Las decisiones de Rocío - Parte 12.

Parte 12: La decisión de Rocío.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 21:30 hs. - Benjamín.

Ya no me quedaba nada para terminar, estaba por fin acabando con los últimos documentos que tenía que pasar a ordenador. Había estado toda la tarde tecleando sin parar. A eso de las tres de la tarde me había tomado un descanso de 15 minutos para tomar un café, pero nada más, ni siquiera había almorzado. Los dedos ya me estaban empezando a fallar y sentía un dolor bastante incómodo en la parte baja de la espalda. Pero nada de eso me importaba, sólo pensaba en terminar de una vez y salir pitando a casa para encontrarme con mi novia.

—¿Mucho trabajo? —dijo una voz detrás mío que me hizo torcer el gesto.

Ya era normal que Clara apareciera de esa manera. Decidí ser cordial, a pesar de todo, porque no quería que Mauricio me siguiera jodiendo por su culpa.

—Más o menos. Ya estoy terminando, por suerte —le dije con fingida amabilidad.

—Vaya, ¿ya no estás enfadado conmigo? —rio. Sabía que iba a intentar buscarme las cosquillas, pero no me quedaba otra que agachar la cabeza si no quería seguir haciendo esperar a Rocío.

—Clara, no estoy enfadado contigo, ni nunca lo estuve. Ayer tuve un mal día y tú te me cruzaste en un mal momento, eso es todo. Te pido perdón por lo que pasó —dije dándome la vuelta en mi silla y soltándoselo todo de sopetón.

—¡Benji! —gritó con una sonrisa de oreja a oreja y saltando hacia mí para abrazarme.

—¡Vale! ¡Vale! —exclamé tratando de alejarla de mí. Me daba pánico que pudiera aparecer Mauricio.

—No sabes lo mal que lo pasé ayer y hoy. Pensé que me odiabas y no sabía por qué. Gracias por aclarar las cosas, Osito —concluyó poniéndome un nuevo apodo.

—Que sí, tranquila. Está todo bien. Y prefiero que me llames Benji.

Rio nuevamente y fue a buscar una silla para sentarse cerca mío. Le pedí que no me distrajera mucho así podía finalizar de una vez con la pequeña pila de papeles que me quedaba, y así lo hizo. Sorprendentemente, se portó bastante bien para lo que solía ser ella.

Treinta minutos después al fin conseguí terminar con todo. Clara aplaudió y se propuso para ayudarme a llevar todas las hojas a sus respectivos archivadores. Una vez terminamos, recogí mis cosas y fui al despacho de Mauricio, que hacía rato se había ido, a rellenar el informe con todo lo que había hecho ese día.

—¿Quieres saber la última? —me dijo luego de entrar y cerrar la puerta.

—¿Qué cosa?

—Escuché a Lourdes hablando con Mauricio ayer por la noche... Yo estaba en el despacho de Romina y fui a coger el teléfono para avisarle de una reunión. Pero cuando descolgué, él estaba hablando con tu jefa por esa línea.

—¿Están conectados los teléfonos? —pregunté mientras rellenaba la hoja.

—Claro, el del despacho de la secretaria y el del jefe tienen la misma línea.

—Vale, pero no deberías ponerte a escuchar conversaciones privadas —le dije con ingenuidad. Realmente yo tenía puesta la cabeza en pirarme de ahí y llegar a casa de una vez. No le estaba poniendo mucha atención.

—No me sermonees ahora. Mira, parece que se van a ir a pasar una semana juntos a algún lugar lejos de aquí.

—¿En serio? —le dije con también fingida sorpresa. No sabía a qué estaba jugando ni qué pretendía, pero en ese momento no estaba interesado en averiguarlo.

—¿Me estás vacilando? ¿Esa es tu reacción? —se quejó.

—¿Y qué quieres que te diga? Es su vida, que la disfruten como quieran.

—¿No me vas a regañar y preguntarme cuarenta veces si es verdad?

—Tengo un poco de prisa. Ya, si eso, mañana —la corté cuando terminé con el dichoso papel.

—Ah, claro, que te está esperando tu noviecita —dijo con socarronería.

Ignoré ese comentario, volví a coger mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Cuando puse la mano en el pomo y tiré hacia mí, me quedé estático en el lugar y la puerta también. "Chin chin" escuché detrás de mí. Clara me mostraba las llaves con una sonrisa pícara dibujada en su tan bello como molesto rostro.

—Creo que quedaron varias cosas pendientes entre nosotros, ¿me equivoco? Me gustaría resolverlas antes de que te vayas.

—Espera, ahora eres tú la que quiere vacilarme, ¿no? —reí intentando seguirle el juego.

—¿Tengo pinta de estar vacilando? —dijo mientras se comenzaba a abrir los botones de la camisa.

—Otra vez no, Clara, por favor...

—Creo haberte dicho que no es bonito rechazar a una mujer que se te insinúa.

—Clara, dame las llaves —dije con calma. Miré el reloj por primera vez.

—Cógelas tu mismo —me incitó tras meterlas en su escote.

—Clara, deja de hacer el gilipollas y dame las llaves —miré el reloj por segunda vez.

—Te he dicho que aquí las tienes —insistió retrocediendo hasta sentarse en el escritorio de Mauricio.

—Me estás tocando los cojones... —dije acercándome con decisión hacia ella.

Me había prometido a mí mismo que no iba a volver a dejar que esa chiquilla me tomara el pelo. Por eso, cuando quedé a un palmo de ella, metí la mano dentro de su escote sin dudarlo y cogí el juego de llaves.

—¡Qué audaz! —dijo riendo y sin poner oposición.

Harto, me di media vuelta y me alejé de ella. Puse la primera llave en la cerradura, giré, pero no era esa. Escuché como Clara se reía por lo bajo. Metí la segunda; tampoco era. La becaria seguía riendo. Comencé a temer que me la estuviera jugando de nuevo. Metí la tercera, la cuarta, la quinta y, finalmente, la sexta llave; todas sin éxito. Me giré de nuevo y fui hacia ella para volver a meterle la mano en el escote. Toqué su sujetador por fuera y apreté sus pechos buscando las llaves. Ella se rio y se levantó ambas tetas con las manos como invitándome a que mirara más de cerca. No le hice caso y proseguí con el cacheo. Para mi sorpresa ella seguía sin ofrecer resistencia, sólo se mofaba de mí con soniditos burlones. Palpé su torso de arriba a abajo y bajé cual guardia de seguridad de estadio de fútbol por sus caderas y sus piernas hasta sus tacones buscando algún bulto.

—¿Has acabado ya?

—¿Dónde están las putas llaves?

—No sé, Benji... Yo créi que eran esas —dijo con sorpresa.

—Clara, esto ya no es ninguna broma. Mi novia me está esperando en casa y, sinceramente, me creas o no, puede que mi relación esté en juego ahora mismo —dije. Y me di cuenta cuando terminé de recitar la última palabra que aquello había sonado a súplica. Igualmente no me importaba, tenía que salir de ahí como fuera.

—¡Oh! No lo sabía... ¿Tan mal están las cosas entre ustedes?

—Mañana, si quieres, te invito a un café y te cuento todo con lujo de detalles, pero ahora de verdad que tengo prisa.

Para mí alegría, Clara se levantó y se acercó hacia mí. Ilusamente creí que me iba a entregar las llaves y que todo se iba a quedar en un simple susto. Pero nada más lejos de la realidad...

—Fóllame aquí y ahora y te dejaré irte con tu novieta.

—¡¿Qué?! ¡¿Eres retrasada o no me estás escuchando?!

—Guárdate los insultos para cuando me estés taladrando —dijo pegándose a mí y llevando sus manos a mi cinturón.

—¡Que no! —la aparté con violencia.

—Mira, majo, ya me estoy empezando a cansar de tu mariconería. Te garantizo por lo que más quieras que, antes de que yo me vaya de esta empresa de mierda, voy a follarte. Aunque sea una puta vez. Así que sé bueno y deja de retrasar lo inevitable.

Su mirada había cambiado. La sorna y la coquetería habían desaparecido. Ahora me miraba con más odio que deseo. Y debo admitir que me intimidó, y mucho. Nunca en la vida una mujer me había hablado de esa manera. No obstante, la rabia que sentía en ese momento por no poder salir de esa oficina era mucho más fuerte que el miedo que pudiera tenerle. No iba a darle el gusto de que me viera acurrucado y arrepentido por no haberla obedecido. Lo lamenté por Rocío, pero todo indicaba que me iba a tener que esperar una última vez...

—Vaya... —dije intentando recomponerme—. Mira qué rápido has cambiado de actitud. Cómo se nota que no eres más que una puta niñata que está acostumbrada a salirse siempre con la suya. Pues te aviso que conmigo no, puta cría. Vuelve a guardarte las tetas dentro de esa camisa, que nos espera una larga noche aquí metidos. ¡Oye! Siempre y cuando no encuentre las llaves antes.

La hice a un lado con un hombro y comencé a rebuscar tranquilamente en la oficina. Ella se había quedado muda. Era evidente, por las muestras de tipo tímido que le había dado los días anteriores, que no se esperaba que yo pudiera responderle de esa manera. Me sentía ganador, aun sabiéndome perdedor. Rocío iba a tener que esperarme una vez más. Y lo peor era que no tenía manera de comunicarme con ella, pues me había olvidado el móvil en mi escritorio y la línea de los teléfonos de Mauricio se inhabilitaba por la noche. Mi única esperanza era que Clara se terminara por aburrir y tirara la toalla al ver que no iba a conseguir lo que buscaba. Iba a ser la típica competición de "a ver quién la tiene más grande".

—Pues suerte buscándolas, gilipollas. Oh, ¿ves esas pilas de papeles que hay ahí arriba? No es casualidad que me haya quedado hasta estas horas aquí dentro, tengo que sellarlas todas antes de que comience el turno de la mañana.

La cara de tonto que se me quedó debió de haber sido para enmarcarla. La niña se rio, esta vez con malicia, y se fue a sentar a su escritorio para comenzar con su trabajo. Dejé de perder el tiempo con lamentaciones y aceleré mi búsqueda de las dichosas y malditas llaves.

«Me cago en mi vida...»

Martes, 7 de octubre del 2014 - 01:00 hs. - Rocío.

Con la mirada perdida en el techo, el corazón latiéndome a mil por hora y la gata reclamando mi atención lamiéndome la planta de los pies, esperaba tirada en mi cama a que Alejo terminara de ducharse.

Hacía unos 15 minutos que había pronunciado esas palabras que nunca creí que iba a llegar a pronunciar. No recuerdo si la reacción de Alejo había sido la que me esperaba, pero sí me acuerdo que me dio un tierno abrazo y que me dijo: «Sos lo mejor que me pasó en la vida». Acto seguido se levantó, cogió una toalla de mi armario y se fue al baño.

Ahí mismo, tendida boca arriba en la que se suponía iba a ser sólo para mí y para mi novio, las lágrimas me seguían resbalando por la cara. Estaba muy herida. Me sentía quebrada por dentro. Creía que para Benjamín yo ya no significaba nada. Me imaginaba escenarios donde él estaba con otra mujer, o donde se reía con sus compañeros de trabajo de la imbécil aquella que lo estaba esperando en casa. Repito, lo odiaba mucho; estaba lastimada y triste, pero a la vez furiosa. Y eso, sumado a que mi autoestima estaba por los suelos, era por lo que estaba a punto de entregarme a mi mejor amigo. Porque sí, necesitaba sentirme deseada. Necesitaba sentirme amada.

—Date prisa...

No obstante, cada segundo que pasaba sin que Alejo regresase eran segundos en los que mi subconsciente aprovechaba para entrar en juego. ¿Y si estaba precipitándome? ¿Y si a Benjamín le había pasado algo malo? Eran algunas de las preguntas que me hacía muy en el fondo, pero que no quería responder.

Me encontraba en un estado de pesimismo tan profundo, que me cerraba automáticamente a que algo de eso fuera posible.

Alejo apareció cuando ya la cabeza me estaba empezando a doler. Me incorporé apenas lo vi y traté de limpiarme las lágrimas con la contra cara de la mano. Sin decir nada, con únicamente la toalla cubriendo su cuerpo, se sentó a mi lado y buscó mis labios.

—No llores más. Esta noche es para vos y solamente para vos. Olvidate de todos tus problemas y dejate llevar —me dijo mirándome a los ojos luego de un largo y tierno beso.

—Vale...

Me predispuse de la mejor manera y decidí que obedecería todo lo que él me dijera. Cerré los ojos, me concentré lo máximo que pude y dejé de pensar en Benjamín. Así mismo, me volví a recostar en la cama y esperé a que Alejo decidiera comenzar.

—Vos dejame a mí —me susurró al oído.

Dándome suaves besitos en el cuello, llevó una de sus manos al final de mi vestido con la intención de comenzar a quitármelo. No tenía prisa, se recreaba acariciando mis muslos mientras lentamente iba enrrollando el vestido, que si bien no estaba del todo ceñido a mí, no era tarea fácil estando yo acostada con parte de su peso encima mío. Pero él sabía muy bien lo que hacía y se las ingenió perfectamente para subirlo hasta mi cintura sin interrumpir ninguna de las maniobras que estaba realizando.

—Tranquilizate —me dijo de pronto.

Efectivamente, estaba temblando y no me había dado cuenta. Tenía los ojos cerrados y me dejaba hacer, pero estaba como un flan. Me senté en la cama e intenté respirar profundo. Él me abrazó y apretó su torso contra el mío.

—Si querés parar, paramos. No hay ningún problema —me dijo.

Volví a cerrar los ojos y agaché la cabeza. No podía sacarme a Benjamín de la cabeza. Por más que lo intentaba, seguía incrustado ahí. Sabía perfectamente que esa vez no era ni iba a ser como las otras, hacer el amor con Alejo ya significaba cruzar la última puerta hacia la infidelidad. Y tenía muchos sentimientos encontrados. Yo amaba a Benjamín con toda mi alma y eso no iba a cambiar, pero esa última semana se había desentendido completamente de mí. Y si hubiese sido únicamente por el trabajo quizás lo habría entendido, pero haber descubierto que sus horarios de trabajo no eran los que él me había dicho y haberlo visto en la calle almorzando con una chica que yo no conocía de nada, además de que también sospechaba que se estaba quedando a dormir en la casa de esa mujer o de alguna otra, me había hecho llegar a pensar lo peor y a que mi confianza en él decayera hasta el subsuelo. En cambio, Alejo había estado a mi lado y, durante esos días, me había dado el sustento emocional necesario para no terminar de derrumbarme. En otras palabras, Alejo había sido mi verdadera pareja esos días.

«Benjamín no invierte ni la mitad de tiempo en pensar en mí que la que yo invierto en pensar en él»

No lo merecía. Benjamín no merecía que siguiera derrochando ni un solo segundo más en él.

—No, no pares. Sigue, por favor —le dije mientras me terminaba de quitar el vestido.

Alejo sonrió y volvió a hacer que me tumbara en la cama con la fuerza de un beso descomunal. Me abracé a él y le devolví el favor poniendo todo lo que pude de mi parte. Mis remordimientos habían quedado a un lado y mi mente por fin estaba despejada. Ya no tenía ningún motivo para contenerme. Como bien había dicho él: ese era mi momento, esa era mi noche. Y la iba a disfrutar lo máximo posible.

Cuando mis primeros gemidos comenzaron a salir provocados por sus constantes caricias, Alejo separó su boca de la mía e inició un lento descenso a través de mi torso. Mientras bajaba, alternó por mi cuello y hombros pequeños mordiscos y suaves besitos que me hacieron erizar la piel. Recién se detuvo cuando llegó a mis pechos, que todavía estaban cubiertos por el sujetador negro de encaje que había elegido especialmente para esa noche. Me hizo gracia en el momento, porque Alejo lo desprendió de un solo intento y lo tiró a un lado como si no significara nada para él. Eso me dio más fuerzas, si cabía, para evitar que cosas innecesarias volvieran a mi cabeza.

—Sos hermosa.

Con cada uno de sus brazos colocados a mi lado aguantando el peso de su cuerpo, Alejo me dijo esas palabras mirándome a los ojos con un galanteo que no era propio de él. Me ruboricé y giré la cabeza para evitar su mirada. Luego se dejó caer sobre mí y hundió su cara entre mis pechos, donde continuó con su rutina de besitos. Parecía que todo lo hacía en cámara lenta. En otras ocasiones había sido bastante más enérgico, incluso diría que bruto, pero en ese momento parecía que quería hacer todo con presición milimétrica, como con miedo a equivocarse y que algo malo pudiera pasar. Por ese motivo, lo sujeté de la nuca con fuerza y presioné su cara más contra mí piel. Él entendió el mensaje y enseguida cambió los besos por unas vigorosas succiones en el centro de mis pezones. Alzó ambas manos y comenzó a estrujarlos sin dejar de chupar. Le solté la cara, cerré los ojos y ya sólo me dediqué a disfrutar lo que me estaba haciendo.

Tras varios minutos recreándose con mis mamas, continuó descendiendo, esta vez con un poco más de prisa, hasta llegar a mi monte de Venus. Paró entonces y me miró a los ojos para pedir mi autorización. Sin estar muy segura (diría que más por vértigo que por miedo) asentí. Me sentía como una adolescente a punto de perder la virginidad. Esta completamente cohibida. Una cosa era hundirle la cara en mi pecho y otra muy distinta era presenciar como preparaba el terreno donde luego iba a enterrar su miembro. Era como si todavía no fuera del todo consciente de que estaba a punto de hacer el amor con él. Por suerte, yo era una mera espectadora en esos momentos y Alejo era el que llevaba la voz cantante. Mientras yo trataba de cerrar las piernas por la vergüenza, él hundió su nariz en mi braga y suspiró de forma escandalosa, provocando que mi cuerpo se contrajera y se deslizara hacia abajo por la cama. Luego, apartó la tela negra y comenzó a hacer lo mismo, pero esta vez sin hacer contacto con mi piel.

—Te lo juro, no me voy a aburrir nunca de este perfume.

Poco a poco, la calentura corporal comenzó a superar a la mental y, a ese ritmo, empecé a perder la vergüenza. Alejo siguió olfateándome cual perro a su pareja, pero sin hacer contacto en ningún momento. Levanté la cabeza y lo miré expectante. Me estaba impacientando eso que estaba haciendo. No estaba despeserada por que avanzara, ni nada por el estilo, pero cada soplido de aire que impactaba contra mi intimidad me hacía estremecer. Me miró él también y, sin darme ninguna señal, finalmente dejó caer su cara en mi entrepierna. Fue repentino, lo que provocó que mis piernas hicieran el intento de cerrarse, encontrándose con la cabeza de mi amigo en el camino.

—¡Perdona! —intenté decirle, pero no me hizo caso y comenzó a lamerme como ya había hecho en otras ocasiones.

Y eso era lo que faltaba. A los pocos segundos ya me estaba retorciendo sobre la cama y tratando de ahogar los gemidos. Alejo había iniciado un rápido movimiento de lengua sobre mi clítoris y no parecía que tuviera intención de detenerlo. Llegó un momento en el que tiré de su rubia cabellera para apartarlo de mí. Por más que hubiera estado más de una semana "practicando", mi cuerpo todavía no se había acostumbrado a esos ajetreos. Él, lejos de intimidarse por mis brutos forcejeos, se ciñó más fuerte a mí y metió de golpe dos dedos dentro de mi vagina. Un resonante alarido salió de mi garganta y exploté al instante. Solté sus pelos y me agarré al respaldar de la cama mientras levantaba la cadera con la boca de Alejo todavía pegada a mi cosita. Él recién se desprendió de mí cuando durante los últimos coletazos de mi orgasmo.

Había sido sensacional, al igual que las otras veces, pero sentía que ya no tenía fuerzas para nada más. Alejo se volvió a acomodar encima mío y buscó besarme. Yo todavía estaba medio extasiada y apenas moví los labios. Él lo notó y se recostó a mi lado abrazándose en cucharita a mí.

—Vamos a descansar un rato —me dijo al oído.

Sin responderle, sujeté su brazo y apoyé la cabeza en la almohada. Notaba su durísimo bulto haciendo fuerza contra mi culo. Y me sentí mal por él. La mayoría de las veces él se tenía que aguantar después de hacerme disfrutar a mí. No me parecía nada justo, pero es que me había quedado sin fuerzas. Supongo que se debía a los nervios iniciales, sumado a que había estado llorando durante tanto tiempo, más el desgaste provocado por el orgasmo... Quise darme la vuelta y al menos ver si lo podía aliviar con la mano, pero estaba rendida.

—Gracias por todo, Ale —dije dándole un beso en el brazo.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Benjamín.

—Ya está, Clara... Ya son las dos de la mañana. Mi novia ya se habrá ido a dormir y ahora mismo debe estar pensando en irse a pasar unos días con su familia para no tener que ver mi puta cara durante un tiempo. Dame las malditas llaves.

—Estoy intentando trabajar, haz un poco de silencio, por favor.

Llevaba más de cuatro horas encerrado en ese despacho. Había intentado todo para salir de ahí. Obviando el hecho de que había revisado en cada recoveco del cuarto en busca de las llaves, había intentado convencerla diciéndole que necesitaba ir al baño, que me dolía la cabeza, que en realidad todavía me quedaba trabajo por hacer. Lo había intentado todo. Bueno, todo excepto lo que ella quería, que era que me la follara.

—Te juro por lo que más quieras, que mañana voy a informar de esto a Mauricio y a todo el que tenga más poder que Mauricio. Me dan igual las putas consecuencias. En serio, me la sudan a más no poder. Estoy harto ya de ti, de los problemas que me trae este puto trabajo a mi vida personal, de Mauricio, de Lulú y de sus putas madres. Ya me da igual todo. No pienso quedarme ni un día más a trabajar 16 putas horas para que, encima, una puta niña caprichosa me cague la vida como lo está haciendo.

Clara seguía sellando y parecía que no me hacía caso, pero yo sabía que me estaba escuchando con atención. Cada palabra que salió de mi boca fue sincera. Todo fue dicho con una tranquilidad sorprendente, pero eso no cambiaba que estuviera hablando completamente en serio.

—No sabes lo cachonda que me pone oírte en plan Rambo —dijo de pronto.

—Cállate, haz el favor, hija de la gran puta.

—Entonces deja de llorar. Fóllame y saldrás de aquí antes de decir "Rocío" —concluyó mofándose de mí y con frialdad.

Me levanté como una fiera y fui hasta donde estaba ella. La cogí del cuello de la camisa, la levanté de la silla y la estampé contra la pared de espaldas. Estaba muy enfadado y estaba a punto de perder el control. Su expresión fría no había cambiado ni un ápice y eso me molestaba. Hería sobremanera mi orgullo de hombre que no le impusiera ni un mínimo de respeto. Ni aun teniéndola así, empotrada contra la pared y mirándola con odio.

—¿Qué vas a hacer? —me dijo con desprecio—. ¿No eres hombre suficiente como para meterme la polla pero sí para levantarme la mano?

Eso fue el detonante. Cegado por la ira, la sujeté por las caderas y la giré en esa misma baldosa, dejándola, esta vez, de espaldas hacia mí. Soltó un grito debido a mi rudeza que ahogó enseguida, pero no hizo nada para liberarse.

—Vamos, hazlo. Estás desesperado por catarme.

Con la respiración alterada, le remangué la falda hasta arriba y me encontré de lleno con su espectacular culo enfundado en unas medias semitransparentes que ascendían hasta la cintura. Detrás, pude distinguir un pequeño tanga blanco que se escondía tras esas generosas nalgas. Intenté desgarrar esa tela que me impedía llegar a mi objetivo, pero fracasé en varios intentos. Ella no hacía nada, se mantenía apoyada en la pared esperando a que todo saliera de mí.

—Puedes bajarme las medias. No vas a ser más macho por rasgarme la ropa —dijo girando un poco la cabeza.

Hasta en eso me hacía sentir un inútil la hija de puta. Lo peor es que le hice caso y le bajé la prenda, luego el tanga y hasta ahí llegaron mis acciones. La ira rápidamente se había transformado en impotencia. Y la impotencia no tardó en convertirse en frustración. Por eso cuando, torpemente, estaba tratando de abrirme el cinturón, empecé a darme cuenta del error que estaba cometiendo y las lágrimas no tardaron en hacer su aparición.

—Vaya con el machito... Quítate, anda —dijo con una mezcla de enfado y menosprecio.

Me tiré en el suelo y ahí me quedé con la cabeza gacha sollozando como un niño. Me hubiese gustado follármela al menos para cerrarle la boca de una puta vez, pero había fracasado en eso también. Sentía que no era capaz de hacer nada bien, ni incluso lo que se suponía que estaba mal hacer. Quizás mis problemas se solucionarían si me tiraba a Clara, pero no podía hacerlo, y mucho menos en ese estado. El mundo se me había venido abajo y no sabía cómo hacer para quitármelo de encima.

—Bueno —dijo de pronto Clara.

Levanté la cabeza y la vi junto a la puerta con la ropa acomodada y con su bolso colgando del hombro. Miré a su escritorio y parecía que ya había terminado con su trabajo. Hasta en eso había conseguido engañarme.

—Es evidente que me equivoqué contigo —continuó—. Eres puro envoltorio, Benjamín. Por fuera pareces un hombre hecho y derecho, pero por dentro no eres más que un blandengue miedoso y cobarde. Dos veces estuviste a punto de follarme y las dos veces te echaste atrás en el último momento. Que sepas que no habrá una tercera, acabas de aniquilar... de pisotear... de moler todo lo que me atraía de ti. Es más, siento repulsión por haber dejado que me sobes tanto.

Hizo una pausa, se levantó la falda, se bajó las medias junto con su ropa interior (dejándome ver por última vez su coñito) y me señaló el interior de la telita de su tanga. Encima tenía una bolsita del tamaño de... sí, unas llaves. La recogió, vació el contenido, se volvió a acomodar la ropa y luego abrió la puerta.

—Toma. Si hubieses sido un poquito más hombre, habrías salido de aquí hace cuatro horas y sin la necesidad de tener que hacer nada conmigo. Buenas noches, Benjamín. Ah, y a partir de mañana volveremos a ser desconocidos, ni se te ocurra volver a acercarte a mí.

Si bien le puse atención a esa última advertencia (en parte porque me tiró las llaves a la cara), el resto de insultos me entraron por un oído y salieron por el otro. Hundirme más de lo que estaba era imposible. Me levanté a los cinco minutos, cuando terminé de lamentarme, y fui a buscar el móvil a mi escritorio. No tenía mensajes, ni llamadas perdidas, ni nada. Es decir, la peor de las noticias. Llamé varias veces a Rocío pero no hubo respuesta. No perdí ni un minuto más y salí disparado hacia el garage en busca del coche. Ya pensaría en el camino qué nueva excusa iba a decirle.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 02:20 hs. - Rocío.

Ya había pasado media hora desde que habíamos decidido descansar un rato. Cuando sentí que estaba a punto de quedarme dormida, me levanté de la cama y me puse una bata para ir al baño. Alejo estaba despierto y se notaba que esperando a que yo me recompusiera. Le di un besito en los labios y le dije que ya volvía. Me di una ducha rápida y luego me tomé unos minutos para tomarme un café. Acomodada ya en la mesa del salón-cocina, traté de espabilarme un poco para no fallarle a mi amigo. De reojo vi el teléfono móvil y no pude evitar cogerlo. Ya estaba totalmente decidida a hacer lo que iba a hacer, pero quería ver si al menos Benjamín había tenido la dignidad de dar señales de vida. Rápidamente comprobé que no y volví a ponerme de mal humor. Ya no me interesaba dónde estaba o lo que estaba haciendo, por eso silencié el móvil y volví a la habitación.

Apenas abrí la fuerta, enfoqué la cama y me lancé encima de Alejo para comerlo a besos. Él me recibió con todo gusto y no tardamos en volver a ponernos a tono. Entre caricia y caricia, decidí que ya era el momento de devolverle el favor y metí mi mano dentro de su calzoncillo. Ya estaba listo para la acción y no quise hacerlo esperar más. Lo despojé de la prenda y me dispuse a hacerle una felación.

—Vení —me dijo—. Vamos a hacer un '69'.

—No —respondí sin darle a tiempo a más—. Ahora te toca a ti disfrutar y quiero hacerlo bien.

Aceptó sin reparos y rápidamente me puse manos a la obra. Mi cabreo era notable y se notó por la ferocidad con la que le estaba haciendo la mamada. Era como si hubiese pasado de querer hacerlo hacer sentir bien a él a querer darle una lección a mi novio. Lo cierto es que Alejo no se quejó y me incitó a que siguiera de esa manera, así que daba igual qué motivos tuviera mientras lo hiciera bien.

—Uff, Rocío... Así, reina, así... —bufó poco antes de ponerme una mano en la cabeza para ayudarme en el sube y baja.

Eso me motivó aún más e incrementé la velocidad de la chupada. Alejo me puso una mano en el culo y fue bajando hasta llegar a mi cosita. Metió un dedo de golpe y luego otro. Estiré una mano y la puse en su cara intentando decirle que no quería que me tocara. Pero no se detuvo, es más, introdujo un tercer dedo y potenció el metesaca. Volví a aplastarle la cara con la mano, ignorando si le estaba haciendo daño o no, y comencé a bramar con su pene todavía metido en mi boca. Yo no tenía tanto aguante como él y rápidamente me llevó al borde del orgasmo sólo con sus dedos. Dejé de chupársela y enterré mi cabeza en su pubis para disfrutar del inminente orgasmo. Él me agarró de los pelos de la coronilla y me llevó la cabeza hasta su miembro nuevamente. Estaba claro que esta vez no quería quedarse sin su premio. Abrí la boca como pude y volví a introducírmelo. Ya mis movimientos no eran tan rítmicos y empecé a hacer alarde de toda la torpeza que había en mí. Ya no era lo mismo, por eso en un principio no había querido que me tocara. Abandoné la idea de usar los labios y continué con la mano.

—Se me está cansando el brazo. Vení para acá —me ordenó entonces.

Me rodeó de la cintura con ambos brazos y me colocó en la posición que me había sugerido antes. Hundió su cara de nuevo en mi vagina y, a los veinte segundos contados, volví a estallar en su boca. Sin saber cómo, mi mano no dejó de masturbarlo en ningún momento y él también terminó por llegar a su merecido clímax. Su esperma salió despedido por todos lados, ya que yo había perdido la noción de donde estaba y no llegué a tiempo para apuntarlo hacia mi cuerpo. Pero poco me importó en ese momento. Cuando terminé de convulsionar, me eché hacia atrás y me quedé mirando al techo con las piernas apoyadas sobre el torso de Alejo.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 03:00 hs. - Benjamín.

Ya se habrían cumplido diez minutos desde que había llegado al edificio en el que vivíamos. Tuve que aparcar afuera porque no tenía a mano las llaves del garage para inquilinos. Me había bajado del coche y estaba sentado en el capó esperando a reunir el valor necesario para entrar en casa. Media hora me llevó pensar una excusa creíble para decirle. No me atrevía a contarle la verdad, porque esa verdad tenía un trasfondo que no creía que Rocío fuera a entender del todo. Así que me decidí por volver a utilizar a Mauricio y la carga de trabajo a la que estaba sometido desde hacía días. Ya que no me había llamado ni mensajeado, iba a utilizar eso a mi favor para decirle que mi teléfono se había sin batería y que por eso no pude llamarla.

—Qué asco de vida...

Metí las manos en la guantera y cogí las llaves de casa. Cerré el coche con llave y me dirigí hacia el portal del edificio. Abrí la puerta y fui directo a llamar al ascensor. Agradecí como nunca la lentitud de ese aparato. Estaba aterrado, no sabía lo que me iba a encontrar ahí dentro. Sabía que Rocío ya estaría durmiendo, pero también sabía que cuando me fuera a acostar a su lado se despertaría.

«Seguramente se fue a dormir triste. O peor, enfadada...»

Había salido decidido de la oficina a encontrarme con Rocío y darle una explicación por ese nuevo fallo mío. Pero, ya tranquilo y en frío, me lo estaba repensando todo. ¿Qué sentido tenía despertarla a esa hora? ¿Para qué? ¿Para hacerla pasar un mal momento? Realmente no tenía sentido. Llegó el ascensor y subí con resignación. Ya estaba ahí y no tenía ningún otro lugar al que ir. Pensaba en entrar en casa y acostarme a dormir en el sofá. A la mañana ya tendríamos tiempo para hablar.

Llegué a mi planta a las tres y cuarto pasadas. No se oía un alma en el pasillo. Caminé lentamente hacia mi puerta, muy lentamente, hasta que me detuve a unos metros de ella. Me temblaban las piernas. Me sentía como un niño que estaba a punto de entrar en la oficina del director luego de haber hecho una travesura.

—¿Benjamín? —dijo una voz detrás de mí.

—¡Noelia! —salté al darme la vuelta.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —me preguntó sorprendida. Venía subiendo las escaleras, que estaban a unos metros a la derecha del ascensor, y me fijé que estaba vestida con su ropa de camarera. Parecía que ese día le había tocado un horario de mierda a ella también.

—Vengo de trabajar, Noe...

—¿Y por qué estás quieto ahí?

—Verás...

—¿Pasó algo? —se preocupó.

—¿Podemos ir a tu casa? Me vendría bien tu consejo ahora mismo... —casi que le rogué. Había encontrado mi salvación en mi cuñada. No quería entrar en casa, tenía mucho miedo.

—Ay, cuñadito... ¡A saber lo que habrás hecho! —dijo dándome un golpecito en la frente—. Mira, porque es tarde y Rocío ya debe estar durmiendo, que si no te mandaba con ella de una patada. Ven, pasa y cuéntame qué te ocurre.

—Gracias, Noelia... —le dije. Y, con el rabo entre las piernas, entré en su apartamento.

En casi media hora le conté todo lo que me había pasado esa noche. Puse más énfasis en mi promesa a Rocío y de cómo Clara me había encerrado en la oficina de mi jefe. Le hablé de ella también, y de Mauricio, y de cómo me había visto envuelto, sin comerla ni beberla, en la relación de ellos dos. Obviamente había ocultado los detalles que no me convenía que supiera, tal y como había hecho con Lulú.

—Si no fuera porque tienes esa cara de perro degollado, no me hubiese creído ni media palabra de lo que me has dicho. Parece todo sacado de una telenovela —exclamó levantándose del sillón.

—¿Entiendes ahora por qué necesito alguien que me asesore?

—Eres un desgraciado, Benjamín... —dijo riendo esta vez—. Y mira que yo hoy salí del trabajo pensando en que no le desearía mi vida a nadie.

—¿Vas a estar mucho tiempo más riéndote de mí o tienes planeado ayudarme? —le dije ya un poco mosqueado. No estaba para risas.

—Vale, vale, no te enfades. Pero es que tampoco creo que pueda decirte mucho —decía mientras cortaba una pizza para que comiéramos los dos—. Ya sabes como es Rocío, seguramente se haya ido a dormir enfadada, pero si mañana pasas todo el día con ella, seguramente se le olvide.

—Sí, lo pensé, pero... ¿Tú crees que debería contarle toda la verdad?

—Mira, anoche Rocío estuvo aquí y me planteó todas sus preocupaciones. Tranquilo, fue más o menos lo de siempre; que si tu trabajo, que si no tienes tiempo para ella, que si la soledad, bla bla bla. La animé a que siguiera teniéndote paciencia, que ya cuando tuvieras tiempo libre, no la dejarías ni ir al baño sola.

—¿Vino a verte anoche? Vaya... ¿Cómo la viste? —me interesé. Creo que se me iluminaron los ojos.

—Está bien, en serio. Más allá de que viniera a buscar consejo, la noté mucho más positiva y alegre que lo normal.

—Vale... —respondí. Me alegraba en cierta medida que lo estuviera llevando bien—. ¿Entonces le cuento lo que me pasó hoy o no?

—A eso voy, calla —dijo antes de darle un mordisco a su margarita—. Rocío se pone triste a veces porque no pasa tiempo contigo, ¿de acuerdo? Si le cuentas que hay una guarrilla en tu trabajo que te está acosando, seguramente se vaya a pensar lo que no es, y ahí empezarán las paranoias. Porque tu trabajo es una mierda, Benjamín, hoy sales a las tres de la mañana y quién sabe si mañana a las nueve de la noche. Al primer inconveniente que se te presente, mi hermana va a sacar conclusiones de mierda y, por más que tú te expliques, no te va a creer.

—Ajá... —yo escuchaba atentamente cada palabra que me decía. Yo tenía a Noelia como mi maestro Yoda particular.

—Por eso, quédate a dormir aquí esta noche y ya mañana te metes temprano en casa, con una excusa creíble, no seas tonto, y ves qué tal responde. Luego ya sabrás qué hacer.

—Vale, vale. Entiendo...

—Bueno, ahora cuéntame más sobre esa tal Clara...

Nos quedamos hablando diez minutos más sobre nuestros trabajos y luego recogimos todo para irnos a dormir. Muy amablemente, como era habitual en ella, y a pesar de estar agotada, me preparó la habitación de invitados y me puso a lavar la muda de ropa que tenía en la mochila. Le agradecí mil y una vez por haberme ayudado y luego me fui a la cama. Me quedé un rato bastante largo pensando en todo lo que había pasado esa noche, en Rocío y en lo que le diría por la mañana cuando la viera. Las ansias de que terminara esa noche nefasta eran muy grandes y me costó más de lo habitual quedarme dormido.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 02:30 hs. - Rocío.

—Ya estoy listo, princesa. ¿Vos?

—Dame cinco minutos, por favor.

—Sí, no hay problema.

Tras intercambiar esas palabras con Alejo, me levanté de la cama, me puse una bata y fui a la cocina a beber un poco de agua. Inconscientemente estaba intentando de estirar lo máximo posible el momento. En el fondo lo sabía, como también sabía que ya no había vuelta atrás. Pero no me había arrepentido, ni mucho menos, era el miedo a lo desconocido lo que me mantenía en pausa. ¿Qué desconocido? Pues que nunca jamás había estado con otro hombre que no fuera Benjamín. Y eso me hacía ir en cámara lenta.

—Hola, Lunita. Ven —le dije a mi gata cuando se asomó por el pasillo.

La gata se quedó quieta en el lugar mirándome fijamente. La volví a llamar enseñándole los dedos pero tampoco me hizo caso. Normalmente no me hacía falta más de un intento para que Luna viniera a mi lado. Era muy cariñosa para ser un gato. Me puse de pie y me acerqué yo a ella para cogerla en mis brazos. No sé por qué, pero necesitaba hacerlo. Cuando ya casi le había puesto las manos encima, se deslizó por mis dedos y salió corriendo al cuarto donde lavábamos la ropa. Me quedé desconcertada. Ya sé que no hacía mucho tiempo que la tenía, pero nunca me había hecho un feo como ese. Me preocupé y pensé en la posibilidad de que estuviera enferma o lastimada, así que la seguí hasta el cuartito. Entré y la busqué con la mirada, pero no la vi por ninguna parte. Me volví a preocupar, estaba segura de haberla visto entrar ahí. Un suave maullido proveniente de atrás de la puerta me hizo girar la cabeza e ir a revisar a ese sitio. La gata se había acostado sobre un montoncito de ropa colorida y me miraba desde ahí como si la cosa no fuera con ella. La cogí en brazos de nuevo, pero no tardó nada en liberarse y volver a la suavidad de esas prendas sucias en las que se había acomodado. La secuencia se repitió un par de veces más.

—¿Qué te pasa? —le pregunté extrañada.

La gata maulló y se recostó nuevamente en el sitio. Cansada, le quité el montón de debajo y lo tiré a un lado. Testaruda yo, la fui a levantar otra vez, pero me volvió a ganar en velocidad e insistió en acostarse en esos trozos de tela sucia.

—¡Basta! ¿Qué tiene eso que te gusta tanto? —exclamé mientras levantaba y examinaba las prendas. Pero no necesité más de un repaso para darme cuenta de qué era lo que estaba sujetando—. Vaya... Es el pijama de Benjamín...

Sentí que el cielo, o lo que fuera, me estaba jugando una broma de mal gusto. ¿Mi gata, mi fiel gata, me estaba dando la espalda por irse, por decirlo de alguna manera, con Benjamín, con quien apenas había tenido contacto, justo en el momento en el que estaba a punto de consumar una infidelidad? Sinceramente, me quedé atónita.

Volví a dejar el pijama en su sitio y me senté a su lado. Mientras veía como me miraba, comencé a llorar una vez más. Ella seguía en el sitio observándome, cuando en otras ocasiones, estando triste, se había acercado a mí para mimarme. Sí, eran lágrimas de tristeza, de saber que mi relación se estaba yendo a pique y no exactamente por mi culpa.

—¿Qué hago? —le pregunté sollozando a mi gatita.

Estaba empezando a sentir apuro, nervios, ansias. Busqué con la mirada por el habitáculo algo que pudiera ponerme para poder salir corriendo de esa casa. Lo vi clarísimo en ese momento. Me iría con mi hermana, o a algún hotel, a cualquier sitio para poner en orden mi cabeza y decidir lo que haría con mi vida.

—¿Es eso lo que quieres? ¿Ese es el mensaje que estás tratando de darme? —volví a consultarle a la pequeña felina. Y no sé si estaba teniendo visiones, si ese momento paranóico estaba empezando a afectar a mis sentidos, pero juraría que la vi asentir.

Le devolví una sonrisa, le di un besito en la frente y me puse lo primero que encontré. Caminé de puntillas por el pasillo y cuando llegué al salón, metí mi teléfono y las llaves en la cartera y me dirigí hacia la puerta.

—¿Estás bien, Rocío? —gritó Alejo desde la habitación.

Me frené en el lugar y sentí como una estampida de realidad se estrellaba contra mi cara. La voz de Alejo retumbó varias veces en mi cabeza y me hizo recular.

—¿Qué estoy haciendo? —me dije a mí misma.

Me di media vuelta y regresé al cuarto de la ropa sucia. Como si se tratara de un ser humano, alcé a Luna y le dije con todo mi corazón:

—Lo siento... Lo siento de verdad...

La dejé en su lugar, me desnudé, volví a ponerme la bata y salí casi corriendo a la habitación.

—¿Qué estabas haciendo? —me dijo Alejo cuando me vio.

—Arreglar unas cositas... —le dije.

—Bueno, no importa. ¿Ya estás lista?

—Sí. Ya estoy lista.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 03:00 hs. - Habitación de Benjamín y Rocío.

Todo estaba dispuesto para que Rocío concretara, por fin, su infidelidad con Alejo. Ya estaba mentalmente preparada y no quedaban más obstáculos que pudieran detenerla. Por su parte, Alejo estaba a punto de conseguir lo que quería. Él sabía bien que ese era el último paso para tener comiendo de su mano a la chica que tantos dolores de cabeza le había dado.

Sonriendo, Alejo le pidió a Rocío que se acercara a él. Ella se quitó la bata, despacio, haciéndola deslizar por su espalda, y se recostó encima de él. Ambos buscaron sus bocas y se fundieron en un beso tan deseado como húmedo. Ninguno de los dos quería seguir estirando el momento, así que él se retiró de abajo y la colocó a ella en ese lugar. Arrodillado ya en frente de su compañera, se palpó el pene para comprobar su lubricación y luego la tocó a ella para hacer lo mismo. Se notaba que todavía estaba nerviosa, así que él se inclinó un poco y la volvió a besar mientras la masturbaba con suavidad. Rocío se abrazó a él y abrió un poco más las piernas para facilitarle la tarea a su amante. Cuando este consideró que ya estaba todo en orden para comenzar, se enderezó de nuevo y se separó un poco para colocar su pene en la entrada de una vagina ya preparada para recibir lo que hacía tiempo se le estaba negando.

—Espera, Alejo... —dijo de pronto ella.

—¿Qué pasa? —dijo él. Ya estaba harto de tantas vueltas. Hacía dos horas que la chiquilla le estaba dando largas.

—Abre el segundo cajón —dijo señalando la mesita de noche—. Hay una caja de preservativos dentro.

Alejo había esperado y confiado en que no se lo pidiera, pero Rocío nunca en la vida había practicado sexo sin protección. Él lo supuso y se resignó a tener que hacerlo como ella quería. No quería perder más tiempo, abrió el cajón y sacó la pequeña caja, que ya había sido estrenada.

—Fue un regalo de mi hermana, je... No tuvo la decencia ni de darme una sin abrir —rio la joven para tratar de distenderse un poco.

«Me importa una mierda» pensó él. Le sonrió, le acarició una mejilla para mantener el papel de hombre cariñoso y luego abrió el envoltorio del primer condón que tenía pensado utilizar esa noche. Se lo colocó rápidamente y terminó de disponer el tablero para esa noche. Cada músculo del cuerpo de Rocío se tensó, pues sabía que el momento ya había llegado. Él buscó la mirada cómplice de ella y esperó a obtener una última respuesta positiva. La chica la esquivó, estaba nerviosa como nunca lo había estado en su vida, ni siquiera en su primera vez. Alejo, armándose de paciencia, le dijo unas últimas palabras:

—Relajate, mi amor. Ya te dije que este es tu momento. Vaciá tu cabeza de cosas innecesarias y dedicate a disfrutar. Decime que sí, que lo vas a hacer.

—S-Sí... lo voy a hacer —le respondió con la voz entrecortada y no con mucha seguridad.

—No, así no me sirve. Quiero que me des la seguridad de que te vas a olvidar de todo y vas a pensar en vos nada más —repitió. Alejo no hacía esto porque le preocupara la chica, lo hacía porque le parecía un buen método para que se terminara de autoconvencer y no le siguiera dando la lata.

Rocío cerró los ojos, respiró profundo, hizo a un lado todos sus miedos y, finalmente, le dio la aprobación a su amante para que comenzara a escribir esa nueva página en su vida: —Sí, Ale... Te prometo que lo voy a hacer.

Sin poder ocultarlo, al muchacho le salió una sonrisa triunfante con ciertos tintes maliciosos y, sin esperar ni un segundo más, colocó su falo en la entrada de esa vagina que tantas ganas tenía de perforar. Rocío se aferró a las sábanas de la cama y se mordió los labios mientras Alejo comenzaba a introducir su pene. Miles de sensaciones comenzaron a sacudirla, su cuerpo entendió rápidamente que estaba a punto de adentrarse en un nuevo mundo y así se lo hizo saber a su dueña. Pero las buenas duraron muy poco. Cuando ya medio tronco estaba adentro, la joven lo frenó poniendo sus manos en el pecho de él y le pidió, negando con la cabeza, que se detuviera. Por la expresión de su cara, Alejo comprendió enseguida que le estaba doliendo. Y, en ese momento, el tiempo se detuvo unos segundos para él. Hasta ahí, había calculado milimétricamente cada movimiento; se había cuidado de no cometer ningún error para que ella no se terminara echando para atrás, pero su paciencia había alcanzado su límite. Colocó ambos brazos a los lados de Rocío y luego, como si se tratara de una flexión, estiró sus piernas para ponerse lo más cómodo posible. Rocío mantenía los ojos cerrados y soportaba el dolor como mejor podía. No era un dolor tan intenso y punzante como en su primera vez, pero lo era lo suficiente como para querer detener todo eso en ese preciso instante.

—Ale, Ale... No puedo... Por favor...

Él sabía lo que le iba a pedir, pero no estaba por la labor. Una vez acomodado como él quería, dejó caer su cuerpo y empujó todo lo que quedaba de pene al interior de la estrecha vagina de Rocío. El dolor se multiplicó por cuatro y ya no pudo conservar los ojos cerrados. Un grito agudo como chillido de bebé salió directamente de su garganta y se expandió por toda la habitación y parte de la casa. Automáticamente comenzó a hacer esfuerzos sobrehumanos para que Alejo se separara de ella.

—¡Me duele, Alejo! ¡Me duele mucho! ¡Sácalo, por favor!

—Es increíble... Es como si fueras virgen, Rocío —dijo con desdén.

—¡Sácalo! ¡Por favor! —suplicó la joven.

—Rocío, calmate. No entiendo por qué te duele tanto, pero ya se te va a pasar. Yo me voy a quedar quieto un rato, dejá que tu conchita se acostumbre a mi tamaño.

Aunque intentaba ocultarlo, él estaba encantado con la situación. La estrechez de la matriz de Rocío y los contínuos movimientos de ella por intentar expulsar a su huésped le estaban proporcionando un placer que pocas veces había experimentado. Alejo sentía que la vida era maravillosa en ese momento.

—No puedo, te lo juro, no puedo... —fue lo último que dijo Rocío antes de romper a llorar.

—Rocío, escuchame... bien —dijo como pudo. Las buenas sensaciones estaban empezando a hacerle efecto—. Quedate quieta, en serio, y el dolor va a pasar. Si te seguís moviendo como una pelotuda no se te va a pasar más.

—¡Me duele mucho! —insistió ella.

—Haceme caso... quedate quieta.

—¡Me duele, Alejo! ¡Me duele!

—¡QUEDATE QUIETA, CARAJO!

El grito proferido por un ya hartísimo Alejo retumbó en toda la casa mucho más que el alarido de ella de antes. Rocío se quedó quieta y muda al mismo tiempo. Nunca antes había visto a su amigo de la infancia tan descolocado. Quedó tan impactada por su reacción que decidió morderse los labios para tratar de ignorar el dolor que sentía en su entrepierna. Alejo se había impuesto con éxito, pero sabía que había metido la pata. Ahora la chica tenía girada la cabeza hacia un lado y había cerrado los ojos, como víctima esperando a que la violación terminara pronto. No era eso lo que él quería y mucho menos lo que necesitaba. No le quedaba más remedio que intentar salvar la situación.

—Perdoname, Ro... Soy un boludo, perdoname —se disculpó agachando la cabeza—. Me vinieron a la mente cosas del pasado... y... Perdoname, por favor.

La muchacha abrió los ojos como pudo, intentando obviar el dolor que todavía seguía presente, y observó la cara de su amigo. Si bien se había asustado por su agresividad, en ningún momento había pensado mal de él. Por eso valoró mucho el gesto que tuvo disculpándose a pesar de no haberle hecho nada.

—No pasa nada, bebé... —dijo acariciándole la cara—. Voy a hacerte caso y me voy a quedar quieta —le aseguró.

Cosas como esas hacían que el ego de Alejo subiera hasta la estratosfera. En ese determinado segundo, terminó por creerse un dios viviendo en la Tierra. El beso que le dio a continuación fue de campeonato. Ella correspondió y se abrazó a él esperando que los movimientos continuaran. Muy lentamente, el joven retiró su miembro de aquella pequeña cavidad y volvió a introducirlo con el mismo cuidado. Repitió la operación varias veces, aumentando cada vez más la velocidad en cada ejercicio. Cuando notó que Rocío ya estaba más relajada, dejó su pene dentro y no lo volvió a sacar.

—Voy a empezar a moverme —le avisó.

Ella asintió y se sujetó a su cuello para besarlo nuevamente. En cuanto a Alejo, no habían palabras para describir lo ganador que se sentía en ese momento. Mientras comenzaba a moverse dentro de ella, ya estaba maquinando su siguiente maniobra. Tenía grandes planes para Rocío, planes que lo sacarían de la miseria y con los que recuperaría la tranquilidad en su vida. Estaba radiante.

El dolor ya era casi imperceptible para ella. La suavidad con la que su amante estaba haciendo todo había logrado tranquilizarla. Y no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a sentir gustito en su entrepierna. Por eso, se aferró a él con un poco más de fuerza e intentó colaborar moviendo su cadera. Alejo había escondido la cabeza a un lado de la suya y continuaba moviéndose a paso lento, cosa que a ella estaba empezando a incomodarla.

—Ale... puedes... puedes... —le costaba pronunciar las palabras. La situación en sí ya le daba mucha vergüenza, pero pedirle cosas la hacían querer morirse—. ¿Puedes ir más rápido? —dijo finalmente.

No se lo tuvo que pedir dos veces. No terminó de pronunciar la última palabra y Alejo ya había multiplicado por tres la velocidad del metesaca. Fue entonces cuando Rocío cayó, cuando terminó de darse cuenta, por fin, de lo distinto que estaba siendo el sexo con su nuevo amante.

—No seas... tan bruto... porfa... —le pidió entre jadeos. Si bien le había pedido que aumentara el ritmo, sintió que no era exactamente de esa forma cómo quería hacerlo. Alejo no sólo había incrementado la velocidad, también la fuerza con la que la estaba empalando. Y ya no había nada que pudiera hacerlo parar.

—¿No era así como lo querías? —rio—. En un rato me vas a pedir que no pare.

La chica no sabía cómo contestarle. Tenía miedo de que le pudiera hacer daño, pero también sabía que él tenía mucha experiencia. Y en todos esos días en los que habían estado haciendo cosas, nunca la había lastimado. Así que finalmente decidió confiar en él e intentar disfrutar lo máximo posible cuando llegara el momento.

Y no se hizo esperar. Los jadeos rápidamente se fueron transformando en gemidos de satisfacción, el dolor terminó por desaparecer y el placer invadió todo su cuerpo. Alejo tenía una resistencia asombrosa, llevaba diez minutos ensartándola a ese ritmo salvaje sin detenerse. Ella, por fin, pudo dejar de lado las preocupaciones y ya sólo se dedicó a pensar en su hombre, en aquél hombre que la estaba deleitando como nunca nadie lo había hecho en su vida. Se mordía los labios para no gritar, pero quería hacerlo, sentía la necesidad de aullar como una loba, de hacerle saber a todo el mundo lo que estaba sintiendo en ese momento. Pero los besos, que ya casi eran mordidas, de su amante le bastaban para saciar ese deseo. Y, entonces, el primer orgasmo llegó prácticamente sin avisar. Alejo sintió como todos los interiores de su hembra se tensaban, provocándole a él también una sensación única. Las uñas de la muchacha se clavaron en su espalda y, ahí sí, dejó salir esos bramidos que se habían estado acumulando en su garganta.

Alejo aguantó como un campeón encima de ella. Todavía tenía sus uñas clavadas en la espalda y la sangre resbalaba por su espalda en cantidades importantes. Ambos respiraban con dificultad, aferrados al cálido cuerpo del otro, captando al máximo la suavidad de su piel a través del susceptible contacto. Rocío tardó bastante en salir de su trance. Cuando lo hizo, estampó a su amante un beso lleno de agradecimiento que este recibió con todo el gusto del mundo.

—¿Ahora quién es la bruta? —rio el chico cuando sus labios se separaron.

—¡Dios mío! —exclamó ella cuando se dio cuenta.

Pasaron quince minutos en lo que Alejo se fue a limpiar las heridas y en lo que Rocío insistió en curárselas. Eso sólo estaba impacientando más al chico, que tenía ganas de culminar lo que había comenzado. Pero mantuvo la compostura en todo momento. Sabía que la tenía donde quería y que ya no había necesidad de apresurar las cosas.

—Lo siento, de verdad... —repitió por vigecimotercera vez.

—Ya te dije que no pasa nada. Eso que hiciste es lo más normal del mundo. Quedate tranquila.

Una vez terminaron de tratar las heridas, se volvieron a recostar y comenzaron nuevamente con las caricias. Rocío masturbó a Alejo hasta que este estuvo nuevamente listo para la acción y luego se colocó en la misma posición de antes.

—Ponte otro preservativo —le ordenó—. Ese no me da confianza estando así de arrugado.

Alejo ya no quería seguir perdiendo el tiempo y le hizo caso. Acto seguido, volvió a penetrarla de una y hasta el fondo. Esta vez no hubo quejidos ni reproches. Rocío aceptó a su invitado, a pesar de que también le dolió, sin emitir ni un solo sonido. Enseguida retomaron el ritmo con el que lo habían dejado, aunque con bastante menos brusquedad por parte de él.

—Sos lo mejor que me pasó en la vida —le dijo él al oído. La notaba un poquito cansada y quería que volviera a poner de su parte. No tenía pensado dejarlo en un único polvo esa noche.

—Gracias, bebé. Me hace muy feliz que me digas eso —respondió ella dándole un nuevo beso en la boca.

La jugada surtió efecto y ella rodeó el trasero de Alejo con sus piernas, haciendo presión para ayudarlo con las penetraciones. Pocos segundos después, ambos volvían a estar entonados y disfrutando el uno del otro.

—Te quiero, Alejo —le susurraba ella mientras besaba partes de su cara al azar.

—Estoy a punto, reina. Ya casi...

—Sácalo, entonces, que sigo con la boca... —le pidió con apuro. Rocío quería gozar de otro orgasmo, pero no estaba dispuesta a que Alejo se viniera dentro de ella. Nunca nadie lo había hecho, y no tenía planeado romper la racha esa noche.

—¿Por qué? Tengo... puesto el condón —le recordó el chico.

—¡Me da igual! ¡Sácalo!

Al muchacho le sorprendió la terquedad de ella con el asunto. Pero no tuvo tiempo a dedicir si le hacía caso o no, ella lo empujó y se desensartó por sí sola. Luego se colocó entre sus piernas, le quitó la protección y continuó con la boca hasta que, inevitablemente, eyaculó de una manera feroz en la garganta de su compañera.

Una vez terminó de tragar hasta la última gota, se enderezó y dijo con firmeza tocándose el labio inferior con la punta de su dedo índice: —El único lugar de mi interior en el que vas a eyacular es aquí.

Alejo se rio con fuerza y saltó hacia ella para darle un abrazo. Le maravillaba el nivel de "emputecimiento" al que había llegado esa mujer en tan poco tiempo. Y sabía que todo era gracias a él. La abrazó tan fuerte como quien se aferra a un trofeo que tanto trabajo le costó ganar, lejos estaba de sentir amor en ese momento.

—Estoy cansada, Ale... No te importa, ¿no? —dijo ella entonces.

—No, tranquila. Fue maravilloso lo que hicimos hoy —la contentó él. No estaba del todo satisfecho, Rocío estaba demasiado buena como para no explotar ese cuerpo al máximo. Pero prefirió no forzar las cosas y decidió guardarse para el día siguiente, donde tenía más que claro que se la iba a volver a beneficiar.

—Lo siento, Ale... creo que necesito quedarme sola esta noche —le dijo cuando vio que se acomodaba para dormirse al lado de ella—. Mañana hablaremos todo con más calma, ¿vale?

—Sí, no te preocupes, mi amor.

Se despidieron con un largo beso en la boca, Alejo recogió su ropa y se fue cerrando la puerta detrás de él. Rocío espero un poco, se colocó la bata blanca y fue al cuarto de baño a darse otra ducha. Cuando regresó, ordenó un poco la cama, tiró los envoltorios abiertos de los preservativos y luego se tumbó en la cama, se tapó hasta el cuello y se quedó un largo rato pensando en lo que había pasado y en cómo continuaría a partir de ahí. Hasta, aproximadamente, las 5 de la mañana no logró conciliar el sueño.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Benjamín.

Los párpados me pesaban mil kilos, apenas había podido pegar los ojos esa noche, mis pensamientos habían estado todo el tiempo con Rocío.

Diez minutos después de abrir los ojos ya estaba listo y preparado para volver a casa. Dejé una notita escrita encima de la mesa para agradecerle a Noelia lo que había hecho por mí y me marché.

Una vez en el pasillo, me dirigí a paso lento hacia mi vivienda de forma inconsciente. Pero, luego de darme un par de golpecitos en la cara, me di cuenta que era una tontería seguir estirando el momento y aceleré el paso. Saqué la llave y abrí la puerta más decidido que nunca. Como si fuera un espía, entré tratando de no hacer ruido, pero el salón estaba desierto y no se oía una mosca. No había nadie despierto. Sentí un roce en mi tobillo y pegué un salto del susto. Era Luna, la gata de Rocío. Qué susto me había hecho pegar el bicho. La aparté un poco con el pie y fui directamente hasta mi habitación.

Abrí la puerta muy despacio, temeroso por si Rocío ya se había despertado, y me inmiscuí con sigilo hasta llegar a los pies de la cama. Me llamó la atención el calor que hacía ahí dentro en comparación con el resto de la casa. También había un olor bastante desagradable. Traté de no darle importancia y me senté a un costado de Rocío, que estaba boca abajo y tapada hasta el cuello con casi toda su melena fuera. Le aparté un poco la cabellera para verle la cara, su rostro emanaba paz y me hizo sonreír. La amaba con toda mi alma. Antes de despertarla, miré al frente y me restregué un poco los ojos para espabilarme. Ya tenía claro lo que iba a decirle, pero quería estar seguro. Y cuando estaba a punto de hacerlo, algo llamó mi atención.

—¿Qué hace esto aquí? —murmuré. En la mesita de noche, fuera del cajón, estaba la caja de condones que nos había regalado Noelia.

¿Qué había estado haciendo Rocío con eso? me pregunté. Enseguida se me vino a la cabeza la imagen de ella masturbándose con sus dedos enfundados en uno de los condones. Pero desheché la idea inmediatamente, sabía bien que mi novia jamás se había tocado y que no iba a ser a esa altura de su vida cuando comenzara.

Pero me empezó a picar la curiosidad. Recordaba perfectamente que mi cuñada nos la había regalado ya abierta, y también me acordaba bien de la cantidad exacta de unidades que había dentro, ya que ese día había calculado cuántas veces podría hacer el amor con Rocío antes de renovar la munición. O sea, que si Rocío había utilizado alguno, yo lo sabría con sólo contarlos...

Luego de pensármelo unos segundos, vacié la caja sobre la mesita de luz y me dispuse a contar los condones uno por uno...