Las decisiones de Rocío - Parte 2.
Segunda parte de la historia de Rocío y Benjamín. ¿Conseguirá Alejo engañar a la pareja?
Jueves, 18 de septiembre del 2014 - 9:50 PM - Benjamín
— ¿Y ahora cómo se lo digo? —Me repetía a mí mismo una y otra vez mientras subía por el ascensor. Hacía unas horas mi jefe me había dicho que ese fin de semana tendría que hacer turno completo y horas extras, todo porque a último momento habían programado una reunión para ese lunes con un inversor muy importante del extranjero, y necesitaban que yo y mi grupo de trabajo dejáramos todo preparado para ese día.
Pedí, casi supliqué que por favor que me sustituyeran por Núñez, alegué que llevaba semanas planeando irme de viaje con mi novia. Pero al parecer no confiaban en su capacidad, ni en la de ningún otro, yo era el único en el que creían para llevar a cabo "un trabajo de semejante envergadura", según sus palabras.
"Lo siento, Benjamín, son órdenes de arriba. Te juro que si todo sale bien, seremos recompensados con creces". Con creces, sí, como si eso fuera a dejar contenta a Rocío. Y lo peor era que no sabía cuando iba a tener de nuevo un fin de semana entero libre.
Puse la llave en la cerradura, mis manos estaban empapadas en sudor, tenía un nudo en la garganta y el estómago me había empezado a doler, mi cara debía ser un poema en ese momento. Aunque yo sabía que no tenía la culpa de nada y que no dependía de mí tomar esa decisión, el asunto era si Rocío lo iba a entender de esa manera también.
Seguramente no hubiese estado tan preocupado si esa hubiese sido la primera vez que anulaba unos planes por culpa de mi trabajo.
Hacía poco menos de dos meses habíamos estado en una situación similar. Me habían dado un par de días libres y había decidido ir a pasarlos con Rocío a la ciudad de al lado. Había reservado en uno de los mejores restaurantes y también tenía planeado pagar por una suite en uno de los mejores hoteles, pero pocas horas antes de salir, recibí una llamada de mi jefe... A uno de mis compañeros se le había muerto el padre y necesitaban que alguien ocupara su lugar, y no me quedó más remedio que cancelar todos los planes. Ella fue muy comprensiva en el momento, me dijo que lo dejáramos para otro día, que igual se sentía un poco indispuesta. Esa semana prácticamente no la vi, se la pasó en la casa de su hermana, como pasaba cada vez que teníamos una discusión.
Centré mis pensamientos en ese momento, y abrí la puerta. Ella me recibió como siempre, con un abrazo, un beso, y la promesa de que esa noche iba a tener la cena de mi vida. "Soy una mierda", pensé, porque sabía que en pocos minutos iba a ser el responsable de que esa hermosa sonrisa se apagara. Pero no me quedaba otra, tenía que contárselo.
Decidí esperar hasta después de comer, no quería que se echara a perder la cena en la que tanto se había esforzado.
—Ro... tenemos que hablar de lo del sábado —le dije en tono serio.
—¿Qué pasa? —me preguntó a la vez que levantaba la cabeza lentamente y me clavaba una mirada tan seria y penetrante que en el acto provocó que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran.
—Pues... Mira... Esto...
—¡Dime qué pasa!
—¡Que Mauricio me dijo que tengo que trabajar todo el fin de semana porque el lunes viene un inversor muy importante del extranjero y me necesitan a mí y a mi equipo para organizar la reunión y no quieren poner a otra persona porque soy el único en el que confían y quieren gastar hasta el último recurso para que todo salga bien! —Con los ojos cerrados y sin parar a respirar, se lo solté todo de golpe esperando que de esa manera se pusiera en mi lugar y me perdonara— ¡Pero te prometo que...
—¡Siempre dices lo mismo! ¡Estoy harta de tus promesas!
No me dio tiempo a nada más, se levantó, agarró sus cosas y pegó un portazo. Era la primera vez que se ponía de esa manera. Me dejó atónito, estupefacto, de piedra, no sabía de qué manera reaccionar, no sabía si ir tras ella, si gritarle desde ahí, si tirarme al suelo y suplicar su perdón... Pero finalmente decidí no hacer nada, porque supuse que se había ido con Noelia. Iba a dejarle algo de tiempo para que se desahogara con ella.
En ese momento me plantée por primera vez dejar el trabajo, hacer caso a los consejos de Rocío y mandar todo a la mierda. Yo no era idiota ni tampoco un necio, sabía que mi trabajo nos sacaba tiempo y era el principal obstáculo de nuestra relación. Pero el sueldo era muy bueno, y si me esforzaba lo suficiente, más pronto que tarde conseguiría un ascenso y lograría darle a mi novia la vida que se merecía.
Todo esto ya lo teníamos más que hablado. Ella siempre me decía que estaba dispuesta a sacrificar parte de nuestro nivel de vida por el bien de nuestra relación, pero yo siempre me mantuve firme con el asunte, así que finalmente quedamos en que lo haríamos a mi manera. Sin embargo, el tiempo fue haciendo todo más difícil, sabía que cada vez que salía de mi casa para ir a la oficina, nuestra relación se erosionaba un poquito más.
Pero ya era suficiente, era el momento de volver a hablarlo todo, de nosotros, de lo que quería ella, de lo que quería yo. Era el momento de poner todo sobre la mesa y decidir cómo proseguiríamos con nuestras vidas, porque así no podíamos seguir. Así que me levanté de la silla, y salí decidido hacia el piso de Noelia.
—¡Benja! ¡Qué sorpresa tú por aquí a estas horas! —me dijo ella tan risueña como siempre, cosa que me extrañó.
—¿Puedo hablar con Rocío? —pregunté sin más.
—¿Rocío? ¿Deberías estar aquí?
—Noelia, si se pusieron de acuerdo para tomarme el pelo, paren de una vez —dije más serio que nunca—. Déjame hablar con mi novia.
—¡Eh! ¡Para el carro! Rocío no está aquí. Vino por la tarde un rato, pero... —Y entonces hizo una pausa al ver mi cara de sorpresa— Espera, ¿dónde está mi hermana?
—Tranquila, voy a llamarla.
Y eso hice, la llamé una y otra vez, pero sin éxito. Noelia también lo intentó, pero tampoco hubo suerte. Así que sin perder ni un segundo más, salimos a buscarla.
Antes fui a buscar mi paraguas, estaba lloviendo como hacía mucho que no hacía. Enseguida me tranquilicé al ver que Rocío se había llevado el suyo. De todas formas, no tenía ni idea de a dónde podía haber ido, ni la más mínima, ya que Rocío rara vez salía de casa, no tenía un lugar favorito donde ir a pensar o a tomar el aire, ni tampoco una cafetería a la que fuera a hablar con amigas, es más, ni tenía amigas en la ciudad, estaba completamente despistado.
Noe se fue a la zona más iluminada de la ciudad, donde estaban los bares, los pubs y los sitios nocturnos de ese estilo, aunque sin mucha convicción, no creía que su hermana se sintiera cómoda en ese tipo de ambiente, pero no teníamos otra opción, había que separarse para aligerar la búsqueda. Así que yo fui por el lado menos transitado, la zona urbana, el camino que llevaba a las afueras de la ciudad.
Yo seguía igual de despistado, como había salido tan enojada y apostaría que llorando, podía haber ido a cualquier lugar. Mientras caminaba, mi preocupación iba en aumento, estaba todo demasiado oscuro y las últimas noticias que había óido sobre esa zona de noche no ayudaban a tranquilizarme. Pero de pronto me acordé de algo, cada vez que discutíamos, ya fuera de verdad o menos serio, Rocío siempre me decía lo mismo: "El día menos pensado me voy a volver con mi madre, entonces vas a llorar". No tuve que pensar más, miré mi reloj y vi que todavía me quedaba tiempo de llegar a la estación antes de que saliera el último tren, así que salí corriendo hacia allá como alma que llevaba el diablo.
Entonces, mientras el tren me sobrepasaba por mi derecha, vi algo. Un coche estaba estampado contra una farola, un poco más atrás, había una persona tirada en el asfalto cubierta por un paraguas rosa chillón que reconocí enseguida. La vida se me apagó durante unos instantes, era ella.
—¡¡¡Rocío!!! ¡¡¡Rocío!!! —gritaba mientras corría en su auxilio.
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Fue el momento más difícil de mi vida, muchas cosas pasaron por mi cabeza, la culpa me invadió y comencé a imaginarme un futuro sin Rocío, un futuro negro, lleno de confrontaciones con su familia, y con la mía propia, que la querían como si fuera un miembro más de la misma. Pero no duré mucho en estado de pánico, uno de los vecinos que se había acercado a ver qué había pasado, me tranquilizó al hacerme dar cuenta de que Rocío respiraba, que sólo estaba inconsciente. De paso, otras personas de la zona que habían presenciado el accidente, me avisaron que ya habían llamado a una ambulancia, y aprovecharon para contarme cómo había sucedido todo.
Pero lo peor llegó cuando apareció Noelia, que la había llamado yo, y vio la ambulancia. Le dio un ataque de histeria, lloraba y gritaba mientras corría hacia el tumulto que se había formado ahí, nunca la había visto así. Cuando me vio, empezó pegarme y a insultarme, la tuvieron que sujetar los vecinos, porque tenía intenciones en serio de hacerme daño. Finalmente, se tranquilizó cuando los médicos hablaron con ella y le dijeron que la vida de Rocío no corría peligro.
Noelia y yo pasamos la noche en el hospital, sin sobresaltos, ya que Rocío estaba bien y sólo estaban haciéndole algunos estudios. El doctor nos recomendó que nos quedáramos hasta que todas las pruebas hubieran terminado, aunque no era necesaria la advertencia, no teníamos planeado movernos de ahí hasta que no viéramos a mi novia consciente.
También estuvo con nosotros Manuel, el hombre que la había atropellado, un señor de 70 años que volvía del trabajo, y que por culpa de la intensa lluvia, no vio venir a mi novia. El pobre hombre estaba rojo de los nervios, puso a nuestra disposición su casa, dinero y toda la ayuda que pudiera prestarnos en ese momento, y eso que él no había tenido la culpa de nada. Quedó demostrada su predisposición al quedarse toda la noche con nosotros, y no se fue hasta que Rocío no recobró la consciencia. Unos días más tarde, Manuel y su mujer vinieron a visitarla, le trajeron regalos y postres caseros, y quedamos en que algún día iríamos a comer a su casa. Una dulzura de seres humanos.
El parte médico de Rocío fue tranquilizador, sólo sufrió una "fractura en la parte proximal del peroné" y un "traumatismo craneal cerrado", o sea, nada grave. Le enyesaron la pierna izquierda por precaución y nos dijeron que en unas semanas estaría recuperada. No obstante, la mantuvieron una semana ingresada porque querían asegurarse que el golpe en la cabeza no fuera a ser nada más serio.
Fue una semana difícil para mí, el día después del accidente no pude ir a trabajar, esa madrugada llamé a mi jefe y le conté lo que había pasado. Fue muy comprensivo conmigo, me dijo que avisaría a otro para hacer los preparativos para la reunión y que hablaría con los mandamases, que yo lo que tenía que hacer era cuidar de mi novia. Y no quedó sólo ahí, días más tarde vino a visitar a Rocío al hospital, que sobra decir que fue un "Hola y adiós" por parte de mi novia, que si apenas quería hablar conmigo, pueden imaginarse las ganas que tenía de saludar al tipo que la dejó sin vacaciones e indirectamente provocó todo esto.
Más allá de la buena predisposición de Mauricio, todo el asunto del accidente iba a terminar costándome mucho más caro de lo que jamás me hubiera imaginado. Todo fue porque, finalmente, el bueno de Núñez me sustituyó ese fin de semana, y las cosas no pudieron salir peor, la reunión del lunes terminó siendo un fracaso y la empresa perdió una oportunidad única. Se venían días difíciles para todos los trabajadores, y yo no iba a ser la excepción.
Más allá de que mi jefe me dijo que no me preocupara por nada, cuando en la empresa se enteraron de que Rocío ya estaba bien, me mandaron a llamar enseguida, y el lunes por la tarde ya estaba trabajando. Esa noche hubo una reunión entre la cúpula de la empresa y los jefes de sección. El fracaso con el inversor había traído consecuencias, los peces gordos estaban muy enfadados y lo que más temíamos los trabajadores se iba a hacer realidad. Enseguida nos comunicaron que ese mes, y parte del siguiente, íbamos a tener que hacer más de alguna hora extra en la oficina.
Muchos renunciaron, básicamente los que se lo podían permitir, y yo hubiese sido uno de ellos si el accidente de Rocío no me hubiese salido tan caro. Porque resulta que el coche de Don Manuel se había estampado de frente contra una farola, y en una de las charlas que tuve con él, me contó que no sabía cómo iba a afrontar las reparaciones, ya que su seguro no cubría accidentes de este tipo. Sí, soy bastante bueno a veces, tan bueno que parezco tonto. Me ofrecí a pagarle todas las reparaciones y las piezas que hicieran falta. Don Manuel era un hombre humilde con un sueldo más bien bajo, su mujer no trabajaba y no tenían hijos ni familiares que pudieran ayudarlos, no podía dejarlo tirado con un problema que había provocado la imprudencia de mi novia. Por esto, y porque los medicamentos para Rocío me iban a costar un ojo de la cara, no podía permitirme quedarme sin trabajo en este momento.
Como ya dije, Rocío no quería hablar conmigo, me evitaba, se hacía la dormida cuando yo entraba en su habitación, o repentinamente le entraban ganas de hacer sus necesidades, además Noelia no se separaba de su lado, era imposible quedarme a solas con mi novia, aunque me imagino que eran órdenes explícitas de ella. Aun así, me quedé en el hospital todo el fin de semana hasta que me llamaron del trabajo. Los días siguientes, sólo podía pasarme por la noche, y no por mucho tiempo, porque cada día me levantaba muy temprano para ir a la oficina.
No pasaron muchas más cosas durante la estadía de mi novia en el hospital... Salvo un suceso que me llamó bastante la atención. El domingo por la tarde se presentó un tipo que quería ver a Rocío, decía llamarse Alejo y aseguraba haber ido con ella al instituto. Según él, se había enterado del accidente porque ella misma se lo había dicho, y que venía a darle una sorpresa.
Era un tipo alto, el típico musculitos con el pelo largo teñido de rubio, y por su acento deduje que era argentino. Rocío nunca me había hablado de ningún 'Alejo'... En realidad, no tenía constancia de que de Rocío tuviera ningún amigo, por lo que no creí en su historia. Así que, muy educadamente, le dije que mi novia no recibía visitas y que, por favor, no volviera de nuevo. No me pareció que se lo tomara del todo bien, capaz no utilicé los mejores modos para echarlo, pero no me importaba, la verdad.
Casualmente, justo en ese momento llegaba Noelia, y le pregunté si conocía al tal 'Alejo', que salía por la puerta de recepción. Su respuesta fue clara, "no lo he visto en mi vida", así que si la súper guardiana de mi novia decía que no lo había visto en la vida, eso significaba
que Rocío tampoco lo había hecho. Así que no le di más importancia al asunto.
Ocho días después de su ingreso en el hospital, Rocío recibió el alta médica.
Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 12:35 AM - Benjamín.
"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".
—¿En serio? ¡No me jodas! ¡Son las doce y media de la noche!
—Vé a ver quién es. Quizás sólo es Noe, puede que se haya olvidado algo.
Hacía semanas que no intimaba de esta forma con Rocío. No podía ser que me vinieran a joder a esas horas de la noche.
Me puse lo primero que encontré y fui a ver quién era. Al llegar al salón, encendí una de las lámparas grandes que teníamos, y me asomé por la mirilla de la puerta. Después de ojear varias veces, por fin pude ver a una persona tirada en el suelo. Ahí mi imaginación empezó a rodar. Lo primero que pensé es que podía ser un ladrón, o sea, la típica argucia para que un infeliz, que en ese caso era yo, abriera la puerta de su casa para acto seguido meterle un grupo armado con el único objetivo de vaciarle hasta el alma.
Mientras mi cabeza seguía imaginando posibles intentos de vejación hacia mi persona y mis bienes materiales, el sujeto que estaba ahí retorciéndose en el suelo, levantó la cabeza. Y entonces lo reconocí, era el muchacho que había venido a visitar a Rocío al hospital. Ahí otra vez mi maquinaria cerebral volvió a andar: "Noelia dijo que no lo conocía de nada, ¿quién carajo es este tipo? ¿Cómo mierda sabe dónde vivimos?" me preguntaba mientras me decidía si abrir la puerta o no.
Lo primero que hice fue poner la traba de la puerta, que era de esas con cadenitas para que la puerta no se pueda abrir del todo. Fui mirando despacio, sin asomarme del todo, por las dudas, porque en una de esas podía aparecer otro tipo por el costado de la puerta y apuntarme con una pistola en la cabeza. A mí no me la iban a jugar esos potenciales sinvergüenzas.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté.
—Perdón por molestar a estas horas, pero necesito ayuda—decía el tipo entrecortadamente. Parecía herido—. Nos conocimos en el hospital, soy el amigo de Rocío. ¿Puedo hablar con ella?
—Sí, me acuerdo de ti. Lo que no recuerdo es haberte dado la dirección de mi casa. Es más, creo haberte dejado bien claro que no volvieras —añadí tratando de imponerme.
—En realidad me dijiste que no volviera al hospital... jeje —respondió desde el suelo y con tono jocoso— No, en serio, ¿podrías dejarme hablar con Rocío? Aunque sea desde acá, desde la puerta.
—Te pregunté que quién te dio la dirección de mi casa. —insistí.
—Rocío, ¿quién va a ser? —hizo un breve silencio— ¿Me vas a dejar hablar con ella?
Era evidente que el tipo no quería hablar conmigo, se dirigía a mí como si yo fuera un estorbo que tenía que sacarse de encima rápido. Y eso me molestó mucho, así que decidí jugar a su juego, siempre detrás de mi segura puerta con su trabita.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás en ese estado? —le pregunté.
—Amigo, ¿en serio me vas a hacer un cuestionario? Me dieron una paliza, apenas puedo caminar, no sabía a donde más ir. En serio, dejame hablar con—
—Ah, ¿y te sabías de memoria la dirección de mi apartamento? Curioso —lo interrumpí—. A mí me suena más a una sucia tetra para entrar a robar a mi casa.
—¿Estás hablando en serio? —dijo mientras soltaba una débil carcajada— ¿Si te quisiera robar no hubiese sido más fácil venir cuando estabas en el hospital? Vamos, amigo, usemos un poco la cabeza.
—Y si estás herido como dices, ¿por qué no fuiste a un centro médico o al hospital como haría cualquiera?
—A ver... —dijo suspirando de una manera que me irritó bastante— ¿Viste el bar que hay a dos calles de acá? Bueno, hace un rato me dieron una paliza ahí. Y me acordé de que Rocío vivía cerca, así que busqué el mensaje donde me había dicho su dirección, y vine. No me quise arriesgar a ir a un centro médico por miedo a que me volvieran a buscar los que me pegaron. ¿Satisfecho? ¿Me vas a dejar hablar con Rocío, amigo?
—¡Yo no soy tu amigo! —le dije alzando bastante el tono de voz— ¡Y no te conozco de nada! Va a ser mejor que vayas a buscar ayuda a otro lugar —y me dispuse a cerrar la puerta.
Decía que le habían dado una paliza y que temía que hubiera allá fuera buscándolo todavía, pero por su manera de hablar, no parecía para nada preocupado, es más, inspiraba tranquilidad. Además, ¿esa era la actitud que se supone debía mostrar una persona que venía a las doce de la noche a tu casa a pedir ayuda? No, a mí no me iba a hacer pasar por el aro. Que se buscara la vida.
—¡No, no! ¡Esperá! —me frenó alzando la voz— Estoy herido de verdad. Mirá lo que tengo en la frente —decía mientras me intentaba mostrar una herida—. Por favor, no me dejes así. Sé que no creés nada de lo que te digo, por eso te estoy pidiendo que llames a Rocío, para que te diga ella misma que me conoce.
—El otro día en el hospital, le pregunté a Noelia, su hermana, si te conocía, y me respondió que no te había visto en la vida. ¿Cómo puede ser que hayas ido al instituto cuatro años con Rocío, y que su hermana, que es como su guardaespaldas personal, no te haya visto nunca? —pregunté decidido, sabía que lo había desarmado.
—¿Noelia? —se rió— A Noelia nunca le caí bien. No tengo ni idea por qué, pero no me extraña que te haya dicho eso.
Seguían sin cuadrarme las cosas. Si era verdad lo que decía, ¿por qué Rocío no me había hablado nunca de él? Está bien, no tenía por qué estar al tanto de todos sus movimientos. Pero si tenía un amigo tan importante como para darle la dirección de nuestra casa, lo más normal era que yo al menos tuviera constancia de su existencia, ¿no?
De todas formas, el tipo me cayó bastante mal, no tenía ganas de darle el gusto.
—Igualmente —proseguí—, Rocío está durmiendo, además tiene una pierna enyesada y no puede caminar, no la voy a molestar ahora. Buenas noches —y otra vez me dispuse a cerrar la puerta.
—¡Pará! ¡No me podés dejar en este estado! ¡Rocío! ¡Rocío! —empezó a gritar, aunque con una voz bastante débil.
—¡Cállate! ¡Vas a despertar a todos los vecinos! —dije de inmediato.
—¡Entonces llamá a Rocío! —y siguió berreando— ¡Rocío! ¡Rocío!
No me lo podía creer, ¿por qué me pasaba esto a mí? Y justo en la noche que me había reconciliado con mi novia. Maldito el momento en el que decidí abrir esa puerta, con lo fácil que habría sido ignorar el dichoso timbre y seguir a lo mío. Total, eran las doce y media de la noche, el que me estaba molestando era él.
No quería que saliera un vecino al pasillo y presenciara esa escenita, que además era a mí al que dejaba peor parado. Así que, con toda la rabia del mundo, terminé cediendo.
—¡Rocío! —seguía intentando gritar.
—¡Cierra ya la boca! ¡Está bien! Voy a ir a buscar a Rocío, pero vas a esperar aquí.
—Me parece justo —se calmó de repente—. Pero no me vayas a dejar tirado.
Estaba bastante enfadado, se me pasó por la cabeza llamar a la policía, cosa que podía hacer perfectamente, ya que el tipo estaba alterando la tranquilidad de una comunidad a altas horas de la noche. Pero no me quise arriesgar, ya que si era verdad lo que decía, me iba a terminar metiendo en problemas con Rocío de nuevo, y no estaba dispuesto a arruinar nuestra reconciliación. "Me cago en mi vida", pensé en ese momento.
Cuando entré al cuarto, Rocío parecía estar tratando de levantarse, pero se detuvo cuando me vio entrar. Al parecer, había escuchado los gritos.
—Rocío, tienes visita —le dije con cara de pocos amigos.
—¿Yo? ¿A estas horas? ¿Quién es? ¿Por qué estabas gritando?—respondió asustada.
—Tranquila. Es un tipo que dice ser tu amigo, pero que yo no vi en mi vida. Estoy más perdido que Wally ahora mismo.
—¿Un amigo? ¿Te dijo quién es?. —contestó sorprendida.
—Dice que se llama Alejo. Le dije que estas no son horas e intenté mandarlo a paseo, pero insistió con que quiere hablar contigo.
—¿Alejo? ¿De verdad? Qué raro... Hace siglos que no lo veo. ¿Te dijo qué quería? —se preguntaba al mismo tiempo que yo me quedaba con cara de idiota.
—¿Entonces lo conoces? Vaya, y yo aquí haciendo el papel de psicópata porque mi novia no me presenta a sus amigos.
—Ay, Benjamín. Alejo es un amigo que tuve en el instituto. Nunca te lo presenté porque lo vi una sola vez desde que nos conocimos. ¿Y qué quieres decir con eso de psicópata?
—No es nada. Está ahí afuera esperándote. Vé vistiéndote, que ya te traigo la silla —Concluí mientras le cerraba la puerta.
Ahora el que iba a quedar mal era yo. El tipo decía la verdad y yo me había comportado como un desequilibrado. Pero, de todas formas, decidí continuar como mi rol de novio desconfiado, no quería mostrar ningún tipo de debilidad ante el desconocido.
Después de llevarle la silla de ruedas, volví al salón y abrí la puerta de casa igual que antes, con la trabita puesta. Ahí estaba el tipo sentado a un costado, tosiendo y retorciéndose del dolor. A pesar de que me había caído como una patada en el culo, me sentí como un verdugo, parecía estar mal de verdad, pero todavía faltaba que Rocío confirmara su identidad, no quería arriesgarme a dejar entrar a casa al típico ladrón que dice ser quien no es y cuando te das cuenta ya tienes la cabeza empotrada contra la pared. Llámenme paranóico, no me importa, el cementerio está lleno de incautos.
—¿Y? ¿La llamaste? Creo que en cualquier momento me voy a desmayar.
—Sí. Ya viene. —respondí con desgana, y volví a cerrar la puerta.
Rocío no tardó mucho en aparecer. Venía sola en la silla, se notaba que le costaba manejarla todavía, y era algo normal, nunca en la vida había usado una, sus movimientos eran torpes y se chocaba contra las paredes mientras venía hacia mí.
Me llevé una mano a la cabeza cuando vi lo que se había puesto... ¿Cuándo iba a empezar esta chica a ser consciente del cuerpo que tenía? Se había puesto un camisón corto de color rosa, una prenda que, aunque no enseñaba demasiada carne, marcaba en demasía sus curvas. Mi novia era una verdadera diosa, pero ella no lo sabía. No estaba seguro de si era buena idea que se presentara ante nuestro 'invitado' vestida de esa manera. Pero ya era muy tarde, quería terminar con todo esto cuanto antes.
Por cierto, no voy a mentir, me entraron unas ganas salvajes de volverla a levantar en brazos, llevarla a la cama, arrancarle el camisón, y hacerle todo lo que no le pude hacer durante todas esas semanas. Pero la situación me lo impedía...
"Me cago en mi vida", volví a pensar mientras apretaba los dientes.
—¿Pero no decías que estaba esperándome? —dijo Rocío mientras se llegaba a la puerta.
—Sí, está afuera. —suspiré mientras abría la puerta—. Ahí lo tienes.
Su reacción fue más o menos la que yo esperaba. Abrió los ojos como platos y empezó a vociferar.
—¡Alejo! ¡¿Qué te pasó?! ¡Benjamín! ¡Abre la puerta, por el amor de dios! —me ordenó inmediatamente.
—¡Rocío! —se le iluminaron los ojos al tipo— ¡Tu novio me trató mal!
—¡Entra, por favor! ¡¿Pero qué te pasó?! —seguía preguntando mi chica— ¡Ayúdalo a levantarse, Benjamín! ¿Cómo pudiste dejarlo ahí tirado?
—Sí, Benjamín, un poco de humanidad, por favor —decía el imbécil, provocando que mis ojos se inyectaran en sangre.
Mientras lo ayudaba a entrar en casa, reparé en algo que no había visto antes. El tipo traía consigo una maleta, no muy grande, más bien pequeña, la típica que llevas a un viaje de fin de semana. ¿Quién va a un bar con equipaje? Ya estaba empezando a preocuparme, lo único que me faltaba era tener que darle alojamiento a un tipo que acababa de conocer, y que además me había caído mal.
Una vez adentro, lo ayudé a tumbarse en el sofá. Estaba bastante más lastimado de lo que parecía en un principio, tenía la parte superior de la frente manchada de sangre y la cara llena de moretones. Rocío quiso llamar a un hospital, pero el tipo la detuvo diciendo que no, casi en pánico, que ya nos explicaría por qué. Así que no nos quedó más remedio que hacer nosotros de enfermeros, o más bien yo, porque mi novia no estaba en condiciones de hacerlo, además yo no quería que se acercara demasiado a ese sujeto, y mucho menos vestida de esa manera.
—¡Ay, Alejo! ¿Quién te hizo esto? —preguntó Rocío preocupada.
—Es una larga historia. Igual, no te preocupes, no quiero ser una molestia —dijo el caradura, como si presentarse en mi casa a medianoche no fuera suficiente molestia.
—¿Molestia? ¡Para nada! Si total no es la una de la madrugada —contesté con toda la ironía posible.
—¡Benjamín!—me regañó mi novia— No hace falta que te quedes, tú vete a dormir si quieres, yo me quedo un rato con él.
Esa fue la confirmación de que mi noche romántica se había terminado por ir a la mierda, y también de que ese tipo se iba a quedar a pasar la noche en mi casa. Pero no iba a dejarla sola con él, no me fiaba ni un pelo todavía.
—¿Un rato? ¿Se va a quedar a dormir aquí? —pregunté extrañado.
—¿A dónde quieres que vaya en ese estado y a estas horas? —respondió gritando mientras nuestro 'huesped' observaba atentamente la discusión.
—¿A un hospital, por ejemplo? ¡No sabía que habíamos abierto una posada!
—Tú ni caso, Ale. Pasamos una semana difícil y por eso está tan nervioso —dijo ignorándome olímpicamente—. Bueno, cuéntame qué te pasó.
Yo ya sobraba ahí, Rocío estaba demasiado preocupada por el tipo y ni se molestaba en escucharme, pero me quedé por lo que ya mencioné, y porque en el fondo me interesaba saber lo que le había pasado. Además, ya era tarde, y no iba a permitir que la 'reunión' se alargara más de la cuenta.
—Resulta que tengo una novia, Lucía se llama, llevo tres años con ella —dijo antes de suspirar y hacer una breve pausa—. Y esta mañana la atrapé en la cama con otro —concluyó provocando que Rocío se llevara las manos a la boca.
—¡No! —dijo ella haciendo un gesto de sorpresa.
—Me volví loco, se me soltó la cadena y empecé a golpear al tipo, si no hubiese saltado Lucía a detenerme, creo que lo hubiese matado.
—¡Cuánto lo siento! ¿Cómo se puede ser así? —comentaba Rocío consternada.
—Cuando me calmé —siguió relatando—, le dije al loco que se fuera, que si no iba a matarlo de verdad. No intentó defenderse ni golpearme, se fue sin más.
—¡Qué horror! —dijo mi novia.
—Cuando ya se había calmado todo, Lucía me confesó que llevaba tiempo viéndolo, pero que era sólo sexo y que al que amaba era a mí, y bla bla bla. —ahí se detuvo, haciendo una pausa como para respirar— Como comprenderán no le di bola, simplemente le dije que no quería volver a verla. Entonces hice mi maleta y me fui.
—¿Te fuiste de tu propia casa? —pregunté interesado.
—No —respondió él, sorprendido por mi participación—. La casa es de ella, bueno, en realidad es de su padre, yo me fui a vivir con ella cuando nos prometimos.
—¡¿Se iban a casar?! —saltó sorprendida Rocío.
—Sí...
Y ahí se quebró, agachó la cabeza y se puso a llorar como un adolescente. Por primera vez me dio lástima, intenté ponerme en su lugar y empecé a pensar lo que haría yo si Rocío me hiciera algo así. Pero no pude imaginar demasiado, no entraba en mi cabeza que mi querida novia pudiera ser capaz de traicionarme de esa manera.
—Lo siento mucho, en serio, Ale... —decía Rocío mientras intentaba acercarse para consolarlo.
—Bueno, ¿y qué tiene que ver todo eso con la paliza que te dieron? —interrumpí yo intentando acelerar las cosas, cosa que a Rocío no le gustó, y me lo hizo saber mirándome mal.
—Sí... Bueno, después de eso, estuve todo el día dando vueltas por la ciudad, yendo de acá para allá, porque no tengo familiares ni amigos por acá. Cuando se hizo de noche, Iba a ponerme a buscar un lugar para quedarme, pero antes decidí parar en un bar, el que está acá a dos cuadras.
—Sí, ya... —dije por lo bajo, recibiendo una nueva mirada asesina de mi novia.
—Estuve como dos horas ahí, viendo fútbol y hablando con la gente, hasta que entraron cuatro tipos y me sacaron del local a la fuerza.
—Dios mío... —decía Rocío.
—Me llevaron a un callejón, y después de decirme que me mandaba saludos Germán, que me imagino que se referían al amante de mi prometida, me empezaron a pegar...
—No me lo puedo creer... ¿Y nadie llamó a la policía? —preguntó acertadamente mi novia— O sea, los que estaban en el bar.
—No sé, no me quedé a esperarlos, tenía mucho miedo, Rocío. Me dijeron que me fuera de la ciudad, que si me volvían a ver me iban a matar.
—Genial. Y no tuviste mejor idea que venir a ponernos en peligro a nosotros, ja —salté indignado.
—¡Ya basta, Benjamín! ¡Vete a dormir! ¡Me estás dejando helada con tu actitud esta noche! —saltó todavía más indignada Rocío.
—No, nos vamos a dormir los dos. El médico te dijo que tienes que guardar reposo y yo tengo que madrugar para ir al trabajo —respondí poniendo fin a la discusión—. Alejo, puedes quedarte aquí esta noche. Mañana a primera hora terminamos de hablar.
—¡Muchas gracias! ¡En serio!
—¡Suéltame! —protestaba Rocío mientras me la llevaba a la habitación— ¡Tenías razón! ¡Eres un psicópata!
Y así terminó el día para todos. Nos acostamos sin decir nada más, ella me dio la espalda y yo me quedé sin noche romántica. No podía imaginarme cuándo iba a volver a tener una oportunidad como esa, con lo que nos costaba a ambos iniciar el tema.
Lo último que pensé antes de quedarme dormido fue: "Me cago en mi vida".
Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 01:50 AM - Alejo.
"Paso dos, conseguir que me abran la puerta de su casa: completado".
Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 06:50 AM - Benjamín.
Me levanté a las 6:30, media hora más temprano de lo habitual, porque antes de ir a trabajar quería hablar con Alejo. Sabía bien por donde iban a venir los tiros, y por más que Rocío pataleara, esta vez no iba a ceder, no me importaba cuál fuera su situación, en mi casa no se iba a poder quedar. Tenía que estar en la oficina a las ocho, así que tenía tiempo de sobra para dejarles las cosas bien claras a ambos.
Rocío ya estaba despierta, se encontraba sentada en la cama leyendo un libro.
—Buenos días —la saludé.
—Hola —contestó ella sin más.
Sin darle importancia a su frío saludo, me levanté y me fui directamente al baño para asearme. Cuando volví, ella ya estaba en la silla de ruedas, vestida, esperándome.
—No deberías hacer eso. Ya estoy yo aquí para ayudarte —dije mientras empezaba a vestirme.
—No te preocupes, puedo hacerlo sola perfectamente. —me respondió con desgana.
—Bueno, pero no hagas esfuerzos innecesarios. Ya que a mí no me haces caso, al menos deberías hacérselo al médico.
—A ti te hago caso siempre, al que no hago caso es al animal sin corazón de ayer.
—Desde ya te digo que tu amigo aquí no se va a quedar —dije, ignorando su ataque.
—Ya lo sé —respondió sin quejarse—. Al menos no para siempre, pero sí hasta que se recupere. No puede ir a ningún lado en ese estado.
—Yo creo que debería ir al hospital, seguro que le dan una cama. Yo lo puedo llevar.
—¿No viste la cara que puso ayer cuando se lo mencioné? Estaba aterrado, Benjamín.
—Bueno, eso no es problema nuestro —respondí tratando de cerrar el asunto.
—De verdad, Benjamín, no sabía que fueras así...
—¿Así cómo? —respondí contrariado—. Rocío, por favor, estoy diciendo de llevarlo al hospital, no a la horca.
—¡Por favor tú, Benjamín! ¡Casi lo matan! ¡¿Cómo pretendes dejarlo tirado después de lo que le pasó?! —respondió ella conteniendo la voz.
—¡Pero si no lo conozco de nada! —respondí, apretando los dientes yo también para no gritar— ¡¿Cómo sé yo que no se lo inventó todo para conseguir techo y comida gratis?!
—¡Yo sí lo conozco! ¡Fue mi único amigo durante todo el instituto! ¡Él no haría algo como eso! ¡¿No viste cómo le caían las lágrimas mientras nos contaba?! —dijo ya alzando bastante la voz— En serio, Benjamín, sinceramente, no te reconozco. Pero haz lo que quieras.
No le contesté, sabía que no tenía sentido, no iba a cambiar de opinión, así que todo indicaba que el que iba a tener que ceder era yo, porque, o lo hacía, o iba a tener que sobrevivir una semana, o más, a base de comida recalentada y noches solitarias viendo las películas de American Pie. Además, ya estaba bastante harto de pelearme con Rocío, por fin nos habíamos puesto de acuerdo con todo el tema de mi trabajo, no tenía ganas de que llegara un nuevo obstáculo a jodernos la vida. Aunque en este caso, ese obstáculo tenía que quedarse para que eso no sucediera.
Y así fue que, después de cinco minutos sentado en la cama pensando en silencio, decidí que lo dejaría quedarse hasta que se recuperase. Si Rocío confiaba tanto en él, no tenía ningún motivo para no hacerlo yo también. Total, serían sólo un par de días como mucho.
—Bueno, vamos —le dije a Rocío, que ni se molestó en contestarme.
Salimos del cuarto, yo, por supuesto, llevándola a ella en la silla de ruedas, y nos dispusimos a ir al salón, donde nos esperaba nuestro inesperado invitado. Me frenó cuando pasamos por el baño, y por sí sola, se levantó y se metió dentro, cerrándome la puerta en la cara. Me quedé esperándola, no quería ir solo al encuentro de Alejo, quería que Rocío escuchara también lo que iba a decir. Cinco minutos después, abrió la puerta y, por sí sola nuevamente, se sentó en la silla.
Cuando llegamos al salón, vimos que Alejo ya estaba despierto. Estaba sentado en el sofá con las manos en las rodillas, daba la impresión de que llevaba tiempo esperándonos. Lo cierto es que me lo esperaba dormido, me pareció bastante acertado por su parte levantarse antes que sus anfitriones.
Le dimos los buenos días y yo me senté a su lado, y sin darme tiempo a siquiera comenzar, empezó hablando él.
—Les agradezco que me hayan dejado pasar la noche acá. Hicieron mucho más de lo que hubiese hecho cualquiera —empezó diciendo.
—Mira, Alejo, la cosa es que...
—Sí, ya sé. —me interrumpió— No pretendo ser ninguna molestia, pero si me dan tiempo hasta esta tarde, yo...
—Espera —esta vez lo interrumpí yo—. Puedes quedarte hasta que estés mejor, no estás en condiciones de irte a caminar la ciudad. Pero cuando te recuperes, te vas, ¿de acuerdo?. Hoy voy a hablar con un compañero que tiene unos pisos en alquiler, voy a ver si te puede hacer precio —finalicé ante la sorpresa de Rocío.
—¿En serio? —dijo el también sorprendido Alejo— ¿En serio no es ninguna molestia?
—Que no, tranquilo. Además, yo tengo que trabajar toda la semana y a Rocío le va a venir bien que alguien le eche una mano en casa.
—¡Gracias! ¡En serio! ¡Muchas gracias! ¡No sé cómo te lo voy a agradecer!
Ya no estaba tan chulo como la noche anterior, ahora parecía un tipo respetuoso y agradecido, ya no me daba tanto asco.
—Bueno, yo me voy a trabajar. Voy a tratar de volver temprano, cualquier cosa avio —dije mientras me dirigía hacia la puerta, pero Rocío se levantó de la silla de ruedas y se lanzó hacia mí, dándome un abrazo que casi me tira al suelo.
—¡Gracias, Benja! ¡Te amo con locura! —decía sin despegarse de mí.
—Yo también te amo, boba. ¡Y te dije que dejes de sobreesforzarte! —respondí riéndome— Bueno, Alejo, te la encargo. Por favor, cuida eso, que no se esfuerce demasiado...
—¡Entendido! —dijo casi militarmente.
Y, de esa manera, Alejo entró en nuestras vidas.
Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 18:00 PM - Rocío.
—¿Todavía te acuerdas de eso? Increíble.
—¿Cómo no me voy a acordar? Todavía tengo pesadillas con la paliza que me dio mi viejo.
—¡Lo peor es que al final descubrieron que no habías sido tú!
—¡Sí! ¡Pero la de lengua todavía se debe estar sacando el chicle del pelo!
—¡No volvió nunca más después de ese día!
Nos habíamos pasado la mañana riéndonos como tontos, estuvimos horas y horas hablando de los viejos tiempos, cada anécdota que recordábamos era un viaje instantáneo al pasado, a aquellos días en los que fuimos los mejores amigos.
No podía creer que estuviese hablando con Alejo tan familiarmente de nuevo, cuando perdí el contacto con él, creí que nunca más iba a volver a verlo.
Nos conocimos a los 12 años, cuando recién empezábamos la secundaria. Al principio yo era una niña muy tímida, venía de las afueras de la ciudad y no conocía a nadie, además, los chicos me daban mucho miedo y las chicas se reían de mí por eso, así que no tenía amigos, las primeras semanas fueron bastante duras para mí. No se podía llamar bullying lo que sufría, porque no era el blanco de las burlas de nadie, pero la realidad era que me hacían sentir bastante sola.
Todos los días durante el recreo, me sentaba en un banco del patio a comer mi almuerzo, siempre alejada de todo el mundo, pero un día apareció él...
"¿Por qué estás siempre sola?", fue lo primero que me dijo. Yo sabía quién era, sabía que era un chico argentino de mi clase, y era de los que más miedo me daba, porque era de los más problemáticos.
Esa vez no le di tiempo a que me preguntara nada más, salí corriendo y me encerré en el baño de chicas. En ese momento, di por hecho que el patio ya no era un lugar seguro. Pero a pesar de mi poco interés en socializar con él, siguió insistiendo, en cada intermedio de clases venía a mi mesa e intentaba entablar conversación conmigo, aunque mi respuesta era siempre la misma, el silencio, y si veía la oportunidad, salía corriendo para cualquier lado.
Poco a poco, fui cediendo ante su insistencia, al ver que no se rendía, empecé a responder a algunas de sus preguntas, todas las veces con monosílabos, eso sí, pero para él parecía ser suficiente, ya que se alejaba con una sonrisa de oreja a oreja cada vez que conseguía que yo le dijera algo.
Y así fue como empecé a hablar con Alejo, como mi vida de estudiante dio un giro radical, y como lentamente, pero a paso seguro, se fue convirtiendo en mi mejor amigo.
Las demás amistades fueron llegando solas. Como me veían tan comunicativa con Alejo, el resto de la clase también empezó a hablar conmigo, incluidas las chicas. No tardé mucho en convertirme en una persona más o menos 'popular'.
De esa manera empezó mi adolescencia. Alejo y yo nos hicimos íntimos, inseparables, no íbamos a ningún lado el uno sin el otro, y nos contábamos todo, era como mi alma gemela. Obviamente, también hacíamos cosas con otros chicos, pero nosotros dos éramos siempre el centro de todos los planes, los demás sabían que no podrían contar con uno si faltaba el otro, fue gracias a eso que nos ganamos el apodo de "La Parejita". Apodo que no tardó en llegar a oídos de mis padres...
"Mira, Rocío, a partir de ahora te vas a encontrar con otro tipo de jovencitos muy diferentes a los que había en primaria. Y esos jovencitos, por más buenos que parezcan por fuera, por más buenas intenciones que tú creas que tengan, sólo se van a acercar a ti por una cosa... Y tú ya sabes a lo que me refiero". Me dijo mi padre cuando terminé sexto de primaria.
Como ya he contado antes, mi educación fue bastante 'chapada a la antigua', mis padres no estaban dispuestos a permitir que ningún 'niñato degenerado' fuera a mancillar a su pequeña antes de tiempo. Por ese motivo, el verano antes de empezar la secundaria, fui, por decirlo de alguna forma, sometida a un entrenamiento mental intensivo anti-hombres. Y fue así como surgió mi miedo al género opuesto...
La operación 'a mi niña no' duró toda la secundaria, aunque cuando empecé a hacer amigos y a analizar a las personas por mi propia cuenta, dejé de hacer caso a las cosas que me decían. Igualmente, ellos nunca dejaron de aconsejarme, pero sí llegó un momento en el que dejaron de atosigarme, aunque eso fue sólo hasta que descubrieron la existencia de Alejo.
Sí, tardaron más o menos unos tres años en saber de él, pero no fue por mí, yo no quería que supieran que tenía un amigo íntimo, y me había cuidado mucho de no mencionarlo nunca. La culpa fue de Noelia, que una tarde me vio caminando con él de la mano por el parque, y enseguida fue a contárselo a mis padres. Ese día, me resumieron en tan solo una hora todo lo que habían intentado inculcarme a lo largo de toda mi vida.
Lo primero que hice fue aclarar que tan solo era un amigo y que no se preocuparan por nada, pero sirvió de muy poco, a partir de ese momento se pusieron alerta y toda la confianza que me tenían se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, también se acabaron mis días de libertad, los de salir por las tardes a donde quisiera, y mi toque de queda se redujo de las 9 de la noche a las 7 de la tarde.
"Rocío, yo soy hombre y sé de lo que te hablo. A esa edad nuestras hormonas están muy revolucionadas y sólo pensamos en el sexo, y ese amigo tuyo no es la excepción. Así que, por favor, ten mucho cuidado", fue lo último que me dijo mi padre esa noche. Yo entendía bien que lo decía por mi bien, pero no entraba en mi cabeza que Alejo pudiera ser de esa forma, yo sentía que podía confiar en él, que nunca intentaría sobrepasarse conmigo, Alejo era como ese hermano que nunca tuve.
—Che, Ro —preguntó sacándome de mi ensimismamiento—, ¿tu novio trabaja siempre hasta tan tarde?
—No siempre... Su horario oficial es de 8:00 AM a 4:00 PM, a veces cambia y lo hacen trabajar por la tarde, pero —hice un silencio—, esta semana pasaron muchas cosas en la empresa, y parece que los empleados van a tener que hacer más de una hora extra.
—¿Y eso está permitido? —preguntó extrañado.
—No sé si está permitido, pero los que quieren conservar su trabajo tienen que acatar las órdenes de arriba. Lamentablemente, es lo que hay.
—Uh, qué cagada... Me imagino que le deben pagar bastante bien para que aguante todo eso, ¿no?
—Sí, bueno, no nos falta de nada, pero para mí no compensa todo el tiempo que le saca.
Noelia me había contado todo lo que había pasado en el trabajo de Benjamín, desde el fracaso por culpa de la ausencia de mi novio, hasta las consecuencias que eso había traído, y que seguiría trayendo. Igual, no quise entrar en detalles con Alejo, no tenía muchas ganas de hablar del tema.
—¡En fin! ¿Me ayudas a hacer la cena? —dije.
—¿Ayudarte? Disculpame, nena, pero vas a ser vos la que me ayude a mí —decía mientras hacía que se sacudía polvo del hombro.
—¿Perdón? —dije sorprendida.
—Que te voy a mostrar que no estuve al pedo todos estos años. Vení, vamos a ver qué tenés en la despensa. —dijo mientras se levantaba con decisión y se frotaba las manos.
Me sorprendía cómo había cambiado Alejo, ya no sólo físicamente, sino también su manera de pensar. Toda su vida había dicho que las cosas de la casa no eran para él, que él era un espíritu libre y que en el futuro iba a pagarle a alguien para que hiciera esas cosas en su lugar. Pero nada más lejos de la realidad, esa noche, aquél chico que decía que la cocina era cosa de mujeres, hizo un 'Nam Tok' que cualquier chef profesional hubiese envidiado.
"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"
—¿Hola?
—Hola, Ro, ¿todo bien por ahí? —preguntó Benjamín.
—Sí, nene, todo bien. Te estamos esperando para cenar.
—Sí... sobre eso... vayan cenando ustedes, yo me voy a retrasar, no damos a basto por acá. Hasta Mauricio está corriendo de un lado para otro, así que imagínate... —dijo bastante resignado.
—No te preocupes, en serio —dije tratando de sonar comprensiva.
—¿Y tú qué tal? ¿Cómo va esa pierna?
—Me pica mucho —dije riéndome—, pero ya casi no siento dolor, ni siquiera cuando apoyo el pie.
—Eso es bueno, pero igual, sigue como hasta ahora, no hagas esfuerzos innecesarios, ¿vale?
—Que sí.
—Bueno, ¿y tu amigo?
—Ahí está. Le cuesta un poco caminar todavía, pero fuerzas no le faltan, si vieras la pedazo de cena que preparó.
—¿Hizo la cena? Mira tú qué bien, al menos está siendo de ayuda —decía mientras suspiraba, lo que me hizo creer que no se había ido del todo tranquilo esa mañana—. ¿Y Noelia? ¿Fue para allá?
—Estuve toda la tarde esperándola para tomar el té, pero no vino.
—Qué raro... Pero bueno, la pobre estuvo toda la semana con nosotros, también querrá hacer un poco su vida.
—Sí, eso mismo pensé, por eso no quise llamarla.
—Sí... En fin, te dejo, que me comen los papeles. Te amo, Ro.
—Yo también te amo, cuídate —me despedí antes de colgar.
Yo ya tenía asumido que los días venideros serían así, pero igualmente no pude evitar sentirme decepcionada. Lógicamente, no quise que Benjamín lo notara, así que traté de mantener la calma mientras hablaba con él.
Al que no había logrado engañar era a Alejo, mi cara me delataba.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—¿Eh? Sí, ¿por qué? —dije haciéndome la distraída.
—Y... tenés los ojos llenos de lágrimas, Rocío.
—No es nada, Ale... ¡Vamos a comer antes de que se enfríe!
No insistió más. Durante la cena se dedicó a intentar levantarme el ánimo, contándome anécdotas divertidas de sus viajes por Asia, y también recordando más momentos de nuestros días de secundaria.
—¿Te puedo preguntar algo? —dijo mientras fregaba los platos.
—¿El qué? —dije extrañada.
—¿Qué hacías ese día en la calle a las 11 de la noche con la tormenta que había?
La pregunta me cogió por sorpresa, no me acordaba que había hablado con él sobre el accidente por whatsapp. Esos días, yo estaba hecha un lío y me desahogaba con cualquiera con el que tuviera un poco de confianza. Me sentí como una idiota cuando lo recordé.
—Vos me contaste algo de una rabieta o algo así, pero no me dijiste nada más —prosiguió.
—Vamos a dejarlo así, Alejo, —dije intentando zanjar el asunto—. Ese accidente es algo que quiero olvidar rápido.
—Mi vieja siempre me decía una cosa —añadió—, "los errores del pasado es mejor recordarlos, para no volver a repetirlos".
—Me parece bien, pero yo no quiero recordarlos, ¿vale? —dije al borde del enfado— Además, no creo que sea de tu incumbencia.
—Perdón, me dejé llevar. Como que mi mente asimiló que estaba de nuevo en esos días en los que vos me contabas todo y yo te contaba todo. Disculpame.
No dije nada más, pero sus palabras me hicieron sentir mal. Él había estado tan amable todo el día y me había ayudado con todo, y a la primera que intentó tomar un poquito más de confianza, yo le paré el carro de esa manera.
"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"
—¿Benja?
—Hola, Ro, ¿cómo va todo?
—Bien, recién terminamos de cenar. Alejo está fregando los platos.
—Ah, qué bien...
—¿A qué hora vas a venir? Ya son casi las once.
—Llamaba para eso... Nos vamos a quedar toda la noche en la oficina, Ro...
—¿Cómo que toda la noche? —pregunté asustada.
—Creo que ya te contó tu hermana lo que pasó el fin de semana pasado... —dijo con todo el tacto posible— Y esto es sólo el principio...
—Es todo culpa mía, perdóname Benjamín, perdóname —dije mientras rompía a llorar.
—¡No! ¡No es tu culpa! ¡En serio! —dijo tratando de tranquilizarme— Me contaron que el inversor chino vino con muy poca predisposición, que aceptó negociar con nosotros porque le debía un favor al embajador. En serio, mi amor, tú no tienes la culpa de nada.
—¿Y entonces por qué los hacen quedarse toda la noche trabajando? —pregunté dubitativa.
—Ya sabes cómo son los de arriba, invirtieron mucho dinero en todo este asunto y ahora quieren recuperarlo cuanto antes, no les importa una mierda de nosotros.
—Deja ese trabajo, Benjamín, ya sé que no quieres que yo...
—Basta, Rocío, por favor —me interrumpió—. Te necesito a mi lado ahora más que nunca.
—Lo siento, es sólo que... Sabes que tienes mi apoyo... —dije ya un poco más calmada— ¿Mañana a qué hora tienes que entrar?
—A las tres de la tarde.
—¿A las tres? ¿Pero vas a venir a casa?
—Si terminamos antes de las seis, sí... Si no, Rabuffetti ya me dijo que puedo quedarme en su casa.
—Está bien, mi amor, no quiero molestarte más.
—Calculo que esta explotación no va a durar mucho más de dos semanas, chiquita. Vamos a superar esto juntos.
—Como siempre, Benja. Te amo.
—Yo también te amo, mi vida. Bueno, me tengo que ir, Mauricio está que trina con todo esto, no sé si va a aguantar hasta el final. Cualquier cosa que necesites llámame, en serio, si te empieza a doler la cabeza o la pierna, llámame, y si pasa cualquier otra cosa, llámame también.
—Está bien, no te preocupes, cualquier cosa yo te llamo. Buenas noches.
—Buenas noches...
Tras colgar, me llevé las manos a la cara y me puse a sollozar en silencio, otra vez volvía a tener un montón de cosas en la cabeza. La noche anterior creía tenerlo todo claro, pero al tener a Benjamín nuevamente lejos de mis brazos, todos los miedos y dudas volvieron a invadir mi corazón.
Quería dormir y no despertar hasta que todo hubiese pasado, así que, sin decir nada, me dispuse a irme a mi habitación. Pero entonces pasó algo que no me esperaba. Cuando me di la vuelta y arranqué hacia mi cuarto, Alejo se acercó por detrás y me dio un abrazo, rodeándome el cuello con ambos brazos y pegando su mejilla a la mía. Me sorprendió tanto que mi reacción fue la de sacármelo de encima como si fuera un bicho.
—¡¿Qué haces?! —exclamé con enfado.
—Pe-Perdoname... es sólo que...
—¿Es sólo que qué? ¿Qué pretendes?
—Lo siento... —dijo descolocado— Antes cuando estabas triste o tenías algún problema, mis abrazos te hacían sentir mejor, así que...
—Otra vez con eso... —lo interrumpí— ¡Éramos unos críos! ¡Esos días no van a volver, Alejo!
—Decí lo que quieras, pero a mí verte triste me sigue molestando lo mismo o más que hace diez años.
Otra vez había vuelto a contestarle mal ante un nuevo intento de él de acercarse un poco más a mí, pero no podía evitarlo, ya que en el fondo no terminaba de acostumbrarme al nuevo Alejo, pero no por él, sino porque no se parecía en nada al chico que había sido mi mejor amigo. El Alejo que yo conocía no tenía pendientes, ni los brazos llenos de tatuajes, ni tampoco esas pintas de macarra y tipo duro, parecía una persona completamente diferente. A pesar de que decidí abrirle las puertas de mi casa, me estaba costando demasiado asimilar que era realmente él.
—Lo siento, Ale —dije tratando de tranquilizarme—. No quiero que te sientas mal, pero, por favor, no vuelvas a hacer algo como eso.
—No te preocupes, ya entiendo cómo son las cosas —dijo mientras me miraba fijamente—. Yo creía que las cosas podían volver a ser como antes entre nosotros, no me refiero a ir caminando agarrados de la mano a todas partes, ni quedarnos abrazados durante horas en el parque, pero me imaginaba que un mínimo de confianza iba a haber. Pero veo que me equivoqué. Evidentemente, nuestra amistad no significó lo mismo para vos que lo que significó para mí.
—No es eso, Alejo, escúchame... —dije sin saber realmente lo que quería decirle.
—No, dejá. Vine a esta casa esperando encontrarme a la que fue mi mejor amiga durante toda mi adolescencia, pero me encontré con una persona completamente diferente. Te agradezco de corazón que vos y tu novio me hayan ayudado, pero mañana mismo me voy.
Luego de decir eso, se metió en el cuarto de baño y yo me quedé en el medio del pasillo con ganas de llorar. Sus palabras me habían afectado, sumado a que todavía tenía fresca la llamada de Benjamín, me sentía como una verdadera mierda, no hacía más que lastimar a los que me rodeaban.
No sabía qué hacer, porque aunque Alejo saliera del baño dispuesto a hablar, no iba a saber qué decirle, no quería mentirle diciéndole que todo iba a volver a ser como antes, porque yo no me sentía de esa forma, pero tampoco quería que pensara que para mí nuestra amistad no había significado nada.
Echa un mar de dudas, fui a mi habitación y me preparé para dormir, ya hablaría con Alejo al día siguiente. Me puse mi camisón favorito y me metí en la cama. Justo cuando empezaba a auto-arroparme, me acordé de las pastillas para dormir que me había recetado el médico. Me había dicho que era la forma más eficaz de combatir la incomodidad de la escayola. "Estúpida", pensé, la noche anterior me había costado horrores conciliar el sueño.
Me volví a meter en la silla de ruedas y fui al salón nuevamente. Me resultaba muy difícil manejar esa maldita silla, y ya había tenido suficiente ese día como para hacerme mala sangre con eso, así que a medio camino de mi objetivo, me levanté y recorrí el resto saltando en una pata.
Cuando por fin llegué, bañada en sudor y con un dolor punzante en el talón derecho, tomé la pastilla y me dejé caer sobre el sofá. Y mientras pensaba lo que le iba a decir a Alejo el día siguiente, me quedé dormida.
Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 01:20 AM - Alejo.
Llevaba como una hora en el baño pensando cuál sería mi siguiente movimiento. Estaba claro que retomar nuestra amistad tal cual había sido iba a ser imposible, Rocío no parecía confiar en mí y no tenía tiempo ni ganas de volverme a ganar su amistad con los viejos métodos. Además, me había hecho enojar de verdad, "¿Quién mierda se cree que es? Si si no fuera por mí ahora estaría en un convento de monjas con un cincurón de castidad", pensaba para mis adentros. Pero no quería perder la calma, no tenía ningún otro lugar al que ir, no me podía dar el lujo de perder ese techo.
El discursito que le acababa de soltar en el salón había estado muy bien, el camino de la lástima parecía que podía darme resultados, así que empecé a maquinar jugadas basándome en ese 'estilo de juego'.
Pero ya era muy tarde para volver a atacar, al día siguiente seguiría trabajándomela. Así que después de una hora encerrado en el baño, salí con la única idea de acostarme en el sofá y dormir lo que me dejaran mis anfitriones. Preparar la cena me había destrozado, permanecer más de diez minutos seguidos de pie era una tortura para mi cuerpo lastimado.
Pero cuál fue mi sorpresa al llegar a mi cama improvisada, Rocío estaba acostada en ella y vestida con el mismo camisón que tan dura me la había puesto la noche anterior.
"Qué preciosidad de mujer, por el amor de dios...". Se me hacía agua la boca al verla en esa posición y vestida de esa forma.
—Rocío —le dije en voz baja—. Che, Rocío, andate a tu cama.
Pero no me contestó, estaba profundamente dormida. Hice algunos movimientos bruscos a ver si reaccionaba, pero nada, ya estaría deambulando por el séptimo sueño.
Entonces me di cuenta de algo, sobre la mesita de café, al lado de un vaso vacío, había una cajita de pastillas que decía en letras grandes y rojas: 'Dormimax'. Hablando en plata, pastillas para dormir.
Me pasaron varias ideas hermosas por la cabeza, pero hice una lista rápida de pros y de contras, y estos últimos le ganaron fácil a los primeros, tenía claro que no podía permitirme arriesgar mi alojamiento gratuito por una tanda de manoseo no consentido. Además, no era mi estilo.
Así que no lo pensé más, me agaché, pasé una mano por atrás de sus rodillas y otra por atrás de su espalda, y la levanté para llevarla a su habitación.
Pero no pude dar ni medio paso, antes de darme cuenta, me había rodeado el cuello con ambas manos, y de pronto empezó a tirar de mí. Ese movimiento repentino hizo que perdiera el equilibrio, y terminé cayendo de espaldas en el sofá, con ella encima mío.
Me había caído con todo su peso sobre la zona donde más patadas me había dado el pelado hijo de puta ese, el dolor fue espantoso, pensé que me moría. Ella, sin embargo, todavía seguía agarrada a mi cuello, pero seguía dormida. Todo eso lo había hecho inconscientemente.
Intenté incorporarme, pero me dolía demasiado el cuerpo. No sabía qué carajo hacer, porque si intentaba despertarla, cosa que parecía improbable que pudiera conseguir, se iba a enojar al vernos en esa posición, aunque tampoco quería tirarla al suelo, no soy tan animal.
Mientras pensaba cómo salir de aquella, ella empezó a acercar poco a poco su cara a la mía, y también notaba como su cuerpo se apretaba cada vez más contra el mío. Parecía una prueba del infierno, yo no quería hacerle nada, pero la situación me invitaba a aprovecharme de ella.
De pronto, empezó a restregar su cara contra mi cuello y a acariciar mi pelo. No eran besos lo que me daba, pero el roce de su nariz y de sus labios contra mi piel, provocaron que mi 'amigo' se empezara a despertar. No era normal en mí calentarme con tan poca cosa, pero, al parecer, eran los efectos que provocaba la fruta prohibida que tenía ante mí, la misma fruta que tantas veces me había sido negada.
Así que no lo pude evitar, liberé mi brazo derecho de entre los dos cuerpos, y lo puse sobre su espalda. Lentamente, con mucho cuidado para que no se despertara, empecé a descender sobre su reverso. Ella seguía acariciándome el pelo y bañando mi cuello con su tibio aliento, lo que provocaba que lentamente mi miembro viril se fuera despertando de su letargo.
Y llegó el momento en el que no pude aguante más y decidí dejar de retrasar lo inevitable. Deslicé mi mano derecha directamente hasta su culito, y con la mano izquierda agarré su teta derecha, todo esto mientras hacía que nuestros cuerpos se restregaran rírtmicamente el uno con el otro. Qué culito que tenía, santo cielo, grande, sin llegar a ser gordo, ni mucho menos, y duro como una piedra, nunca antes había tenido entre mis manos un pavito de ese nivel. Con la otra mano, me deleitaba con sus dos grandes tetas, encima me había hecho el favor de quitarse el sujetador, estaba en el cielo y nadie me había avisado.
Entonces me incorporé, soportando el dolor infernal que eso traía a mi torso, y la acosté boca arriba sobre el sofá. Le bajé los tirante del camisón, y me lancé como un oso hambriento a engullir ese monumental par de tetas. Parecía poseído, lengüeteaba sus pezones como si no hubiera un mañana y estrujaba esos pechos sin medir mi fuerza, mientras ella emitía unos gemidos casi inaudibles. No me importa ya nada, estaba lanzado, sabía que ya no había vuelta atrás, tenía que aprovechar ese momento todo lo que pudiera. Ahí me levanté, desabroché mi cinturón, me bajé los pantalones, y finalmente liberé al Krakken. 22 centímetros de tranca salieron disparados de mi entrepierna, listos y preparados para servir a su amo.
No quería perder ni un segundo, pasé una pierna por encima de su cuerpo, y me senté sobre su vientre, acto seguido, coloqué mi pene entre sus dos montañas, y sujetándolas con ambas manos por los costados para que su 'huesped' no pudiera escaparse, empecé a bombear a gran velocidad.
Fueron diez largos minutos los que estuve jugando con sus tetas, pero todavía no estaba ni cerca de acabar. Ella no daba señales de que fuera a despertarse aún, y todavía me quedaban zonas de ese cuerpo que todavía no había explorado, como sus partes nobles, por ejemplo. Me bajé de su pancita, me acomodé delante de ella, y retiré su bombachita, y, sin más, separé sus piernas. Ahí, por fin, tenía ante mí la conchita que hacía mucho anhelaba conocer.
Fui con mucho cuidado, con mucha delicadeza, quería recrearme en el momento, quería que quedara en mi memoria para siempre. No utilicé las manos, acerqué mi nariz muy despacio y la posé entre sus labios vaginales, para después inhalar y llevarme conmigo el hermoso aroma que desprendía, fue un momento glorioso. Pero los momentos dulces no duran para siempre, inmediatamente pelé la lengua, y empecé a comerme ese coñito como nunca antes me había comido uno. Lamí cada rincón de esa cavidad, no dejé ni una sola esquina sin revisar. Me entretuve un largo rato en su clítoris, lo sorbí con fuerza y le di pequeños mordisquitos, mi objetivo en ese momento era que llegara al climax. Ella, mientras tanto, se retorcía y gemía de placer, me daba igual si se despertaba, así que aumenté más, si se podía, el ritmo de mis lamidas, también me ayudé con un par de dedos, primero el mayor, y después el anular. No aguantó mucho de esa manera, sin esperármelo, me inundó la boca con sus jugos de placer, su cuerpo de arqueó y un breve y casi insonoro gritito salió de su boca. Le había dado un orgasmo como seguro nunca se lo había dado el anormal de su novio, podía saber por la sonrisa de su cara.
No me había podido controlar, tenía que haber esperado a correrme yo antes de que lo hiciera ella, ahora todo su cuerpo estaba sensibilizado y cualquier roce mal dado podía provocar que se despertara. Así que hasta ahí había llegado mi 'nochecita romántica'.
La acomodé en el sofá, y me puse a asearla con unas toallitas húmedas que había encontrado en el baño, no quería que quedara ni un solo rastro de mi saliva en su cuerpo, ni tampoco de sus propios fluidos, no podían quedar pistas sobre lo que había pasado esa noche.
Una vez asegurado eso, la vestí rápido y la llevé a su cama, esa vez, procurando que ningún movimiento en falso provocara mi caída.
Cuando aseguré todo el escenario, me encerré en el baño, y me dispuse a terminar lo que no había podido minutos atrás, if you know what I mean...
Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 06:20 AM - Benjamín.
—Me cago en mi vida.