Las decisiones de Rocío - Parte 25.

Apreté los dientes con tanto ímpetu que tranquilamente pude haberme roto alguno, cerré los puños con tanta fuerza que sentí como las uñas se clavaban en la palma de mi mano, y dejé que toda aquella cólera saliera de mi interior en forma de un portazo que retumbó por todo el pasillo y alrededores.

**Nota del autor:

Queridos lectores, antes que nada quiero pedirles disculpas a todos por tantos meses de espera. También me gustaría disculparme por la, quizás, escasa extensión de este relato y por no avanzar tanto en el argumento como me hubiese gustado. Aunque, tranquilamente, se podría decir que esta parte es algo así como una segunda mitad de la anterior.**

Por otra parte, debo decirles que no pude ponerle mucho énfasis a la corrección de errores de este capítulo, por lo que es posible que se encuentren alguno que otro durante el desarrollo del mismo.

Sin más, les reitero mi agradecimiento por tantos mensajes, y también mis disculpas por no haber estado respondiendo sus comentarios e e-mails. No quiero ahondar mucho en el asunto, pero una tragedia azotó a mi familia hace no mucho y les prometo que es muy difícil retomar tus aficiones cuando algo así sucede en tu vida.

Muchísimas gracias a todos, y espero que disfruten del relato.

PD: Prometo sacar en el futuro versiones corregidas al 100% de todas y cada una de las partes.

•••

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:53 hs. - Alejo.

"¿Me explico o no? El paraíso es una situación para tu vida con la que sueñas desde que te empiezan a crecer los primeros pelos en los huevos. Bueno, situación o forma de vida ya asentada, ¿sabes? Por ejemplo, para mí el paraíso sería poderme follar a cada tía buena que me encuentre por la calle. Así, sin más. Divisarla, bajarle las bragas y ¡pimba! Polvazo pa' pa mi boca. Llámame básico si quieres, pero no necesito otra cosa. No quiero grandes fortunas, tampoco yates ni mansiones, no quiero un Ferrari ni una tele que me ocupe toda la pared del salón. Ni siquiera espero llegar a los 100 años, mira lo que te digo. Yo sólo quiero follarme todo aquello que me ponga la polla dura".

Roque, 44 años, divorciado y alcohólico empedernido, sin oficio conocido. El tipo más grasa y ordinario que tuve la suerte de conocer. Aunque, a su vez, el más sabio y conocedor de la vida.

Esas palabras que nos dijo a mí y a mi grupo de amigos aquella tarde de verano iban a quedar grabadas en mi mente para siempre.

"¿Y el de ustedes, chavales? Espera, no me digan; sacar a su familia de la mierda, enamorarse y tener muchos hijos, y... ¿algo de salud supongo? Escuchen bien lo que les voy a decir a continuación, ¿vale? Ustedes primero piensen en ustedes, luego en ustedes, hagan escala en ustedes y pasen sus últimos días pensando en ustedes. Si durante todo ese proceso les sobra algo de tiempo, ya se dedican a sus padres. Siempre y cuando no hayan sido una basura con ustedes, eso sí. Pero sólo si les sobra tiempo, ¿me entienden? No se desvivan por intentar demostrarles una mierda, porque ellos el día que se mueran los van a dejar con una mano delante y la otra detrás, y todos esos días que perdieron por culpa de ellos no los van a recuperar jamás. Lo mismo con la gilipollez del amor... Que sí, que está muy bien eso de tener una mujer al lado que te cuide, te quiera, te la chupe cuando tengas un día difícil y todo eso... Pero está muy bien hasta que la zorra decide que ya se acabó el amor y se pire con el primer cabrón que se le cruce. Así que no sean tontos, chicos; apenas puedan, apenas tengan lo mínimo para poderlos mandar a todos al carajo y empezar una vida para ustedes y sólo para ustedes, háganlo. No pregunten a nadie, no se paren a ver reacciones; simplemente háganlo".

Una semana después, a Roque se lo llevó por delante un cáncer de pulmón.

En su momento lo tomé como palabrería sin sentido de un viejo borracho del que nos reíamos con el resto de pibes. Sin embargo, como ya dije, con el pasar de los años aprendí a valorar como se debía semejante consejo.

—¡AAAAAHHHHH!

Aprendí a valorarlo por un par de acontecimientos específicos que me ocurrieron... Bueno, nada que no haya contado antes en realidad... ¿Recuerdan que en mi adolescencia cobré una suculenta herencia? Nunca llegué a ahondar mucho en el tema, pero, en resumidas cuentas, mis tíos, de un día para otro, empezaron a hacer planes con ese dinero, mi dinero. ¿Qué planes? Lo típico que piensa uno cuando empieza a manejar más de lo que está acostumbrado, ¿no? Como bien decía Roque, en ayudar a la familia. Que si pagarle el casamiento al primo David porque la pobre tía Julia se estaba quedando seca, que si comprarle un coche nuevo al padrino Oscar porque el otro ya estaba muy viejo, que si hacerle un préstamo al tío abuelo Mariano para que pudiera pagarse una residencia de las buenas... ¡Y bastantes cosas más, eh! Y sin dignarse a preguntarme ni una sola vez lo que opinaba yo. Claro, como yo era un pendejo boludo que no sabía nada de la vida, ¿cómo iban a permitir que yo administrara semejante cantidad de viyuya?

—¡AAAHHH! ¡JODER, JODER!

Sobra decir que todos los que se iban a aprovechar de tanta beneficencia vinieron personalmente a hacerme saber lo buen pibe que era, todo lo que me querían y diversas chupadas de medias más. Y todo esto cuando en sus putas vidas se habían preocupado por mí.

Digamos que en algún momento de tanto manoseo y pisoteo, pensé en Roque y sus consejos, y no tardé en armas mis valijas y mandarme a mudar. Y no, no hubo boda gratis para el primo David, tampoco coche nuevo para el padrino Oscar ni mucho menos residencia cara para el tío abuelo Mariano. Gracias que les dejé algo a mis tíos por las molestias que se habían tomado en "criarme".

Primero yo, después yo y al final yo. ¿Quién necesita familia cuando se tiene dinero? La mejor decisión que pude haber tomado, porque esos años viajando por Asia fueron los mejores de mi vida.

Y bueno, los otros acontecimientos sí que los conocen bien... Los continuos rechazos de Rocío sirvieron para ratificar esa otra parte del discurso de mi difundo sabio consejero.

—AAAHHH... AAAHHH... AAAHHH...

Resumiendo un poco, ¿en qué quedaba entonces mi visión del mundo ideal? Sin creer en el amor ni en la familia, e importándome únicamente el dinero y el sexo, ¿cómo visualizaba un futuro perfecto? O, con sus propias palabras, ¿cómo visualizaba yo mi propio paraíso?

—¡AAAHHH!

En ese preciso instante, el paraíso tenía sólo una forma para mí, y comenzaba con cierta escena que esperaba no tardara mucho tiempo en tener lugar...

—AAAHHH... ¡AAAAAHHHHH!

Permítanme narrarlo como si lo estuviera viviendo en primera persona...

Abro la puerta y me encuentro con un despacho enorme, lujoso, bañado en una luz rojiza que le da ese toque chill out que debe tener un lugar así. Al fondo hay un escritorio de madera oscura, con dos sillones delante y uno detrás. Más allá, de espaldas a nosotros y mirando entre las cortinas marrones que cubren su enorme ventanal, un hombre gordo en traje blanco, que se da la vuelta nada más reparar en nuestra presencia.

Rocío me aprieta la mano. No quiere entrar. Bou sonríe maliciosamente en la otra punta de la habitación. Me doy la vuelta y levanto la carita de mi mercancía con las puntas de los dedos índice y corazón. Sonrío buscando tranquilizarla. Ella asiente de forma nerviosa. Levanto sus manos y las beso, trato de transmitirle un poco de seguridad. Ella sonríe ahora, y me suelta las manos para comenzar a caminar dirección al escritorio de madera.

El desagradable empresario la mira de arriba a abajo mientras ella se acerca. Está preciosa e increíblemente elegante. Su pelo negro, recién pasado por el salón de belleza, ondea en su espalda sobre un vestido rojo sin mangas que acaba un poquito más arriba de medio muslo. No debe existir hombre en este mundo, heterosexual o no, capaz de resistirse a los encantos de semejante hembra. Y el cerdo asqueroso este no va a ser la excepción. La desnuda con la mirada, se relame sin ningún tipo de vergüenza, se ríe porque sabe que nada se va a interponer entre su presa y él.

Rocío se detiene en medio de los dos sillones más próximos a nosotros. Yo termino de adentrarme en el cuarto; cierro la puerta y me quedo de pie en la lejanía. No es mi intención interferir en la cata. Ella se gira y me busca con la mirada, sorprendida de que no esté a su lado. Yo vuelvo a sonreírle y le hago un gesto con las manos indicándole que todo está bien. No parece muy convencida, pero se da la vuelta de nuevo, con la cabeza gacha, incapaz todavía de cruzar la mirada con su anfitrión. Se oye una carcajada de pronto y, acto seguido, Bou empieza a caminar hacia donde se encuentra mi valiosa pieza. Esta vez me mira a mí, y sin borrar esa sucia sonrisa de su cara me levanta un pulgar en señal de congratulación. Yo hago una media reverencia y, por alguna razón, estiro un brazo como invitándolo a proceder. Larga otra carcajada justo antes de detenerse detrás de Rocío y vuelve a centrar su atención sobre ella.

La oigo suspirar, noto desde mi posición como tiembla. Y me encanta. Me fascina verla así de entregada, así de sumisa, así de inferior ante un hombre que está a punto de convertirse en su dueño. Me entran unas ganas terribles de empujarla contra la mesa y garchármela ahí mismo. Me excita increíblemente toda esta situación. Pero me controlo, porque sé que la cosa está a punto de ponerse mejor todavía.

Me intento calmar, me intento tranquilizar, tomo aire. Levanto la vista tras unos segundos de meditación y me encuentro al cerdo frotando su nariz en el cuello de Rocío. Ella parece un maniquí; ni se deja ni se resiste, simplemente no se mueve. A Bou no le importa; no le interesa que haya reciprocidad. Ahora coloca una de sus manos sobre la cadera mi chiquita. Enseguida coloca la otra también, y da dos pasos hacia adelante pegando todo su despreciable cuerpo contra la espalda de ella. Es tanta la fuerza que ejerce semejante mastodonte, que Rocío no lo puede evitar y termina chocando contra el escritorio. Tiene que poner las manos para no caerse de boca sobre él. La escucho soltar un gritito de dolor; es posible que su vientre haya chocado con demasiada fuerza contra la madera. Y, repito, me encanta... El viejo se ríe en voz baja ahora, y comienza a mover su pelvis. Rocío larga otro gritito, y vuelve a agachar la cabeza. Sé lo que pasa, es obvio, ahora está sintiendo el grueso bulto de ese ser inmundo hundirse entre sus nalgas. Y sé que si fuera por ella saldría corriendo sin mirar a atrás. Pero no puede. A esta altura del partido es imposible para ella resistirse a mis órdenes. Sabe cuál es su destino y lo acepta. Por eso sigue mirando a la pared con los ojos llenos de lágrimas y su orgullo por el suelo.

Es más fuerte que yo, me resulta muy difícil centrarme teniendo todos mis sueños hechos realidad delante de mí. Tengo ganas de gritar, de festejar, de saltar y ponerme a reír sin parar. Y podría hacerlo, más vale que podría hacerlo, pero de pronto Bou me saca de mis fantasías... Parece que se decide a actuar por fin. Sin variar la posición, le sube la falda a Rocío y la deja con el culo entangado en pompa delante de sus ojos. Inmediatamente, eleva las manos a la parte alta de la tela roja y le baja ambos tirantes. Su vestido queda remangado en su cintura. Al asqueroso no le interesa sacárselo del todo. Desde mi posición no lo veo muy bien, pero me parece que ahora le palpa las tetas. No, sí, seguro que sí. Se las masajea un rato, se recrea. Noto como ella se estremece. Como contrae los hombros ante cada inmunda caricia del puerco ese. Pero se detiene de golpe y empieza a tantearla de una forma más extraña. Está bien, ya lo entiendo; parece que está buscando deshacerse del último obstáculo. Pero no lo desabrocha el corpiño, tira para arriba desde adelante y le deja los pechos al aire. Ella se queja, parece que le duele. No, le dolió de verdad. Después de todo tiene las tetas muy grandes y todos los sostenes le van muy justos. Pero volvemos a lo mismo: no se opone, no dice nada, ni el más mínimo ademán de querer parar. Una vez más: me fascina esto.

Quiero gritarle que se apure y que se la coja de una vez, pero me muerdo la lengua. No quiero que me eche. No me lo perdonaría en la vida. Bou ahora le murmura algo al oído a mi nena, ella escucha y, sin dudarlo, se inclina levemente hacia adelante. Sin perder ni un segundo, las manos del horrible viejo se ponen a recorrer sus nalgas. Las masajea con cierta concentración, las acaricia como analizando mejor el producto. Me imagino que antes había hecho lo mismo con las tetas... Claro, por momentos me olvido que esto, a fin de cuentas, es un negocio y tiene que asegurarse de que el producto no tenga fallas. Rocío me vuelve a sacar de mis pensamientos, esta vez mirándome fijamente a los ojos modificando considerablemente su posición. El gordo me mira también, esta vez con el ceño fruncido, como preguntándose qué mierda pasa. Yo sonrío de nuevo, un poco más forzadamente que antes, y asiento nuevamente tratando con todas mis fuerzas de transmitirle otra vez seguridad a ella. Me asusto por un momento, pero Rocío me devuelve la sonrisa y vuelve a mirar hacia adelante. Suspiro para mis adentros, y Bou refunfuña cuatro cosas que no llego a entender. Acto seguido, como si de pronto hubiese decidido acelerar las cosas, se separa de ella y se lleva ambas manos a la entrepierna. No puedo verlo muy bien, pero juraría que se está desabrochando el cinturón. Y sí, está claro que decidió acelerar las cosas, porque apenas sus pantalones chocan contra el suelo, dirige sus manos a las tiras laterales de la tanguita de Rocío, que pega un pequeño saltito apenas vuelve a sentir esas grasientas manos sobre ella. Bou tiene la cabeza gacha, y ahora veo que hace movimientos con las manos que provocan algún que otro respingo en mi yegüita. Una vez satisfecho con esa parte de su proceder, el tipo le vuelve a decir algo al oído con el ceño fruncido. Ella se encoge de hombros y parece no saber qué responderle. Me preocupo por un instante, ya que el cerdo se pone a refunfuñar de nuevo en tono de decepción. ¿Es el fin? No, alto. Ni tiempo me dan para preocuparme. Ella, tomando toda la iniciativa, echa todo el cuerpo hacia adelante y se recuesta sobre el escritorio. Con la cabeza apoyada de lado, empieza a gemir mientras su brazo izquierdo se mueve rítmicamente debajo suyo. El chancho inmundo sonríe, y se hace a un lado para ver mejor el espectáculo que le está dando mi trofeíto. Rocío se está pajeando para su nuevo posesor. Rocío quiere agradarle a su nuevo amo. Gime para él, se retuerce para él, chorrea para él... Y no me voy a cansar de decirlo, esto es la gloria.

El gordo seboso no espera ni un minuto, se vuelve a poner detrás de ella y le aparta los brazos. Con prisas... O más con ganas, con apetito, con anhelo que con prisas, le aparta los brazos y él mismo se pone a tantearle la zona. Ella pega un nuevo respingo y levanta su torso con el culito todavía en pompa. El chancho despreciable aumenta la velocidad en la que la penetra con sus dedos, y mi chiquita ahora grita dejándose caer de nuevo sobre la madera oscura. Bou no para, y ahora puedo ver perfectamente como tres de sus dedos invaden a toda velocidad la zona más íntima de Rocío. En la habitación ahora sólo se escuchan chapoteos y los sonoros gritos de pasión de una hembra que no está haciendo más que disfrutar. Ya tiene que haberse venido... Conociéndola estoy seguro de que sí. El caso es que el tipo no para, no le da ningún tipo de tregua. Y encima empieza a bajarse los calzoncillos con la mano que tiene libre... Sí... No hay duda, se está preparando para coronar el arbolito... No deja de pajearla, pero se pone justo detrás de ella, como si buscara hacer un traspaso de batuta limpio y sin pausas. Y me doy cuenta, por fin, en el momento en el que la gorda y venosa poronga del viejo empieza a hundirse en la conchita de Rocío, como si de una iluminación divina se tratase, de que el cuadro que representa mi paraíso personal, al fin, está terminado.

—¡Muévete ya, gilipollas! —escucho de pronto.

Volví a la realidad con tal velocidad que me sentí mareado en un principio. Abrí los ojos y sacudí la cabeza varias veces. Rocío me miraba con desprecio, con asco, como si tuviera delante a un ser inferior. Mi pija todavía seguía adentro de su culo, y entonces caí que estaba quieto. La miré medio perplejo, pero no me dio tiempo a contestarle porque tan rápido como me di cuenta de la situación ella se dio media vuelta y empezó a besarse con Guillermo, que, a su vez, la tenía empalada por la concha. No supe en qué momento Rocío había regresado a la normalidad. Bueno, "normalidad"... A esa altura ya no sabía si la verdadera Rocío era la perrita sumisa o la madama dominante. Tampoco entendí por qué ahora ahora se movía como una desesperada cuando al principio se había resistido a la doble pentración. Pero, bueno, ya no me importaba tanto saber a esas alturas. Lo importante era que, casi como en mi sueño, Rocío ya no se oponía a ninguna de mis peticiones. Así que, con eso claro y tan feliz como en mis pensamientos, tomé envión con la cadera y me dispuse a seguir haciéndola aullar como la loba que era.

...

—¡Hostia!

—¿Qué fue eso?

En realidad, si bien en el momento se sintió como si el tiempo se acabara de detener para todos los que estábamos ahí, todo sucedió más rápido de lo que parecía. Y de pronto pasamos de estar viviendo la experiencia maravillosa de nuestras vidas a presenciar la oscuridad más tenebrosa. Del jolgorio más hilarante al entierro más silencioso. Los tres nos quedamos mirando hacia la puerta paralizados, desconcertados, mudos, todavía aturdidos por el horrible estruendo que había hecho retumbar toda la casa. Ninguno reaccionaba, ninguno parecía capaz de hacerlo. No miento cuando digo que fueron los segundos más largos de mi vida.

Aquellas dos frases fue lo último que se escuchó antes de que todo explotara. Aquel trance en el que nos encontrábamos sumidos se rompió apenas Rocío terminó de asimilar lo que acababa de suceder. Y sólo su voz desaforada aniquiló por completo el silencio que había inundado el lugar después del portazo.

—¡¡¡QUITA!!! ¡¡¡QUITA, JODER!!! ¡¡¡QUITAAAAAA!!!

No sé cómo mis tímpanos no reventaron al recibir aquel impacto sonoro tan de cerca. Tampoco sé cómo la persona que lo incendió todo no volvió enseguida al escucharla gritar así. ¿Qué se yo? Por preocupación al menos... Aunque mi mayor preocupación en ese momento, por muy raro que parezca, era que no viniera la policía producto de la llamada de algún vecino alarmado. No me convenía mucho que me agarran en una escena que involucraba a una chica desnuda histérica y a un menor de edad con la pija al aire.

De todas formas, no tuve mucho tiempo de preocuparme por eso, porque los gritos de Rocío fueron sólo el principio de todo el caos. Aquel alarido del averno me hizo reaccionar y pude agarrarla tal cual estaba por detrás antes de que pudiera salir corriendo hasta la entrada. Sabía que lo iba a intentar y que se iba a llevar todo por delante para lograrlo. Pero no podía permitírselo. No podía dejar que se armara la escena del siglo ahí afuera, con una mujer desnuda, transpirada y dejando un rastro de fluidos a su paso, gritando y corriendo por los pasillos del edificio. Eso sí que iba a ser el fin de todo, aun sabiendo que las cosas se acababan de complicar bastante para mí con ese desafortunado suceso.

—¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME, IMBÉCIL! ¡TODO ESTO ES POR TU CULPA!

—¡Pará, Rocío! ¡Pará! —le decía yo, mientras esquivaba como podía sus intentos de desgarrarme la piel con sus uñas—. ¡No podés salir así, pelotuda! ¡Pensá un poco!

—¡QUE ME SUELTES!

Un nuevo giro inesperado de los acontecimientos: un codazo en las costillas, un cabezazo en la nariz y y un pasaje de ida hacia las nubes.

Sobra decir que solté a Rocío y caí de culo en el sofá retorciéndome como una hormiga partida a la mitad. La hija de puta aprovechó el momento y salió corriendo para la puerta mientras yo me cagaba en mi vida.

Y cuando parecía el fin de verdad, Guillermo estuvo atento y logró bloquearle el paso antes de que llegara.

—¡¡¡DÉJAME PASAR, PUTO NIÑATO!!!

—¡Que no! ¡No puedes salir así!

—¡QUÍTATE, JODER!

Estaba demasiado histérica como para entender razones. Forcejeaba con el pendejo y tiraba patadas al aire intentando embocarle alguna en los huevos. El pibe era ágil, pero medio pelotudo, porque se arriesgaba al pedo pudiendo reducirla fácilmente. Grandote para nada. Tenía que ir a ayudarlo porque sabía que eso iba a terminar mal.

A duras penas, abrí los ojos y me estiré hasta un pedazo de tela blanca que estaba tirado cerca de mí. Me limpie la cara lo más rápido que pude, taponé uno de los huecos de mi nariz a ver si así cortaba la hemorragia y, haciendo un esfuerzo de la gran puta porque me dolía muchísimo el costado, me levanté y fui con el pendejo para tratar de frenar a esa amazona que estaba empeñada en cagarme la vida.

—¡QUE ME SUELTES! ¡QUE SE VA A IR! ¡TENGO QUE HABLAR CON ÉL! ¡SUÉLTAME YA! —seguía gritándole a Guillermo, que ahora la tenía agarrada de las muñecas con las dos manos.

—¡No te puedo dejar salir desnuda al rellano, Rocío!

—¡QUE ME DA IGUAL!

Me puse atrás de ella y, tratando de que no tuviera tiempo a reaccionar, le agarré los dos brazos y se los crucé sobre sus tetas. Así, pude levantarla en el aire y arrinconarla contra la pared.

—¿Me escuchás, Rocío? —le dije entonces, al oído, tratando de no apretar con mucha fuerza.

—Suéltame, hijo de puta —respondió, mirándome de reojo, con el globo ocular inyectado en sangre. Seguía resistiéndose y tirando patadas hacia atrás.

—Necesito que te tranquilices, porque con todo esto lo único que vas a conseguir es empeorar las cosas.

—¿Empeorar las cosas? ¿Acaso pueden ponerse peor, cabrón?

—Si no me decís que te vas a calmar, no te suelto.

Entonces, Rocío dejó de forcejear y se quedó quieta. Su respiración seguía agitada, pero cuando cerró los ojos entendí que estaba tratando de tranquilizarse.

—Muy bien...

Muy despacio, aflojé el agarre y la fui soltando poco a poco, atento también por si de golpe decidía meterme algún otro golpe. Cuando ya estaba completamente libre, le puse una mano en la espalda y le pedí que fuéramos al sillón a sentarnos y a tratar de solucionar las cosas hablando. Ella asintió y vino conmigo con la cabeza gacha y en silencio.

—Alcanzame ese vestido —le señalé al pibe.

Cuando me lo trajo, ayudé a Rocío a ponérselo y volví a dirigirme a ella.

—Bueno, ¿ya estás más tranquila? —le pregunté, poniéndome en cuclillas delante suyo.

Volvió a asentir, y por fin sentí paz en mi interior. Aunque todo mi mundo se acababa de dar vuelta, haber conseguido parar ese terremoto a tiempo me daba algo de esperanzas para lo que estaba por venir. También, y ya sé que no era el momento, me llenó el pecho de aire el haber podido calmar a la fiera con tan poco. Era imposible no ponerme a pensar en el poder que había conseguido sobre esa hembra en tan poco tiempo.

Pobre de mí.

—Nene, ¿podés ir al baño a buscar...?

—¡Cuidado!

No le voy a echar la culpa al pibe por avisarme tarde, porque, a fin de cuentas, el que bajó la guardia fui yo. El caso es que mientras me giraba para decirle a Guillermo que fuera a buscar una bombacha limpia al canasto del baño, Rocío aprovechó y me encajó una terrible patada en el centro de las pelotas. Ni cerrar las piernas pude. Cuando quise darme cuenta, ya tenía la punta de su pie acariciándome el ojete por abajo.

Ni falta hace decir que pegué un grito similar al que había pegado ella tras el portazo. El dolor ni se podía comparar con el que había sufrido hacía escasos diez minutos después del codazo y el cabezazo. No, es algo que no le deseo ni al más hijo de puta de mis enemigos. Y otra vez caí desplomado, esta vez en el suelo, incapaz de poder hacer nada para frenar a una Rocío que otra vez había salido corriendo hacia la puerta de la casa.

Y me rendí.

Me quedé ahí, en la fría baldosa, en posición fetal y mirando con la nada misma en los ojos a las patas del sofá. "¿Acá se termina todo?" pensé. "¿Tanto laburo para que todo se vaya a la mierda cuando estaba tan cerca?". Porque sí, no hacía falta ser muy inteligente para saber que había sido el cornudo el del portazo. Y tampoco hacía falta ser adivino para saber lo que se me iba a venir después: infidelidad descubierta, patada en el orto y planes a la mierda... Había estado contando con la esperanza de hacer entrar en razón a Rocío en esos últimos minutos para después tratar de convencerla de que viniera a pasar el fin de semana conmigo a algún hotel, pero ese último movimiento me había dejado claro que no iba a dejar al pelotudo de su novio por nada del mundo.

Y el cuadro que representaba mi paraíso personal se hizo mierda de golpe.

Me quería morir.

...

—No te voy a dejar... —escuché mientras me arrastraba por el subsuelo de mis pensamientos.

—¡Me vas a dejar porque eres un puto niñato que no tiene idea de nada!

—Me vas a tener que dar una patada en los huevos a mí también para que te deje salir al rellano así.

—¿Así cómo? Ya estoy vestida. ¡Déjame pasar!

—¿Por qué no vas al cuarto de baño y te miras en el espejo? Cualquier vecino que te vea va a llamar a la policía.

—¡Me importa una puta mierda, joder! ¡Quítate ya o te juro que...!

—¿Qué? Ya te lo he dicho, apunta bien si me vas a dar en los huevos a mí también, porque sólo vas a tener una oportunidad.

Yo no miraba, pero escuchaba todo. Y lo siguiente que se oyó fue un fuerte choque de pieles y huesos, e inmediatamente a Rocío gritando de nuevo que la soltara.

—¡SUÉLTAME! ¡QUE ME SUELTES, NIÑATO DE LOS COJONES ¡SUÉLTAME Y VETE A TU PUTA CASA YA!

—¡Que te tranquilices de una vez, Rocío!

—¡ME HAS HECHO DAÑO! ¡VOY A GRITAR DE NUEVO Y VAN A VENIR TODOS LOS VECINOS!

—¡¿Pero por qué?! ¿Qué cojones vas a conseguir? ¿Puedes escucharme sólo un momento?

—¡QUE VOY A GRITAR, JODER!

"Si ya estás gritando, loca de mierda" pensaba yo, ahí mismo, desde el subsuelo de mis penurias. Hubiese estado bueno gritárselo, pero, como ya dije, ya me importaba todo una mierda. Me iba a quedar ahí hasta que mis huevos no me dolieras con cualquier roce, o hasta que todos se fueran y me dejaran en paz de una vez.

—¡Espera, espera! —dijo el pibe, como tratando de estirar un poquito el momento del estallido.

—¡NO ESPERO NADA! ¡SUÉLTAME YA O GRITO!

—¡Rocío, por favor! ¿No crees que la persona que pegó el portazo ya estará bastante lejos?

—¡QUE ME DA IGUAL, POR DIOS! ¡¿CÓMO TE LO TENGO QUE DECIR?!

—Es que no es cuestión de qué te dé igual...

Me importaba todo una mierda ya, está bien, pero con cada intercambio de frases que hacían las pelotas se me inflamaban un poco más. Y no por la patada...

—¡TE HE DICHO QUE...!

—¡ROCÍO! —grité yo, de la nada, espontáneamente, sin siquiera habérmelo propuesto.

Ella se giró y me miró. Le mantuve la mirada y traté de imprimirle todo el odio que me salía. Me levanté, haciendo todo lo posible por evitar cualquier tipo de tocamiento hacia mis huevos, y me senté en el sofá. Me dolía mucho, una barbaridad, pero necesitaba vomitárselo todo en la cara de una putísima vez.

—¿No tenías tantas ganas de que el tipo nos agarrara? —empecé, tranquilo a pesar de todo—. ¿Eh? ¿Por qué estás haciendo todo este quilombo si esto es lo que querías?

Ahora fui yo el que noté el odio en su mirada. Agarré un almohadón que tenía cerca y me preparé para defenderme, porque se acercó casi corriendo hacia mí con cara de querer asesinarme.

Cuando estuvo a mi altura, se agachó y me agarró un cachete con la mano. Sus uñas pinchaban de verdad...

—¿En serio te crees que era así como quería que sucediera, grandísimo gilipollas? ¿De verdad te piensas que en mi cabeza el escenario ideal era que me pillara cabalgando dos pollas en el salón de casa?

No me hubiese extrañado que me escupiera después de decir eso. Me miraba con una mezcla de odio, desprecio y asco... como si fuese una basura de la que tenía que deshacerse rápido.

Pero... se había tranquilizado.

—¡Ah, claro! —respondí yo, levantándome para mirarla desde arriba. No me gustaba nada que me hiciera sentir inferior a ella—. Porque si nos agarraba garchando sólo a nosotros dos iba a entrar a la casa a darte un besito en la frente.

No me contestó, pero me mantuvo la mirada más de diez segundos como si estuviéramos en un careo de boxeo. Y yo aguanté no por orgullo ni por querer imponerme, sino porque no quería bajar la guardia de nuevo y que me volviera a soltar otra patada en las pelotas.

—¡Aaargh! —rompió ella misma el silencio—. ¡Te odio, pedazo de cabrón! ¡Ojalá al menos esto sirva para que desaparezcas de mi vida de una vez y para siempre!

Dicho eso, cazó sus sandalias hecha una furia y desapareció por el pasillo de la casa sin pararse siquiera a decirle alguna última palabra a Guillermo, que seguía mirando todo desde su rincón con una cara de perdido que daba miedo. El portazo que dio desde su cuarto fue similar al que habíamos escuchado minutos antes.

No pasaron ni treinta segundos cuando el pendejo se acerca y me dice:

—¿Me puedes explicar qué cojones acaba de pasar?

Lo miré incrédulo porque no me podía creer que me estuviera preguntando eso, y encima de esa manera, como si fuese un chiquito que acababa de presenciar el aterrizaje de un OVNI. Lo ignoré y me puse a levantar mi ropa del suelo.

—Venga, no seas cabrón —insistió.

—Y dale con cabrón... ¿No se saben más insultos en este país? —contesté yo, sin ponerle demasiada atención.

—Tú no eres su novio una mierda, ¿verdad? —siguió, ignorándome ahora él a mí—. O sea, el del portazo lo era, ¿no?

—Sos vivísimo, nene, ¿eh? Te van a dar dos medallas a vos... Una por boludo, y otra por si...

—¿Y te la has estado tirando aquí en su casa, en sus propias narices? ¡Qué fuerte, joder!

—¡Shhh! ¿Quéres que salga la fiera y nos vuelva a sacudir? —dije entonces, haciendo aspavientos con las manos. El pibe se rio.

—Te volverá a sacudir a ti, que a mí no me ha tocado un pelo. Venga, dime, ¿cuánto tiempo llevas follándotela?

—Vamos, pibe, es hora de que te vayas a tu casa, yo te pago el taxi.

—¡No! ¡Espera, que tengo que preguntarte muchas cosas todavía!

—Vestite, haceme el favor.

—¡Hostia, es verdad! —contestó él al darse cuenta de que todavía estaba en bolas.

No podía decir que era la mejor manera de terminar el día, pero bastante contento podía estar de no haber salido castrado de esa... También, si bien como dije lo veía todo negrísimo, todavía había alguna esperanza en mi corazón de que todo se pudiera solucionar. Como que lo empecé a sentir así después del último intercambio de lindeces con Rocío. No sé... me había impactado un poco verla más bien enojada por que la hubieran descubierto y no triste y deprimida. ¿Qué Rocío era esa? La del grito desgarrador parecía la original, la nenita inocente que no había roto un plato en su vida. Pero la que me agarró el cachete y me sostuvo la mirada por más de diez segundos estaba claro que era la otra. Y mientras pensaba en ello, nuevas ideas me iban a la cabeza sobre cómo arreglar las cosas. Eso sí, iba a necesitar algo de tiempo para terminar de entenderlo todo, y mucha, mucha paciencia esa noche con Rocío. Porque sí, no podía dejarla en ese estado. Tenía que ir y hablar con ella una vez se tranquilizara.

Y no, no era boludo. Sabía que mis horas bajo ese techo ya estaban contadas. El tema era saber si estaban contadas sólo para mí...

Por lo pronto tenía que deshacerme del pendejo ese. Ya no lo necesitaba para nada.

—Bueno, tomá esto. Espero que sepas ser discreto con todo lo que acaba de pasar acá... Tu mamá no necesita enterarse de nada.

—¿Estás loco? —abrió los ojos como dos planetas—. Si mi madre se entera no vuelvo a ver a Rocío en mi vida.

—Ah, ¿que todavía tenés ganas de volver a garcharte a esta loca después de lo de hoy? —me reí adelante de él.

—¿Tú flipas? Creo que estoy... —dudó—. ¿Qué cojones? ¡Si tú no eres nada suyo! Creo que estoy enamorado de ella, y más después de lo de hoy. Nunca en mi puta vida me imaginé que iba a encontrar a una mujer así.

Me sorprendió esa confesión, pero no me molestó para nada. Tenía huevos el pendejo, y me estaba empezando a caer simpático. Cualquier otro novatito hubiese salido corriendo después de vivir algo como lo de esa tarde.

—Te lo digo en serio, quiero conquistar a Rocío.

—¡Bueno, bueno, bueno! Paremos la mano un poquito. No creo que estén ahora las cosas para conquistas, ¿me entendés?

Le puse una mano en el hombro y me acerqué a él para hablarle de cerca.

—No voy a ser yo el que se interponga en tu misión de robarle el corazón, pero te voy a dar un consejo: esperá a que las cosas se calmen un poco, quizás dentro de unos días, o un par de semanas, Rocío esté más receptiva y... ¿quién te dice que no?

—¿Quieres decir que...?

—¡Bueno! Tomá la plata y andate por las escaleras, que el ascensor tarda años en llegar. Un placer, Guillermito.

—¡Oye! ¡Pero dime qué quisiste decir con...!

Sin más, lo acompañé a los empujones hasta el pasillo de la planta y le cerré la puerta en la cara. Todavía tenías muchas cosas de las que ocuparme ese día.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:45 hs. - Noelia.

—¡Nos vemos, Aurita!

Un nuevo día de trabajo duro, agotador, cargante, estresante y todo lo que pueda terminar en "-ante" con connotaciones negativas. Nueve horitas más de sufrimiento para sumar a mí ya atormentada vida. Quería llegar a casa para ducharme, comer, ver una película, masturbarme y dormir. Y el orden en el que ocurrieran me daba igual.

Mientras esperaba el ascensor eterno, me puse a pensar en mi hermana y en todo lo que estaba pasando a su alrededor. Hacía varios días que la veía ni a ella ni a Benjamín, y me sentía preocupada. Más que nada porque me aterraba la mera idea de que Benjamín llegase un día a casa y se encontrase a esos dos dale que te pego. Que de no ser por mí ya podría haber pasado tranquilamente mucho antes, y de ahí venía mi desconfianza total con la gilipollas de mi hermana. Me debatía entre si hacerle una nueva visita y darle otra advertencia, o si creer que la última la había captado y que a partir de ahí iba a ser más cuidadosa...

Tras diez largos minutos, por fin llegué arriba. Al final llegué a la conclusión de que lo mejor era esperar a que se terminara de cocer todo lo que ya estaba en marcha. Así que saqué las llaves del bolso y me encaminé hacia mi puerta.

No obstante...

Se dice que las revelaciones llegan en el momento justo. Bueno, revelaciones, previsiones, adivinaciones, o cómo quieran llamarlo... Por alguna razón, me guardé la llave en el bolsillo y miré en dirección al apartamento de mi hermana. Igual no era la mejor idea ir y advertirle de nuevo, pero, ¿qué daño hacía ir y poner la oreja a ver si se escuchaba algo dentro?

Pues ninguno.

—¡Muévete ya, gilipollas!

De entrada escuchar ese insulto ya me hizo retroceder un poco. Me seguía resultando muy chocante escuchar a Rocío hablar de esa forma. Pero volví a pegar la oreja porque quería saber para qué se tenía que mover ese gilipollas.

El corazón me latía a mil por hora.

—¡Aaaaaaaahhhhhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Sí!

Despegué la cara de la puerta y me apoyé en la pared de al lado. Mi pulso se estabilizó y mi respiración volvió a la normalidad.

—Guarra... —susurré para mí misma, y una sonrisa irónica se dibujó en mi cara.

Era cierto que, tranquilamente, podría no haber escuchado nada y mi percepción de la situación actual de mi hermana no habría cambiado nada. El caso era que... ¿cómo decirlo? El escucharlo tan de cerca, tenerla a tan pocos metros de mí engañando al hombre más bueno y puro que jamás había conocido... No podía evitar sentirme decepcionada y, a la vez, tremendamente enfadada.

No voy a mentir, tenía ganas de darle una patada a la puerta y empezar a liarme a hostias con cualquiera de los dos. Me lo pedía el cuerpo e, incluso, una parte muy pequeña de mi raciocinio. ¿Qué más daba? No sonaba tan mal la idea en mi cabeza. Era una buena forma de desmontarle el chiringuito. Sólo tenía que entrar -sí, intentando tumbar una puerta de 40 kilos-, hacerle un par de fotos y luego amenazarla con contárselo a Benjamín.

"Cálmate, subnormal. El plan, cíñete al plan".

Me seducía demasiado la idea de ponerle fin a todo aquello ahí mismo; sin embargo, lo otro era mucho mejor... Ya lo había hablado mucho por teléfono y en persona, y sabía los pros y contras que tenía cada situación. El tema era que... ¿cuánto tiempo iba a tener que esperar para ello? Había una pareja maravillosa en juego, y cada día que pasaba nos arriesgábamos a que todo se fuera a la mierda cuando menos nos lo esperásemos.

Pero eso, la vida es asquerosa y muy puta, y cuando levanté la cabeza...

—¿Benjamín?

La voz me salió sola, y la respiración se me detuvo de golpe.

—¿Noelia?

Ahí estaba, respirando entrecortadamente y con la cara rojísima, terminando de subir los últimos escalones que lo traían a esta planta.

Me quería morir.

—¿Qué estás haciendo ahí? ¿Por qué no...? —dijo, mientras se acercaba a paso lento, tratando de recuperar un poco el aliento. Hasta que él solo se interrumpió.

No entendí lo que pasó a continuación. Me miró de arriba a abajo y, de golpe, su gesto cambió de forma radical. No me dio tiempo ni de pensar algo para llevármelo de ahí, porque empezó a correr hacia mí como si su intención fuera derribar la puerta de su casa conmigo de por medio y todo.

—¡Espera, Benja! ¡Hay algo que tienes...!

Cuando llegó a mi lado, me apartó de un empujón y metió la llave en la cerradura.

—¡No! —exclamé, mordiéndome la lengua, apretando los dientes, todo a la vez para no hacer ruido.

Antes de que la girase, me puse delante de él y cogí sus manos con todas mis fuerzas.

—¡Que esperes, Benjamín! ¡Te lo suplico! —volví a decirle, ya sin poder contener las lágrimas, haciendo todo lo posible para no tener que gritar.

Pero fue inútil. Benjamín logró hacer girar la llave y, a pesar de mi sujeción, consiguió entreabrir un poco la puerta. Intenté pedirle una vez más que no lo hiciera, pero los gemidos de mi hermana ya estaban sonando por todo el rellano.

—No... —volví a decir, ya vencida, cerrando los ojos esperando que la bomba me explotase en la cara.

Era el fin. Benjamín estaba a punto de descubrir el pastel y sabía que todo iba a terminar ahí. Todos mis esfuerzos iban a ser en vano. Todas esas noches pensando, maquinando, hasta llorando pensando en cómo poder ayudarlos... Todo para nada. Y ya sólo me quedaba ser testigo de la que se iba a montar en cuestión de segundos.

O...

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh!

Los gemidos no se habían detenido, y no parecía que nadie se hubiese movido de sus lugares. Abrí los ojos, levanté la cabeza y miré hacia él. Benjamín estaba paralizado, con la mirada fija en el pomo de la puerta y con un semblante que jamás había visto en él.

Ese hombre, en ese instante, estaba muerto en vida.

Volví a girarme y asomé la cabeza por el espacio entreabierto.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Dioooos!

Mi hermana seguía a lo suyo, jadeando y cabalgando como si no hubiera un mañana. Y, aunque suene feo, me alegré enormemente de que así fuera.

Estaba a punto de cerrar la puerta y hacer como si nada hubiera pasado, pero algo en lo que no había reparado al principio llamó mi atención.

"Uno, dos y... ¿tres?"

Ahora sí que sí, ya no entendía nada de nada. ¿Qué cojones estaba sucediendo? ¿Qué había hecho ese hijo de la gran puta con mi hermana? ¿Por qué estaba siendo empalada por detrás y por delante? ¿Quién era ese tercer mal nacido que estaba debajo de ella?

Y el fuego se apoderó de mí. La ira, la rabia, la furia, el odio... Sentí como todo al mismo tiempo empezó a recorrer mi cuerpo desde la coronilla hasta los pies. Apreté los dientes con tanto ímpetu que tranquilamente pude haberme roto alguno, cerré los puños con tanta fuerza que sentí como las uñas se clavaban en la palma de mi mano, y dejé que toda aquella cólera saliera de mi interior en forma de un portazo que retumbó por todo el pasillo y alrededores.

Sin esperar un segundo, cogí de la mano a Benjamín y salí corriendo con él hacia las escaleras.

Estaba decidida a esperar el tiempo que hiciera falta.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 19:15 hs. - Rocío.

Entré en mi habitación y pegué un portazo con todas las fuerzas que me quedaban. La desesperación que sentía en ese momento no se podía describir con palabras... El odio que me invadía, la angustia que me castigaba... Era demasiado todo como para poder soportarlo.

Me apoyé en la puerta y me llevé las manos a la cara buscando que la oscuridad me trajera un poco de paz. Llevaba media hora aguantándome las ganas de llorar, de gritar más de lo que lo había hecho, de romper cada cosa que se me pusiera por delante, de hacerme daño físico a mí misma por lo estúpida que había sido... Podría haber hecho cualquiera de esas cosas, pero no quería darle el gusto de verme abatida. No quería darle el gusto de pensar que la victoria era suya. Y una mierda, todavía estaba más que dispuesta a luchar.

Me di un par de palmadas en la cara, abrí los ojos, que debían estar súper rojos y humedecidos, y me fui hacia la ventana de mi habitación para ver si lograba divisarlo en la calle. Obviamente no tuve éxito, había dejado que pasara demasiado tiempo. Tras chequear aquello, volví sobre mis pasos y cogí el móvil de la mesilla de noche.

—Contéstame, por favor... —murmuraba para mí misma mientras me sentaba en el borde de la cama.

No hubo respuesta. Y lo intenté una vez más, y otra, y otra, y otra... Y al no contestarme esas veces, volví a intentarlo de nuevo, y después de nuevo, y después de nuevo... Luego de veinticinco intentos más, decidí probar con la casilla "mensaje de texto".

"Cuando leas esto llámame", probé primero. "Quiero hablar contigo", intenté después. "Benja, ¿puedes contestar mis llamadas?", "¿Dónde estás?", "¿A qué hora sales de trabajar?".

No sabía qué más ponerle, y no podía ir al grano porque no sabía con exactitud si había sido él el que había abierto la puerta de casa. O sea, sí que lo sabía, en el fondo lo sabía, pero no me la podía jugar. ¿Y si había sido el casero? No estaba segura, pero lo normal era que tuviera copia de las llaves. ¿Y Noelia? No recordaba haberle dado unas, aunque Benjamín fácilmente podría haberlo hecho para que le fuera más fácil cuidar de mí.

Mientras analizaba todas las posibilidades, seguía pulsando el nombre de Benja una y otra vez, pero perdiendo las esperanzas de que me respondiera con cada intento.

Dejé el móvil en la mesilla de nuevo y me recosté en su lado de la cama. Me abracé a su almohada y cerré los ojos de nuevo. Increíblemente, después de tanto tiempo, volví a sentir ese remordimiento de consciencia que tanto me había mortificado en los primeros días de mi aventura con Alejo. Hacía rato que me había decidido a no volverme a sentir de esa manera, alegando siempre que todo lo que había hecho tenía sus razones y sus justificaciones; pero ahí mismo, tumbada en mi cama después de haber sido descubierta follando con dos hombres a la vez, sólo podía pensar en que todo, sin ninguna excusa que valiera, era culpa mía y nada más que mía. Me sentía sucia, mala y puta. Y también sentía que me merecía todo lo que me estaba pasando.

Si Benjamín decidía no volver jamás iba a estar en todo su derecho.

Me fui quedando dormida poco a poco, mientras esperaba ilusionada que el "You're way to beatiful girls" de mi móvil sonara en algún momento.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 19:15 hs. - Benjamín.

—¿Y cómo has dicho que te llamas?

—No lo he dicho.

—¿No? Bueno, ¿cómo te llamas?

—Noelia.

—¿Noelia? ¿Y por qué no te había visto antes por aquí? Las bellezas de la ciudad no suelen escapas a mi radar.

—Será porque no suelo salir mucho.

—¿No? ¿Y eso por qué? ¿Trabajas mucho? ¿O es que te la pasas estudiando?

—Trabajo.

—¿De qué? ¿Dónde?

—De camarera. El lugar no te incumbe.

—Vaya... Nos ha salido fría la cuñada, ¿eh, Benja?

—Quizás es porque igual no es el momento, ¿no te parece?

—Ya, puede ser... ¿Y de qué lado estás?

—¿Qué?

—¡Sí! ¿De qué lado estás? ¿Del de Benjamín o del de la zorra asquerosa de tu hermana?

—¿Perdona?

—Vaya, por fin te dignas a mirarme.

—Luciano, basta, ¿de acuerdo? Benjamín necesita un poco de tranquilidad ahora.

—Vale, vale.

Sebas me puso un brazo en el hombro cuando todos se callaron. Yo no reaccioné, seguí apoyado contra la ventanilla, observando el exterior como si no estuviera ahí, como si no existiera. Oía todo lo que se hablaba en la parte trasera del coche, pero no les ponía ninguna atención. La realidad me había vuelto a dar una paliza, y ya no tenía ganas de volverme a levantar de la lona. Ni siquiera de arrastrarme sobre ella.

—Disculpa... Sebastián era, ¿no? —dijo Noelia al poco tiempo.

—Sí, ¿qué pasa?

—¿Puedes parar en el parque que está por aquí? Si sigues todo recto yo te aviso donde es.

—Claro. ¿Te bajas ahí?

—Sí... No... O sea, necesito hablar un momento a solas con Benjamín... Ya luego sigue con ustedes y yo me quedo.

"Buah...", pensé. Tenía muy pocas ganas de ponerme a hablar con nadie. Y menos con Noelia, que seguramente me sacaría en cara el cómo me había advertido de lo que estaba pasando. No dije nada de todas formas, principalmente, como ya dije, porque ya todo me la sudaba en demasía. Haría cualquier cosa que ellos decidieran y no me supusiera demasiado esfuerzo físico y mental.

—¿Benja? —me miraba Sebas mientras esperaba una respuesta por mi parte.

—¿Eh? Pues me da igual... —balbuceé, todavía con la cabeza apoyada en la ventana.

—A mí no me da igual —saltó entonces Luciano, haciendo retumbar todo mi asiento—. ¿Tú estás flipando, no? Que pechitos de caramelo se baje si quiere, pero Benjamín se viene con nosotros.

—¡Oye! ¿Pero tú de qué vas? —reaccionó sin dilación Noelia, visiblemente alterada.

—¿Que de qué voy yo? ¡¿De qué vas tú?! ¿Te crees que te voy a dejar a solas con él para que le comas la cabeza?

—¿Para que le coma la cab...? ¡Si fui yo la primera que le advirtió sobre todo esto, pedazo de gilipollas!

—Me da absolutamente igual. Tú a solas con Benjamín no te quedas, chochito.

—Basta, chicos... ¿Por qué no paran? —volvió a insistir Sebas, al que me constaba que lo ponía muy nervioso que la gente gritara mientras conducía.

Hubo un silencio de unos veinte segundos. Silencio que supuse que utilizó Noelia para contenerse y respirar profundo. Luciano acababa de usar un par de expresiones que en cualquier otra ocasión hubiesen sido motivo de llamada a los servicios de emergencia.

—Estoy del lado de Benja, ¿vale? —dijo, rápida, dejando lo otro de lado.

—Mira, pechi...

—Vuelve a llamarme "pechitos de caramelo" y te aseguro que la próxima vez que le entres a una tía lo harás sin la confianza de tener una polla que hable por ti, ¿me has entendido?

—¡JA!

Sebas soltó una carcajada enorme. Todos, incluido yo, nos giramos para mirarlo.

—Perdón... —añadió inmediatamente.

—Mira, Noelia —dijo ahora Luciano, haciendo mucho énfasis en el nombre de mi cuñada—, no sé qué cojones pasó ahí arriba, pero no me voy a arriesgar a dejar solo a Benjamín con la hermana de la guarra que le está poniendo los cuernos, ¿vale? Así que te voy a dar tres opciones.

Dentro de mi estado de muerte espiritual, me parecía extraño que Noelia todavía no le hubiera saltado con las uñas a la cara a Luciano. Es más, me resultaba increíblemente sorprendente que se quedara callada escuchando cuando Lucho dijo lo de las tres opciones.

—Le dices aquí, delante de todos, lo que tengas que decirle; vienes con nosotros a mi casa y nos demuestras que eres de fiar; o paramos aquí mismo y te bajas.

Silencio incómodo. Eché un vistazo rápido al retrovisor central a ver si veía algo, pero lo único que tenía ahí era un primer plano de las grandes tetas de Noelia.

—No tienes ni puta idea de nada —dijo al fin Noe, dando un largo y sonoro resoplido—. ¿Tú no vas a decirle nada, Benjamín? ¿O es que estás de acuerdo con él?

"Vaya", pensé. "Ahora si no contesto me va a usar la del que silencio otorga... Vaya fastidio".

—Sabes que no pienso lo mismo que él.

—Pues díselo, cojones. Que estoy quedando aquí como la mala de la película.

—¿Y para qué le voy a decir nada? Si me tienen por el gilipollas al que todo el mundo engaña cuando quiere. Diga lo que diga no va a servir para nada.

Nadie respondió a eso, y ahí sí que sentí cómo se aplicaba la del silencio otorgador. A los cinco minutos Sebas aparcó el coche al costado de una plaza. "Plaza 4 de noviembre", según rezaba una placa dorada que decoraba una gran fuente que había muy cerca de nosotros.

—Bueno, ¿qué van a hacer? —preguntó Sebas.

Yo seguía con la cabeza apoyada en la ventanilla, y no pensaba moverme hasta que ellos se pusieran de acuerdo. Fue Noelia la primera en hablar.

—Oye... no me acuerdo tu nombre.

—Luciano.

—Bueno, Luciano, de verdad que necesito hablar a solas con él un momento. No te pido una hora, sólo unos minutos. Por favor...

Al parecer, esta vez Lucho dudó. Seguramente mi cuñada le habría puesto una de esas caritas de súplica que ya portaban de serie las mujeres de esa familia. Y eso, sumado al potente par de tetas de Noelia, que encima iba con escote por la camisa blanca de su uniforme de la cafetería, hacía de ella una persona a la que para Luciano resultaba muy difícil decir que no.

—¿Tú qué dices, Sebas?

—¿Yo? —se sorprendió por la consulta—. Pues, no sé... Así, a simple vista, la chica parece maja. Además, por la forma en la que lo tenía abrazado a Benja mientras bajaban las escaleras... No sé, yo me fío de ella.

Se hizo un nuevo silencio que no se rompió hasta que me volteé a ver qué pasaba. Todos me miraban expectantes.

—¿En serio no puedes hablar conmigo aquí? Mira que ellos están al tanto de absolutamente todo, ¿eh?

—Por favor, Benjamín...

De nuevo esa maldita mirada que tanto me hacía acordar a la otra... Lo peor es que no era intencionada, era algo que le salía de forma natural. Tenía muchas ganas de pedirle que se pirara y que dejara de atormentarme con su presencia, pero en el fondo no me sentía capaz de hacerle algo así a una de las pocas personas por las que me sentía querido en ese momento.

—¿Me van a esperar o se van a ir? Miren que yo me las apaño como...

—Te esperamos, anormal —interrumpió Lucho—. Vamos a ir a mi casa y esta noche nos vamos a poner ciegos con lo primero que pillemos.

—Vale...

Una vez afuera, Noelia se cogió de mi brazo y empezamos a caminar parque para adentro.

—¡Oye! —gritó Luciano detrás nuestro cuando no habíamos dado ni cuatro pasos. Los dos nos giramos—. ¿Tetitas de miel te gusta más?

Noelia arqueó las cejas y resopló fuerte devolviendo la mirada al fuerte.

—¿En serio ese es tu modus operandi para ligar? No te debes comer un rosco, hijo mío.

—¿Y quién te ha dicho que estoy intentando ligar contigo? ¡Nos ha salido prepotente la chiquilla!

—Toma prepotencia —zanjó Noe, levantando el dedo corazón de su mano libre y dibujando una sonrisa enorme en su cara.

Mientras Lucho y Sebas reían como dos adolescentes, mi cuñada y yo nos dirigimos a un banco que no había muy lejos de nosotros. No había gente cerca, por lo que parecía que allí íbamos a poder hablar con tranquilidad.

—¿De dónde sacaste a ese tío? Vaya cosa más aberrante... —empezó a decir ella apenas nos sentamos.

—Es un compañero de trabajo de toda la vida... Siempre se porta igual con las mujeres, es su forma de romper el hielo. No le des mucha importancia.

—No, si no se la doy. Es más, espero no volver a verlo jamás.

—Exageras... Bueno, al grano, ¿qué querías decirme? —dije, igual no de la mejor manera, pero quería acabar con todo eso cuanto antes.

—¡Oye! —protestó, dándome un suave golpe en el brazo—. ¡No seas grosero! Ya sé que acabamos de salir del infierno, pero hacía tiempo que no nos sentábamos a hablar... ¿Ni un "qué tal estás" ni nada?

—Vale... —asentí yo, sumiso como nunca. Iba a tratar de evitar cualquier tipo de discusión por más mínima que fuera—. ¿Qué tal estás?

—¡Pues mal! ¿Te puedes creer que el hijo de la gran puta de mi jefe el otro día nos hizo usar un uniforme que nos hacía ver como putas? "Hoy tenemos un cumpleaños y tienen que ponerse esto". No te puedes imaginar la cara que se me quedó cuando lo vi... Mira, aquí tengo una foto.

Sin siquiera preguntarme si la quería ver -que no, no quería-, sacó el móvil y me enseñó una imagen de ella posando alegremente junto a una compañera. Efectivamente, las dos iban enseñando bastante. Lo que no entendía muy bien era por qué sonreía así si tan incómoda se sentía... Aunque no iba a ser yo el que se lo preguntara.

—Muy guapas... —le dije, sin muchas ganas.

—¡Gracias! ¡Pero no te confundas, ¿eh?! Estamos sonriendo porque la foto era para el tablón de la cafetería. Bueno, por lo menos yo, porque Aurita es un poco fresca y le gusta ir por ahí mostrando carne. ¡No sabes la de propinas que saca calentando pollas! ¡Si se hace el mes así y todo! Ojalá yo fuera la mitad de guarra que ella, al menos no tendría los problemas que tengo para llegar a fin de mes...

—Noe...

—Dime, cariño.

—¿Me vas a decir de una vez lo que querías decirme o vas a seguir estirando el chicle mucho tiempo más?

Tardó en contestar. Estaba claro que le costaba arrancar a hablar del tema y por eso seguía contándome cosas que sabía que a mí, en ese momento, me importaban una puta mierda. Y por eso también se la solté así, para que se diera cuenta que ya me daba igual y que podía hablar de ello sin problemas. Como ya he dicho, lo único que quería era terminar con eso cuanto antes para llegar a casa de mis amigos y olvidarme de todo durante muchas, muchas horas.

—¿Cómo estás? —volvió a hablar, ahora con más seriedad.

—Pues... como ves —respondí yo, abriendo los brazos y señalando mi cuerpo con la cabeza.

—Ya... pero... ¿cómo te sientes?

—¿Me vas a hacer terapia, Noe? —le sonreí ligeramente.

—No, joder... —chistó—. Eres como un hermanito para mí, Benja... Sólo me preocupo por ti.

—Estoy bien, quédate con eso. Ahora mismo no tengo ganas de profundizar más en el tema.

—Vale... Me alegro, entonces —me sonrió ella a mí ahora, y me dio una caricia en el hombro.

—¿Algo más?

—¡Sí! Hay algo que... bueno, que no termino de entender.

—¿Qué cosa?

—Verás... antes, cuando nos encontramos en el pasillo de casa, me pareció un poco rara tu reacción... O sea, como si ya supieras lo que estaba pasando ahí adentro.

—Hombre, saber saber no, pero me lo imaginaba.

—¿Y por qué te lo ibas a imaginar? ¿Acaso ya sospechabas de algo?

—No, Noe... No es que sospechara, es que lo sé ya desde hace un par de días. Me los encontré follando en plena madrugada en el balcón de casa.

—¿Qué...? ¿Y cómo...?

—¿Cómo qué? Pues que me levanté porque... porque me levanté por la noche, y ahí estaban. Claro, como es muy raro que yo me levante de madrugada, y ella lo sabe bien, estaría aprovechando esos momentos para tirárselo.

—Yo... Es que no me lo puedo creer...

Noelia negaba con la cabeza mientras seguía murmurando que no se lo podía creer. Ya que la cosa fluía, aproveché ese momento para sacarme de encima una sospecha que, si bien no llegaba a molestarme, tenía muchas ganas de resolver.

—¿Tú desde cuando lo sabes?

—¿Eh? —su semblante cambió, como si de pronto se hubiese sentido pillada.

—Tranquila, no te voy a reprochar nada. Es sólo por saberlo.

—Pues... desde no hace mucho, pero...

—¿Quizás desde aquella vez que no querías que entrara en casa? Ponle fecha, tranquila. No va a cambiar en nada mi estado de ánimo.

—Sí...

—Bueno... Ahora que lo pienso, supongo que por eso antes reaccioné así, porque verte así de pie en la puerta de casa me hizo recordar a lo de ese día.

—No quiero que pienses que la estaba encubriendo, Benja... Es sólo que quería evitarte el disgusto... A nadie le gusta enterarse de que le están poniendo los cuernos.

—No seas idiota... ¿Cómo voy a pensar eso si tú fuiste la primera que me avisó de que esto podía pasar?

—Pues prefiero cerciorarme, más aún después de las palabras de tu compañero...

—Vaya... —sonreí, inesperadamente—. No pensé que fueras a darle tanta importancia a eso.

—¡Que no se la doy! Pero, joder, en casos así la gente suele buscar enemigos donde no los hay, y...

—Olvídate de eso, ¿vale? —interrumpí, y le di un golpecito en la espalda.

Hicimos una pausa que no duró mucho. El típico silencio en el que cada uno le da espacio al otro para no agobiarlo. En este caso el que no debía serlo era yo, pero sentía que ella también lo estaba pasando mal.

—Me molesta mucho que lo haya hecho contigo en casa...

—¿Qué? Bueno... está feo, sí. Pero te garantizo que no es algo a lo que le esté dando importancia ahora mismo.

—No sabes las ganas que tengo de ir a buscarla y darle unas cuantas tortas.

—Tú misma —respondí, con una media sonrisa. Me estaba empezando a asustar la naturalidad con la que avanzaba el asunto.

—Supongo que no le has dicho nada todavía, ¿no?

—¿De qué? ¿De que sé que me engaña? Pues no... Quería tomarme un tiempo para pensar todo, ¿sabes? Lo último que quería era tomar una decisión precipitada.

—¿Por qué hablas en pasado? ¿"Lo último que querías"?

—Sí... Ya todo me da igual.

Al final, aunque fuera de forma inconsciente, terminé hablando con Noelia sobre mis sentimientos. Lo más gracioso era que, al mismo tiempo, sentía que también estaba haciéndolo conmigo mismo. En ningún momento me había parado a pensar qué iba a hacer con todo aquello, o cómo iba a afrontarlo. Ese "ya todo me da igual" me salió de forma completamente natural y sincera. Y me sentía increíblemente bien por haberlo dicho.

—No... Benjamín, no. No te puede dar igual.

—Pues sí que me da, y más después de todo lo vivido hoy. ¿Sabes qué? Esta tarde estaba haciendo justamente eso, pensando en todo esto. ¿Y sabes cuál fue la tremenda estupidez que se me ocurrió? Salir del trabajo antes para ver por mí mismo si lo del otro día había sido sólo un desliz o si era cosa de todos los días follarse a ese hijo de puta.

—¿Por eso...?

—Sí, por eso lo de hoy. O sea, ¿te das cuenta de lo absurdo que suena? Hice todo esto con la esperanza de llegar a casa y encontrar a Rocío planchando, cocinando, o simplemente viendo la tele, ¿me entiendes? Si llegaba diez minutos después de que el otro se la hubiera follado, para mí hubiese sido lo mismo, porque la habría encontrado justo como la quería ver.

—Pero... ¿No decías que habías entendido por qué no te quería dejar entrar a tu casa aquella otra vez?

—De eso me di cuenta cuando te vi de pie ahí... Fue como una revelación, ¿sabes?

—Entiendo...

—Los chicos me advirtieron de lo que podía pasar, incluso le respondí mal a la única persona que no se ha despegado de mi lado estos últimos tres días... Todo por defenderla a ella, que ha quedado clarísimo que le importo una mi...

—¡No! —me interrumpió ahora ella—. ¡No le importas una mierda! ¡Rocío te quiere, Benjamín!

—Sí, ya vi cómo me quiere...

—¡Que no, joder! ¡Es ese mal nacido el que le está llenando la cabeza! Tú sabes bien que Rocío es más manipulable que un trozo de plastilina.

—Estás haciendo un poquito, sólo un poquito, lo que Luciano dijo que podías hacer —le dije, con las cejas arqueadas. Noe se ruborizó un poco.

—No es lo mismo, Benja... —respondió claramente apenada—. Sé que suena a justificación, pero creo que puedo llegar a demostrarte lo que digo sólo razonando un poco.

—¿Sí? ¿Y cómo sería ese razonamiento?

—Rocío pasó días hecha una furia porque pasabas todo el día en el trabajo y no tenías tiempo para ella, ¿recuerdas?

—Sí.

—Bueno, ¿quieres que me ponga en el lugar de Alejo una noche cualquiera que se la pudiera encontrar triste? "Rocío, tu novio se pasa el día en el trabajo y llega cuando estás durmiendo para evitar tener que gastar su poco tiempo libre contentando a una niñata que lo único que hace es traerle problemas. Y que no te extrañe si lo del trabajo es una excusa barata y en realidad se está tirando a otra".

No tenía demasiada fe en que los razonamientos de Noelia pudieran hacer, aunque fuera, un mínimo de mella en mí, por más que eso último que había dicho tuviera todo el sentido del mundo.

—¡Piénsalo, Benjamín!

Si volvía unas semanas atrás en la memoria y recordaba algunos numeritos que me había montado Rocío, como el de la vez que me echó en cara que los horarios de mi agenda y los que yo le decía no coincidían, podía ser que Noelia tuviera algo de razón. Es más, en la vida había desconfiado de mi palabra, ¿por qué de pronto se iba a tomar la molestia de revisar mis papeles para ver si le decía la verdad o no?

No obstante, iba a necesitar mucho más para poder convencerme.

—Pues sí, tiene sentido lo que dices. Ahora, ¿para ti eso ya es motivo suficiente como para quitarse las bragas y montarse sobre la polla del tío que yo le dejé meter en casa con toda mi estúpida confianza?

—¡No! Y, joder, ¿desde cuándo hablas así? Qué grima...

—Desde que Rocío me enseñó.

—¡No te desvíes del tema! ¿Sabías que Rocío vino a hablar conmigo de nuevo días después de que me contaras los problemitas que tenías con la tal Clara?

—Sí...

—Yo te dije que no lo hicieras, pero sé cómo eres... ¿Le terminaste hablando de ella?

Volví a hacer memoria... y recordé cuando me echó en cara el haberme visto almorzando con ella una mañana.

—Es gracioso que menciones eso —reí otra vez—, porque se va a volver en tu contra.

—¿Por qué?

—El día que me dijeron que por fin se terminaban los horarios exhaustivos del trabajo, me reuní con Rocío en una cafetería para pedirle perdón y contarle la gran noticia.

—Sí, ¿y...?

—Después de arreglar todo, de besarnos, de sonreírnos y abrazarnos... Me dijo que me había visto almorzando en una cafetería no muy lejos de mi trabajo. Me preguntó si tenía algo con ella, yo le dije que no, y ella lo aceptó con toda la normalidad del mundo. Sin indagar ni un poco, ¿me entiendes? ¿Y sabes lo que hizo después? Nunca voy a olvidar esa cara... de... vacío... fría, sin sentimientos... Con esa cara me dijo que no podíamos dejar que Alejo se quedara en la calle, que teníamos que ayudarlo durante un tiempo más hasta que encontrara algo... ¿Y sabes qué más? Que o último que le había dicho sobre el tema era que se tenía que ir de casa en esos días.

Estaba contando la historia para que se enterase Noelia, pero con cada palabra que salía de mi boca mi cerebro iba atando cada vez más cabos. ¿Cómo explicarlo? Mi intención en un principio era contarle cómo Rocío había aceptado lo de Clara sin ningún problema, sin embargo, acababa de llegar a la conclusión de que todo había sido un intercambio de favores, al igual que la noche anterior cuando me había dado vía libre para que hiciera lo que quisiera... "Fóllate a Clara o a quien quieras, pero no me toque las narices si me follo a Alejo".

—En ese momento ya estaba contaminada, entonces...

—El viernes pasado me montó un pollo tremendo porque no le gustó cómo hablé con mi jefa cuando nos la encontramos por la calle. Ese mismo fin de semana me tuvo a dos velas y justamente fue el domingo por la noche cuando la pillé. ¿Tienes alguna explicación lógica para eso?

—No, Benja... No la tengo. Pero insisto en que todo se debe a toda la mierda que ese cabronazo le metió en la cabeza contra ti.

—Como sea, Noe... Pensando en todo lo que sucedió este último es... Si me pongo a atar cabos... tantas cosas cobran sentido... Y es todo tan doloroso... Y no por la infidelidad en sí, ¿me entiendes? Porque todos somos seres humanos y podemos tener deslices... ¿Tú crees que si venía una noche y me decía "me follé a Alejo porque me puso cachondísima y no lo pude resistir" iba a ser igual de grave que todo este tira y afloja que montó, involucrando mi trabajo, amistades y jefes para hacerme sentir mal y justificar así tanto engaño y traición? No, Noelia... Me duele diez mil veces más que no le haya importado jugar con mis sentimientos que todas las veces que pudo haberse tirado a ese hijo de puta...

—Benja...

Repito, todo iba teniendo más sentido en mi cabeza a medida que iba saliendo por mi boca. Y todo cuadraba tanto que sentía que con cada palabra que pronunciaba iba hundiendo cada vez más las ganas de Noelia de defender a su hermana. Cosa que, a la vez, me hacía daño a mi también, porque, sí... Muy en el fondo esperaba que pudiera llegar a convencerme de no mandar todo a la mierda.

—Necesito que me hagas un favor, Benjamín... —dijo de pronto.

—¿Qué favor?

—Que no tomes ninguna decisión hasta que yo te lo diga, ¿vale?

—¿A qué te refieres?

—Que no rompas con ella hasta que... ¡Joder! Sé que suena raro, pero eso, hasta que yo te lo diga, ¿de acuerdo?

—Eh... —negué un par de veces con la cabeza y traté de entender qué quería decir con eso—. Explícate, por favor.

—No puedo explicarme ahora, pero te prometo que me lo vas a agradecer. ¿Puedes prometerme que no vas a tomar ninguna decisión hasta que yo te lo diga?

—Pues no. O sea, así rotundamente te digo que no. No estoy en un momento de mi vida en el que pueda ponerme a prometer cosas. Quizás esta noche me coja un pedo de campeonato y termine llamándola para mandarla a la mierda, ¿sabes lo que te quiero decir?

—¡Joder, Benjamín! ¡Vale, dame dos días! ¡Sólo dos días!

—¡¿Pero dos días para qué?

Metí la mano en mi bolsillo y saqué mi móvil, el cual hacía ya más de veinte minutos que no dejaba de vibrarme en la pierna. Desbloqueé la pantalla y se la enseñé a Noelia.

"Tienes 34 llamadas perdidas y 8 mensajes de texto sin leer".

—¿Qué? ¿Creías que íbamos a pasar desapercibidos después del portazo que pegaste?

—¡Eso da igual! Además, a ti no te vieron... —dijo, sin darle nada de importancia a lo que le acababa de enseñar.

—No sé si me vieron o no, pero el móvil deja bien claro que cierta personita piensa que ha sido pillada. ¡Vaya, 35!

—Puedes contestarle y decirle que estabas sin cobertura. Eso nos daría más tiempo.

Me quedé mirándola entre sorprendido y anonadado. Tanto hablar en clave y secretearme de esa forma en la cara me estaba empezando a inflar soberanamente los cojones.

—Suficiente, Noe. Me piro.

Me volvió a sujetar la mano y, esta vez se me quedó mirando con más cara de preocupación que de súplica.

—Sólo prométeme que no vas a ir a romper con ella.

—No te voy a prometer nada.

—Necesito que lo hagas, por favor.

—Adiós, Noe.

—¡Sólo dos días, Benjamín!

Sin más, comencé a caminar en dirección al coche de Sebastián. Noelia no me siguió, y lo agradecí. Un poco más de insistencia no habría acabado del todo bien.

Llegué al coche y me encontré con un Sebas sonriente y un Luciano expectante.

—Bueno, ¿qué te dijo la tetas?

—Nada... Quería ponerse al día nada más.

—¿No te intentó vender a la hermana?

—Lucho... Ya está, vamos a tu casa.

—O sea que sí, lo intentó.

—Un poco... Pero no como tú crees. Simplemente le echa toda la culpa al argentino ese y la deja a ella como la pobrecita manipulada que no sabe lo que hace.

—Típico... —dijo Sebas.

—Pues no sé si será lo típico, pero sí sé que es lo normal... Noelia apoyó nuestra relación desde el primer momento en el que me vio. Si llegáramos a romper, para ella sería un palo muy gordo...

—¿"Si llegáramos"? —dijo Luciano, sorprendido—. ¿De verdad todavía estás dudando, pequeñajo de mi vida?

—Todavía es muy pronto para pensar en eso... De momento quiero llegar a tu casa y pillarme el pedo de mi vida, ¿te parece bien?

—Vale, tienes razón. Me parece estupendo.

—¡Bien por mí también! ¡Así que en marcha!

Me traía una paz increíble al cuerpo el pensar en que en un par de horas estaría más borracho que el carajo. ¿Qué mejor que pasar una noche como esa rodeada de tus amigos?

Y bien que hacía, la verdad, porque una vez terminada, iba a dar comienzo el fin de semana donde todo se iba a decidir... para bien o para mal.