Las decisiones de Rocío - Parte 26.
"No estoy enamorada de ti. Nunca lo estuve ni nunca lo estaré, ¿de acuerdo? No hay ninguna posibilidad de que me pueda enamorar de alguien como tú. La Rocío que te dijo que te amaba era una que se dejó embaucar con tus mentiras y palabras bonitas, pero eso no va a volver a funcionar jamás".
Jueves, 23 de octubre del 2014 - 22:45 hs. - Benjamín.
Risas, música, alcohol, griterío y vecinos llamando a la puerta para que nos callásemos. Algún toque de atención de la policía quizás, o tal vez gritos de la calle invitándonos a irnos a tomar por el culo. ¿Fiesta, desnudos, descontrol y mujeres? Bueno, no lo sé. Probablemente eso ya fuera mucho. El caso era que me imaginaba cualquier cosa para esa noche menos lo que estaba resultando.
—¿Y si nos lo llevamos de putas? —escuché de pronto.
—Pues no sé qué decirte... Igual sería lo suyo.
Dos horas y pico llevábamos en el salón de Luciano. Nada más llegar, cogió tres vasos, abrió una botella de whisky y preparó la PlayStation 4 al grito de "esta noche nos lo vamos a pasar en grande".
Pero, claro, el pobre no contaba con que me iba a venir abajo al primer trago.
—No te dejas ayudar, cabrón. Así va a ser muy difícil.
—Ponme otro vaso y déjame en paz.
—Al final vas a conseguir que te quite la tontería a hostias.
Quizás habría sido la solución. Después de todo los dos llevaban toda la velada intentando animarme de una forma u otra.
Y eso que la cosa no había empezado mal, porque la consola logró mantenerme entretenido más de media hora... El tema es que, entre risas y vaciles por un gol chorrero que me hizo Sebastián, me dio por desbloquear el móvil para ver la hora, y me topé de lleno con un mensaje entero de Rocío que me terminó de hundir por completo.
"Es el último mensaje que te dejo. O das señales de vida esta noche, o te puedes olvidar de mí para siempre".
Con las mismas, Luciano cogió el móvil y le quitó la batería. Pero el daño ya estaba hecho, y por más que lo intentaron, no pude volver a levantar cabeza.
—¿Con "esta noche" qué quiere decir? —dije entonces—. ¿Se refiere hasta las doce, hasta que se vaya a dormir o hasta antes del amanecer?
—Me estás empezando a tocar los cojones, Benjamín —respondió enseguida Luciano—. Nos suda la polla a qué mierda se refería con eso, ¿vale? Aunque te hubiese dado hasta el siete a las siete, se cavó su propia tumba en el momento en el que se atrevió a darte un ultimátum. Aquí el que impone eres tú, no ella.
Por mucha razón que pudiera tener, en ningún momento me imaginé que ella se pondría en el plan de exigir. Dentro de mi cabeza creía que, como cornudo ya más que oficial, ese honor me pertenecía a mí, y que ella a partir de ahí tendría que arrastrarse como una babosa para recuperar mi amor y confianza, si es que a mí me daba la gana darle oportunidad de hacerlo, por supuesto. Pero no, sentía como si ella hubiese tomado la iniciativa y que ya no había manera de que yo pudiera darle vuelta a la tortilla. Y lo peor de todo era que me daba pánico no ser yo el que decidiera si la dejaba o no. Y no por orgullo, más que nada por el miedo a no saber qué era lo que quería yo en el fondo.
Porque sí, todavía no tenía ni puta idea de qué era lo que iba a hacer con nuestra relación.
—¿Y si mañana vuelvo a casa y ya no está? ¿Qué coño voy a hacer con mi vida después?
Debo aclarar que, pasadas ese par de horitas desde que habíamos llegado, ya había más whisky corriendo por mis venas que dentro de la botella.
—Quítale eso, anda —dijo Sebas cuando estaba a punto de rellenarme el vaso por enésima vez.
—Deja de decir gilipolleces, joder —me respondió Luciano arrebatándome la botella de un manotazo—. Eso sería lo mejor que te podría pasar. Ya me dirás tú para qué quieres a esa zorra asquerosa en tu vida.
—Porque la amo, Luciano —dije enseguida, apoyando una mejilla en la mesa y dejando los brazos colgando por debajo—. A pesar de todo, todavía la amo.
—Pues eres más tonto de lo que creía. Y mira que creía que eras tontísimo, ¿sabes?
—Cállate. ¿Qué sabrás tú del amor? —contesté, luego de dar un sonoro bufido.
—Puede que no sepa una mierda del amor, pero sí sé bastante de lealtad y compromiso. Y no, no me mires así. Me acuesto con mujeres casadas porque le imprimen a la cosa ese fuego que las solteras no tienen, básicamente, porque no lo sienten. Y no voy por ahí buscando una en particular, ni me meto en medio de su relación para rompérsela. No. Si una noche me encuentro con una que me atraiga, me le acerco, veo si puede haber tema, y si lo hay me la follo y al día siguiente a otra cosa. Pero mis intenciones no son, ni por asomo, las de robármelas o joderles la pareja, ¿lo entiendes?
Claro que lo entendía, el caso era que ya me había puesto a la defensiva e iba a ser muy difícil sacarme de ahí, por lo menos, esa noche. Ya me hubiese gustado a mí que mi situación fuera una como la que describía él. Pero no, Rocío se había topado con un tipo que justamente era todo lo contrario a lo que acababa de describir Luciano.
—Eres igual que el Alejo este de los cojones. Rompeparejas cabrón. Mamón de mierda.
—Nada... Déjalo —saltó Sebas al mismo tiempo que Luciano ponía cara de resignación—. Ya mañana se le pasará.
—¿Que se me pasará el qué? Tú mejor no me andes juzgando, que a ti también te los pusieron bien puestos, mamarracho.
—Oye, por ahí no vayas, ¿vale? Que si estoy aquí soportando tus tonterías es porque justamente no quiero que termines arrastrándote como hice yo.
—Pues si termino arrastrándome estoy seguro de que no voy a parecer ni la mitad de gilipollas de lo que pareciste tú.
Entonces oí como una silla era arrastrada por el suelo con bastante vehemencia y como otra hacía lo mismo justo a continuación. Supuse que Sebas se había levantado para pegarme y que Lucho lo había interceptado a medio camino.
—Déjame, Lucho. Déjame, que le arreo dos tortas.
—No seas bobo, hombre. Sabes que el Benjamín que conocemos jamás nos hablaría de esa manera. Son el alcohol y el despecho lo que lo están haciendo pensar así.
—No tuviste huevos para pegarle al "amiguito" de la cerda de tu novia, menos vas a tenerlos para pegarme a mí.
Me lo estaba mereciendo, la verdad. Y en el fondo sentía que era lo que realmente quería. Ya que el alcohol no me estaba ayudando demasiado, quizás si uno de los dos venía y me dormía de un golpe, mis problemas se iban a terminar, por lo menos, esa noche.
Pero no, eran demasiado pacientes y buenas personas como para hacerme eso. Bueno, para hacerme eso, pero no como para lo que decidieron a continuación.
—Suficiente —añadió Sebastián tras mi última provocación—. Es evidente que esto nos queda grande.
—¡Que pegándole no vas a...!
—¡Que no le voy a pegar!
Cuando estaba preparado para detonarle el vaso de vidrio en la cabeza, Sebas se detuvo varios centímetros antes de mi posición, exactamente donde con estirar la mano podía llegar a mi teléfono móvil.
—Ey, fantoche, ¡deja eso que es mío! —le dije apenas lo cogió, pero sin moverme de mi inerte postura.
—Cállate, anda. Seguro mañana me lo agradecerás. Oye, esto no va.
—Pues porque tienes que ponerle la batería, comemierdas.
—Que sí, que sí. ¿Te sabes el pin, Lucho?
—Tres, cuatro, cuatro, tres —dije yo, subnormal como pocos habían.
—¡Gracias!
—¿A quién vas a llamar? —preguntó Luciano.
—Ya lo verás.
Inmediatamente pensé en Mauricio, y tuve la tentación de levantarme y pegarme con él para que no lo hiciera. Pero eran tan pocas las ganas que tenía de moverme... Y también tenía muy pocas ganas de pegarme con nadie. Pensándolo bien, gracias si tenía ganas de respirar en ese momento.
—¿Clara? Oye, soy Sebas.
—...
—¡Sí, sí! El mismo. Oye, disculpa las horas y las molestias, ¿pero tú me podrías hacer un favor?
—¡Ey, gilipollas! ¡Cuelga esa teléfono! —dije yo, ahora sí, y contra todo pronóstico, poniéndome de pie.
Luciano se reía en su costado de la mesa, y yo no me podía creer que estuviera llamando a Clara. Quería que me tragara la tierra. Si había alguien que no quería que me viese en ese estado, justamente era ella. Tanto trabajo para limpiar mi imagen, tanto esfuerzo para arreglar todo aquello que sucedió en sus primeros días en la empresa... Todo iba a irse a la mierda si se encontraba con esa versión mía tan asquerosa y lamentable.
—¿Te acuerdas de todo lo que hablamos hoy en la cafetería?
—¡Que cuelgues, joder! —insistí, tratando de gritar, pero sin éxito porque mi voz ya era un hilillo penoso después de tanto lloriquear e insultarme con mis amigos.
—Pues sí, terminó encontrándose con lo peor y ahora está aquí hecho una puta mierda. ¿Puedes venir a echarnos una mano a Lucho y a mí?
—¡No lo escuches, Clara! ¡Yo estoy bien! —seguí diciendo, incapaz de levantar el tono de mi voz.
—¡De lujo! Calle Turro y Pantera número 17, segundo patio, del lado de la sombra.
—Clara... No...
—Eres un encanto. Aquí te esperamos.
Sebas colgó el móvil y lo tiró cerca de donde estaba yo.
—De nada —dijo, sonriente y altanero. Ahora tenía ganas de pegarle de verdad.
—Vete a la mierda. Estás loco si piensas que voy a ver a Clara en este estado.
—Por supuesto que no la vas a ver en ese estado —intervino Lucho de repente.
—Venga, tú levántalo por ese lado.
—Ya está, vamos.
—¿Dónde cojones me llevan?
—Tranquilo, hombre. Vamos a lavarte un poco esa cara y a quitarte un poco el olor a día largo que me traes. Si bien no creo que vayas a tener problemas con llevártela a la cama, queda feíllo follar con esta peste encima.
—¿Que queda feíllo foll...? ¿Que qué? ¡Oigan, suéltenme, hijos de puta!
—Venga, Sebas, tú ve quitándole los pantalones, que de arriba ya me encargo yo.
Viernes, 24 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Rocío.
Abrí los ojos y la luz de la habitación me dio fuerte en las pupilas. No sabía cuánto tiempo, pero me había quedado dormida esperando esa maldita llamada que me trajera algo de certeza.
Me dolía la cabeza, y los ojos, y la garganta, y la panza, y el culo... Y al recordar todo lo que había pasado aquella tarde-noche, me vinieron unas ganas de vomitar que no pude controlar. Salí corriendo al baño y expulsé en varias arcadas continuadas todo lo que debía haber en mi estómago. Me enjuagué la boca en el lavamanos y me dejé caer ahí mismo, junto al retrete, esperando que alguno de mis dolores bajara algo tras haber devuelto. Bueno, y puede que también esperando a quedarme dormida de nuevo. No tenía ganas de nada.
—¿Estás bien, Rocío? —dijo entonces una voz al otro lado de la puerta.
—Vete a tomar por culo de aquí —fue mi respuesta directa, sin pensarlo ni dudarlo.
Y ya de verlo a él, ni hablar. No era un sentimiento muy distinto al asco lo que sentía por Alejo en ese momento. Tampoco al odio. Todo lo bueno que había visto en él durante esas últimas semanas ya no estaba por ningún lado. O sea, no conseguía visualizarlo. Lo único que veía era al monstruo que me había destruido la vida. Al hijo de puta que solito se encargó de separarme de las dos personas más importantes de mi mundo. Y lo que más me jodía de todo, lo que más asco me daba, lo que me resultaba más incomprensible de todo y lo que, justamente, me quitaba las ganas de vivir, era el hecho de sentirme incapaz de salir de ese baño y decirle que se fuera de mi casa y desapareciera para siempre. No podía, por alguna razón no podía. Y la impotencia que sentía por ello me estaba desgarrando por dentro.
—Voy a pasar.
No me dio tiempo a decir nada, Alejo abrió la puerta y se metió en el baño como si no hubiera nadie dentro.
Se sobresaltó al verme tirada junto al inodoro.
—Qué tarada que sos... —dijo al rato, negando varias veces con la cabeza.
Intenté darle con un rollo de papel higiénico en la cabeza, pero lo esquivó con facilidad.
—¿Cómo te tengo que pedir que me dejes en paz?
—Te voy a dejar en paz cuando te vea acostadita en la cama y tapadita hasta el cuello —contestó él, poniéndose de cuclillas a mi lado y mirándome con condescendencia.
—Me vas a dejar en paz el día que no te vuelva a ver la puta cara, Alejo.
—Sí, sí. Tenés razón. Vamos a la cama ahora.
—Vete tú a la cama, cabrón de mierda. Déjame aquí.
—Que sí te dije. Dale, ayudame a ayudarte.
—Cabrón.
Ya no calibraba muy bien. Lo empezaba a notar con cada gilipollez nueva que hacía o decía. El dolor de cabeza era intenso y no me dejaba pensar.
Tuve que tragarme el orgullo y dejar que Alejo me acompañara hasta la cama. Era eso o pasar la noche al lado del váter.
Una vez acostada y arropada, cogí mi móvil de la mesilla de noche y revisé tanto la casilla de mensajes de texto como la de llamadas perdidas. En vano, porque seguía sin haber nada nuevo. Y otra vez me entraron muchas ganas de llorar, porque no sabía qué más escribirle. Ya ni siquiera amenazándolo había conseguido que diera señales de vida. Y la sensación era peor porque la idea me había parecido una mierda desde el principio.
Quería morirme.
Resignada, volví a poner el móvil sobre la mesilla y me puse el antebrazo en la cara para poder llorar en paz y a oscuras.
—Es al pedo que te preocupes por él ahora... —dijo Alejo, que se había sentado al borde de la cama—. Lo más seguro es que haya puesto el móvil en silencio, o que lo haya tirado a la basura... La cosa es que dudo mucho que haya leído alguno de tus mensajes. Ahora debe estar ahogando las penas en alcohol al lado de sus amigos. O puede que trabajando... Y no, ni pienses en que esté con otra. Como no lo droguen, el tipo lo último que va a querer ahora mismo es garchar.
Alejo siguió hablando, sin parar, dándome más razones por las que no debía preocuparme. Como si estuviera preocupado por nuestra relación. Sobra decir que no entendía por qué lo hacía, habiéndome comido tanto la cabeza con que lo dejara y me fuera con él, o con que me ponía los cuernos mientras yo me quedaba sola en casa.
Pero, en fin, ya no me interesaba leer ni averiguar sus intenciones. Por mí que pensara o dijera lo que quisiera.
—Además, todavía no sabés cómo mierda se siente. ¿Te acordás todo lo que hablamos de su trabajo, las putitas estas que le rondaban, las mentiras con los horarios y demás cosas? Capaz se da cuenta lo sorete que fue y mañana vuelve para pedirte perdón él.
—Cállate ya, Alejo... Por favor.
—No, no me callo, porque te veo hundida en la mierda y me da miedo que puedas hacer alguna boludez durante la noche, ¿sabés? Quiero que tengas muy en cuenta que nada está dicho hasta que se dice. O sea, que el tipo todavía no te dejó, y no sabés si te va a dejar.
—Que te calles, Alejo... Por el amor de dios —insistí, girándome hacia el otro lado para darle la espalda.
—Igualmente... ¿Qué se yo...? Aunque decida hacerlo, cosa que todavía no sabemos, todavía me tenés a mí... Creas lo que creas, yo te amo, y lo último que quiero es verte así como estás ahora... Y por mucho que me digas que no me querés volver a ver en la vida, o más cosas feas como las que me llevás diciendo todo el día, yo te juro que...
—Oye —lo interrumpí, y me volteé de nuevo hacia él—. ¿Si me dejo echar un polvo me prometes que te vas a callar?
Se quedó mirándome con el ceño fruncido, como analizando si iba en serio o no. Un par de segundos después, su respuesta fue contundente.
—No.
Me dejó un poco descolocada su rechazo, y también me molestó. Y no, no tenía ganas de follar con él, creo que hasta sobra la aclaración, el tema era que no tenía fuerzas ya para soportarlo. La única forma que se me ocurría para hacer que se callara era ofrecerle mi cuerpo. Y ese rechazo ponía punto final a mi lucha esa noche.
Doblemente resignada, me volví a acomodar como estaba y cerré los ojos esperando ese milagro que me permitiera quedarme dormida aun con Alejo hablando.
—No te ofendas, eh. Pasa que no tengo las pelotas para mucha acción después de la patadita que me metiste...
"Perfecto", pensé. Ya ni aquello de lo que podía sentirme orgullosa iba a terminar jugando a mi favor.
...
Increíblemente, todo lo que hubo a continuación fue silencio. Unos diez minutos seguidos de absoluto silencio. Nunca me lo esperé, y supongo que por eso no pude quedarme dormida, porque esperaba que en cualquier momento se pusiera a hablar de nuevo. Como quien se prepara para lo inevitable y no puede concentrarse en nada más.
Y mientras esperaba con los ojos cerrados y los dientes apretados, sentí como mi lado del edredón se movía.
—Movete. Dale.
Alejo quería acostarse en la cama, y me empujaba con la rodilla y una mano para que le hiciera hueco.
Me moví. Total...
Apenas se acomodó en el lado de Benjamín, pasó su mano libre por encima de mi cuerpo y la posó en mi vientre.
—¿Puedo dormir acá? —preguntó.
—Haz lo que quieras —dije yo.
"¡¿Qué haces, gilipollas?! ¡¿Y si viene en la noche y te ve haciendo la cucharita con el cabrón este?! ¡Mándalo a tomar por culo de tu casa ya, antes de que termine de joder la vida!".
No tenía fuerzas para negarme. No tenía fuerzas para echarlo de mi cama. No tenía fuerzas siquiera para responderle a esa parte de mí que me gritaba desaforadamente que me deshiciera de él. ¿Para qué? ¿Qué iba a lograr con ello? Si mi vida ya había sido destruida. Porque sí, ya sentía que el contador estaba en cero. Benjamín no había respondido ningún mensaje, no había devuelto ninguna llamada, y eran casi las dos de la mañana y seguía sin regresar a casa. ¿Qué esperanza me podía quedar con las cosas así?
Por mí como si se me caía el techo encima.
Alejo se puso a hacer circulitos en mi vientre con su mano, y comencé a notar su respiración justo al lado de mi oreja.
No le di importancia, tampoco reaccioné.
"¡No dejes que te toque, joder! ¡Que te quite las asquerosas manos de encima! ¡Espabila, Rocío! ¡Despierta!".
—Te quiero mucho, bebé...
Tras un breve susurro, Alejo empezó a darme pequeños besos en el cuello. Muy despacio, uno detrás de otro, sin dejar de masajearme la panza. Pero seguía sin moverme un pelo.
"¿De verdad vas a entregarnos a este ser humano despreciable, Rocío? ¿En serio vas a dejar que este ente repugnante controle tu vida?".
Esa otra parte de mí ahora me hablaba con pesar. Con pesar y decepción. Mientras tanto, la mano de Alejo que se movía encima de mi ombligo, había empezado un lento descenso en dirección a mi entrepierna. Cuando se topó con mis bragas, sus dedos hundieron con suavidad esa parte de mi piel y sortearon el obstáculo como si no estuviera. Pero no más de media mano se atrevió a adentrarse.
—¿Sigo? —preguntó entonces.
"Párale los pies, Rocío. Demuéstrale que todavía las llaves de tu vida son tuyas y nada más que tuyas. No dejes que piense que eres de su propiedad. Te lo suplico, Rocío. Te lo suplico".
No lo veía, pero sabía que Alejo me miraba esperando una respuesta. Y no, por más que insistiera, yo no iba a oponer más resistencia esa noche. Estaba más que decidido. Además, sabiendo que no estaba en condiciones de follarme, y después de haberme entregado de tantas formas distintas a ese hombre, muy poco respeto me imponían un par de caricias más, fueran donde fueran.
—Ya te he dicho que hagas lo que quieras.
Tras un casi insonoro "je" y un besito en la mejilla, su mano terminó por meterse de lleno en mi entrepierna.
"Te lo suplico, Rocío... Te lo suplico".
...
"Te lo suplico...".
...
"Te lo...".
...
"...suplico".
...
Y así, después de un interminable mes y medio, mi cabeza volvió a saber lo que era el silencio.
Viernes, 24 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Benjamín.
—Ya te vale, guapa... Un rato más y nos íbamos de putas.
—¡Lo siento, chicos! ¡De verdad! Mis amigos me acaban de liberar recién ahora... Espera, ¿de putas?
—Te está vacilando, Clara... —dije yo, desde el sofá.
Ahí seguía, más deprimido que el carajo, recostado boca arriba en aquel sillón donde a saber cuántas mujeres se había tirado Luciano en él. Lugar en el que, por cierto, pretendían que yo me acostara con Clara esa misma noche. Cosa que, por más ganas que yo quisiera ponerle, se me presentaba bastante complicada. Y no precisamente por mi estado de ánimo...
—En fin... Disculpen, chicos. De verdad —cerró Clara, ignorando mi acotación y dando vuelta la cabeza para volver a dirigirse a Luciano.
—Parece que pasa de tu culo —señaló de inmediato mi amigo.
—¿Qué? ¡No! —dijo enseguida ella, sobresaltada por tanta sinceridad—. O sea... Si he venido por él...
—¡Vaya! ¿Has oído eso? ¡Ha venido por ti, Benjamito! —vociferó él, exagerando cada palabra y mirándome con los ojos muy abiertos.
—Cállate ya, subnormal... Me aburres —respondí.
—Venga, basta —irrumpió Clara de nuevo, con cara de perdida—. ¿Puede decirme alguien de qué va todo esto?
—Pues que este cabronazo lleva toda la noche insultándonos porque la novia le metió un ultimátum.
—¿Un ultimátum? Espera, vamos por pasos, ¿qué sucedió hoy al final? —dijo ella, y se sentó en el sofá frente a mí con cara de interés.
—Pues que se los encontró follando —soltó Lucho, a pelo, provocando perplejidad en el gesto de Clara—. Y vaya suerte, porque de lo contrario habría pasado todo lo que tú dijiste esta tarde. El subnormal se habría pensado que todo había sido un desliz, y la habría perdonado.
—Vete a la mierda, hijo de la gran puta —solté yo, también a pelo.
—Tu puta madre, cornudo cabrón —respondió él, sin cortarse lo más mínimo.
—¿A que te parto la cara?
—¿No tienes huevos de partírsela al tío que se folla a tu novia, y me la vas a partir a mí? ¿No le dijiste eso a Sebas?
—¡Oye! —se quejó el aludido.
—Deja, que me levanto... —mentí yo, haciendo el inútil ademán de incorporarme.
—¡Oigan! ¡Basta ya, ¿no?!
Intenté hacerlo, pero apenas puse el torso en posición vertical, todo me empezó a dar vueltas y el primer vómito de la noche hizo su aparición, concretamente sobre la alfombra del salón de Luciano. Clara, alarmada, se puso de pie enseguida y vino en mi auxilio.
—¡Benny!
—¡Y ahora vas y me potas la alfombra! Tendría que haberte dejado con Pechitos de oro, mamonazo.
—Ya te vale, Luciano... Te estás pasando muchísimo —lo regañó ella, con cierto enfado.
—Llevamos como tres horas merendando insultos por delante y por detrás, tampoco pretendas que no nos defendamos un poco...
—Venga, Lucho... Vamos a la cocina a buscar algo para limpiar esto —dijo Sebas entonces.
—Ven conmigo, Benny. Vamos al baño.
Clara me colocó un brazo encima de su hombro y me condujo hasta el cuarto de baño más cercano que teníamos. Medio torso mío estaba cubierto por una gran capa de vómito que soltaba un olor a cerveza que daba asco. Y hasta que no me senté sobre el váter, no me di cuenta que a ella no le había importado mancharse el vestido con tal de ayudarme a llegar hasta allí.
—Soy un desastre, Clarita... Perdóname —le dije, con una media sonrisa provocada por lo grotesco de la situación.
—Eres un desastre, sí. Pero no tienes que pedirme perdón por nada —respondió ella, con el gesto serio, mientras me pasaba papel higiénico sobre la mancha amarillenta de la camisa.
—Sí, sí... Sí que tengo que pedirte perdón. Por tantas cosas tengo pedirte perdón... Jamás me he portado bien contigo.
Clara se separó un poco de mí y se quedó mirándome. No sé de qué forma, porque había agachado la cabeza. Pero estaba seguro de que me miraba.
—¿Tú crees que ahora estaría aquí si jamás te hubieras portado bien conmigo? ¿Eh?
Levanté la cabeza y ahí la vi, sonriéndome como sólo ella sabía. No estaba muy arreglada, y venía con la ropa del trabajo, pero no necesitaba vivir de gala para deslumbrar con su mera presencia.
No sé por qué. Quizás llevado por ese cautivador resplandor, o quizás fue el alcohol el que me empujó a hacerlo... Lo único que sé es que a continuación me incliné con la única intención de fundir mis labios con los suyos.
—¡Woooow, wow, wow!
Clara se hizo para atrás y me hizo caer de boca contra el suelo del baño. La hija de la gran puta me acababa de hacer la mayor cobra de mi vida.
—¿Estás tonto, Benny? Que acabas de potar, vida mía. Tienes la barbilla bañada en vómito todavía
Inmediatamente se acuclilló y me ayudó a sentarme de nuevo sobre la taza. Y entonces se echó a reír.
—¿Cómo no voy a venir en tu ayuda? Si siempre me regalas situaciones únicas.
—Vete al carajo.
Esta vez me eché a reír yo. Diría que por primera vez en la noche. Y por un momento me olvidé de todo lo que me estaba haciendo mierda la vida. Esa era la mayor virtud de Clara. Ese era su poder. Así de útil me era su mujer siempre.
—No te vayas nunca, Clara. Quédate para siempre conmigo —dije de pronto, sin pensarlo, llevado por todas sensaciones que me estaban acariciando el alma.
Se me quedó mirando de nuevo, esta vez con seriedad, pero también sorprendida. Evidentemente no se esperaba semejante declaración.
—¡Luciano, tráeme una muda de ropa para Benjamín! —gritó de repente, como ignorando lo que acababa de decirle.
—¡No te preocupes mujer, dentro de un rato no la va a necesitar! —se escuchó venir del pasillo.
—¡Trae la puta muda, Luciano! —contestó ella de nuevo, ahora ruborizada por el comentario de mi amigo—. Y tú, desvístete y métete en la ducha. Yo me quedaré por aquí.
Decidí no forzar más las cosas y hacerle caso. Ella se dio media vuelta y me dio una intimidad que no pedí. Lo último que me preocupaba en ese momento era que me viera desnudo. Pero bueno, me metí en la tina y me dispuse a darme ese buen baño que tanto necesitaba desde hace bastantes horas.
—Toma la jodida mud... ¡Pero, joder, Clara! ¡Te hemos dicho que vinieras justamente para que estuvieras con él en momentos así! ¡Métete en la duch...!
Lo siguiente que escuché fue un grito de dolor seguido de un portazo.
—¡Coño, ya! ¡Tanta tontería! —clamó, bastante ofuscada y con el ceño fruncido, mientras se dejaba caer sobre el inodoro—. ¡Y cómo te vuelva a ver por aquí te comes la pastilla de jabón!
No pude evitar reírme mientras me empezaba a frotar el cuerpo. Luciano no daba a basto ese día con tanto rechazo.
—¡Tú deja de reírte, lerdo! ¡Y dúchate de una vez!
La noche iba a ser más larga de lo que me imaginaba.
Viernes, 24 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Noelia.
—¡Llevo más de dos horas aquí haciendo el gilipollas por teléfono! ¡¿Puedes darte prisa?! Se nos acaba el jodido tiempo.
—¡Pero, oye! ¡¿Tú sabes con quién cojones estás hablando?! Vuelve a levantarme la voz de esa manera y te va a ayudar tu gran putísima madre, viejo cabrón.
—¡Basta, compañeros! Recordemos que estamos haciendo esto porque habrá beneficios para todos. Nadie está ayudando a nadie aquí.
—Pues díselo a él, puto negro, que no me deja concentrar.
—¡Que van a venir, joder! ¡Que van a venir!
—¡Cierra la puta boca, viejo gilipollas, que ya lo tengo! ¡Dime el puto nombre ya!
Y de golpe, todo negro.
—¡¿Qué cojones ha pasado?!
—¡Que se ha ido la luz, subnormal de mierda!
—¡Calma, calma! Esto pasa a cada rato. Ahora vengo, voy al sótano a darla de nuevo.
—¿Y por qué no la mandas a ella? Es la única que no está haciendo una mierda. Lleva toda la noche ahí tocándose el coño mientras nosotros nos jugamos la vida.
—¿Disculpa? Que yo estoy igual de expuesta que ustedes.
—¡Tú qué vas a estar! Teníamos las cosas bien planeadas para hacerlas la semana que viene, ha sido a ti a la que le ha salido del hoyo apresurarlo todo.
Llevaba un buen rato quieta escuchando como esos tres anormales se ponían a caldo. Y si no había hecho nada todavía era porque no me habían dejado. Yo simplemente era la inútil que vigilaba la puerta.
—Deja a la chiquilla en paz, Amatista, que si estás a punto de hacerte rico es gracias a ella.
—Cuando me haga rico si quieres hasta le doy por el culo. Hasta entonces no es más que un estorbo en todo esto.
—No le queda nada a un alfeñique cachillas como tú para ponerme un dedo encima a mí. Yo soy más de follarme a hombres de verdad.
—Alfeñique cachillas con un pollón como el que no has catado en tu miserable vida, golfa asquerosa.
—Vale ya... —intervino Ramón.
—¿Me puedes volver a explicar para qué la has traído? ¡Si no aporta nada!
—Pues porque insisitió. Quería ver de cerca bien...
—No le des explicaciones, Ramón. Lo que yo haga o deje de hacer aquí no es problema suyo.
—Pues sí que será problema mío si me voy a tomar por culo de aquí ahora mismo, guarrilla del tres al cuarto.
Aquel hombre que no paraba de insultar a todo el mundo, al parecer, se apellidaba Amatista. Y, según palabras de Ramón, era el único contacto con el que se podía llegar a un acuerdo dentro de esa organización criminal. El otro, el señor de color que acababa de bajar a dar la luz de vuelta, se llamaba Samuel, y parecía ser una persona mucho más razonable que la primera.
No le respondí más. No tenía sentido discutir con un hombre tan inferior a mí. Él se calló también, hasta que, no sé por qué, lo empezaron a asaltar las dudas.
—Vamos a ver si lo he entendido bien, porque todavía hay cosas que no me cuadran... Se supone que nosotros localizamos a este tío... al de la pasma, ¿no? Y le ofrecemos la cabeza del jefe Niang en bandeja de plata, ¿no? —dijo entonces dirigiéndose a Ramón, desviando la mirada luego hacia mí.
—Así es.
—Bueno, más allá de lo del muchacho y tal, ¿cómo cojones estáis tan seguros de que el tío cogerá el dinero sin más? O, no, peor, ¿cómo cojones estáis tan seguros de que no pactará con él para hacerse el picoleto más rico del mundo?
—Porque no le conviene, Amatista... Nosotros sabremos que él se lo quedará, y nosotros sabremos lo que va a hacer con él. Te lo juro, Leandro. No hay nada en el mundo que ese hombre quiera más que ponerle las manos encima.
—Joder... ¿Y el reparto? ¿Estáis seguro de que no se la va a quedar toda para él? —insistió, nervioso. Cada vez me parecía peor idea tener a ese hombre metido en medio de todo.
—Volvemos a lo mismo... Mientras nosotros sepamos todo, el tío va a hacer lo que se le diga que haga.
—Joder, joder...
—Ramón, ¿podemos hablar un segundo? —intervine yo, haciéndole señas con la mano para que se acercara a mí.
—Si quiere un trío me avisas, viejo cabrón —rio el calvo feo, justo antes de sentarse y encender un cigarro.
El sitio estaba totalmente oscuro, pero la luz de la luna bañaba aquella habitación con mucha intensidad. Cuatro rayos plateados entraban por las ventanas de esa primera planta. Primera planta que se suponía era inaccesible para cualquier persona de a pie. Claro, menos para Ramón, Leandro y Samuel, los ejecutores de un plan que, de salir bien, iba a terminar con todas mis preocupaciones.
—Sigo sin confiar en este tío, Ramón —susurré, de espaldas al calvo cabrón.
—Tranquila, cielo. Yo tampoco confío en él, pero te aseguro que haría cualquier cosa por dinero. Y aquí hay mucha panoja en juego, querida.
—No dudo de eso, de lo que dudo es de que no termine cagándola. Míralo, está como un flan.
—Puede ser, pero fue él el que nos trajo hasta aquí, ¿no? Te recuerdo que esta es uno de los centros de operaciones de los nigerianos. Desde aquí es de donde acceden a las bases de datos de las fuerzas de seguridad. Sin este lugar no podrían campar a sus anchas por la ciudad. Mira si no nos hemos colado en un sitio importante...
No me convencía, y mientras le fruncía el ceño para volver a refutarle, Samuel apareció sonriente por las escaleras que daban al sótano. Acto seguido, alzó ambas manos y empezó a levantar los dedos uno por uno hasta que, ¡zas! Se hizo la luz.
Nada más volver la electricidad, Amatista se levantó como una exhalación y encendió el ordenador que descansaba sobre un mugriento escritorio de metal.
—La instalación es viejísima, y no la pueden renovar porque el edificio, supuestamente, está abandonado. Cualquier arreglo que le hagan levantaría sospechas.
—Nos la pela, puto negro. Dame el nombre de una jodida vez.
Ramón sacó una pequeña agenda de un bolsillo y empezó a deletrear en lo que parecía ser alfabeto aeronáutico.
—Mike, India, Romeo, Óscar, Sierra, Echo, Víctor, India, Charlie.
—¿Qué cojones me estás contando, viejo subnormal? —clamó Amatista, sin enterarse de nada de lo que le acababan de decir.
—Joder, sí que eres paleto, ¿eh? ¡Mirosevic! ¡Roberto Mirosevic! Así se llama el guardia civil que estamos buscando.
Un par de segundos después...
—¡Lo tengo! Dirección y número de teléfono. Más te vale que esto no sea en vano, muñeca. Estos negros de mierda no tardarán ni dos días en darse cuenta de que estuvimos aquí.
—Va a valerla, Leandro. Te aseguro que en menos de dos días tú vas a estar perdido en alguna playa del Caribe, Samuel liderando la organización, yo decorando mi nueva casa con mi mujer y... bueno, tú... —se frenó Ramón, mirándome a mí.
—¿Yo? Bueno... Yo simplemente estaré en casa de mi hermana y mi cuñado pasándomelo bien con ellos, como siempre —respondí, sonriente y confiante.
—¡Me la suda también! ¡Ya podemos ir esfumándonos de aquí!
—Deja todo como estaba, Leandro. Hasta la última mota de polvo tiene que estar como te la encontraste.
—¡Que sí, negro asqueroso!
No salimos corriendo, pero si a paso a rápido. Amatista se perdió por un callejón sin despedirse, y Ramón, Samuel y yo nos metimos por otro, dirección al coche que nos había llevado hasta ahí.
—No sé si el Caribe va a estar lo suficientemente lejos para ese hombre, Ramón —dijo Samuel, una vez nos metimos en el vehículo.
—¿A qué te refieres?
—Pues que, una vez llegue al poder, te prometo que no le va a alcanzar el mundo para correr al imbécil ese.
Cerro rio con ganas, Samuel también. Yo me había apoyado en la ventanilla y había cerrado los ojos.
—Un poco más... —susurré para mí misma.
El final de toda aquella historia cada vez estaba más cerca, y yo no podía estar más contenta.
Viernes, 24 de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Rocío.
—¿Así, bebé? ¿Así te gusta?
Alejo seguía masturbándome y hablándome al oído al mismo tiempo. Yo me mantenía inerte, fría, silenciosa. Aun resignada, seguía sin querer darle el gusto de verme entregada. Más que nada, porque me daba mucha rabia verlo tan subidito.
—Estás mojadita, ¿sabés? —me susurró al oído, justo antes de darme un suave mordisco en el lóbulo de la oreja.
—Porque me acabo de duchar —respondí, con displicencia.
—No. Estás mojadita porque antes te quedaste con ganas.
Mientras decía esto, su dedo índice recorría de arriba a abajo mis labios vaginales, deteniéndose cada tanto en la zona del clítoris para darle pequeños masajitos.
—Si no me hubieras dado esa patada, taradita mía, ahora estarías disfrutando como te merecés...
—Qué pena que no pude darte la segunda.
Nada más terminar de decirlo, un dedo se hundió con fuerza en mi vagina.
—¿No te parece que ya va siendo hora de que aceptes cómo son las cosas?
Esta vez su voz sonó más grave. Y me pareció que lo dijo con los dientes apretados.
A continuación, metió otro dedo más dentro de mí.
—¿Y quién te ha dicho que no las he aceptado ya? —respondí, ahogando un poco la voz esta vez, pero igual de entera que antes.
—Tu actitud me lo dice. Por momentos parece que ya está, que por fin te decidiste, y de golpe me salís con una nueva. Y no te das una idea de cómo me rompe las pelotas que seas así.
Esa última frase la volvió a decir con los dientes apretados, y comenzó a mover sus dedos con cierta violencia dentro de mí.
—Me haces daño —protesté.
—Los dos sabemos que te gusta más así —dijo él, y aumentó la velocidad con la que me toqueteaba.
—Tú no sabes nada sobre mí.
—¿Ves? Primero me decís que ya aceptaste como son las cosas, y ahora me salís con que no sé nada de vos.
—Puede que... Ah... Puede que no nos refiramos a las mismas cosas, entonces.
—Eso era lo que quería escuchar.
Alejo retiró sus dedos de mi interior, y se incorporó un poco sólo para obligarme a girarme hacia en su dirección. Primero poniéndome boca arriba, y luego cogiéndome fuerte del glúteo izquierdo para dejarme cara a cara contra él.
No pude evitar desviar la mirada cuando la cruzamos. Si había algo que no podía negar que tenía Alejo, era esa capacidad para ver a través de mí con sólo mirarme a los ojos.
—¿Sabés qué? Creo que voy a probar igual... Tengo las pelotas grises, pero tenerte así de entregada... Uff, no sabés cómo me pone —suspiró, fuerte, devolviendo a la normalidad su tono de voz.
—Haz lo que quieras.
—Sí, eso ya me lo dijiste.
Con una sonrisa burlona, mirándome directamente a los ojos seguramente casi sin pestañar, como esperando a grabar en su memoria ese momento en el que nuestros ojos se encontraran, Alejo levantó mi pierna y la dejó sobre su cintura. Entonces, bajó una mano entre nuestros cuerpos para volver a centrar su atención en mi vagina.
—Bueh, esto ya está más que listo. ¿Voy? —preguntó, de nuevo casi en un susurro. Su voz reflejaba la misma burla que su sonrisa.
—Me da igual.
—¿Eso quiere decir que sí?
—Eso quiere decir que me da igual.
Alejo dejó de tocarme a mí y comenzó a tocarse a él. Ya podía sentir sobre mi estómago la dureza de su pene. Insisto en que todo aquello no me estaba provocando absolutamente nada, pero...
—No voy a hacer nada hasta que no me lo pidas vos.
—Pues vas listo. Buenas noches.
Cerré los ojos, sin convicción, porque sabía que eso no se iba a acabar ahí. Y, porque también... No sé... en ese momento no sabía cómo explicarlo, pero...
—Al final no te fuiste a comprar el test, ¿no? —dijo, de golpe, sin venir a cuento.
—Te he dicho que ese problema ya no es tuyo.
—El padre soy yo. Por supuesto que es problema mío.
—El padre es Benjamín. Tú no eres nadie.
—¿Vas a aceptar las cosas de una vez cómo son o no? Cuidado ahí abajo...
Juro que no entendía nada, prometo que no sabía el porqué. Quería, pero no podía. No le encontraba explicación... De pronto me encontraba abrazada a su cuello, con mi pecho pegado al de él, con nuestros vientres aprisionando su pene con mucha fuerza. ¡Pero aquello no me provocaba absolutamente nada!
—Tu aliento quema, Rocío... ¿Sabías?
—Y el tuyo apesta.
—No parece que te desagrade mucho.
—Pues sí que lo hace. Me desagrada mucho. Así que date prisa.
—¿Que me dé prisa con qué?
—Haz lo que tengas que hacer.
—¿Y qué tengo que hacer?
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
—¿Qué? ¿Qué cosa? No caigo.
No estaba para sus tonterías. Yo misma cogí su polla y me la enterré sin contemplaciones en el centro del coño. Y me volvió el alma al cuerpo cuando la sentí profanando centímetro a centímetro mis profundidades.
—Aaahhh... Sí...
—¡Ah! ¿Era eso? Me lo hubieses dicho, boludita...
—Hazme correr, Alejo... Hazme correr y luego haz lo que quieras conmigo.
—¿Lo que quiera?
—Lo que tú quieras.
—Te tomo la palabra.
Me esperaba que me empotrara contra la cama y empezara a darme hasta conseguir lo que necesitaba. Sin embargo, parecía que el dolor de huevos era más real de lo que yo creía.
—Dejame a mí —dijo—. Vos no hagas nada.
Cogiéndome el culo con las dos manos, empezó un mete y saca que me sabía a muy poco. A poquísimo. Me sentía inquieta y nerviosa, y tuve que ponerme a darle mordiscos en la oreja, en el hombro y en cualquier trozo de pie que me encontrara en el camino. La impaciencia iba en aumento al no apreciar ningún tipo de avance en sus formas. Y él lo empezó a notar.
—Tranquila, tranquila... Estoy tanteando. No te das una idea de lo que me duele.
¿O...? ¿Y si...?
—¡Eh! Esperá. ¡¿Qué mierda hacés?!
En un arrebato de locura, llevé una mano a mi trasero y palpé la zona hasta que di con ese bultito mullidito que tantas complicaciones le estaba trayendo a Alejo.
—¡Rocío! ¡La puta madre que te parió!
Lo cogí con fuerza y, sin soltarlo, comencé a subirme sobre el cuerpo de Alejo, obligándolo en el proceso a ponerse de espaldas contra la cama. Así, montada sobre él y con la mano apresando firmemente la bolsa de sus pelotas, esta vez sí que me atreví a mirarlo fijamente a los ojos.
—Te he dicho que me hagas correr. Y de esa manera va a ser muy difícil que me hagas correr.
—¡Rocío, bajate o te juro que...!
El resto de palabras las ahogó en cuanto apreté un poquito más esas inflamadas pelotitas. Su cara había perdido todo tipo de emociones. Miraba al techo con los ojos muy abiertos y los labios hundidos dentro de su boca.
—Si no te resistes, vamos a terminar más pronto de lo que te imaginas.
Sólo un poquito, no mucho, pero bajé la presión lo justo para que pudiera follarme sin inconvenientes. Bueno, eso iba a ir viéndolo a medida que avanzara la cosa, pero me parecía que de esa manera todo iba a ir bien. Mucho mejor si Alejo seguía así, tieso, sin molestarme durante todo el polvo.
Empecé a moverme muy despacio, rítmicamente sobre su miembro, con una mano sobre su pecho y la otra detrás, ya saben dónde. Su gesto ahora era distinto, me miraba con cara de enojado y con algo de impotencia, pero no parecía del todo incómodo. Y yo ya no esquivaba la mirada. Estaba atenta a él mientras la velocidad de mis meneos iba subiendo. Sin ningún tipo de emoción reflejada en mi gesto, eso sí, salvo las obvias provocadas por los placeres de la follada.
—¿Sabés que esto no va a quedar así?
—...
—Ignorame lo que quieras, pero al final siempre termino vengándome.
—...
—Cuando terminemos solos, en una pensión de mala muerte y... Uff... Y sin una mierda que llevarnos a la boca, tu único consuelo cada mañana va a ser el de poder enterrarte mi verga en la concha... Y... Uff... Te prometo que vas a tener que trabajar muy duro para conseguirlo.
Llegó el punto en el que dejé de escucharlo. Ya me revolvía sin parar montada sobre su polla. Estaba tan grande y gorda que incluso sentía como palpitaba dentro de mí, y eso me ponía loca, loquísima. Era esa cosa única que tenía el hijo de la gran puta de Alejo. Lo que no llegaba a provocarme Guillermo, ni mucho menos Benjamín con su pequeño pene.
—Te voy a poner a trabajar de puta, Rocío... ¡Ahhh! ¡Carajo! Quiero que lo sepas desde ya. Cuando el cornudo de tu novio te dé la patada en el orto, no pienso quedarme en la pobreza por tu culpa... Uff... Vas a trabajar de puta y me vas a mantener hasta que me canse de vos.
Sin soltarle los testículos, hinqué la rodilla derecha sobre la cama y flexioné la otra dejando la planta del pie apoyada sobre el colchón. Tenía que hacer un poco más de esfuerzo en esa posición, pero de esa manera podía subir un poco más antes de dejarme caer sobre toda la altitud de la polla. Y juro que valía totalmente la pena el derroche de energías.
—P-Puede ser que ocurra todo lo que dices... —dije, entonces—. Pero no te creas que va a ser todo tan fácil... Joder... ¡Dios! No te creas que va a ser todo tan fácil para ti. Vamos a tener hijos, y no sólo yo me voy a deslomar para darles la mejor vida, tú también lo vas a hacer. Y me voy a encargar de que así sea. Te lo juro por mi vida.
Fue un momento solo el que me descuidé, pero aprovechó esa milésima de segundo para zafarse de mi agarre y, con las mismas, tumbarme sobre la cama sin sacarme la polla de dentro.
—¡AAAAAHHHHH!
Alejo pegó un grito feroz que resonó por toda la habitación. Acto seguido, y con la violencia propia de alguien que ya no tenía control sobre su juicio, se inclinó sobre mí y me estampó un morreo que me fue imposible rechazar, o siquiera corresponder, porque ahí sólo había lugar para la voluntad de su propia boca. Y, sin apiadarse ni una pizca, acomodó bien su pelvis entre mis piernas y comenzó de nuevo a follarme con tal ímpetu que me obligó a sujetarme al respaldar de la cama para no golpearme contra él.
—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh!
—¡AAAAAHHHHH! ¡AAAAAHHHHH!
Y me corrí. Me corrí con muchísima fuerza. Clavé mis uñas en su espalda, mis dientes en sus labios, y me entregué a aquel espectacular placer que sólo él sabía darme. Y lo siguiente que sentí fue un torrente hirviendo llenarme por dentro. Un grito ahogado de Alejo y un último empale que me hizo quedar casi sentada en el colchón mientras una cantidad interminable de semen se vertía en las profundidades de mi cuerpo.
Sudados, exhaustos, deshechos, pero complacidos y en el cielo, quedamos abrazados sobre el respaldar de madera de aquella cama que yo misma había ido a comprar con Benjamín a los pocos días de habernos mudado a ese apartamento. Fueron, tranquilamente, diez minutos los que permanecimos así, jadeando y recuperando la respiración poquito a poquito. Dejando que las fuerzas volvieran a nuestros cuerpos para poder volver a movernos, regodeándonos en todo el gozo que acabábamos de saborear. Y pensando qué sería lo que le diríamos a continuación al otro. Aunque, eso, por mi parte, ya lo tenía más que claro.
—Vete a tu habitación. Ya has cumplido aquí.
A duras penas, Alejo se quitó de encima mío y se recostó a mi lado ignorando mi petición. Me dio igual, sinceramente, porque la noche ahí no la iba a pasar se pusiera como se pusiera.
—Ro... —dijo, con dificultad, unos segundos después.
—¿Qué quieres?
—Sabes que no es verdad todo eso que te dije, ¿no? Lo de que te voy a hacer trabajar de puta y todo eso...
Lo miré con seriedad, pero enseguida me salió una carcajada que no pude contener. Me parecía muy cómico que reculara de esa forma tan cobarde a esas alturas del partido.
—¿Sabes qué, Alejo? Lo que te he dicho yo... es todo verdad —dije entonces, poniéndome seria.
—¿Cómo?
Intenté acomodarme un poco, pero no tenía fuerzas para nada más. Así que así me quedé, apoyada sobre el respaldar, desnuda, con las piernas abiertas de lado a lado y con una buena cantidad de mousse blanca chorreando de mi rajita hacia fuera.
—Cuando me has preguntado que cuándo iba a aceptar las cosas como son... era cierto que ya las he aceptado.
—Sí, pero lo que yo quería decir era...
—No, no... Espera. Las he aceptado tal cual son, ¿sabes? No sé si será todo esto del sexo... Si me vuelve loca tu polla o la manera en la que follamos... No sé si será por algún fetiche raro que cogí de ponerle los cuernos a Benjamín... No sé qué será, sinceramente... El caso es que he aceptado que ya no puedo renunciar a esto, ¿vale? Me he vuelto adicta.
Se venía. Se venía y ya no había vuelta atrás.
—Rocío... —dijo él, como si estuviera viendo a Jesucristo.
—Amo a Benjamín con toda mi alma, Alejo. Benjamín es el hombre de mi vida y el único que puede darme un futuro digno. Estoy segura de que a su lado jamás me va a faltar de nada y que todo va a ser increíblemente fácil. Cuando imagino mi futuro, siempre me veo a su lado, a su lado y con muchos niños. A veces jugando en un parque, otras en la playa, otras simplemente en una casa grande haciendo vida de familia... Y cuando me da por imaginarme esas cosas, el corazón se me llena de alegría, y felicidad, y amor, y ternura... Pero...
Sentí como varias gotitas empezaban a resbalar por mi mejilla mientras miraba a la nada rememorando todas aquellas imágenes con las que llevaba años decorando mi paraíso personal... Y sentí como mi pecho me pedía expulsarlo, como mi cuerpo hacía fuerza para largarlo, para encontrar esa tranquilidad que por fin trajera paz a mi vida... Esos paisajes de lugares que nunca había visitado, de niños que todavía no conocía, de escenas que aún necesitaba experimentar... empezaron a esfumarse de mi cabeza a medida que iba pronunciando las siguiente palabras.
—Pero, después de todo lo que he hecho, después de todo el daño que he causado, no me merezco un futuro así... Por eso te elijo a ti, Alejo.
Su cara se transformó. No sé qué pasaba por su mente, pero sí que se notaba que no se esperaba semejante declaración. ¿Sorpresa? ¿Alegría? ¿Victoria, quizás? Aunque probablemente fuera una mezcla de las tres.
—Ya está más que decidido... Me he vuelto adicta a... a esto que tú me das... Y me doy tanto asco, me repugno tanto a mí misma, que no quiero que alguien tan bueno como Benjamín esté con alguien como yo.
Paisajes que nunca iba a visitar...
—Es más, ahora mismo todo esto me suena a excusa incluso a mí misma, ¿sabes? Como si me estuviera justificando con toda esta mierda solamente para quedarme contigo, para poder volver a sentir tu polla dentro de mí, para poder volver a revolverme sobre ti, para poder volver a sentir ese gustito tan bueno que me da cuando te corres dentro de mí... Me doy mucho asco...
Niños que nunca iba a conocer...
—Pero es que así es como lo siento, de verdad. Suena a excusa, ya sé que suena a excusa, pero así es como lo siento: no me da la gana que Benjamín esté con alguien como yo. Yo me merezco sufrir a tu lado, llenarme de hijos a tu lado, pasar miserias a tu lado, que todo sea difícil a tu lado... Después de todo lo que he hecho, no merezco ser feliz, ni mucho menos pasar una vida pacífica y tranquila.
Escenas que jamás iba a experimentar...
—No sé lo que va a pasar mañana si te soy sincera... No sé cómo va a terminar todo cuando vea a Benjamín y le cuente toda la verdad. Porque sí, Alejo, pienso contarle toda la verdad. Y después voy a poner la mejilla para que reaccione cómo le dé la gana. Y tú vas a hacer lo mismo, ¿vale? Vas a dar la cara junto a mí y luego nos vamos a ir de la manita.
Alejo parecía incapaz de articular palabra. Por momentos parecía que iba a decir algo, pero terminaba dejando la misma cara de idiota. Y yo, a pesar de mis lágrimas, a pesar de mi tranquilidad, por dentro ardía. Ardía de odio por estar dándole la victoria a una persona que no valía ni un codo de Benjamín.
Pero así eran las cosas. Así las había asumido. Mis decisiones, las decisiones de Rocío, me habían conducido a ese final.
—Te amo, Rocío —dijo, al fin—. Te amo con toda mi alma. Hoy es el día más feliz de mi vida. Te prometo que te voy a hacer la mujer más feliz del mundo.
Me quedé mirándolo con algo de incredulidad. ¿Había escuchado todo lo que le acababa de decir? ¿Había puesto atención? Su cara me decía desde el principio que muy afectado no estaba por decirle indirectamente que era una mierda de persona y que a su lado no me esperaban más que angustias, pero de ahí a responderme eso y quedarse tan pancho... No entendía nada.
—¿Me estás vacilando? —le pregunté.
—¡No, no! ¡Te escuché perfectamente! ¡Y te voy a demostrar que nada de lo que te esperás va a ser cómo te pensás! ¡Estoy preparado para darte la vida que te merecés!
Suspiré, y le dediqué una mirada de hastío que me salió de muy adentro. Deseaba de verdad que supiera ver a través de ella como en tantas otras ocasiones.
—Alejo... ¿puedes parar de una vez? —dije, más decidida que nunca—. No quiero que sigas pensando que soy una idiota que no se entera de nada, ¿vale?
—¿Qué? No, no... Te estoy diciendo la ver...
—Para... Para ya, por favor... Para ya con esta farsa, Alejo... No tienes que seguir haciéndote el chaval enamorado... Todo eso hace tiempo que sobra mucho, ¿te enteras? Soy muy consciente de la clase de persona que eres en realidad... Eres un despojo, Alejo. Eres un ser despreciable al que sólo le importa lo que le pase a él a nadie más que él. ¿Dices que me amas? ¿A quién va a amar tú? Si me amaras no me habrías hecho pasar por este calvario. Si me amaras no me habrías convertido en esta basura que soy ahora...
Otra vez esa cara de idiota provocada por la desorientación. Era evidente que no se esperaba verme tan abierta, tan dispuesta a soltar verdades sin parar... Para él seguía siendo la putita sumisa que iba a asentir todo sin rechistar.
Me seguía ardiendo todo por dentro... Pero, al mismo tiempo, me sentía fenomenal por ser capaz de plantarle cara sin que nuestros genitales estuvieran de por medio.
Y, aun así, el cabrón seguía teniendo los santos cojones de seguir intentando verme la cara de gilipollas.
—Dale... Dale, Ro... Vení, vení conmigo.
Se acercó y me abrazó. Me puso las manos en la nuca y me hizo apoyarme sobre su pecho.
—Tranquilita, ¿sí? ¿Sentís lo rápido que me late el corazón? Es por vos... Es por lo que provocás en mí. Esto es amor, Rocío... Te aseguro que es amor.
Me quedé quieta, apoyada sobre él, escuchando atentamente cada palabra que expulsaba de su boca
—Vamos a tratar de acordarnos de todos los buenos momentos que pasamos juntos, Ro... ¿Te acordás de cuando nos abrimos? ¿Te acordás de cuando me dijiste que me amabas? Ahí arrancó todo, mi vida... Ahí me hiciste empezar a creer a que era posible... Ahí decidí que no me iba a rendir... Por eso no me fui, por eso no paré hasta que terminé de conquistarte...
Yo escuchaba en silencio.
—Ahora me decís todas estas cosas feas como efecto de todo lo que viviste estos últimos días... Pero vos misma lo dijiste: son excusas, ¿no? Vos sentís por mí lo mismo que siento yo, y dentro de poco te vas a terminar dando cuenta. Yo te voy a ayudar a que te des cuenta. Y te vas a olvidar de Benjamín, porque vamos a crear la familia más bonita del mundo...
Hasta ahí.
—¿Has acabado?
Sin aviolentarme, sin alterarme ni emitir ningún sonido de más, me aparté de él y le volví a dedicar una nueva mirada de hartazgo.
—Alejo, escúchame, pero escúchame bien, ¿vale? No estoy enamorada de ti. Nunca lo estuve ni nunca lo estaré, ¿de acuerdo? No hay ninguna posibilidad de que me pueda enamorar de alguien como tú. La Rocío que te dijo que te amaba era una que se dejó embaucar con tus mentiras, engaños y palabras bonitas, pero eso no va a volver a funcionar jamás, ¿me entiendes?
—P-Pero...
—Nada... Pero nada... Ya hemos hablado suficiente. Mañana va a ser un día muy largo y necesito estar descansada para afrontarlo... Ya te puedes ir.
Con algo de dudas, Alejo se levantó de la cama y recogió su ropa del suelo. Antes de irse, se volvió hacia mí e hizo amago de acercarse para despedirse con un beso, pero finalmente reculó y empezó a caminar hacia la puerta de la habitación.
—¿Estás segura de que querés que las cosas sean así a partir de ahora? —dijo, cambiando totalmente el semblante en un sorprendente y burdo intento de intimidación.
—¿Vas a ser tú mismo a partir de ahora? —retruqué yo, para nada afectada.
—Contestame a lo que te pregunté.
—¿Vas a dejar de intentar verme la cara de gilipollas?
—Contestame a lo que te pregunté.
—Hasta mañana, Alejo.
—Hasta mañana, Rocío.
Una vez cerró la puerta, me acosté en el lado limpio de mi cama, me tapé hasta el cuello y cerré los ojos deseando que la espera del sueño no me torturara mucho más de lo que me lo merecía.
Después de todo, sabía que, seguramente, esa era mi última noche durmiendo en esa cama.
Viernes, 24 de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Benjamín.
Descripción de la escena: Sebastián y Luciano jugando a la play, borrachos, sin camiseta ambos, riendo y gritando como dos subnormales. En el sofá de en frente, sentados Clara y yo, serios, cabizbajos, hartos los dos de tanto ruido insoportable a nuestro alrededor.
—Clara... Vete a tu casa. Esto va a seguir así toda la noche —le dije, sin molestarme siquiera en abrir los ojos.
—He venido aquí para animarte... Y está ocurriendo todo lo contrario. No me pienso ir dejándote con esa cara, Benny.
—Pero si estoy mejor que antes... Me hizo bien verte. Me hiciste reír y me ayudaste a reponerme un poco.
—Y también te hizo una cobra —señaló Sebastián.
Miré a Clara de forma fulminante.
—Se me escapó, je —rio, inocentemente.
—Pues les has dado material para que se metan conmigo durante un año.
—Dos —me corrigió Luciano—. Como no te líes con ella esta misma noche, de los dos años no bajas.
Ninguno de los dos respondió. Y ella agachó la cabeza, avergonzada.
—¡Venga ya, Clara! —exclamó Lucho de nuevo—. ¡Que tenemos una edad!
—La edad la tendrás tú, cabrón. Que ella tiene veinte y pocos —intervino Sebas, a carcajada limpia.
—Con veinte y pocos ya se tiene una edad, capullo.
—¡Se tiene una edad, pero no se tiene una edad de esa manera que tú dices!
—¿De qué cojones me estás hablando? Si tiene una edad es que tiene una edad. Da igual para qué.
—¡Pero tú dices que tiene una edad como quién dice "joder, que tiene una edad"!
—¡Porque tiene la jodida edad!
Sin más, Sebas le soltó una bofetada a Luciano que nos dejó de piedra a todos.
—¿Me acabas de dar una torta? —preguntó Luciano.
—¡Sí! —contestó Sebas.
Ni dos segundos después, otro estruendo hizo temblar medio salón.
—¡La mía no fue tan fuerte, cabronazo!
—¡Te jodes! ¡De toda la vida el que da segundo, da más fuerte!
¡Plas! Otro cachetazo por parte de Sebas, y luego otro de Luciano, seguido de uno nuevo de Sebastián, terminando con uno bueno de Lucho que impactó más en la sien que en la propia cara.
—¡Basta! ¡Estamos en paz! —propuso Sebas.
—¡De acuerdo! Además, creo que voy a echar la pota...
¡Zasca! Un nuevo tortazo de Sebastián que tumbó a Luciano de costado, que no pudo aguantar más y terminó vomitando sobre el parqué del salón.
—Y luego me decías a mí —dije yo, riendo, mientras mi amigo se retorcía en el sofá.
—Más te vale que lo dejes follarte hoy, bonita... Porque otra noche como esta no la voy a soportar...
—Venga, ven aquí —se levantó Sebas para socorrerlo—. Yo seré tu Clarita esta noche.
—Entonces ve preparando el culo, porque quiero una imitación fiel y leal de la chica.
—Pues si quieres una imitación fiel y leal, ve preparando el culo tú, porque según me han dicho la chica es del estilo 'dominátrix'.
—¡Y una polla!
—Sí, sí. Una polla es lo que te vas a comer.
—Te voy a meter otra hos...
Lucho no pudo terminar la frase porque tuvo que salir corriendo al baño para no seguir ensuciando el bonito suelo de su living. Sebastián salió corriendo detrás de él a carcajada limpia.
—¿'Dominátrix'? —dijo Clara entonces, mirándome con las cejas un poco arqueadas—. ¿Y tú qué les has dicho sobre mí?
—Se me escapó, je —respondí, imitando la misma carita que había puesto ella unos minutos atrás.
—¡Te vas a enterar!
Entre sonoras risas, Clara se abalanzó sobre mí y se puso a hacerme cosquillas en la zona de las costillas y también por el estómago. Yo no me quedé atrás y respondí de la misma forma. Como buena señorita de bien, ella terminó más afectada que yo, y empezó a retorcerse en el sofá mientras mis manos la castigaban sin piedad.
—¡B-Basta, capullo! ¡Suéltame! —reía ella.
—¡Oblígame! ¡Venga!
No sé cómo lo consiguió, pero logró empujarme y hacerme caer de espaldas sobre el sillón. Sin pensárselo dos veces, aprovechó ese momento de duda para subirse a horcajadas sobre mí y volver a agredir el costado de mi panza.
—¡Cabrona! ¡¿Cómo cojones tienes tanta fuerza?! —me quejaba yo, aunque sin poder parar de reír.
—¡No sabes con quién te has metido!
Clara siguió con sus cosquillas, pero en un momento perdió el equilibrio de una pierna y, entre eso y que yo seguía forcejeando para liberarme, su cara terminó casi pegada a la mía.
Muy conveniente, ¿no?
Mis instintos y la situación misma me instaron a echarme para adelante y buscar sus labios de nuevo, pero la sinvergüenza me volvió a hacer la cobra.
—¡Estás pesadito con los besitos, ¿no?! —se quejó ahora ella, retomando la compostura y volviéndose a sentar en su lado del sillón. Eso sí, riendo todavía.
—Ya van dos... A la tercera me voy a deprimir —sonreí yo también.
—Pues fíjate si te la quieres jugar —prosiguió ella, tan coqueta como siempre.
—Ya no tengo vómito en la barbilla... ¿Cuál es tu excusa ahora?
Clara desvió la mirada y se puso seria de repente, acabando con ese ambiente de cachondeo tan cómodo que se había formado.
—No quiero que sea así, Benny...
—¿Así? ¿Así cómo?
—Así... De esta manera... No soy un trozo de carne.
—¿Qué? Joder, Clara... Sabes de sobra que no te veo así...
—Pues así es cómo llevan haciéndome sentir desde que entré en esta casa.
—Eso es cosa de estos dos gilipollas... Si yo ni siquiera quería que vinieras... No para verme en este estado tan lamentable...
—Eso dices, pero no paras de intentar besarme... Y me desconcierta un poco, porque llevas tiempo evitándome y de repente hoy ya me has intentado besar tres veces. Y en la primera tuviste éxito porque... pues porque no sé.
Por momentos me miraba, pero después desviaba la mirada con cierto deje de vergüenza. Era como un quiero y no puedo. Y sí, en el fondo tenía razón, mis últimos acercamientos a ellos no estaban teniendo mucho sentido. Aunque, tampoco sabía qué esperaba estando mi vida cómo estaba en ese momento...
—No te ofendas, Benny... —volvió a hablar—. Pero me huele a despecho... Y... justamente después de ese beso... lo pensé bien y... decidí que no quiero ser el segundo plato de nadie...
Ahora miraba hacia abajo mientras jugaba con sus dedos, y su voz sonaba muy bajita. Irradiaba lástima por todos lados. Aun montada sobre mí, con sólo nuestros pantalones evitando que nuestros genitales hicieron contacto, la cabrona se las ingeniaba para irradiar lástima con su carita acongojada y sus ojitos semicerrados.
—Vale, que sí, soy un asco de persona. Tienes razón y lo acepto.
—¿Qué? ¡No! No volvamos de nuevo con eso... Yo entiendo perfectamente que estás en un momento de tu vida en el que no puedes controlar ciertas cosas... Estás vulnerable y no puedes evitarlo. Y más difícil se te hace si te me planto yo delante, que estoy buenísima, ¿me sigues?
Ahora Clara rio y me guiñó un ojo. El control de emociones lo llevaba ella, y yo me dejaba guiar sin ningún tipo de queja.
—Sí, sí que lo estás... Mucho más que ella ...
La sonrisa le desapareció de la cara de forma fulminante. No había atinado con ese comentario, y no dudó en hacérmelo saber.
—¿Podrías tratar de no hacer ese tipo de comparaciones? De verdad te digo que no quiero ser el segundo plato de nadie.
—Pero... en este caso serías primero, ¿no? Dije que estás mucho más buena.
—Sí, pero no. Porque instantáneamente piensas en ella, y eso al revés seguro que no va a pasar nunca. Eso me convierte automáticamente en segundo plato.
—¿Y qué pretendes? ¿Que me olvide de ella de la noche a la mañana?
—No, pero tampoco tienes por qué ir jugando conmigo mientras pones en orden tu cabeza.
Dicho eso, se bajó de encima mío y se sentó en un costado mirando hacia otro lado. Ahora estaba enfadada.
—Oye, Clara... Te recuerdo que yo no fui el que comenzó todo esto, eh. Tú te acercaste a mí a pesar de que te dije mil veces que tenía novia y que no quería saber nada de ti.
Se dio la vuelta y volvió a mirarme, esta vez con sorpresa. No se esperaba que le mencionara ese pasado que ambos creíamos estaba más que enterrado. El caso era que, claro, quería dejarme guiar, pero tampoco iba a tolerar que todas las culpas cayeran sobre mí.
—¿Por qué sacas eso ahora? Ya te he pedido perdón por todo aquello. Creía que esa página ya estaba pasada.
—Está pasadísima esa página, pero tampoco me vengas ahora con la del "segundo plato" como si tú nunca me hubieses tratado a mí de la misma forma.
—¿Y cuándo te he tratado yo a ti de segundo plato? Si te he dicho que me acerqué a ti justamente para que fueras el primero —dijo entonces, alzando un poco la voz y terminando de crear un ambiente mucho más caldeado que el anterior.
—No digo que me trataras de segundo plato, pero tampoco es que tu coqueteo fuera simple e inocentón, ¿me explico?
—¿Vas a seguir con eso? Porque cojo mis cosas y me piro, ¿vale?
Repito, quería dejarme guiar, pero el alcohol volvía a vibrar dentro de mí, y esas ganas de guerra volvieron a aflorar como cuando me puse a insultar a Sebastián y Luciano.
No, no tenía ningún sentido, pero no era yo mismo, y Clara había hecho que mi indignación con la vida volviera a salir de la cueva.
—Claro, a la señorita le cuentan sus verdades y ya amenaza con irse, ¿no?
Su cara de indignación ya era evidente.
—¿Cuáles verdades? ¿Qué tiene que ver todo esto con que me hayas llamado para follarme y que a mí no me dé la gana darte el gusto?
—¿Cómo? ¡Que ya te he dicho que yo no quería que vinieras! ¡Si necesitara alguien para echar un polvo a la última persona que habría llamado es a ti!
—¡Entonces deja de comportarte como un capullo!
—¡Deja tú de comportarte como una quinceañera despechada!
—¡¿Quién se comporta como una quinceañera despechada?!
—¡Tú! ¡Que me hablas de "segundos platos" y me intentas poner entre la espada y la pared para que elija entre Rocío y tú!
—¡¿Qué?! ¡Que yo no quiero que elijas nada!
Sus ojos comenzaron a humedecerse. El ambiente ya estaba arruinado, y parecía muy difícil que pudiera volver a arreglarse por lo menos esa noche.
—¡Entonces deja de hacerme el show sólo porque intenté darte un par de besos!
—¡Pues esos besos te los guardas para otra hasta que decidas qué cojones quieres para tu vida, porque yo no soy la "follamiga" de nadie!
No había necesidad de decir lo siguiente que dije. Podría habérmelo guardado y dejado que la cosa terminase mal, pero no tan mal como terminó después... Encima, para empeorarlo todo, Sebastián y Luciano acababan de aparecer por el arco del pasillo.
—No eres la "follamiga" de nadie, pero no tienes problemas para tirarte a tu jefe a cambio de favores, ¿no?
Silencio absoluto. Caras congeladas y tiempo detenido.
—¿Qué has dicho?
La cara de Clara se puso roja y sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. El ceño fruncido y los dientes apretados fueron claros indicadores del golpe que estaba a punto de llevarme.
Grandísimo y merecido bofetón.
—¡¿Tú eres gilipollas?! ¡Oye, Clara, que no le hagas caso! ¡A nosotros también nos ha dicho cosas muy feas! ¡Es la mezcla del alcohol con el despecho!
No volví a escuchar la voz de Clara esa noche. Bueno, en realidad, no volví a escucharla durante bastante tiempo. Y me di cuenta enseguida de que eso iba a ocurrir, después de todo, acababa de dejarla como una puta delante de dos compañeros de trabajo. Y no sólo eso, acababa de destruir la confianza que había entre nosotros. La confianza que ella misma había depositado en mí.
Lo siguiente que recuerdo es sentir como una mano abierta impactaba contra mi nuca.
—Eres un subnormal de mierda, Benjamín... —dijo Sebastián—. A esa chica le importas de verdad... Se nota desde lejos... Y en un sólo día le has fallado dos veces cuando ella sólo intentaba ayudar.
—Que sí, Sebas... Déjame en paz, por favor.
—Vale.
Luciano no dijo nada, pero, antes de irse con Sebas, pasó por delante de mí y negó varias veces con la cabeza.
Una última mirada de pena para cerrar uno de los dos peores días de mi vida.
Estuve media hora ahí sentado solo en el sofá. Mirando a la nada y con la mente en blanco. Creo que fueron los únicos momentos en los que conseguí no pensar en Rocío.
Me levanté al ratito en busca de un lugar más cómodo. Cuando entré en la habitación de Luciano, uno estaba tumbado boca abajo sobre la cama y el otro de costado en la otra punta roncando como un cabrón. Se habían ocupado toda la cama y a mí me iba a tocar buscarme la vida.
Volví al sofá y me dejé caer en la misma posición en la que acababa de ver a Sebas. No tenía ganas de hurgar en las habitaciones. A fin de cuentas, ¿qué más daba cama que sillón? De todas formas me iba a levantar con resaca, dolor de espalda, de brazos, de piernas y con el estómago revuelto.
Estaba desesperado por que ese día llegara a su fin de una puta vez. Así que cerré los ojos y esperé pacientemente a terminar de perder todo el conocimiento que me quedaba.
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"Please allow me to introduce myself, I'm a man of wealth and taste...".
Mi nuevo tono de móvil empezó a sonar alrededor de las 3:30 de la mañana.
Gruñendo y refunfuñando insultos que ni yo mismo entendía, maldiciendo por haberle vuelto a poner sonido al dichoso aparato, lo cogí con rabia y miré a ver quién diablos tenía ganas de molestarme a esas horas.
" Lulú " decía la pantalla. En grande y en negrita.