Las decisiones de Rocío - Parte 21.

"En respuesta, él me cogió de ambos brazos y me colocó en la pared ancha de la ducha con el culo todavía en pompa. Ahí, quitó sus dedos de mi interior y fue entonces cuando todos mis temores comenzaron a hacerse realidad".

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 08:40 hs. - Benjamín.

Negro, el horizonte se alzaba negro. Pero no un negro provocado por la falta de iluminación, no, se trataba de un negro absoluto. La nada misma. Un panorama desolador para cualquier que lo viera. Y la escena no terminaba ahí; sobre un costado, muy cerca de mí, muchos rostros desfilando. La oscuridad era infinita. Aunque, por alguna razón, podía ver con claridad quiénes eran.

—¡¿Qué miras, gilipollas?! —me gritaba Romina desde muy lejos.

—¡Benny! ¡Benny! ¡Aquí estoy, Benny! —saltaba una eufórica Clara desde un poco más cerca.

—¡Ponte a trabajar, jodido gandul! —se sumaba Mauricio, justo antes de estamparle un beso en los labios a su becaria favorita.

Quería contestarles, pero la voz no me salía. Quería salir corriendo y reunirme con ellos, pero mi cuerpo no se movía. Estaba paralizado. Lo único que podía hacer era seguir mirando y escuchando sus gritos, que no se detenían.

—¡Benja, amigo mío! ¡Vente para acá, que esto está lleno de chochetes! —exclamaba también un contentísimo Luciano.

—¡Todas putas, Benjamín! ¡Todas las mujeres son unas guarras! —añadía Sebastián, a su lado. Contrastando su comentario con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡No le hagas caso! ¡Te estamos esperando, cuñado! —me llamaba también Noelia.

Seguían gritando, cada uno diciendo una cosa distinta; pero todos dirigiéndose a mí. Era el protagonista de esa película y me lo querían hacer saber a toda costa. Y yo quería ir con ellos, quería estar con ellos. Sus caras felices me invitaban a añorarlo. Ninguno parecía sufrir, ninguno parecía tener preocupaciones. Yo quería eso también, quería experimentar esa dicha yo mismo.... ¡Pero no podía! ¡No podía!

La necesitaba a ella. Sí, era la única persona que podía curarme esa ansiedad que me estaba matando. Dejé de escucharlos un momento y busqué a Rocío. Quería verla; deseaba verla, notarla, sentirla. Necesitaba saber que estaba ahí, esperándome entre esa multitud de cuerpos que no dejaban de aparecer. Pero no estaba, no la encontraba. Cerré los ojos y agudicé el oído para ver si conseguía distinguir su voz entre todo ese barullo.

...

Nada. Tampoco iba a tener esa satisfacción. ¿Qué clase de tortura era esa? ¿Por qué me estaban sometiendo a semejante castigo? ¿Qué querían de mí? ¡¿Qué más querían de mí?!

—¡Cuidado! —gritó Barrientos de pronto— ¡Aléjate de ahí! ¡Aléjate de ahí, Benjamín!

—¡Atrás tuyo, Benjamín! ¡Vete de ahí! —lo acompañó una desesperada... ¿Lin? ¿Era Lin?

—¡Corre! ¡Corre! —exclamaron al unísonos las otras tres muchachas de diseño gráfico.

—¡Huye de ahí, subnormal! —saltaba Romina, moviendo sus brazos de manera exagerada buscando llamar mi atención.

No entendía nada. ¿Qué sucedía? ¿Qué había detrás de mí? Sus expresiones se habían tornado sombrías de repente; ya ninguno reía, ya ninguno festejaba, ya ninguno bailaba. Agitaban sus brazos buscando mi atención completamente aterrados.

Entonces, un grito desgarrador y el silencio absoluto.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritaba una mujer— ¡No! ¡No! No!

No se oía nada más, sólo los alaridos de esa mujer repitiendo una y otra vez la misma palabra. Sentía que los oídos me iban a reventar, que en cualquier momento mi cráneo iba a ceder ante semejante onda sonora. Era el fin, sabía que era el fin...

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Benjamín, no! ¡Aléjate de ella! ¡Tienes que alejarte de ella!

Y comencé a sentirlo... Por fin empecé a sentir mi cuerpo. Seguía escuchando los gritos de aquella mujer, pero la parálisis había desaparecido. Mis oídos me dolían, me dolían mucho, como si estuvieran a punto de estallar. Aunque... ya podía moverme.

—¡No! ¡No!

De pronto un cosquilleo... Un placentero cosquilleo en todo mi cuerpo. Moví mis brazos y me masajeé el estómago en un espontáneo intento de querer encontrar el motivo de dicho cosquilleo. Entonces me di cuenta de que esa agradable sensación venía de más abajo. ¿Por qué? ¿Por qué de pronto eso? ¿Por qué después de tanta desesperación se me estaba otorgando un momento de relax?

—¡Aléjate de ella, Benji! —se escuchó por última vez.

—¿Lulú?

Oscuridad absoluta de nuevo. Varios segundos de penumbra total. Ya no se podía ver nada, tampoco se podía escuchar nada. Todo había desaparecido. Hasta que los poderosos rayos de sol golpearon en el centro de mis retinas.

—¿Qué pasó? —murmuré, todavía medio dormido.

—¿Mmmm...?

Abrí los ojos, temeroso... Encontrarme con el techo de mi habitación sin duda que era un alivio, a pesar de que todavía podía sentir el miedo en el cuerpo.

—¿Te encuentras mejor, mi amor? —dijo la voz que había estando buscando, sacándome de ese pequeño trance.

Al escucharla, me di cuenta de que esa bonita sensación en mis partes bajas no había desaparecido. Con cuidado, levanté el grueso edredón que todavía me cubría y colé la vista por debajo.

—Buenos días —me saludó una sonriente Rocío justo antes de volver a meterse mi falo en la boca.

—¿Ro...? ¿Q-Qué haces? —pregunté, ingenuo.

—Pues una mamada, ¿a ti qué te parece? —respondió ella, con altanería.

—P-Pero... ¿por qué?

Tras un largo suspiro, se salió de abajo del acolchado y se abalanzó sobre mí para comerme la boca. Era imposible no notarlo, estaba... ¿excitada?

—Porque me pareció que estabas teniendo un mal sueño y no se me ocurrió mejor manera que esta para tranquilizarte —argumentó, coqueta como pocas veces la había visto—. ¿Qué pasa? ¿No te gustó?

—¡No! ¡No es eso! Es que creo que acabo de tener una parálisis del sueño... y todavía no me termino de recuperar.

—¿Una parálisis del sueño? Eso es grave, Benjamín... —me miró asustada—. Joder... Si lo sabía no lo hacía...

—No te preocupes, mi amor, creo que ya estoy bien —salté enseguida—. No hay nada que tu dulce carita no pueda curar.

La sonrisa que esbozó a continuación le ocupó toda la cara. Y me sentí feliz nuevamente. Tanto que obvié ese "joder" que no era nada típico de ella. Ver al amor de mi vida sonreír era lo único que necesitaba para recuperar las fuerzas.

—Te amo —le dije, en un acto de sinceridad que no pude reprimir.

En un nuevo arrebato, se volvió a abalanzar sobre mí y atrapó mis labios con los suyos. Abrí la boca y recibí esa lengua cuya única intención era violarme la garganta. Tan violenta, tan agresiva... Tan fogosa como me tenía acostumbrado últimamente.

Me aferré a su espalda y yo también metí mi lengua en su boca. Quería sentirla, saborearla, comérmela...

—Mi dulce carita no es la única parte de mi cuerpo que puede curar dolores —dijo entonces.

Dejó de besarme y en un rápido movimiento se montó a horcajadas sobre mi todavía tendido cuerpo. Se quitó la camiseta holgada que había elegido para dormir aquella noche y me regaló una deliciosa vista de sus pechos desnudos.

—¿Ves estas de aquí? —dijo señalando con ambos dedos índices sus pezones—. Estas de aquí también saben curar dolores.

Acto seguido, me cogió por la nuca y me arrastró hacia ella, poniéndome una teta en la boca.

—Chupa... Chupa y verás —sus palabras eran intensas, así como su mirada y su respiración.

Abrí la boca como un bebé asustado y comencé a chuparle el pezón. Olía maravillosamente bien. Se notaba que acababa de ducharse. Su piel desprendía un leve olor a fresa que compaginaba perfectamente con el rosa fuerte de sus aureolas. Cerré los ojos y me concentré en comerme ese rico malvavisco. La escuchaba gemir, disfrutar del masaje que le estaba dando, entregarse al placer como nadie. De pronto sus uñas rascando mi nuca; como tanteando el terreno, y de vez en cuando una ligera presión en la zona. Hasta que volvió en sí.

—Suelta —dijo, dándome un pequeño golpe en la cabeza.

Lanzándome una nueva mirada cargada de calentura, me tumbó en la cama de un empujón e irguió su cuerpo hasta quedar recta sobre mi entrepierna.

—¿Sabes...? — sus manos comenzaron a jugar sobre mi pecho—. Todavía tengo otra parte que también sabe de primeros auxilios.

—¿S-Sí...? —balbuceé.

—Sí... Y no sólo cura todos los dolores, también cura todos los males. ¿Quieres verlo? ¿Sí? —añadió, retirando las manos de mi torso y llevándoselas muy despacio a su entrepierna.

Así, completamente desinhibida, se inclinó sobre mi torso, pegó su boca a mi oído derecho y susurró:

—¿Quieres sentirlo?

¿El momento había llegado? ¿El momento de redimirme por fin había llegado? Entre tanto jaleo con Lulú, Barrientos y todas las mierdas a las que me tenía sometido mi trabajo, no había tenido ni los ánimos ni el valor de enfrentarme a Rocío después de nuestro último fracaso en la cama. Ella tampoco había hecho nada por acercarse. Pero yo la entendía, el que tenía que comenzar a demostrar era yo. Ella me había marcado el camino, me había abierto su corazón, me había hecho partícipe de sus fantasías. ¡Joder, que ahora lo estaba haciendo de vuelta! No... No iba a fallar otra vez.

El corazón me latía a mil por hora por todo el ajetreo acumulado. Me dolía el cuerpo, aunque no me importaba. Sin responderle, me levanté de la cama con ella encima y la planché sobre el colchón. La dejé debajo mío, con el semblante serio, expectante; esperando sumamente excitada mi próximo movimiento. Y la besé. No esperé más y la besé de nuevo.

—¿Eres mía? —le pregunté, sin pensarlo, dejándome llevar por la situación.

—Soy tuya —contestó ella, caliente, emanando lujuria por todo su ser.

—¿Sólo mía? —insistí.

—Sólo tuya —confirmó.

Tras un nuevo asalto a sus labios, levanté una de sus piernas y la mantuve plegada contra su vientre. Era el momento de demostrarle lo macho que podía ser. Era el momento de demostrarle que podía hacerla mía sin dudarlo. Era el momento de bajarla del pedestal. Era mi mujer; Rocío era mi hembra y la iba a usar para satisfacer mis más bajos instintos. Porque así lo había querido ella.

—Métemela ya —me ordenó.

—¿O si no qué? —la desafié.

—Te voy a arrancar los huevos —contestó, concisa, bajando su mano libre y aparcándola sobre su monte de venus.

—¿Le harías eso a tu macho?

—No eres mi macho si no me das lo mío —contraatacó, previo a un nuevo morreo—. Ahora fóllame.

No sabía qué había pasado con mi dulce Rocío, no tenía ni idea de lo que habían hecho con ella. Pero ya no me interesaba. En ese momento tenía delante a una diosa del sexo que me había caído del cielo y yo no podía estar más feliz.

No esperé más. Apreté más su muslo contra su propio vientre y se la metí hasta el fondo al primer intento. El gemido que soltó rebotó por todas las paredes, así como los crujidos que empezó a hacer la cama cuando inicié el mete y saca.

—Así... No pares... —suplicaba, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás.

No escatimé en esfuerzos. Quería cumplir sus deseos tal y como ella me los había descrito. Me sujeté con violencia a su pierna y concentré todas las fuerzas en mi pelvis. Estaba convencido de lo que debía hacer; esa noche no iba a terminar hasta que el coño de mi novia quedara completamente satisfecho.

—Me vengo, Benja... Me vengo... —me anunció al fin.

Sonreí y continué empalándola sin compasión. ¿Estaría cumpliendo con lo que ella esperaba? ¿Había superado sus expectativas? Estaba convencido de lo que iba a saber en segundos.

La primera noche que lo habíamos hecho después de todos nuestros problemas, su cara al llegar al orgasmo había sido majestuosa; no sabría describir su bello rostro al experimentar tanto placer, pero era notorio que la había llevado al paraíso. Sin embargo, la última vez, la vez de mi fracaso, la vez de la decepción... Sí, la había hecho gritar, pero no había sido lo mismo. Ambos lo sabíamos. Por eso, y por alguna que otra cosa más, estaba convencido de que ese era el momento de averiguar si estaba a la altura de los deseos de Rocío o no.

—Casi, Benja... Sigue...

Mi cuerpo estaba empezando a ceder. Había hecho alarde de un estado físico fabuloso al aguantar tanto tiempo taladrándola sin parar, pero ya estaba a punto de desfallecer sobre ella.

—Vamos... —dijo, una vez más.

De pronto se acercó a mí y llevó sus manos, que hasta el momento había tenido sujetando la almohada por encima de su cabeza, a mi cuello. Me miró fijamente y luego me besó. Logró liberar su pierna apresada entre su vientre y el mío y la utilizó para empujarme hacia atrás. Cuando consiguió que quedara sentado sobre el colchón, terminó de acomodarse encima mío y esta vez fue ella la que empezó a saltar sobre mi pene.

—¿Te das cuenta? Si al final siempre tengo que hacerlo todo yo —me susurró de nuevo al oído.

—Y-Yo...

—Cállate y aprende.

Aferrándose a mi cuello y clavando ligeramente sus uñas en mi piel, continuó subiendo y bajando sobre mi miembro sin cortar el ritmo ni un solo segundo. Su orgasmo no tardó en llegar. Al igual que el primer día, echó la cabeza hacia atrás y emitió un largo y potente alarido que hizo temblar toda la habitación.

Lo había conseguido, estaba claro. Por fin me había redimido. Esa carita estaba saludando a los dioses. Sonreí, sonreí mucho y me olvidé de mi propio placer. Tenía ganas de besarla, de mimarla, de cuidarla... Me sentía más enamorado que nunca en ese momento.

—Dios. Sí... —murmuró a los pocos segundos—. Esto es vida.

Cuando decidí que ya era el momento de dejar salir el romántico que había escondido para ese polvo, Rocío se volvió a montar sobre mí e inició una nueva cabalgada.

—¡Rocí...!

—¡Cállate y córrete para mí! —me volvió a ordenar.

—¡Y-Yo... ya casi...!

Se desmontó de mí y se acomodó para continuar el trabajo con una mamada. No tardé ni diez segundos en inundarle la boca con mis fluidos. La dejé completamente perdida. Y era la primera vez. Hasta ese día todo zumo fabricado por mis huevos había terminado en un condón o en el suelo de la ducha. Pero no me sorprendí. Por alguna razón, no me sorprendí. Esta nueva Rocío era una caja de sorpresas y yo ya me había hecho a la idea de que en cualquier momento me podía salir con una nueva.

¿Hecho a la idea? Sí. O al menos eso creía...

—Mmmm —llamó mi atención con la boca todavía cerrada.

—¿Qué pasa?

Me miraba desde abajo, con esos ojos serios pero a la vez llenos de excitación, dejando pasar el máximo tiempo posible para darme una respuesta. Sabía bien lo ansioso que yo era, sabía bien lo loco que me ponía que me hicieran esperar. Rocío me conocía mejor que nadie y jugaba conmigo mejor que nadie. Cuando decidió que ya era el momento, comenzó a reptar muy despacio sobre mi torso hacia arriba, hasta que su cara quedó a escasos centímetros de la mía. Sin deshacer el contacto visual, abrió la boca lentamente y me enseñó su interior.

—R-Rocío... —reaccioné, estupefacto.

—¿Ves? Y este es el brebaje que cura todo mis dolores... —susurró, coqueta, instantes después de haberse tragado el espeso líquido blanquecino que me acababa de enseñar.

Inmediatamente, se levantó de la cama, se vistió con un camisón que estaba tirado en el suelo y salió de la habitación corriendo y riendo como una adolescente.

Sólo puedo decir que tardé varios minutos en darme cuenta de lo que había pasado. Cuando creía que ya lo había visto todo, pudo sorprenderme una vez más. Rocío se había convertido en otra persona y yo no había sido partícipe del proceso. Y me cagaba en Mauricio, me cagaba en Barrientos, me cagaba hasta en la propia Clara por ello. Pero ya no había nada que hacerle, tenía que resignarme y aprender a convivir con esa hembra sedienta de sexo que la vida me había puesto por delante.

Estaba aturdido todavía, así que me tomé mi tiempo para recomponerme y alistarme para el trabajo. Sabía que todavía me quedaban una 4 horas para entrar y necesitaba distraerme aunque fuera eligiendo el color de la corbata. Necesitaba desconectar.

El resto de la mañana continuó sin ningún tipo de incidentes y, gracias al cielo, sin Alejo de por medio.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 14:10 hs. - Alejo.

—¿A qué hora te piensas levantar? ¡Oye! ¡Alejo!

—¿Qué? Dios, dejame dormir.

—¡Que no! ¡Que te levantes ya!

Qué odiosa podía resultar la voz de Rocío cuando uno no quería escucharla. Si hubiese sido por mí la habría ejecutado con cualquier cosa en ese mismo instante. Había estado toda la noche trabajando para el hijo de cuatrocientos containers llenos de putas de Amatista y no estaba de humor para que me vinieran a interrumpir el sueño. Casi diez horas manejando por las afueras de la ciudad haciendo encargos para él y sin poder ni rechistar porque el tipo me tenía agarrado de los huevos. Encima me obligaba a hacer la jornada larga para terminar rápido de cobrarme la deuda y así no tener que verme más "la puta cara".

—¿Qué mierda querés, Rocío? Estuve laburando hasta 8 de la mañana, dejame dormir un rato más —casi que le supliqué.

—Entonces ya has dormido más de seis horas. Suficiente para ser persona. ¡Venga, arriba! —volvió a gritar antes de tironear y llevarse mi almohada.

A la conchuda le chupaba un huevo si yo estaba cansado o no; se le había metido en la cabeza joderme y parecía que no iba a parar hasta que me levantara. Pero yo no era su mascota y no iba a estar saltándole alrededor todo el día. Por eso, bastante podrido, me incorporé, le arranqué la almohada de las manos y me volví a acostar tapándome hasta la cabeza.

—Eres de lo que no hay, ¿eh? —siguió.

—Andate —repetí una última vez.

—Está bien, vamos a hacerlo a tu manera.

No pude ni procesar el mensaje. Cuando me quise dar cuenta, ya la tenía abajo de la frazada tanteándome el bulto.

—A ver si así se te quita el sueño.

Con esa actitud desafiante, me sacó la verga medio muerta del calzoncillo y se la metió la mitad en la boca. Muy impaciente, empezó un rápido lengüeteo por todo la circunferencia del tronco que no detuvo hasta que, por pura inercia, empecé a retorcerme como un pelotudo. A la hija de puta no le tomó ni dos minutos conseguir que se me pusiera dura.

—¡Está bien! ¡Ganaste vos! ¡Me levanto ya, hinchapelotas!

—¡Perfecto! ¡Te espero en el salón! Hay algo que quiero hablar contigo.

Dicho aquello, me dejó un besito en la punta del glande y se fue de la habitación riendo y saltando como una adolescente.

—Qué hija de pu... —murmuré, incrédulo, cuando ya se había ido.

A duras penas y poniéndole todas las ganas que pude, me saqué la fiaca de encima y me fui para la cocina después de ponerme lo primero que encontré.

—¡Buenas tardes, dormilón! —me recibió tirada en el sofá una risueña Rocío—. Ven aquí.

—Ya voy.

Bostezando como un oso, caminé hasta la heladera y me serví un vaso bien grande de leche. Quería tomarme aunque fuera un par de minutitos para mí. Ya iba a tener toda la tarde para ella. O al menos lo intenté, porque a la primera miradita que le eché ya no pude volver a dejar de mirarla. Así, recién bañadita, acostada y formando un cuatro con sus piernas, desprendía un erotismo que te invitaba a zambullirte sobre ella y garchártela en el lugar. Era un monumento de hembra y ella ya lo sabía, por eso se ponía la ropa que se ponía. Estaba enfundada en una remerita blanca, bien ajustadita, que resaltaba la amplia redondez de sus tetas y que le marcaba bien los pezones sobre la tela. Abajo tenía puesto un shortcito verde manzana que dejaba apreciar por todos lados la carnosidad bien repartida de sus muslitos. Esa mujer era capaz de devolverle la vida a un muerto sólo con su presencia.

—¿Vienes o no? —volvió a llamarme, sin dejar de sonreír.

Increíblemente, cualquier síntoma de cansancio en mí había desaparecido. O habían ido a esconderse, no lo sé. Pero el alma me volvió al cuerpo durante esos pocos segundos en los que me había quedado mirándola como un pajero.

Una vez a su lado, se abalanzó encima mío y empezó a besarme con desesperación. Se subió sobre mis piernas y se puso a moverse sobre mi bulto a una velocidad tremenda. No me podía creer que estuviera tan contenta y a la vez así de caliente. No era algo muy común en ella.

—R-Rocí... Rocío... Pará. Pará un poco, nena.

—¿Qué quieres? —dijo ella, radiante y obediente, pero sin dejar de mover las caderas.

—¿No querías hablar conmigo?

—Sí.... Mmm... Pero quiero follar primero.

—Está bien, pero después no me vengas con que no pienso en otra cosa.

Sin nada más que añadir, le saqué la remera de un tirón y me prendí a una de sus tetas como una garrapata. Dejé de pensar en pelotudeces que ya no venían a cuento y atendí a esa ubre como yo mejor sabía. No la solté hasta que mi lobita empezó a aullar y a suplicarme que se la metiera de una vez.

—La quiero... La quiero ya, Alejo.

—¿El qué querés? —intenté pincharla, pero la piba no estaba para juegos.

—Qué pesado eres. Ya me encargo yo.

Otra vez, sin darme tiempo a reaccionar, bajó una mano entre nuestros cuerpos y buscó mi pedazo con unas ansias que no eran normales. Cuando lo encontró, lo sacudió varias veces entre sus muslos y se la enterró ella solita después de moverse el pantaloncito a un costado.

—Aaahhh... —gimió, dejándose llevar, tirando la cabeza para atrás mientras terminaba de ensartársela.

Resignado, ya sabiente de que el poder esa tarde era suyo, me volví a enganchar de su teta y me dediqué a disfrutar de la tremenda cabalgada que me estaba regalando.

—Venga, chupa, chupa, cerdito. ¡Aaahhh!

Mientras me agarraba a su culo y lo ayudaba a subir y bajar sobre mi verga, por dentro no dejaba de congratularme por la hembra que había logrado domar. Por ese ser celestial que ahora se debía a mí y a nadie más que a mí. Mi felicidad era absoluta y el éxtasis pleno. Era consciente de que en su cabeza todavía habían fantasmas que la torturaban, cosa totalmente normal teniendo en cuenta que hasta hace un par de semanas apenas sabía lo que era un orgasmo. Pero ya no me preocupaba eso, sabía que con secuencias como la que estaba viviendo en ese momento no me iba a costar mucho trabajo eliminarlos. Sabía que muy pronto iba a terminar de convertirse en la mujer que yo quería; en la mujer que me iba a sacar de la mierda y darme el futuro que durante tanto tiempo había soñado.

—¡Ahhh! Alejo, sigue... ¡Cómo me pones, cabronazo! ¡Cómo me pones! —seguía aullando sin dejar de moverse. Lo estaba disfrutando como nunca.

—Imaginate... Imaginate cómo me ponés vos a mí, pedazo de yegua —contesté, ido también, sin medir un carajo las palabras—. Seguí cabalgando, zorrita. No te pares ni un segundo, ¡o vas a ver!

—¡Cállate, imbécil! —contestó, amagando con clavarme las uñas en los hombros—. ¡Aquí la que manda soy yo! ¡Traga y cierra la boca! —cerró, inclinándose un poco y aplastándome una teta en la cara.

La sensación de que las cosas sólo podían ir a mejor en ese momento era absoluta. Ya me la imaginaba aceptando la oferta de Bou. Ya la veía entrando en el cuarto de un hotel vestida como una puta. Ya la visualizaba volviendo feliz a casa con un sobre lleno de billetes en la mano. El sueño estaba cerca, sólo faltaba un último empujón. Un empujón que iba a llegar más temprano que tarde. No me movía el suelo pensar cuándo sería. Así, tal y como estaba, pocas cosas tenían el poder de traerme más dicha que la que ya tenía.

—¡Ale! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡AHHH! ¡Ale! ¡Ale! —empezó a gritar de golpe.

—¿Q-Qué? ¿Qué te pasa?

—¡Ya estoy lista! ¡Ya puedo! —siguió gritando, sin control.

—¿Ya? Bueno, cuando quieras. No te contengas.

—¿S-Seguro?

—¡Sí!

—Voy... ¡Voy, Alejo!

—¡Dale!

—¡Me follé a Guillermo! ¡Me follé a Guillermo!

Y de golpe se hizo un silencio monumental en mi cabeza. Dejé de escucharla a ella, dejé de escucharme a mí. Dejé de escuchar nuestros cuerpo chocando.

—¿Qué?

—¡Ahhh! ¡Sigue! ¡Esto es lo mejor, por dios!

Quería recibirlo, pero no llegaba. No alcanzaba destino. Me sentía como en trance, pero no dormido del todo. Entre grito y chapoteo parecía conectar, parecía hacer chispas en mi cabeza, parecía empezar a tener sentido, pero no terminaba de llegar. Rocío igual no dejaba de moverse y todo indicaba que estaba muy cerca de correrse, pero quería volver a escucharlo. Necesitaba volver a escucharlo.

—¿Qué...? Uh... ¿Qué dijiste, Rocío? —insistí una vez más.

—¡Hazme llegar, Ale! ¡Ya casi!

—¡Decime qué carajo dijiste!

—¡Que me he follado a Guillermo!

Perdido, casi en shock y con la mente en blanco, me levanté del sillón con ella todavía empalada, la llevé hasta la pared vacía que tenía más próxima y le di un par de embestidas en esa posición. Enseguida nos separamos del muro y nos fuimos a la cocina. Sin ningún tipo de cuidado, la deposité encima de la mesada, sobre lo que fuera que hubiera ahí, y seguí dándole duro otros tantos minutos más. Cuando me cansé, volví al sillón y ahí me la empotré sin compasión hasta que por fin la hija de puta explotó como la cerda que era.

—¡Así, Alejo! ¡Sí! ¡Por dios, así! ¡Ya casi! ¡Vamos, cabrón!

—¡Callate, carajo! ¡Callate!

Contra todo pronóstico, no sé si porque su conchita me estaba apretando más de lo normal, o si porque ya llevaba muchas horas sin descargar, yo también llegué al orgasmo. Mientras Rocío se quedaba a gusto mordiéndome el cuello y clavándome las uñas en la espalda, como casi siempre hacía, yo vacié adentro de ella hasta la última gota de leche que tenía adentro de los huevos, como también casi siempre hacía.

Exhaustos, abatidos, extasiados, nos dejamos caer en silencio sobre el tapizado marrón de aquel sofá que tantas veces nos había visto hacer de las nuestras. Lo único que sentía en ese momento era su respiración en el oído y sus brazos conectados tras mi cuello. Me dolía la espalda, la verga, el estómago. Me dolía la cabeza por haber trabajado tanto y dormido tan poco. Sin embargo, ningún dolor físico iba a poder borrarme esa sonrisa que me decoraba toda la cara. Sí, el mensaje por fin había llegado.

—No me has dicho nada... —dijo Rocío de golpe, un largo rato después, rompiendo el silencio.

—¿De qué?

—De lo que te acabo de confesar...

—¿Y qué querés que te diga?

—No sé... —dudó—. ¿No te molestó?

—¿Y por qué me iba a molestar? —respondí, sincero como un pelotudo, dejándome llevar por el relax.

—Pues... porque... ¿No estabas enamorado de mí?

—¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? —intenté salir del barro.

—¿Cómo que qué tiene que ver? ¿No te molesta que me acueste con otros hombres?

—Claro que me molesta.

—Acabas de decir que no...

—No me pongas a prueba, Rocío, es un tema complicado y lo sabés —contesté, intentando llevar las cosas a mi terreno. No podía dejar que lo emocional arruinara un momento tan perfecto.

—¿Complicado por qué? ¿Te molesta o no te molesta que me acueste con otros hombres?

—Sí, me molesta —me separé de ella y la miré a los ojos para aplicarle contundencia a mis palabras—. Pero esto que te pasó a vos es diferente. No sé los detalles, pero te digo desde ya que no me extraña. Hace poco que aprendiste a ser mujer y es normal que tu cuerpo ahora te pida cosas que antes no te pedía. Como también es normal que a veces se te vaya un poco la mano. ¿Me entendés?

—Sí... —volvió a dudar.

—No te noto muy convencida.

—No, no. Tienes razón y te creo. Es sólo que...

—¿Qué?

—Que me hubiese gustado verte aunque fuera un poco celoso. Pero déjalo, no pasa nada.

Lo dejé ahí, no le contesté más. Ya bastante me había dejado llevar y no quería seguir cagándola. Cuando ya me sentía con fuerzas, me salí de adentro de ella y me volví a sentar en el otro lado del sillón. Ella se quedó ahí, despatarrada, con la concha al aire y a punto de dejar caer un goterón enorme de chele sobre el tapizado del sofá.

—¿Qué vas a hacer si me quedo embarazada? —reanudó la charlita al cabo de un rato.

—¿Eh?

Giré la cabeza y me quedé viéndola un tanto perplejo. Si bien hacía bastante que tenía asumido que el temita saltaría tarde o temprano, no me esperaba que fuera tan directa a la hora de abordarlo. Y si bien tampoco era algo que me quitara el sueño, sabía que la probabilidad de que llegara a suceder incrementaba con cada polvo que echábamos.

—Entrar en internet y buscar un conjuntito de fútbol blanco y celeste para recién nacidos —me reí.

—En serio, idiota —se molestó, dándome un golpecito en la pierna con la punta del pie.

—¿Qué voy a hacer? Alegrarme, supongo. No todos los días uno tiene un hijo con la mujer a la que ama —respondí, lo más serio posible. Noté como se estremecía.

—¿Lucharías por ser el padre? —volvió a preguntar, jugando con las manos y mirándome de reojo.

—No sé, ¿me darías la posibilidad de luchar por ser el padre? —contraataqué, sin dudar.

—Depende... ¿Querrías ser el padre? —insistió.

—Bueno, si digo que me haría feliz tener un hijo con vos, ¿por qué no iba a querer ser su padre? —finalicé.

—Entonces puede que sí te dejaría luchar por él —acabó ella con una amplia sonrisa.

—De todas formas, pocos hijos vamos a tener si vas desperdiciando la materia prima de esa manera —volví a reír a la vez que le señalaba con el dedo el charquito que se estaba formando entre sus piernas.

—¿Eh? ¿Qué dic...? ¡Dios mío! ¡Qué desastre! ¡¿Por qué no me avisas antes?!

Se levantó como un rayo y salió corriendo a la cocina a buscar un trapo húmedo, sin darse cuenta del rastro de semen que iba dejando por el camino. Me empecé a reír como un enfermo y esperé a que terminara de limpiar el sofá para decírselo.

—¿De qué te ríes? —preguntó, histérica.

—¿Por qué no mirás el suelo?

—¿Para qué el sue...? ¡Me cago en la puta! ¡Joder, Alejo! ¡Que me avises! —pataleó en el lugar, todavía desnuda.

Me levanté del sillón todavía riéndome y me acerqué a ella para darle un abrazo y después besarla. Forcejeó una milésima de segundo, pero terminó correspondiéndomelo. Inmediatamente retrucó mi mimo con una rica sobada de pija.

—Si no fuera porque me escuece ahí abajo te juro que íbamos a estar toda la tarde dale que te pego —me dijo en voz baja y dándome unos besitos en las heridas que ella misma me había hecho con las uñas en los hombros.

—¿Te arde? ¿En serio me lo decís?

—Sí...

—¿Tan grande la tiene el pendejo ese? —volví a preguntar entre risas.

—No, bobo... La tuya es más grande... y más bonita. Aunque la de él es más gruesa...

—Entonces es por eso; como tenés la conchita acostumbrada a mi grosor, el pibe ese te metió algo más gordo y te lastimó. Bueno, eso o es que hace días que estás cogiendo sin parar.

—¿Y si es por las dos cosas? —rio ella esta vez, tan coqueta como siempre.

—¡Uh! Entonces vamos a tener que darle al paciente un trato especial esta tarde.

—¿Cómo que un trato especial? Ya te he dicho que me escuece...

—No, reinita, no es eso. Te voy a cuidar como nunca te cuidaron en la vida.

—¿En serio?

—Ya vas a ver.... Pero a cambio quiero que me cuentes todos los detalles.

—¿Todos los detalles de qué?

—De cuándo, dónde, cómo y por qué pasó lo que pasó con el pibe ese.

—¿En serio me vas a hacer contarte todo?

—Sí, y no acepto un no por respuesta.

—Vale, papá... Pero vas a tener que darme un trato más que profesional para hacerme hablar...

—No sabés con quién estás hablando, nena. Vos andá a la cama que yo me ocupo de todo —cerré, con un beso en la frente y dándole una palmadita en el culo para que se fuera.

—De acuerdo.

—Esperá un segundo, ¿me dijiste "papá"?

No contestó; rio una vez más y salió corriendo para su cuarto sin mirar atrás.

Sin más, acomodé un poco el quilombo que habíamos hecho en el salón y salí detrás de ella pensando que era imposible que un ser humano pudiera ser más feliz.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 17:10 hs. - Benjamín.

—Bueno, parece que al final terminamos todo a tiempo.

—Pues sí...

—Y nos queda prácticamente una horita libre.

24 horas habían transcurrido desde mi más que discreto seguimiento a Lulú y Barrientos en plena calle. 24 horas que había tenido para pensar con claridad y analizar todo en lo en lo que estaba metido. Y vaya que si lo había pensado... El tema era que no tenía ni idea de cómo iba a hacer para lograr que Lulú entrara en razón y acabara con todo ese despropósito que se había montado en torno a mí.

Ya habían pasado varias horas de comenzada mi jornada laboral y todavía no me había cruzado con ninguno de los dos para alivio mío. Pero el nerviosismo de poder encontrármelos en cualquier momento me tenía más torpe de lo habitual.

—Bueno... ¿me vas a decir a dónde fuiste ayer y por qué llegaste tan tarde? —me abordó Clara a mi regreso del baño.

—¿Qué? Ya te dije que a ningún sitio, chica. Me encontré con un amigo que hacía mucho no veía y se me pasó el tiempo.

—Vaya mentira más gorda —contestó.

—Benjamín, ¿tienes un segundo?

Cuando me encontraba pensando una nueva respuesta para sacarme a la becaria de encima, llegó para salvarme la última persona que esperaba ver en ese momento...

—¿Lo tienes o no? —insistió.

—Claro, Santos.

Me disculpé con Clara y acompañé a Barrientos hasta su oficina. Cuando llegamos, me sorprendió no ver a Lulú. Me la esperaba, ya que siempre estaba metida ahí. Pero no, ni rastro. Sólo estábamos nosotros dos.

Yo estaba hecho un auténtico flan... Sobra decir que era un manojo de nervios. No estaba ni por asomo preparado a afrontar toda esa situación directamente. Tampoco pensaba que me fuera a citar tan pronto, no luego de cómo había terminado su reunión con las otras dos. ¿Y si no se trataba de nada de eso? Deseaba y esperaba que me hubiera llamado por algo del trabajo. Y me aferré a esa esperanza hasta que comenzó a hablar.

—Pues... ¿qué tal todo con Clara? ¿Sigue progresando? —arrancó, sorprendiéndome de entrada.

—Eh... ¡Sí, sí! Sin duda. Creo que dentro de muy poco será ella la que me supervise a mí —reí, intentando ocultar los nervios.

—¡Te lo dije! Es buena, ¿eh? Si yo cuando pongo el ojo en alguien...

—Ya...

A pesar de haber tocado el tema del trabajo, me di cuenta enseguida que no era eso de lo que quería hablar. Los gestos de Barrientos, su inquietud... Estaba cantado que lo que quería decirme no tenía nada que ver con la oficina. No obstante, siguió sacando temas menores sobre lo que hacía con Clara, cosas que tranquilamente podíamos tratar en cualquier momento durante el día. Él seguía hablando, pero en ningún momento me había dado ningún motivo para que yo estuviera ahí hablando con él.

—¿Has hablado con Lourdes hoy? —dijo entonces. Por fin.

—No... La verdad es que no.

—Ah...

Volvió a callarse. Ya estaba claro que quería abordar el asunto que yo bien conocía. Y a mí me daba mucho miedo que lo hiciera... Sentía que estaba a punto de morirme de los nervios. No podía seguir más así, por eso traté de darle un pequeño empujón para que se decidiera de una vez.

—Santos, ¿para qué me has llamado? —dije, contundente.

—¡Joder! ¡Qué difícil que es todo esto! —se alteró de pronto.

—¿Qué?

—¿Qué vas a hacer con Lourdes, Benjamín? Necesito saberlo —dijo, apoyando sus dos puños sobre el escritorio y mirándome fijamente.

—¿Hacer qué, Santos? ¿De qué estás hablando?

—Me cago en la puta, Benjamín... —suspiró—. Os vi la otra anoche... Y tú ya lo sabes...

¿Pretendía seguir con la farsa? Probablemente. No me esperaba ese movimiento. Y me ponía a mí en un nuevo dilema... ¿Cómo debía proceder yo ahora? ¿Seguirle la corriente? ¿Seguir alimentando las esperanzas de Lulú? ¿O acabar con todo de una vez por todas? No lo sabía. Por eso prefería seguir viendo por dónde continuaba esa conversación.

—¿Qué quieres saber? —respondí, finalmente, en un tono más o menos desafiante.

—Quiero saber qué cojones vas a hacer con Lourdes. Sé que ella va totalmente en serio contigo, lo que no sé es lo que quieres tú.

—Yo tengo novia, Santos. Y la amo más que a mi vida. ¿Te vale como respuesta?

—Vale... —dijo, y se detuvo unos segundos antes se continuar—. ¿Y qué estás esperando para ser sincero con ella?

—¿Qué? He sido más que sincero con ella todas las veces que he podido. Ella sabe perfectamente cómo me siento.

—No me jodas, Benjamín... Que ayer poco más y te la follas ahí en el aparcamiento.

—¡Baja la voz! —me alarmé— ¿Nadie te ha dicho que aquí las paredes tienen ojos?

—Lo siento —dijo, acomodándose la corbata.

—Me dejé llevar por la situación... Lulú es una mujer preciosa y yo no soy de piedra. Pero eso no cambia nada en absoluto.

La conversación se estaba desarrollando dentro de una tensión absoluta. Ninguno de los dos queríamos dejar que se viera mucho entre líneas, pero al mismo tiempo intentábamos dejar claras nuestras posturas. Más allá de eso, si la cosa continuaba por esos derroteros, ambas tapaderas sí que iban a comenzar a correr peligro.

—Dime la verdad, por favor —prosiguió luego de un largo silencio—. ¿Tú sabías que Lourdes estaba enamorada de ti? Porque la última vez te hiciste el sueco.

—No, no lo sabía.

—¿Qué pasa? ¿Te enteraste anoche en medio morreo? —me atacó, de nuevo, clavándome la mirada.

—Me estoy empezando a sentir incómodo, Santos.

—Lo siento —volvió a decir, toqueteándose la corbata de nuevo.

—No importa cuándo me enteré... El tema es que no va a pasar nada más entre ella y yo.

Barrientos se acercó y me clavó la mirada una vez más. Parecía que estaba intentando leerme el rostro. Como si de verdad quisiera cerciorase de que no le mentía. Fue entonces cuando me di cuenta de que esta pequeña charla no formaba parte de los planes de Lourdes. Barrientos estaba yendo por cuenta propia. Estaba indagando para sacar sus propias conclusiones sobre el tema. Su forma de hablar, su forma de mirarme, esos nervios... No era igual que aquella conversación que habíamos tenido en la cafetería...

—¿Puedes jurármelo? ¿Puedes jurarme que entre Lourdes y tú no va a volver a suceder nada?

—¿Quieres traer una biblia? Te lo juro por lo que más quieras. Soy un hombre que ya encontró al amor de su vida, Santos. A Lulú la quiero mucho, muchísimo. La respeto y admiro más de lo que puedas imaginarte, pero nuestra relación no va a ir más de ahí.

Alto y claro. Cortita y al pie. Directamente a los ojos. Me faltó sujetarle las manos nada más. No se me ocurría ninguna otra forma de hacerle llegar mis sentimientos.

Por suerte, no hizo falta más... Santos se alejó de mí y volvió a su lado del escritorio. Ahí, se tomó unos segundos y luego volvió a hablar.

—Tengo que contarte una cosa, Benjamín...

—¿El qué?

—Sólo si me prometes que no te enfadarás con Lourdes... Me moriría si llegara a cambiar el concepto que tienes de ella por mi culpa.

—Nada que puedas contarme haría que cambiara el concepto que tengo por Lulú. Absolutamente nada.

—¿No? Pues mejor... —dijo. Tragó saliva y continuó—. Verás...

En ese momento, mientras yo ya estaba preparando una reacción sorpresa improvisada para lo que estaba seguro me iba a decir Barrientos, la puerta del despacho se abrió de golpe y de forma violenta.

—¡Martín! —gritó una Lulú sin aliento y pálida como la leche—. ¡T-Tenemos que hablar! —añadió como pudo, asesinándolo con la mirada.

—Claro... —dijo él, sorprendido—. ¿Me esperas un momento?

—Sí... —respondí yo, igual de anonadado.

Lulú ni me miró. A pesar de que busqué el contacto visual, ni me miró. Barrientos tomó la puerta y ambos desaparecieron en silencio por el pasillo. No sabía a dónde habían ido, pero supuse que bastante lejos por lo que tardaron en regresar. En ese lapsus intenté relajarme, respirar, serenarme. Yo era el que sabía todo, el que estaba un paso por delante de ellos. Sólo tenía que saber cómo sujetar a ese toro por los cuernos. Era menester mantener la calma.

Volvieron a los 15 minutos, pero sólo Barrientos se quedó en el despacho conmigo. Esta vez Lulú sí que tuvo el valor para mirarme, y también para sonreírme como lo hacía siempre. Pero no duró mucho. Quería huir de ahí y se notaba.

—Perdón por hacerte esperar, Benjamín...

—No pasa nada.

—Eh... Ya —dudó. Volvía a estar nervioso—. Dejémoslo aquí por hoy. Ya hablaremos tú y yo como es debido algún día.

—Pues... —me levanté y me golpeé los muslos con las palmas de las manos—, no creo que tengamos mucho más de qué hablar. Creo que, aun sin tener la obligación de contarte nada de esto, y te lo digo con todo el respeto del mundo, he sido bastante claro con mis sentimientos.

—Ya... pero es que... ¡Joder! —se dio la vuelta y se llevó las manos en la cabeza— Has sido claro conmigo, sí. ¿No puedes serlo con ella también?

—Ya te dije que...

—¡Que sí! Hazlo de nuevo. Conversa con ella una vez más. Dile todo lo que me dijiste a mí... Yo es que... Es lo único que te pido. Reúnete con ella y déjale todo claro. Hazme ese favor, Benjamín.

En sus ojos había súplica de verdad. Yo seguía sin dar crédito. ¿A qué venía tanta preocupación por una relación que ni le iba ni le venía? ¿Tanto tiempo hacía que se conocían? ¿Tan buenos amigos eran? ¿Habrían sido novios? No era normal que llegara a esos extremos por Lulú...

—De acuerdo. Lo haré —respondí finalmente, completamente coaccionado por su cara de perrito abandonado.

—Gracias. Gracias de verdad —suspiró, totalmente aliviado.

Volví a mi escritorio mucho más calmado y con la sensación de haber hecho bien las cosas. Por lo menos le había dejado los puntos claros a Barrientos y eso ya era un gran avance, ya que el hombre parecía la cabeza más sensata de aquel trío.

—¿Te vienes? —dijo Clara apenas llegué, señalando a la puerta de la planta donde se encontraban las mismas chicas del día anterior.

—Venga, va... Tampoco es que tenga nada mejor que hacer —dije. Y era verdad, prefería ir y distraerme con esas cabezas huecas que tener que quedarme solo y seguir comiéndome la cabeza.

—¿Cómo dices? Deberías sentirte afortunado de que todos estos bellezones te inviten a pasar el descanso con ellas —rebatió ella, haciéndose la ofendida por mi desdén.

—Que sí, que sí. Vámonos ya.

—Hoy estás otra vez muy subidito, ¿no crees?

—Debe ser por los bellezones —cerré, provocando que Clara se echara a reír.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 18:10 hs. - Noelia.

—Eres un sol, Aurita. No sabes el favorazo que me estás haciendo.

—Espero que merezca la pena, Noelia, no sabes la bronca que me acaban de echar...

—¡Lo siento! ¡Te juro que te lo voy a pagar! Necesitaba hacer este viaje...

—En fin... ¿Ya estás en el tren?

—¡Sí! Hace una hora que salimos. Ya estoy de camino.

—Bueno... Espero que este familiar tuyo sepa valorar lo que estás haciendo por él, porque vaya tela...

—Lo va a valorar, te aseguro que lo hará.

—Esperemos que sí. Te dejo, Noe, que empiezo el segundo turno.

—Que te sea leve, Aurita. Y gracias de nuevo.

—Chao.

Ya muchísimo más tranquila, colgué la llamada y guardé el móvil en el bolso. Mi amiga Aura había conseguido cubrirme en el trabajo y ya no me quedaban más preocupaciones que atender a esa altura del día.

Ansiosa, bastante más ansiosa que nerviosa, me pasé el resto del viaje tomándome mi cervecita y mirando por la ventana. Llegamos a destino aproximadamente a las seis y media de la tarde. A las siete menos veinte ya estaba en el taxi dando la dirección que me había pasado mi contacto.

«Tranquila, Noelia, estás haciendo bien, estás haciendo lo correcto. Te lo va a agradecer. A la larga te lo va a agradecer».

—Tres con cuarenta, señorita —dijo el taxista, por segunda vez, sacándome de mis pensamientos.

—Aquí tiene. Muchas gracias.

Llevaba todo el día autoconvenciéndome, animándome a no arrugarme en el último momento. Estaba más que lista, estaba más que preparada para dar la cara. Con esa decisión, con esas ganas, caminé un par de metros más hasta que encontré el lugar que me habían detallado por teléfono. No pude evitar sonreír, ya que me había hecho mil historias en la cabeza pensando que no sabría cómo llegar. Pero sí, ahí estaba. Y seguí caminando hasta toparme con una pequeña caseta de vigilancia donde un señor bastante mayor fumaba mientras leía un periódico.

—Buenos días —lo saludé, buscando su atención entre la mugre del cristal de la ventana—. ¿Me escucha? Busco a un señor llamado Lorenzo.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.

Y ahí estaba yo, en la misma cafetería del otro día, en el mismo lugar y rodeado de las mismas mujeres: Clara, Lin, Teresa, Olaia y Cecilia.

—Estoy hasta el chichi de Magallanes —arrancó con la cháchara Teresa una vez el camarero dejó las cosas y se fue—. Yo no sé si lo hace por joder o... No sé.

—Qué perseguida que eres a veces, tía —le respondió Lin—. Magallanes es así con todas.

—Y una mierda. ¿No viste con qué asco comentó mi presentación? Te digo que ese está despechado todavía.

—Que no, pesada —insistió la chinita—. Verás esta tarde cuando me toque exponer a mí...

—Pues conmigo es un encanto —intervino Olaia, la del pelo color zanahoria.

—Tú no cuentas. Tú eres un bicho raro —la atizó, para mi sorpresa, la callada Cecilia.

—Es verdad —la acompañó Lin—. Monstruo.

—Friki —se acopló Teresa también—. Mutante.

—Bah, iros a la mierda —cerró Olaia, generando un festival de risas entre todas las presentes. Y sí, por qué no decirlo, yo también me reí un poco.

Más allá de eso y de alguna que otra participación casual más, me sentía completamente fuera de lugar en esa mesa. Y no porque sintiera que les caía mal o porque no estuviera cómodo, sino porque... no sé, no eran la clase de personas con las que a mí me interesaba hacer amistad. Y con el transcurrir de la conversación, cada vez me convencía más.

—¿Estás bien? —me dijo Clara por lo bajo—. Estás muy callado.

—Todo bien —le dije, asentiendo con una ligera sonrisa.

Me daba la impresión de que a Clara le pasaba lo mismo que a mí. Si bien ella estaba más predispuesta a participar que yo, les reía las gracias como un mayor se las ríe a sus hijos. Se notaba que estaba varios escalones por encima en temas de madurez y mentalidad. Y eso que era prácticamente de la misma quinta que ellas.

—¿Qué tanto cuchicheáis? —dijo Lin, de pronto—. Encima que no habláis un pimiento, ¿venís con secretismos?

—¡Oye, Lin! ¡Que son cosas de pareja! —la regañó la pelirroja, con más sorna que otra cosa.

—¿Qué pareja? ¿Tú no tenías novia? —volvió a carga la asiática, no dejándome más alternativa que defenderme.

—Sí, tengo novia. No te creas todo lo que vas oyendo por ahí.

—¿Y cómo es? —intervino Teresa—. ¿Es guapa?

—Se comenta por ahí que es poco menos que una top model —se me adelantó Clara.

—¿Qué? ¿Tú no la conoces? —insistió Tere.

—Nunca la vi por aquí, sinceramente, sólo digo lo que se comenta. El bribón este no debe querer que nadie de aquí se le acerque —contestó de nuevo la becaria, lanzándome una mirada acusadora.

—La verdad es que no, no viene mucho por aquí. Y ni falta que hace —dije yo, por fin.

—Pues yo quiero verla —se metió entonces Olaia—. Ahora tengo curiosidad. ¿Tú no, Ceci?

—¿Eh? A mí me la suda —soltó sin reparos la menos sociable del grupo.

—Qué desagradable que eres a veces, corazón —volvió a regañarla Lin, como el día anterior—. Tú no le hagas caso. Ya sabes, hasta que no le echen un buen polvo...

—Bien podrías echárselo tú —me dijo directamente Teresa—. No sabes el favor que nos harías.

—Que te lo eche a ti, gilipollas. Mucho hablar de mí pero aquí todas sabemos que hace como un año que no te comes un rosco.

—¡Oigan! —intervino Clara al ver que la cosa se caldeaba—. Vamos a calmarnos un poco. Igual, si quieren algo con él, la cola empieza detrás mío —rio, dándome un jocoso codazo. Olaia y Lin la acompañaron con dos sonoras carcajadas.

La verdad es que no me afectaba nada de lo que decían, ni para bien ni para mal. Con lo que había pasado a la mañana, más la charla productiva que había tenido con Barrientos, mi estado de ánimo no podía estar mejor. Quizás en otro momento me habría afectado tener a tantas mujeres hermosas hablando de follarme, no lo niego; pero ese día me sentía mucho más allá que lo que cuatro niñatas pudieran decir.

—Entonces... ¿cuándo nos la vas a presentar? —volvió a la carga Olaia—. Quiero conocerla.

—Pues no lo sé... Rocío no es una persona que salga mucho de su círculo de...

—¿Se llama Rocío? —se sobresaltó la pelirroja—. ¡Qué bonito!

—¿Y tú para qué quieres conocer a nadie, pesada? —saltó de nuevo Cecilia.

—¿Y a ti qué te importa, malfollada? —se defendió la aludida.

—¡Vaya clima! ¡Vaya clima! —se alarmaba Clara.

—A ti lo que te pasa es que te cae mal el chico y quieres que nos lo saquemos de encima rápido —continuó Olaia.

—¡JAJA! Interesante manera de echar balones fuera. Tú quieres conocer a la novia para ver si está más buena que tú y ver si tienes alguna oportunidad, puta guarra. Como si no te conociera.

—¿Pero qué dices, subnormal? ¿A que te comes el salero?

—¡A que te lo comes tú!

—¡Basta! —interfirió entonces Lin—. ¡Joder! No me extraña que luego no se nos acerque ni dios. Para un par de amigos que nos echamos en la puta empresa...

—Por mí no te preocupes —reía Clara—. Yo estoy flipando, pero para bien.

Bueno, me sentía más allá de lo que cuatro niñatas pudieran decir, pero la escenita fue tensa y un tanto impactante. No parecía que la cosa pudiera llegar más allá, pero telita...

—Mirad al pobre... —siguió Lin—. Se quedó petrificado.

—Bueno... petrificado petrificado... —contesté—. Un poco atónito sí.

—Lo siento, Benjamín —se disculpó Olaia—. Es que me saca de mis casillas a veces.

—Tranquila —reí, para quitarle hierro al asunto—. Aquí todos tenemos nuestras cositas.

—Me piro —dijo Cecilia, antes de coger su bolso y perderse por la puerta.

—En fin... Discúlpala de nuevo, te prometo que en el fondo es una buena chica —se volvió a excusar Lin, que ya me empezaba a parecer la más normal del grupito.

—No pasa nada, en serio —volví a reír.

No volvimos a hablar ni de Cecilia ni de Rocío el resto del descanso. El ambiente se había apagado bastante y los pocos temas que salieron luego fueron todos del trabajo. No voy a decir que me dio pena; yo tenía claro que nada me iba a arruinar ese día y mucho menos una peleíta semiadolescente; pero sí que me decepcionó un poco que lo que se suponía era nuestra hora de relax hubiera acabado tan mal.

Entre disculpas y promesas de volver a quedar, Clara y yo nos despedimos y pusimos rumbo hacia al ascensor.

—Oye, Benny.

—¿Qué pasa?

—Al final tenías razón.

—¿En qué?

—Bueno... Salvo Lin, el resto sí que son unas cerdas que te cagas —finalizó la becaria sin poder contener la risa.

—¿Has visto? Si yo cuando catalogo a alguien... —reí con ella.

—Mira, hablando del rey de Roma.

Me di la vuelta y, en efecto, Lin venía caminando rápida y decididamente hacia nosotros justo cuando el ascensor había llegado.

—¡Benjamín! Menos mal que no has subido todavía. Clarita, ¿te lo puedo robar un minuto?

—Por supuesto —sonrió ella—. Te veo arriba, jefe.

—Enseguida voy... —me despedí de ella, entre expectante y confundido. No sabía qué podría querer de mí una de diseño gráfico.

Me alejé del ascensor junto a la medio-asiática y me dispuse a escuchar lo que tenía para decirme.

—Disculpa, va a ser un momento nada más.

—No te preocupes, voy bien de tiempo. ¿Qué sucede?

—¿Recuerdas que antes estábamos hablando de una presentación que teníamos que traer para hoy?

—Sí... Creo que sí.

—Pues... estuve muy liada esta semana y tuve que hacerlo todo ayer a las prisas. Vamos, que lo que he traído hoy es un desastre.

—Ya... ¿Entonces?

—Que nada, hoy voy a tener que jorobarme y presentarlo así. Me tragaré la bronca de Magallanes y luego le pediré una segunda oportunidad.

—Vale... ¿y...?

—Y ahí es donde entras tú... O sea, Clara me dijo que sabes un huevo de ordenadores, y que eres súper original a la hora de resolver problemas... ¿Lo pillas?

—Sí, Lin... Quieres que te ayude con la presentación, ¿no?

—¿Puedes?

—No tengo inconvenientes en ayudarte, pero es que igual me muestras el tema y no me entero de nada. Tendría que ver qué es lo que hay primero.

—¡Sin problemas! ¿Cuándo tienes un rato libre?

—Ya sabes, todos los días durante el descanso.

—¡Bien! ¡Mañana mismo entonces! Seguramente Magallanes me dé una semanita de margen.

—El lunes mejor. Los fines de semana libro.

—¡Pues el lunes! ¡Gracias! ¡De verdad! ¡No te molesto más!

—Nada, mujer. Nos vemos.

—¡Adiós!

Quizás no era buena idea involucrarme con una del cuarteto hueco, pero Lin me caía especialmente bien. Además parecía que necesitaba ayuda de verdad y a mí no me costaba nada echarle una mano.

Aunque sí, después de las mis últimas experiencias con mujeres del trabajo, esperaba no tener que arrepentirme de lo decidido.

Sábado, 18 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Rocío.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Así! ¡Así! ¡Dioooooooos!

Un nuevo grito, un nuevo llanto, una nueva declaración de intenciones en forma de alarido. Un nuevo orgasmo matutino con el amor de mi vida. Un nuevo día en mi nueva y perfecta vida que no podía comenzar de mejor manera.

—Me sigo preguntando quién eres tú y qué has hecho con mi Rocío... ¡Responde, fiera!

—Me la comí, pequeño ratoncito... Me la comí y ya no volverá jamás —seguí su juego, mientras me tumbaba a su lado y me recostaba sobre su pecho.

—Vaya... No sé qué decirte, la verdad. Era una buena chica...

—¿Sí? ¿La echas de menos?

—A veces sí... A veces no... Depende del momento.

—Ah, ¿sí? Entonces... dime si este es uno de esos momentos.

Sin más, repté por su cuerpo hacia abajo, aparté la sábana a un lado y me acomodé de manera que su miembro quedara cerca de mi boca. Busqué su mirada; inquieta, ansiosa, juguetona; lo torturé, acaricié sus muslos, toda zona cercana a su pene, pero sin llegar a tocarlo. Él se retorcía, pataleaba; porque, aunque yo no se lo había dicho, sabía que tenía prohibido apurar nada. Y no detuve el jueguecito hasta que ese falo por fin adquirió su máxima dureza. Feliz por haber logrado mi objetivo, me acerqué a ese tronquito erguido, miré a Benjamín, acerqué los labios, y... ¡pegué un salto fuera de la cama y salí corriendo para el baño riendo como una posesa!

—¡Oye! —fue lo último que oí de Benjamín al alejarme por el pasillo.

Había entrado tan rápido y tan ciega que no me di cuenta de que el cuarto estaba ocupado.

—Podrías golpear antes de entrar, maleducada —dijo Alejo, sentado en el váter con una revista en la mano.

—¡Qué susto, joder! —exclamé, tratando de controlar la voz—. ¡Y tú podrías poner el pestillo!

—Qué se yo... Tengo un sueño del carajo.

—Me voy a dar una ducha, ¿te vienes? —le propuse, tanto para su sorpresa como para la mía. Era la primera vez que le decía de hacer algo estando Benjamín en casa.

—¿Segura? ¿Y si aparece...?

—Da igual —le dije, totalmente segura—. Entra.

—Bueno, pero esperá a que termine de cag...

—¡No me interesa eso! —lo interrumpí, asqueada. Él se echó a reír sin más.

Tratando de no ponerle atención, me di la vuelta y me metí en la bañera con ropa y todo. Abrí el grifo y me dediqué a disfrutar como el agua tibia recorría todo mi cuerpo. Me sentía tan feliz en ese momento, tan satisfecha, tan llena de energías... Para cualquiera mi vida podría parecer un desastre tal y como estaba, pero para mí no podía ser más perfecta. Tenía dos hombres a mi lado que me llenaban cada uno a su manera, cada uno con sus dotes, con su forma de ser. Ellos me completaban y yo sentía que los completaba a ellos. Sí, quizás era una forma de verlo un poco egoísta, pero me importaba entre poco y nada; hacía rato que había decidido a vivir a mi manera, sin escuchar ni, mucho menos, obedecer esos mandamientos que promovía la sociedad.

Me quedé varios minutos así, tranquila y sintiendo como los calambres provocados por otra noche de sexo desenfrenado iban desapareciendo. Alejo no tardó en acompañarme. Tampoco tardó en entender lo que yo necesitaba, que era ni más ni menos que sentir su cuerpo junto al mío.

—¿Te ayudo con esto? —me susurró al oído, tirando de los costados de mi camisita.

Despacito y con delicadeza, me quitó la empapada prenda y volvió a pegarse a mí. Calmo, seguro, me abrazó por la espalda y comenzó a mimarme el cuello con pequeños besitos cerca de la oreja. Mientras tanto, sus manos hacían pequeños círculos sobre mi vientre, donde, cada tanto, rozaba disimuladamente los inicios de mi vello púbico con sus dedos más largos. Yo, dejándome llevar por sus caricias, ya había llevado una mano a mi espalda con el único objetivo de encontrar aquello que hacía rato estaba presionando mis posaderas.

—¿Todavía te arde acá abajo? —me preguntó, de nuevo al oído, mientras bajaba el brazo y ponía sus dedos a pocos centímetros de mi vagina.

—Sí... —dije, sin dar más detalles.

—Está bien.

Con la misma delicadeza con la que estaba haciendo todo, apartó la mano que tenía detrás y me hizo apoyar contra la pared de la ducha. Con la misma, encajó todo el largo del tronco entre mis nalgas e inició un lento vaivén de arriba a abajo sin dejar de besarme el cuello.

—Así me van a entrar ganas de hacerlo... —le dije, con sinceridad y cada vez más cachonda.

Sin parar de mimarme el cuello, retiró una de las manos que jugaban en mi vientre y la llevó hasta mi culito. Tras un par de minutos meneando su miembro por mis glúteos, lo retiró y dejó paso para que sus dedos continuaran el trabajo.

—Cuidado, por favor... —le recordé, sin mucha convicción, como invitándolo a que me tocara aun sabiendo que me iba a doler.

—Tranquila.

Sus dedos índice y mayor fueron directamente a mi coñito con la suavidad suficiente como para que apenas los notara. Una vez allí, comenzó a moverlos de nuevo en circulitos muy cerca de mi pequeña cuevita.

—Ale... —suspiré por primera vez—. Ale...

Luego de un buen rato moviendo sus dedos a lo largo y ancho de mi chochito, se separó de mí, se arrodilló y continuó el trabajo con la boca.

En eso estábamos cuando unos cuantos golpes en la puerta nos hicieron sobresaltar.

—¡Rocío! ¿Te falta mucho? ¡Me estoy meando! —gritó Benjamín desde el otro lado.

No le contesté, no tenía ganas. Además, el agua de la ducha corriendo debía ser suficiente respuesta para él.

—¡Rocío! —insistió.

No sobra decir que Alejo no dejó de comerme el coño en ningún momento. Benjamín estaba del otro lado aporreando la puerta y a mi amigo de la infancia le importaba un comino. Debí enfadarme con él, debí hacerlo, pero lo cierto es que la situación me puso más cachonda todavía. Por eso, sin despegar las manos de la pared, eché el culo más para atrás, si cabía, enviándole a mi amante un mensaje claro y conciso.

—¡Voy a desayunar, Rocío! ¡Como no salgas en 5 minutos tiro la puerta abajo!

No me importaba ni me preocupaba. En ese momento sólo tenía ojos para el regalito que me estaba dando mi otro hombre. Y así se lo hice saber.

—Sigue, Ale... Mmmm... Así, como ayer...

Entonces sucedió algo que nunca me esperé. Mientras su lengua se perdía entre mis labios vaginales, elevó su mano derecha y me agarró con fuerza una de las nalgas. Sin dejar de chupar, repitió la misma maniobra con la otra mano, dejando todas mis intimidades al descubierto y a su merced. De nuevo, sin darme tiempo ni a preguntar, subió unos centímetros su cabeza y empezó a... ¡lamerme el culo!

—E-Espera... ¿qué haces? —salté, visiblemente alterada.

No respondió, siguió dándome lengüetazos por toda la zona anal sin aflojar ni media pizca la forma en la que me tenía agarrada del culo.

—¡Oye! ¡No me chupes ahí, es asqueroso!

Al oír eso se detuvo. Se detuvo y cogió una de las esponjas que yacían al costado de la bañera. Tomó el bote de jabón y vertió una buena cantidad sobre ella para luego comenzar a pasarla por toda mi entrepierna.

—Casi me olvido que nos estamos duchando —se rio, el cabronazo.

— Alejo, ¿se puede saber qué pretendes? —le pregunté, seria por primera vez.

—Nada... Estimularte una zona nueva. Vos dejame a mí.

—No necesito que me estimules ninguna zon... ¡Aaahhh!

Cuando me quise dar cuenta, la esponja estaba en el suelo de la ducha y su lengua volvía a incursionarse en el centro de mi oscuridad.

No me hacía ninguna gracia eso que estaba haciendo y ya quería salir de ahí, pero entre el poder de sus manos sobre mi culo y lo resentida que había quedado después de la comida de coño, me sentía incapaz de poder resistirme.

—¡Basta ya, Alejo! Ya llevamos mucho rato aquí. ¡Salgamos! No... Espera, ¿qué haces? ¡Alej...!

¿Era su lengua? Sí, era su lengua. Ese objeto sólido punzante que intentaba adentrarse en mí por mi puerta trasera era su lengua. Con todas las fuerzas que me quedaban, erguí mi cuerpo y apreté las nalgas para que cesara en su intento de violarme por ahí. Creí que lo había logrado, pero las piernas me fallaron y volví a caer hacia adelante donde sólo la pared me pudo frenar.

—Por favor, Alejo... Basta...

—¿Alguna vez te hice algo que no te gustara? —me preguntó, alzando la vista y mirándome entre divertido y coqueto.

Cuando creía que la cosa no podía ir a peor, Alejo sustituyó su lengua por un dedo, que entró en mi agujerito con mucha facilidad, consiguiendo arrancarme un pequeño grito. Sin ningún tipo de piedad, comenzó a meterlo y sacarlo, a moverlo en círculos también, a hacerlo chocar contra las paredes interiores como buscando incrementar la dilatación. Luego volvió a ayudarse de la lengua, haciendo fuerza con la puntita en los bordes para ayudar la otra penetración.

—Mirá, Rocío... Este ya baila... Uno más y el resto ya ni los vas a notar.

—¿El resto? ¿A qué te refieres con el re...? ¡Aaaaahhhhh!

Dos dedos entraron de golpe en mi ano. Dos dedos que me penetraron de un solo intento y casi sin forzar. Dos dedos que comenzaron a violarme ferozmente al ritmo que Alejo les marcaba.

—¿Ves? ¿A que te está gustando? —preguntaba, eufórico como nunca.

—¡No! ¡Me duele y no siento nada!

—Esperaba que me dijeras eso.

—No, ¿por qué esperabas que te dij...? ¡Aaaaaaahhhhhhh!

Aquél grito lo tuvo que escuchar Benjamín, era imposible que no lo hubiera hecho. Y estaba deseando que lo hubiera hecho. Ahora sí que me empezaba a doler de verdad. Si bien todo lo anterior me había resultado incómodo, que Alejo comenzara a mover los dedos y a hacer fuerza para separarlos dentro de mi culo ya me estaba haciendo ver las estrellas.

—Basta, Ale... Te lo pido por favor... —le supliqué, llorando. No me gustaba nada ese juego. No me gustaba nada tener sus dedos en el culo. No lo había invitado a la ducha para eso. Me sentía traicionada.

—¡Voy a entrar, Rocío!

La voz de Benjamín nos petrificó a los dos. Al segundo grito, Alejo sacó sus manos de mi interior y yo por fin logré estabilizarme.

—¡El pestillo! —exclamé, dejando salir el alma por la boca— ¡Me olvidé del pestillo!

—Después soy yo...

—¡Cállate! ¡Acuéstate ahí! —le dije, empujándolo y haciéndolo caer de culo—. ¡Ni se te ocurra moverte!

—¿Rocío? —sonó la voz de Benjamín ya dentro del baño.

—¡Aaaaaahhhhh! —grité, a drede, para asustarlo.

—¿Qué te pasa? Soy yo.

—¡Benjamín! ¡¿Que te tengo dicho de entrar al baño cuando estoy yo?!

—Joder, Ro... Me estoy meando y tú no sales...

—¡Me da igual! ¡Mi intimidad es mi intimidad y tú no tienes derecho a violarla! —lo regañé, al mismo tiempo que le echaba una mirada asesina a Alejo, quien esbozó una sonrisa maliciosa.

—¡Y mi vejiga es mi vejiga y si no descarga explota! ¿Puedo mear?

—Bueno, vale... ¡Pero como te asomes aquí te juro que me voy una semana a casa de mi madre! ¡Y acaba rápido!

—Que sí, que sí... —se resignó, al fin.

Por suerte, el baño era amplio y la cortina de la ducha negra. El váter se encontraba en una punta y la bañera en otra; era imposible que pudiera ver dentro si no se asomaba. Así que respiré, busqué la paz interior, y me seguí duchando con toda la normalidad del mundo.

Cuando creí que había pasado un tiempo más que normal para que Benjamín hubiera terminado de hacer pis, cerré el grifo y me asomé por la cortina.

—¡¿Pero qué haces?! —le grité, sin poderme creer lo que estaba viendo.

—Caca, ¿a ti qué te parece?

—¿Y no podías hacerlo luego? —seguí gritando, al borde de la histeria.

—¿Qué dices, Rocío? Ya estoy en el baño. ¿Qué diferencia hay?

—¡Que me estoy duchando, joder!

—¿Y qué? Dios, ni que no te hubiese visto nunca. Qué rara que estás hoy, chica.

—¡Acaba rápido y pírate! —le solté, y volví a cerrar la cortina.

Medio aturdida y atemorizada por que a Benjamín se le ocurriera venir a la bañera conmigo, abrí el grifo de nuevo e intenté tranquilizarme lavándome el pelo. Cuando tenía la cabeza enjabonada junto con media cara, noté un movimiento debajo mío que me alarmó. Giré un poco la cabeza y, con el único ojo que podía abrir, vi como Alejo se agarraba de los costados y se ponía de pie. Cuando quise frenarlo ya era tarde; el cabrón era ágil y no tardó nada en volver a pegarse a mí por la espalda.

—Rocío —dijo entonces Benjamín, inoportuno de nuevo.

—¿Q-Qué quieres?

—Espero que no te moleste esto que te voy a preguntar, porque, vaya...

—Entonces no me lo preguntes.

Mientras lidiaba con las tonterías de mi novio, Alejo ya había vuelto al ataque hacía rato. Aprovechándose de que tenía media cara cubierta con la espuma que me caía de la cabeza, se puso a acariciarme las tetas desde atrás y a besarme el cuello de nuevo. Yo, lejos de calentarme con sus caricias, intentaba librarme de él con pequeños codazos y pellizcones que no parecían afectarle. Como ya dije, estaba mermadísima por culpa del champú en los ojos.

—Bueno, te lo pregunto igual, ¿hace cuánto que no vas al ginecólogo? —tiró, sin venir a cuento, el cacho de tonto.

—¿Q-Qué? ¿A qué viene eso ahora? —respondí yo, intentando juntar las piernas para que los dedos de Alejo no se colaran donde no debían.

—Es que, anoche... No sé, me pareció ver que ponías cara de dolor... Y esta mañana también... Como si estuviera lastimada ahí...

—Cosas tuyas, Be-Benjamín...

Viéndose incapaz de entrar por delante, Alejo cesó con sus intentos y devolvió las manos a mis tetas. Dentro de la gravedad de la situación, eso me tranquilizó, ya que me sentía capaz de mantener la calma aunque me tocara ahí.

—¿Estás segura? No te dije nada en el momento porque te veía muy... ya sabes, "entonada", pero estoy casi seguro de haberte visto varios gestos de dolor.

—¡Que sí! Lo que puede ser es que...

Me callé, me tuve que callar. Fue demasiado rápido y no me dio tiempo a reaccionar. No le importaba si estaba en plena charla con mi novio; parecía que le daba completamente igual si nos descubrían o no. Cuando me quise dar cuenta, volvía a tener dos dedos perdidos dentro del ano. Esta vez no llegaron hasta más de la mitad porque la voluminosidad de mis nalgas no se lo permitió, pero el énfasis que estaba poniendo para lograrlo era demasiado para mí. En menos de lo que me esperaba, ya volvía a estar pegada a la pared con el culo en pompa intentando controlar la voz con todas mis fuerzas.

—¿"Lo que puede ser es que..."? ¿Estás bien, Rocío? —prosiguió Benjamín.

—¡S-Sí! Es sólo que... ¡Tienes razón! Sí, estoy un poco escocida aquí debajo, ¿vale? Pero ya me las apañaré... Ahhh... —terminé dándole la razón, al mismo tiempo que Alejo conseguía incrustar sus dedos hasta el fondo.

—¿Te estás revisando ahora? —insistió el pesado.

—¡S-Sí! ¡Basta de preguntitas, por favor!

—Vale, vale.

Harta, di una patada hacia atrás y conseguí golpear a Alejo en un tobillo. En respuesta, él me cogió de ambos brazos y me colocó en la pared ancha de la ducha con el culo todavía en pompa. Ahí, quitó sus dedos de mi interior y fue entonces cuando todos mis temores comenzaron a hacerse realidad.

—¡O-Oye! ¡Ni se te ocurra! —susurré lo más bajo que pude.

—Es ahora o nunca —respondió él, colocándose de nuevo detrás mío y empezando a tantear mi todavía virgen agujerito con su pene—. Vos callate y dejate llevar.

—¡Alejo, no!

Mi última súplica no sirvió para nada; el animal me agarró del culo con una mano y con la otra situó su grueso glande en esa pequeña trampilla mía que hasta el momento sólo había servido como tubo de escape. Lentamente, comenzó a hacer presión hasta que mi culito, ya bastante dilatado, absorbió la mitad de la cabeza. Yo me mordía los labios para no gritar y apretaba la cabeza contra los fríos azulejos para evitar que los sonidos salieran de mi boca. Me dolía, me dolía una barbaridad. Pero aquello sólo era el comienzo; el comienzo de una agónica pesadilla que todavía estaba lejos de terminar.

—Ahora voy a empujar —me dijo al oído—. Tomá, mordeme la mano si querés.

—Ya basta, Ale Te lo suplico —dije, nuevamente, al borde de las lágrimas.

Le seguía importando tres narices. Y prometiendo lo dicho, subió una mano hasta mi cara, dejándola completamente a mi disposición, y, por debajo, fue enterrando centímetro a centímetro su ardiente polla dentro de mi ano. Cuando entró la cabeza entera, no pude más y lo mordí. No con mucha fuerza, no buscando desgarrarlo, pero sí con la suficiente presión como para ahogar mis primeros gritos. Él no se inmutaba, parecía que se había preparado para eso. Y siguió haciendo presión hasta que la parte más gorda consiguió atravesarme.

—¡Aaaaaaaaahhhhhhhhh! —grité, vencida, totalmente sobrepasada por el dolor.

—¡Eh, Ro! ¿Estás bien? ¡Rocío!

—¡Benjamín! —exclamé, con los ojos llenos de lágrimas, al escucharlo levantarse de la taza— ¡Como te asomes aquí te juro que no respondo!

—¿Pero qué te pasó? Vaya alarido, mi amor.

—Se me cayó una botella de champú en el pie. Estoy bien.

—Vale... Encima que me preocupo.

—¡V-Vete ya de aquí!

—Tranquila... Ya termino —sentenció antes de volverse a sentar.

Concluida la charla, con una mano sobre mi nalga izquierda y la otra todavía en mi cara por si necesitaba morderla, terminó de empujar hasta que su pene entró del todo. Cuando se aseguró de que no iba a volver a gritar, comenzó a bombearme el culo con cierta delicadeza y deteniéndose de vez en cuando para fijarse en mis gestos. Yo, impotente y entregada a mi crudo destino, cerré los ojos en un vano intento de que mis lágrimas dejaran de brotar e intenté concentrarme en no hacer ruidos que pudieran provocar una nueva intervención de Benjamín. Esa pasividad debió hacerle creer a Alejo que ya me había acostumbrado a mi invasor, porque, tras un breve momento en el que se quedó quieto, reanudó otra vez la follada pero esta vez de una manera más decidida y contundente.

—Rocío —me llamó de nuevo, para mi desesperación, Benjamín.

—¡¿Q-Qué quieres?! —bramé, sobrepasada por toda esa situación, a la vez que Alejo volvía a aumentar la velocidad de cada penetración. Los 'chop, chop, chop' cada vez eran más sonoros.

—Nada... Te quería decir que esta última semana me has hecho muy feliz —dijo, ignorando mi mala hostia y provocando una irónica risita que Alejo ni se molestó en disimular—. Te lo agradezco, de verdad.

Mientras buscaba una respuesta menos agresiva que las anteriores, Alejo, calculador como él solo, me terminó de empotrar contra la pared de la ducha y, sujetándome los brazos y aplastando mis tetas contra el azulejo, se puso a taladrarme con tal violencia que ya no pude volver a articular palabra. La brusquedad de la follada ya era la misma que cuando me daba por el coño; sin piedad, irracional, dejándose llevar por sus más bajos instintos. Y yo empecé a disfrutarlo. Sí, de un momento a otro, el dolor y el placer se fusionaron convirtiéndose en una misma sensación. Mi cuerpo había logrado acostumbrarse a los bestiales envites de mi malísimo amigo y ya era capaz de transmitirme lo que lo desconocido le había estado prohibiendo hasta el momento. Ni el sonido de la cisterna del váter me hizo volver a centrarme en lo que sucedía más allá de esa cortina de ducha.

—Bueno, hablamos cuando se te pase. Perdón por molestarte —fue lo último que dijo Benjamín, con la voz apagada, antes de salir por la puerta.

Increíblemente, fue sólo una milésima de segundo en la que me preocupé por si mi novio se había sentido mal o no, porque, apenas fui consciente de que mi tapadera ya no corría peligro, dejé salir en forma de aullidos todo lo que me había estado aguantando hasta ese momento.

—¡Cabrón de mierda! ¡Eres un hijo de puta! —vociferé, furiosa, pero sin dejar de jadear y disfrutar entre insulto e insulto.

—Te voy a llenar el culo de leche —fue lo único que se dignó a decir.

—¡Hazlo! Y asegúrate de disfrutarlo, porque te juro que esta es la última vez que me pones un dedo encima —sentencié, furiosa, convencida de lo que estaba diciendo.

—Sí, sí... Capítulo 20, temporada 8.

Sin necesidad de añadir nada más, nos plantamos en el suelo de esa ducha y concentramos todos nuestros esfuerzos en tratar de concluir esa espectacular sesión de sexo anal. Ante la duda de si iba a ser capaz de correrme a través de ese orificio, llevé una mano a mi entrepierna y empecé a masajearme el clítoris con furor. Me ardía, pero no menos de lo que me dolía el canal trasero, por eso seguí castigándome el botoncito sin compasión al ritmo de las embestidas de mi profanador. Él, un tanto más calmado y ya no tan descortés como hacía un par de minutos, metió las manos por delante de mi pecho y buscó unos ya hinchadísimos pezones que encontró al instante. Aparentemente, consciente de que yo ya buscaba estimulaciones extra para lograr llegar al orgasmo, comenzó a pellizcarlos y tirar de ellos mientras pegaba su cara a mi cuello dándome unos besos que, debido al cansancio y la falta de aire, era más baboseos que otra cosa.

Nuestros gemidos, ya difícilmente disimulados por el correr del agua, fueron aumentando en intensidad a medida que los segundos pasaban dándonos a entender a cada uno que ya estábamos muy cerca del final. Con los sentidos completamente alborotados y sin saber por cuál de los dos lugares iba a estallar, aumenté la velocidad de la masturbación esperando que eso acelerara el proceso. La polla de Alejo seguía entrando y saliendo con la misma potencia que al principio, y eso, fuera yo consciente o no, terminó siendo el desencadenante de lo que terminaría siendo el orgasmo más raro, pero no por eso menos maravilloso, de toda mi vida. Mordí mis labios, asenté las manos en la pared y me dejé llevar por la lluvia de sensaciones que azotó mi cuerpo desde la coronilla hasta los dedos de los pies. No grité, no emití ruido alguno esta vez, pero no pude evitar erguirme como una avestruz y apretar los glúteos como no lo había hecho en toda aquella inolvidable sesión de sexo anal. Ese acto reflejo de mi cuerpo, terminó acelerando también la ya más que inminente culminación de Alejo.

—Y-Ya... Voy a acabar... Te voy a llenar, mi yegüita... —comenzó a gritar Alejo también.

—H-Hazlo... Hazlo rápido...

—¡Tomá! ¡Tomá! ¡Dioooooooooos!

No sólo lo sintió mi ano; también lo sintió mi cuerpo, mis piernas, mi clítoris, mis tetas; a las que estrujó y estranguló sin miramientos. Toda parte sensible de mi cuerpo se volvió a retorcer como hacía unos segundos, generando en mí, esta vez sí, un grito de dolor que retumbó juntó al suyo por todo el cuarto de baño. Por primera vez en mi vida un hombre se vaciaba dentro de mi culo.

Salí del baño a los veinte minutos nerviosa y aterrada pensando si Benjamín habría llegado a escuchar o sentido algo en esa media hora que estuvo en el baño con nosotros. Ni siquiera me molesté en vestirme; me puse un camisón, me calcé mis pantuflas de conejito y fui a la cocina a toda prisa para encontrarme con mi novio. Por órdenes mías, y a regañadientes, Alejo se quedó en la ducha esperando el momento oportuno para volver a su habitación. Una vez crucé el pasillo, me tranquilicé cuando vi a Benjamín sentado en el sofá viendo el fútbol mientras picoteaba de un plato lleno de jamón. Él sabía que yo ya estaba ahí, pero me ignoró completamente, incluso cuando me senté a su lado.

—¿Va todo bien? —le pregunté, cariñosa, extiendo una mano y poniéndola sobre la suya.

—Sí, ¿por? —contestó él, frío, sin despegar la vista de la tele.

—No, no va todo bien...

—Tú sabrás —añadió, con la misma frialdad. Me tomé unos segundos antes de responder.

—Perdón por cómo te traté antes en el baño. Ya sabes cómo soy cuando se trata de mi intimidad.

—¿Tan mal estuve anoche? —dijo entonces, esta vez volteándose para mirarme a la cara.

—¿Qué? ¿A qué viene eso ahora? —respondí, totalmente perdida.

—Vamos, Rocío... Que no me chupo el dedo —continuó, un tanto crispado.

—Es que no... —respiré y pensé—. Anoche estuviste genial, mi amor. No entiendo por qué...

—¿Y entonces por qué te estabas tocando en la ducha? —soltó, sin más.

Me quedé en silencio y analicé lo que acababa de decirme. Cuando lo comprendí, toda la tensión que había dentro de mi cuerpo desapareció en un instante. Sí que había escuchado; pero sin darse cuenta absolutamente de nada. Si en ese momento no se dibujó una sonrisa enorme en mi rostro, estoy seguro de que mucho no faltó.

—Vale, sí... —dije entonces, decidida—. Me estaba masturbando, ¿algún problema?

—¡Pues sí! ¿Cómo crees que me siento ahora yo como hombre al saber que mi novia va a tocarse al baño después de hacer el amor conmigo? —exclamó, soltando con rabia en el plato el trozo de jamón que segundos antes iba a llevarse a la boca.

—¿Qué? —pregunté, incapaz de controlar la risita boba—. ¿Por qué eres tan exagerado?

—No te rías.

—Lo siento —dije, de nuevo riendo—, es que es la primera vez que te veo tan... ¿infantilmente indignado?

—¿Y cómo quieres que me ponga? Me levanté de la cama creyéndome el macho más viril del mundo y mira la hostia que me acabo de dar.

—Pero, ¡Benjamín! —no pude más y estallé de la risa.

—¡Que dejes de reírte!

Mucho más calmada y plenamente conocedora de que la situación estaba más que controlada, pegué un salto sobre el regazo de Benjamín y le estampé un beso exageradamente fuerte en los labios. Satisfecha, me recosté sobre su pecho mientras él me miraba entre excitado y sorprendido.

—Ayer me diste una de las mejores noches de mi vida, tontín —le mentí sin reparos—. Y esta mañana también hiciste muy bien tu trabajo. Si me hice un dedo en el baño fue porque me volvieron a entrar las ganas, tú no tienes nada que ver con eso.

—¿Estás segura? —me preguntó, luego de varios segundos de duda.

—Pues claro que sí, bobo. ¿Por qué iba yo a mentirte? —le confirmé justo antes de darle otro largo y húmedo beso.

—Está bien, te creo. Pero no me gustó que te escondieras como un pajillero de 17 años.

—Sabes que mi intimidad es sagrada, y eso no es nada nuevo.

—Vale, que sí. Ya quedó todo claro.

—¡Conmigo no seas así de frío, ¿eh?! A ver si te voy a dejar sin cenar esta noche —lo regañé, a la vez que me erguía sobre él imponiendo mi voluminoso pecho.

—Me da igual; voy y pico algo en la ducha. ¿Qué te parece? —contraatacó, sin poder aguantar la risa.

—¡Imbécil!

Las carcajadas de ambos animaron una situación que, de no ser por la exagerada incapacidad de Benjamín para ver que lo sucedía a su alrededor, podría haber terminado muy mal. Esa mañana pude respirar tranquila, pero sabía bien que estaba jugando con fuego y que en cualquier momento me podía quemar. Sí, era plenamente consciente del peligro que suponía hacer lo que yo hacía; no obstante, no pretendía dejar de dar rienda suelta a mis deseos en la brevedad. Justamente, ese pensamiento entró directamente en conflicto con mi cuerpo apenas sentí como un frío líquido comenzaba a escaparse de mi todavía dilatado canal trasero mientras me besaba con mi chico. Otra vez ese cosquilleo en el estómago provocado por lo prohibido. Otra vez esa picazón en el chichi por estar sintiendo algo que no debería sentir. Quería no pensar en ello, o más bien quería pensar que era producto de la casualidad; aunque en el fondo, no tan profundo, sabía que cada día me ponía más cachonda serle infiel a Benjamín en sus narices y que el pobre no se enterase de nada.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 18:55 hs. - Noelia.

— ¿Me escucha? Busco a un señor llamado Lorenzo.

— ¿De parte de quién? —respondió el hombre, desconfiado, desde el otro lado de la ventanilla.

—Eh... de parte mía. Estoy interesada en alquilarle una habitación.

Tras oír eso, el viejo se acomodó sobre su asiento y, con una mirada que me dio bastante asco, me repasó de arriba a abajo antes de darme una respuesta.

—Este es un lugar decente, señorita. Haga el favor de ir a hacer sus negocios a otro lado —dijo el hombre, lleno de desdén, dejándome totalmente anonadada.

—Oiga, señor, que yo no soy ninguna puta —respondí al instante, logrando controlar las ganas de insultarlo. El viejo volvió a acercarse y me echó una nueva mirada.

—¿Quién la manda? —volvió a preguntar.

Me estaba empezando a impacientar. ¿Cómo podía ser tan difícil alquilar una habitación en un lugar tan cutre y alejado como ese? Encima había ido sin ningún tipo de plan para una situación así y no podía vender a la persona que me había enviado allí. Con eso clarísimo, sólo me quedaba una salida...

—Alejo Fileppi —contesté, finalmente. Me la había jugado, no me quedaba de otra; era eso o volverme por donde había venido.

Me quedé mirándolo intentando con todas mis fuerzas no cambiar el gesto de tranquilidad. Él, completamente impertérrito, me volvió a echar una nueva ojeada, le dio una nueva calada a su puro y...

—Vaya cabronazo está hecho el sudaca ese, cada día se echa una mejor... En fin, Yo soy Lorenzo. ¿Por qué no me acompaña a mi oficina? Ahí estaremos más cómodos.

—De acuerdo —acepté, aliviada.

—¡Servando! —gritó de golpe, dirigiendo la mirada a un viejo que parecía ser el jardinero del lugar—. Vigílame esto un rato, que tengo visita.

—¿Otra vez de putas, Lorenzo? —respondió ese repugnante individuo luego de haberme visto—. Cagon la leche, y encima esta parece de las caras.

Sin molestarse en desmentir al jardinero, Lorenzo salió de la caseta y me hizo una seña para que lo siguiera.

—No se ofusque, querida —me dijo al ver mi cara de indignación—. No es que tenga pinta de puta, lo que pasa es que las pocas mujeres jóvenes que vienen por aquí suelen ser señoritas de compañía que llaman los inquilinos.

—No se preocupe —dije, nuevamente tratando de no dejar salir mi vena peleona. Aunque me costaba, porque lo que me estaba contando no tenía nada que ver con la "decencia" de la que me había hablado hacía un par de minutos.

Durante el camino, no pude evitar fijarme en lo desagradable que era; un señor no muy alto, fofo, desaliñado y con cara de borracho. El típico ejemplar al que cualquier mujer prefiere no tener cerca. De nuevo, me volví a preguntar cómo el caradura había tenido la cara de hablarme de decencia.

Intentando centrarme en lo que me incumbía de verdad, seguí caminando algunos metros detrás de él mientras observaba el lugar. El sitio parecía el típico motelucho de carretera que se ve en las películas norteamericanas. Un sitio que no distaba mucho de lo que era su encargado; es decir: mugriento, viejo y descolorido.

—Por aquí —dijo cuando llegamos a lo que parecía ser la recepción. Una vez dentro, me guió a través de un pequeño pasillo que terminaba en una puerta doble de madera—. Tome asiento —me pidió educadamente cuando entramos.

Ya estaba donde quería; en el centro del infierno a punto de hablar con uno de sus custodios sobre un tema el cual todavía no sabía cómo abordar. Me había lanzado a la aventura con un nombre y una dirección creyendo que el resto caería del cielo, pero nada más lejos de la realidad. En ese momento me sentía como si estuviera a punto de hacer un examen para el cual no había estudiado.

—¡Oh! Gracias, Ramón —dijo el viejo dirigiéndose a otro señor que había entrado por otra puerta a traerle un café—. ¿Quieres uno, querida? —dijo, de nuevo con amabilidad.

—No, gracias.

—Bueno, al grano, ¿por qué una mujercita como usted querría alquilar una habitación en un sitio como este?

—Pues...

Era hora de poner la maquinaria a funcionar. No tenía nada preparado y me sentía una estúpida por ello, pero sabía que no iba a tener una oportunidad mejor que esa. Traté de serenarme, y fui dejando que las palabras fueran fluyendo por sí solas.

—¿Pues...?

—Verá, don Lorenzo, le voy a ser sincera...

—La escucho —dijo, apoyando sus manos entrelazadas en el escritorio.

—Yo soy una mujer casada y... bueno, estoy buscando un sitio para quedar con mi amante cuando mi marido está en casa. ¿Me explico?

—Perfectamente. Deduzco que su amante es Alejo, ¿no es así?

—Efectivamente —asentí.

—¿Y dice que fue él el que le dio mi nombre y la envió aquí?

—Así es —volví a asentir, cada vez más animada al notar que la cosa podía llegar a funcionar.

—Ya veo... Deme un momento.

Mientras seguía pensando cómo proseguir, Lorenzo se levantó de su butaca y se dirigió a la puerta principal. Mi cabeza se giró instantáneamente cuando oí el ruido de la llave siendo accionada. Me asusté, me asusté de verdad. No dije nada, pero mi cara ya debía ser un poema. El viejo volvió a su sitio con un semblante completamente distinto al de antes.

—Vale, preciosa, ahora me vas a decir la verdad, ¿quién cojones te envía?