Las decisiones de Rocío - Parte 11.
"Sí, el cambio ya era un hecho y no había vuelta atrás para mí".
Domingo, 5 de octubre del 2014 - 08:20 hs. - Benjamín.
Me desperté temprano, con un dolor de cabeza infernal y con la espalda dolorida por haber dormido en una mala postura. Me senté en el sofá, dejando caer la manta que me cubría, y miré a mi alrededor; al lado mío, sobre una silla, estaba toda mi ropa bien doblada y se notaba que recién planchada, lo que me hizo caer en cuenta que había dormido en calzoncillos. Sí, ahí, en la casa de mi jefa. No me podía creer que hubiera podido alcanzado tal extremo de ebriedad.
«Ya me disculparé luego como es debido...» pensé mientras buscaba con la mirada a la dueña de la casa.
Mientras me vestía, recordaba todo lo que había pasado el día anterior. Todavía me resultaba difícil creer lo de Clara con Mauricio, y me seguía hirviendo la sangre pensar en ello. También recordé que no había estado muy educado con Lourdes en el bar. Otro motivo más por el que tenía que disculparme.
—Buenos días —le dije cuando por fin apareció por uno de los pasillos.
La asusté, aparentemente, porque abrió los ojos, sorprendida, y se volvió a ir por donde había venido. Claro, ella en camisón y yo en ropa interior. Una mujer casada y decente como ella no estaba acostumbrada a ese tipo de escenitas.
Me terminé de alistar y me quedé sentado en el sofá esperando a que la anfitriona viniera de nuevo, no me sentía cómodo deambulando por una casa que no era mía. Pero pasaron los minutos y nunca vino. Me levanté y la llamé varias veces. Me dirigí hacia el pasillo por el que la había visto antes y volví a gritar su nombre. Pero nada.Era grande la dichosa casa, en ese corredor en el que estaba parado había cinco puertas, dos en casa lado, una al final, y todas iguales. Al costado, unas escaleras que subían. Supuse que su habitación se encontraría en el segundo piso, así que me dirigí hacia allí. Una vez arriba, me encontré con una imagen no muy distinta a la que había abajo; más puertas idénticas y bien ordenaditas en otro largo pasillo.
—¡Lulú! —volví a exclamar.
Sentí ruido detrás de una de las puertas y me acerqué para tocar. Me seguía incomodando ir paseando sin permiso por la casa, pero quería saber cómo estaba ella y tampoco quería irme sin despedirme
—¿Estás ahí, Lulú? —pregunté tras la puerta.
—Pasa —alcancé a escuchar.
Abrí y entré a la que era la habitación matrimonial de Lourdes. Paredes blancas, suelos blanco, muebles blancos, cortinas blancas... En fin, parecía que acababa de entrar al cuarto de Dios. Ella estaba sentada en la cama, mirando para abajo y con los brazos cruzados. Parecía enfadada.
—Perdona que he subido así sin preguntar, pero es que como no bajabas...
—¿Qué quieres? ¿Por qué no te has ido todavía? —me dijo con un tono seco que me agarró totalmente desprevenido.
—¿Eh? Pues... No quería irme sin decirte nada... No me parecía lo correcto —respondí intentando justificar lo que no sabía por qué tenía que justificar.
—Ah, bueno. Pues ya está, ya me has avisado. Cierra cuando te vayas —dijo sin levantar la cabeza y con el mismo desdén.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le respondí ya cansado.
—¿Me estás vacilando? —dijo ella levantando por primera vez la cabeza y mirándome a los ojos con indignación.
—¿Qué? ¿Qué hice ahora?
—Mira, vete a la mierda, Benjamín. Hoy voy a tener un día bastante jodido y no estoy para estas gilipolleces. Deberías irte a tu casa de una santa vez, ya que tanto te preocupa tu novia.
Me quedé con cara de tonto y más perdido que el carajo. ¿Por qué estaba tan enfadada? ¿Por qué sacaba a Rocío así de la nada? No faltaba mucho para que lo descubriera...
—A ver... Vamos a tranquilizarnos... —dije mientras me sentaba a su lado—. ¿Estás enfadada por lo de anoche?
—En serio, ¿por qué tienes que hacer esto? ¿No has tenido suficiente con lo que pasó? —y volvió a agachar la cabeza.
—Es que, Lulú, estaba en shock todavía y el alcohol no fue de mucha ayuda... Me siento avergonzado por haberte tratado así, pero creo que estás exagerando un poco.
Con esa última frase, resulta que colmé la paciencia de mi jefa y, en consecuencia de ello, me llevé una bofetada que me hizo ver las estrellas.
—Lárgate de aquí.
—¡¿Qué haces?! —salté enseguida mientras me recomponía del golpe.
—¡Que te vayas! —insistió.
Se puso de pie y comenzó a empujarme contra la puerta. Instintivamente me giré y la sujeté de ambos brazos para que se detuviera. No me daba la gana irme y dejar las cosas así.
—Ok, ahora te vas a tranquilizar y me vas a decir qué cojones te pasa, ¿de acuerdo? —le dije tratando de sonar lo más serio posible.
—Espera un momento... —dijo liberándose de mis manos— ¿De verdad no recuerdas lo que pasó anoche? ¿O te estás haciendo el tonto para evitar afrontarlo?
—¿Y por qué habría de hacerme el ton...?
En ese instante, como si de un relámpago se tratase, mi mente viajó a toda velocidad a la noche anterior. Mis recuerdos no estaban claros del todo. Las imágenes que podía vislumbrar estaban borrosas. Pero poniendo un poco de voluntad, pude acordarme con precisión del momento en el que mis labios chocaban con los de Lourdes, y de como ella, atacada por la lujuria, me hacía una paja de campeonato. A partir de ahí, todo estaba nublado.
Me quedé en silencio. Estaba completamente en blanco. Ella me miraba con sus hermosos y penetrantes ojos verdes esperando que le dijera algo, pero no tenía ni idea de qué decirle, porque tampoco tenía idea de lo que había pasado exactamente; de hasta dónde habíamos llegado; de qué le había hecho. Lo que era obvio es que muy bien no me había portado, su cabreo me lo indicaba. Y me aterraba conocer la verdad.
Primero con Clara y ahora con Lulú, no entendía qué demonios estaba pasando conmigo.
—Parece que por fin has recordado... Y yo pensaba que era a mí a la que sentaba fatal el alcohol —dijo ya un poco más calmada y sentándose en la cama nuevamente.
—Lulú... ¿qué pasó exactamente? —dije con una pesadumbre notoria.
—Joder, Benjamín, que estoy enfadada contigo... No intentes darme pena —dijo girando la cabeza para desenlazar la mirada conmigo—. Vaya mierda de semana... A ver, ¿hasta dónde recuerdas?
—Sólo me acuerdo que nos estábamos besando y que... bueno, en fin... me comenzaste a masturbar.
—Pues normal que no recuerdes más, si te corriste y te quedaste dormido enseguida... No sin antes agradecerle a tu novia por la paja que te acababa de hacer —volvió a girar la cabeza.
—¿A mi novia? ¿Por qué?
—Eso es lo que me pregunto yo. No sólo te quedas dormido cuando te estás enrollando conmigo, si no que también tienes que mencionar a otra mujer.
—Joder, Lulú, si sabes que estaba borracho y, además, muerto de sueño, ¿a qué cojones se debe este enfado?
—Pues... —me miró nuevamente con sus grandes ojos verdes y luego volvió a apartar la mirada, esta vez con más pena que enfado—. Olvídalo, vamos a hacer como que nada de esto pasó. Ya te he dicho que hoy yo... No, ¿qué cojones yo? Los dos vamos a tener un día complicadísimo. Vamos a desayunar, anda.
Se levantó de la cama y pasó como un rayo por mi lado. Prácticamente no me volvió a dirigir la palabra en todo el día. Y yo, una vez más, me quedaba con más dudas que certezas. Remordimientos muchos, porque otra vez había vuelto a hacer algo que no debería haber hecho. Pero al menos me quedaba la tranquilidad de que, mayormente, todo había sido culpa del alcohol y que, también, no había traspasado ningún límite de esos de los que ya no se puede volver.
«¿Quién me manda a mí a juntarme con mujeres tan complicadas?» dije mientras me disponía a seguir a Lulú al piso de abajo.
Domingo, 5 de octubre del 2014 - 20:00 hs. - Benjamín.
Si digo que ese día fue uno de los más difíciles de mi vida, no estaría exagerando en absoluto. Primero la discusión con Lourdes en la mañana, después Rocío colgándome el teléfono prácticamente sin despedirse de mí... Y lo peor de todo vino llegó luego, cuando Lulú y yo tuvimos que dar la cara ante Mauricio.
Fue una de las situaciones más incómodas que jamás experimenté. El jefe nos dijo de todo, absolutamente de todo, y Clara observaba desde una esquina. Y cada vez que lo miraba a los ojos, sentía una cosa muy rara. No sé si llamarlo vergüenza, o tal vez vergüenza ajena, pero no podía mantenerle la mirada más de tres segundos seguidos. Párrafo aparte para su becaria, a la cual ignoré en todo momento, salvo cuando tuve que decir hola y adiós.
Con respecto a la reprimenda, resulta que, la noche anterior, Lourdes era la encargada de manejar y hacerse cargo de todo mientras Mauricio no estaba. Pero como ella también se ausentó, los empleados que quedaron ahí no tuvieron a nadie a quien entregarle los pendrives terminados y luego recibir nuevos con más trabajo. Vamos, que fue un caos total. Por suerte, Lulú manejó todo y logró que el griterío del jefe no fuera mayor. Y menos mal que fue así, porque yo solo, y con el historial que venía arrastrando de cagadas laborales, no sé si hubiese podido salir de esa con mi empleo a salvo. Le dijo que había tenido una urgencia familiar y que, como se había dejado el coche en casa, me pidió a mí que la llevara hasta uno de los hospitales de la zona. Mauricio no estaba del todo convencido con la excusa, pero supongo que no insistió mucho más para no terminar haciendo cabrear a Lulú, su 'activo' más importante en la empresa en ese momento.
«Benjamín, me da igual si fue ella la que te arrastró, te aviso que estás caminando por la cornisa. No me sigas tocando los cojones» fue lo último que me dijo antes de salir de su despacho maldiciendo y dando golpes a las cosas.
Pero, en fin, sea como fuere, no todo fueron malas noticias ese día. Ya entrada la tarde noche, Romina nos vino a avisar a todos que ese lunes (al día siguiente) íbamos a tener todo el día libre en recompensa por haber soportado tantos días seguidos de duro trabajo ininterrumpido. Enseguida saqué el móvil y busqué el número de Rocío en la agenda. Estaba eufórico, quería hacerle saber cuanto antes que iba a poder pasar todo el día con ella. Lamentablemente no lo cogió, y no quería enviarle un mensaje, quería escuchar la felicidad en su voz cuando se lo contara. Pero no pudo ser.
«Ni una a derechas, santo cielo...»
—¿Qué te pasa que te ves tan deprimido? —dijo una voz de pronto detrás mío.
—¿Necesitas algo? —le respondí sin ponerle mucha atención. Era la última persona con la que tenía ganas de hablar.
—No, sólo quería hablar contigo un rato —rio juguetonamente—. Vaya jaleo esta tarde con Mauri, ¿eh?
—Clara, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte o puedo seguir trabajando? —respondí secamente.
—Vaya... Mira que yo no tengo la culpa de que te hayan echado la bronca por haber estado tonteando con tu amiguita por ahí en vez de estar trabajando—dijo cambiando la sonrisa por un semblante más serio.
No entendí lo que quiso decir, pero no me gustó nada. Me puse de pie bruscamente y la cogí del brazo con agresividad. Notaba como la sangre se me acumulaba en la cabeza. Tenía ganas de gritarle y de decirle de todo. No entendía por qué estaba enfadado, no tenía motivos para estar así, y era como si hubiese estado esperando que me dijera algo mínimamente molesto para reaccionar y soltarle todo lo que sabía. Pero no, al final me mordí la lengua. No sólo para no joder a Lulú, sino también porque había sido demasiado escandoloso en mi accionar y media oficina se había quedado en silencio mirándonos.
—Suéltame —dijo en voz baja y sin modificar ni una pizca esa seriedad en su cara.
La solté y me volví a sentar en mi silla para continuar con lo mío. Ella se fue por donde vino y todo continuó con normalidad en la oficina, como si alguien le hubiese vuelto a dar al 'play' a la escena. A los pocos minutos, comencé a hacerme la cabeza y a arrepentirme por haber reaccionado de esa manera. Tenía miedo de que esa estupidez pudiera acarrearme consecuencias negativas con Mauricio, y el horno no estaba para bollos.
Necesitaba retomar la tranquilidad y sabía que la única que podía ayudarme con esa labor era Rocío. Durante las siguientes dos horas, cada cinco minutos, estuve intentando contactarme con ella... sin éxito.
«Contéstame, Rocío, por favor...»
Domingo, 5 de octubre del 2014 - 22:10 hs. - Rocío.
Cuando cruzamos la puerta de casa, con toda la fuerza de voluntad que logré acumular, me fui directamente a mi habitación cerrando la puerta con llave y dejando a Alejo lo más atrás que pude.
La cosa era seria, muy seria. Me ardía todo el cuerpo y tenía miedo de hacer algo de lo que seguramente me iba a arrepentir. Cada centímetro de mi ser me pedía que abriera esa puerta y fuera a abalanzarme sobre Alejo; que lo empujara contra la pared y lo comiera a besos; que me pusiera a su entera disposición para que me hiciera lo que quisiese. Pero mi mente me decía que la mantuviera cerrada y no la abriera por nada del mundo.
Me apoyé contra la pared y me dejé caer muy despacio. El corazón me latía a mil por hora. Mi pecho subía y bajaba como si tuviera la maquinaria de un transatlántico de los años 20 trabajando dentro. Sabía que si me mantenía un buen rato alejada de él, el calentón se me bajaría y ya podría pensar con mucha más claridad. Pero, por otro lado, deseaba que viniera y golpeara la puerta; que me pusiera en ese aprieto de tener que volver a elegir. Porque sabía que, por más énfasis que pusiera mi raciocinio en evitarlo, iba a terminar dejándolo pasar.
Por suerte, o no tanta, depende de lado del que se viese, nunca apareció y, tras diez minutos dejando que mi cuerpo se tranquilizara, decidí que ya había sido suficiente y me fui a mi armario para buscar una muda de ropa. Cogí un camisón y las primeras bragas que vi y salí corriendo de mi habitación hacia el baño como alma que llevaba el diablo.
Ya en la bañera, tapada hasta el cuello de agua, pude serenarme tanto física como mentalmente. Pero la tranquilidad duró poco. El corazón me dio un vuelco cuando sentí como golpeaban la puerta.
—¿Sí? —pregunté tímidamente.
—Rocío, perdoname que te moleste, te dejé la comida lista adentro del microondas. Yo me voy a ir a dormir, que mañana tengo que madrugar. ¿Está todo bien ahí?
—Sí, sí. Todo bien —le respondí todavía nerviosa—. Gracias por la comida. Que descanses.
—Gracias, igualmente —fue lo último que dijo.
Me quedé en el agua media hora más, pensando y analizando todo lo que me había dejado ese día. Ya cada vez me costaba menos encontrarle las vueltas a las cosas y las soluciones a mis dudas. No me sentía mal por lo que estaba haciendo con Alejo, tampoco bien, ya que había decidido que me iba a dejar llevar por el momento. No obstante, lo de ese día había sido una advertencia muy grande, y sabía que tenía que tratar de controlarme un poco más a la hora de dar rienda suelta a mis impulsos, porque también sabía muy bien que, en cualquier instante, podría cruzar un límite de esos de los que ya no se pueden volver.
Salí del baño y fui directamente al salón a comer lo que me había dejado Alejo. Al ver que no había nadie, sentí un pesar en mi cuerpo que hacía mucho tiempo no sentía. Una sensación de vacío me invadió y los ojos se me llenaron de lágrimas. No quería estar sola, ya no más. Comí en silencio, lo más rápido que pude y, después de varios días sin verla, fui a hacerle una visita a mi hermana mayor.
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 01:15 hs. - Benjamín.
—¡¿Hola?! —grité emocionado al escuchar como por fin Rocío me atendía una llamada.
—¿Benjamín?
—¡Hasta que contestaste! —le reproché sin mucho énfasis
—Es que fui a ver a Noelia y me dejé el móvil en casa. Justo estaba viendo que tengo como veinte llamadas perdidas tuyas, estaba a punto de llamarte —dijo preocupada.
—No, tranquila, es que tenía ganas de escuchar tu voz... Hoy me colgaste de repente y me quedé intranquilo.
—Benja... —dijo e hizo un característico 'chic' suyo con la boca—. Te extraño mucho, no lo estoy pasando nada bien... Ya sé, ya sé que cada vez falta menos y todo eso, pero no puedo evitar sentirme triste... No me lo tengas muy en cuenta —concluyó con la voz muy apagada. Me rompía el alma escucharla así.
—¿Sí? Pues no me da la gana que estés así por mi culpa. Mira, aparte de porque quería escuchar tu voz, te llamaba para decirte que mañana me dieron el día entero libre y que voy a ir a casa a pasarlo contigo.
—¿Qué? —dijo con algo de incredulidad. Pero noté una chispita en ese monosílabo que me hizo sonreír de oreja a oreja.
—Lo que has oído. Mañana pienso sacarte de esa cueva y llevarte a donde tú quieras.
Se hizo un breve silencio, un silencio total en el que sólo podía escuchar mi respiración. Acto seguido, gracias a un sonido nasal todavía más característico de ella, me di cuenta de que estaba llorando del otro lado del teléfono y que no quería que yo me diera cuenta. A ella no le gustaba nada que yo la viera llorar de alegría, o de pena, sólo me lo demostraba cuando estaba enfadada. Me hice el tonto y le seguí la corriente.
—¿Rocío? ¿Se colgó?
—No, no, estoy aquí. No te das una idea... —volvió a hacer otro silencio, supongo que para intentar disimular que la voz se le estaba quebrando—...de lo feliz que me haces. ¿A qué hora vas a venir?
—En principio no sé, mi amor, pero supongo que a partir de las tres ya puedes comenzar a esperarme. Si tengo que retrasarme por algo, cosa que no creo, estate tranquila que yo te aviso.
—Vale... Te q-quiero mucho, Benja —volvió a decir intentando ocultar el llanto.
—Yo también, mi amor. Ahora te tengo que dejar, que quiero dejar todo limpio y terminado para mañana. No quiero que se me acumule nada.
—De acuerdo. Mañana te estaré esperando todo el día...
—Perfecto, princesa. Que duermas bien, ya mañana nos vemos.
—Vale, Benja. Te amo...
—Yo también te amo. Adiós.
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 08:10 hs. - Alejo.
—¿Dónde mierda se metió este pelotudo?
Hacía media hora que estaba esperándolo en la plaza de la esquina de los departamentos de Lorenzo. Me había levantado bien temprano para enviarle un mensaje y acordar la reunión. Pero ya se estaba retrasando mucho.
—Voy a llamarlo a este retar...
Cuando estaba sacando el teléfono, lo veo aparecer a lo lejos. Seguía igual que siempre: pelo canoso recortado en peluquería y peinado para atrás con gel fijador, la barbita de tres días y la ropa de ejecutivo. Su vestuario de día, porque de noche, y esto lo recordaba de las fiestas que teníamos con su mujer Brenda, le gustaba vestirse como un vagabundo. Sonreí e intenté abrazarlo cuando apareció, pero en vez de devolverme el gesto, me tironeó del brazo y me llevó a un callejón que estaba a unos treinta metros.
—Toma, 3000 euros. Cállate, no hace falta que digas nada. Ya está la reunión acordada, les dije que iba a llevarles a un tipo interesado en asociarse con ellos, porque si les decía que eras tú con el que se van a encontrar, seguramente me iban a poner vigilancia y a saber de lo que serían capaz de hacerte.
—Gracias, Ramón, en serio...
—Mira, me estoy jugando el cuello por ti. Hago todo esto porque, de alguna manera, todavía me siento responsable por lo que estás viviendo.
—Si lo decís por lo de mandarme a aquél reparto, vos sabés muy bien que no fue culpa mía lo que pasó... Yo no soy ningún inútil y sabía lo que estaba haciendo.
—Bueno... eso no es del todo así y lo sabes...
—Tenía tiempo de sobra, lo tenía todo controlado. Voy a morirme con la mía acá; alguien intentó vendernos, y el pelotudito que terminó pagando los platos rotos fui yo.
—Dejaste aparcada la furgoneta media hora en el medio de la ciudad, Alejo, por favor...
—Mirá, es al pedo que discutamos por esto ahora... ¿A qué hora es la reunión?
—En fin, les dije que aparecería cuando me contactara el "interesado". Quería asegurarme primero de que estás seguro de lo que vas a hacer. Pichón, si no los convences, te van a matar, y ahí sí que no voy a poder hacer nada por ti.
—A ver, Ramón, ¿no me dijiste anoche que ahora están con el orto en las manos y que si voy de buenas seguramente me van a atender?
—Sí, sí, ya sé lo que dije, pero igualmente respóndeme, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?
—Ramón, lo tenía todo controlado cuando nos cagaron esa vez y lo tengo todo controlado ahora. Deberías tenér un poquito más de fe en mí.
—Vale... Si tú lo dices... Pues bien, vamos yendo.
Le sonreí confiadamente y lo seguí callejón adentro. El camino llevaba a un amplio patio entre los edificios donde, al final del mismo, había una amplia fila de autos estacionados.
Cuando íbamos por la mitad del recorrido, una voz nos hizo detener en seco.
—¡Hombre! ¡Mira tú por donde! ¡Ramón Cerro y Alejo Fileppi!
Ambos nos dimos la vuelta y nos quedamos de piedra con lo que vimos. Era Leandro Amatista, uno de los pares de Ramón en el negocio de las drogas. Un hombre entrado en años, calvo y con un físico de gimnasio que muchos de su edad envidiarían. Rápidamente empecé a buscar con la mirada sitios por los que poder escaparme. Ramón no tardó ni tres segundos en ponerse a dar explicaciones.
—Amatista, antes de que saques conclusiones precipitadas, déjame decirte que el chaval me contactó para que concertara una reunión con los jefes. Va a pagar, Amatista, va a pagar.
—¡Vaya! ¡No me digas! ¿Pero no habías dicho que la última vez que habías hablado con él lo habías amenazado de muerte y no sé qué más barbaridades? ¿Por qué cojones habría de ponerse en contacto contigo justamente?
—Y... Pues sí, a mí también me sorprendió, pero me dijo que no tenía a nadie más a quien llamar, que había perdido los números de todos. Ahora mismo iba a llevarlo a la reunión.
—Ah, ¿sí? Resulta que creo que eso no va a suceder.
En un movimiento rápido, Amatista sacó del interior de su saco una pistola y nos apuntó a ambos. Ahí se habían esfumado mis chances de escape. A Ramón parecía que iba a darle un infarto. Estaba sudando como si recién hubiese terminado de correr una maratón y la voz le temblaba.
—¡¿Qué haces?! Mira, sé que todo esto parece muy raro, pero tienes que creerme, ¡joder! ¡Di algo tú también! —gritó. Pero yo estaba demasiado ocupado intentando trazar un plan de huída.
—El chico es inteligente, Cerro, sabe que los he pillado y prefiere no gastar energías en vano.
—¡¿Pero pillado con qué?! ¡¿No estás escuchando lo que te estoy diciendo?! —siguió gritando Ramón.
—Cerro, deja de hacer el ridículo... Te he grabado antes cuando le estabas entregando el sobre... Todo el tiempo supe que sabías dónde estaba, mira que les insistí a los jefes con ello, pero nunca me imaginé que también le estabas pasando dinero.
—¡Ese dinero es un préstamo que le hice para que le pague a los jefes! ¡No lo tiene todo todavía! ¡Por eso se quería reunir con ellos! ¡Dile algo, Alejo, por el amor de dios!
—Yo sabía que en algún momento te ibas a descuidar... Menos mal que no abandoné la vigilancia. Ustedes dos me van a hacer rico —rio Amatista sin dejar de apuntarnos con la pistola—. Vamos, caminando los dos. Vamos a ir en el coche de Cerro.
—¡Amatista, entra en razón! ¡Nos van a matar a los dos!
—Mientras no me maten a mí...
—¡No me puedes hacer esto! ¡No me puedes hacer esto, cojones!
—Vaya que sí puedo.
Mientras ellos seguían discutiendo y nos íbamos a acercando al coche. Vi que delante de la fila de coches había otro callejón, además de un amplio espacio entre los parachoques y la pared de en frente. Traté de serenarne y esperar mi momento.
—Va, tú primero, chico, abre el coche y síentate delante. Conduce Cerro.
Amatista se paró detrás mío. Al lado nuestro había otro vehículo y no teníamos mucho espacio para pasar. No podía esperar más. Coloqué la mano en la apertura del coche y, con un movimiento rápido, tiré de ella y me di la vuelta sobre mí mismo dejando la puerta entre Amatista y yo, sin espacio para que pudiera pasar por el costado. Me agaché y corrí hacia la parte delantera de la fila. No me detuve ni ante las amenazas de disparo que salían a viva voz de la boca de mi captor. Encontré el callejón y ahí emprendí la carrera más importante de mi vida.
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Rocío.
—Ey... Para... ¡Luna!
Abrí los ojos de golpe, los cuales todavía me ardían por todo lo que había llorado la noche anterior, y me incorporé para intentar quitar a la gata de debajo de la manta.
—¿L-Lun...? Tú no eres Luna... —dije resignada, y me volví a dejar caer sobre la almohada.
—Ayer me dejaste con ganas de más... —dijo Alejo mientras me besaba un pecho por encima del camisón y con una de sus manos me cogía el otro.
—Fuiste tú el que se fue a dormir... ¡Ay!
—Te dije que tenía que madrugar —respondió mientras se recomponía y se ponía a mi lado ofreciéndome su pecho para usar de almohada.
—¿A dónde fuiste? —me interesé mientras me acomodaba sobre él.
—A buscar trabajo. Y también casa, me sobró algo de tiempo.
—¿Y cómo te fue?
—Regular... Pero bueno, es cuestión de mantener el optimismo. Ahora callate y dame un beso —me ordenó prácticamente al sujetarme del mentón.
—No, Alejo, hoy no...
—Dale, si tenés las mismas ganas que yo, no te hagás la boluda... —insistió mientras comenzaba a darme besitos en la boca. Luego separé los labios un momento y él metió su lengua. Pero a los pocos segundos de morreo, le di un empujón y lo aparte de mí.
—Hoy no, Alejo —le dije tajante.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó extrañado.
—No quiero que te lo tomes a mal, pero tampoco quiero ocultarte cosas... Mira, hoy viene Benjamín a casa, y no me siento bien haciendo estas cosas sabiendo que voy a pasar todo el día con él...
—Bueh...
—¿"Bueh" qué?
—Nada...
—Te has enfadado...
—Y... si querés me pongo a hacer twerking... Claro que me jode, me da soberanamente por las pelotas. Pero bueno, es lo que hay, yo solito me metí en esto —terminó con resignación.
—Lo siento, Ale... —intenté disculparme.
Aunque no me sentía mal por la decisión de no hacer nada con él ese día, me daba mucha pena tener que dejarlo de lado... Sentía que lo estaba tratando como a un juguete. Como a un juguete de segunda con el que jugaba cuando no tenía a mi favorito conmigo. Pero como bien había dicho él mismo, la decisión de pelear por mí la había tomado él. No podía arriesgarme a tener una relación doble bajo ningún concepto, y ese día lo tenía más claro que nunca.
Alejo se fue de la habitación con más rabia que otra cosa y me dejó sola con Luna. La verdad es que confiaba mucho en él y sabía que no iba a hacer ninguna tontería cuando viniera Benjamín. Además, insisto en que no le convenía, el pobre no tenía trabajo ni a donde ir, no estaba para permitirse perder el único lugar donde podía pasar las noches. Yo me levanté, me vestí y me puse a ordenar la habitación para cuando llegara mi novio. Luego me fui a dar una ducha y a ponerme guapa para él. Me puse un vestido blanco que me cubría todo el pecho y me llegaba hasta las rodillas, que sabía que a él siempre le había gustado, y unos zapatos de tacón negros. El resto del tiempo lo invertí en peinar y arreglar mi larga melena negra, que bastante descuidada la tenía esos días. Cuando acabé y me miré en el espejo, me entraron unas enormes ganas de reírme. Estaba contenta de verdad. Yo podía decir lo que fuera sobre mi novio cuando estaba enfadada o triste, pero la realidad era que, a la hora de la verdad, lo amaba con todo mi ser.
Miré la hora y todavía no eran ni las once y media de la mañana. Volví a pararme frente al espejo y, nuevamente, me entró la risa tonta. Me repasé de arriba a abajo y pensé en la cara que iba a poner Benjamín cuando me viera. Estaba perfecta para él.
«Perfecta para él...»
Entonces me puse a pensar... ¿Perfecta? ¿Cuál era la definición de perfección en ese momento? Con todo lo que había pasado y con las cosas que me había dicho Alejo de Benjamín... ¿Era acertada mi percepción de perfección? Me volví a mirar en el espejo y las cosas dejaron de cuadrarme. Las últimas semanas me las había pasado trabajando para llegar a ser la mujer que él quería que fuera según Alejo, ¿qué sentido tenía seguir llevando la misma rutina que antes de todo eso? No, no me cuadraban para nada las cosas. Enseguida me quité el vestido, cogí el juego de costura que tenía que debajo en mi mesita de noche y comencé, por primera vez, a hacer uso de los conocimientos que había adquirido de pequeña gracias a mi madre.
Una de la tarde pasadas. Yo frente al espejo, con cara de póker, vistiendo el resultado de lo que acababa de hacer.
—Es... —murmuré—. Es... Es perfecto.
No lo podía creer. No podía creer que eso lo hubiese hecho yo en tan sólo una hora y media. Estuve a punto de sacarme una foto y mandársela a mi madre para que me felicitara, pero enseguida me di cuenta de que no era una muy buena idea.
—¿No me habré pasado un poco con el escote?
Seguía pensando que era perfecto, pero no podía controlar esos espasmos familiares que me daban cuando veía cosas que se salían de todo aquello que se me había inculcado. El escote estaba perfecto, y más con esos volados que se me había ocurrido ponerle.
—¿Quizás es demasiado corto? —volví a murmurar mientras me daba la vuelta para verme de atrás.
No estaba acostumbrada a vestir cosas así, por lo que todavía me daba un poco de vergüenza. Decidí que me lo iba a quitar y que me lo pondría recién cuando viniera Benjamín, que ya faltaba cada vez menos. Además, si Alejo me llegaba a ver vestida así, a ver quién sería el valiente que evitara que me saltara encima.
"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"
El teléfono me cogió con el vestido por las rodillas. Me lo quité a toda velocidad y salí corriendo a buscar el teléfono. A lo mejor era mi novio que había llegado más temprano de lo que me había dicho.
—¿Hola? ¿Benjamín?
—Hola, Ro...
—¡Qué temprano! ¿Estás abajo? ¿Te olvidaste las llaves? ¿Bajo a buscarte? —dije sin pararme a respirar. La euforia podía conmigo.
—Espera, Ro, cálmate... No llegué todavía...
—Ah... ¿Pasó algo entonces?
—Pues, verás... —dijo con un tono de ultratumba que no me gustó nada.
—¿Qué pasa, Benjamín...?
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 12:30 hs. - Benjamín.
Por alguna razón que desconocía, Mauricio me había llamado temprano, mientras yo dormía, y me había pedido que me presentara en la oficina a las doce y media. No me había dado ninguna explicación al respecto, simplemente me había dicho que fuera. Y ahí estaba yo, esperando en la puerta de su despacho a que llegara. La planta estaba desierta y en los otros pisos tampoco es que hubiera mucha gente, pero en el mío, ni personal de limpieza había ido a trabajar.
—Vamos, pasa —dijo Mauricio mientras metía la llave en la puerta. Ni me había percatado que ya había llegado.
—Oh, perdón, buenos días —dije cuando salí de mi embelesamiento.
Antes de que pudiera cruzar la puerta, otra figura de la que no me había dado cuenta pasó antes que yo. Era Clara, y, además de no devolverme saludo, tampoco se molestó en mirarme.
—¿Necesitas algo? —me dijo Mauricio mientras se ponía a ordenar sus cosas en el escritorio.
—¿Eh? Fuiste tú el que me dijo que viniera.
—Claro, como todos los putos días. Por eso te pregunto, ¿necesitas algo? Si no es nada, entonces ponte a trabajar —soltó sin más.
—Eh... Mauricio, hoy nos dieron el día libre... ¿recuerdas? —le dije ya un poco dubitativo. Confiaba en que se hubiera olvidado, pero...
—Sí, para los que no se pasan sus horarios por el forro de los cojones. Tú a trabajar como todos los días. Por la noche te piras si quieres.
—Pero, Mauricio, ya hice planes con mi novia, no me puedes hacer esto... No tengo ningún problema en venir a trabajar, ¿pero por qué no me avisaste anoche? —le dije ya casi rogándole.
—Porque se me pasó. A tu novia llámala y dile que no puedes, no sería la primera vez que lo haces. Venga, arreando que es gerundio —fue lo último que dijo.
Se me vino el mundo abajo. No tenía ninguna forma de librarme de esa sin perder el empleo. Volteé para ver a Clara, que estaba en su mesa, a ver si al menos se le ablandaba el corazón y salía en mi defensa, pero lo que vi, en su lugar, me dejó claro que sus intenciones eran justamente todo lo contrario. Me miraba con mucha seriedad y con la cabeza apoyada en sus puños. Había aprendido mucho de ella en esos días como para no darme cuenta de que era la que había propulsado todo eso.
No tenía ganas de armar un escándalo, decidí que trabajaría lo más rápido que mi cuerpo me dejara y que ya iría a ver a Rocío por la noche. Pero eso no iba a trastocar mis planes; aunque tuviera que pasarme 24 hs. seguidas sin dormir, esa noche llevaría a mi novia al mejor hotel que me pudiera permitir y la haría pasar su mejor noche en años. A mí no me iba a joder la vida una niñata de mierda, inútil y guarra, incapaz de sacarse un título por sus propios méritos que tenía que follarse a su puto jefe para lograrlo.
Ya en mi asiento, saqué el móvil y, con todo el dolor del mundo, llamé a Rocío para, una vez más, decirle que mi trabajo me impediría llegar a tiempo...
—Hola, Ro...
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 16:00 hs. - Rocío.
Otra vez tirada en mi cama mirando al techo. No había comido siquiera. Alejo ya había venido dos veces a verme, pero las dos veces le había dicho que se fuera. Y no estaba triste, ni decepcionada, ni nada por el estilo, ya no tenía ni ganas de molestarme por esas cosas. Sabía que luego, cuando se acercara la hora a la que, supuestamente, Benjamín iba a venir, me volvería a animar y a corretear de un lado a otro hasta que llegase.
—¿Rocío? —tocó por tercera vez la puerta Alejo.
—Estoy bien, en serio. Déjame sola un rato...
—Llevás toda la tarde encerrada... ¿Qué pasó con Benjamín? —dijo antes de abrir la puerta sin mi permiso—. Perdón que pasé así, pero me tenés preocupado.
—Tienes suerte de que esté en camisón, si no te hubiese revoleado el reloj en la cabeza...
—Si sos un angelito vos, ¿qué vas a revolear? —rio y se recostó a mi lado. Esta vez me acurruqué sobre su pecho sin necesidad de que me lo pidiera. Él aceptó con gusto.
—Otra vez el trabajo... Se supone que le habían dado el día libre, pero por no sé qué cosa ahora tiene que trabajar hasta la noche. Vendrá sobre las diez o así.
—Lo mismo de siempre, por lo que veo...
—Pues sí...
—¿Y hasta cuando pensás soportarlo? Ya es demasiado esto... —dijo pasados unos segundos.
—Mira, Alejo, no te cuento esto para que vengas a hacer propaganda contra él... Hazme el favor y cállate.
—Bueno, bueno... Pero sabés que tengo razón.
—Me da igual. Cállate —volví a decir y me abracé más a él.
Claro que sabía que tenía razón, pero ya no podía tomarme sus palabras igual que antes. Ahora todo lo que pudiera decir vendría con dobles intenciones. No iba a dejar que me envenenara la mente contra Benjamín. Por suerte se calló a la primera que se lo dije.
—Tengo muchas ganas de besarte... —dijo de pronto.
—Y yo de estar rodeada de gente menos complicada...
—Pero lo mío se puede solucionar fácil —replicó luego de sujetarme el mentón con dos dedos como lo había hecho por la mañana y obligarme a mirarlo a los ojos.
Pero no lo besé, le comí la boca. Estaba muy necesitada de cariño y no me apetecía decirle que no a mi cuerpo en ese momento. Sabía que luego iba a ver a Benjamín y que iba a pasar con él toda la noche, pero ya me daba completamente igual. Sí, el cambio ya era un hecho y no había vuelta atrás para mí.
Mientras nuestras lenguas se divertían juntas, Alejo no perdió el tiempo y, poniéndose de costado como yo, llevó su mano derecha al interior de mi braguita.
—¿Ya estás así? ¡Mamá! —dijo apenas sus dedos hicieron contacto con mi intimidad.
—Tócame, por favor... —le dije yo con ojitos de cachorrita.
Levanté la pierna y la coloqué encima de la suya para facilitarle la maniobra. Comenzó a masturbarme y retomó el beso, el cual yo interrumpía regularmente para dejar salir de mi boca esos gemidos que no quería que se atascaran en mi garganta. No quería guardarme nada, quería liberarme y disfrutar eso de ser mujer. Mis manos estaban fijas en su cara y clavaba las uñas, moderadamente, en su piel cada vez que quería. Intercalaba besos y mordiscos según me venía en gana. Estaba lejos de sentirme tan radiante como otras veces, pero quería sentir que tenía el mundo en mis manos. Cuando ya decidí que tenía ganas de correrme, obligué a Alejo a acelerar la maniobra.
—Vamos, ¿eso es todo lo que tienes? No me jodas... —le reclamé entre jadeos.
—¿Otra vez con eso? Después llorás, pendeja irreverente —dijo pegándose más a mí e intensificando el movimiento de su mano.
Empecé a gemir aún más fuerte y no tardé ni diez segundos más en explotar. Clavé mis uñas en su espalda y sentí como todos los problemas de mi vida salían de mi cuerpo en forma de fluídos. No fue mucho tiempo, diría que unos quince segundos, pero quince segundos que me encargué de saborear con todo mi ser. Cuando terminé de sacudirme, abracé a Alejo y le clavé otro beso que le puso la guinda a ese espectacular encuentro.
—Estás muy violenta últimamente, loquita... —me reclamó mientras se tocaba con miedo las marcas que le había dejado en la espalda.
—Lo siento, me dejé llevar... —me disculpé todavía intentando recuperar el aliento.
—Lo siento las pelotas, en mi país las cosas se pagan con acciones, no con palabras.
Tras decir eso, se acostó boca arriba y se bajó los pantalones, con calzoncillos incluídos, hasta las rodillas. Alejo y su 'amiguito' estaban más que listos para la acción. Dudé unos segundos en si continuar o no, ya que me acababa de dar cuenta que todavía no habíamos hecho nada en esa cama. Sí, mi cama y la de Benjamín. Por un momento consideré el decirle que continuáramos en su habitación, o en el salón, pero desheché rápidamente esa idea al pensar que acababa de tener un orgasmo brutal ahí mismo. Ya era tarde para arrepentirse.
—¿Dale? ¿Qué dudás tanto?
—No es nada.
Me incorporé y me puse en posición para cumplir su deseo. Cuando estaba a punto de ponerme a ello, de reojo vi el vestido que tanto trabajo me había costado arreglar, y no tardó en venirme a la mente esa misma situación que estaba viviendo, pero con Benjamín como protagonista.
«Eres tú el que se lo pierde...» pensé justo antes de meterme el pene de Alejo en la boca. A los cinco minutos, luego de poner todo mi esmero, ya estaba eyaculando dentro de mí todo lo que tenía.
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 06:30 hs. - Alejo.
—¿Hola?
—¿Quién habla?
—No sé si te acordarás de mí... Ya pasó mucho tiempo.
—No te creas. Acento argentino bien marcado, voz de subnormal... ¿Cómo te va la vida, Fileppi? Debe ser una puta mierda tener que dormir con un ojo abierto todas las noches, ¿eh?
—Muy gracioso, como siempre.
—¿Qué cojones quieres a estar horas? ¿Quién te dio mi teléfono?
—No me dieron tu teléfono, me dieron el número.
—Encima gilipollas. Te juro que como te pillemos...
—Callate y prestame atención, te tengo una propuesta que no vas a poder rechazar, Amatista.
—Dudo mucho que un don nadie como tú pueda tener un carajo que me interese, pero, adelante, te escucho.
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 21:30 hs. - Rocío.
—Bueno, yo me voy, que tengo cosas que hacer. Que se diviertan.
—Suerte, Ale, y gracias por prepararnos la cena. Eres un amor de chico.
—Sí, al final, de bueno voy a ser pelotudo... Ay, ay ay... Chau, linda. Cuidate —se despidió con una linda sonrisa.
—¡Adiós!
A Alejo lo habían llamado inesperadamente para una entrevista de trabajo y la casa había quedado sola para mí y Benjamín. Se había molestado en hacernos de comer y hasta de preparar la mesa. Y tal y como había anticipado antes, ese vacío en mi corazón se volvió a llenar con las locas ganas de volver a tener un momento íntimo con mi pareja. Ya sólo faltaba que viniera.
Apenas salió mi amigo por la puerta, salí corriendo a mi habitación a ponerme el vestido, y de paso, por qué no, me puse un conjunto de ropa interior un poco más provocativo que el que ya llevaba. Sabía que nada podía fallar. Había estado nerviosa todas esas horas previas mirando preocupada el teléfono esperando que me llamara para cancelarlo todo, como siempre hacía. Pero no, esa llamada nunca llegó, y yo que me alegraba.
Se hicieron las diez de la noche y me senté en la mesa a esperar a Benjamín. Cada vez estaba más nerviosa, no sabía cómo iba a reaccionar al verme vestida de esa manera... Asi de pesimista como era yo, ya me lo estaba imaginando indignado y llamando a mis padres para que me ingresaran en un convento. Hasta dudé de si irme a cambiar o no. Estaba hecha un completo flan.
Cuando escuché el ascensor llegar, el corazón se me paró. Me quedé estática en la silla esperando que abriera la puerta. Tragué saliva y traté de poner una sonrisa. Así estuve un buen rato, hasta que escuché como otra de las puertas de la planta se cerraba.
—No era él...
Pasaron los primeros quince minutos y nunca llegó. La primera media hora y tampoco. Yo caminaba por todo el salón sin detenerme. En un momento me senté a ver qué había en la tele, pero la apagué enseguida porque no me podía concentrar. Me puse de pie de golpe cuando volví a escuchar el sonido inconfundible del ascensor. Me volvía a acomodar en la silla y, una vez más, me quedé sentada con la cara de idiota esperando que la maldita puerta se abriera. Pero nada, otra vez el ruido de una de las puertas de la planta me arrebataba la ilusión.
—Ya va a venir, Rocío, ¡no seas idiota! —traté de animarme mientras me daba unas palmaditas en la cara.
Lunes, 6 de octubre del 2014 - 23:00 hs. - Rocío.
—Cómetelo todo, ¿vale? —le dije a Luna luego de llenarle su plato de comida—. Disfruta tú por las dos...
Me senté de nuevo en el sofá y seguí mirando el teléfono con esperanza. Quizás había sido yo la que se había confundido con la hora. Quizás me había dicho que vendría más tarde y yo, debido a la decepción inicial, entendí cualquier cosa. O al menos eso era lo que quería creer.
—Benjamín... —susurré a la vez que pasaba el dedo por su foto en la pantalla del móvil.
Martes, 7 de octubre del 2014 - 00:30 hs. - Rocío.
La comida hacía rato que ya se había enfriado, la bebida estaba caliente y la alegría brillaba por su ausencia en ese salón. Yo me había tirado en el sofá hacía media hora y ahí continuaba, como un cuerpo inerte vestido de gala y listo para ser enterrado. El teléfono no había sonado nunca y también hacía rato que había dejado de mirarlo. Lo peor de todo era que, dentro de que no sentía nada, la sensación era peor que aquella tarde cuando me dijo que hasta la noche no iba a poder venir.
Entonces las llaves en la puerta...
—¡Benjamín! —resucité de golpe y salí corriendo hacia la puerta.
—Hola. ¿Tantas ganas tenías de que volviera? —dijo Alejo mientras pasaba riéndose.
Me quedé sosteniendo el pomo de la puerta mirando al suelo como un alma en pena. Cerré muy despacio y me dejé caer en el lugar. Ya no pude más y dejé salir todo lo que había estado acumulando todo el día; me puse a llorar como hacía mucho tiempo no lo hacía. Alejo se acercó rápidamente hacia mi posición.
—¡Rocío! ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —dijo preocupado.
—No, no estoy bien. Todo esto es una mierda, ¡todo!
—Calmate, nena. Seguramente no pudo venir por alguna causa de fuerza mayor —trató de justificarlo mientras me abrazaba.
—¡No! ¡Siempre es lo mismo! ¡Ya estoy cansada! ¿Quié sentido tiene vivir de esta manera? —seguí llorando.
—No veas todo tan negro, mi amor, no vale la pena pensar en lo peor... Mirá tu vida; tenés un techo, ahora estás trabajando por fin, tenés un montón de personas que te quieren y se preocupan por vos. Dejá de llorar, por favor...
—Pero yo no quiero nada de eso, yo quiero que Benjamín venga y esté conmigo, ¡pero nunca lo hace y ya estoy cansada! ¡Que se quede con su puto trabajo! ¡No quiero saber nada más de él!
Alejo siguió abrazándome fuerte y no me soltó hasta que logré tranquilizarme. No volvió a decir una palabra, supongo que para que yo dejara de gritar, simplemente se dedicó a quedarse ahí en el suelo conmigo haciéndome compañía. Y yo no quería que se fuera nunca, me sentía protegida y segura entre sus brazos, tanto o más de lo que jamás me había sentido en los de Benjamín. Estaba muy agradecida por todo lo que había hecho por mí, y más en esos momentos, porque podría haber aprovechado esa lamentable escena para llenarme la cabeza en contra de mi novio, pero no lo hizo, intentó en todo momento buscarle una respuesta al porqué de su ausencia.
—Vamos, linda, levantate que te acompaño hasta tu cuarto. Yo me encargo de recoger todo esto —dijo en referencia a la mesa, que todavía continuaba como la había dejado él.
—Lo siento, lo siento, lo siento... Te tomaste la molestia de cocinar y ahora todo se va a echar a perder —dije antes de volver a romper a llorar.
—¡No, boluda! ¡Eso lo meto todo en la heladera y sabés qué festín nos hacemos mañana!
—Perdóname, Alejo, perdóname, de verdad...
—Callate. Dale, levantate que te acompaño. Por cierto, estás preciosa.
No fue muy buena idea haber dicho eso, porque me puse a llorar todavía más fuerte. Alejo se apresuró en ayudarme a levantar y me llevó hasta mi habitación. Apenas entré, me tiré en la cama y continué llorando por quince minutos más. Alejo permaneció cerca mío todo el tiempo, me dijo que se quedaría un rato por si Benjamín venía y yo quería algo de tiempo para que no me viera de esa forma. En ese momento, sólo pensaba en lo desgraciada que era y en lo mierda que era mi vida, pero no dejaba de sorprenderme lo que estaba haciendo Alejo.
—¿Por qué lo haces? —le pregunté luego de tomar un poco de aire.
—¿El qué? —dijo sentándose en la cama y cogiéndome una mano.
—Todo esto... Es tu oportunidad para tirar mierda sobre Benjamín, para hacer que lo odie mucho más de lo que lo estoy odiando en estos momentos... ¿Por qué estás portándote así?
—Je... —dijo y esbozó una sonrisa—. ¿De qué me sirve eso? Mirate cómo estás, estás devastada, Ro. Eso demuestra que vos a ese tipo lo querés de verdad... Y ya te dije que, para mí, lo más importante acá es tu felicidad, y si no te puedo hacer feliz yo, prefiero que lo haga la persona a la que vos elegiste.
Apenas terminó de pronunciar la última palabra, me incorporé y, todavía llorando mucho, le di un abrazo con las pocas fuerzas que me quedaban. Enterré mi cara en su pecho y seguí llorando por otros diez minutos más.
—Ya está, Rocío. Ya pasó... —me susurraba al oído mientras me acariciaba la cabeza.
—Gracias por todo lo que haces por mí, Alejo... —le dije en uno de esos momentos en los que el tembleque de mi boca me permitía hablar.
—Gracias a vos, Rocío... Cuando estoy con vos soy otra persona... Lo noto, vos me hacés mejor de lo que soy, princesa... Por eso te amo.
Me separé de su pecho y me quedé mirándolo fijamente. Él me sonrió de nuevo y me quitó algunos pelos que tenía pegados en la cara. Luego, como en las películas, nuestros rostros se fueron acercando lentamente hasta que nuestros labios se encontraron. Pasé mis dos brazos por encima de él y me abracé a su cabeza. El beso era tierno, de los más tiernos y sentidos que nos habíamos dado hasta la fecha. Sus manos estaban pegadas a mi espalda y en ningún momento las movió del lugar.
Nos separamos un momento y nos acomodamos mejor en la cama. Yo quedé boca arriba y él se puso encima de mí para continuar besándome. Ahora sí que recorría mi cuerpo con sus manos. Y yo me dejé hacer. Ese sentimiento de querer comerme el mundo que había tenido esa misma tarde, había desaparecído. Tanto llorar me había debilitado por completo y ya sólo quería quedarme quieta y que él hiciera todo el trabajo. Él lo entendió perfectamente y así actuó.
Mientras me besaba el cuello y acariciaba todo mi cuerpo, sin proponérmelo, me perdí en mis pensamientos. La verdad es que seguía deseando que fuera Benjamín el que estuviera ahí. O sea, no estaba pensando que era él el que estaba dándome esos mimitos, no les había cambiado las caras, ni quería hacerlo, tan sólo quería que mi novio, el hombre al que yo elegí para pasar el resto de mis días, estuviera conmigo tal y como había prometido ese mismo día, y el día en el que, no oficialmente, me declaró amor eterno. Y lo odiaba por eso, lo odiaba mucho. Y ese odio sumado al agradecimiento que sentía por Alejo en ese momento, hizo que pronunciara las siguientes palabras...
—Alejo... hazme el amor...