Las decisiones de Rocío - Parte 19.

"El hombre que quisiera pasar las noches a mi lado iba a tener que aprender a satisfacerme como mi cuerpo me lo pedía. Y si no... bueno, y si no, la responsable de las consecuencias no iba ser yo".

Martes, 14 de octubre del 2014 - 00:02 hs. - Noelia.

—¿Noe? ¿Benjamín? ¿Qué está pasando aquí?

Rocío abrió la puerta su casa, encontrándonos a Benjamín y a mí en pleno forcejeo. Nos miraba desconcertada, sin saber muy bien qué pensar o decir. Yo seguía tirando de la manga de su novio, mirándolo intranquila, y él se resistía. Pero debo decir que, a pesar de lo incómodo de la escena, el alma me volvió al cuerpo al verla.

—¿Me va a contestar alguien o...?

—Pues no lo sé, Ro... Noelia me dijo de pronto que no quería que entrase en casa y... aquí estamos —respondió Benjamín, dejándome en evidencia el muy imbécil.

—¿Noe...? —dijo entonces Rocío, dedicándome una mirada confusa.

¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo mejor? Ya "los secretos" de mi hermana estaban a salvo y, por ende, su relación con Benjamín. Sin embargo, no me parecía correcto dejarla irse de rositas. Rocío estaba siendo una perra asquerosa, y sentía que era responsabilidad mía hacérselo saber, así como también lo era el hacer que terminara con esa locura de una vez por todas.

—¿Qué pasa? —dije al fin—. Quería que Benjamín viniera a casa un rato para hacerme un poco de compañía, ¿no puedo?

—Pero tú dijiste que... —intentó decir él, pero yo fui más rápida.

—Que no quería que fueras a tu casa justamente porque quería que vinieras a la mía. Y ya te vale, Benjamín, que tal y como lo dices das a entender cualquier cosa.

—Es muy tarde, Noelia, y Benjamín recién viene de trabajar, ¿no puedes esperar hasta mañana? —intervino mi hermana, demasiado seria para ser ella.

—Verás, bonita, hace días que te estoy diciendo de quedar tú y yo porque quiero pasar tiempo contigo, pero pasas de mí como de la mierda... A saber por qué razón —dije, elevando un poco el tono de voz en la última frase.

—No tengo ganas de discutir ahora... Vamos, Benja —respondió, llevándose a mi cuñado de la mano. La cerda hipócrita...

—Lo siento, Noe... —dijo él— Si encuentro un hueco, mañana te pego una visita, ¿ok?

—Sí, cariño, no te preocupes —le sonreí.

Benjamín me devolvió la sonrisa y luego se metió en la casa, dándole antes un besito en los morros a la guarra de mi hermana. Había muchas cosas en la vida que a mí me molestan, pero nada como el engaño descarado.

—Hasta mañana —se despidió Rocío.

—Espera —me adelanté antes de que cerrara la puerta.

—¿Qué quieres? Noe, te juro que esta semana me paso por tu...

—Te estoy vigilando, Rocío.

—¿Eh?

Dicho eso, me di la vuelta y entré en mi casa. No sabía si había dejado claras mis intenciones, pero la conocía lo suficientemente bien como para estar segura de que, al menos, se había quedado intranquila.

—Y esto recién empieza.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 00:25 hs. - Rocío.

—¿Estás bien? —preguntó Benjamín desde la puerta de la habitación.

—Sí, ¿por?

—No sé... Te noto decaída.

—¿En serio? Pues no, estoy bien.

—Me voy a dar una ducha. ¿Me esperas despierta?

—Lo intentaré —le sonreí, finalmente.

Benjamín tenía motivos para preguntarme aquello, pues mi cara no era la mejor. Las últimas palabras de Noelia todavía me tenían atontada. ¿Qué quería decir exactamente con que me estaba "vigilando"? En cualquier otro momento lo hubiese entendido como un simple gesto de preocupación, algo muy habitual en ella... Pero, esta vez, me daba la sensación de que quería darme a entender algo...

«¿Será qué...?»

Podía ser, tranquilamente podía ser eso; aunque también podía ser que no... No iba a sacar conclusiones hasta no estar completamente segura. Pero... ¿y si sí? Más allá de nuestros últimos encuentros, yo todavía confiaba ciegamente en Noelia. Y la conocía mejor aún; ella estaba encantada con Benjamín y tenía plena seguridad de que nunca iba a hacer nada para poner en peligro mi relación con él.

«Pero... ¿y si sí?»

Y de pronto me iluminé, sentí que ese era el momento adecuado. No estaba segura de si Noelia lo sabía o no, pero había demasiadas cosas en juego como para no jugármela.

—¡Vaya baño! No sabes cómo lo necesitaba... —dijo Benjamín, entrando por la puerta, a los gritos, quince minutos después—. ¿Rocío? ¿Estás ahí?

—Sí... Ven...

—No veo nada... Enciende la luz de tu lado, que...

—No, ven aquí...

Antes de meterme en la cama, apagué la luz y me aseguré de que no pudiera encenderla de nuevo, utilizando el interruptor de mi lado de la cama. Me tapé hasta el cuello y lo esperé con una sorpresita debajo...

—¿Ro? —volvió a llamarme, mientras se metía debajo del cubrecama.

—Abrázame...

Con mucho cuidado, y mayor lentitud, Benjamín se fue acercando a mí hasta pegar su cuerpo contra el mío. Nada había cambiado en su forma de proceder; sus movimientos seguían siendo suaves y comedidos, como si estuviera tratando con algo que en cualquier momento se podía romper. Hacía unos meses lo hubiese soportado, porque yo también pensaba como él; pero mis preferencias habían cambiado de una forma... digamos radical.

—No tengas miedo... Abrázame de una vez —sentencié, tratando de no parecer muy severa.

Se quedó quieto unos segundos, tragó saliva y se acurrucó detrás de mí, pegado a mi espalda. Esas actitudes suyas hacían que me enterneciera, ese sentimiento al que nunca le había hecho ascos; pero yo ya no quería sentirme así... Esas reacciones las podía esperar de Guillermo, pero Benjamín ya tenía demasiada experiencia como para dudar tanto. Sea como fuere, me resigné, y entendí que iba a recaer en mí la tarea de convertir a mi novio en un hombre de verdad.

—Tócame... —dije de pronto, intentando sonar lo más insinuante posible.

Respiró profundamente, volvió a tragar saliva de forma escandalosa, y llevó una mano al pecho que tenía más cerca. Lo apretó, lo acarició, lo mimó... sin atreverse a hacer nada más. Seguía inquieto, temeroso, lo podía notar sin siquiera mirarlo. Tenía la cara pegada a mi cuello, pero no me besaba, ni me acariciaba con la nariz, ni nada que pudiera hacer despertar mis sentidos... La situación era un tanto frustrante.

—Creí que estabas enfadada conmigo... —dijo entonces, dejando de mover su mano al mismo tiempo.

—¿Eh? ¿Por qué? —pregunté.

—Por todo lo de esta mañana... Te hice pasar vergüenza delante de tu amigo y, después, para una vez que puedo almorzar contigo, voy y te dejo tirada por hablar con mi jefe... Soy un caso perdido... No sé ni cómo me aguantas...

No me lo esperé nunca... De estar al borde del enfado, casi me pongo a llorar de la tristeza. Una vez más, como ya era costumbre, con tan sólo unas cuantas palabras, Benjamín consiguió que me sintiera como la peor de las personas. Yo me había pasado el día al borde de asumir que estaba viviendo con un pobre diablo, y él no había dejado de pensar en si yo estaba enfadada o no por algo a lo que no le había dado siquiera importancia.

—No tengo arreglo...

Ya no me importaba nada. Me di la vuelta y le comí la boca como nunca lo había hecho. Imprimí en ese beso todo lo que había aprendido en esas últimas semanas y me apretujé contra él como si mi única intención fuera fusionar nuestros cuerpos. Él intentó hablar, pero yo no le iba a dar tregua. Cuando retiré mi lengua de su boca, empujé su cuerpo hacia el lado opuesto en el que estaba, metí la mano dentro de su calzoncillo y, sin mediar palabra, liberé a ese viejo conocido que hacía tanto tiempo no veía. Su mirada era un poema, un poema que se convirtió en Premio Nobel cuando me incliné y me la metí en la boca.

—R-Ro... No tienes que hacer es... —dijo, entre sorprendido y asustado.

—Cierra la boca —respondí yo, tajante.

Por alguna razón todavía no la tenía dura, pero no tardé demasiado en conseguir que renaciera. Cuando ya estaba en su plena viveza, me quité el sujetador y le hice su primera "turca", que era como le gustaba llamarlo a Alejo.

—R-Rocío...

Estaba sudando como un cerdo, y lo estaba disfrutando, vaya que sí. Pero no quería que se notara, era evidente. ¿Por qué? Porque pensaba que yo estaba haciendo todo eso en contra de mi voluntad. Lo conocía como si lo hubiese parido... Además de que nunca había hecho nada parecido con él, se pensaba que yo, llevada por la culpa de haberlo tratado mal por la mañana, ahora me estaba forzando a mí misma. Y volví a pasar de la tristeza a la irritación total en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Tanta pena te doy? —le dije— Entonces toma, cómemelo todo.

Dicho eso, de un salto me coloqué sobre su torso e, inmediatamente, me arrastré sobre él hasta dejar mi trasero a la altura de su cara. Era una irresponsabilidad total, pero me daba completamente igual. El semen de Alejo todavía estaba dentro mío, y lo más probable era que cayera a la boca de Benjamín. Pero no, me daba completamente igual. Necesitaba hacerle sentir el rigor, necesitaba presentarme como la hembra que no iba a andarse con chiquitas nunca más. Además, contaba con que no conociera el sabor de mi coño, teniendo en cuenta de que nunca me había practicado sexo oral.

—¡Venga! ¡Mete bien la lengua! ¿O tampoco sabes hacer eso? —le grité.

No sabía si estaba intentando hablar o si de verdad quería satisfacerme, pero tomé eso como una señal de que podía continuar con lo mío. Me acomodé sobre su cuerpo, de forma que pude volver a agacharme, y seguí chupándole el pene.

—Nunca te había visto así, bebé... Mira como la tienes... —dije yo, embelesada.

Era cierto, nunca se la había visto así de grande e hinchada. Si bien no alcanzaba el tamaño de la de Alejo, sabía que ese falo iba a ser capaz de proporcionarme un placer parecido al de mi amante.

—Vas aprendiendo... Sí... ¡Así se hace! —vociferé, mientras revolvía mi culito sobre su boca.

Y entonces sucedió. Benjamín decidió despertar de su letargo y clavó sus dos manos en mis nalgas mientras hundía la punta de su nariz en las profundidades de mi vagina. La presión de su boca en mi entrepierna me hizo perder el equilibrio y casi me caigo de costado, pero él se encargó de mantenerme encima suyo abrazándome por mis muslos y sin dejar de mover su lengua dentro de mí.

—¡Sí! ¡Sí! Benja... ¡Síííí!

No pude más; solté su pene y me erguí sobre su pecho para deleitarme con la maravillosa comida de coño que me estaba regalando. El sonido del golpear de su lengua contra mi encharcado orificio ya había inundado la habitación y no se podía escuchar nada más. Y yo ya quería mi premio. Por eso, como si de una danza erótica se tratara, comencé a menear mi cadera sin preocuparme en ningún momento de si iba a ser capaz de cargar con todo mi peso o no. Pero sí, sí que iba a poder... Mi novio no era ningún mindundi y estaba más que dispuesto a demostrármelo. Y me sentí feliz por ello, me sentí feliz al descubrir, una vez más, que mis preocupaciones se iban a quedar en sólo eso... en meras preocupaciones.

—Ya casi, Benja... Ya ca... ya casi, mi amor... ¡Sigue así!

Benjamín se incorporó en la cama y, con una fuerza sorprendente y sin separar su cara de mi entrepierna, logró que me colocara en cuclillas sobre la cama. Y entonces me corrí... No aguante más y, como si fuera una perra en esa posición, me vine como tal... No escondí mis gritos, no escondí mis gemidos; me daba absolutamente igual quien pudiera escucharnos, exploté por el coño, y por la boca, a manos de la persona que más amaba en el mundo. Mi novio había dicho presente y yo no podía estar más agradecida.

Caí a un costado y creí que nunca más iba a volver a moverme. Benjamín también respiraba agitado en un costado. No podía verle la cara, pero estaba segura de que su rostro debía destilar la misma relajación que el mío.

—Ro... yo... —dijo, aproximadamente diez minutos después—. Eres increíble...

Sacando fuerzas de no sé dónde, me giré y volví a besarlo. Lo amaba con todas mis fuerzas, más que nunca en ese instante, e iba a premiarlo... Vaya que si iba a premiarlo. Y, al mismo tiempo, iba a suprimir absolutamente cualquier posibilidad de que Noelia pudiera ponerlo en mi contra.

Verificando que todavía la tenía en posición de guerra, me monté sobre él, y comencé a clavármela hasta el fondo.

—Y ahora me vas a follar... —le ordené— Y me vas a follar bien follada.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 12:05 hs. - Alejo.

—¿Me pasas la sal, princesa?

—Sí, bebito mío.

—Eres un cielo, te amo mucho.

—Y yo a ti, corazón.

De no ser porque estaba a, creía yo, unos cuantos trabajos de terminar de pagar mi deuda con Amatista, no hubiese dudado en salir afuera y tirarme por el balcón a lo Félix Baumgartner. Esos dos llevaban toda la mañana en ese plan y no tenía ni la más puta idea de por qué. Hacía tan sólo 24 horas parecía que estaban a punto de romper, y ahora estaban más cariñosos que Batman y Robin.

Terminamos de almorzar y nos quedamos un rato conversando los tres. Benjamín y yo ya teníamos un poco más de confianza, y ya nos salía natural hablar de algunos temas sin que tuviera que intervenir Rocío. Ella, mientras tanto, nos observaba contenta desde su lado de la mesa. Visto de esa manera parecíamos tres amigos de toda la vida compartiendo piso. Pero... lamentablemente yo no había ido ahí para hacer amigos.

—Ya vengo —dije, pellizcando a Rocío por debajo de la mesa para llamar su atención.

—Vale... —respondió ella.

Luego de que Benjamín levantara el pulgar, me puse de pie y me fui para el baño. Me senté en el inodoro y me quedé esperando pacientemente. A los cinco minutos apareció.

—¿Qué quieres? Benjamín cree que estoy en la habitación. Date prisa.

—Vení para acá.

Pasé la traba de la puerta y, agarrándola por la cintura, la empujé contra la pared y le cerré el pico de un beso antes de que tuviera la oportunidad de quejarse. Ese conjuntito  ajustado que tenía puesto me había tenido loco toda la mañana.

—No doy más...

Cuando me separé de ella, la dejé completamente sofocada y sin poder decir nada. Inmediatamente le di la vuelta, le levanté el vestido y me puse a frotar mi verga contra su colita mientras le pasaba las manos por todo el contorno de su cuerpo.

—Podrías esperarte un poco... Benjamín se va en nada y... —dijo al fin, después de recuperar un poco el aliento.

—Ya te dije que no es lo mismo... —suspiré yo, despegando unos segundos mi boca de su cuello.

—Estás enfermo.

—Sos vos la que me vuelve loco... —le susurré al oído, al mismo tiempo que le acariciaba la conchita por encima de la tela de su tanguita.

—Detente... por favor...

—¿Por qué estás tan cariñosa con Benjamín hoy? —le pregunté, haciendo presión con el dedo mayor a la altura de su clítoris.

—No... Ah... —suspiró—. No es asunto tuyo...

—¿No es asunto mío? Mirá vos... —le contesté, a la vez que dibujaba circulitos sobre su puntito más sensible con la punta de mi dedo—. ¿Qué pasó anoche?

—Déjame ir... Se va a preguntar... en dónde e-estoy y...

—Contestame —insistí, haciendo más presión, esta vez ayudándome del dedo índice.

—Ah... ¿Por qué... quieres saberlo?

—Porque quiero saber si otro tipo se está cogiendo a mi hembra...

—Y-Yo no soy tu hembra...

—¿Qué? —la volví a testear, moviendo a un lado la tela de su tanguita y tocándo su piel directamente. A partir de ahí no volvió a abrir los ojos.

—N-No soy tu hembra, pesado...

—¿No? ¿Y de quién sos la hembra?

—De nadie... No soy la hembra de nadie...

—¿Te cogió? —volví a preguntarle. Y coloqué ya mi dedo mayor en la entrada de su conchita.

—No es asunto tuyo...

—¿Te hizo esto que te estoy haciendo yo ahora?

—Ah... —suspiró.

—Contestame —insistí. El primer dedo ya estaba dentro.

—No quiero...

—Contestame —repetí. El segundo entró con la misma facilidad.

—No...

—¿Te gustan los deditos?

—No... Quítamelos...

—Estás muy rebelde hoy... ¿Capaz voy a tener que castigarte? —le volví a susurrar al oído, justo antes de empezar un suave mete y saca.

—Luego... Cuando se vaya Benjamín...

—Sí, te voy a dar lo tuyo todo el día... Pero ahora también.

—¡No! —exclamó de pronto—. Sigue con los dedos, por favor... —pidió, levantando ella sola el culito para facilitarme la tarea.

—¿Eh? ¿Te gustan los deditos entonces?

—Sí... Me gustan...

—Pero yo quiero meterte otra cosa... —la probé de nuevo, y aumenté la velocidad de la penetración.

—Ah... No... Más tarde... Ahora no... —continuó gimiendo.

—Mmm... Está bien... Pero con una condición.

—¿C-Cuál?

—Que me cuentes qué pasó anoche con Benjamín...

—Qué pesado estás con eso... ¿Si te lo digo me dejarás ir?

—Tal vez...

—No... Prométemelo.

—¿Segura? ¿Querés que te lo prometa? —pregunté. Ya el chapoteo era peligrosamente sonoro.

—Sí... Pero cuando termines con los dedos...

—¿Qué? —me hice el sorprendido— ¿Cuando termine qué?

—De masturbarme...

—"De pajearme" quiero que digas.

—De pajearme...

—Está bien, te lo prometo. Contame qué hicieron...

—Follamos...

—¿Sí? ¿Y te parece bien ponerme los cuernos así?

—Y-Yo no te puse nada... Tú no eres mi novio...

—¿Y te gustó? ¿Coge bien tu noviecito?

—Sí...

—¿Mejor que yo?

—... —dudó. Le sonreí.

—¿Mejor que yo o no?

—Son dif-diferentes... ¡Ayy!

—¿Diferentes? Mirá vos... Pero uno te tiene que gustar más...

—Él... Él me gusta más...

—¿Sí? Me partís el alma... Yo pensaba que nadie te cogía como yo... —me hice el ofendido, a la vez que volvía a acelerar el movimiento de mis dedos en su interior.

—¡Ahhh! —volvió a jadear—. Pues no... Él es mejor que tú...

—Entonces supongo que no me necesitás más.

—Puede...

—¿En serio? Está bien.

—¿Qué haces?

Dejé de pajearla de golpe, quería torturarla. Era obvio que se estaba haciendo la mujer fuerte e independiente; pero yo iba a quebrarla. Ese era mi objetivo principal: hacerla plenamente dependiente de mí.

—Me voy a la mierda.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, todavía apoyada en la puerta y tratando de recuperar el aliento.

—Dijiste que ya no me necesitás más.

—Yo no dije eso...

—Sí que lo dijiste.

—No... Sigue... —dijo ella, mirándome expectante, casi en tono de súplica.

—Me duele que me digas eso...

—Pues... Pues... —dudó de nuevo—. Igual... Igual no es tan así...

—¿El qué?

—Que... —bajó el tono de voz—. Que... tú también eres muy bueno...

—Oh... ¿En serio? —me sorprendí falsamente. Ahí inicié de nuevo el jugueteo en su conchita.

—Sí...

—¿Entonces querés que te siga cogiendo?

—...

—¿Sí o no?

—¿Rocío? ¿Estás ahí?

Justo cuando mejor se estaba poniendo la cosa, apareció el boludo. Quizás fue culpa mía por jugar demasiado con ella y no ir directamente al grano, pero en ningún momento pensé que el tipo pudiera venir a jodernos. Lo peor fue que su voz despertó a Rocío y esta se alejó de mí sin dejarme hacer nada más.

—Ya salgo —gritó a los pocos segundos, el tiempo que tardó en recomponerse.

—¡Ah, no! ¡Sólo quería saber cómo estabas! Es que como no te vi por ningún lado... Tómate tu tiempo, bebé.

Cuando el cornudo se alejó, intenté acercarme a ella de nuevo, pero me sacó cagando. A partir de ahí, me resigné y me quedé en el molde hasta que, dos minutos después, salió del baño. Me quedé solo, con cara de pelotudo y con un calentón de la grandísima puta.

Salí cuando creí que ya no había nadie cerca y me metí en mi cuarto ya sin escalas.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 21:05 hs. - Benjamín.

—Oye... Oye... ¡Oye!

—¿Q-Qué? ¿Qué pasa?

—¿Estás bien?

Como pude, abrí los ojos y lo primero que vi fue una carita angelical muy cerca de mi rostro observándome con cierta preocupación. Me había quedado dormido en el segundo descanso del día y la mismísima Clara era la que me estaba despertando.

—¡Dios! ¿Llevo mucho tiempo dormido? ¡Mierda! ¡Los papeles! Tengo que...

—Espera, calma —rio la muchacha—. Recién está terminando el segundo descanso. No llevarás dormido ni media hora.

—Ah... Perdona, es que anoche casi ni pude dormir...

Y no, si aquella noche había dormido cuatro horas ya me parecía demasiado. Y todo por culpa de esa amazona que había secuestrado el cuerpo de Rocío y me había forzado a hacerle cosas que, hasta la fecha, sólo había tenido la oportunidad de visualizarlas en mis sueños. ¡Vaya noche! ¡Vaya... polvos! ¿La abstinencia? ¿El tiempo que llevábamos sin amarnos? ¿Toda la tensión que se había creado entre nosotros transformada en pasión? Ni puta idea, lo único que sabía era que Rocío me había dado la mejor sesión sexual de mi puñetera vida y mi cuerpo todavía estaba sintiendo los efectos secundarios.

—No te preocupes... A veces este trabajo resulta agotador.

Estaba tan entumecido que ni me di cuenta de que estaba hablando normalmente con Clara. ¡Si hasta me había sonreído! Otra más que había pegado un cambio considerable en cuestión de días. No iba a ser yo el que cuestionara su nueva actitud, pero sí que me resultaba, cuando menos, raro.

—Me tomé la libertad de terminar algunas cosas por ti... Hice una copia de seguridad por si quieres rehacerlo todo tú solo, pero me harías un favor si al menos te tomaras la molestia de revisar lo mío... —dijo, juntando los dedos, con cierta timidez en el rostro.

—Claro, sin problemas.

No me tomó ni un minuto darme cuenta de que todo estaba en orden. Barrientos tenía razón, la chica era buena y aprendía demasiado rápido para la edad que tenía. Y yo que me alegraba, porque no estaba en esos días para lidiar también con una "aprendiz" inútil.

—Pues... ¿qué quieres que te diga? Está todo perfecto —le comenté, sacándole otra amplia sonrisa—. A ver si bajas un poco el ritmo, no vaya a ser que el jefe me ponga a mí a aprender de ti.

—¡No! ¡Calla, calla! —volvió a reír, confirmándome así su cambio total de actitud hacia mí.

—Tú ríete, pero Barrientos te tiene en muy alta estima. Un día de estos entro aquí y me encuentro tu nombre escrito en el cuadrito de la mesa.

—¿Tú crees? Bueno, al menos tendrías la garantía de que nunca te encontrarías a tu jefa dormida en el trabajo —contraatacó, hombreando levemente y giñándome un ojo con esa picardía que hacía mucho tiempo no veía en ella.

—¡Vaya! ¿Te levantaste peleona hoy? ¡A ver si voy a tener que ponerme serio para que sepas quién manda aquí!

—¡A ver si es verdad! Porque estoy sintiendo que ya necesito clases un poco más avanzadas... —continuó, sin bajar ese nivel de coquetería que le salía de forma natural.

—¿Ah, sí? ¡Te vas a cagar lo que queda de semana! —la desafié.

—Te espero ansiosa —cerró, con una mirada llena de seguridad.

No pude evitar quedarme observándola con una sonrisa cargada de nostalgia. No parecía que sólo hubiera pasado una semana desde que ella decidió no relacionarse más conmigo... Y noté que ella estaba sintiendo lo mismo que yo. Pero, en fin, las cosas terminan cayéndose por su propio peso y el momento se rompió cuando ambos nos dimos cuenta de lo rara que se había puesto la cosa. Con la cara como un tomate, cosa poco común en ella, se disculpó con una excusa boba y se alejó todo lo que pudo de mí.

—¿Puedes venir un momento? —dijo, de pronto, una voz detrás de mí.

Miré para atrás con las cejas arqueadas y asentí. Clara ya había adelantado mucho trabajo y me podía permitir tomarme unos minutos más de descanso.

—¿Qué pasa?

—Que estoy preocupada... —dijo Lulú.

—¿Por qué? ¿Qué pasó ahora?

—¡Que el tío este cada vez va más a saco! —respondió, dando golpes al aire con ambos puños cerrados y apretando los dientes para que no se la oyera.

—¿Cómo que más a saco? ¿Te hizo algo? Porque si es así yo...

—¡Que no! —me interrumpió—. No me ha hecho nada, pero cada vez es más insistente...

—Coño, ¿insistente cómo? Que tan pesado no puede ser...

—¡Que sí lo es! —volvió a levantar la voz, conteniéndose nuevamente—. Cada vez que tiene la oportunidad de tocarme, me toca, ¿lo pillas? Una caricia en el hombro, una caricia en la mano, un abracito por detrás... ¡Es insoportable!

—Vale, vale, lo pillo. ¿Quieres que hable con él?

—No creo que sirva de mucho... Además, ¿no te pidió que lo ayudes conmigo? Si es que vaya marrón...

—Sí, un marrón en el que te metiste tú sola. ¿Para qué le dices que lo estás dejando con tu marido? Es como decirle "ataca".

—¿Otra vez con eso? ¡Que se me escapó sin querer! Eso me pasa por ser extrovertida. ¡Como sea! Eso no es importante ahora.

—Pues... si no quieres que hable con él, no sé qué más puedo hacer yo.

—De momento no necesito que hagas nada, sólo quería desahogarme un poco. Cuando te vaya a necesitar de verdad, te lo haré saber, tú no te preocupes.

—¡Lu! ¡Venga, que nos llama el jefe! —gritó Romina desde la distancia.

—Gracias por escucharme, Benja... Eres un sol.

—Sí, soy un sol, pero me dejas aquí desconcertado, como siempre —me quejé.

—No te enfades, tontín. Dentro de poco te recompensaré por todo —dijo antes de irse, guiñándome un ojo, dejándome más perdido todavía.

Volví a mi mesa de trabajo para terminar lo que había comenzado, que era lo único que me interesaba hacer en lo que me quedaba de jornada. Sin embargo, sucedió algo que nadie se esperaba...

—¡Gente, gente! ¡Atención, por favor! Disculpen por no haber dicho nada hasta ahora, pero ya cumplieron con creces los objetivos para esta semana. Son ustedes libres de irse a casa cuando terminen con lo que estén haciendo. Mañana retomamos nuestros horarios habituales, los que tenían con Mauricio antes de que llegara yo. Muchas gracias, señores.

Ese anuncio de Barrientos fue un alivio para mí... Por fin, 19 rel... casi tres semanas después, se terminaba oficialmente la pesadilla. Y creo que fui el primero que apagó el ordenador, recogió sus cosas y se marchó sin despedirse de nadie. Estaba desesperado por llegar a casa y ponerle las manos encima a mi Rocío.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 23:05 hs. - Rocío.

Nadie hablaba, ninguno levantaba la cabeza de su plato. Benjamín había escarmentado de la última vez y ya casi no me decía nada fuera de lo trivial cuando estaba Alejo presente, salvo las coletillas cariñosas de toda la vida. Este, a diferencia de mi novio, no había dicho ni una palabra en toda la cena. Estaba enfadado, se notaba. Era mi culpa, tal vez, porque le había prometido que íbamos a hacer nuestras cositas esa tarde; pero, por una cosa u otra, en ningún momento pude encontrar un rato para estar con él. Y si a eso le sumábamos que Benjamín había llegado mucho más temprano de lo habitual...

—Muy buena la comida, como siempre, Alejo —dijo mi chico, supongo que para romper un poco el silencio que se había creado.

—Gracias, jefe —respondió él, fingiendo una sonrisa.

Quizás había demasiada tensión para lo que venían siendo los últimos días, por eso entendí que lo mejor era terminar con la cena lo más rápido posible y me puse a recoger la mesa. Las cosas entre los tres estaban yendo demasiado bien como para arruinarlo todo por un calentón.

—Deja que te ayudo, mi amor —se ofreció Benja.

—No es necesario, cariño. Tú vete a dar una ducha y luego a la cama, que tienes que descansar para mañana.

—¿Segura? Mira que no me cuesta nada...

—Que sí, que vayas tranquilo.

—Vale...

Terminé de juntar las cosas de la mesa y me fui a la habitación a esperar a Benja. Alejo ya se había encerrado en su habitación sin decirme buenas noches siquiera. En otro momento, quizás, me hubiese importado, pero no tenía tiempo para preocuparme por sus pataletas de niño chico. Benjamín necesitaba toda mi atención y yo se la iba a dar.

A eso de las doce menos cuarto ya estábamos los dos arropaditos, juntitos y comiéndonos la boca en nuestro lecho.

—No sabes las ganas que tenía de lanzarme encima tuyo durante la cena... —dijo, asfixiado luego del beso más largo que recordaba con él.

—Pero aguantaste como un campeón... —le respondí, recostándome en su pecho y jugando con los pelillos que adornaban una de sus tetillas.

—Bueno, trataré de contenerme mientras tu amigo esté aquí. Pero prepárate, porque cuando se vaya no te va a salvar nadie —dijo, juguetón, justo antes de darme otro besito, ignorando el gesto contrariado que no pude evitar hacer luego de que mencionara la posible marcha de Alejo.

Intenté obviar el comentario y me centré en el nuevo morreo que Benjamín me estaba obsequiando. Nos abrazamos con fuerza y no despegamos los labios hasta que la posición a la que nos había llevado nuestra constante inquietud nos obligó. Nos miramos a los ojos y no pudimos evitar estallar en carcajadas al darnos cuenta que, un par de centímetros más, y él hubiera terminado de cabeza contra el suelo.

—¿Qué te pasó, Ro? —preguntó él, cuando nos reacomodamos sobre la cama.

—¿Eh? Nada, ¿por qué?

—Todo esto... Tú sabes bien lo complicadas que eran nuestras relaciones íntimas. Sin embargo, ahora todo es tan simple... Yo tengo ganas de ti, tú tienes ganas de mí... y nos lo decimos sin problemas, ¿me entiendes?

Sí, entendía perfectamente lo que me quería decir, pero ahondar en ese tema no me convenía demasiado, así que decidí hacer que se callara como yo mejor sabía. Sin que se lo esperara, me incorporé con rapidez y pegué un salto para quedar sentada a horcajadas sobre él.

—A partir de ahora quiero que todas las noches sean como la de ayer, ¿me entiendes tú a mí? —dije, apoyando ambas manos en su estómago y sacando un poco el culito hasta apresar su entrepierna en el centro de mis nalgas. Antes de seguir hablando, comencé a moverme rítmica y sensualmente sobre su ya pronunciado bulto—. Soy tu mujer, Benjamín, soy tu hembra. Y tú eres mi hombre, eres mi macho. No quiero que tengas más dudas cuando trates conmigo, ¿me entiendes? Cuanto estemos solos no voy a permitir que vaciles más. Las dudas déjalas para tu trabajo, para tus compañeros, para tus amigos. Conmigo no, ya no, ¿me entiendes? —continué sermoneándolo, mirándolo directamente a los ojos, intentando que mis puntos quedaran claros y no los atribuyera simplemente al calentón del momento.

—Rocío... Yo...

—Cállate. Así que acaríciame, haz con mi cuerpo lo que quieras. Deja que tus deseos más profundos salgan a la luz, no los reprimas más. Deja que fluyan, que se liberen. Libérate, liberémonos... Este cuerpo te necesita, te necesita mucho más de lo que tú te crees; atiéndelo como se merece, como te lo pide él, como te lo pido yo. No soy una muñeca de porcelana, no me voy a romper, ni me voy a morir, no me va a pasar nada. Y, aunque así fuera, preferiría morir satisfaciendo todas y cada una de mis necesidades como mujer que pasarme toda la vida reprimiéndome y acabar mis días siendo una amargada como mi madre... ¿Me entiendes?

Benjamín se quedó callado y con gesto de sorpresa. Nunca se esperó una reacción así por mi parte. Si bien la noche anterior ya me había mostrado de forma totalmente distinta con él, era la primera vez que le contaba mis deseos de esa forma tan cristalina. Y soltarme así me hizo entrar en un estado de euforia que sólo iba a poder aplacarse de una sola manera.

—Ro...

No quise esperar a que reaccionara. Sabía que semejante estamento de mi parte no iba a ser fácil de digerir, pero necesitaba aprovechar el envión y convertirlo rápidamente en la fuente que nos proporcionara a ambos el placer que necesitábamos para sellar definitivamente el cambio radical que había dado nuestra relación.

Con una mirada llena de lujuria, me quité el sujetador y lo arrojé a la primera dirección que apuntó mi mano. Benjamín me miraba expectante ahora, pero yo sabía que estaba más que preparado para reactivarse cuando el momento llegara. Sin dejar de mirarlo, tiré mi cuerpo hacia atrás, apoyándome en sus muslos, y retomé el bailecito que había comenzado antes. Luego de varios segundos, los que mi brazos tardaron en cansarse, decidí que ya era hora de que Benjamín participara también. Sin detener el meneo de mi culito, cogí sus manos y las dejé caer, con mucha suavidad, sobre mis pechos. Y ese simple gesto, fue el 'click' que hizo despertar a mi macho.

—No voy a dudar más, te lo prometo —dijo entonces, fulminándome con una mirada llena de lujuria— Te amo.

—Te amo —contesté.

—Te amo —repitió, y buscó mis labios.

Y lo acompañé, acompañé su deseo con la mayor de mis sonrisas. Me abracé a su cuello y nos regalamos otro beso para la historia, para nuestra historia. Pero queríamos, necesitábamos mucho más que un beso, necesitábamos sentir cada centímetro de nuestro cuerpo. Queríamos sentir como cada uno de nosotros se derretía deleitándose con los encantos del otro. Por eso, Benjamín me levantó en el aire, haciendo gala de una fuerza increíble, y me estampó contra la cama como si se tratara de una llave de lucha libre. Los dos reímos como adolescentes y volvimos a darnos otros beso maratónico, beso que terminó recién cuando nuestra respiración ya sólo era un pequeño hilo entrando y saliendo por la comisura de nuestros labios. Emblesado, Benjamín comenzó a reptar por mi cuerpo hacia abajo, deteniéndose únicamente para mimar mis ya erectísimos pezones. Para saborearlos como si se trataran del mayor manjar del mundo; para lamerlos y succionarlos como si buscara extraer de ellos el néctar más delicioso del universo. Y mis jadeos se fueron transformando poco a poco en gemidos, en gemidos que en cualquier momento iban a empezar a ser gritos, gritos de súplica para que fuera directamente al punto de mi cuerpo que más exigido estaba.

—Te amo —susurraba— Te amo más que nunca. Te amo. Te amo.

A cada palabra que pronunciaba, más contundente salía mi respiración, más ruidosa, y mis movimientos se acompasaban con todo ese ajetreo. Lo necesitaba ya entre mis piernas, era el momento. Me quité las bragas de un solo estirón y, sin perder tiempo, haciendo presión en su coronilla con las dos manos, lo empujé hacia abajo de la forma más violenta que pude esperando que ya supiera lo que tenía que hacer. Y vaya que si lo supo. Sin necesidad de que yo le dijera, como había sido habitual toda nuestra vida juntos, enterró su cara en mi coñito y puso en funcionamiento esa lengua que tanto me había hecho disfrutar la noche anterior.

—Te amo —consiguió decir entre acometida y acometida en mi sexo—. Te amo.

—Repítelo —respondí yo, igual de extasiada.

—Te amo —insistió él—. Te amo, te amo.

Cada vez que pronunciaba esas dos palabras, se producía un efecto casi afrodisiaco en mí. Provocaba que mis manos se movieran todavía más rápido por su cabello, por su nuca, por sus hombros. Provocaba que no pudiera abrir los ojos por miedo a romper el hechizo al que estaba siendo sometida.

—Fóllame... ya —dije, finalmente.

—No —respondió.

—Por favor... Métemela...

—No —repitió, implacable.

—Te necesito dentro... Fóllame...

—¡No!

Parecía que estaba jugando conmigo, pero no tardé en darme cuenta de que algo no iba bien. Benjamín de pronto comenzó a moverse de forma torpe y a no dar pie con bola. Sus caricias se volvieron erráticas, así como su respiración. En un primer momento, creí que estaba intentando bajar las revoluciones, que pretendía que el ambiente se enfriara un poco. No entendía por qué, yo estaba ardiendo como el motor de un tractor y él tenía su herramienta como para trabajar acero hirviendo con ella, no tenía ningún sentido. Iba a clavarle las uñas en la espalda y obligarlo a que me follara de una vez, pero algo me hizo pensar antes de actuar.

—¿Qué te pasa, Benja? —pregunté, obligándolo a levantar la cabeza y a mirarme a los ojos. Tardó un par de segundos en contestar... O, mejor dicho, tardó varios segundos en juntar el valor.

—Me dijiste que no dude... pero si te la meto ahora... se terminó todo. No puedo más...

—¿Qué? ¿Cómo que se terminó todo? ¿De qué hablas?

—Si te la meto ahora... me voy a venir enseguida —dijo, esquivándome la mirada, provocando en mí un deseo inmenso de matarlo.

—¿De verdad me estás diciendo esto, Benjamín? —le contesté—. ¡Cuando te dije que no dudaras, me refería a estas cosas también! ¡Mírame a los ojos! —le ordené, sentándome en la cama y haciéndolo sentar a él también, enfadada de verdad.

—¿Qué...?

—¿Quién es tu novia?

—Tú...

—¿Quién es la mujer con la que pretendes pasar el resto de tus días?

—Tú...

—Bien, ¿y quién es mi novio?

—Yo...

—¿Y quién es el hombre con el que pretendo pasar el resto de mis días?

—Yo...

—Pues ya está. Quiero que te quites todos los miedos cuando estés conmigo, te lo he dicho antes. Yo no soy una cualquiera, no soy un ligue que acabas de conocer y que tienes miedo de perder. Yo soy la mujer que se ha entregado a ti para siempre, la mujer que te ha aceptado con tus virtudes y con tus defectos.

—Rocío...

—Quizás te parezca que esté exagerando, pero en serio que quiero cambiar esa manera de verme que tienes. Quiero que me bajes de ese pedestal en el que me tienes. Recién me tenías gozando como a una golfa, ¿no me estabas viendo? La Rocío delicada, la Rocío recatada, la Rocío miedosa, la Rocío de antes ya no existe más, ¿me entiendes? Si yo te pido que me folles... Sí, que me folles, del verbo follar, ¡pues fóllame! ¡No me respondas con un seco 'no'!

—Pero, Rocío, en serio que estaba a punto de...

—¡Pues te corres y no pasa nada! ¡No tienes 70 años, por el amor de dios, no va a tardar una semana en volver a ponérsete dura! Me la metes, te corres, y ya luego buscamos otra manera para intentar satisfacerme a mí. Y si no la encontramos hoy, no pasa nada, yo voy a estar feliz igual de haber conseguido que tú, el amor de mi vida, te lo hayas pasado bien.

Me había ido por las ramas de una forma increíble y no sabía cómo iba a continuar la noche a partir de ahí, pero esa había sido mi última bala para intentar lograr que Benjamín aprendiera la lección de una vez por todas. Tenía que hacerlo cambiar, por dios que tenía que hacerlo cambiar.

—Lo siento... Yo... es que no quería decepcionarte... —dijo, al fin, con la cabeza gacha.

—Está bien, ya está. No pasó nada.

—No quiero que la noche termine así, Ro —dijo, luego, pero sin mucha seguridad.

—Y no va a terminar así —respondí yo, de igual manera. Ya la magia había desaparecido, se había esfumado; pero, si dejaba las cosas de esa manera, no sabía si él iba a lograr recuperarse de un golpe de esa magnitud—. Bueno, no todas son malas noticias, al menos tu amiguito se tranquilizó un poco con todo esto —reí.

—Pues sí... Aunque ahora hay que volver a reanimarlo...

—Déjamelo a mí.

Lo que parecía que iba a ser una noche ideal, terminó de una de las peores maneras posibles. Sí, al final hicimos el amor, o al menos algo parecido, porque Benjamín no se recompuso en ningún momento del golpe inicial. Y yo... bueno, yo... yo hacía tiempo que había perdido la costumbre de llevarme ese tipo de reveses en la cama, y no me resultó nada fácil continuar después de ese "gatillazo" técnico.

Aunque, al menos, sí que pude sacar un dato positivo de todo aquello: no se me daba del todo mal fingir orgasmos.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Benjamín.

—Ey, fantasma, despierta. ¿Quieres un café o no?

—¿Eh? Sí, por favor...

—Vaya cara que traes hoy, Benjamín... ¿Es por el Barça? Venga, hombre, que siguen primeros de grupo.

—Ya... Tienes razón...

Luciano y Sebastián seguían ladrando a mi lado, pero yo no me enteraba de nada. Después de todo, es lo que pasa cuando solamente duermes tres míseras horas. Todavía me quedaban más de seis de trabajo y yo ya tenía ganas de pegarme un tiro.

—¡Buenos días! Perdón por llegar tarde, pero el autobús se frenó en medio de la carretera por un loco que chocó su moto...

—Ah...

—¿"Ah"? Vaya reacción ante el saludo mañanero de esta belleza —me regañó Luciano.

—¿Eh? Oh... —reaccioné— Disculpa, Clara, pero no pasé la mejor de las noches...  ¿Fue grave?

—¡No! Aunque de milagro. El loco logró frenar a tiempo, pero se pegó un buen golpe contra la glorieta. Pudo haber resultado mucho peor...

—Me alegro, pues.

—¿Vieron a Santos por aquí? Necesito entregarle unos papeles que me pidió. Espero que no sea demasiado tarde...

—Seguro que no, mujer. Está en su despacho, creo que está reunido con Lourdes, así que golpea antes de entrar —dijo Luciano, de nuevo, guiñándole un ojo con la última frase.

—Ah, de acuerdo, entonces iré luego.

—¡Que es broma, por dios!

—Sí, ya, pero prefiero ir más tarde.

La conversación terminó cuando apareció Romina para decirnos que nos pusiéramos a trabajar. Sí, ahora Romina, que en ausencia de Mauricio ejercía de secretaria de Barrientos, era la encargada de poner orden cuando el jefe no estaba. Cosa que tenía un poco cabreados a algunos miembros de la planta que no soportaban que una simple mecanógrafa viniera a decirles lo que tenían que hacer. La confianza en el nuevo encargado era total por parte de todos, pero el trato diferencial que estaba teniendo con algunos no terminaba de calar bien en aquellos compañeros que tenían los humos algo subiditos. Y la única apuntada no era Romina, Lourdes también estaba en el punto de mira, más que nada debido a que Barrientos no se separaba de ella ni para ir al baño. Y eso que apenas llevábamos unos pocos días de cambios...

Por suerte, la mañana transcurrió normal, conmigo un poco decaído por la falta de sueño, pero normal a fin de cuentas. Trabajar con Clara era un regalo que me había dado el cielo. Además de no molestarme para nada, también se ofrecía para hacer parte de mi trabajo a modo de práctica. Y esa mañana, al verme cabizbajo, lo terminó todo ella sola en mucho menos tiempo de lo que lo habría hecho yo.

—¿Te vienes a la cafetería? —me preguntó, cerca del mediodía.

—¿Eh? ¿Tú en la cafetería? Qué raro...

—¡La de aquí no! La de siempre... —dijo, bajando un poco la mirada, dejando un aire de cierta timidez.

—¿La de sie...? ¡Ah, joder! Pues... ¿no puede ser un poco más cerca? Si supieras las ganas que tengo de bajar todos los pisos de nuevo...

—Oh... Pues nada... En media hora vuelvo entonces.

—¿Y por qué no te vienes con nosotros a la cafetería de aquí? No te va a pasar nada por una sola vez...

—Ya... Por mí iría, pero como Romina y Lourdes no me tragan... Bueno, creo que no me traga el 80% de la planta, pero ya me entiendes —rio, tímidamente de nuevo.

—Romina y Lourdes ahora se van al piso de abajo en los descansos. Sólo estaremos Luciano, Sebas, tú y yo. Y a ellos no les caes muy mal que digamos, ¿no? —le sonreí, tratando de convencerla, mostrándome un poco más animado yo también.

—Pues... —dudó—. Bueno, vale.

—¡Estupendo!

Tardé unos tres minutos en ponerme en marcha. Tenía que dejar listas las cosas para la tarde y en ese estado me costaba todo el doble. El descanso comenzaba a las 12:00 y duraba media hora, pero con el trabajo que habíamos adelantado, nos podíamos dar el lujo de tomarnos media más. Llegamos a la cafetería diez minutos pasados del mediodía. Luciano y Sebas se estaban levantando de una de las mesas cuando entramos.

—Ey, ¿a dónde van? —pregunté yo.

—El gilipollas de Montoya no sé qué tocó en el PC y perdió todos los datos de esta semana. Voy con Sebas a ver si tiene salvación. ¡Hombre, Clara! Por una vez que vienes por aquí y nosotros... ¡Puto Montoya! Le voy a dar un par de hostias cuando lo vea —sentenció Luciano, provocando en Clara una pequeña carcajada.

—¿Y no puede esperar? ¿Justo en el descanso tiene que ser?

—Que no, que nos acaba de llamar desesperado. A ver si todavía se va a tirar por la ventana... Que es el curro de toda una semana, Benjamito.

—Vale... Pues... después nos vemos.

—Que sí. ¡Y te me portas bien con la chiquilla! —dijo, antes de irse.

—¡Pírate de una vez, anda! —sentencié.

No me esperaba tener que quedarme a solas con Clara sin trabajo de por medio. No es que me molestara, pero no tenía muy claro de qué cosas podía hablar con ella.

Nos sentamos en la mesa que habían dejado libre aquellos dos; pedimos un café con leche para ella y uno bien fuerte para mí.

—¿No quieres nada más? —le pregunté— Invito yo, venga.

—¡No, no! Estoy bien así, gracias.

—Hay que cuidar la línea, ¿eh? —bromeé.

—Por supuesto. Este cuerpazo no se mantiene solo, ¿sabes? —rio, con guiño de ojo incluido.

—Me imagino... Mi novia es igual que tú con la comida y...

Me quedé en blanco. Mencionar a Rocío en ese momento provocó que recordara la espantosa escena de la noche anterior. Mi gesto cambió por completo y, obviamente, no pasó desapercibido para Clara.

—Oye, ¿estás bien?

—¿Eh? Sí, sí... Disculpa... ¡La falta de sueño! —me excusé, tratando de recomponer mi rostro. Pero el remolino de pensamientos ya había comenzado a girar y...

—Benjamín... ¿en serio estás bien? Mira, ya sé que no soy nadie para pedirte que me cuentes tus cosas, mucho menos después de todo lo que te hice, pero...

No pude evitar levantar la cabeza y mirarla un tanto sorprendido. Era la primera vez que Clara hablaba de lo que había sucedido entre nosotros. Y en el momento no supe cómo reaccionar. Estuve a punto de obviar su comentario y responder directamente a su pregunta, pero algo en su mirada me dijo que ella quería hablar de ello.

—¿Por qué dices eso? —le pregunté.

—¿El qué? Dije muchas cosas.

—Lo de "después de todo lo que te hice" —respondió. Hizo una pausa larga antes de continuar.

—Ya sabes... Me porté muy mal contigo, y encima...

—¿Y encima qué? —volvió a hacer otra pausa.

—Déjalo, no debí sacar el tema. No creo que este sea el mejor lugar para hablar de ello.

—¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo? —ya me había arrojado al mar y no me iba a echar atrás. Sentía que todo iba a ser mucho más fácil si terminaba de solucionar las cosas con ella.

—Benji... —me miró, con la cabeza gacha y alzando la vista. Además, volviendo a pronunciar ese apodo que hacía tanto tiempo no usaba—. Me gustaría hablar contigo de todo esto, pero de verdad pienso que este no es momento ni lugar. Hay muchas cosas que me quiero sacar de encima y no sé qué tanto pueda eso afectar nuestra relación aquí en la oficina, ¿entiendes?

—Bueno, viéndolo así... Pues... ¿cuándo tienes un hueco libre? —me animé.

—¿Eh?

—Sí, quedemos para hablarlo en algún otro lugar.

—¿Eh? ¿Quieres que quedemos fuera del trabajo? —hicimos un breve silencio mientras la camarera nos ponía los cafés.

—Sí, ¿por qué no? —reanudé.

—No sé... Tan repentino... Yo creía que...

—Mira, Clara —la interrumpí—, no te voy a mentir y decirte que estaba enfadado o triste cuando no me hablabas. Ciertamente en esta etapa de mi vida mientras menos problemas tenga, mucho mejor. Sí, desde que te conocí te consideré un problema, un problema que tenía que quitarme de encima a toda costa. Por eso no quería trabajar contigo cuando Barrientos nos lo propuso, ¿sabes?

—Ya... —dijo, con un poco de pena en su voz.

—Pero ahora es distinto... Siento que ahora sí que conozco a la verdadera Clara, que la otra chiquilla caprichosa, molesta, irresponsable era otra persona. Sí, ya, que sólo pasaron unas semanas desde que te conozco; pero vaya si no hemos vivido cosas tú y yo en tan sólo unas semanas...

—¿Adónde quieres llegar con todo esto? —saltó entonces—. Porque te estás quedando a gusto poniéndome verde... —su semblante cambió considerablemente, parecía una adolescente enfadada a la que le estaban echando la bronca. Y me hizo reír—. Y encima te ríes.

—Perdona, perdona. A lo que voy es que ya no te veo como un problema. Todo lo contrario, me estás ayudando una barbaridad con el trabajo. No sé qué haría sin ti estos días, sinceramente. Y ahora que estás tan simpática... no sé... siento que, quizás, algún día podamos ser amigos.

—Vaya... —dijo ella, un tanto ruborizada—. Eres un buenazo, la verdad... Después de todo lo que te hice —repitió, una vez más.

—¡Y dale con eso! ¿Quieres hablarlo ya o no? Oye, que yo te he abierto mi corazón, ¿sabes? —bromeé.

—No, ahora no. Insisto. Quedemos mejor. Dime cuándo te viene bien.

—No sé... ¿después del trabajo hoy?

—Hoy no puedo... Voy a clases de inglés, ¿sabías? Santos me dijo que perfeccionarme en idiomas me va a venir fenomenal para este trabajo en el futuro —me comentó, un poco más alegre ahora.

—Y tiene mucha razón. Bueno, mañana lo vamos viendo entonces.

—De acuerdo, pero seguramente hasta... —pensó—, hasta el sábado no pueda.

—Oye, Clara —la interrumpí—, sea por lo que fuere, tú y yo hemos intimado mucho más de lo que me hubiese imaginado cuando te conocí. Para mí no eres una más en mi lista de ligues, yo no soy esa clase de hombre, ¿sabes? —se ruborizó de nuevo—. Perdona que sea tan directo con todo esto, pero es que quiero dejar las cosas claras desde ya. Y, ¿el sábado has dicho?, bueno, el sábado, cuando hablemos lo que tengamos que hablar, quiero empezar desde cero contigo, ¿de acuerdo?

—Yo... —se sorprendió, no se esperaba que yo, el tímido e introvertido Benjamín, le dijera todo eso. Y no la culpaba, sinceramente—. Vale, de acuerdo.

Una vez acordamos vernos para terminar de limar las asperezas que quedaban entre nosotros, nos quedaba poco más de media hora para hablar de trabajo, o de lo que a nosotros nos diera la gana. O eso creíamos, porque, a los pocos minutos, apareció alguien a quien no le iba a hacer mucha gracia esa pequeña reunión.

—¡Benjamín! Por fin te encuen... Ah, hola —saludó Lulú.

—Hola —dijo también Clara.

—¿Puedes venir un minuto conmigo? —me pidió mi jefa, ignorando completamente el saludo de la chica.

—Sí... ¿Me esperas un momento? —dije yo, mirando en dirección a Clara.

—No te preocupes por mí —sonrió—. Tengo cosas que hacer. Ve tranquilo.

Lulú me cogió del brazo y me sacó de la cafetería a las apuradas. No nos detuvimos hasta que encontramos un rincón con poca gente alrededor.

—¿Entonces te vuelves a llevar bien con la niñata? Un poco más y pienso que estoy interrumpiendo algo —fue lo primero que me dijo.

—¿Qué dices, loca? Creo que juntarte tanto con Romina te está afectando de verdad...

—Bueno, no es por eso por lo que te llamé... Es por Santos... Hoy se pasó de la raya de nuevo, y yo ya no sé qué más hacer —contó. A pesar de la cierta gravedad que tenía todo el caso, no la veía tan preocupada.

—¿Por qué? ¿Qué hizo esta vez? —me interesé yo, aunque no con mucho énfasis.

—Oye, que esto es serio, ¿sabes? Si no quieres escucharme entonces me...

—Que no, mujer, cuéntame. No estoy teniendo el mejor de mis días, no me hagas mucho caso... ¿Qué hizo?

—Vale... —se lo pensó, y bajó un poco la voz luego—. Me invitó a cenar esta noche... Y me dijo que me ponga guapa.

—Ok, ¿y lo grave? —intervine.

—¡Joder, Benjamín! ¡Que no quiero nada con ese hombre? ¿Cómo te lo tengo que decir?

—Es que vienes y me dices que se pasó de la raya, y yo... no sé, me imagino que te intentó forzar contra el escritorio —exageré. Ella abrió los ojos de una forma muy graciosa.

—Vete a la mierda.

—¡Joder con Lourditas! ¿Qué te ha pasado? Antes no decías palabrotas ni cuando te sacaban de quicio.

—Es por culpa de ustedes los hombres, que me tienen trastornada.

—Vale, ¿entonces qué vas a hacer? ¿Vas a ir?

—Sí, claro que voy a ir... —viró un poco la cabeza hacia el lado contrario... y luego me miró de reojo—. Y... ¿tú vas a venir conmigo?

—¿Qué? ¿Es una pregunta o una orden?

—¿Las dos cosas? —preguntó de nuevo, mordiéndose un poco el labio inferior.

—¿Qué pinto yo en una cena contigo y Barrientos? No, creo que voy a pasar.

—¡Por favor, Benja! Él todavía no se me declaró abiertamente, que invite a una persona a lo que se supone es una cena íntima es un mensaje directo y contundente. ¡Te lo suplico! —ahora sí que la veía desesperada. O no sé si esa era la palabra adecuada... Tal vez "ansiosa" definía mejor su estado.

—¿Y yo qué le digo a Rocío? "Oye, Ro, que una compañera de trabajo me invitó a cenar, no me esperes despierta".

—¿En serio me lo dices? Que es una sola noche, Benjamín.

—Joder, Lourdes... Que no, que no me convences, ¿y si luego Barrientos quiere ir a otro lugar? Que no quiero más problemas en casa... —ahora el que suplicaba era yo.

—Que no, Benja, eso no va a suceder. Escúchame, por favor.

—¿Qué?

—Mira, es así de sencillo: Santos y yo nos tenemos que quedar hoy hasta más tarde aquí porque tenemos que reordenar un par de archivadores para mañana. Hasta ahí bien, ¿no? Vale. Tú te vienes con tu coche sobre las 20:30, y yo te estaría esperando en el aparcamiento. Él llegará después, nos verá charlando, y yo te invitaré a cenar con nosotros delante de él como quien no quiere la cosa. ¡Es perfecto el plan!

—Joder...

No sabía cómo explicarle de manera que lo entendiera. Necesitaba sí o sí dedicarle a Rocío el resto del día. Hasta la última hora, me daba igual todo. Lulú tenía en sus ojos algo que te atrapaba, que te atraía, por esa razón a muchos de los empleados les costaba decirle que no. Y por eso a mí me estaba costando tanto reclinar su invitación... Por eso hasta me estaba pensando aceptar... Pero no, no podía.

Que no, Lu, que acabo de estabilizar las cosas en casa y no quiero más marrones. Hoy tengo que quedarme en casa.

—¿Echarme una mano a mí es un marrón?

—Entiéndeme, por favor —volví a suplicarle.

—Un marrón, de acuerdo —repitió, dándose la vuelta con un gesto de pena que no me dejó nada tranquilo.

—¿Me vas a hacer quedar como un cabrón, encima?

—No, pero yo siempre... Déjalo, no importa. Haz de cuenta que no te pedí nada.

—Lulú, no te enfades, por fav...

Pero no me escuchó más, se dio la vuelta y se fue. Me quedé con cara de idiota ahí parado. Sí, sabiendo que había hecho lo correcto, pero con cara de idiota. Me daba muchísima lástima darle la espalda a mi jefa y amiga, pero no podía, por más que lo pensara... no podía. No después del fracaso de la noche anterior.

Regresé a la cafetería esperando encontrar a Clara, pero ya se había ido. Me mosqueé, porque Lulú había llegado justo en el mejor momento de mi charla con ella, y ahora iba a tener que pasar el resto del descanso solo. Y no me interesaba para nada estar solo, porque estar solo significaba ponerme a pensar en cosas que me iban a hacer mal, y todavía quedaba un largo día de trabajo...

Elegí una de las mesas, me pedí otro café, y me quedé ahí sentado esperando que el tiempo pasara...

—Me cago en mi vida.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 14:10 hs. - Rocío.

—Ya no puedo más... Ya no puedo más, te lo juro.

—Te mereces algo mejor, llevo mucho tiempo diciéndotelo.

—¿Y qué hago? ¿Lo dejo sin más? No soy capaz de romper una relación de danto tiempo así como así. Yo lo amaba, pero lo de anoche ha sido...

—Sabes bien que yo nunca te haría algo así.

—Lo sé... No hay nadie más fiable que tú, por eso te amo tanto.

—¿Entonces lo vas a dejar?

—Sí, lo voy a dejar. Quiero estar contigo para siempre.

—Yo también quiero estar contigo para siempre, te amo.

—Te amo, Rolando.

Ya ni la televisión me dejaba en paz. Todos los canales me hacían acordar a lo sucedido la noche anterior. Aunque también era porque no había dejado de pensar en ello en todo el día. También, quizás, tendría algo que ver el haber pasado toda la mañana sola, porque Alejo no había dado señales de vida en todo el día. Desayuné sola, almorcé sola, y tenía pinta que el resto de la tarde iba a seguir estando sola.

O no...

—Buenas —dijo Alejo, apareciendo de pronto por la puerta de la casa.

—Hola. ¿Dónde estabas? —lo saludé, preocupada.

—Trabajando. De paso aproveché para buscar algún pisito por la zona.

—¿Y...? —me interesé— ¿Encontraste algo?

—No, pero ya voy a encontrar. Quedate tranquila.

—Oye, ¿qué te pasa? —le pregunté, un tanto mosqueada por el tono de su respuesta.

—Nada. Me voy a dar una ducha. ¿Querés pasar antes? —respondió él, ignorando mi cabreo.

—No.

—Ok.

Otra vez venía en plan víctima. No lo soportaba cuando se ponía así, me ponía de un humor de perros, y eso no ayudaba para nada a mejorar ese malísimo día. Para colmo, hacía un par de horas, me había llamado la señora Mariela para decirme si podía pasarme por su casa el jueves; para recuperar las clases que no habíamos dado el lunes y tal. Lo cierto es que no tenía ganas de volver a ver a ese chiquillo después de nuestro último encuentro, pero no podía darme el lujo de perder ese trabajo que, en ese momento, era lo único que me ayudaba a abstraerme de todos mis problemas.

Ya mentalizada en que Alejo no iba a quedarse a hacerme compañía, me puse a contar los segundos que faltaban para que Benjamín volviera del trabajo. Me sentía fatal por lo ocurrido; quería arreglarlo de alguna manera. Aunque también era cierto que sabía que yo no había tenido la culpa de nada. Pero eso no me importaba, no iba a dejar que el orgullo me dominara de nuevo; bastantes errores había cometido ya por mi testarudez.

Quedaba una hora todavía para que llegara, y en mi cabeza ya estaba haciendo planes para pasar el resto de la tarde con él. Cerré las cortinas del salón, dejando el lugar prácticamente a oscuras, y me tumbé en el sofá a ver si encontraba algo bueno que ver en la caja boba.

—Buenas —dijo Alejo, apareciendo de golpe y tirándose a mi lado en el sofá.

—Hola —lo saludé de nuevo, sorprendida.

—¿Cómo fue el día? —preguntó, quitándome el mando de la tele y empezando a hacer zapping.

—Eh... Pues aquí. Normal, supongo...

—Ah, me alegro —comentó, sin mucho interés, mientras buscaba un canal que le interesara.

—¿Y el tuyo? ¿Qué tal el trabajo? —me interesé yo esta vez.

—Meh —balbuceó—. He tenido días mejores, pero nada grave.

—Ah...

No hablamos más, y la tranquilidad volvió a reinar en el salón. Él encontró por fin algo que ver en la tele y yo lo acompañé en silencio. Los primeros minutos no dejé de mirar el reloj, deseando que el tiempo pasara y Benjamín llegara de una vez, pero no duré mucho de esa manera; en un momento decidí relajarme, y terminé por quedarme enganchada a la película que había puesto Alejo.

—Un tarado el protagonista... ¿Por qué no le dice que el asesino es el novio? —comentó de pronto, rompiendo el silencio.

—Supongo que porque no le interesa meterse en problemas con el amigo... ¿Y si se lo dice y termina matándolo a él también?

—Para mí es un cagón. Como lo que quiere es garcharse a la rubia, tiene miedo de decirle la verdad, que no le crea y, encima, termine odiándolo. Un cagón.

—No todos los hombres se quieren acostar con las mujeres de sus amigos, ¿sabes? —le respondí, con una poca de intención. Alejo se me quedó mirando.

—¿Lo decís por mí? Yo nunca me cogí a la mujer de un amigo, eh. Para mí las novias de mis amigos tienen barba.

—Ya...

Volvimos a callarnos. No tenía ni idea de por qué le había dicho eso, lo último que quería era volver a quedarme sola. Por suerte no me hizo mucho caso y seguimos viendo la tele, pero me preocupada esa tendencia mía de meterme con la gente porque sí cuando a mí no me iban bien las cosas. Bueno, ya no sólo meterme con la gente, sino también el no saber comportarme según qué momentos.

—Te lo dije —murmuró entonces, casi sin inmutarse.

—Es una película, ¿qué esperabas? —respondí yo.

El protagonista de la película terminó por estallar y se abalanzó sobre la novia de su amigo a besarla con desesperación. La chica se resistió al principio, pero no tardó en abandonarse al placer, demostrándonos a todos que ella también lo deseaba. La escena continuó con ambos besándose, ya medio desnudos, apoyados en la pared de la cocina de la casa de ella. En un momento, él desesperado, la da vuelta y la cámara nos muestra a ambos derretirse juntos, luego de una fuerte embestida del protagonista por detrás. Increíblemente, la escena no terminaba después de eso, algo poco común en una película a esas horas de la tarde. «Vámonos a la cama», dijo ella. «Vamos», respondió él. La siguiente toma los mostró subiendo las escaleras a toda prisa para luego encerrarse en la habitación que, yo suponía, era de ella y de su novio.

—Vaya escenita... —dije yo— Mira que poner una película así a est... ¡¿Qué haces?!

Giré la cabeza a mi izquierda para mostrar mi desconcierto por lo que acabábamos de ver, y, ¿con qué me encuentro? Con Alejo con el pene afuera y meneándoselo con ganas.

—Una paja. Me puso a mil la peliculita —contestó, sin inmutarse de nuevo.

—¡Guárdate eso, que en cualquier momento viene Benjamín! —lo regañé, apartando la mirada rápidamente.

—¿Por qué? ¿Benjamín nunca se hizo una paja? —continuó, ignorando mi pedido completamente.

—A veces me das asco. No me gusta cuando te comportas como un capullo.

—Son las tres y pico de la tarde, Rocío. Todavía falta una hora para que vuelva el tipo.

—¡Me da igual! ¿Te parece a ti normal que estemos viendo la tele como dos personas civilizadas y tú de golpe te pongas a... hacer eso? —lo señalé, incrédula todavía.

—Bah, dejate de joder, ni que fuéramos dos desconocidos, nena. Yo a vos te garché de cuarenta formas diferentes ya, mirá si te vas a poner así por verme hacer una paja. Ya va siendo hora de que maduremos —dijo, un poco más indignado esta vez, pero sin dejar de menearse el miembro.

—¡Déjate eso quieto de una vez! ¡Por lo menos mientras hablas conmigo!

—¿Y por qué no me ayudás vos en vez de quejarte tanto? Llevás un par de día sin atenderme como es debido.

—¿Sin atenderte como es debido? Oye, guapo, que yo no soy una de esas putas a las que estás acostumbrado a follarte.

Dejó de masturbarse, me cogió por la espalda y me acercó a él con agresividad, colocando mi pierna derecha encima de la suya y apoyando su mano bien abierta en toda la redondez de mi nalga.

—No, tenés razón, sos mejor que esas putas a las que estoy acostumbrado a "fosharme". Y así me tenés, como un adolescente, que veo una cogida en la tele y ya se me pone dura —me dijo, con mucha seriedad y mirándome fijamente a los ojos.

Sin más, me lo quité de encima de un empujón. Se me habían ido todas las ganas que tenía de que me hiciera compañía. Me daba mucha rabia que se portara así, porque él sabía bien que no tenía que actuar como el típico cabrón para poder estar conmigo. Sí, era cierto que esos últimos días había estado concentrada en Benjamín y me había olvidado un poco de él, pero eso no le daba derecho a tratarme como a una cualquiera.

Al ver que no iba a obtener nada de mí, se volvió a acomodar en el sofá y continuó masturbándose, hecho que terminó de indignarme. ¿Qué hice? ¿Qué decisión tomé? ¿Qué fue lo mejor que se me ocurrió? Otra vez esos cambios de ánimo, esa bipolaridad que me estaba matando. Otra vez esa estúpida carencia mía de saber qué hacer según qué momentos.

—Quita —le dije, apartándole la mano con brusquedad.

Me agaché sobre él, me acomodé el cabello para que no me molestara, y me metí su pene en la boca sin pensármelo dos veces. Él (seguramente sintiéndose ganador una vez más) me cogió de la nuca e intentó marcar el ritmo de la mamada, al mismo tiempo que soltaba un par de bufidos de satisfacción por la nariz. Sí, emulando a un toro, algo ya típico en él. Me lo volví a quitar de encima con violencia, pellizcándole la mano, dejándole claro que la que mandaba ahí era yo. Y no tardé en entonarme yo también; decidí olvidarme de todo lo que me rodeaba y saboreé esa polla como hacía días no lo hacía. Quería reencontrarme con ella de la mejor manera, quería tratarla con el cariño que se merecía; como si tuviera vida propia, como si no fuera una parte más del cuerpo de Alejo. Porque me encantaba ese miembro; aunque yo a veces me resistiera, estaba enamorada de ese pene y no podía evitar demostrarlo cuando lo tenía en la mano. Y decidí que esa sería la mentalidad con la que iba a afrontar esa situación improvista. Estaba claro. Le iba a hacer esa mamada para darme el gusto a mí, no para saciarlo a él.

Con eso ya decidido, seguí chupándole la polla, a mi ritmo, sin apurarme, pero tampoco deteniéndome. Quería divertirme, hacerlo como a mí me gustaba, probar distintas cosas a ver cuál me satisfacía más. Primero me la saqué de la boca y lamí sus testículos, succionándolos un buen rato y luego soltándolos, dejándolos chorreando de saliva y con los pelillos pegoteados en la piel. No me importaba su reacción; si le dolía, si le gustaba, o si prefería otras cosas, yo iba a seguir descubriéndome a mí misma. Luego, la cogí por arriba, con la mano cerrada, y comencé a masturbarlo mientras, con la boca bien sujeta a la base del tronco, se la lamía de arriba a abajo con un veloz movimiento de lengua. Todo esto, sí, todo esto sin dejar de masturbarme. Hacía varios minutos que mi mano estaba pegada en mi chochito, dándome así el placer, las energías que necesitaba para acompañar esa magnífica felación que estaba realizando.

—No sabés cómo te extrañaba...

¡No quería que hablara! ¿No se había enterado todavía? Aquella cagada sólo consiguió que se me fueran las ganas de chupársela. Le di un mordisco en la punta, un mordisco con intención de que lo sintiera, no de que le gustara, y luego me retiré dejándolo así. En serio, iba a dejarlo a medias para que se jodiera, para que aprendiera a no jugar conmigo. Pero yo ya estaba chorreando. El masaje en mi coñito había surtido efecto y ahora necesitaba calmarme, y lo necesitaba ya.

Nuevamente, con la única intención de beneficiarme yo misma, regresé al sillón, donde Alejo todavía continuaba mirándome con cara de idiota, me monté encima suya y me clavé esa pedazo de polla hasta el fondo de mis entrañas.

—Aaaaaaaaah —suspiré, con más alivio que otra cosa—. Todo esto es por tu culpa... No es mi culpa, es tu puta culpa...

Alejo me miraba estupefacto, sorprendido también, pero extrañado más que nada. Seguramente se creería que esas palabras eran para él, pero no, el destinatario era otro. Aquél que no había sabido satisfacerme la noche anterior, aquél que me había obligado a fingir un orgasmo, aquél que todavía no conocía a la verdadera Rocío... Sí, ya no me refería a mí como la "nueva Rocío", porque esa afirmación era falsa. Nunca hubo una Rocío de antes y después, sino una falsa y una verdadera. Una que había permanecido dormida toda su vida mientras la otra había ocupado, usurpado su lugar. Una que a partir de ese momento iba a tomar las riendas para siempre.

—Rocío...

—Cierra la boca.

Ya lo dije, no quería que hablara. No necesitaba que hablara. Solamente necesitaba que su polla estuviera dura. Me aferré a sus hombros con las uñas clavadas en la tela de su camiseta, tomé distancia, y comencé a cabalgarlo; a subir y bajar sobre su cuerpo, a contonearme con su falo enterrado dentro de mí, a disfrutar como una mujer de verdad.

Veinte largos minutos pasaron, entre gritos y jadeos interminables. Alejo estaba desatado, se notaba que me echaba de menos. Llevaba cinco minutos besando y mordiendo mis pechos, que ya estaban enrojecidos como fresas. No había dejado de masajear mi culo en ningún momento, ayudándome en el sube y baja continuo que nunca había cesado. Y yo... bueno, yo...

—Suéltame... —le dije, arañando sus manos y separándolas de mis nalgas—. Necesito... necesito... ir a mi ritmo ahora.

—Lo que quieras, mi reina...

—¡Cállate!

Estaba a punto, ya casi, no me faltaba nada. Mi cuerpo me pedía que acelerara, lo necesitaba ya. Lo que me había sido negado hacía unas cuantas horas estaba a punto de llegar de la mejor manera posible. Casi poseída, hundí mis garras en el cuello de Alejo, me clavé hasta el último centímetro de su pene, levanté la cabeza y...

—¡Aaaaaaaaaaa! —gritó Alejo—. Me vas a arrancar la cabeza, hija de puta.

—¡Me cago en todo! ¡Benjamín!

—¿Dónde? ¿Dónde? —volvió a gritar.

—¡El reloj!

—¿En el reloj?

—¡Que son casi las cuatro, joder! —chillé con todas mis fuerzas.

—¿Y qué? Terminamos rápido y...

—¡Que no! ¡Que Benjamín es súper puntual! ¡Quita ya, coño!

—Ni lo sueñes. Ahora sí que no. No me vas a volver a dejar garpando.

—¿Qué? ¡Suéltame, capullo!

Encima nuestro, a muy poca distancia de mi cabeza, las agujas del reloj señalaban las cuatro de la tarde, horario en el que Benjamín supuestamente salía de trabajar. Quizás entré en pánico un poco pronto, puesto que del trabajo de mi novia a casa, en coche, no se tardaba menos de diez minutos, y si a eso le sumábamos lo que costaba llegar a nuestro piso en el ascensor, probablemente superábamos ya los veinte. No obstante, no habían sido pocas las veces que Benjamín había llegado temprano a casa, por lo que mi temor estaba más que justificado.

—¡Que me sueltes, cabrón! Suél... —me detuve.

—Me chupa un huevo, portate bien porque...

—Cierra la boca —lo detuve, poniéndole la mano en la boca—. ¡El ascensor! ¡Que Benjamín ya está aquí!

Me levanté a toda prisa, dejando un rasguño importante en la mejilla de Alejo, y acomodé todo intentando dejar el menor rastro posible de lo que acababa de suceder ahí. Cuando terminé, abrí las cortinas, recogí mi ropa, cogí a Alejo de la mano y me encerré en el cuarto de baño con él.

—JAJAJA —reía Alejo, sin parar— JAJAJAJA.

—¡Cierra la puta boca y vístete! ¡Hablas demasiado!

—No estoy hablando, me estoy riendo. ¿Viste lo que me hiciste en la trucha? Sos una bestia.

—¿A ver? —pregunté, acercándome a su cara. Efectivamente, le había dejado una buena marca—. Mierda... Ven aquí, ponte un poco de alcohol.

—Estás diciendo muchas malas palabras, ¿sabés? —volvió a reír.

Agarré el botellín de alcohol del botiquín, un poco de papel higiénico y me puse a tratarle la lastimadura. En todo ese tiempo que estábamos perdiendo, Alejo se podría haber vestido e ido a su habitación. Pero, en fin, no podía dejarlo con la cara chorreando sangre.

—Todavía la tengo dura... —me susurró al oído, mientras intentaba limpiarle la herida.

—Cállate, por dios... ¿Qué tengo que hacer para que te calles?

—Ayudarme a dejar de tenerla dura.

Dicho eso, se sentó en la taza, que la teníamos al lado, y me invitó a que me acomodara encima de él. Un poquito harta con todo el tema, terminé haciéndole caso y me senté encima suyo, de frente, aunque esta vez con las bragas puestas. Y, en esa posición, seguí curándole el arañazo.

—Dale... portate bien —me decía, intentando esquivar el trozo de papel que se interponía entre nuestras miradas.

—No, Benjamín está al caer.

—Dale...

—Que no...

Por más que discutiera, por más que me negara, en el fondo sabía que se iba a salir con la suya. Porque, mientras intercambiábamos monosílabos, sus manos ya me estaban acariciando el culo, perdiendo sus dedos entre mis glúteos, tratando de conseguir mi 'sí' intentando llegar a mi lugar más sensible...

—Dale...

—Hazlo... Pero date prisa... —acepté.

Sin perder ni un segundo, movió mi braguita hacia un costado, y me fue penetrando lentamente, muy lentamente... Se quería hacer desear... Y no era momento, quería que se diera prisa y me la metiera. Que me hiciera correr y luego me dejara en paz el resto del día. La estocada final llegó en el momento que escuchamos la puerta de casa abrirse y la voz de mi novio de fondo.

—¡Rocío! —repitió, hasta tres veces.

Me llevé la mano a la boca, tratando de ahogar un grito de dolor provocado por la repentina apuntalada de Alejo. Sin darme cuenta, tiré al suelo una botella grande de gel de ducha que descansaba encima del lavamanos, ocasionando así un escandaloso estruendo que, seguramente, había escuchado hasta San Pedro.

—¿Rocío? ¿Estás ahí? —se escuchó, de pronto, al otro lado de la puerta.

—S-Sí... —respondí, intentando disimular la voz lo máximo posible.

—¿Ro? ¿Estás bien? —volvió a preguntar.

En ese momento, Alejo me sujetó de los brazos por detrás de mi espalda y empezó a taladrarme con mucha fuerza. Tuve que morderme los labios, la lengua, apretar los puños para no gritar; sabía que si salía un solo sonido de mi boca, podía ser el fin de todo. Pero lo soporté. Fueron muchos segundos los que tardó Alejo en aflojar un poco, pero lo soporté. Y pude responder...

—Sí... E-Estoy... un poco indispuesta... nada más —me excusé, como pude.

—¿Te traigo un vaso de agua o algo?

—No... En serio... Estoy b-bien, no... te preocupes —repetí, momento que aprovechó Alejo para volver a la carga—. ¡Ay! ¡Ah!

No pude contener esos alaridos, y casi se me cae el alma suelo por ello. Traté de pegarle a Alejo para que dejara de molestarme, pero esquivó mi intento de golpe sujetándome nuevamente por las muñecas, tirando al suelo en el proceso otra de las botellas que descansaban en el lavamanos.

—¿Qué fue eso? ¿Estás bien? ¡Déjame entrar! —gritó, asustado. Pero la que estaba empezando a entrar en pánico otra vez era yo.

—¡No fue nada! ¡E-En serio! —volví a excusarme—. En un rato salgo, espérame en...

En plena charla a través de la puerta con mi novio, Alejo me interrumpió estampándome un beso en la boca e iniciando una nueva aceleración en el mete-saca.

—¿Que te espere dónde? Me estoy empezando a asustar, Rocío. Si te pasa algo dímelo, no tengas vergüenza.

Mientras Benjamín hablaba, Alejo me levantó en volandas y me llevó hasta el fondo del pequeño habitáculo. Nos situamos en un costado de la bañera, abrió el grifo de la ducha, y me siguió follando sujetándome contra la pared.

—¿Te vas a duchar? —se volvió a escuchar a Benjamín.

Me sentía fatal por lo que estaba pasando, pero el polvo estaba siendo magnífico. No le encontraba explicación, pero la sensación en mi interior estaba siendo maravillosa. Ya había experimentado algo parecido, lo recordaba perfectamente, y la situación no había sido del todo diferente a esa... Era como si... como si la presencia de Benjamín le diera un toque... un toque diferente a la follada. Un nuevo golpe en la puerta del baño me hizo salir del trance. Necesitaba llegar al orgasmo, no podía esperar más, pero el obstáculo que estaba fuera no me dejaba concentrar... Respiré profundo, frené las acometidas de Alejo con un par de golpecitos en su espalda, y...

—Benjamín, espérame en el salón, por favor, no me siento cómoda contigo aquí escuchando lo que hago dentro del baño...

—Está bien... —respondió enseguida—. Voy a preparar algo para que merendemos, te espero ahí.

Cuando escuchamos los pasos de Benjamín alejarse, nos miramos a los ojos y nos volvimos a besar. Alejo me afianzó contra la pared, sujetándome bien fuerte por el culo,  y se puso a follarme como se debía.

En ese momento dejé de dudar y me entregué al placer. Ya era seguro, ya podía permitírmelo. Ya no tenía por qué sentir miedo a ser descubierta. Es más, la sensación era de que podía pasarme toda la tarde follando con Alejo en ese pequeño cuarto y que nadie nos iba a molestar nunca.

—Hazme correr —le pedí, luego de una mordidita en la oreja.

Estaba en la gloria, lo notaba. Por eso me sonreía, y me chupeteaba el cuello, y me lamía la cara, y me besaba en los labios, y me taladraba con esa potencia propia de un macho de su calibre. Así, aguantando mi peso contra la pared, sin haber cedido ni un poquito en ningún momento, sin haber ahorrado ni una pizca de energía. Y me hizo gritar, me hizo sudar, me hizo sacudir y disfrutar. Quince espectaculares minutos seguidos follándome sin parar a un ritmo inhumano, con unas ganas tremendas, con un vigor poco normal en alguien que recién venía de trabajar. Sabía que le excitaba más hacerlo conmigo cuando Benjamín estaba en casa, pero aquello seguía sin parecerme normal. Y llegó, finalmente me hizo llegar. Estallé en ese orgasmo que me había sido negado los últimos dos días. Enterré las uñas en la espalda de Alejo y me dejé ir en un nuevo momento que quedaría grabado en mi memoria para siempre.

—Ah... Ay... Increíble...

—¿Ya... está? —dijo él, entre jadeos— ¿Puedo preocuparme... por mí... ahora?

Lo miré, agotada, extasiada, sin respiración, pero feliz. Sí, me di cuenta de que era eso lo que necesitaba. Ese era el tipo de hombre que yo quería que se acostara todos los días en mi cama. Y lo besé. Lo besé, aunque ya parezca repetitivo, como nunca antes lo había besado. Y, en ese momento, me prometí que nunca jamás iba a volver a permitir que se repitiera el espectáculo grotesco que había tenido lugar en mi habitación la noche anterior. El hombre que quisiera pasar las noches a mi lado iba a tener que aprender a satisfacerme como mi cuerpo me lo pedía. Y si no... bueno, y si no, la responsable de las consecuencias no iba ser yo.

—Lléname con tu... ahora. Dámela toda...

Nos dedicamos una nueva sonrisa, nos volvimos a besar, y Alejo continuó dándome caña hasta que no aguantó más y llenó las profundidades de mi coñito con su semen. Lo sabía, lo sabía bien, estaba siendo irresponsable de nuevo, pues cada día estaban más cerca esos 'días'. Pero no me importaba en ese instante; si mi cuerpo me lo pedía, yo se lo proveía.

No salimos del baño hasta cerca de las cinco de la tarde, luego de una duchita conjunta y un nuevo polvo debajo del agua. Luego de cambiarme de ropa y volver al salón, me encontré a Benjamín durmiendo en el sofá, sentado, con la cabeza caída para un costado. Lo miré y sentí mucha lástima por él, porque era evidente que se había quedado así mientras me esperaba. La culpabilidad, como casi siempre, no tardó en aparecer. Esos momentos ya los llevaba mucho mejor que al principio, pero igual no me terminaba de acostumbrarme a sentirme así.

—Tonto...

Me senté a su lado y me dejé caer sobre su hombro, intentando quedarme dormida junto a él. A ver si así podría ser capaz de sobrellevar un poco mejor ese remolino de sensaciones y sentimientos dentro de mí que no sabía cómo interpretar.

—Tonto...

Por un lado me sentía bien, satisfecha, libre. Por otro lado me sentía sucia, mala, cobarde. Me inclinaba más por el segundo grupo, pero la sonrisa no se me borraba de la cara... Mi cuerpo estaba relajado, feliz, conforme...

—Tonto...

Aunque, en ese preciso instante, no era nada de eso lo que me preocupaba más... En ese momento... lo que más me preocupaba... era lo cachonda que me estaba poniendo al sentir el semen de Alejo resbalando por la entrada de mi vagina para fuera.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 20:20 hs. - Benjamín.

—Va a ser una hora como mucho, te lo prometo...

—Es que no entiendo por qué te tienes que ir a cenar con nadie. Tú novia soy yo, jolines.

La situación era la siguiente: cuando salí del trabajo, luego de una segunda parte de jornada que no deseaba volver a repetir en mi vida, puesto que a Barrientos le había dado por darnos a hacer el triple de trabajo en el mismo tiempo, en lo único que pensaba era en la cara que se le había quedado a Lulú luego de nuestro encuentro. Sí, tenía que arreglar, de alguna manera, la mierda de noche que le había dado a mi novia; pero el cargo de conciencia por haberle dado la espalda a mi jefa era demasiado grande. Además, estaba seguro de que iba a estar todo lo que quedaba de día pensando en ello y no iba a ser capaz de dar el 100% con Rocío. Y fallar dos días seguidos sí que era algo que no me podía permitir.

—No seas así, Ro... Tú sabes bien que ella me ha ayudado mucho. No quiero hacerle el feo.

—¿Y quién más se supone que va? —preguntó, desconfiada.

—Santos Barrientos, el nuevo jefe.

—¿Y...? —añadió, con un gesto que me desconcertó del todo. ¿Tres eran muy pocos? ¿Si añadía más personas se iba a quedar más tranquila? Me sentía como un artificiero a punto de desactivar una bomba.

—Eh... y tres o cuatro compañeros más que tú no conoces. Lulú me pidió que vaya porque ella tampoco los conoce... Quiere una cara conocida, ¿sabes?

—¿Y tu jefe no es una cara conocida? —continuó.

—No del todo...

—Pues... —dudó. Una duda de más de diez segundos...

—¿Puedo?

—Venga, ve. Pero mañana me sacas a cenar a mí, ¿de acuerdo?

—¡Por supuesto! A donde quieras, bebé.

Y ahí me encontraba yo, en el aparcamiento de las oficinas de mi trabajo esperando a que mi jefa terminara su jornada. Ya eran casi las y media, la hora que habíamos acordado. Bueno, en realidad no habíamos acordado nada. ¡Lulú no tenía ni idea de que yo estaba ahí! Estaba en el coche, esperando, pero sin saber exactamente qué. Lourdes no tenía ningún motivo para bajar antes que Barrientos al aparcamiento, así que no sabía sí me iba a encontrar con ella allí o no.

—La voy a llamar...

En eso estaba, apunto de llamarla por teléfono cuando apareció de pronto por uno de los cuatro ascensores que había en la planta. Estaba sola, por suerte, así podríamos seguir la cosa tal y como ella lo había planeado.

—¡Lu! —grité, desde lejos.

Ella, desconcertada, giró la cabeza en todas las direcciones, intentando averiguar de dónde provenía la voz. Mi mano levantada la hizo frenarse en seco, dejando una mirada de sorpresa, que tranquilamente pudo haber sido de susto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, una vez me acerqué a ella.

—Bueno... no podía dejar tirada a una amiga en apuros, ¿no? Aquí me tienes.

Su cara se iluminó como pocas veces la había visto, resaltando, por sobre todas las cosas, esos impresionantes ojos verdes que cautivaban a todo aquél que se le ponía por delante. Era como si librarse de Barrientos le causara mucha más ilusión que alivio. Pero bueno, eso ya era problema de ella. Yo estaba ahí para ayudar nada más.

—¿Qué haces? —le pregunté, por mera curiosidad, porque me había dado la espalda y jugueteaba con algo en sus manos.

—¿Eh? ¿Qué? ¡Nada! Enviando un mensaje a Romina para que no se preocupe. Porque hoy se queda a dormir en casa, ¿sabes? —se excusó, enseñándome el móvil con mucha efusividad.

—En fin... ¿Crees que Santos tardará mucho? —pregunté, intentando ir al grano.

—Eh... No creo... O igual sí, porque todavía le quedaban un par de papeles por rellenar...

—¿Y entonces por qué bajaste tan pronto?

—¿Qué?

—Que por qué estás aquí tan temprano si él todavía tiene cosas que hacer.

—Pues... no sé, sentí la necesidad de... ¡Pues eso, Benjamín! Que me agobia mucho, y mientras más distancia tome, mejor —se alteró.

—Vale, vale. Tranquila...

Y ahí nos quedamos, esperando al hombre que, con todo el valor del mundo, había invitado a cenar a la mujer que le gustaba, pero que se iba a llevar una no muy agradable sorpresa al enterarse de que yo, supuestamente el tipo que a Lulú verdaderamente le gustaba, iba a acompañarlos en tan romántica velada. No, no me gustaba nada la idea, pero ya no me podía echar a atrás.

Quince interminables minutos pasaron, con Lulú dando muestras de un nerviosismo que no era nada normal en ella. No me miraba, no quería hablarme, revisaba el teléfono cada dos por tres. Algo raro le sucedía... ¿Tanta repulsión le tenía a Santos? Que sí, que a mí me podía resultar un tanto explotador por algunas cosas relacionadas con el trabajo; pero, fuera de eso, el hombre era alguien entrañable. Una persona con la que se podía hablar de cualquier cosa. Confianzudamente encima. Y que nunca te ponía una mala cara. No lo entendía.

—Benjamín... —dijo, de pronto.

—¿Qué?

—Gracias por venir. No sé qué hubiese hecho esta noche sin ti... —dijo, pegándose hombro a hombro conmigo y dejando descansar su cabeza sobre mí.

—Pues cenar normalmente con tu jefe, tonta —intenté bromear, puesto que su tono de voz no parecía el de alguien muy tranquilo.

—Benjamín... —volvió a llamarme, ignorando mi frase anterior.

—¿Qué pasa?

—¿Confías en mí? —tiró, de la nada.

—¿Eh? ¿Confiar de qué? No entiendo.

—Responde eso... ¿Confías en mí? —repitió, todavía apoyada sobre mi hombro, con una voz muy serena.

—Pues... Sí. Supongo que sí.

No volvió a articular palabra luego de eso. Y yo ya estaba más perdido que Hitler en el día del amigo. ¿Confiar en ella? ¿Qué quería decir con eso? Porque yo a esas alturas ya no confiaba ni en mi sombra. Las cosas estaban para ser más precavido que nunca... Precavido, cauteloso, timorato, prudente... incluso asustadizo. Con los últimos acontecimientos, yo ya no quería dejar nada al azar. O al menos esa era la teoría, porque la práctica, en la mayoría de ámbitos de mi vida, siempre se me solía dar como el culo.

A la media hora de haber llegado al aparcamiento, Barrientos por fin hizo su aparición. Pero no a nuestro lado, no por uno de los cuatro ascensores que bajaban desde las oficinas, no. Apareció, a lo lejos, donde estaban los ascensores que llevaban a la parte de atrás del edificio.

—¿Qué hace ahí tan lejos? —pregunté.

—Disimula —me dijo Lulú.

—¿Que disimule el qué? Allá está —dije yo, sin hacerle mucho caso.

—¡Disimula, coño! Se supone que tú no sabes que viene.

—Vale, ¿pero por qué te pegas tanto?

—Confía en mí.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué Lourdes se había puesto en frente mío? ¿Por qué me miraba a los ojos? Sus labios se movían también, simulaba que tenía una conversación conmigo, pero no entendía por qué había tan poco espacio entre nosotros. Cada vez menos.

—Confía en mí —me susurró.

—Lu... ¿Me puedes explicar...? —estaba comenzando a asustarme.

—Se acerca... Confía en mí... Sígueme la corriente, por favor te lo pido.

—Lu...

—Confía...

No dejaba de pedirme que confiara... Y yo confiaba... Pocas personas en el mundo me transmitían la confianza que me transmitía ella. Ella, Lulú, mi mentora, mi jefa, mi amiga... ¿Qué pretendía? ¿Por qué de pronto se aferró con ambas manos del cuello de mi chaqueta? No, ya no había ni un solo hueco por donde pudiera correr el aire entre nosotros. Su cuerpo estaba pegado al mío por completo, allí mismo, en el aparcamiento de la empresa donde había pasado los últimos años de mi vida. Y sus tacones... sus pequeños taconcitos... despegados unos diez centímetros del suelo... Su cara tan cerca de la mía...

—Lu... no...

—Confía...

Precavido, cauteloso, temeroso, timorato, asustadizo, el verbo que más les guste. Si hubiese aplicado el significado literal de cualquiera de esas palabras, seguramente nunca hubiese ido a encontrarme con ella. Seguramente mi vida no hubiese dado el cambio brusco que dio esa noche. Seguramente mis problemas hubiesen continuado siendo los mismos de siempre, pero los mismos a los que ya estaba acostumbrado a lidiar a fin de cuentas. Y, más importante que nada, seguramente no me hubiese dejado besar por mi jefa... delante de mi jefe...

Continuará.