a mí ya, ahora era mi turno de salvarla a ella.
—Chicas, ¿qué quieren saber?
—Todo —arrancó Olaia, sin darle tiempo a ninguna de las otras dos a reaccionar—. Por qué estás aquí, cómo llegaste hasta aquí, por qué te has acostado con Ceci si tienes novia, qué pretendes con todo esto. Todo.
—Espera, espera, Laia —intervino Lin—. Paso a paso, ¿vale? Tampoco es cosa de agobiarlo.
—Pues habla tú, lista. Que siempre le pones pegas a todo.
—Benjamín —dijo entonces Tere—. Lo único que queremos es entender lo que está pasando aquí.
—De acuerdo... —suspiré—. Creo que lo mejor es que empiece por el principio. Les pido por favor que me dejen contarlo todo del tirón. Después responderé todas las preguntas que me quieran hacer. Incluidas las tuyas, Olaia —dije, intentando ser lo más conciso posible y llevándome un corte de mangas al final de parte de una de ellas.
—Vamos, comienza —me animó la propia pelirroja.
Antes de arrancar, miré a Ceci a los ojos para buscar su aprobación. Ella asintió y, en un gesto increíblemente dulce, me cogió de la mano y volvió a recostarse sobre mi pecho.
—En fin... Todo comenzó este pasado 27 de septiembre...
Viernes, 24 de Octubre del 2014 - 22:40 hs. - Benjamín.
—...por lo tanto, se podría decir que Ceci anoche me salvó la vida.
Y se hizo un silencio sepulcral en el salón. Las tres de en frente me miraban como si estuviesen escuchando un relato de terror, o de suspense, o una tragedia. Cecilia, por su parte, seguía apoyada en mi pecho y en ningún momento me soltó la mano. Fueron treinta largos minutos en los que no me guardé nada. Bueno, obvié muchas de las partes con Clara y todo lo que involucraba a Lulú, pero digamos que eso no venía a cuento. Y me sorprendió el hecho de poderlo contar sin complejos, sin miedos, valiente y sin titubear en ningún momento. Y, a diferencia de cuando se lo conté a Lu, o a mis amigos, esta vez me sentí bien al hacerlo. Fue como un gran alivio, como sacarme un gran peso de encima.
Y ahora sólo me quedaba aguantar un último chaparrón. Aunque antes, Tere y Lin se levantaron del sofá para darme un abrazo.
—Joder, Benjamín —dijo primero Lin, que no dejaba de llorar—. Debes de haber pasado por un puto infierno. ¡Malditos cabrones!
—Si necesitas ayuda de cualquier tipo, ya sea económica o un lugar donde dormir, cuenta conmigo, ¿vale? —continuó inmediatamente Tere, también con los ojos un poco humedecidos.
—No te mortifiques, cariño. Tú te comportaste como cualquier hombre decente lo hubiese hecho.
—Ya ves, Lin. Además que bien sabemos nosotras cómo explotan a la gente en esa empresa... Es realmente deleznable que haya utilizado eso en tu contra para justificarse —agregó Teresa.
—No sólo eso, también le sacó en cara que se llevara bien con Lourdes. ¿Cómo se puede ser tan caradura? —seguía diciendo, muy indignada, la chinita.
—Esto me supera, en serio —cerró nuevamente Tere.
Nunca había sido mi intención dar lástima, pero aquellos abrazos me hacían bien. Esas muestras de ánimo y empatía son lo que realmente necesita uno cuando está atravesando un mal momento. Que te recuerden lo gilipollas que eres y los errores que cometiste no sirve para absolutamente nada, por más buenas y constructivas que sean las intenciones.
Y, para muestra, Olaia.
—Vamos a ver, resumamos... —carraspeó—. Ayer te encontraste a tu novia follándose al imbécil que tú mismo metiste en tu casa, ¿no? Y como eres un cobarde incapaz de enfrentarte a ella, decidiste irte con tus amigotes a emborracharte hasta el etílico, ¿me equivoco?
—Te juro que te voy a hacer tragar el mando, Olaia. Te lo juro —dijo Lin enseguida.
—¿Me puedes dejar acabar? —respondió la otra, con cierto hastío.
Más allá de los agravios, aquel me parecía un buen momento para poder entender finalmente de qué iba Olaia. Tenía muy claro que iba a atacarme e iba a insultarme, pero mi objetivo era leer entre líneas. Porque uno se da cuenta cuando alguien lo insulta por puro odio o porque simplemente le cae mal. Si ese era el caso, pues ya no me quedaba mucho que tratar con aquella muchacha. En cambio, si el resentimiento de Olaia hacia mí venía por mis exabruptos en la cafetería o por cualquier otro motivo que pudiera ser solucionado, yo mismo iba a hacer todo lo posible esa misma noche para solucionarlo.
Así de buen tipo me sentía después de haberme abierto a aquellas chicas.
—Déjala, Lin —le dije yo, finalmente.
—Gracias —dijo ella, ante la mirada enfurecida de la chinita. Y prosiguió—. Entonces apareció Clarita, ¿no? Y le tiraste la caña, porque, vengativo como todo hombre, querías empatar las cosas, ¿verdad? Pero te mandó a tomar por el culo.
—Olaia... —volvió a gruñir Lin con los dientes apretados.
Una vez más, la frené con un sutil toque en su mano derecha.
—Fue ahí cuando pensaste: "Mmm, el mundo no se acaba en la tía esta, mejor me voy de fiesta a ver si me topo con alguna guarrilla borracha dispuesta a todo. Sí, eso haré". Y dejaste tirados a tus amigos para irte a una discoteca en el culo del mundo, cosa que me sigue sin cuadrar.
No le cuadraba porque de por medio estaba mi encuentro con Lulú, cosa de la que nunca se iban a enterar por el bien de la propia Lourdes. Lo de Clara era una cosa distinta porque la conocían y tenían una cierta relación con ella, pero no, a mi jefa no la iba a meter en todo ese pantanal.
—Aquí viene lo más gracioso: cuando te diste cuenta de que ninguna mujer en su sano juicio —le echó una miradita a Ceci—, se acostaría con un tío borracho, sucio y deprimido, se te ocurrió la brillante idea de buscar pelea con el tonto del Toni, que, obviamente, te partió la cara. ¿Voy mal?
—¿Puedo ya? —me preguntó Lin, todavía muy enfadada, pero volví a negar con la cabeza.
—Sólo para aclararlo, a mí nadie me partió la cara —dije, sintiéndome obligado por puro amor propio.
—Ahí es cuando aparece la protagonista de esta nuestra historia a salvarte el culo —continuó la pelirroja sin hacerme caso—. Se encara con el matón por ti, te cura las heridas, te llevas a su casa para que descanses, ¿y tú en agradecimiento qué haces? Aprovechas que está borracha y te la follas, cumpliendo así el objetivo que te habías planteado en un primer momento. ¿Me he equivocado en algo?
—¿Has acabado? —pregunté, al fin.
—Sí —dijo ella, muy segura.
—Primero de todo, lo mío con Cecilia fue consensuado, nadie se aprovechó de nadie, ¿vale?
—Claro, claro...
—Segundo, nunca tuve un objetivo, ni un plan... Anoche iba completamente ciego, pero no por el alcohol. Cuando digo que Ceci me salvó la vida, es porque anoche podría haber cometido cualquier locura.
—¡Me cago en la puta ya! —explotó Lin entonces—. ¡No tienes que responderle nada más a la gilipollas de mierda esta!
—¿Adónde quieres llegar con todo esto? —preguntó a continuación Teresa.
—A ningún lado. Sólo quería que quedara patente que este tío es un cerdo. Porque ya ha quedado más que claro, ¿no?
—¡Pero si te lo está explicando con pelos y señales! Cecilia, que es lo más bueno que me he echado en la cara jamás, lo encontró en el peor momento de su vida y lo ayudó, ¿entiendes? Todo lo demás fue surgiendo porque la vida es así, ¿lo pillas, tonta del bote? —decía Lin, todavía tremendamente indignadísima.
—Entiendo toda esta tontería de hacer de abogada del diablo, Oli, ¿pero no crees que esa no es ahora la discusión? El chico lo ha pasado demasiado mal como para que ahora vengas con estas cosas —añadió Tere.
—Peor va a pasarlo él cuando se entere...
Aquello último lo dijo por lo bajo y esquivando la mirada de todos, pero se pudo escuchar con claridad. Ni Tere ni Lin reaccionaron, es más, se quedaron un tanto desconcertadas. Por eso, mi sorpresa fue mayor al ver que la única aludida, que también había sido la única que no había reaccionado a mi historia todavía, despegaba su cara de mi pecho y fulminaba con la mirada a la pelirroja.
—¿"Él"? ¿Quién es "él"? —dijo seria, como no lo había estado en toda la noche.
—Nadie —se desentendió Olaia enseguida, aunque bastante a desgana.
—No me puedo creer que tengas los cojones tan gordos, Olaia.
—¿Que yo tengo los cojones gordos? ¿Y me lo dices tú?
—Sí, te lo digo yo, y sabes bien por qué.
—Vete a la mierda, en serio.
—Basta, chicas —trató de intermediar Tere, pero sin éxito.
—¡No, tú te vas a la mierda! ¡¿A qué viene todo esto ahora?!
—¡A que ya no soporto más verte ahí, cogidita de la manita con el tío este, como si todo te sudara el coño! ¡Vengo soportándolo todo el día porque creía que lo hacías para tocarme los huevos a mí, pero ya veo de lo que vas en realidad!
—Chicas... —dijo Lin esta vez, que se había calmado de forma repentina, pero con el mismo resultado que su amiga.
—Ah, ¿sí? ¿Y de qué voy? Si se puede saber.
—No me hagas hablar... ¡No me hagas hablar!
—No, ¡no! ¡El cajón de mierda ya lo has abierto, ahora apechugas y hablas!
—No sigan, chicas... —se volvió a inmiscuir Tere, casi en tono de súplica.
—No, Tere —le contestó Ceci enseguida—. ¿Tú te puedes creer todo esto? Dímelo. Lleva semanas tocándome los cojones con que lo mejor es dejar las cosas como están para que nadie salga lastimado, ¿y ahora me sale con esta mierda? ¿Por qué tengo que estar aguantando siempre sus gilipolleces?
—¿Que tú tienes que aguantar mis gilipolleces? ¿Y las que me tengo que aguantar yo de ti? ¿O las que se tiene que aguantar él?
—¡Pero qué te vas a tener que aguantar tú, si no pintas una puta mierda en esta historia! ¡Es más, probablemente nada hubiese pasado si tú no estuvieses todo el tiempo en medio metiendo las narices!
—¡Ah, claro! ¡Ahora es mi culpa que tú seas una guarra que va pidiendo guerra siempre!
—¡¿Pidiendo guerra yo?! ¡Dime una sola vez en la que haya ido pidiendo guerra! ¡Venga!
—¡Basta, chicas! ¡Basta ya, joder!
Desesperada y con la voz cortada, Teresa pegó el chillido de su vida. Ambas se callaron al instante, mientras que Lin se tapó la boca al escuchar a su amiga gritar. Yo, por otro lado, seguía sin saber qué cojones acababa de pasar.
—Mia, Olaia... —arrancó Ceci nuevamente, ya más tranquila—, he estado aguantando tus gilipolleces todo el día porque de verdad respetaba tus motivos para estar enfadada con Benjamín, pero es que si de verdad todo ha sido por esto...
—Déjalo así, Cecilia —respondió la pelirroja—. No lo ibas a entender aunque estuviera dos días explicándotelo.
Dicho esto, Olaia cogió sus cosas y desapareció por el pasillo que llevaba al baño y las habitaciones. Tere y Lin, que no sabían si quedarse o seguir a la pelirroja, se decantaron por lo segundo al ver como Cecilia se abrazaba a mí y volvía a hundir su carita en mi pecho.
—¿Estás bien? —le pregunté, cuando nos quedamos solos.
—Sí —dijo ella, en un hilito de voz—. Disculpa todo esto... Mi plan no era que la cosa terminara así.
—Tranquila —reí, intentando animarla, sin éxito—. Si yo no me estoy enterando de nada.
—Ya, me imagino.
Pero, coño, no hubiese estado mal alguna explicación. Después de todo, el que había quedado en el medio de todo era yo. Y si bien algo se podía intuir de aquella discusión, toda conclusión a la que pudiera llegar sería en base a meras suposiciones.
Iba a preguntarle, pero cuando me di cuenta de que su carita estaba empapando mi pecho, y de que, de golpe, había comenzado a temblar, abandoné la idea y la abracé lo más fuerte que pude. Ella respondió pegándose con más fuerza todavía y sollozando cada vez más alto, hasta el punto en el que su lamento ya podía oírse por todo el salón.
Luego de unos diez o quince minutos en esa posición, Ceci, ya mucho más tranquila, levantó su carita y buscó mi boca otra vez. Primero me dio un piquito, luego otro, luego otro que se transformó en un beso, y luego un beso que continuó hasta que nuestros labios se separaron lo suficiente como para que nuestras lenguas pudieran abrirse paso. Cuando quise darme cuenta, estábamos enlazados en un morreo tan gratificante y húmedo como revitalizador. Un beso que hizo que me volviera a sentir, al menos durante ese rato, tan unido a ella como la noche anterior. Y, de no ser porque la situación no se prestaba para llevarla más allá, les juro que habría continuado hasta el final sin importarme un pepino las consecuencias.
—P-Para... Para —dijo ella nada más sentir mi mano hurgando debajo de su camiseta.
—L-Lo siento —dije yo, intentando recuperar el aliento— Me dejé llevar.
—No te disculpes, es mi culpa... ¿No te das cuenta de que siempre voy pidiendo guerra? —añadió, con un deje de pene muy notorio.
—Bueno, no sé —reí, intentando de nuevo levantarle el ánimo—, tú podrás pedirla mucho, pero es que yo siempre te la doy. No sé quién es peor.
—Eres un buenazo, Benjamín —rio, por fin, y me dio otro piquito.
—Por cierto...
Ahora sí, ya no podía esperar más. Necesitaba saber con urgencia qué coño acababa de pasar. Ceci ya estaba más tranquila y el ambiente ya era ideal.
—¿Qué? —dijo ella.
—Sobre lo de antes... —dudé, tratando de elegir bien las palabras—. ¿Estaban peleando por un tío?
En vez de responder, se quedó mirándome un rato largo y luego se levantó para buscar algo en el mueble de la tele. Allí, estuvo un par de segundos trasteando con algo que no podía ver y después volvió a sentarse junto a mí.
—Mira —dijo entonces, enseñándome la pantalla de su móvil.
Era una foto. La foto de un chico pelirrojo alto, guapo y atlético que me sonaba muchísimo, pero que en ese momento no sabía decir quién era.
—No caigo —dije, finalmente.
—Joder... ¿En serio no te acuerdas?
—No...
—Esta misma foto te la enseñé ayer, Benjamín...
Entonces caí.
—¡Vale, joder! ¡Tu mejor amigo! ¡El tío de la historia para quinceañeros!
—Ese mismito... —dijo ella, con un deje de alivio—. Ya me iba a pensar que eras de esos que no pone atención...
—Bueno —volví a decir yo, entre risas—, lo recuerdo porque fue muy graciosa la forma en la que me lo contaste...
—Sí, graciosa... A Olaia no le hace tanta gracia.
Y ahí es donde yo quería llegar.
—¿Y por qué no le hace tanta gracia a Olaia? ¿Está enamorada de él también?
—¿Me estás vacilando? —dijo, muy seria, perdiendo la sonrisa.
—N-No... —respondí yo, asustado.
—Mira de nuevo, anda... —dijo, y volvió a enseñarme el móvil.
—¿Qué quieres que mire?
—Vaya por Dios... ¿De qué color tiene el pelo?
—N-Naran... O sea, es pelirrojo.
—Vale. ¿De qué color tiene el pelo Olaia?
—Pelirro...
Entonces caí de nuevo.
—¿E-Es su hermano? —dije, de nuevo con miedo a equivocarme otra vez y terminar de cagarla.
—Es su hermano.
—Vale, eso explica muchas cosas... Te enamoraste del herma...
—Para el carro, Sherlock —me cortó, de golpe—. Nunca te he dicho que me haya enamorado de nadie.
—¿No? Pero si anoche dijiste que...
—Anoche dije que creo que puede que sea el amor de mi vida, no que lo sea, ¿vale? El chico me gusta, tenemos muchas en común y hay química. Cuando estamos juntos nos lo pasamos bomba y, ya te digo, la tensión sexual es muy evidente cada vez que nos quedamos solos.
—Vale...
—Y es muy buen tío, además. Es cariñoso, educado, simpático, lleva un estilo de vida saludable... ¿Me vas entendiendo? Por eso creo que podría llegar a enamorarme de él... Pero, lo que te dije ayer, no sé si estoy dispuesta a sacrificar nuestra relación ideal por algo que puede salir mal.
—Hombre, no tiene que salir mal si...
—No —me volvió a interrumpir—. Puede salir mal, todas las relaciones tienen un porcentaje, por más mínimo que sea, de salir mal. Y no sé si me gustaría jugármela...
—Vale, entiendo... Y además está Olaia, ¿no?
—Y además está Olaia... —dijo, perdiendo su mirada en el suelo, dejando un semblante triste—. Pero la culpa ahí es mía, yo no tenía que haberle contado nunca lo que me pasaba con su hermano, pero es que nunca me hubiese podido imaginar que su reacción iba a ser tan desproporcionada.
—¿El de hoy no ha sido el único pollo que te ha montado?
—Ni mucho menos... Cuando se lo conté, en el momento se hizo la comprensiva, pero luego empezó a soltarme pullitas estilo: "Aitor no tiene tiempo para novias", "no creo que Aitor te corresponda, está muy centrado en sus estudios", "A Aitor lo sacas del fútbol y se pierde", ¿sabes?
—Sí, vaya... Lo típico.
—Y a partir de ahí hizo todo lo que estuvo en su mano para que no volviéramos a quedarnos solos. Lo maquillaba todo con que quería pasar más tiempo conmigo, o que quería ayudarlo a él con sus estudios... Se inventaba reuniones sobre la nada con las chicas cuando se enteraba que yo había quedado con él... Hasta que un día me cansé y se lo solté todo.
—¿Y qué te dijo?
—Lo reconoció todo... —rio, irónicamente—. Y ahí me dijo que no quería verme con su hermano porque eso no se le hace a una amiga, porque hay ciertos límites que no hay que sobrepasar, porque soy demasiado joven para él...
—¿Por qué? ¿Cuántos tiene él?
—29...
"Vaya, como yo", pensé. Pero no se lo dije.
—¿Y por qué crees que se opone en realidad? Porque supongo que no te tragarás el cuento de los límites y eso.
—Claro que no... El tema es que Olaia tiene un serio problema con ser el centro de atención, ¿vale? Y tanto Aitor como yo somos las dos personas que más tiempo pasan con ella. Y estoy segura de que le aterra la idea de que podamos dejarla de lado si empezamos a salir.
—Pero si tiene a Tere y a Lin, ¿no?
—No es lo mismo, Benjamín... Laia y yo somos amigas desde que teníamos siete años. A Tere y a Lin las conocimos en el instituto, ¿me entiendes? No quiero decir que a ellas dos no las quiera con toda mi alma, porque te aseguro que daría la vida por ellas, pero el vínculo que tengo con Laia es diferente... Y lo mismo pasa con su hermano; es su mayor confidente, su mejor amigo, su todo.
—¿Y él qué piensa?
—A él se la suda lo que opine Olaia. Pero, claro, él se puede dar ese lujo, yo no...
—¿Por qué?
—Básicamente porque él es su hermano y va a ser toda la vida... Su vínculo es eterno.
—Vale... Ahora lo pillo todo.
—¿Ahora entiendes por qué me enfadé antes? Tanto tiempo haciéndome la puñeta para no me acerque a su hermano, y ahora que... bueno, desvió un poco la atención para otro lado, me viene con todas estas chorradas... ¡Qué rabia, en serio!
Era interesante todo lo que me acababa de contar. Estaba bastante metido en el relato y de verdad quería entender el comportamiento de la pelirroja. Pero algo me faltaba... Ahora sabía que Olaia era una especie de maníaca controladora con alguna especie de tendencia a depender de la gente que la rodea, vale. Y seguramente su odio hacia mí al descubrir que me había acostado con su mejor amiga venía por ahí. Me debía ver como un potencial peligro, como un estorbo en su amistad ideal con Cecilia. Ahora, ¿por qué le había sacado en cara lo de su hermano si así era? ¿Querría hacerla sentir mal para que se pasara otro buen tiempo alejada de cualquier hombre molesto? No podía ser, era demasiado maquiavélica la idea. Una amiga no se comporta así por más apegada que esté.
Y elucubrando me encontraba cuando, de pronto, sentimos venir desde el pasillo el ruido de una puerta abriéndose.
—¿Interrumpimos, chicos? —dijo una cuidadosa Teresa asomando sus castaños cabellos por el arco de madera que decoraba la entrada al salón, casi una hora después de haber salido disparada tras el culo de Olaia.
—Tú nunca interrumpes, cielo —le dijo Ceci, lanzándole un besito en el proceso.
—Vaya... veo que los ánimos han mejorado bastante.
—A qué se deberá..., ¿eh, pillines? —reía Lin, que venía justo detrás—. No podemos dejarlos solos cinco minutos al parecer.
—Te aseguro que si hubiésemos hecho algo se habrían enterado —respondió Ceci, sorpresivamente picarona después de todo lo que acabábamos de hablar.
Sus amigas le hacían demasiado bien.
—¡Oooole, esa Ceci! —festejó la chinita.
—¡Eres de lo que no hay! —la imitó, entre risas, Tere—. Venga, tú. Ven aquí.
Justo detrás de Lin, en silencio y con el ceño fruncido, fue haciendo su aparición muy lentamente la muchacha de los pelos color fuego.
—Vamos —la apremió la chinita ahora—. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—No quiero. Me vuelvo a la hab...
—¡Que vengas aquí, hostia!
Muy a regañadientes y, definitivamente, obligada por sus dos amigas, Olaia comenzó a caminar en dirección hacia donde estábamos Ceci y yo. Una vez se detuvo delante nuestra, agachó la cabeza y suplicó una última vez a Tere con la mirada.
—Si vas a venir con algún tipo de disculpas sólo porque te lo ordenaron las otras dos, puedes darte la vuelta e irte por donde viniste —dijo una muy poco conciliadora Cecilia apenas Olaia hubo hecho contacto visual con ella.
—Pues me voy, ya ves tú —respondió la pelirroja, orgullosa como ella sola.
—¡Olaia! —gritaron Tere y Lin al mismo tiempo, señalando con el dedo en nuestra dirección.
Olaia dio un volteo con los ojos y volvió a girarse hacia nosotros. Esta vez Ceci se controló y no dijo nada. Pero ganas no le faltaban, lo pude notar porque me estaba clavando las uñas en la mano.
—¿Qué quieres? —le dijo, finalmente.
Pero Olaia no contestaba. Parecía una niña de cinco años delante de sus padres debatiéndose entre si debía pedir disculpas o no. Fueron sus amigas las que, cansadas de esperar, arrancaron a hablar por ella.
—Estuvimos hablando un buen rato ahí dentro como bien sabrán —comenzó Tere, lógicamente—, y Olaia nos contó unas cuantas cosas que, palabras textuales de ella, querría compartir con vosotros dos también.
—Antes que nada —participó también Lin—, queremos dejar bien claro que nosotras no tenemos nada que ver, esto es todo iniciativa de ella. Pero como tiene el ego más grande que su bondad, le está costando empezar...
Definitivamente, yo ya no pintaba nada ahí. Más allá de los insultos y todo lo demás, Olaia no me debía ninguna explicación y mucho menos una disculpa. Y no me iba a quedar quieto mirando como esa chica se hacía daño humillándose ante alguien a quien, fuese por la razón que fuese, no soportaba.
Por eso...
—Chicas, creo que yo me voy.
—¿Qué? —dijeron tres voces al unísono.
—Porque esto no corresponde —comencé—. Yo no sé cuánta culpa tendré en todo esto, pero no creo que Olaia tenga que...
—Cállate y siéntate, anda.
En pleno discurso sobre lo que consideraba que estaba bien y lo que estaba mal, Olaia me cortó en seco con un pequeño empujón en el pecho que me hizo caer de culo en el sofá. No dije nada, pero aquello me sentó peor que todos sus insultos juntos hasta la fecha. No se debe interrumpir a un hombre honesto cuando habla.
—¿Te quedó claro, Gandhi? —rio Ceci, volviéndome a coger de la mano.
—¿Otra vez con la puta manita? —se quejó Olaia.
—¿Te molesta? —respondió Ceci, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, me molesta... —suspiró—. Me molesta porque no me gusta que estés tan perdida en la vida.
—¡Vaya! Porque tú tienes muy en orden tus prioridades, ¿no?
—Pues no, no las tengo, pero al menos no voy por ahí tirándome todo lo que se mueve.
—Porque los espantas a todos.
—Pero los espanto adrede, no como tú.
—¿Pero los espanto o me los tiro? ¿En qué quedamos?
—¡Ay, cállate y déjame hablar! ¡Joder!
Era evidente que había buenas intenciones en Olaia, pero, como bien dijo Lin, su ego estaba demasiado inflado como para soltarlo todo de una. Y así lo entendió Ceci también, que le dio su espacio y tiempo para que estuviera segura de qué decir y cómo.
Por eso, cuando estuvo decidida, tranquila y segura, la pelirroja comenzó a hablar.
—Quiero pediros disculpas por mi comportamiento durante todo el día. Sé que no es excusa, pero se mezclaron demasiadas cosas y me terminé haciendo un cacao mental que no os imagináis.
—Diles qué cosas se mezclaron, Oli, no lo dejes a medias —le aconsejó Tere.
—Pues... para empezar, que creía que habías estado teniendo algún tipo de aventura con él a nuestras espaldas...
—¿Qué? —rio Ceci—. ¿Pero qué tontería es esa?
—Déjala acabar —le pidió Tere, que parecía iba a ser la mediadora en todo aquello. Ceci aceptó y calló.
—Ya, ya... Lo sé. Me quedó claro después de escuchar su historia, pero en el momento fue lo primero que pensé.
—Vale, vale... Sigue —la animó Ceci, ahora sí más voluntariosa.
—Entre aquello, los insultos de este en la empresa, el hecho de que tuviera novia y... bueno, lo de mi hermano... Que lo siento, ¿vale?
—Lo de los insultos... —intervine yo ahora, dándome cuenta de que todavía no me había disculpado debidamente por aquello—. No me voy a justificar, pero quiero que sepan que no pienso que sean unas...
—Huecas —terminó por mí Lin, riendo.
—Gracias, Lin —agradecí, con sarcasmo—. No pienso que son huecas, lo que pasa es que llevo estas últimas semanas muerto en vida por todo este tema con mi novia... Y, claro, Clara, que es tan buena, se empeñó en levantarme el ánimo como fuera y creyó que era buena idea llevarme a almorzar con ustedes, cuando yo lo único que quería era terminar mi trabajo, irme a mi casa y dormir hasta el día siguiente, ¿me entienden? Pero no podía decirle que no... ¿Ustedes pueden resistirse a la sonrisa de Clara? Porque yo no —dije, buscando complicidad en alguna de ellas.
Sorpresivamente, las cuatro negaron con la cabeza.
—Imposible —dijo Lin.
—No, qué va, no se le puede decir que no. Es demasiado linda —asintió Tere.
—Pues eso, que llegaba el momento del descanso y tenía que ir con ella sí o sí a escucharlas a ustedes reír, gritar, discutir por sus cosas, mientras yo sentía que mi mundo se estaba derrumbando. Por eso dije aquello en la cafetería, porque cualquier cosa que no tuviera que ver con mis problemas me parecía una tontería. Y por eso también hice enfadar a Clarita, a Lucho, a Sebas, a Lulú, a ti misma, Olaia, porque llevo tantos días viéndolo todo tan negro, que lo único que queda dentro de mí es rabia y ponzoña. Y así estoy ahora, solo, sin amigos, sin amigas, dejando pasar el tiempo porque todavía no tengo el valor de volver a mi casa y enfrentarme a Rocío y al hijo de puta de su amante.
El corazón me latía a mil, mi respiración se había agitado y llegué hasta ver doble por un instante. Pero, cuando terminé de hablar, sentí como si me hubiese quitado de la espalda una carga de diez toneladas. Por fin lo había soltado. Por fin lo había dicho. Aunque fuera delante de esas chicas con las que todavía no tenía demasiada confianza, decir todo aquello me hizo sentir fenomenal, de maravilla. Y no sentía vergüenza alguna. Digo más, podría haber soltado hasta un par de carcajadas de haberme venido un poco más arriba.
Ahora, las chicas, todas ellas, se quedaron alucinando.
—Oye, la que se estaba disculpando era yo, ¿sabes? —rio Olaia de pronto.
—¡Ven aquí, tonto, que te voy a dar un abrazo que te voy a doblar! —gritó Lin, secándose un par de lagrimillas de las mejillas.
—¡Eso! ¡Abrazo grupal! —la siguió Tere, empujando a Olaia hacia nosotros mientras se zambullía encima nuestra.
Ceci reía a carcajada limpia mientras Lin lloraba y Teresa trataba de crear un abrazo más compacto y limpio. Olaia, por su parte, sujetaba mi cara con ambas manos para mantener la distancia conmigo. La escena era tan surrealista que hasta yo me puse reír como un poseso.
Cuando terminamos, cuando Tere por fin se desmontó de la piña y Lin había decidido dejar de llorar, nos dimos cuenta de que había dos que todavía no se habían separado. Y nos quedamos escuchando atentos a sus susurros.
—Gilipollas —decía Ceci, llorando ahora también—. ¿Por qué me haces mierdas como esta?
—¡Porque no sé expresarme, tonta del culo! ¡No sé cómo manejarme cuando me enfado! —respondía Olaia, a lágrima viva.
—¡Háblame, idiota! ¡Háblame cuando te sientas mal!
—¡No puedo! ¡Es más fuerte que yo! ¡Sabes que cuando me meto en un camino, el camino se acaba y yo sigo! ¡Por eso mantuve toda esta mierda hasta el final! ¡Por eso sigo tocándoos los huevos a ti y a Aitor!
Nada más decir eso, Cecilia rompió el abrazo y se quedó mirando fijamente a su amiga. Olaia no podía dejar de llorar.
—Espera un momento... ¿Me estás queriendo decir que...?
—E-En un principio... En un principio no me hacía ninguna gracia la idea... Ya sabes... las dos personas más especiales de mi vida en pareja, dejándome de lado... No podía soportarlo, Ceci... Pero, con el pasar de los días, al verlo a él... Al verlo tan, tan... enamorado, Ceci... tan pero tan enamorado, empecé a ver las cosas de otro modo. Y cuando por fin noté que tu interés hacia él era verdadero, terminé por decidirme del todo.
—¡Hostia puta! —dijeron Tere y Lin, al unísono una vez más, tapándose la boca y flipando como nunca.
—¿Lo dices en serio, Laia? Mira que esto no es ninguna broma para mí —decía Ceci, reflejando en su rostro la seriedad de sus palabras.
—S-Sí, idiota... ¿Por qué te crees que me puso de tan mala hostia verte tan cariñosa con este? Porque sentí como que mi hermano ya no te importaba una mierda... Y, en serio, no hay nada que pudiera hacerme más feliz que tenerte a ti como cuñada.
—Qué tonta que eres, en serio —le dijo Ceci, y volvió a fundirse en otro abrazo interminable con ella—. La de problemas que nos hubiésemos ahorrado si hubieses sido más sincera.
—Ya lo sé... Ya lo sé...
Cuando por fin se separaron, noté como Cecilia se quedaba mirándome unos cuantos segundos. Creo que nadie más se dio cuenta, sólo yo. Y fue un rato bastante largo, tan largo que, sin ninguna razón, decidí apartar la vista y centrarme en los cuchicheos entre Tere y Lin.
Hasta que su voz volvió a atraer la atención de todos.
—Laia..., yo te agradezco que hayas sido tan sincera, pero quiero que sepas que esto no es tan fácil —dijo, cogiéndola de las manos.
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes qué clase de amistad tengo con Aitor... Ya sabes cómo me gusta decirle, ¿no?
—Amistad ideal —rio la pelirroja.
—Exacto, sí. Y una amistad ideal no se consigue de la noche a la mañana..., y menos con un chico, ¿me entiendes?
—Ya... Claro que sí.
—Pues eso... —suspiró, bien fuerte—. Quiero que sepas que no voy a poner en peligro esa amistad por nada del mundo.
Todo se congeló durante unos segundos. Tere y Lin volvieron a llevarse las manos a la boca pero de una forma distinta a la de antes.
—Espera, ¿me estás queriendo decir que...?
—No —la cortó enseguida Ceci—. No saques ningún tipo de conclusión, ¿vale? Lo que te estoy queriendo decir es que voy a dejar que las cosas fluyan, y si lo nuestro tiene que pasar, pasará, ¿entiendes lo que te digo?
—Sí...
—Pero a la primera que note algo raro, algo que pueda amenazar nuestra amistad ideal...
—Vale... Ya —dijo Olaia, cambiando la sonrisa alegre de su rostro por una un poco más... forzada—. Yo sólo quiero que sepas que voy a estar apoyándoos a los dos.
—Gracias, amiga.
"Hostia puta", pensé inmediatamente. ¿Acababa Cecilia de darle calabazas al hermano de Olaia sin siquiera estar el muchacho presente? ¿Había tenido el coraje de hacerlo después de lo bien que se había resuelto todo? No me lo podía creer. Y, lo peor de todo, era que Olaia seguramente había entendido lo mismo que yo, por eso esa tensión, esa incomodidad en el ambiente.
Por suerte, Tere y Lin, que llevaban todo el día un paso por delante de mí, supieron reaccionar enseguida y se abalanzaron riendo y haciendo bromas encima de sus dos amigas, no dejando espacio para más reprimendas ni explicaciones innecesarias. Y yo, sinceramente, se lo agradecí.
Sea como fuere, así fue cómo se terminó de completar el puzle. Ya todo encajaba y tenía sentido. El resentimiento de Olaia, la historia con su hermano, todo había sido explicado y entendido. Y di por hecho que, de esa manera, mis diferencias con la pelirroja habían quedado en el pesado.
Ahora sólo me quedaba lo más difícil de todo: saber qué cojones iba a hacer el día siguiente.
Sábado, 25 de Octubre del 2014 - 01:54 hs. - Benjamín.
Pasaron unas cuantas horas en las que nos dedicamos a apurar todas las provisiones de cervezas mientras nos tragábamos una película romanticona muy mala que había elegido Lin por sorteo.
Los ánimos se habían calmado y ya todo eran risas e insultos a Lin por su pésimo gusto para el cine. Por supuesto, no volvieron a ver roses ni toqueteos furtivos entre Cecilia y yo, ya que la chica decidió irse al otro sofá con Olaia, dejándome a mí entre Teresa y Lin. Y era normal, no podía decirle a su amiga que iba a hacer lo posible para que lo de su hermano y ella funcionara, y luego seguir a los besos conmigo como si nada.
Lo entendía perfectamente, de verdad.
Pero... no sé.
Cuando terminó la película y ya no quedaban más cervezas, la atención volvió a centrarse absoluta y rigurosamente en mí.
—Supongo que vas a pasar la noche aquí con nosotras, ¿no? —dijo Lin, como no, siendo la primera en animarse a sacar el tema que todas querían tratar.
—Ya son casi las dos de la mañana... —añadió Tere—. Será lo mejor, ¿no?
—Quédate, anda... —dijo entonces quien menos me lo esperaba—. No vas a ser más o menos cobarde por dejar pasar un día más.
—Siempre tan cariñosa tú... —le contestó Lin, tras un largo bostezo.
—Pero es la verdad... ¿Quiere pensar que es un cobarde? Allá él. Sólo digo que un día más no va a cambiar nada. Además, a estas horas...
—¡Pues no se hable más! —cerró la chinita.
Ya lo había acordado con Cecilia antes, pero no me hacía ningún daño que esas tres pensaran que me habían convencido ellas.
—Ahora... —continuó la pelirroja—. Tengo una duda... ¿Qué vas a hacer cuando la tengas delante?
—¡Olaia! —gritaron Tere y Lin a la vez.
—¡¿Qué?! Ya que estamos aquí, vamos a echarle un cable, ¿no?
—Tiene razón —saltó entonces Ceci, para sorpresa de todos. Y luego me miró a los ojos—. ¿Qué piensas hacer cuando la tengas delante?
Otra vez me volvía a lanzar esa miradita que no sabía cómo cojones catalogar. A simple vista parecía que estaba seria, pero algo me decía que también había expectación y hasta cierto enfado en ella. Y lo único que podía hacer yo ante eso era mirar hacia otro lado, por ejemplo hacia Olaia misma, que, curiosamente, estaba fulminando con la mirada a Ceci.
—Déjenlo en paz, chicas... No es algo fácil de responder —dijo Tere.
Y tanto que no era nada fácil de responder. Días llevaba haciéndome la misma pregunta. También Luciano, Sebastián y hasta Noelia me habían taladrado la cabeza con ella. ¿Qué esperaban que les dijera?
—Para mí no es tan difícil —prosiguió Olaia—. Llego a estar yo en tu lugar y la mandaba de vuelta con sus padres en menos de lo que dices "guarra".
—Pues sí —adhirió Lin—. Y, de paso, también dejas en la calle al otro cabronazo. Es matar dos pájaro de un tiro.
—Pero dices que te ha hecho un ultimátum, ¿no? —intervino Tere, entonces—. Igual no tienes que hacer nada y se va ella solita sin que la eches.
—Es verdad, Tere. ¡Qué lista eres, cabrona! —festejó Lin—. ¿No te parece una idea genial, Benjamín?
—Pero si el ultimátum se lo mandó ayer y era para la misma noche, panda de subnormales —volvió a añadir Olaia—. Y por lo que dice Benjamín, la tía no tiene los cojones para irse de la casa, que no tiene donde caerse muerta. Seguirá ahí todavía, montándoselo con el payaso ese mientras él está aquí comiéndose la cabeza
—Bueno, la cabeza y alguna que otra cosita... —dijo Lin, señalando a Ceci que, curiosamente, se puso como un tomate—. ¡Se ha sonrojado! ¡Joder, que se ha sonrojado!
—¿Quieres dejarlo ya? —dijo Olaia, fulminando ahora a Lin con la mirada, haciendo que esta callara en el acto.
—Pues yo creo que... —arrancó de nuevo Tere, cambiando de tema rápidamente—. Yo creo que lo mejor es que soluciones esto cuanto antes, Benjamín. Ya que todavía no tienes muy claro qué hacer con ella, por lo menos preséntate en casa y dile cómo está la situación de momento. Y, claro, echa también al otro tío de una vez, jolines.
Todas seguían hablando por mí y se respondían entre ellas como si tuvieran la verdad absoluta, pero todas sus opiniones carecían de ningún tipo de sentimiento. ¿Cómo podía yo ponerme a explicarles a esos cuatro crías, que apenas sabían nada de la vida, lo que era estar sopesando la posibilidad de abandonar al ser humano con el que estabas seguro de que ibas a pasar el resto de tus días? Y con esto no justificaba ni defendía a Rocío, sólo remarcaba una realidad irrefutable: Rocío era mi vida, era el centro de mi sistema solar, ¿tan difícil era de entender aquello? Por más odio que sintiera, por más rabia, por más ganas de destruir al hijo de puta que provocó aquel distanciamiento, no podía imaginarme un futuro apartado de la mujer que amaba.
—Di algo, ¿no? —dijo Cecilia entonces, lanzándome una nueva miradita igualita a las últimas dos.
—Es que no sé qué quieren que les diga...
—¿La vas a mandar a tomar por culo o no? —preguntó Olaia, concisa.
—No lo sé... Todavía no lo sé.
—¿Eres consciente de que esta indecisión te va a terminar jugando en contra? ¿Sabes que así te va a volver a pasar lo mismo que ayer? Vas a pensar que la cosa tiene solución, que la tía va a cambiar y, cuando menos te lo esperes, te la vas a encontrar follándose a otro tío distinto —continuó diciendo la pelirroja, a la que ya no tenía muchas más ganas de seguir escuchando.
—Yo creo que lo mejor es que lo dejemos aquí... —propuso Tere.
—Yo creo que también —adhirió Lin.
Y yo también creía que también. Aquello no iba a llegar a ningún sitio y yo estaba empezando a mosquearme. Sin exagerar, estaba empezando a sentirme igual que con los regaños de Luciano y Sebastián la noche anterior. El alcohol ya se me había subido mucho y podía notarlo, y aquello no podía terminar en nada bueno.
—Pues no —dijo Cecilia, de pronto—. Yo creo que lo mejor es que lo solucionemos todo aquí.
—¿Qué? —dije yo.
—Lo que has oído.
—Estoy de acuerdo —intervino Olaia.
—¿Y cómo se supone que podemos solucionarlo?
—Ya, así —repitió Cecilia—. Dinos aquí y ahora si vas a romper con ella o no.
—Y dale... —dije yo, dejándome caer sobre el respaldar del sofá.
—Benjamín, escúchame —volvió a decir Ceci—. Si sigues así, mañana te inventarás otra excusa para quedarte aquí, o irte con alguno de tus amigos, o perderte en algún antro de mala muerte... Hasta ahora tu mayor problema no es que seas un cobarde, porque para ser cobarde primero tienes que haberte negado a hacer algo, y aquí no tienes nada para hacer porque no sabes lo que vas a hacer. Tu mayor problema es la indecisión, Benjamín. En el momento en el que decidas lo que vas a hacer, el resto vendrá solo... Ya no tendrás miedo de ir a tu casa, ya no tendrás miedo de enfrentar a tu novia, ya no tendrás miedo de nada.
Una vez más, Cecilia reptó por los más recónditos rincones de mi cabeza para luego volver a la luz y sacar a relucir lo que pasaba realmente, porque todo lo que acababa de decir tenía todo el sentido del mundo.
No obstante, seguíamos en las mismas, por mucha razón que pudiera tener, hasta no ponerme de acuerdo conmigo mismo, hasta no poner en orden mis sentimientos, era imposible que pudiera tomar esa decisión.
—Vámonos a dormir, anda —dijo Olaia, resignada, al ver que mi respuesta no llegaba.
Esta vez, nadie se opuso.
Sábado, 25 de Octubre del 2014 - 03:07 hs. - Benjamín.
—Aquí tienes una manta y una almohada, hoy duermes en el sofá —me dijo Olaia, con una sonrisita triunfal, pero con un deje de colegueo que se podía apreciar fácilmente.
—Muy amable —dije yo, con una sonrisa igualita a la suya—. ¿Segura que no las quieres para ti? Porque si vas a usar las mismas que usé yo anoche...
—¡Uhhhh! ¡Lo que le dijo! —decía Lin mientras la pelirroja abría mucho la boca.
—No le hagan caso —dijo una voz que venía desde el pasillo—. Tampoco es que ardiera Troya.
Nada más terminar la frase, Cecilia, que había dejado momentáneamente el salón para preparar su habitación para las cuatro, volvió únicamente para decir eso y buscar su teléfono móvil. Acto seguido, tiró un "buenas noches" sin muchas ganas y volvió a desaparecer en la oscuridad del pasillo.
—¡Toooma! —se burló Olaia con una sonora carcajada—. ¡Para que te bajes un poco del poni, cantamañanas!
Alegre y cantarina, la pelirroja me dedicó un último corte de mangas y se fue a la habitación con su amiga.
—No te preocupes, Benjamín —dijo entonces Tere—. Ya se le pasará. ¡Buenas noches!
—¿El qué se le pasará? —preguntó justo después Lin—. ¡Oye, espera!¡Adiós, Benjamín! ¡Tere! ¡¿Qué cosa se la pasará?!
Nada más desaparecer por el pasillo, escuché un "clic" y las luces se apagaron, dejándome solo y a oscuras en el salón de la casa de Cecilia.
Sin nada más que hacer, cogí la manta con la almohada y me acomodé en el sofá más largo. El día había sido demasiado largo, demasiado agotador y ya me sentía demasiado borracho, por lo que no me costó mucha trabajo quedarme dormido.
Entonces regresé a él, a mi adorado mundo de los sueños, donde mis problemas tenían prohibida la entrada y donde todos teníamos las mismas oportunidades. Aquel lugar donde nadie te perseguía, donde nadie te miraba mal por aferrarte a lo imposible. Un lugar donde podía pensar sin remordimientos en su sonrisa, sus abrazos, sus desayunos antes de irme a trabajar, las cenas cuando volvía... Un lugar donde podía recordar con esperanza y alegría todos esos buenos momentos vividos juntos... Un lugar donde se me llenaba el alma de dicha cuando recordaba el momento en el que le pedí que sea mi novia, o cuando hicimos el amor por primera vez, o cuando escondía la carita en mi brazo cuando veíamos películas de terror...
Clarísimo.
Todos momentos inolvidables que para mí tenían un valor incalculable. Recuerdos maravillosos que ni en cuatro vidas podría olvidar. Puntos claves de mi vida que me habían llevado a ser el hombre más feliz del mundo durante mucho tiempo. ¿Cómo olvidar todo aquello? ¿Qué ser humano en el mundo sería capaz de no valorar tan buenos momentos? ¿Existía alguien así? ¿Había alguien con el corazón tan frío y tan podrido como para olvidarse de algo así?
Sí.
Existía alguien así.
Rocío había sido capaz.
Por eso lo tenía clarísimo.
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