Las decisiones de Rocío - Parte 13.
¿Me había equivocado? No había manera... Era imposible... Yo trabajaba con números todos los días y quince era un número demasiado redondo como para olvidarlo.
Martes, 7 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Alejo
—Escuchame una cosa, me importa una mierda lo que hagan con él, pero a mí ya no me rompan más las pelotas, ¿está bien?
—A mí me bajas el tonito, que si me da la puta gana te arruino la vida en un minuto, sudaca de los cojones.
—Amatista, no me jodas, quedamos en que si te lo entregaba me iban a dejar en paz.
—No, no quedamos en una mierda. Tú viniste a buscarme a mí y me ofreciste su cabeza. Yo acepté y te dije que vería lo que podía hacer. Además, todavía no conseguí lo que quería.
—¿Por qué?
—Porque el viejo tiene crédito. He visto como a otros le arrancaban los dedos por un par de pavos, pero a Cerro lo dejaron irse a su casa como si nada. Y eso que les enseñé las fotos y los audios.
—Amatista, me cago en dios, necesito que al menos consigas que me dejen de joder durante un tiempo.
—¿Y has pensado en pagar, chaval?
—¡No tengo la plata, carajo! Por eso necesito tiempo... Ahora estoy en algo que, si sigue yendo como hasta ahora, me va a dar mucha guita. Si me sale todo bien, les pago a ellos, te doy algo a vos y después me voy a la mierda de esta ciudad.
—Sinceramente me la suda tu vida, Fileppi. Sólo te digo que la única forma que te dejen en paz es que pagues y pronto. No sé por qué pensabas que vendiendo a Cerro ibas a lograr algo.
—Qué hijo de puta que sos... Que poca palabra que tienen los gallegos...
—Tranquilo, panchito, que tú no estás para hablar mucho.
—La puta madre que te parió, te vas a arrepen...
—Cálmate, chaval, no amenaces si no vas a cumplir. Mira, voy a pagarle a los negros lo que les debes, sólo te estaba midiendo un poco. Me encanta ver a la morralla enfadada.
—Ya me boludeaste demasiado, te prometo que nos vamos a volver a encontrar.
—Tranquilízate y escucha, subnormal. Lo de Cerro, a la larga, me va a venir que flipas. Tú necesitas tiempo, ¿no? Pues yo te lo voy a alquilar ese tiempo.
—Hablame claro, ¿qué mierda querés?
—Si no me equivoco, les debes una carga entera. Y eso sería...
—La mitad de una carga.
—¿La mitad? Vale... unos 23.000 euros, pero van a querer intereses, así que digamos que con 30.000 vas bien.. Yo esta tarde mismo consigo el efectivo y les digo que lo encontré en uno de los pisos francos en los que tú trabajabas y les enseño alguna carta con tu firma.
—Y supongo que ese gesto me va a costar algo, ¿no?
—Vaya que sí. Además de que quiero que me devuelvas hasta la última moneda, voy a necesitar que hagas unos trabajitos para mí durante las próximas semanas.
—¿Qué trabajitos?
—Ya en su momento te lo diré, tú sólo mantente disponible. Y no me la juegues, chaval, que yo sí cumplo mis amenazas.
—Estoy para seguir ganándome enemigos...
—Pues eso. Pórtate bien y quizás puede que algún día pases de limpiar la mierda de mis zapatos a limpiarla directamente de mi culo. Jajaja. Ya te llamaré.
—Chupame un huevo, forro.
Apreté con tanta fuerza el botón rojo de la pantalla que en un momento pensé que la había roto. Odiaba que me hicieran sentir inferior. Odiaba que un don nadie que apenas sabía leer y escribir me tuviera comiendo de su mano. Pero tenía que ser paciente y aguantar, porque sabía que mi momento llegaría más temprano que tarde y entonces iba a ser yo el que pondría las condiciones.
No obstante, y más allá de mis problemas de ego, las cosas me iban de maravilla. Después de tanto trabajármela; después de tantos dolores testiculares; después de tanto soportar sus taras mentales; la última de las defensas de Rocío, por fin, había caído. Rocío ya era mía. Me la había cogido en su cama matrimonial y con la posibilidad de que su novio pudiera aparecer en cualquier momento. Me sentía realizado. Por eso fue por lo que llamé a Amatista, para que me asegurara que ya no iba a tener que preocuparme de nada más. Ya había logrado uno de mis objetivos y esperaba que el intento de mafioso ese me confirmara otro. Y si bien las cosas ahí no resultaron como yo esperaba, al menos había ganado un poco de tiempo. Prefería tener que deberle plata a un solo tipo, que a una banda organizada de narcotraficantes africanos.
Por lo tanto, mi meta ya era centrarme meramente en mi amiguita. El tiempo para conseguir el dinero ya lo tenía, ahora sólo me faltaba estirar un poco la fecha que me había dado el empresario proxeneta, porque se suponía que ese mismo viernes esperaba reunirse con Rocío... Y ese era el problema, necesitaba al menos una semana más... El nivel de emputecimiento que tenía en ese momento no era suficiente.
—Tengo tres días todavía para pensar en algo... —murmuré.
Y así era. Con los negros fuera de mi camino ya no tenía sentido seguir precipitándome. Tenía todo el tiempo del mundo para convertir a Rocío en mi putita particular. Si el gordo asqueroso ese no estaba dispuesto a esperar, el que se jodería iba a ser él. Estaba seguro de que no me iban a faltar pretendientes para ella.
Me levanté de la cama, me vestí con los primeros trapos que vi y fui a buscar a Rocío. Tenía la verga dura y quería que me sacara la leche. No sabía en qué estado iba a estar, porque si bien lo de coger había sido idea de ella, no descartaba encontrármela triste y/o deprimida. No sería la primera vez. Pero tenía bien claro que con un par de caricias... O sea, que calentándola correctamente, iba a acceder a lo que fuera que tuviera ganas de pedirle.
—¡Princesa! —grité después de entrar en su cuarto sin llamar.
No estaba. Me fijé en el baño y tampoco. Volví a llamarla y nada. La hija de puta se había ido y me había dejado con la chota como para forjar espadas. Y me sentía demasiado ganador como para saciarme con una paja. Pensé para mí mismo que cuando volviera me la iba a empotrar contra la mesa y me senté en el sofá a ver un rato la televisión.
Mientras pasaba los canales sin decidirme por ninguno, pensaba en lo suaves y blanditas que eran las tetas de Rocío... Y en la satisfacción que había experimentado ensartándola. Me estaba poniendo muy boludo y el bulto en el pantalón cada vez se me hacía más grande. Estaba tentado de llamarla y decirle que viniera corriendo. Me sentía como un adolescente que acababa de perder la virginidad.
Para tratar de calmarme, me metí la mano adentro del calzoncillo y empecé a acariciarme la pija pensando en ella. Bueno, sé que no es el mejor método para bajar la calentura, pero hice lo primero que se me vino a la mente. Tan sumergido estaba en mis fantasías, que no escuché el timbre hasta el séptimo u octavo 'ring'. Cuando me di cuenta, me levanté como un toro en celo y salí casi que corriendo hasta la puerta.
—La puta madre, ¿dónde carajo esta...?
¿Un remedio para bajar la erección? Ese mismo me servía. Me quedé frío como un témpano de hielo cuando me di cuenta de a quién le estaba agarrando el brazo. Aunque la reacción de ella no fue muy distinta.
—¿A-Alejo? ¡¿Qué cojones estás haciendo tú aquí?! —me preguntó Noelia con los ojos como platos.
Martes, 7 de octubre del 2014 - 12:00 hs. - Rocío.
—¿Ahora lo entiendes? Es más fácil de lo que crees...
—Pero yo soy tonto, lo que para ti es fácil para mí es un laberinto.
—Otra vez con eso...
A eso de las diez de la mañana, mientras dormía plácidamente en mi cama, recibí una llamada de la madre de Guillermo (el chico al que le daba clases particulares) rogándome que fuera a su casa a ayudar a su hijo a estudiar para un examen sorpresa que le habían puesto para esa misma tarde. El cuerpo todavía me dolía por el ajetreo de la noche anterior, pero no le pude decir que no, la mujer parecía desesperada. Además, a mí no me venía mal un dinero extra.
—¿Así está bien? —me dijo Guillermo mostrándome la hoja.
—Pues no... Sigues fallando en lo mismo...
—Si es que soy un tontaco...
—Para con eso, céntrate aquí y déjate de ser tan pesimista. Tu madre me dijo que este examen es muy importante, así que demos lo mejor de nosotros para que puedas aprobar.
Ese día no estaba de muy buen humor que digamos. Luego de colgar la llamada con la señora Mariela, me encontré con dos 'sms' de Benjamín. En el primero me explicaba los motivos por los cuales había vuelto a faltar a su promesa (el trabajo, para variar) y por qué no se había podido comunicar conmigo (la batería del móvil). Y el segundo simplemente lo envió para decirme que iba a trabajar todo el día y que no lo esperara. No tiré el teléfono contra la ventana porque era el único que tenía, pero leer eso puso de una mala leche que salí de casa sin siquiera decirle a Alejo a dónde iba.
O sea, ¿yo me había estado comiendo la cabeza toda la noche porque no sabía si había actuado bien o mal, si había terminado de destruir nuestra relación o no, y él me contestaba con un par de mensajitos como si la cosa no fuera con él? ¿En serio tan poco le importaba nuestra pareja? ¿O no había sido lo suficientemente clara con mis intenciones la última vez que me había fallado por culpa de su trabajo? ¡Si hasta me habían atropellado por ello! No... ya estaba harta.
—A ver, te lo voy a explicar por trigesimoséptima y última vez, ¿ok?
—Lo siento...
El chico no tenía culpa de nada, pero es que estaba muy cabreada, y supongo que, sin quererlo, estaba haciéndole pagar los platos rotos a él. Tampoco estaba muy centrada en lo que estábamos, no descarto que no se estuviese enterando de nada por algo que no le estaría explicando bien.
—¿Estás bien? —me preguntó de pronto.
—¿Eh? Sí, ¿por qué?
—Es que... Ya sé que llevamos pocas clases, pero es que nunca te había visto tan seria —dijo bajando la mirada y jugando con los dedos. En momentos como ese se notaba que era un niño de 17 años y no el hombretón que aparentaba ser con ese físico.
—Ay... —suspiré— He tenido unos días complicados, Guille. No me hagas mucho caso... Y discúlpame si pierdo un poquito la paciencia.
—Vale... Aunque no tienes que preocuparte por eso, si hubieses visto cómo me trataban mis otras profesoras... Je...
—Seguro que no era para tanto.
—Vaya que sí lo era. La de pesadillas que habré tenido por culpa de esas brujas.
—Ah, ¿sí? Cuéntame un poco sobre esas brujas.
—Pues, verás...
Guillermo me relató con lujo de detalles cómo habían sido las otras profesoras con él. El tema no era ni mucho menos para reírse, pero es que el chico lo contaba con un sentido del humor que era imposible no alegrar la cara o no soltar alguna carcajada mientras contaba todas esas anécdotas. Y, así y sin darme cuenta, me olvidé durante un rato de mis problemas. Un rato largo, porque se nos había ido una hora con la tontería y todavía no habíamos repasado ni la mitad de lo que entraba en el examen.
—¡Basta, por favor! —le suplicaba mientras me retorcía de la risa.
—¡Te lo juro! Era una mezcla entre Rajoy y un mandril. "Mira, niño, siento que no te enterarías ni aunque tuvieras las respuestas tatuadas en las retinas".
—¡Basta, Guille!
—"En lashh retinash" —exageró provocando otro estallido de mi parte.
—¡Ya!
—Vale, vale... Por lo menos sirvió para mejorarte el ánimo un poco —me dijo con una sonrisa muy bonita.
—La verdad que sí... Y te lo agradezco... ¡Al final voy a ser yo la que tenga que pagarte a ti! Dios mío, hablando de eso, ¿qué hora es?
—La una de la tarde pasadas.
—Santo cielo, Guillermo, que tu madre me dijo cuatro horas nada más y no hemos visto ni la mitad de lo que tienes.
—No te preocupes, si voy a suspender de todos modos...
—Me pagan para evitar que eso suceda. Y ya me estoy empezando a cansar de tu pesimismo —le reclamé con falso enojo.
—Pero si es que es la verdad... No tengo futuro como estudiante... —dijo volviendo a agachar la cabeza.
—¿Por qué dices eso? Me pone triste oírte hablar así... ¿Cómo crees que me siento como profesora? Estoy dando lo mejor de mí para enseñarte...
—Si es que no es por ti, Rocío... Ya te he dicho muchas veces que la cabeza no me da... Además, tampoco tengo ninguna motivación.
—Y yo ya te he dicho muchas veces que si has llegado hasta aquí es por algo. He conocido muchos niños que no logran llegar ni a la mitad y nadie los anda llamando tontos.
—Vale, vale... Pero lo de que no tengo ninguna motivación es verdad... —recalcó.
—¿No te parece suficiente motivación ver feliz a tu madre? Ella también está haciendo un esfuerzo enorme para que tú salgas adelante.
—Ya lo sé... Y claro que quiero superar este bache por ella, pero es que... es una motivación que no me afecta directamente. ¿Cómo lo explico? Mi madre será feliz, ¿pero yo? ¿Me tengo que esforzar en algo que no me interesa sólo para que otro sea feliz?
—¡Te equivocas completamente, Guille! Si logras pasar este curso y dos más, luego vendrá la universidad... ¿Sabés lo maravillosa que es la universidad? Ahí harás nuevos amigos, conocerás muchas personas interesantes... Y fijo que encuentras novia, que estoy segura de que candidatas no te van a faltar, pillín.
—Me da pereza de sólo pensarlo, sinceramente... —dijo sin levantar la cabeza. Era más duro que un monolito el chiquillo—. De aquí a dos años quién sabe si voy a seguir vivo...
—¡Vaya con el niño! —exclamé aparatosamente—. Entonces dime, ¿estoy perdiendo el tiempo aquí contigo?
—No, el tiempo no lo pierdes, porque te estamos pagando.
—Para contestar no eres tan tontito, ¿no? Vale, déjame reformular la pregunta, ¿estás perdiendo tú el tiempo aquí conmigo?
—Hombre... perderlo, perderlo no. Me caes de puta madre y me agrada pasar el tiempo contigo... —me confesó agachando el rostro una vez más—. Pero no sé si compensa...
—¿Ves? ¡Si a eso es a lo que me refiero! Diciéndome eso me demuestras que estás deseoso por conocer gente y hacer amigos. Yo soy sólo uno de los millones de peces que hay en el mar. Imagínate lo bien que te lo pasarías con más gente y de tu edad.
—Es un añadido, un extra.
—¿Eh?
—Que me caigas bien y que me lo pase bien contigo es sólo porque me estás dando clases. En el momento en el que me dejes de dar clases, te vas a olvidar de mí y es probable que no nos volvamos a ver. No compensa —repitió. Cada vez que creía que lo estaba a punto de convencer, me salía con una pega nueva. No lo entendía en absoluto.
—¿El qué no compensa? De verdad, Guille, me cuesta entenderte...
—No es motivación suficiente llevarme bien contigo para pasarme dos años estudiando y tragando libros en cantidades industriales.
—¿Y qué quieres? ¿Terminar la secundaria y quedarte en tu casa jugando al ordenador mientras tu madre se desloma para sacar la casa adelante?
—Ya me estás hablando como las otras... —me reprochó. Ya me estaba haciendo enfadar.
—Vale, lo siento... Entonces, ¿qué clase de motivación necesitas para seguir estudiando?
—No sé... ¿Algo que me traiga satisfacciones a corto plazo, quizás? La vida me ha dado ya bastantes golpes en muy poco tiempo. Necesito felicidad en mi vida, Rocío.
Una pena enorme me agarró cuando me di cuenta de que se estaba deprimiendo a medida que íbamos hablando. Claro, yo no había pasado por lo mismo que él y por eso no lo entendía. El chico había perdido a su padre, se había mudado de ciudad y había tenido que empezar todo de nuevo, deprimido y con 16 años. Cualquiera después de algo así esperaría que la vida lo premiara.
—Vale, creo que ya te voy entendiendo... Lo hablaré con tu madre —le dije con seguridad. Me sentía capaz de poder ayudarlo.
—¿Con mi madre?
—Sí, porque supongo que esto no se lo has expuesto nunca a ella. Igual te compra algo que quieras, o te lleva de viaje a algún sitio. Sé que es materialismo puro y duro, pero creo que para empezar no estaría mal, ¿no?
—Sí, no suena del todo mal... Aunque...
—¿Aunque qué?
—Creo que hay algo que podría motivarme lo mismo o más...
—¿Sí? ¿Qué cosa? —le pregunté intrigada.
—Tus tetas.
—¿Mis qué? —sonreí confusa.
—Tus pechos.
Tardé varios segundos en procesar la información. ¿Me estaba tomando el pelo? O sea, ¿el chico no podía casi aguantarme la mirada y ahora me estaba diciendo que quería mis tetas? No entendía nada. ¿Era un pobre infeliz o en realidad era más avispado de lo que me había hecho creer? Además, ¿mis tetas? ¿En qué sentido? ¿Verlas? ¿Tocarlas? La verdad es que me aplastó su confesión.
—¿Me estás vacilando? Pensé que no eras mucho de bromas —reí nerviosamente.
—No es una broma —dijo esta vez mirándome a la cara.
—Vale, entonces sí te has pasado. Quizás no debí haberte dado tanta confianza...
—¿En qué quedamos? ¿Quieres que me motive o no?
—Guillermo, no hagas que me arrepienta de haber creído en ti. Pienso que eres un chico muy fuerte y te veo capaz de salir adelante por tus propios medios. Eso que me acabas de decir sólo lo diría un capullo. Y estoy segura de que tú no eres un capullo.
—Lo siento... Quizás me dejé llevar demasiado... —se disculpó.
—Bueno, no pasa nada... —le contesté. Luego me quedé sin saber cómo seguir a partir de ahí.
—Es que... nunca he tenido novia... y tú eres muy guapa —intentó explicarse bajando cada vez más el tono de voz.
—Dios mío... —suspiré—. Tranquilo... No pasa nada. Más allá de los problemas que puedas tener, estás en esa edad y supongo que no puedes evitarlo.
—¿Entonces sí? —dijo.
—¿Qué?
—¿Me dejarás tocarlas si paso el examen de hoy?
—¡¿Qué?!
—Pocas cosas hay que podrían motivarme más en este momento...
—Me voy.
—No, te quedan dos horas todavía —me respondió sujetándome de un brazo cuando intenté levantarme. Me solté enseguida y lo miré enfadada.
—De acuerdo, parece que me equivoqué contigo. Voy a llamar a tu madre y a contarle lo que sucedió.
—¿Te equivocaste por qué? ¿Por querer tocarte las tetas automáticamente dejo de ser un chico fuerte y capaz de salir adelante por mis propios medios?
—No, sigo creyendo que lo eres, pero pensaba que eras otra clase de persona.
—¿Y ahora qué clase de persona piensas que soy?
No le respondí. Me estaba quedando alucinada con lo que estaba oyendo. El niñato tenía respuestas para todo. Como si estuviera predijendo todo lo que le estaba diciendo. Y seguía sin saber qué pensar. ¿En realidad era más listo de lo que parecía? ¿Nos tenía engañados a todos? ¿O era sólo que era tímido y, como había cogido confianza conmigo, se había soltado? Entendía que tenía 17 años y que, a su edad, por más problemas que pudiera tener, ya estaba comenzando a desarrollar ciertas necesidades. Pero es que a mí me pagaban para enseñarle un poco de matemáticas y lengua, no para guiarlo y mostrarle cómo se debe tratar a las personas. Sea como fuere, traté de mantener la calma e intenté manejar el asunto como una adulta que era.
—A ver, Guillermo —respiré—, sabes que no está bien eso de ir diciéndole a las mujeres que quieres tocar sus pechos, ¿no? —le dije lo más serena que pude.
—¿Por qué me hablas como a un niño?
—No, cállate y déjame hablar. Quizás, como... —tragué saliva— como no has tenido una figura masculina para que te enseñe... quizás hay algunas cosas que no tienes muy claras —traté de decirle con el máximo tacto posible.
—Vaya...
—¿Lo entiendes? No me voy a enfadar por lo que ha pasado, pero quiero que pienses en ello y reflexiones. Y no dudes en preguntarme cualquier cosa que no entiendas sobre este tema, ¿de acuerdo? Quiero que, a partir de ahora, me veas como a una hermana mayor.
—Vale, vale. Pensaré en ello...
Dejamos ahí el tema y aprovechamos las últimas dos horas que teníamos para seguir repasando lo que nos faltaba. Obviamente, debido al tiempo que perdimos hablando, no pudimos verlo todo. Me esforcé de más para que pudiera entender lo máximo posible, pero era evidente que dicho esfuerzo iba a ser en vano...
—Lo siento, Rocío. Te juro que lo intento, pero... —se disculpó llevándose las manos a la cara.
—La que lo siente soy yo. No te das una idea de cuánto me frustra esto...
—Lo que más pena me da es que, al no haber resultados positivos, mi madre en algún momento te va a decir que no vengas más... Y llamará a otra profesora que seguramente termine siendo como las demás. Y yo...
Ya era casi hora de irme, pero me sabía mal dejarlo así. Ambos estábamos entre la espada y la pared, pero yo más. Si me quedaba sin ese trabajo, otra vez me iba a tener que pasar los fines de semana encerrada en mi casa y pensando en cosas innecesarias. Al menos él tenía a la madre para hablarle y se distraía con sus amigos virtuales. Pero yo, una vez se fuera Alejo, iba a quedarme completamente sola...
—¿A qué hora es el examen? —le pregunté de pronto.
—Dentro de dos horas...
—No nos da tiempo...
—¿Te quedarías más tiempo para ayudarme? —me preguntó abriendo mucho los ojos.
—Claro. ¿Qué clase de profesora sería si te dejara tirado sin más?
—Podemos intentarlo, entonces...
—¡Lo intentaremos! —lo animé, y, a la vez, también me animé a mí misma.
Una hora y media después habíamos conseguido avanzar bastante, pero todavía nos quedaba mucho sin repasar. Y nos habíamos quedado sin tiempo. El pesimismo había invadido el salón y ninguno de los dos hablaba. Yo pasaba las páginas de los libros como buscando algo más con lo que poder ayudarlo, pero en realidad estaba tratando de aislarme un poco de la tensión que se respiraba. Tenía poquísimas esperanzas de que pudiera aprobar ese examen.
—Bueno, lo intentaste, Rocío, y te lo agradezco de corazón —dijo levantándose resignado y comenzando a guardar los libros.
—Ten un poco de fe, en serio... Igual te viene la inspiración durante el examen y consigues sacarlo adelante —lo animé de nuevo, pero mi cara no reflejaba lo que salía de mi boca.
—Vale, vale —rio tratando de animarme él a mí—. Haré todo lo posible...
Cuando su madre me llamó por la mañana, me explicó que el examen era para aquellos que se habían perdido una cantidad de clases determinada por los motivos que fueran. Dependiendo de la nota de cada uno, les designarían una categoría y, en base a eso, los colocarían en los grados oportunos. Mariela me había rogado que por favor hiciera lo posible para que sacara una nota decente, porque resultaba que si su hijo caía en una de las clases "más bajas", se iba a tener que pasar el curso estudiando arduamente y temía que eso pudiera terminar de hundirlo.
—No debí haberte entretenido hablando, es todo mi culpa... Tu madre me dijo lo importante que era esto y yo, sin embargo... —comencé a lamentarme sin querer.
—Tranquila, ¿vale? —dijo él arrimándose a mí—. Ya te he dicho que igual era muy complicado. Aparte de ser tonto, no me motiva nada estudiar...
—¿En serio necesitas tanto una motivación? —le pregunté buscando su sinceridad.
—Sí... No lo digo por decir, no veo una luz al final del túnel, no veo la cima luego de los obstáculos... Me pongo a pensar en qué pasa si apruebo el examen y después el curso... ¿Luego qué? ¿Más estudiar? Qué pereza... —concluyó.
Me sentía responsable por haber perdido tanto tiempo que podríamos haber aprovechado mejor. Pero, ¿qué podía hacer yo al respecto? Ver su mirada de resignación realmente me partía el alma. ¿Cómo se podía tener tan pocas ganas de vivir a esa edad? Seguía sin comprenderlo... ¿En realidad necesitaba tanto esa motivación? ¿Si accedía a su deseo sería verdad que se iba a poner a estudiar en serio? Negué con la cabeza varias veces, pero me lo estaba planteando de verdad. Pensé en su madre, una mujer trabajadora que tenía que sacar adelante por sus propios medios a un chaval así de conflictivo, y me imaginé su cara de felicidad al enterarse que había aprobado el examen. Yo no sé si era muy buena o muy tonta, pero lo cierto es que esa visión me hizo decir algo que ni yo misma me podía creer.
—Bueno, me tengo que ir. Ya es casi la hora y quiero sacarme esta carga rápido de encima —dijo poniéndose la mochila.
—Guillermo... —lo detuve antes de que se fuera.
—¿Sí?
—Escucha lo que te voy a decir...
—¿Qué cosa?
—Voy a darte esa motivación que necesitas —dije con toda la fuerza de voluntad que pude acumular.
—¿En serio? —dijo sin más. Con ese paupérrimo entusiasmo, no estaba segura de si me había entendido bien.
—O sea, lo que me dijiste antes... ¿Entiendes?
—Sí, entiendo... —repitió. Cuando se ruborizó me di cuenta de que sí lo había entendido.
—Mira... —suspirando profundamente comencé—. Quiero que sepas que te creo, que sé que estás pasando por un mal momento y que no lo haces solamente por capricho. Pero también quiero que sepas que, si me entero que me estás mintiendo para aprovecharte de mí, no te lo voy a perdonar en la vida, ¿de acuerdo? —le aclaré con toda la seriedad que pude.
—No te estoy mintiendo, te lo juro por lo que más quieras —me respondió.
—Bueno, pero no va a ser tan fácil como crees. Digamos que... te pondré algunas tarifas.
—¿Eh? ¿A qué te refieres?
—Sí, no voy a regalarme por más jovencito que seas y por más problemas que tengas. Si quieres esto, te lo vas a tener que currar —le dije mientras me levantaba los pechos con ambas manos. Su cara era para encuadrarla.
—Vale... Pero explícate... —dijo con la voz entrecortada.
—Si suspendes, te quedas sin nada. Si apruebas con un 5 pelado, te dejaré verme en sujetador. Si sacas un 7 o un 8, dejaré que me veas sin sujetador. Y... si sacas un nueve o mejor... dejaré que me las toques —finalicé luego de pensarlo todo sobre la marcha. Si tenía crudísimo un aprobado, ya un notable ni te digo... Si tenía que enseñarle un poco el sujetador con tal de que sacara adelante ese examen, lo haría sin ningún problema—. ¿Qué te parece?
—Trato hecho —contestó casi al instante y ofreciéndome la mano para cerrar el acuerdo.
—Perfecto. Ahora vete, que te juegas mucho dentro de un rato. No te preocupes, ya cierro yo con llave.
—¡Bien! ¡Cuando me den la nota le pediré tu número a mi madre y te contaré!
—Vale, nene, vete ya —le dije saludándolo con la mano. Era increíble cómo había pasado de ser un alma en pena a ese angelito flotante que estaba saliendo por la puerta. No daba crédito a lo que estaba viendo—. Hombres...
Martes, 7 de octubre del 2014 - 18:00 hs. - Casa de Ramón Cerro.
El hombre estaba sentado en el sillón de su casa. Veía la tele mientras su mujer le trataba las heridas provocadas por la paliza que le habían dado unos miembros de la banda de narcos con la que colaboraba. Cada tanto, cerraba los ojos con fuerza para retener las lágrimas de dolor que le brotaban sin remedio.
—Déjame un rato, Brenda... Tengo que hacer unas llamadas.
No quería que su mujer se viera involucrada también en sus problemas. Y tampoco quería que lo viera llorar. Ya que esas lágrimas no sólo eran de dolor... El hombre sentía que todo lo que había logrado en su vida se estaba a punto de derrumbar. Había querido ayudar a aquél muchacho que se había metido en problemas, en parte, por culpa suya. Pero no entendía por qué las cosas habían resultado así, si no existía nadie más cuidadoso que él. ¿Qué se le había escapado?
—¿Samuel?
—Dime, Cerro, ¿qué necesitas? —se escuchó al otro lado del teléfono. Se notaba que la voz pertenecía a un hombre de raza africana.
—¿Ya sabes lo que han decidido?
—Paciencia, amigo mío. Todavía es pronto...
—Necesito saberlo ya, Samuel... ¿Sabes al menos si han tenido en cuenta mi versión? —su tono era de súplica.
—Ramón, escucha, ¿sí? Sabes que yo te creo, pero es que Amatista le estuvo llenando la cabeza sobre ti a los jefes durante mucho tiempo y ahora justamente sale esto a la luz... No tendrías que habértela jugado tanto por ese chico.
—Yo lo metí en esto, por eso quería ayudarlo...
—¿Y no has pensado que haya podido ser él el que te vendió a Amatista? Es que la manera que contaste cómo se escapó parece ridícula... ¿No estarían juntos y por eso lo dejó ir?
—Descártalo ya. El chico estaba aterrado y desesperado. Y lo que le ofrecí para que pudiera salir del lío no estaba del todo mal...
—Ramón, ese chico no iba a salir de aquí en una pieza si aparecía, y tú lo sabes. Y seguro que él también lo sabía, por eso que no te extrañe que haya buscado ayuda de 'fuera' —decía su hombre de confianza. Sus palabras tenían algo de sentido, pero Ramón se negaba a creerlo—. Déjame investigar un poco más. Ya te llamaré.
—Gracias, Samuel... Menos mal que todavía te tengo a ti.
—Tú quédate tranquilo y descansa.
El hombre colgó la llamada y se volvió a recostar en su sillón. Encontró un partido de fútbol en la programación y se puso a mirarlo mientras las palabras de Samuel N'Biang, su confidente dentro de la banda desde hacía muchos años, le seguían resonando en la cabeza.
Martes, 7 de octubre del 2014 - 18:00 hs. - Rocío.
Llegué a casa cuando todavía había luz solar, por lo que no había sido necesario que fuera nadie a buscarme. Tras abrir la puerta, fui directa hacia el sofá, donde caí rendida. El silencio era total, así que supuse que no había nadie en la casa. Me levanté tras unos minutos de reposo y fui al baño después de varias horas. Cuando salí, volví al salón y seguía sin haber nadie. Y eso me jodió un poco, porque tenía ganas de hablar y desahogarme con alguien. Alejo mismo me servía para eso, aunque no sabía cómo iba a seguir la cosa entre nosotros luego de lo que había pasado. No tenía ni idea de cómo me iba a comportar cuando lo viera, pero aun así tenía ganas de que llegara ya.
Casi una hora estuve mirando la televisión esperando a que apareciera. Me estaba impacientando. La gata corría cuando me le acercaba y en la tele ya no había nada entretenido. Ya no sabía cómo matar el tiempo. Me levanté cuatro o cinco veces para revisar la despensa en busca de algo para picar, y en todas me volví con un trozo nuevo de pan. No quería mandarle un mensaje porque, además de que me daba vergüenza, no quería interrumpirlo si estaba en una entrevista de trabajo o algo por el estilo.
—¿Dónde estás? —suspiré en voz baja mientras miraba la pantalla de mi móvil.
Me puse de pie una vez más y fui hacia la nevera. Esta vez, en el camino detuve la mirada en un papel que había al costado del microondas. "Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente. Mañana por la tarde te paso a ver. Noelia".
—¡Joder! —maldije esta vez en voz alta. Noelia había estado en casa y, al parecer, no se había ido muy contenta. No tuve que pensar demasiado para averiguar el motivo; mi hermana se había encontrado con Alejo. Ahora sí que estaba en un apuro. Lo recordaba perfectamente, como si todavía estuviese viviendo esos días, cuando Noelia le llenaba la cabeza a mis padres en contra de él. Quizás fuera por la edad, pero era tanta la animadversión que le tenía, que llegó a inventarse que vendía drogas en el instituto. ¡Drogas! ¡Alejo! El chico más sano que había conocido jamás.
No entendía cómo había podido ser tan descuidado de dejarse ver por ella. Se lo había dejado bien claro que evitara todo tipo de contacto con mi hermana. Pero ya todo se había ido al traste y ahora tendría que contarle toda la verdad, justo días después de haberme convertido en una novia infiel.
—¡Buenas tardes! —dijo alguien de pronto detrás mío. Alejo había vuelto y traía bolsas de la compra con él. Y yo no tardé en hacerme escuchar.
—¡¿Tú eres tonto o qué?! —grité apenas lo vi.
—Tranquilita, ¿ok? —dijo mientras dejaba las cosas sobre la mesa.
—¿Tranquila? ¡Que te ha visto mi hermana! ¡La única persona del mundo a la que tenías que evitar!
—Sí, bueno, la única persona del mundo, pero da la casualidad de que vive justo acá en frente. Así que calmate —contestó haciéndome un gesto con la palma de la mano.
—¡¿Pero cómo?! Es que no lo entiendo, si ella trabaja de día.
—Parece que hoy no. Mirá, te voy a decir la verdad; me levanté con unas ganas tremendas de estar con vos, pero como no estabas, me quedé viendo la televisión. Cuando escuché el timbre, no lo pude evitar y fui corriendo a abrir la puerta porque pensé que eras vos. Pero no, era ella —se sinceró. Pero no me bastaba la excusa, podría haber mirado por la mirilla antes.
—Eres un idiota, Alejo... Ahora me va a echar la bronca del siglo...
—¿Qué bronca te va a echar? Ya estás bastante grandecita como para darle explicaciones a tu hermana de con quién te juntás o no.
—¿Y qué pasó? ¿Qué te dijo? —lo ignoré.
—Nada, no me dijo nada. Me preguntó que qué hacía acá y le dije la verdad, que me estaba quedando unos días hasta que consiga encontrar algo por la ciudad —dijo mientras se abría una lata de cerveza—. ¿Querés una?
—¿Y cómo es que me dejó una nota? Por dios, Alejo, ¿hasta dónde entro? —comencé a desesperarme. No me había olvidado que la cama seguía deshecha y seguramente con aparatosas manchas oscuras en las sábanas azules.
—Primero me dijo que te dijera que mañana fueras a verla, después parece que se arrepintió y prefirió escribirte una nota. Y no pasó del salón, tranquila —continuó con la misma parsimonia dándole otro sorbo a su bebida. Saber que no había entrado a mi cuarto me había tranquilizado, pero no lo suficiente como para que dejara de quejarme.
—¿Eres conciente de que ahora no va a parar hasta que te vayas de aquí?
—Me importa tres huevos —respondió. De nuevo sin alterarse ni un pelo.
—Es capaz de decirle a Benjamín cualquier cosa con tal de que te eche... Y no dudes de que lo va a hacer...
—¿Y qué le va a decir? ¿Que lo estás engañando conmigo? Si a tu novio le importa un carajo eso...
—¿Cómo dices? —le respondí incrédula. Acto seguido, me acerqué a él y le asesté una bofetada que lo hizo escupir un buen trago de cerveza hacia un lado.
—¡¿Qué hacés, tarada?! —dijo medio aturdido.
—¡No vuelvas a decir algo como eso! —le grité. Aunque creía que, en parte, tenía razón, no estaba dispuesta a permitirle hablar de esa manera de mi pareja.
—Perdoname... Es que como anoche dijiste todas esas cosas...
—Lo que yo diga sobre mi novio es cosa mía y de nadie más, ¿de acuerdo?
—Está bien...
Me di media vuelta y me fui a la habitación. Tenía muchas cosas en las que pensar; principalmente en qué le iba a decir a Noelia. Ya ni siquiera me importaba la promesa que le había hecho al chiquillo aquél, que tenía menos posibilidades de aprobar que yo de pasar un día entero sin ninguna complicación. Pero Alejo no tardó ni diez minutos en venir detrás de mí.
—Che, Ro, no te enojes conmigo —dijo como un perrito golpeado.
—Déjame sola, por favor.
—Es que no me gusta que estemos mal... Sabés que yo te amo... —continuó con la clara intención de hacerme la pelota. Sentía que cada día que pasaba, predecía un poquito mejor los movimientos de Alejo.
—Que te vayas —insistí.
—Rocío...
Esperé en silencio recostada en la cama dándole la espalda hasta que escuché la puerta cerrarse. Cuando me aseguré de que ya estaba lejos, me levanté rápidamente, cogí una muda de ropa, una toalla y salí en punta de pies para el baño. Una vez en la ducha, traté de tranquilizarme un poco y tratar de encarar las cosas desde una perspectiva un pelín más positiva. Lo bueno de todo aquél embrollo había sido que mi reencuentro con Alejo no había sido para nada incómodo. Un poco tenso, sí, pero para nada como yo pensaba que iba a ser.
Tan centrada estaba pensando en mis cosas, que nunca escuché la puerta del baño abrirse, y mucho menos me di cuenta que Alejo se había colado en la ducha conmigo.
—¡¿Qué haces?! —grité cuando noté sus manos en mis pechos.
—Llevo todo el día con ganas de estar con vos. Te lo dije antes, ¿no? —dijo sin soltarme.
—¡Vete de aquí! ¡Estoy enfada contigo! —protesté. Pero estoy segura de que no soné muy convincente, porque Alejo comenzó a pellizcarme los pezones con más ahínco.
—No quiero irme, te dije que quiero estar con vos —reiteró mientras se ponía a besarme el cuello. No estaba del todo segura de querer hacer eso en ese momento y en ese lugar, pero tampoco estaba ofreciendo ningún tipo de resistencia.
—Dije... que... me dejes —traté de decir, pero Alejo ya me estaba separando las piernas con la mano libre y buscando con esa misma mi zona más íntima.
—Vamos a hacerlo... —dijo de pronto.
—¿Qué?
—Que voy a metértela.
—No, ni lo sueñes —respondí, esta vez sí, con rotundidad. No quería que se malacostumbrara a tener sexo cuando le viniera en gana—. Sin protección, ni lo sueñes —finalicé sin saber por qué. Aunque seguramente la subida repentina de temperatura había tenido mucho que ver.
—¡Tarán! —exclamó alzando un brazo y mostrándome un paquetito—. Compré una cajita antes cuando salí. Me lo voy a poner.
Una vez más, las cosas se me habían ido de las manos. Se colocó el preservativo en un abrir y cerrar los ojos, me tiró un poco de la cadera para atrás y colocó su pene en la entrada de mi vagina. No volví a decir nada más, simplemente cerré los ojos y esperé que él hiciera lo suyo. Él comenzó a empujar y sentí una pizca de dolor, pero nada comparado con el infierno que había pasado la noche anterior. Finalmente, pudo meterla toda sin mayores complicaciones. Y no tardó en comenzar a moverse a placer.
—No sabés cómo necesitaba esto —decía Alejo mientras me mordía una oreja. En eso, me apoyé con una mano en el azulejo y con la otra apreté con fuerza la mano que él tenía en mi pecho izquierdo.
—Puedes... —no sabía cómo decírselo—. Puedes... ir más fuerte... ¿Sí?
Lo entendió a la primera y enseguida aceleró el movimiento pélvico. La incomodidad que sentía por no estar acostumbrada a ese posición se fue rápido y puse dedicarme a disfrutar como la que más. Alejo estaba muy entonado y se notaba, me apretaba el seno con mucha fuerza y cada vez me presionaba más contra la pared.
—Me vas a hacer comer el grifo —le dije cuando ya había empezado a sentir el frío metal en mi estómago.
—Perdoname. Vení acá —dijo entonces. Luego me quitó de debajo de la ducha, me colocó de espaldas contra la pared y me la volvió a meter, esta vez, levantándome una pierna.
Todas esas posiciones eran completamente nuevas para mí, pero no me disgustaban para nada. A pesar de que sentía como me iba quedando sin fuerzas en las piernas, quería que me siguiera dando sin parar. Y se lo hice saber prácticamente a los gritos.
—Más fuerte, más fuerte... ¡Más fuerte!
Y me hizo caso las tres veces que se lo pedí. Ya no me penetraba, me martillaba y yo estaba a punto de estallar. Levanté la otra pierna y me quedé colgada de él de piernas y brazos mientras gemía escandalosamente.
—¡Más fuerte! —grité una última vez antes de tener un nuevo y espectacular orgasmo.
—¡La puta madre! —gritó él de igual manera, lo que me dio a entender que él también había llegado a su orgasmo.
Y así fue, porque ambos caímos rendidos dentro de la bañera todavía abrazados y empapados por el agua de la ducha que no había dejado de caer en ningún momento. No me recreé mucho tiempo en esa indescriptible sensación, porque tenía miedo de que Alejo perdiera dureza y su semen se derramara dentro de mí. Me molestó bastante eso, pero no tenía ganas de reprochárselo en ese momento, ya tendría tiempo de hacerlo más tarde. Así que me puse de pie enseguida, con mucho cuidado de que no se le saliera el preservativo, me terminé de lavar con el duchador y salí del baño con la toalla puesta.
Más o menos a la hora, Alejo vino a decirme que la comida estaba lista. Cenamos en silencio, porque parecía que ninguno tenía nada que decir, y, luego de recoger todo, ambos nos fuimos al sofá a ver un poco de televisión. A eso de las diez de la noche, cuando terminó la película que habían puesto en uno de los canales más conocidos, él se levantó y me anunció que se iba a dormir.
—Bueno, hasta mañana —me dijo sin más. Entonces volví a sentir ese picor que subía por mis muslos y no se detenía hasta meterse de lleno en mi entrepierna.
—Ale... Benjamín esta noche tampoco viene... —le dije con timidez y tratando de no mirarlo a los ojos.
Sólo se oía la tele en ese momento. Alejo se había quedado de pie en el comienzo del pasillo como esperando una confirmación. Cuando por fin nos miramos, ambos nos entendimos enseguida y ya no hizo falta más comunicación. Me puse de pie, lo cogí de la mano y, despacio y sin apurarme, lo llevé conmigo a mi habitación.
Martes, 7 de octubre del 2014 - 23:00 hs. - Benjamín.
—¡Por la libertad! —gritó Sebas en medio del bar.
—¡Por la libertad! —lo acompañaron el resto de los allí presentes.
Hacía unas pocas horas, Mauricio nos había comunicado a todos que los objetivos se habían cumplido y que, a partir de ese jueves, todos retomaríamos nuestros horarios habituales. Nos reunió a todos los de la planta y, cuando lo anunció, el estallido de júbilo fue monumental. Nos explicó que el miércoles teníamos que preparar informes detallados de todo lo hecho esas últimas semanas y que el jueves volviéramos a lo nuestro. Por ese motivo, Luciano y Sebastián habían organizado una salida de copas para nuestro grupito de "amigos" y los que quisieran apuntarse.
—¿Por qué esa cara de muerto, Benjamín? ¡Anímate, hombre! ¡Que ya somos libres! —me regañó Romina antes de ofrecerme una caña.
—No tengo cara de muerto, lo que pasa es que estoy agotado... Hoy no paré en todo el día y anoche casi ni dormí —me expliqué.
—¡Ya tenemos mesa, señores! —gritó Luciano desde la barra a los que esperábamos fuera.
Era la primera vez que íbamos a ese sitio. Estaba metido en una calle angosta un tanto alejada de la principal, que era donde estaba el edificio de nuestra empresa. Era pequeño, pero acogedor; luz leve, con música de ambiente y mesitas dobles para seis personas, justo la cantidad que éramos nosotros.
—Bueno, ¿brindamos ya o esperamos a Lourditas? —preguntó Sebastián.
—Esperamos a Lourdes, obviamente. Dijo que tenía que terminar una cosa y venía—respondió Romina.
—¿Y tú qué, Tito? Qué raro que hayas aceptado una invitación nuestra —continuó Sebas. Tito Perfumo era uno de los del grupo de Luciano. Aproximadamente 30 años y con más de siete en la empresa. Había venido con su novia, Carolina, que trabajaba unos pisos más abajo que nosotros.
—Pues ya ves, Sebas, hoy estamos tan contentos, que dijimos: ¿por qué no? Además, Caro tiene que empezar a socializar más, que ya hay algunos que la llaman rarita por hablar tan poco.
—Lo desmiento categóricamente —se metió ella. Carolina era una chica rubia de unos veintitantos años que estaba igual o más buena que Clara. Otro de esos fichajes que hacían para equilibrar la balanza de belleza de la empresa—. ¿Por qué dices gilipolleces?
—Para que te lances, mi amor. Aquí estamos en confianza, te lo aseguro.
—Pero si están diciendo que nunca vienes a sus reuniones, tú eres tan novato como yo aquí. Además, no vienes por quedarte a mirar esa serie de costureras que tanto te gusta —le contestó ella provocando que casi todos comenzaran a reírse de Tito.
—Si llego a saber esto, me inventaba una amante y te dejaba en casa—dijo riendo él también y luego arreglando las cosas con un tierno beso en los labios.
—Miren quién ha llegado ya —señaló Luciano.
—Siento la tardanza... Bueno, ¿empezamos? —dijo Lulú antes de hacer una seña al camarero.
Continuamos bebiendo y hablando sin preocuparnos por la hora. Tito y Carolina se fueron temprano, porque ella tenía que madrugar al día siguiente a diferencia de nosotros, lo que me jugó un poco en contra, porque ya no iba a pasar tan desapercibido. Es más, no tardaron en hacerme la primera pregunta.
—Bueno, ahora que estamos los de siempre, ¿qué te cuentas, Benja? —comenzó Luciano.
—Pues ahí vamos... ¿Y tú? —respondí tratando de evadir un poco sus intenciones.
—Venga, tío, cuéntanos cómo siguió todo con eso del amigo de tu novia, que hace tiempo que no hablamos —dijo sentándose recto y poniéndome más atención. Los demás me miraban intrigados.
—Sigue en casa... —me resigné aun sabiendo que esa confesión iba a traer más preguntas incómodas.
—Vamos, no me jodas —intervino Sebas—. Estás jugando con fuego, amigo mío.
—¿Ya vamos a empezar? —saltó Romina.
—¿Todavía no encontró piso? ¿Y el que le ibas a conseguir tú? —preguntó Luciano.
—Tuvimos una reunión con Raúl, pero no salió del todo bien que digamos... Quedamos en que me llamaría, pero aquí sigo esperando.
—Pues que le den por culo, Benjamín. Que se vaya a un hotel, o con su puta madre, pero tienes que echarlo de tu casa ya mismo, ¿vale? —exclamó Sebastián. Ya llevaba varias cervezas encima y se le estaba empezando a notar.
—No... Si yo quiero que se vaya, pero es que está ayudando a Rocío y...
—Qué pesaditos que estáis, joder... Al final váis a hacer que se pelee con la novia —me interrumpió Romina—. Mira, tú ni puto caso a estos. Si para ti está todo bien, entonces no hay nada más de que hablar.
—Ya... —asentí a duras penas. Luciano me miraba fijamente, como si estuviera tratando de leerme la mente.
—¿Y tú estás bien con eso? —dijo de pronto.
—¿Bien con qué?
—Con que se siga quedando en tu casa.
—A ver, no... Pero es que, ¿qué hago? ¿Con qué cara me presento en casa y le digo que tiene que echar a su amigo porque a mí molesta? Luciano, que en las últimas dos semanas sólo fui dos veces... —traté de explicarme. Un sentimiento de angustia me empezó a subir por el estómago.
—¡Oye! ¿Qué te pasa, Benja? —se levantó exaltada Lulú de su silla viniendo hacia mí.
—¿Ven? Ya sabía yo que algo no iba bien —dijo Sebas.
—¡Cállate, subnormal! ¿Estás bien, Benjamín? —me preguntó Romina. Al principio traté de disimularlo, pero, supongo que por culpa del alcohol, me terminé de derrumbar. Agaché la cabeza y comencé a sollozar
—Creo que me está engañando... —confesé finalmente.
Y no les mentía. Quince eran los condones que yo había contado cuando Noelia nos los regaló, quince, pero en esa caja solamente quedaban trece. ¿Por qué quedaban trece condones en la caja? Era la pregunta que me llevaba haciendo desde esa mañana. ¿Me había equivocado? No había manera... Era imposible... Yo trabajaba con números todos los días y quince era un número demasiado redondo como para olvidarlo. ¿Y si había contado mal la primera vez? Después de todo, en ese momento estaba muy cachondo y quizás se me había pasado alguno. No sabía qué pensar, y me estaba volviendo loco. ¿Y si Rocío se había comprado un 'juguete' para darse placer ella solita y le ponía el condón por algún extraño motivo? Tampoco tenía ningún sentido. ¿Quién haría eso? Sea como fuere, había estado aguantando esa presión durante todo el día y necesitaba desahogarme con alguien.
—Vaya... —fue Romina la primera que habló—. ¿Ya es seguro o... son suposiciones tuyas?
—Seguro, lo que se dice seguro, no es, pero —dije una vez me recompuse—, hay indicios...
—Vaya guarra... ¡Si es que las mujeres son todas iguales!
—¡Cállate, Sebastián! —lo regañó Lulú.
—¿Qué tipo de indicios? —preguntó Luciano.
—Bueno, no sé si la palabra es indicios, el tema es que...
Me terminé de tranquilizar y les conté la historia de los condones. No sabía si estaba bien ventilar mi vida privada de esa manera, pero en ese momento me sentía demasiado solo como para guardarme las cosas. Además, confiaba mucho en Luciano y Lulú. No tanto en los otros dos, pero todavía no me habían dado ningún motivo para no hacerlo.
—Te los ha puesto bien puestos. Y yo te lo advertí.
—Creo que ya es hora de que te vayas para casa, Sebas —le dijo Luciano con calma.
—Y una polla me voy a ir yo a casa ahora. Oye, Benja, si te molesto dímelo, ¿vale?
—No, Sebas, no me molestas —mentí. Tampoco iba a pagarla con él que no tenía nada que ver.
—Vale, lo de los condones puede que sea una prueba bastante concluyente, pero creo que deberías cerciorarte del todo antes de tomar alguna decisión —me recomendó Romina.
—Oye, Benja, échalo de tu casa mañana mismo, no esperes más —dijo Luciano—. No le abres las puertas de la casa que estás pagando con tu sacrificio para que te hagan vivir situaciones como estas. Mañana mismo le dices que se pire, ¿de acuerdo?
—¿Y si Rocío se enfada conmigo? —dudé—. Chicos, que ya no me va a dar más oportunidades. Anoche se suponía que iba a llevarla a cenar, pero por el puto trabajo no pude. ¡La atropellaron la última vez que le di un disgusto como ese!
—A ver, no mezcles las cosas. Que tu trabajo les haya estado jodiendo los planes no le da derecho de follarse a otro, ¿ok? —volvió a inmiscuirse Sebas.
—Yo pienso igual que Romina —dijo Lulú, que todavía estaba a mi lado limpiándome las lágrimas—. Primero comprueba si es verdad que te está siendo infiel.
—¿Y cómo lo hago?
—Tú eres un chico listo. Seguro que encuentras la manera.
—Que no hay que ser un agente de la CIA, cojones —insistió Sebas—. Mañana le dices que no vas a casa y terminas yendo igual. O esta noche misma, que seguro que a esta hora ni se lo esperaría.
—No, ahora no, que está muy nervioso —dijo Lulú—. Esta noche te vienes para mi casa, ¿vale?
—No quiero molestar a nadie...
—¿A quién vas a molestar, tontín? Si para mí eres como el hermano menor que nunca tuve —terminó convenciéndome con una hermosa sonrisa.
—Vale, de acuerdo...
—Benjamín, pase lo que pase mañana, échalo de todas formas. Si quieres voy yo contigo —se ofreció Luciano, que parecía verdaderamente preocupado. Cosa rara viniendo de un tipo al que le gustaba acostarse con mujeres casadas.
—No, no. No tienen que preocuparse, chicos, en serio. Yo mañana me las ingeniaré... Creo que hablaré directamente con ella, no me gusta eso de andar indagando a sus espaldas.
—Qué ingenuo eres, tío.. ¡Que te lo va a desmentir todo! Y seguramente luego se haga la ofendida. Hazme caso y mañana entra en tu puta casa con un garrote y rompe todo si hace falta.
—Se acabó. Vámonos, Sebitas —dijo Luciano mientras cogía su abrigo—. Mira, Benjamín, si tu novia te ha sido infiel o no, es lo de menos. Hay veces que es mejor vivir en la ignorancia, ¿vale? ¿La causa de todas tus preocupaciones es el tipo ese? Bueno, mañana por la mañana le dices que se tiene que ir, que ya no te sale de los cojones seguir prestándole tu puto techo. Y si tu novia se enfada, que se enfade. Y te llamaré para comprobarlo. Venga, nos vemos.
—¡Acuchilla al bastardo, Benjamín! —fue lo último que se escuchó decir a Sebastián.
—¡Bueno! ¡Cambiemos de tema! ¡Hemos venido aquí para celebrar!
—¿Y si la seguimos en mi casa? —propuso Lulú—. Para que Benjamín pueda irse a dormir si quiere. Ya, si eso, tú y yo nos quedamos charlando.
—Me parece perfecto.
—¿Me dejan hacer una llamada antes? —les pedí con cara de cordero degollado. Ambas se miraron y luego me dieron su aprobación.
—Llámala, anda —dijo Romina—. Si eso te hace quedar más tranquilo.
Me fui a una esquina lo más alejada posible de la gente y marqué el número de casa. Tenía que hablar con ella, lo necesitaba urgentemente. Esa conversación que acababa de tener con mis compañeros me había hecho más mal que bien. Quería escuchar su voz y que me dijera que todo iba bien. El teléfono fijo no lo cogió, así que probé suerte con el móvil. Cuatro, cinco, seis, siete, ocho tonos y luego el contestador. Probé suerte una vez más... Nada. Tenía ganas de llorar, pero no quería que Romina y Lulú me vieran. Maldije en voz baja y volvé a teclear el número de mi novia.
—¿Benjamín? —contestó al fin.
—¡H-Hola, Rocío! —respondí como pude.
—¿Pasó algo? ¿Por qué llamas a estas horas? —dijo con cierto toque de preocupación en su voz. Esbocé una sonrisa al darme cuenta de que no estaba enfadada conmigo. Después de todo, era la primera vez que hablábamos en el día y todavía no había tenido la ocasión de demostrarme su disgusto por lo que había pasado la noche anterior.
—Eh... No, no, no te preocupes, está todo bien. ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? —dije a duras penas. Me había concentrado tanto en querer hablar con ella, que en ningún momento me paré a pensar qué iba a decirle.
—Estaba a punto de... ¡Ay! —se quejó de pronto. Entonces se oyeron varios sonidos que fueron ahogados enseguida, y luego se hizo el silencio total
—¿Rocío? ¿Estás ahí? ¿Rocío?
—S-Sí, espera... —dijo forzadamente—. Ya está, disculpa, es que la gata se me subió a las piernas y me hizo daño. ¿Qué decías?
—No, te preguntaba que qué tal estabas... —otra vez silencio. Me pareció oírla tomar aire antes de contestarme.
—Bien, bien... Estaba a punto de irme a dormir, pero pusieron una película buena en —nuevo silencio—... pusieron una película buena en la tele y me quedé... me quedé viéndola.
—¿Estás bien, Ro? —le pregunté de nuevo extrañado. Cada vez tardaba más en responderme.
—Sí, sí... ¿Podemos hablar mañana? Es que... ¡Ay! —otro grito—. ¡Basta, Luna! Vete de aquí.
—Sí, bueno... Es que quería que habláramos sobre lo que pasó anoche... No sabes lo apenado que estoy —saqué por fin el tema. Pero la respuesta nunca llegó. Luego de unos segundos sin oír nada, la comunicación se cortó. Volví a llamarla, pero no contestó. Intenté de nuevo con el teléfono de cada, pero nada.
Me senté en una banqueta que estaba ahí al lado y me quedé mirando a la nada un buen rato. Romina y Lulú no tardaron en venir a donde estaba yo. Cuando las vi llegar, me recompuse un poco, puse la mejor sonrisa que pude y les dije que nos fuéramos de allí. Romina, mucho más cariñosa que de costumbre, me dio un abrazo y me hizo una promesa:
—Me da igual lo que digas, esta noche los tres nos vamos a coger un pedo de campeonato, ¿entiendes? ¡Dime si lo entiendes!
—Sí —contesté sin muchas ganas.
—No, no me vale así. Te estoy diciendo que los tres nos vamos a coger un pedo de campeonato. ¡Dime si lo entiendes!
—Sí, lo entiendo, Romina...
—Déjalo —intervino Lulú—. No creo que vayas a sacar nada mejor que eso, de momento.
—Bueno, pero luego ya verás como lo hago animarse —rio maliciosamente.
De esa manera, salimos de aquél bar y nos fuimos para la casa de Lourdes, donde esperaba poder ponerle fin a ese día nefasto.
Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 00:30 hs. - Rocío.
—Que te vayas a la mierda te he dicho.
—Dale, boluda, si te gustó más a vos que a mí.
—Eres un imbécil. Un imbécil y un capullo.
—Uy, esas palabritas. Pensaba que a la nenita la habían educado de otra forma.
—Vete de aquí.
—No, quiero dormir con vos esta noche.
—Pero yo no. Sácamelo de dentro de una vez y vete a tu habitación..
—Ah, sí, perdón.
Hacía escasos minutos, había vuelto a traspasar otro límite. Otro de esos límites de los que no se puede volver. Y todo había sido por su culpa, por eso estaba tan enfadada. Una cosa era permitir que tuviera sexo conmigo, y otra muy diferente era dejar que hiciera lo que quisiera, cuando quisiera y donde quisiera.
—¿En serio nunca lo habías hecho? —me preguntó mientras le hacía un nudo al preservativo que acabábamos de usar.
—¿El qué? —me hice la desentendida.
—Hablar por teléfono mientras hacés el amor.
—Por supuesto que no...
—Tenés que soltarte mucho más todavía, nena. No sabés la de cosas que te faltan por ver y aprender.
—¿No te acabo de decir que te vayas a tu habitación?
—¿Por qué estás enojada?
—¿Ahora me vacilas? —lo miré indignada—. Te grité cuatro veces que no cogieras el móvil.
—Bueno, ya fue. Lo hecho, hecho está —rio mientras se recostaba de nuevo a mi lado.
—¿Qué pretendes con estas cosas? ¿Sabes que me puedo haber metido en un lío por tu culpa?
—¿En un lío por qué? Yo creo que disimulaste bastante bien.
—Da igual eso. Imagínate que hubiese escuchado tu voz, o que me hubiera venido justo en ese momento... ¿Qué hubiese hecho?
—Nada, colgar de la misma manera que lo hiciste. Estás exagerando demasiado... Vení para acá —dijo mientras me giraba hacia él y me plantaba un beso en la boca.
No quería que se saliera con la suya y que siguiera portándose como un idiota. Estaba enfadada, muy enfadada, quería terminar esa noche ahí mismo y mandarlo a su habitación. Pero, lamentablemente, en el fondo sabía que él tenía razón, y me odiaba por eso. Sí, cuando cogí el teléfono y escuché la voz de Benjamín mientras Alejo me penetraba por detrás, una mezcla de sensaciones me atravesaron desde la cabeza hasta los pies, provocando en mi cuerpo algo que no había sentido nunca. El miedo a ser descubierta, entrelazado con el placer que me estaba sintiendo, sumado a lo prohibido de la situación, habían logrado transportarme a otra dimensión totalmente nueva para mí. El momento hubiese sido perfecto de no ser porque tuve que disimular y aguantar el tipo como mejor pude, pero eso no cambiaba que me había gustado muchísimo.
—Déjame en paz —dije dándole la espalda otra vez.
—¿Lo hacemos de nuevo? —dijo él antes de poner una mano en mi cadera.
—No. Vete de aquí.
—Dale, una vez más y me voy, ¿sí? —insistió, y continuó recorriendo mi trasero con movimientos circulares.
—No quiero —dije tajante, pero separando un poco las piernas cuando su mano pidió permiso para acceder a mi sexo.
—¿Por qué no? —siguió preguntando mientras colocaba su pene nuevamente erecto entre mis glúteos.
—Porque estoy enfadada contigo.
—Pero yo no te hice nada... —insistió cogiéndome un brazo y llevándolo hacia atrás a donde estaba su miembro.
—Tú sabes bien lo que... Oye, ¿por qué tienes puesto otro preservativo? —me sorprendí girando la cabeza y buscando una explicación. Pero su respuesta fue levantarme la pierna que tenía arriba y ensartarme de una vez y casi sin esfuerzo.
—Uy, perdoname, se me resbaló...
Intenté hacer un poco de fuerza, sin mucho entusiasmo, para apartarlo de mí, pero enseguida dejé de hacerme la que no quería la cosa y me dediqué a disfrutar de una nueva relación sexual con Alejo, mi mejor amigo durante mi época de estudiante, y mi flamante amante en esta nueva etapa de mi vida.
Una vez ambos llegamos al orgasmo, me levanté de la cama y casi que lo arrastré hacia afuera. Había sido una nueva velada satisfactoria para mi cuerpo y consideré que ya era hora de que llegara a su fin. A eso de las tres de la mañana, Alejo me despertó acostándose a mi lado. Cuando noté que no tenía planeado intentar nada, me abracé a él y seguí durmiendo cómodamente.
Sobre las diez de la mañana, me despertó uno de los tantos tonos de notificaciones de mi teléfono móvil. Refunfuñando y medio dormida, cogí el móvil y revisé el mensaje. Era de un número desconocido, así que supuse que sería publicidad. Cuando iba a dejar el aparato de nuevo en la mesita de noche, leí de reojo: "Hola, soy Guillermo".
—¡El examen! —exclamé abriendo los ojos instantáneamente.
Un poco más espabilada, seguí leyendo: "Recién me mandaron el resultado del examen de ayer, te adjunto una foto para que lo veas tú misma. Un abrazo grande, guapa", cerrando el texto con un emoticono que guiñaba el ojo. Sin ponerle demasiada atención a lo que había escrito, abrí la foto y entonces sí me terminé de despertar del todo. Me froté los ojos varias veces, pero no, no estaba dormida, ni soñando.
—Me cago en mi vida... —maldije en voz alta al ver una vez más ese "9.4" que brillaba con luz propia en la pantalla de mi móvil.