Las decisiones de Rocío - Parte 22.
Y, sumido en la nada misma, cerré los ojos y...
Viernes, 17 de octubre del 2014 - 19:05 hs. - Noelia.
—Vale, preciosa, ahora me vas a decir la verdad, ¿quién cojones te envía?
La había cagado, estaba claro. Alguna parte de mi historia no debió coincidir con lo que sabía el viejo y eso había hecho saltar la alarma. Estaba asustada, sí, y mi cara seguramente me delataba, pero debía mantener la calma y lo sabía; habían demasiadas cosas para analizar en ese momento. Evidentemente había tocado hueso; que el viejo se encargara de encerrarme para que le dijera quién me mandaba era digno de película de mafiosos. No sabía dónde me estaba metiendo y la escenita no ayudaba mucho; sin embargo, las ganas por saber qué estaba pasando eran mucho más grande que las que tenía de salir de ahí.
Mucho más tranquila, decidí adentrarme en ese desafío interrogatorio que me acababa de proponer el viejo Lorenzo.
—Alejo Fileppi —le dije, haciendo todo lo posible para recuperar mi semblante inicial.
—Vamos a ver, querida... —suspiró, como armándose de paciencia—. Quizás porte toda la cara de uno, pero te aseguro que gilipollas no soy.
—En ningún momento dije...
—¡Cierra la boca! —bramó, perdiendo la calma en un segundo y provocando en mí un pequeño sobresalto—. Te mandan esos putos negros de mierda, ¿no? Bueno, diles que yo no sé nada; que hace tiempo perdí el contacto con el argentino ese de los huevos.
—Señor Lorenzo, le pido por favor que se tranquilice. Le juro por lo que más quiera que no sé de lo que está hablando.
Entonces casi se me para el corazón. Hecho una furia, el viejo se levantó de la silla y corrió los cinco pasos que nos separaban para situarse junto a mí y agarrarme violentamente de los pelos. Si no me caí de la silla fue porque él mismo me sujeto por la espalda.
—Mira, guarrilla pelirroja, no te violo aquí mismo porque no sé si vienes sola o acompañada de toda esa morralla para la que trabajas, ¿me oyes? Ten por seguro que no voy a permitir que nadie me venga a amedrentar a mi propio domicilio. ¡¿Entiendes o no?! —me gritaba al oído mientras apretaba con fuerza los mechones de cabello que colgaban de mi sien. Ahora sí que estaba asustada de verdad.
—S-Señor Lorenzo... le aseguro... que yo no... —intenté calmarlo, con la voz entrecortada y con los ojos inundados en lágrimas.
—¡¿Entiendes o no?! —volvió a vociferar cada vez más fuera de sí.
—¡Lorenzo, por favor! —exclamó una nueva voz a nuestras espaldas.
El hombre que antes había traído el café se acercó corriendo a nosotros y obligó a Lorenzo a que me soltara la cabellera. Estuvieron forcejearon un rato, hasta que el primero logró hacer tranquilizar a mi agresor.
—¡Lo que me faltaba! ¡Que ahora me manden cerdas a sacarme información! Y tú, tú, Ramón, me habías prometido que a mí no iban a venir a tocarme los cojones —siguió chillando el primero, esta vez señalando con el dedo índice al otro hombre.
—Vamos a ver, ¿cómo estás tan seguro de que la envían ellos? —le preguntó el que supuestamente se llamaba Ramón.
—¿Y quién más va a ser? Viene aquí contándome no sé qué milongas de Alejo... Que si es su amante y...
—Espera un momento —se extrañó el otro hombre—. ¿De Alejo?
—¡Sí! Dice que él la mandó aquí para alquilar una habitación. Para poder venir a follar y no sé qué más historias.
—¿Te dijo que Alejo quiere volver aquí?
—¡Que sí! ¡Por eso reaccioné como reaccioné! Esta guarra seguro que está con ellos.
—Pero, Lorenzo, si es verdad que está con ellos, ¿te parece inteligente atacarla de esta manera?
—Ya me la suda todo a mí... Estoy hasta las pelotas de toda esta mierda. Si todavía no te he mandado a volar de aquí es por la pobre Brenda, que está cargando con la misma cruz que yo. Me cago en la puta.
Mientras tanto, yo escuchaba todo con atención mientras sollozaba sin levantar la cabeza y mientras me acariciaba por donde me habían tironeado del pelo. Estaba segura de que dentro de ese pozo había petróleo, pero el susto había sido demasiado grande y ya lo único que me importaba era salir de ahí cuanto antes.
—Mira, Lorenzo... ¿por qué no dejas que yo me encargue de aquí en más? —dijo Ramón, de pronto, mientras se acercaba a mí y me ponía una mano en la espalda—. La envíe quien la envíe, la chica está aterrorizada y no es cuestión de dejarla que se vaya en estas condiciones a casa.
—Haz lo que quieras —refunfuñó Lorenzo—, pero en tu habitación. Aquí no quiero verla más.
—Que sí... Vete a descansar un rato —lo despidió Ramón—. Ven, querida, vamos a mi habitación. Ahí mi mujer te hará algo caliente para que tomes.
No pude declinar su oferta. El hombre me había salvado del otro neandertal y lo menos que podía hacer era aceptar su amabilidad. Seguía teniendo mucho miedo, sí, pero la conversación que acababan de tener los dos vejetes me había dejado pensando mucho. Tenía que serenarme, habían demasiadas cosas buenas en ese lugar y no me podía dar el lujo de perdérmelas por un puto susto.
—Parece que Brenda no está —dijo luego de pegar un par de gritos—. Esto... Tengo té, ¿quieres un poco? —se ofreció apenas me senté.
—Vale... —respondí, todavía afligida.
—¿Quién eres? —preguntó de inmediato—. Sé que no trabajas para la gente que decía Lorenzo porque... Bueno, yo me entiendo. Pero... ¿quién eres? —el hombre parecía ser de confianza, pero no podía arriesgarme a contarle para lo que había ido. Primero tenía que indagar un poco más.
—Soy una amiga de Alejo Fileppi... —continué con la misma farsa. Por el momento no tenía más alternativa.
—Vale, eres amiga de Alejo. ¿Y qué haces aquí? —prosiguió Ramón, sereno, hablándome como si fuera mi abuelo y yo su nieta.
—Buscar una habitación para...
—Vale, vale... No sigas por ahí —me interrumpió, riendo—. Tiene que haberte hecho algo muy malo el cabrón para que vengas a un lugar como este a meter las narices.
—¿Meter las narices? ¡No, no! Se equivoca, yo...
—Hija... —dijo de pronto, sentándose frente a mí y depositando la taza de té sobre una mesita de cristal—. Mira, te voy a contar esto porque me está dando lástima que sigas enfrascada en tu mentira creyendo que eso te va a llevar a algún lado. ¿Sabes por qué Lorenzo reaccionó así cuando le contaste tu historieta?
—Yo... No... —balbuceé, intentando darme tiempo para pensar algo rápido que tuviera sentido. Todavía me sentía en el medio del nido de la serpiente y no podía arriesgarme a meter la pata.
—Bueno, yo te lo digo; porque Alejo salió huyendo de este lugar como una rata, querida.
La cosa se puso interesante de repente. Ese hombre no tenía ninguna obligación de contarme aquello, pero lo había hecho de todas formas. Además, con un deje un tanto rencoroso a la hora de pronunciar la palabra "rata".
Tomé un trago de té, respiré profundo y traté de centrarme en lo que estaba pasando. El susto había sido grande, pero, respito, sabía que no podía ser tan gilipollas de dejar pasar ese tren sólo porque un viejo me había tirado de los pelos.
—¿Cómo? ¿Como un rata? —pregunté yo ahora, sin cambiar ni un ápice el tono lloroso de mi voz.
—Sí, como un rata —prosiguió—. Y antes de irse nos pidió a todos que por favor no diéramos información sobre él si alguien venía preguntando.
—¿Pero por qué huyendo como una rata? —insistí—. ¿De quién huía? —seguí preguntando, comenzando a enseñar bastante el plumero.
—No —me apuntó con un dedo—. Yo ya he confiado en ti, ahora te toca a ti confiar en mí.
Tomé otro sorbo de té y me paré un momento a analizar la situación. ¿Por qué estaba tan interesado Ramón en intercambiar información conmigo? No podía ser que fuera para irle con el cuento a Alejo, ya que sólo con llamarlo y decirle que yo estaba ahí, tenía más que de sobra. Tampoco creía que fuera por simple curiosidad, o por un ataque paternal repentino de querer ayudar a una joven en apuros. Así que la única opción que quedaba era que él también pudiera tener algún tipo de problema con él. Y tenía mucho sentido; no sólo por su forma de referirse a él hacía unos momentos, sino también por su cautela a la hora de ir desvelándome las cosas.
Sea como fuere, ahí había algo más y yo tenía que averiguarlo a como diera lugar.
—Vale... —volví a respirar—. Mi nombre es Noelia y, en efecto, vine a buscar información sobre Alejo Fileppi.
—Interesante... —respondió él, acariciándose la barbilla—. ¿Y se puede saber por qué?
—No —lo señalé con el dedo—. Es su turno.
—Vaya... Y parecías de las inocentes —rio—. Pues bien, resulta que tu amiguito se metió en problemas con las personas equivocadas. Es por eso que tuvo que salir por patas. Te toca.
—Porque... —di otro traguito al té—, Alejo está metiendo en problemas a una persona muy cercana a mí y de momento no sé cómo quitármelo de encima. Estas personas de las que usted habla... ¿son mafiosos? —pregunté yo entonces, cada vez más animada por cómo estaba saliendo la cosa.
—Algo así... —respondió, y se quedó dudando un rato—. Se metió en líos con un grupo de narcotraficantes. Y volvemos a lo mismo, ¿quién te envió aquí?
—A Alejo lo conozco desde que éramos estudiantes. Un amigo que teníamos en común me pasó el dato de que él vivió aquí durante un tiempo. No puedo decirle el nombre, lo siento.
—No te preocupes... ¿Hay algo más que quieras saber?
Estaba radiante por dentro. No quería que se notara por fuera, pero por dentro estaba que explotaba. Toda esa información que me estaba regalando Ramón era oro puro. Ya me veía a Rocío echando a aquel despojo de su casa cuando se enterase de todo. El chichi se me ponía a bailar de sólo pensarlo.
Me sentía sumamente conforme con lo ya averiguado, pero mientras más pudiera saber, mucho mejor. Por eso me decidí a desplumar del todo a aquél vejete que tan bien se estaba portando conmigo.
—Sí... No quiero parecer atrevida, pero ya que estamos intercambiando información...
—Siéntete libre de preguntar lo que quieras.
—Vale... ¿A usted Alejo le hizo algo también? —solté, perforándolo con la mirada.
—Vaya... —volvió a reír—. Creo que tú y yo nos vamos a llevar la mar de bien, Noelia querida.
Sábado, 18 de octubre del 2014 - 13:30 hs. - Benjamín.
Tras los tensos, extraños y cuasi pornográficos episodios de la mañana, Rocío y yo nos arreglamos un poco y salimos a almorzar.
—¿Qué pedimos? —me dijo mientras ojeaba la carta.
—No sé, lo que sea. Me muero de hambre. Si me ponen un truño ahí encima te juro que me lo como.
—¡Cerdo! —me pegó—. ¡No digas esas cosas en la mesa!
—Mala mía —reí yo.
En eso estábamos, cuando me dio uno de esos golpes repentinos míos de amor. La tomé de las manos y, sin dejar de mirarla a los ojos, me dieron ganas de decirle que la amaba.
—¿Qué? —preguntó, ruborizada, mirando para todos lados por si estábamos llamando demasiado la atención.
—Que te amo —respondí, obviando a los posibles curiosos.
—¡Benja! ¡Que está todo el mundo mirando!
—Me da igual... Te amo mucho —insistí.
—¿Sí? —dudó, echando un último vistazo a los costados—. ¿Cuánto?
—Pues... Lo que tardarías en llegar caminando hasta la luna.
—No se puede ir caminando hasta la luna. O sea, que no me quieres nada...
—Por eso mismo, no se puede. Imagínate el tiempo que tardarías en inventar un camino por el que se pudiera ir a pie —cerré, generándole una sonrisa instantánea.
—No vayas de listo conmigo —respondió ella, levantándose un poco y dándome un tierno piquito.
El almuerzo transcurrió normal. Se notaba en el ambiente que estábamos felices, enamorados, satisfechos con el estado actual de nuestra pareja. Y nos lo hacíamos saber con pequeños detalles, con caricias; mimitos que no venían a cuento o acercando el tenedor a la boca del otro. Todo era perfecto.
Hasta que...
—¿Benjamín? —dijo una voz conocida detrás de mí.
—L-Lu... ¡Lulú! ¿Qué haces aquí? —casi que grité, levantándome de la silla de golpe, como si hubiera visto un fantasma.
—Nada, venía a almorzar. No sabía que tú también conocías este lugar. ¡Vaya modales, por dios! —se alarmó cuando se percató de la presencia de Rocío—. Soy Lourdes, compañera de trabajo de Benjamín.
—Hola —contestó ella, levantándose y dándole dos besos—. Yo soy Rocío, su novia.
—¡La famosa Rocío! ¡Por fin nos conocemos!
—Ya —rio de forma seca—. Tú también eres muy famosa en casa. Si no me habrá hablado de ti este...
—¿En serio? Con lo mal que me trata en el trabajo...
Algo me decía que esa conversación no tenía que estar sucediendo, que estaba mal que estuviera sucediendo. Que el amor de mi vida y la compañera de trabajo que estaba enamorada de mí se cruzaran... Era todo lo contrario a lo que debía estar sucediendo en ese momento.
—No debe ser para tanto, si en el fondo es un amor —respondió de nuevo Rocío, acercándose a mí y dándome otro de esos pequeños piquitos.
—Puede que sí... ¡Pero muy en el fondo! Igual tendré que empezar a cavar para encontrarle ese lado yo también —dijo entonces Lulú, soltando una escandalosa carcajada que Rocío acompañó con una risita tímida—. En fin, chicos, me esperan unas amigas. ¡Rocío! Un placer, en serio. Cuídamelo, que el lunes lo necesito enterito para el trabajo.
—Encantada yo también, Lourdes. Y tranquila, esta noche me encargaré de dejártelo como nuevo —finalizó mi novia, riendo esta vez con más seguridad y no despegando sus manos de mi torso.
—Seguro que sí, corazón... ¡Bueno, hasta luego!
—Adiós —dije yo, al fin, anonadado como nunca.
Cuando Lourdes desapareció entre las mesas del fondo, Rocío me soltó y volvió a su sitio con un semblante que me preocupó. A partir de ahí, amagué varias veces con iniciar una conversación, pero no lo hice. Llámenlo miedo si quieren, pero la cara de Rocío me decía que no era buena idea.
Los platos con la comida vinieron rápido, por suerte. Pero todo se había torcido, y el resto del almuerzo lo pasamos en silencio.
—Vaya guarra la "Lulú", ¿no? —saltó por fin, cuando ambos platos ya estaban vacíos.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? ¿Dónde iba desafiándome?
—¿Desafiándote? No entiendo —respondí yo, haciéndome el desentendido.
—¿Me lo dices en serio? ¿No escuchaste eso de "tendré que empezar a cavar yo también"? Valiente zorra.
—No sé, a mí me pareció una gracieta normal. En el trabajo hace muchas así.
—Tú es que eres muy inocente, Benjamín. Esa guarra está detrás de ti, ya te lo digo yo —afirmó, celosa como nunca la había visto.
—Rocío, ¿recuerdas que está casada?
—¿Sí? ¿Y el marido? No lo veo por ningún lado.
—Está en Alemania.
—En Alemania... ¡Aquí al lado, vaya!
—Como si está en Japón, bebé. La mujer está casada. Además, aunque tuvieras razón, me resulta raro que todavía no sepas que yo sólo tengo ojos para ti —logré contraatacar, intentando llevar el tema a mi terreno.
—¿Entonces admites que esa perra te tiene ganas?
—¡Que no! —hice un silencio—. Rocío, hace años que trabajo con Lourdes. Nos tenemos mucha confianza, pero no pasa de ahí.
—Vamos a ver, cariñito mío —dijo imponente, un tanto harta, irguiéndose en su sitio y acercando su cara a la mía desde el otro lado de la mesa—. No sé si te diste cuenta, pero yo antes estaba marcando territorio. Y cuando una hembra marca territorio, las otras hembras tienen que apartarse, ¿sabes? O se convierten instantáneamente en putas, ¿lo pillas? Y tu querida "Lulú" no se apartó; se me plantó frente a frente y redobló la apuesta.
La cosa se había complicado considerablemente. Todo el ambiente de armonía y felicidad que nos rodeaba ya no era más que niebla y toxicidad. Y lo peor de todo era que Rocío no quería saber nada con arreglar las cosas. Le habían tocado el orgullo femenino y el que tenía que pagar los platos rotos era yo.
—Creo que estás exagerando, Rocío...
—Haz lo que quieras —fue lo último que dijo.
No insistí más. En el momento me pareció que era mejor dejar el agua correr y esperar que el tiempo curara todo lo demás. Lo que nunca me imaginé era que ese tiempo iba a abarcar todo el fin de semana, y algún día más...
Lunes, 20 de octubre del 2014 - 03:30 hs. - Rocío.
—¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! Sigue... Sigue, por favor...
—No aguanto más... Llevo... Llevamos una hora casi...
—¡Un poco más, joder, que estoy a punto! ¡Desde el viernes que no me corro!
—¡Apurate! ¡Por el amor de dios!
Alejo me levantó de la silla de plástico y me hizo apoyar sobre la barandilla del balcón. Ahí, me levantó la pierna lo más arriba posible y siguió taladrándome como si no hubiera mañana.
—¿Me puedo venir adentro? —preguntó, para mi sorpresa, entre jadeo y jadeo.
—¡H-Haz... Haz lo que... Haz lo que quieras, joder, pero no te detengas!
—¡No puedo más, Rocío, la puta madre!
—¡Cállate y sigue dándome!
—¡Dale! ¡Aaahhh!
Más allá de las quejas y los pataleos, Alejo volvió a portarse y esperó a que me corriera yo primero. Eso sí, me dejó perdida tanto por dentro como por fuera cuando lo hizo él.
—¡Vaya desastre! ¡JAJAJA! —dije, a carcajada pura, cuando me toqué la entrepierna luego de estar varios minutos hiperventilando.
—Jodete. Acabo el doble cuando me hacen aguantar...
—Me da igual. Si me llegabas a cortar este orgasmo te juro que te lanzaba al vacío.
—¡Qué vas a lanzar, vos, tobillos de pollo!
—¡JAJAJAJA! ¡Baja la voz, que nos va a oír!
—Vamos adentro entonces.
Nada más entramos, nos tiramos sobre el sofá y comenzamos a besarnos como si no hubiésemos estado juntos en todo el día. Ni siquiera nos tomamos la molestia de limpiarnos.
—Bueno, ¿quién es mejor? ¿El pendejo o yo?
—Tú, idiota. El chaval apenas está aprendiendo... —le dije, antes de recostarme sobre su pecho y empezar a masturbarlo despacito.
—¿Mañana te lo vas a coger de nuevo? —insistió.
—No lo sé... ¿tú quieres que lo haga?
—No importa lo que yo quiera, importa lo que quieras vos... —suspiró—. Dios, Rocío, qué maravilla de manito que tenés.
—Pues... —me detuve en seco—. Todo depende de cómo me sienta en el momento... ¿Sabes que cuando me entran las dudas me pongo a pensar en ti? —continué, esta vez masajeándole la bolsa de los testículos.
—¿En serio? Qué lindo piropo.
—Sí... Si me dices qué hacer ahora, igual si mañana se me presenta la oportunidad... Pues... —lo miré todo lo provocativa que pude y, sin más, bajé la cabeza y me metí su falo en la boca, comenzando así una suave y tierna felación.
—¿Sí? Mirá vos... ¿Pensabas en mí también cuando te metiste en la ducha con él y dejaste que te garchara de nuevo?
—Pues sí. Pensé: ¿qué haría Alejo en mi lugar? Y no lo dudé —reí, volviendo a tragármela y aumentando un poco el ritmo de la chupada—. Qué grande que la tienes, cabrón.
—¿Y qué...? Uff... ¿Qué creés que haría yo si se me presentara una nueva oportunidad con una alumna a la que me acabo de empotrar? —respondió él, dejándome claro que le estaba gustando lo que le estaba haciendo.
—Pues que no la desaprovecharías...
—¿Entonces...?
—¿Entonces qué? ¿Tanto quieres que me vuelva a follar a ese niñato engreído?
—Yo no dije... Uff... Así, así, yegüita... Uff...
—Pues vale, como mañana tenga la oportunidad, me lo volveré a follar. ¿Tanto quieres que suceda? Pues sucederá, puto cerdo.
Cachonda como hacía días no me sentía, me puse de pie y caminé sensualmente hasta la mesa que separaba el salón de la cocina. Una vez allí, subí la pierna a una de las banquetas y lo invité a venir mientras con una mano me masajeaba una nalga.
—¿Sabes? Este agujerito de aquí se ha estado sintiendo muy solito estos últimos días... Sí, desde que lo estrenaste...
Sin perder ni un segundo, se levantó del sofá y comenzó a caminar hacia mí con una sonrisa que le ocupaba toda la cara.
Lunes, 20 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.
—Vaya carita que me has traído hoy, Benny... ¿Has tenido un mal finde?
—Si yo te contara, Clarita... Si yo te contara...
Tras dos días libres más que nefastos, regresé a la oficina con menos ganas de trabajar que un político. Sólo la bella y siempre sonriente Clara era capaz de hacerme rendir al máximo aun cuando apenas juntaba las ganas suficientes como para mover las extremidades.
—Por cierto, ¿no habías quedado con Lin? —me recordó la becaria.
—¡Lin! ¡Es verdad! Yo no sé para qué me comprometo a hacer nada...
—¡Venga! —me animó—. Si deben ser cuatro tonterías. Seguro te la quitas de encima antes de que termine el descanso —sonrió nuevamente. Ese día estaba más guapa que de costumbre.
—Eres el cielo personificado, Clara... No sé qué haría sin ti.
—Anda... Algún día me darás las gracias como corresponde —dijo, con un tono inocente a la vez que me guiñaba un ojo.
—Sí... Invitándote a jugar a los dardos.
—¡Pírate ya! —rio ella.
Me despedí con un movimiento de mano y partí en busca de nuestra querida chinita. Llegué a la cafetería de dos pisos más abajo como a los cinco minutos. Lin estaba sentada cerca de la barra, con el portátil delante y con un montón de carpetas encima de la mesa. Debo decir que me sorprendió encontrármela sola.
—¡Benjamín! —exclamó con alegría apenas me vio—. ¡Ven! ¡Ven que te enseño esto!
—Buenas. Perdón por la tardanza. Hoy nos dejaron un montón de trabajo...
—¡No te preocupes! Mira esto, por favor... —dijo, extendiéndome una carpeta—. En la presentación tengo que explicar todo lo que hay aquí. Es un proyecto en el que llevo trabajando mucho tiempo.
—Vamos a ver —dije yo, interesándome, mientras me acomodaba en la silla que se encontraba junto a ella—. ¿Es sólo esto o hay más?
—Hay más, pero te enseño eso para que me digas si tienes idea o no —rio—. ¿Recuerdas?
—Sí, es verdad. En fin, ¡pues vamos a ello!
Si apenas tenía ganas de hacer mi trabajo, imagínense lo que me apetecía a mí tener que hacerle las cosas a una persona de otra sección. Es más, cuando iba para allí, me pensé seriamente decirle que lo dejáramos para otro día; pero, como siempre, una carita sonriente fue suficiente para hacerme cambiar de opinión.
La chica, por alguna razón que escapaba a mi saber, estaba radiante, como si le acabaran de dar la mejor noticia de su vida. Cosa que no me cuadraba, ya que, supuestamente, venía de comerse una bronca por haber entregado un trabajo de mierda y que ahora tenía que volver a hacer. Pero, en fin, tratándose de la clase de chica que se trataba, intenté no darle demasiada importancia y me dediqué a intentar averiguar qué cojones podía hacer yo para ayudarla con esa presentación.
—Vale, Lin... —dije, luego de varios minutos ojeando papeles—. No me parece que tenga mucho secreto esto.
—¿No? —me miró extrañada—. ¿Qué quieres decir? ¿Que es una gilipollez?
—No es eso. Es más, considero que la idea es buenísima. Lo que quiero decir es que no sé en qué podría yo mejorar lo que ya has hecho tú.
—Pues... Clara me ha dicho que sabes mucho de esto, y, teniendo en cuenta que lo que presenté el otro día era una basura, pensé que igual tú podrías aportar algo que no se me hubiera ocurrido a mí... —respondió, esta vez bajando un poco esa efusividad con la que me había recibido.
—Eh... —suspiré, un tanto perdido—. Pues bueno, manos a la obra. Sigo sin creer que pueda aportar mucho, pero... ¡como quieras!
—¡Sí! ¡Te aseguro que me ayudarás más de lo que piensas! —volvió a reír, otra vez visiblemente emocionada.
Seguía sin entrarme en la cabeza como una profesional de diseño gráfico no podía preparar ella sola una presentación tan fácil como esa. No obstante, puse todo de mi parte la siguiente media hora para que la cosa resultara de la mejor manera. Y terminamos progresando mucho más de lo que me esperaba.
—¿Ves? Por lo menos así es como lo haría yo...
—No lo había pensado de esa manera... ¿Ves como sí me sirves, tonto? —dijo ella, guiñándome un ojo y dejándome medio descolocado.
—Eh... Pues sí, a lo mejor sí te sirvo... ¡Pero seguimos mañana! ¿Cuándo tienes que presentar esto me has dicho?
—No te lo he dicho —volvió a reír—. Para el viernes. Tengo que tenerlo listo para el viernes.
—Pues tenemos tiempo de sobra para... —me frené al notar que la chinita no dejaba de sonreírme, y de golpe me entraron unas ganas tremendas de pirarme de ahí—. ¡Pues eso! Me voy, Lin, a ver si me da tiempo de tomarme algo arriba con...
—¿Y por qué no te lo tomas aquí? Estamos en una cafetería, Benjamín —dijo, ahora con más serenidad, mientras subía una mano hacia la mesa para ponerla encima de la mía—. ¿O acaso no soy tan buena compañía como Clara?
—¡Claro que lo eres! Lo que pasa es que...
¡Y una nueva salvación! Cuando estaba a punto de soltar una excusa ridícula para salir pitando de ahí, unas risitas escandalosas en la entrada de la cafetería llamaron la atención de Lin, que inmediatamente retiró su mano de encima de la mía.
—¡Aquí están! Clara tenía razón —gritó Olaia cuando nos vio. Por dentro no pude hacer más que agradecer a mi becaria favorita.
—Lo siento, Lin —dijo Cecilia al llegar a nuestra mesa—. Le dije a la subnormal esta que estabas con lo de la presentación, pero parece que la guarra tiene miedo de que le quites el maromo.
—¡Oye! —exclamó enseguida la pelirroja—. ¡Si la que estaba aburrida eras tú! ¿A que te comes el servilletero?
—¿A que te lo comes tú? Yo quería ir donde siempre, pero tú insististe en venir aquí, puta pesada.
—¡Bueno, basta! —las cortó Lin—. ¡Que al final siempre terminamos igual! De todas formas, Benjamín ya se iba.
—¿Qué? ¿Tan rápido? ¡Si queda medio descanso! —protestó Olaia.
—¿Ves como sí venía a lo que venía? —añadió Cecilia de nuevo.
—¿Podría alguien recordarme por qué soy amiga de esta petarda? ¡Lin, dile que se calle ya!
—Mejor petarda que guarra. Se te ve el plumero a kilómetros, hija mía.
—Vete ahora —me susurró Lin—. Aprovecha, que estas tienen para rato.
—Gracias —le respondí, todavía un poco aturdido.
—Nos vemos mañana —me sonrió una última vez, acompañando el saludo con un pequeño pellizco en mi mano derecha.
—¿Cómo que guarra? Pero si de aquí la que más pollas ha chupado eres tú, puta sinvergüenza.
—¿Qué pasa? ¿Llevas la cuenta para competir? Revisa bien tu cifra, porque te recuerdo que las de hombres con pareja también suman.
—¡Arrrgg! ¡No te soporto más!
Ni me despedí, no me importaba, no me encontraba en condiciones de seguir socializando. Sólo podía pensar en cómo me estaba volviendo a pasar lo mismo. No lo entendía. En todo momento me había mostrado poco cercano y más bien borde con todas ellas. ¿Así que por qué? Ya no quedaban dudas de que lo del trabajo era una puta excusa de Lin para acercarse a mí. Y los gestitos del final no habían hecho más que confirmarlo.
—¿Otra vez con esa cara? —me increpó Clara apenas llegué—. ¿Tan mal te fue con Lin?
—¿Qué? No, no es por eso... O sí. ¡Yo que sé! Hoy no estoy teniendo el mejor de mis días —respondí, desganado, dejándome caer sobre mi silla.
—¿Quieres...? —dijo de pronto ella, frenándose en un deje de duda—. O sea... ¿Te gustaría ir a tomar unas copas luego del trabajo? —preguntó, ante mi sorpresa—. ¡Conmigo y algunos compañeros! Estábamos hablándolo y... bueno, como te veo tan decaído...
En ese momento estaba viendo fantasmitas por todos lados. Lo de Lin, lo de Lourdes, el encuentro de ésta con Rocío el finde, ¡incluso lo que había pasado entre Clara y yo hacía unas semanas! La suma de todo me tenía la cabeza a reventar, y por eso no pude responderle de otra forma a mi joven compañera, que esperaba expectante y algo nerviosa.
—Eh... Discúlpame, Clara, pero no... No creo que sea una buena idea.
Silencio incómodo...
—¡Vale! No te preocupes —cerró ella, con una sonrisa más grande que su cara.
—¿Volvemos al trabajo? —me apresuré a decir—. Me gustaría dejarlo terminado todo hoy.
—¡Claro! Voy... Voy a buscar un refresco y vuelvo —contestó antes de darse la vuelta y salir caminando en dirección contraria a donde estaba la máquina de bebidas.
Me dio lástima, demasiada lástima, pero enseguida volví a pensar en Rocío. Me obligué a pensar en Rocío. Tenía que hacer el esfuerzo y centrarme en ella y en nadie más que en ella. Aunque me parecía que exageraba con lo que había pasado con Lourdes, sabía que su enfado había sido provocado por el cúmulo de todo. Había llegado la hora de dejar de pensar en mí y empezar a pensar en ella, aunque ello significara quedarme sin amigos en la empresa.
Así que, con toda la decisión que pude juntar, agaché la cabeza y seguí tecleando en el ordenador sin prestar atención a absolutamente nada de lo que pasaba a mi alrededor.
Lunes, 20 de octubre del 2014 - 18:20 hs. - Rocío.
—Bien. Ya terminé.
—Déjame ver...
Lunes por la tarde en el salón de la casa de Guillermo. El chico curiosamente dispuesto a estudiar y su madre observando todo muy de cerca.
—Perfecto. Con lo que te costaban antes estas ecuaciones... —reí nerviosamente al ver que Mariela no me quitaba los ojos de encima.
—¿Puedo verlo? —sonrió luego ella, estirando una mano para que le diera la hoja.
Algo raro estaba sucediendo. No había dudas. Guillermo me había estado esquivando la mirada desde que había llegado y, a diferencia de otros días que la madre había estado de por medio, no había hecho absolutamente nada para que nos quedáramos a solas.
—¿Sucede algo, Mariela? —pregunté, un tanto lanzada. No me había gustado la forma en la que me había pedido revisar el papel.
—No... —dijo, sin más—. Continúen.
La siguiente media hora siguió de la misma manera; conmigo corrigiendo lo que me dejaba el chico y la señora de la casa queriendo comprobar todo antes de darlo por finiquitado. Por suerte, cuando terminamos con todo lo importante, Mariela decidió irse.
—Me voy, Guillermo. Quedé con las chicas. Te encargas tú del resto.
—Sí, mamá.
—Rocío, tienes el dinero en la encimera. Adiós.
—Val... —portazo.
Cuando logré recobrarme del impacto que provocó en mí semejante trato, fui directamente al grano con mi alumno.
—¿Se puede saber a qué narices se debió todo esto?
Sin ninguna intención de responderme, el chiquillo terminó de guardas las cosas en su mochila y se abalanzó sobre mí sin darme tiempo a reaccionar.
—¡O-Oye! ¡E-Espera un momento!
—Luego hablamos. Llevo aguantándome las ganas desde el otro día...
Tenía ganas, sí. Vaya que las tenía. No habían pasado ni 20 segundos y ya lo tenía enganchado a uno de mis pezones como si fuera una sanguijuela. Forcejeé un poco al principio por la pura inercia de la escena, pero terminé resignándome y dejándolo hacer a placer. A esa altura de las cosas, ya tenía más que claro que se perdía menos tiempo haciendo correr a un hombre que intentarlo convencer de algo.
—Rápido... No quiero que vuelva tu madre y nos pille así...
—Vale.
Desesperado, se puso de pie y se bajó los pantalones hasta los tobillos, dejando ante mí su polla como nunca antes la había visto.
—¿En serio llevas desde el jueves sin correrte? —logré decir, sin poder apartar la vista de su falo, más sorprendida que otra cosa.
—¿A ti que te parece? Venga... Date prisa.
Cuando puse la primera mano sobre aquel tronco, me estremecí de arriba a abajo. No podía creer que estuviera tan duro. Incluso las venas parecían que estaban a punto de estallar. Y las ganas que me entraron de metérmela en la boca fueron tan monumentales como mi embelesamiento.
—¡No! ¡Espera! —exclamó, quejoso, apenas posé los labios sobre el glande—. No puedo... Me voy a correr muy rápido así.
—¿Entonces? Porque si te pones así con la boca, no me quiero imaginar si tienes que metérmela...
En ese dilema nos encontrábamos, cuando mi teléfono móvil comenzó a sonar. Y era la persona que menos me esperaba en ese momento...
«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»...
—¿No vas a contestar? —preguntó el chico.
—A lo mejor si dejas de apuntarme con eso...
—¿Es tu novio? —se interesó, todavía bastante agitado.
—¿Y a ti qué te importa?
—Si me lo dices, me aparto —insistió.
—Qué pesadito que eres a veces... Sí, es mi novio. Ahora quítate.
Curiosamente satisfecho, se volvió a guardar el pene en el calzoncillo y se sentó en el sillón individual del otro extremo. Le eché un último vistazo al dichoso aparato y contesté.
—¿Hola?
—Hola.
—¿Necesitas algo? Estoy ocupada ahora.
—Tenía ganas de escucharte. De saber cómo estabas... ¿Molesto?
—Pues... No sabría decirte —dije, echándole un vistazo a Guillermo, que seguía en su sitio, visiblemente complacido.
—¿Por?
—Estoy trabajando... Y está mi alumno aquí.
—¿El tal Guillermo?
—Sí.
—¿Y qué hace?
—Está con unos deberes ahora... —mentí, volviendo a cruzar la mirada con él, que sonrió al escuchar eso último.
—Entonces no estás ocupada ahora...
—¿Necesitas algo o no?
—Me gustaría que me hablaras bien.
—Es que eres muy pesado.
—¿Lo soy?
—Un montón...
—Qué mala...
—¿Me vas a decir qué quieres?
—Te dije que escuchar tu voz.
—Bueno, ya la has escuchado. ¿Algo más?
—¿Por qué tanta prisa? Da la impresión de que estuviera interrumpiendo algo...
—Una sesión de estudio es lo que estás interrumpiendo.
Cuando volví a buscar a Guillermo con la vista, me di cuenta de que su mirada se había tornado bastante lujuriosa. Y no tardé en descubrir la razón... Con el avanzar de la conversación, me había ido poniendo cada vez más cómoda en la esquina de aquel sofá. Y, claro... cómoda cómoda. Hasta el punto de dejarle una visión perfecta del centro de mis bragas.
Cuando fui a poner de nuevo las piernas en la posición que debían estar, mi crecidito alumno se puso de pie y me hizo señas con su dedo índice para que esperara un momento. No sé por qué, pero obedecí.
—Podemos hablar en lo que tu alumno termina los deberes.
—No, eso no es serio.
—¿Y por qué no? ¿Ahora no está escuchando cómo hablamos?
Sin bajar el dedo índice, se inclinó delante del sofá y acercó su cara a mi expuesta entrepierna. Tras un par de segundos mirándome fijamente y entendiendo que yo no lo iba a detener, hundió la nariz en la telita blanca y aspiró como si se tratara de la flor más dulce del mundo. Y me sobresalté... Con gritito ahogado incluido.
—¿Estás bien? ¿Rocío?
—Sí...
—¿Qué fue eso?
—Nada...
—A mí no me pareció "nada"...
—Voy a colgar.
Tras un buen rato olfateando como un perro a un desconocido, hizo a un lado la braga y comenzó a chupetearme despacio y con delicadeza. Yo, extrañamente a gusto y sin rechazar aquel endiablado y peligroso juego que acabábamos de empezar, eché la cabeza hacia atrás y continué hablando por teléfono...
—Otra vez el mismo ruidito... ¿Me vas a decir qué estás haciendo?
—No te importa.
—¿Cómo que no me importa?
—No te importa...
La lengua de Guillermo ahora se movía más rápido, más ávida, y ya comenzaba a provocarme los primeros espasmos. Sabía que no iba a poder ocultar mucho tiempo más lo que estaba sucediendo, pero ya era muy tarde para parar. Amén de que del otro lado del teléfono no parecían estar por la labor de dejarme ir...
—Otra vez... ¿Voy a tener que adivinar lo que estás haciendo?
—Déjame en paz...
—No. Creo que sé dónde está tu mano ahora mismo.
—Cállate... Ah... —gemí en voz alta por primera vez.
—Está abajo... Muy abajo...
—No... Voy a colgar —lo amenacé, mientras ponía una mano en la nuca de Guillermo para apretarlo más contra mí.
—Más abajo de tu pecho...
—Púdrete...
—Más abajo de tu ombligo...
—Muérete...
—Rozando ciertos pelitos...
—No hay pelitos...
—¿No? ¿Te afeitaste?
—Esta mañana...
—¿Y por qué? ¿Me querías dar una sorpresa?
—¡Ah...! No.
—¿No?
—No me rasuré para ti...
—¿De verdad? ¿Para quién entonces?
—Para mí. Para estar más cómoda...
—Para poder tocarte mejor, ¿no?
—Quizás...
—No es la primera vez que te descubro tocándote... ¿No te da vergüenza hacer algo así delante de tu alumno?
Me iba a correr... Era demasiada para mí esa mezcla de sensaciones. Guillermo había entendido perfectamente cómo se jugaba y en ningún momento había intentado ponerme en una situación incómoda al teléfono. Si bien la escenita no era del todo normal, él se dedicó a interpretar su rol y a no meterse donde no lo llamaban. Y así, en silencio, estaba a punto de hacerme explotar...
—No me está mirando.
—¿Me estás reconociendo que te estás tocando?
—Si ya lo sabes...
No podía más. Iba a venirme con la boca de mi alumno mientras hablaba por teléfono...
—¿Qué haces? —dije entonces, sorprendida y casi sin aire, mirando a Guillermo y alejando el móvil lo máximo posible.
No me iba a responder, y lo sabía... Se incorporó, acercó su entrepierna a la mía y empezó a penetrarme con la misma delicadeza con la que se había manejado hasta ese instante.
—¿Rocío? ¿Rocío? ¿Estás ahí?
Me mordí la lengua, me aferré a lo que pude y me concentré en recibir el durísimo pene de ese muchachote de 17 años al que ya no le importaba nada lo que yo pudiera decir al respecto. Aunque no me importaba, porque se estaba portando verdaderamente bien. Si bien era él el que llevaba la voz cantante, yo sentía que podía levantarme en cualquier momento e irme si así me daba la gana.
—¿Qué quieres? —respondí, por fin.
—¿Fue otro gemido lo que escuché ahí?
—No.
—¿Por qué me dejaste esperando tanto tiempo? Pensé que querías jugar conmigo...
—P-Pensaste mal... Estoy... E-Estoy trabajando ahora... No estoy p-para juegos...
—Uy... Palabritas entrecortadas, tartamudeos... Si no fuera porque estás trabajando, juraría que alguien te está haciendo un trabajito...
—¿Y si es así...? ¿Y si es así, Alejo...? ¿No es lo que querías?
—Inútil de mierda. No digas mi nombre en voz alta, que pierde la gracia.
—Ah... Ah... Ah... Me da igual ya... Mmm...
Guillermo, ignorándonos por completo, se incorporó todavía más y puso su cara muy cerca de la mía. Dejándome totalmente abierta de piernas, se cogió de ambos lados del sofá y comenzó a taladrarme con mucha potencia.
—¿Te está dando bien el pendejo? ¿Te gusta?
—Mmm... S-Sí... Dios...
—¿Te garcha mejor que yo? ¿Mejor que el cornudín?
—Cállate, gilipollas.
—¿Sí o no?
—Diferente... ¡Diferente!
Seguramente dejándose llevar por el momento, el chico se envalentonó y se lanzó para morrearme. Nuevamente, no lo detuve. Es más, abrí la boca y dejé que me la invadiera con todo lo que tenía. Fueron sólo diez segundos, pero diez segundos en los que no pude más y me corrí con muchísima fuerza.
—¡Conozco esa voz! ¡Te acabás de venir! ¡El pibe te hizo acabar!
—Mmm... Ale... Ojalá estuvieras aquí... —dije, antes de colgar, intentando que a ojos de Guillermo todo pareciera una simple sesión de sexo telefónico con mi pareja.
—No puedo más, Rocío... —dijo él, cuando se percató de que la llamada ya había terminado.
—Ven aquí.
Lo desencajé de mí y me arrodillé delante suyo para recibir la descarga en la boca. Descarga que no tuve ningún problema en saborear y luego tragar.
—Eres increíble... No sé cómo voy a hacer para no enamorarme de ti —me dijo a la cara, visiblemente agradecido y agachándose para besarme tiernamente en la frente.
—Pues vete buscando una forma rápida, porque lo que pasa aquí es meramente carnal, ¿entiendes? —le respondí, lo más seria que pude.
—Que sí, que sí... Que tienes novio y "bla bla bla".
—Pues eso.
Tras dejarle las cosas claras, me levanté y me fui a su baño para darme una ducha rápida. Cuando salí, lo invité a sentarse en el sillón para que me explicara de una vez qué diantres estaba pasando con su madre.
—Que nos descubrió follando el otro día. Eso pasa.
—¡¿Cómo?! ¡¿Pero por qué?! Dios santo... Se acabó el trabajar aquí. Ya entiendo por qué me miraba de esa manera... ¡Debe pensar que soy una guarra!
—¿Te quieres tranquilizar? Ni te va a despedir ni piensa que eres una guarra. Bueno, eso último no lo sé con certeza... —rio.
—¡No te rías, subnormal! ¿Me puedes decir cómo nos descubrió? ¿No habías cerrado la puerta? ¿No había ido a comprarme un regalo? Dios... Ahora ya entiendo por qué no la vi cuando me fui ese día. ¡Y nos habrá visto desnudos y...!
—¡Que no! ¿Te puedes callar y dejarme hablar a mí? Ese día, cuando la mandé a comprar un regalo para ti, volvió bastante antes de lo que pensaba porque vio que las colas eran larguísimas y no le daba la gana quedarse tanto tiempo ahí.
—Nos vio en la ducha, ¿no? Me lo imaginaba. Eso me pasa por dejarme llevar por ti... ¡Si hay que frenar las cosas cuando todavía se está a tiempo! ¡No aprendo más!
—Al final te voy a meter la polla en la boca de nuevo para que me dejes terminar de hablar —dijo, altanero como sólo él podía serlo.
—No te pases, puto niñato, ¿Me oyes? —le grité indignada. De no ser porque estaba demasiado histérica, habría saltado a arrancarle los ojos en ese momento.
—Que sí, que sí. ¿Puedo terminar? —continuó, sin alterarse ni un pelo por mi regaño—. Bueno, eso... Que llegó temprano, entró a la habitación, vio tu sujetador tirado y el resto de conclusiones llegaron solas.
—¡Qué vergüenza! —dije, llevándome las manos al rostro—. No sé cómo voy a volver a mirarla a la cara...
—A ver, Rocío, que a mi madre se la suda que te acuestes conmigo. Ella lo que no quiere es estar pagándote para que lo hagas, ¿lo pillas?
—¿Eh? ¿Cómo que pagándome para que lo...? Dios... Sí, sí, ya lo pillo. Por eso estuvo tan encima nuestro todo el día.
—Exacto. Aunque déjame decirte que me molesté en aclararle que tu trabajo lo vienes cumpliendo a la perfección.
—Ya... Joder, pero me voy a morir de vergüenza la próxima vez que la vea. No, no, paso. Además de que se pensará que estoy interesada en ti. ¡No! Yo aquí no vuelvo más.
—Estás histeriqueando demasiado, tía... ¿Vas a perder el buen dinero que te paga mi madre sólo porque te da vergüenza mirarla a la cara? Ya te he dicho que a ella le da igual lo que hagamos en nuestra intimidad. Mientras cumplas con tu trabajo...
Tenía razón. Además de que él mejor que nadie conocía a su madre. Pero también podía que ser que estuviera mintiéndome de nuevo para poder seguir acostándose conmigo... Mi cabeza volvía a ser un lío tremendo. Y, como era muy común en mí cuando me alteraba, terminé proponiendo una estupidez...
—El jueves te vienes a mi casa.
—¿Qué? —dijo él, tan sorprendido como yo.
—Sí... ¡Sí! Le diré a tu madre que me lastimé una pierna o algo y que no puedo salir de mi domicilio.
—¿En serio? ¿No te parece muy rebuscado?
—Me da igual... Yo aquí no vuelvo hasta que haya pasado un tiempo considerable... No sé, uno o dos años.
—Estás loca... Pero, en fin, de acuerdo. No me molesta ir a tu casa. Y no creo que mi madre ponga muchas pegas si en el examen de mañana saco una nota decente. Que la sacaré, te lo aseguro —dijo, guiñándome un ojo.
—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo... Bueno, sí, ¿qué coño? Si a ti esto no te afecta en nada. Tu madre incluso pensará que eres el rey del mundo por haberte ligado a una como yo.
—¿Tú crees? —volvió a reír—. ¿Una como tú? ¿No te lo tienes demasiado creído, guapita?
—Es la pura verdad. Si todas tus pretendientes son como esa feíta de la cafetería de la otra vez... —reí ahora yo, pero con mucha socarronería.
—¿En serio me lo dices? —preguntó enseguida, cambiando el semblante a uno mucho más serio—. Vaya, no pensaba que fueras así... Y luego venías a darme clases de moral y comportamiento.
—Piensa lo que quieras, a mí ya me da todo igual.
Sin más que mediar, fui a buscar mi dinero, tomé mi bolso y emprendí el camino hacia la puerta de la casa.
—Ya te escribiré para darte mi dirección —le dije cuando ya me disponía a marcharme.
—¡Espera! ¿Alejo estará de acuerdo con esto? —saltó de pronto—. Es decir, ¿no le molestará que vaya a tu casa?
—¿A Alejo? ¿Por qué le iba a mol...?
Me frené en seco y recordé que le había dicho que el de la llamada era mi novio, y que encima lo había llamado por su nombre... En ese momento no me pareció algo por lo que debiera preocuparte, pero no me sabía nada bien el haber metido la pata de esa manera. Igualmente, el daño ya estaba hecho y había que continuar por la misma vía.
—No te preocupes, no creo que tenga ningún problema con que vayas.
—¡De puta madre entonces!
Sin siquiera decir adiós, muy ofuscada y contrariada, pegué el portazo y comencé a caminar en dirección a la estación de trenes.
Martes, 21 de octubre del 2014 - 01:15 hs. - Benjamín.
Tras poco más de hora y media durmiendo, abrí los ojos de golpe y ya no los pude volver a cerrar. Me di la vuelta sobre mí mismo y vi a Rocío sentada en el borde de la cama, aparentemente intentando atinarle a las pantuflas. Estuve a nada de llamarla, a nada de preguntarle a dónde iba a esas horas de la noche, pero preferí callar. Ya bastante difícil había estado siendo la comunicación con ella esos últimos días. Y en más de una ocasión me había pedido que no la atosigara, que la dejara tranquila, que ya se le pasaría el cabreo con el tiempo... Obviamente yo no estaba conforme con esas medidas, pero no me quedaba de otra más que entenderlas y acatarlas.
Rocío todavía me tenía castigado por el suceso con Lulú y no había manera de hacerla entrar en razón. Si bien seguíamos hablando igual que siempre, el contacto físico entre ambos había disminuido hasta el mismísimo cero. No me dejaba besarla, tampoco abrazarla, ni siquiera acariciarla. Y todo por una tontería... Que sí, el cúmulo de todo, pero no hacía falta ser tan severa...
Resignado y bastante molesto, volví a mi posición inicial y traté de volver a conciliar el sueño.
—¿Lunita...?
La pequeña gata de Rocío (que ya muy poco tiempo pasaba con Rocío), entró corriendo por la puerta y se detuvo delante de mí, mirándome fijamente.
—Miau.
—¿Qué quieres?
Increíblemente, el felino se dio la vuelta y volvió hacia la puerta, donde se detuvo de nuevo. No sé si era por el sueño que tenía, por el dolor de cabeza, o por los fantasmitas que veía por todos lados, pero me pareció entender que Luna me estaba llamando, que me pedía que la siguiera...
—Me estoy volviendo loco...
Sin más, me di la vuelta para el otro lado, buscando esquivar la mirada suplicante de la gata, y volví a cerrar los ojos para intentar terminar de una vez con ese maldito día.
Martes, 21 de octubre del 2014 - 16:25 hs. - Rocío.
—Otra vez dentro...
—¿Qué pasa? ¿Te molesta ahora?
—No, pero a este paso...
—¿Y? El otro día parecías bastante emocionada con la idea.
—Son momentos... —suspiré—. A veces pienso en ello y... me pongo muy feliz. Pero cuando pienso en todo lo demás... No sé, mi vida se derrumbaría, Ale...
—¿Y qué ganás pensando en lo que va a pasar? Creía que ya te habías decidido a vivir el presente y nada más.
— Sí, pero...
—Sin peros. Sacate el diablo de tu corazón, como dice la canción. Ahora contame cómo fue todo ayer con el pibe.
—¿Qué quieres que te cuente? Si lo escuchaste todo.
—Sí, pero no estaba ahí. ¿Qué te dijo cuando colgaste? ¿Quedaron en volver a verse?
—En serio, Alejo, no te entiendo. ¿Tanto te pone todo esto?
—¿Otra vez con lo mismo? Lo que me pone es ver que por fin dejaste atrás a la vieja Rocío.
—Pero sigo sin verte celoso...
—Ay... ¡Dios! ¿En serio querés que me porte como un noviecito histérico que no te deja ni ir hasta a la esquina? Porque si querés que sea así, te juro que ya mismo me pongo manos a la obra.
—No es eso, joder. Déjalo, no me vas a entender nunca al parecer.
Curiosamente, todavía seguía ensartada mientras teníamos esa conversación. Y al verme contrariada, Alejo comenzó a moverse de nuevo, despacito, mientras comenzaba a darme pequeños besitos muy cerca de la boca.
—Te amo, Rocío. Y te amo el doble así como sos ahora. Así que, por favor, no me hagas que me porte como alguien que no soy.
El muy cabrón sabía que me ganaba cuando me hablaba de esa manera. Y, aunque yo supiera a la perfección que algo raro había detrás de su repentino interés por que me acostara con otros hombres, prefería seguirle el juego en vez de insistir y arriesgarme a arruinar todo lo perfecto que tenían esos momentos que sólo nos pertenecían a él y a mí.
—Me dijo: "no sé cómo voy a hacer para no enamorarme de ti".
—¿En serio? —rio, sin alzar la voz, continuando luego con mimitos en mi cuello.
—Sí... Y ahí le tuve que decir que no se emocionara... Ah... Mmm...
—¿Sí...? ¿Y después qué pasó?
—N-Nada más... Pero hay algo que tienes que saber...
—¿Qué cosa? —dijo por fin despegándose de mi piel, muy interesado en lo que pudiera decirle.
—Resulta que... por cosas que... Es decir, que por esto y por lo otro, ya no voy a poder ir más a su casa.
—¿No? ¿Te despidieron? ¡No me digas! La mamá los encontró garchando y... —comenzó a reír, esta vez a carcajadas.
—¡Que no, imbécil! ¡Quita de encima!
Riendo todavía, Alejo salió de mi interior y se sentó en el otro extremo del sofá. Tras limpiar los restos de semen de mi entrepierna, me senté casi que en posición fetal y le relaté con detalles todo lo que había pasado con la madre.
—¡JAJAJAJA!
—¡Que no te rías! —le grité, tirándole un cojín en la cara.
—Es que no me puedo creer que te sigan pasando estas cosas y sigas creyendo que son casualidad...
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—O sea, me decís que el pendejo te dijo que la madre iba a tardar más, segurísimo además, ¿y resulta que la vieja ya estaba a la vuelta de la esquina? Dale, Ro... El pibe lo que quería es que la madre los descubriera.
—No entiendo... —dije, llevándome tres dedos a la barbilla—. ¿Por qué iba a querer que la madre nos descubriera?
—Yo que sé... Capaz le dijo que te tenía comiendo de la mano y la mujer no le creyó. O tal vez es una forma de demostrarle que puede conseguir lo que quiere... No sé, pueden ser muchas cosas, lo que tengo claro es que el pibe quería que los agarraran.
—Igual ya te he dicho que no voy a ir más.
—¿En serio? ¿No decías que a la vieja no le importa una mierda que te cojas al nene?
—Sí, pero a mí me da mucha vergüenza toda esta situación, y no quiero tener que volver a mirarla a la cara. Si hubieses visto cómo me veía ayer...
—Bueh... Me parece que exagerás, pero como quieras. Y supongo que no vas a seguir dándole más clases, ¿no?
—Yo nunca he dicho eso...
—¿Cómo? —se sorprendió—. No me digas que lo vas a llevar a un hot...
—¡No! ¡Dios! ¡¿Cómo me preguntas eso?! —salté indignada, muriéndome de la vergüenza con sólo imaginarlo.
—JAJAJAJA. ¡Calmate! ¿Qué vas a hacer, entonces?
—No sé ni cómo te sigo hablando... —suspiré—. Lunes y jueves vendrá a casa. Le daré las clases aquí.
—¿De verdad?
—Sí... No quiero perder el trabajo y me pareció la mejor opción. Eso sí, no volverá a tocarme un pelo. Eso te lo garantizo desde ya.
—¡Está bien! Me lo decís en un tono como si yo estuviera desesperado por que se acuesten con vos...
—Lo que tú digas. Me voy a dar una ducha rápida y luego me pondré con las cosas de la casa. Te agradecería que me dejaras en paz lo que queda de día, que tengo mucho trabajo hoy.
—Qué seca que te ponés a veces después de un buen polvo... Bipolar de mierda.
No dije más. Recogí mi ropa interior, me puse mis pantuflitas de conejito y me fui para el baño sin volver a mirarlo.
Estaba cabreada; cabreada y asqueada. Quería dejarlo pasar, pero no podía... Era más fuerte que yo. Y ese brillo en sus ojos cuando le conté que lo iba a traer a casa... Era súper raro todo. La cabeza me daba mil vueltas y no sabía por dónde comenzar a unir piezas. ¿Acaso era algún tipo de fetiche? ¿Acaso le excitaba que otros hombres se acostaran con la mujer que ama? Preguntas y más preguntas que no dejaban de amontonarse dentro de mi cráneo.
—Dios...
Quería saber los porqué de todo eso, pero de pronto me empecé a sentir diferente... Todas esas cuestiones empezaron a tomar otro color... Como que de golpe me olvidé de sospechar y me centré en algo más personal. Sí, las preguntas tomaron otra dirección... Quería entender todo, y al no poder, me estresaba más todavía... ¿Por qué no se ponía celoso? ¿Por qué no me estaba encima todo el día? ¿Por qué no me preguntaba si había estado con alguien más? ¿Por qué no me había preguntado si había dejado que alguien más eyaculara dentro de mí esas últimas semanas?
—Cielos, Rocío... Tienes que calmarte, por el amor de dios... —me dije a mí misma, casi en un susurro, luego de cerrar la puerta del baño.
Y de pronto la angustia, la desesperación, el terrible deseo de que todo desapareciera. Otra vez esa horrible sensación de desazón. De nuevo las ganas de llorar y de gritar hasta que la voz no saliese más. ¿Por qué me sentía así? ¿Por qué me aferré al lavabo y cerré los ojos? ¿Quizás era para analizarme por dentro? ¿Para entender qué diablos me estaba pasando? Tal vez... Tal vez...
—¡Dios! ¡Dios!
El tema, y lo raro, es que funcionó. Por un momento, un breve instante, seguramente una milésima de segundo para el mundo exterior, conseguí hablar con mi yo interior. Y me tranquilicé. Logré respirar profundo y me serené.
Casi que renacida; me duché rápido, me puse uno de los camisones que guardaba en el armario del baño y me fui corriendo para mi habitación. Una vez ahí, me arrojé sobre la cama y volví a cerrar los ojos...
—Vaya... —reí, esbozando una sonrisa llena de vida...
Puede que sí... Puede que lo supiera desde hace mucho. Después de todo, habíamos tenido alguna que otra escenita donde nos lo habíamos dicho. Y había sido totalmente sincero, por lo menos de mi parte. Pero... no sé, en ese momento lo había sentido como algo natural, como algo que provocaba el roce. Ahora, ahora era distinto... Esos celos repentinos, esas ganas de saberlo todo, las ansias que tenía de que él también quisiera saberlo de mí...
—Creo que lo amo... Que lo amo de verdad... —volví a susurrarme.
Martes, 21 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.
—Me tengo que ir a ayudar a Lin, ¿te puedes encargar del resto, por favor?
—¡Sí, claro!
Tan tensas se habían puesto las cosas con Clara que no me parecía tan mala idea tener que largarme de ahí para ayudar a la otra con su mierda de presentación. Incluso prefería soportar un rato a las cotorras de sus amigas con tal de acabar con ese horrible ambiente que se había generado en torno a mi mesa de trabajo.
—¡Buenas! —me saludó Lin apenas me vio, feliz como siempre.
—Hola. Hoy tengo un poco de prisa, ¿podemos ir al grano? —sentencié nada más sentarme, borrando de inmediato la sonrisa de su cara.
—S-Sí, por supuesto. Aquí tienes... —dijo la ahora nerviosa chinita.
—Perfecto.
Mi rostro serio, seco; esa cara de pocos amigos que había llevado a esa pequeña reunión era lo que me iba a mantener fuera de todo tipo de problemas con las féminas de esa empresa. Sabía que no era la más popular de las medidas, sabía que seguramente obtendría semblantes parecidos al mío en retribución, pero lo único que me importaba en ese momento era Rocío. Rocío y nadie más que Rocío.
Todo iba de perlas; Lin no había hecho ningún movimiento raro y se había limitado a opinar únicamente del proyecto en la media hora que llevábamos ahí. Sin embargo, la cosa se complicó cuando llegaron sus amigas. Sí, dije que no me importaba tener que soportarlas un rato, pero no contaba con que aparecieran acompañadas...
—¡Mira tú por dónde! ¡El bueno del Benji con las chicas de diseño! —exclamó Lulú cuando nuestras miradas chocaron.
—¡Vaya! No sabía que lo conocías, Luli —dijo Olaia, sorprendida.
—¿Cómo no lo voy a conocer? Soy su jefa, je.
—¿En serio? ¿Pero tú no estabas en el otro lado de la planta? —prosiguió la pelirroja.
—El otro lado de la planta es el de los jefes, atontada —contestó Cecilia antes de que lo hiciera Lulú.
—¡Vaaaale! Disculpa, sabelotodo. Ojalá utilizaras esa sabiduría para evitar que te rechacen todos los hombres.
—Al menos me rechazan hombres solteros, no como a ti que...
—¡No empiecen, por favor! —se interpuso Lin antes de que la morena pudiera terminar de hablar—. Tenemos que terminar esta presentación antes del viernes. Quédense si quieren, pero traten de no molestar, que ya bastante cruz tiene el pobre hombre conmigo aquí incordiándolo —cerró con más pesadumbre que otra cosa, haciéndome sentir como la última y peor de las mierdas.
—Lo siento —dijeron las dos casi al unísono.
—¡Eeeeh! —saltó entonces Lulú—. Entiendo... Yo ya me iba igual, vine sólo a por un café. Benjamín, ¿podemos hablar en la oficina? O sea, luego, cuando terminen aquí.
Pestañeé lo que me pareció una eternidad, suspiré lo que debió parecerles una eternidad a ellas, y traté de no emprender una carrera hacia la salida, o hacia la ventana abierta más próxima. Una reunión a solas con mi jefa muy pocas cosas buenas podía traer, pero no podía decirle que no a un superior delante de todas esas niñatas que recién estaban empezando a aprender lo que era la disciplina.
—Claro, Lu —dije, con la mejor de mis sonrisas. Ella me la devolvió e inmediatamente se marchó.
Estuvimos sólo diez minutos, que era lo que quedaba descanso, y luego empezamos a recoger. No terminamos todo lo que nos habíamos propuesto ese día, pero habíamos progresado bastante. Confiaba en que una quedada más y ya estaría todo terminado.
—Eres el amo, Benjamín —me agradeció Lin, volviendo a sonreír después de toda la tensión de antes.
—No te creas, eh. Aquí casi todo lo has hecho tú —respondí, acompañando el elogio con una palmadita en la espalda. Me sentía realmente mal por cómo la había tratado antes—. Bueno, ya me voy.
—¡Espera! —me detuvo, todo esto ante la atenta mirada de Olaia y Cecilia, que llevaban ya varios minutos sin meter palabra—. Me gustaría agradecerte de alguna manera...
—¡No! ¡No tienes por qué hacerlo! De verdad.
—¡Que no! A mí mis padres me enseñaron a ser agradecida. Al menos déjame invitarte a unas copas esta noche... O alguna otra noche.
Ahí estaba de nuevo... Había vuelto a bajar la guardia y me la habían vuelto a colar. Nadie con un poquito de humanidad podía decirle que no a esa carita llena de ilusión. Es más, en el fondo sentía que no tenía nada de malo aceptar su propuesta... ¿Pero cómo iba a decírselo a Rocío? ¿Cómo iba a hacer que entendiera que eran sólo un par de copas con compañeros? No, no podía... Después del encuentro con Lulú las cosas se habían torcido demasiado como para añadir más mierda...
Así que, intentando sonar menos borde que antes, rechacé su invitación.
—No puedo, Lin... Lo siento mucho. Paso demasiado tiempo fuera de casa y mis horas libres prefiero pasarlas con mi novia.
—Oh... Vale. ¡No pasa nada! Ya te invitaré a algo aquí mismo en la cafetería entonces.
—De acuerdo —reí sin mucha efusividad—. Nos vemos mañana. ¡Adiós, chicas!
Tras un seco "chao" de las otras dos, salí de aquel lugar sin mirar para atrás y puse dirección hacia la oficina de Barrientos, donde seguramente me estaría esperando Lourdes para seguir haciendo mi vida un poquitito más complicada.
Una vez delante de su puerta, llamé tres, cuatro y hasta cinco veces, y no entré hasta que me dieron la señal desde el otro lado.
—Siéntate, por favor —me indicó con toda naturalidad, detrás de un escritorio que no era el suyo.
—¿Sucede algo, Lu?
—No te preocupes... No es nada del trabajo —comenzó...—. Quería hablar contigo de... Pues... De nosotros.
—¿Qué? ¿Cómo que de nosotros? —pregunté yo, tratando de sonar perdido, pero sabiendo perfectamente lo que me esperaba.
—Prácticamente no me has vuelto a hablar desde lo del parking... ¿Te ocurre algo? —soltó, sin más, yendo directamente al grano.
—Bueno... No sé... Tampoco es que nos hayamos cruzado mucho. Y tampoco me has vuelto a llamar.
—Joder, Benji... Esperaba que el paso lo dieras tú... Me da mucha vergüenza incluso ahora, después de varios días, sacar el tema.
—Espera un momento, Lu... ¿Qué paso querías que diera? Me imaginaba que todo el temita con Barrientos ya estaría solucionado después de lo que vio.
—Pues sí... Eso ya está más que arreglado, así que no te tienes que preocupar más. Pero, joder...
—¿Y entonces? ¿A qué viene todo esto?
—¡Joder, Benjamín! ¡Que el morreo que me diste no fue normal, coño! —estalló al fin.
—¡Baja la voz, desquiciada! ¿Quieres que se entere todo el edificio? —me alarmé al instante, haciendo un amague por levantarme de la silla para ver si había alguien cerca.
—Calma... Estamos solos ahora mismo. Santos y Romina están reunidos con unos socios en otra planta. Y no te hagas el loco...
—¿El loco yo? ¿El loco de qué, Lulú? ¡Fuiste tú la que me pidió que te siguiera la corriente! —todo esto lo decía con los dientes apretados, haciendo alarde de una fuerza de voluntad tremenda para no gritárselo todo en la cara.
—Así es... Te pedí que me siguieras la corriente, pero fuiste mucho más allá... Yo sólo te pedí un beso, y tú lo transformaste en otra cosa... —seguía diciendo con toda la cara dura. Si bien tenía razón en que se nos había ido de las manos, había sido ella la primera en sacar a pasear la lengua esa noche.
—Mira... —traté de serenarme—. No me voy a poner a buscar responsables, pero debes saber que sólo me dejé llevar por el momento. No soy de piedra y tú eres una mujer hermosa. Me emocioné de más, me equivoqué y ya está. Pasado y pisado.
Hubo un breve silencio. Lourdes se quedó mirándome como no creyendo lo que estaba escuchando. Acto seguido hizo un gesto evidente de asimilación, sonrió irónicamente y volvió a sentarse en el sillón de Barrientos.
—Así que... —prosiguió—. El beso más... ¿húmedo? Sí, húmedo... Más intenso, más apasionado... Más... Más... Más beso... de mi vida... fue un puto error para ti, ¿verdad?
—No... Ahora no me vengas con esas. No me vas a hacer quedar como el chico malo sólo porque yo no busco lo mismo que tú.
Otro silencio. Esta vez provocado por un error mío de verdad. Un error gordo diría, porque se suponía que yo no sabía nada sobre sus sentimientos hacia mí... Lulú volvió a fruncir al ceño y a mirar mucho más desconcertada que antes.
—¿Que no buscas lo mismo que yo? ¿Y qué se supone que es lo que yo estoy buscando? ¿Eh, Benjamín? Dímelo.
—¿Por qué no lo dejamos aquí? Esto va a terminar mal si seguimos...
—¡Y una mierda! —gritó, esta vez fuerte de verdad y aporreando la mesa con ambas manos—. ¡Dime qué cojones es lo que estoy buscando yo!
Y así fue como la burbuja terminó de reventar. Ya no había más lugar para mentiras, ni para ocultamientos estúpidos que lo único que hacían era perjudicar a terceros. El momento de hablar las cosas cara a cara, de zanjar el asunto de una vez por todas, por fin había llegado.
—El otro día, Lulú... —arranqué, tras un largo y sonoro suspiro—. El otro día estaba en una de las cafeterías de la calle... y te vi con Barrientos. Fue justo al día siguiente de lo del aparcamiento —Lourdes me miraba fijamente, todavía furiosa, pero atenta a lo que le estaba contando—. Y como ninguno de los dos me había citado para hablar, pues me preocupé... Y los seguí.
—¿Nos seguiste? Espera... No puede ser, ese día yo... —frunció de nuevo el entrecejo y se puso a recordar.
—Ese día tú te metiste con Barrientos en una especie de restaurante para gente bien. ¿Lo recuerdas? Bueno, yo entré justo detrás de ustedes.
Y la revelación llegó. Lulú se llevó las manos a la cara y se dejó caer una vez más en el sillón.
—Supongo que el resto te lo podrás imaginar tú solita.
El silencio se tornó incómodo. La situación había sido tensa hasta el momento, pero llevable a pesar de todo. Ninguno de los dos quería decir nada. Yo seguro que no, por lo menos. Me había vaciado por completo y esperaba que fuera ella la que se explicara ahora. Que no había mucho que explicar, ya, pero la situación pedía a gritos que dijera algo, lo que fuera... Y no tardó en hacerlo.
—Tu novia te engaña, Benjamín. Y te prometo que te lo voy a demostrar.
No me dio derecho a réplica. Inmediatamente se puso de pie y se marchó del despacho, dejándome con cara de idiota y con la preocupación latente de que pudiera hacer algo que pudiera seguir embarrando las cosas con Rocío. Tuve la tentación de salir corriendo y amenazarla para que no se atreviera a hacer nada estúpido. Pero no, me contuve y me quedé allí sentado. Me sentía demasiado violentado y no quería terminar haciendo algo de lo que pudiera terminar arrepintiéndome.
Miré el reloj y me di cuenta de que se me había ido completamente la hora. Tenía ganas de despejar la mente y ver qué podía hacer con todo ese lío que tenía entre manos, pero no podía dejar a Clara sola con todo el trabajo. Por eso, a los diez minutos ya me encontraba de nuevo en mi escritorio.
—Hola —me dijo, sonriente a pesar de todo.
—Hola —respondí yo, tratando de poner buena cara y de que no se me notaran las ganas que tenía de mandar todo a la mierda.
Por suerte, Clara sabía leer ambientes como aquel y no me preguntó por qué había tardado tanto. Eso sí, intentó romper el hielo cuando ya estábamos recogiendo para irnos.
—Benjamín...
—¿Qué pasa?
—Ya sé lo que me dijiste ayer, pero... La invitación sigue en pie —dijo, sonriéndome, tan bella como siempre.
—Ay... ¡Clarita! —me reí, de forma totalmente espontánea, no esperándomelo para nada—. No puedo. Pero gracias.
—¡Vale, vale!
—Nos vemos mañana. Cuídate.
Me sentí aliviado de saber que la becaria no estaba enfadada conmigo. Y un poco estúpido por haber pensado que lo estaba. No era la gran cosa, pero también me alegraba de al menos haber podido reírme un poco antes de llegar a casa y encarar la penitenciaría de Rocío.
—¡Lollo & Cabral! —me gritó Clara desde la distancia, cuando ya estaba a punto de salir de las oficinas.
—¿Qué? —devolví yo.
—¡Lollo & Cabral! ¡Así se llama el pub al que vamos! ¡Así que ya sabes!
—Dios mío... Hasta mañana, Clara —me despedí alzando la mano y volviendo a sonreír.
Viernes, 19 de octubre del 2014 - 21:58 hs. - Noelia.
Flipando, flipando y flipando multiplicado por cien. Había ido ahí con la intención de buscar trapos sucios, pero lo que me había encontrado era la colada sin hacer de diez años enteros. Nunca me imaginé que este hombre, Ramón, me fuera a contar todo tan fácilmente. Jamás. Era tremendo... Y encima su mirada irradiaba un odio incalculable, lo que me hacía confiar en que no podía ser mentira todo lo que me había dicho.
—Y-Yo... Estoy sin palabras... Realmente sin palabras, Ramón...
—Imagínate yo cuando me enteré de todo, querida. ¿Y qué piensas hacer?
—Contárselo todo a mi hermana, obviamente.
—¿En serio? ¿Y si no te cree?
—Me va a creer. Me tiene que creer. Es decir, soy su hermana... Toda la vida he cuidado de ella y...
—Y toda la vida le has tenido animadversión a Alejo, ¿no?
—Sí, pero eso no tiene nada que ver. ¿Por qué iría tan lejos para inventarme todo esto? Además, lo tengo a usted... O sea, ¿qué puede salir mal?
—Mira, querida, yo no soy quién para decirte lo que tienes que hacer, pero te aconsejaría que procedieras con cautela. Yo he escuchado a Alejo hablar de tu hermana, y también lo he visto en persona con mujeres casadas... Ese cabrón tiene algo, no sé lo que es, pero tiene una facilidad asombrosa para engatusar al sexo opuesto. Y no sólo al sexo opuesto... Ya has visto cómo logró que mi propia gente se volviera contra mí...
Yo lo escuchaba con atención. El hombre hablaba con una seguridad que asustaba. Sin duda alguna que conocía a ese sujeto mucho mejor que yo. Sin embargo, yo conocía a Rocío mucho mejor que nadie en el mundo, y tenía la certeza de que no iba a necesitar más que contarle todo lo que había descubierto para que mandara a paseo a ese hijo de la gran puta.
De todas formas, quería saber qué tenía en mente ese señor...
—¿Y usted qué me recomienda que haga?
—Pues... Cautela ante todo. Tú date cuenta de que este cabrón se tiene tanta confianza que cree que puede prostituir a tu hermana con su mismísimo consentimiento. ¡Cielos! —exclamó al ver mi expresión—. Perdón por la falta de tacto.
—Descuide... De verdad.
—Bueno, eso mismo. Su nivel de confianza debe estar por las nubes ahora mismo. Y no niego que tu hermana te quiera mucho y confíe en ti más que en nadie más, pero ahora mismo debe tener a Alejo en un pedestal, ¿comprendes?
—Sí, sí... ¿Entonces...?
—Me gustaría que me des unos días para hacer unas llamaditas y arreglar ciertas cosas. Si me dejas tu número de teléfono, te llamaré cuando esté todo arreglado. Y... Noelia —se detuvo en seco al ver mi cara de duda—. Créeme que yo soy el que más ganas tiene de ponerle las manos encima a ese desgraciado, y podría hacerlo ahora que me has dicho donde se esconde, pero es mejor que hagamos esto con inteligencia, ¿de acuerdo?
—De acuerdo... —volví a responder sin estar del todo convencida.
—Hazme caso, bonita. Sé que no es fácil para ti quedarte callada después de todo lo que has oído aquí, pero hay veces que debes mirar el panorama completo.
—Lo entiendo perfectamente, Ramón... El asunto es que... No sé dónde me estoy metiendo, realmente.
—No confías en mí todavía, ¿verdad? —carcajeó en voz muy baja—. Si te comprendo, yo tampoco lo haría.
—¡No! No es eso... Usted no tenía ninguna obligación de hacerme saber todo esto, y de todas formas lo hizo... El tema es que... No sé cómo estará acostumbrado usted a solucionar sus conflictos y... pues que me da un poco de miedo que intervenga gente peligrosa en todo esto.
—¿Qué? —volvió a reírse, esta vez con más fuerza—. ¿Por lo de las llamadas lo dices? ¡No, querida mía! Pobrecita... Ahora entiendo esa carita... Tranquila, te prometo que no es lo que tú piensas. La gente peligrosa no se acercará ni a ti ni a tu hermana. Es más, ni siquiera tendrás que conocerlos.
No me convencía. Ciertamente no lo hacía. Y en el fondo no quería que terminara lográndolo. Estaba segura de que lo correcto era hacer las cosas frente a frente. Y con eso en mente, intenté dar por finalizada esa conversación.
—Se ha hecho muy tarde, Ramón. ¿Podría llamarme a un taxi?
—De eso nada. Ya te llevo yo hasta tu casa —dijo, muy seguro, levantándose y cogiendo su abrigo.
—¿Cómo? ¿Hasta mi casa? Queda algo lejos, no tiene que mol...
—Son más de las diez y esta zona no es muy famosa por su seguridad nocturna. Así que no se hable más.
—Pero, es que...
—¡No se hable más! —volvió a interrumpirme, bastante autoritario esta vez—. Si no quieres que vea donde vives, me dices otra dirección y ya está.
—En fin... Como usted quiera. Gracias, supongo.
—Si no te molesta, de camino pararemos para recoger a mi mujer. Seguro se habrá quedado con sus amigas jugando al póker.
—Sin problemas...
Ramón cogió su abrigo, yo mi bolso, y partimos rumbo a la calle. Los días más difíciles de mi vida estaban a punto de comenzar.
Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 02:22 hs. - Benjamín.
—Quita, gata.
Sonoramente molesta, pero casi sin levantar el tono de voz, Rocío apartó a Luna de su camino y, como las últimas cuatro noches, dejó la habitación para irse a hacer no sé qué cosa a no sé qué otra parte de la casa.
Aquel día llegué del trabajo y, con la esperanza de que ya se le hubiese pasado el enfado, nada más entrar fui a buscarla directamente a ella. Para mi asombro, me recibió con una sonrisa y con un besito en los labios, el primero en muchos días. Estaba inusualmente contenta, por lo que me emocioné y creí que por fin todo había vuelto a la normalidad. Pero no, me equivocaba... Después de comer, cuando fui a darle un abrazo, me invitó amablemente a que se lo fuera a dar a mi "amiga Lulú". Luego de eso, se encerró en el baño y no salió hasta que se hizo la hora de ir a dormir.
Sí, en el momento se me quedó toda la cara de gilipollas, pero, ¿qué más podía hacer yo? Ya la cosa se escapaba completamente de mis manos. Lo único que me quedaba era resignarme y rezar para que todo aquello se le pasara pronto.
Y ahí estaba yo... despierto por culpa del ruido que había hecho Rocío al levantarse, mirando el techo y haciéndome miles de preguntas. ¿Debía seguirla? Era una de ellas. Me arriesgaba a empeorar las cosas, y ni quería imaginarme cómo podían ser peor... ¿Debía esperarla despierto e intentar hablar con ella? Una buena charla nocturna puede cerrar muchas heridas, no era mala idea. El tema era... ¿y si se había ido a dormir al sofá para no estar conmigo y me quedaba despierto toda la noche como un auténtico anormal? Estaba tan paranoico que no me paré a pensar en que los días anteriores Rocío había amanecido junto a mí. Esa no era una posibilidad, pero tenía miedo de que igualmente pudiera serlo.
—Miau.
—Ahora no, Luna...
Sin poder conciliar el sueño y sin encontrar una salida para todo aquello, me quedé pensando en la charla que había tenido esa tarde con Lulú. No podía sacarme de la cabeza sus palabras... «Tu novia te engaña, Benjamín» . No entendía cómo podía sonar tan segura sin tener ninguna prueba, y eso era lo que más me intranquilizaba, porque no sabía de qué sería capaz para demostrármelo como me lo había prometido.
—Miau. Miau.
Entonces, inquieta como jamás la había visto, la gata saltó a la cama y empezó a correr en círculos por todo lo largo y ancho de la misma. Intenté cogerla un par de veces, pero se libraba de mí para seguir saltando y arañando las sábanas.
—¡Estate quieta, Luna!
Al ver que no se detenía, me quedé mirándola un poco asustado, puesto que podía ser alguna especie de ictus felino y yo no tenía ni idea de qué hacer si ese era el caso. No obstante, decidí esperar a ver si se le pasaba, y, tras unas diez vueltas, ya sea por cansancio o lo que sea, se detuvo. Se detuvo, se quedó mirándome fijamente y luego se dirigió hacia la puerta, donde nuevamente paró para seguir observándome. Exactamente lo mismo que había hecho la noche anterior.
—¿Otra vez...?
—Miau.
De nuevo, al igual que hacía 24 horas, Luna parecía pedirme que la siguiera. Y si bien en ese momento me encontraba bastante aturdido por toda la mierda que me rodeaba, no me dio la sensación de estar alucinando al igual que la última vez...
—¿Qué quieres? ¿Adónde quieres ir?
Eso se lo dije desde la cama, pero al ver que no hacía nada, me puse de pie y fui hacia donde estaba ella.
—Venga, llévame...
Para mi sorpresa, Luna giró 180 grados sobre sí misma y salió caminando muy despacio por la puerta, que estaba entreabierta. Yo, sumiso, la seguí sin decir ni mu y tratando de emular los silenciosos pasos de la gata.
—Como me lleves a por comida, dichoso animal...
Estaba todo a oscuras, incluso el cuarto de baño. No se veía luz ni en el salón ni en la cocina. Sólo lo que entraba a través del ventanal del salón.
—Joder, Luna... Que está todo apagado... ¿Qué cojones quieres?
No lo voy a negar, la gata era sólo una mera herramienta que iba a poder usar de excusa si Rocío se enfadaba conmigo cuando nos encontráramos. Pero, más allá de eso, me daba mucha curiosidad saber por qué estaba tan empeñada en que la siguiera.
—¿Ya no maúllas más?
No esperaba que se girara y me dijera: "coño, Benjamín, que tengo mucha hambre" o cualquier otra cosa. Le hablaba con la esperanza de que Rocío me escuchara y no tuviera que seguir ese recorrido maldito con tanto miedo en el cuerpo.
Pero seguí tras las huellas de Luna, que no había detenido su andar en ningún momento. Cuando llegamos al salón, la gata se adentró en él como si nada. Yo me quedé detrás del muro confiado en que cualquier momento iba a escuchar la voz de Rocío. Así que esperé y esperé, nervioso, muerto de miedo, con el corazón que se me salía por la boca, pero en vano. Ninguna voz se hizo escuchar.
— Miau . —se oyó, sin embargo.
Luego de tragar saliva un par de veces, finalmente atravesé el arco que conducía al salón y a la cocina. Inmediatamente, Luna pegó un salto hacia el sofá grande y ahí se quedó quieta, mirando hacia el ventanal que daba al balcón.
—¿Luna? —dije al aire una vez más—. ¿Luna? —repetí de nuevo—. ¿Luna?
Hacía ya treinta largos segundos que mis ojos apuntaban únicamente en una dirección. Y no podía parar de repetir sin parar y en voz muy baja el nombre de la gata que Rocío había encontrado en la calle y que yo le había permitido quedarse. Dicha gata, que al igual que yo, sólo podía mirar a ese único punto. Estática, moviendo apenas la cola, soltando algún maullido casi inaudible cada tanto. Ella me había llevado hasta ahí, y ahora, dentro de esa parálisis física y mental que estaba atravesando, podía entender el porqué.
—Luna... Luna...
La cortina blanca, aquella cortina blanca que juntos habíamos ido a comprar el primer día que pisamos ese barrio, caía lisa y sin una sola mancha hasta el suelo, bloqueando la visión desde afuera para cualquiera que quisiera echar un vistazo desde algún edificio cercano, o desde el mismo balcón que se encontraba detrás de nuestro pulcro ventanal. Y sí, también debía de cumplir el cometido de no permitir que quien estuviera de este lado del cristal pudiera observar a través de ella.
—Luna...
Pero no, caprichoso el destino, había colocado a nuestro vecino más próximo, a aquel cuya primera visita se seguían disputando yanquis y rusos, justo en frente de esa construcción en la que se encontraba nuestro hogar. La luna, aquel hermoso satélite que acompañaba al planeta donde nacimos, se alzaba redonda y más brillante que nunca delante de mis ojos, delante de los ojos de nuestra compañera felina que a la vez era su tocaya. Y la cortina no podía ocultar su silueta, no podía ocultar su presencia, que era demasiado poderosa para un simple trozo de tela blanco con bordados... Así como tampoco podía ocultar lo que había entre ellas dos...
—La luna...
No podía dejar de mirar hacia allí... Quería irme, pero no podía, mis pies no me dejaban... No se movían. Parecían apuntalados al suelo. Y lo más raro de todo era que no podía emitir reacción alguna; ni de desesperación, ni de enfado, ni de tristeza. No, nada. Sólo podía mirar, mirar y mirar. La forma de la bella luna iluminando más de medio salón, trayendo para dentro las sombras de la barandilla, de los maceteros que decoraban sus bordes, de las sillas que habíamos colocado en cada extremo para cuando tuviéramos ganas de relajarnos fuera y tomar un poco el fresco...
—La luna...
Mirar, mirar y mirar... Mirar, mirar y mirar... Mirar, mirar y mirar... Mirar hacia la esquina derecha, donde se dibujaba una silueta más sobre la cortina... La más grande de todas; la más alargada y la que más extensión de tela blanca cubría... Una silueta que por momentos cambiaba de forma, que se comprimía y luego se volvía a estirar. Una silueta que cuando se movía hacia la izquierda dejaba adivinar otra de parecido tamaño frente a ella. Una silueta que se movía de arriba a abajo sobre lo que parecía ser una de las sillas. Una silueta a la que parecía que le rebotaba algo a media altura, algo a lo que luego se pegaba la segunda silueta para volver a formar una sola.
—Miau.
Pude moverme por fin... Me moví y me senté junto a la colita de Luna, mientras seguía observando cómo Rocío subía y bajaba sobre el cuerpo del que supuse debía ser Alejo, aquel muchacho al que muy amablemente había permitido que se quedara a vivir bajo mi techo.
Y, de golpe, todo se tornó negro. No importaba hacia dónde mirara, todo se había teñido de negro. Recuerdos, pensamientos, sueños y pesadillas. Sentimientos, sensaciones, motivaciones y desmotivaciones. Todo negro. Vacío absoluto. Sólo podía apreciar el tacto del pelaje de mi Luna, de mi querida Luna, intentando subirse a mi regazo. Y la humedad de las lágrimas que habían comenzado a descender por mi rostro.
Y, sumido en la nada misma, cerré los ojos y... renací.