Las decisiones de Rocío - Parte 1.

Rocío y Benjamín son dos jóvenes enamorados que han decidido irse a vivir juntos. Pero cuando mejor iban las cosas, aparece un rostro del pasado a intentar meterse entre ellos.

(Edited: Relato re-enviado tras corregir algunos errores de bulto)

Esta historia está narrada desde los puntos de vista y las vivencias de los protagonistas, espero que les guste y que disfruten con ella. También me gustaría aclarar que ésta es una obra de ficción y cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia. Dicho esto... ¡Vamos allá!

Jueves, 18 de septiembre del 2014 - 10:30 PM - Rocío

—¡Siempre dices lo mismo! ¡Estoy harta de tus promesas!

Tras estas palabras, agarré mi abrigo, mi bolso y mi paraguas, y salí por la puerta.

Estaba a punto de llorar y muy enojada, no podía creer que me lo hubiera vuelto a hacer, ¡había vuelto a romper su promesa! Pero ésta iba a ser la última vez, ya era hora de que eligiera, o su trabajo o yo. Así que decidí que lo mejor era irme a pasar unos días a casa de mi madre, sabía perfectamente lo mucho que le molestaba eso, pero pensé que un buen escarmiento le vendría bien. Todavía estaba a tiempo de llegar al último tren de las 10:45, tenía la estación a diez minutos a pie, así que dándome un poco de prisa llegaría sin problemas, si ese maldito ascensor se daba prisa en llegar.

Durante el camino iba dándole vueltas al tema, tenía millones de cosas en la cabeza en ese momento, y por primera vez tuve dudas, ¿había hecho bien en irme a vivir con Benjamín tan pronto? Después de todo no hacía ni dos años que estábamos saliendo, y las cosas entre nosotros iban muy bien hasta que decidimos dar ese paso.

—Toda la culpa la tiene el maldito trabajo ese, que lo tiene absorbido, no sólo se pasa diez horas al día en la oficina, también tiene que trabajar cuando llega a casa. ¡Nunca tiene tiempo para mí! —Iba murmurando mientras caminaba.

De pronto empezó a sonar mi teléfono, —Seguro que es él —pensé en ese momento, pero ni me molesté en mirar la pantalla, no tenía ganas de hablar con nadie.

Volvió a sonar tres veces más, pero lo volví a ignorar, sabía que si escuchaba una explicación me iba a volver a engatusar con sus excusas, pero no, ya había sido suficiente, no era la primera vez que pasaba, era hora de que dejara de salirse con la suya.

Nunca estuve de acuerdo con que aceptara ese trabajo, si bien el sueldo que le ofrecían alcanzaba para darnos una vida más que decente, no me parecía suficiente como para compensar el tiempo que tendría que pasar en esa oficina. Por eso más de una vez le dije que yo podía trabajar de lo que fuera y que no me importaba tener una vida sin lujos, lo importante era que pudiéramos pasar tiempo juntos. Pero Benja siempre fue muy terco, según él, no me propuso que nos fuéramos a vivir juntos para que yo disminuyera mi nivel de vida, sino para que lo aumentara, no entraba en sus planes que su novia tuviera que pasar miserias, que si él tenía que dejarse el lomo trabajando por mi bien, así sería.

La verdad es que siempre fue muy tajante con el tema, así que con el tiempo dejé de insistir, pero con el paso de los meses la situación empezó a volverse insoportable para mí, si bien de alguna manera lograba llevarlo en silencio y pacíficamente, no estaba nada conforme con la situación. Y ese día... ese día la gota rebalsó el vaso.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work". Mi hermana Noelia me había puesto esa horrible canción como tono de llamada en mi teléfono, y yo, que siempre fui una negada para las nuevas tecnologías, nunca supe cómo cambiarla. "You'll have me suicidal"... Seguía sonando el dichoso aparato, tenía ganas de reventarlo contra el suelo, ya era la quinta vez que sonaba, pero esa fue la última, por fin.

Hacía mucho que teníamos planeado irnos ese fin de semana a una posada con aguas termales que habíamos descubierto a las afueras de la ciudad. No todos los días le daban a Benjamín dos días libres seguidos, la ocasión era única. Estaba muy entusiasmada, iba a ser la primera vez desde que nos fuéramos a vivir juntos, hacía ya siete meses, que saldríamos en un viaje como este, tenía todo preparado para el sábado, incluso había ido a un salón de belleza para estar linda para la ocasión, pero...

—Ro... tenemos que hablar de lo del sábado.

Había salido tan decidida hacia la estación de tren y tan sumida en mis pensamientos, que me olvidé de que estaba lloviendo a cántaros. Cuando me di cuenta, frené en seco y saqué ese paraguas tan complicado de abrir que me había regalado mi hermana.

—Vaya —dije mientras me refugiaba en un portal—, ¿quién habrá sido el genio que inventó esto?

Después de sesenta largos segundos luchando contra él, por fin conseguí abrirlo, entonces miré mi reloj y vi que tenía poco menos de cinco minutos para llegar a la estación, así que decidí darme un poco más de prisa, pero sin exagerar demasiado, ya que a mi derecha tenía las vías y podía verlas perfectamente, por lo que me daría cuenta cuando el tren estuviera cerca, o al menos eso creía...

Estaba tan perdida en mis pensamientos, que no escuché a la máquina hasta que la tuve a pocos metros detrás de mí. Ahora sí me había quedado sin tiempo, inmediatamente empecé a correr como si la vida me fuera en ello, no quería perder ese tren por nada del mundo, ésta era mi oportunidad de poner en su lugar al idiota de Benja.

Entonces todo fue muy rápido, primero vi de reojo unas luces amarillas aproximarse por mi izquierda, después escuché un coche frenando, y por último sentí como mi cuerpo se sacudía, se levantaba en el aire y terminaba tirado en el asfalto mojado.

—¡¡¡Rocío!!! ¡¡¡Rocío!!! —pude escuchar segundos antes de perder la consciencia.

Viernes, 26 de septiembre del 2014 - 7:45 PM - Rocío

—¡Hogar dulce hogar! ¡Vamos, alegría, alegría! ¡Alegría, vamos!

Repetía Noelia una y otra vez en intentos constantes de levantarme el ánimo. Había regresado a casa después de ocho largos días internada, y mi querida hermana no se apartaba de mi lado, al igual que en el hospital. No estaba del todo bien, todavía me sentía débil, pero eran simples sensaciones, físicamente, salvo detalles, me encontraba perfectamente. Tenía la pierna enyesada y todavía me estaba recuperando del golpe en la cabeza, los médicos me habían dicho que con mucho reposo y siguiendo algunas instrucciones, estaría recuperada en poco tiempo.

—Sí, yujuu... — respondí algo desanimada, mientras me acomodaba en la silla de ruedas que acababan de sacar del baúl del coche.

Realmente seguía sin tener ganas de hablar con nadie, quería estar sola, sentía vergüenza por todo lo que había pasado. Le había ocasionado problemas a todos los que me rodean por un pataleo propio de una niña malcriada, no quería pensar en los motivos que tuve en ese momento, sabía que no había excusa que justificara mi comportamiento.

—Vamos, tonta, hoy es un día de celebración —insistió Noelia—, así que alegra esa cara, lo importante es que estás bien. No te das una idea de lo mal que lo pasé ese día—cerró al borde del llanto.

Me levanté como pude de la silla de ruedas y la abracé con toda mi alma, ambas rompimos a llorar como dos bebés.

—¡Bien, bien! ¡Ya está! —nos interrumpió Benjamín—. ¡Tenemos una cena que preparar! —añadió a la vez que terminaba de cerrar el coche.

Según los médicos, tuve mucha suerte de salir con vida. El conductor no tuvo tiempo de maniobrar cuando me vio, y aunque pudo frenar, el asfalto mojado impidió que el coche se detuviera a tiempo, por lo que me impactó de lleno. Igualmente, al final sólo sufrí una micro fractura o algo así, no soy muy buena recordando ese tipo de jerga especializada, y un ligero traumatismo en la cabeza, y si bien estuve unas horas inconsciente, mi vida nunca corrió grave peligro.

Noelia estuvo conmigo durante toda mi estancia en el hospital, mientras que Benjamín sólo estuvo el primer día y el resto aparecía cuando caía la noche, o eso creo. Los tres nos pusimos de acuerdo en que no era necesario que mis padres se enteraran del accidente, no queríamos que se preocuparan, y además, sabíamos que mi papá era capaz de armar un escándalo importante. Tuve mucho tiempo para hablar con mi hermana sobre lo que había sucedido, le conté hasta el último detalle de lo que pasó esa noche y de cómo me sentía al respecto, y Noe, lejos de ponerse del lado de ninguno de los dos, quiso justificar las acciones de ambos para apaciguar las cosas, y en todo momento intentó levantarme el ánimo para que no me sintiera responsable. Lo cierto, es que sin ella no creo que hubiera haber podido sobrellevar todo esto tan bien, lo más seguro es que hubiese terminado llamando a mamá para que me fuera a buscar y me llevara lo más lejos posible de Benjamín, con quien, por cierto, no tuve mucho tiempo de hablar en esos días, en parte por su trabajo, y en parte porque lo evité todo lo que pude.

Era el día de mi regreso, así que Noelia y Benjamín decidieron hacer una cena a lo grande en el departamento. Tomamos el ascensor, ese maldito y viejo ascensor que tardaba años en llegar y que algún día nos daría un buen susto. Benjamín se había cansado de decirle al presidente de la comunidad que había que arreglarlo, pero éste siempre decía que no podía hacer nada, ya que la constructora no paraba de darle largas y los vecinos no estaban dispuestos a hacerse cargo de los gastos. Si bien el ascensor estaba viejo, el edificio no estaba del todo mal, por dentro era moderno y desde afuera parecía del alto standing. Fue Noelia quién nos consiguió esta vivienda, ella vive justo en la puerta que está en frente de nosotros. Resulta que cuando Benjamín y yo decidimos irnos a vivir juntos, mi hermana se ofreció voluntaria para buscarnos un lugar en el centro de la ciudad, por donde vivía ella. Y al parecer, durante el proceso de búsqueda, el departamento de en frente del de ella se desocupó, y le pareció una idea genial que mi novio y yo nos convirtiéramos en sus nuevos vecinos.

—Al fin llegó —dijo medio enojado Benjamín—. No puede ser que tardemos cinco minutos cada vez que queremos subir o bajar, imagínate si hay una emergencia. Un día de estos voy a ir a esa constructora a decirles unas cuantas cosas.

Al entrar a casa, me encontré de frente y sin esperármelo, con una pancarta que decía "¡Bienvenida a casa, Ro-Ro!", las letras eran horribles y estaban cubiertas con una purpurina de un color marrón desagradable, y parecían escritas por un nene de tres años, pero esa era la letra de Benja, la reconocería a kilómetros. Además... ¡odio con toda mi alma que me llamen Ro-Ro! Pero en ese momento, lejos de enojarme, me eché a reír como una loca, no podía creerlo, inmediatamente me giré y abracé a Benjamín y a Noelia, ya ni me acordaba del clima tenso que había entre mi novio y yo, simplemente me dejé llevar por el momento.

—¡Es horrible! —dije riéndome como una histérica—, los amo, en serio.En una escena bastante irreal, los tres nos quedamos abrazados duranto un largo rato mientras nos despechábamos de la risa.

De la cena se encargaron ellos dos, lógicamente, yo no estaba para esos trotes, pero me hubiese gustado estarlo, ya que no se rompieron mucho la cabeza pensando en el menú... Pollo al horno y ensalada de lechuga y tomate, decían que no era bueno que cambiara la dieta tan drásticamente después de haberme alimentado con pescado y diversas sopas ligeras durante mi estancia en el hospital, así que decidieron preparar algo liviano.

Desde el sofá podía ver como se mataban de la risa mientras preparaban la comida, y yo sabía que era por mí, los turros sabían perfectamente que no me gustaba la ensalada, es más, sabían que lo verde me daba repulsión. En ese sentido soy muy infantil, a pesar de tener 23 años, no me gusta la verdura y desprecio el ajo, no tolero el aceite de oliva y el pimiento mientras más lejos lo tenga, mejor. Pero, en fin, el doctor les había recomendado que no me cargaran con cosas muy pesadas, así que no me quedó otra que apechugar...

Mientras se hacía el pollo, Benjamín dejó los guantes y se sentó a mi lado, —¿Cómo te encuentras? —me preguntó.

—Bien —le contesté.

—Me alegro —Dijo con una sonrisa— En el hospital no pudimos hablar mucho —ahí me empecé a asustar—, creo que ahora es un buen momento para hacerlo, ¿no te parece?

—Creo que no tenemos nada de que hablar —respondí cortante.

—Quiero que aclaremos las cosas, Ro, todo esto pudo haber terminado muy mal, no quiero que vuelva a pasarnos.

—No tenemos nada que aclarar, Benjamín —le dije convencida—, deberíamos olvidarnos de todo lo que pasó y seguir con nuestras vidas.

—¿Pero estás bien? —insistió.

—Sí, Benja, estoy bien. No hablemos más del tema.

—Bueno, bebé, como tú quieras. Te amo.

—Yo también te amo —le respondí al borde de las lágrimas y dándole un abrazo—. Perdóname por todo.

—¡No! —dijo sorprendido— El que te tiene que pedir perdón soy yo, no paro de cagarla. Sólo quiero hacerte feliz, pero me sale todo mal.

No dijimos nada más. La verdad es que quería mantenerme firme y fuerte, y así lo intenté, pero me sentía tan culpable, y lo veía a él tan triste, que no pude conterme. Me dolía en el alma verlo así

—¡EJEM! —nos interrumpió Noelia— Basta de lantos, ¡hoy es un día para celebrar! Así que al próximo que vea soltar una lágrima lo muelo a sartenazos, ¿está bien?

—¡Sí, señor!—respondimos entre risas al unísono.

En ese momento realmente quería decir lo que dije, llegué a la conclusión de que había que dejar todo atrás y tratar de empezar de cero. Sabía que las cosas no iban a cambiar, que el trabajo iba a seguir teniendo secuestrado a Benjamín, pero yo no podía hacer nada al respecto, y entre soportar eso o perderlo, la decisión estaba clara, amaba a mi novio más que a nada en este mundo, estaba dispuesta a olvidar todo y aguantar lo que viniera a partir de ahora.

La cena transcurrió entre carcajadas y llantos provocados por la risa, mi hermana era una experta monologuista, todas sus anécdotas las convertía en historias graciosas, por eso a todos lados donde iba era el alma de la fiesta. Gracias a ella terminamos el día felices y nos olvidamos de todos nuestros problemas. ¿Qué sería de mí sin mi hermana? Santo cielo...

—Bueno, ya está todo limpio y ordenado. Creo que es hora de que me vaya yendo —dijo Noe secándose las manos.

—Quédate un rato más, boba —la detuvo Benja —. Vamos a jugar a las cartas o algo.

—No, no. Creo que ya es hora de que tengan un poco de intimidad. Mi trabajo aquí ya ha terminado —concluyó riéndose.

—Está bien, está bien.

—Gracias por todo, Noe —Intervine—. En serio, nunca te voy a poder devolver todo lo que haces por mí. Te quiero muchísimo.

—Yo también te quiero mucho, tonta. Soy tu hermana y siempre voy a estar ahí para lo que necesites.

Dicho esto, Noelia se fue a su casa, y por primera vez en más de una semana, volvía a estar a solas con mi novio. Pero no nos dijimos mucho, apagamos todas las luces, terminamos de acomodar lo poco que quedó desordenado, y nos tumbamos en el sofá a ver la tele abrazados.

De la nada se hicieron las doce de la noche, y tras una hora en la misma posición, empecé a notar a Benja un poco inquieto, cuando no me acariciaba el brazo, me acomodaba el pelo y me daba besos en la frente, sino me ponía la mano en el viente y me lo empezaba a masajear en lentos movimientos circulares. Yo sabía bien que cuando se ponía así de inquieto y cariñoso, sólo podía significar una cosa...

La verdad es que Benja y yo no éramos lo que se dice una pareja 'súper activa' en el plano sexual, sólo teníamos relaciones una o dos veces a la semana, y lo preparábamos todo el día, como si todas las veces fueran esa 'primera vez'. Llámenlo timidez o llámenlo como quieran, pero lo cierto es que nos costaba horrores ponernos al tema. Si bien él tenía más experiencia que yo, nunca se lanzaba si no veía un gesto o una señal evidente mía, y claro, yo nunca enviaba ningún tipo de señal porque me daba muchísima vergüenza. Él siempre me vio como una chica delicada que podía romperse en cualquier momento, en parte debido a cómo me comportaba yo cuando surgía la cosa, y en parte, mayor parte diría yo, por las amenazas que le profirió mi padre en nuestros primeras días juntos, así que era muy complicado para nosotros todo esto. Todo era mucho más fácil cuando vivíamos separados, porque no teníamos un lugar fijo para hacerlo como ahora, y difícilmente nos lográbamos quedar solos en casa, y en la universidad... ¡Por dios, no! ¡Qué vergüenza! ¿Y si alguien nos descubría? Tendría que mudarme de planeta, mis padres me internarían en el convento más alejado de la tierra. Y sí, es lo que tienen las crianzas cerradas, mis padres se encargaron de darme una educación tradicional, protección contra los 'chicos malos' y los típicos lavados de cabeza, a los que nunca hice demasiado caso, pero que a la hora de la verdad me hacían eco en la consciencia. Por eso nunca había tenido novio, ni siquiera un enamorado, hasta que conocí a Benjamín.

Conocí a Benjamín en la Universidad, en el año 2010, cuando yo tenía 19 años y recién empezaba a estudiar magisterio. En cambio, él ya era un veterano, tenía 25 años y estaba terminando la carrera de Administración de Empresas. La verdad es que me fijé en él desde la primera vez que lo vi, en una charla a los novatos en el salón de actos de la Universidad. Me encantaba como se expresaba, la seguridad con la que lo hacía, lograba tener a todos los alumnos nuevos muy atentos. Además era un hombre muy apuesto (y lo sigue siendo). Cómo lo describiría... Alto, 1.85 apróximadamente, unos ojos negros penetrantes, pelo negro corto, barba de dos días, un cuerpo bastante atlético, que no era el de David Beckham, pero tampoco el de un flaco raquítico. Bueno, me sentí atraída a él desde el primer momento que lo vi, pero no me atreví a hablar con él hasta un mes más tarde, en la biblioteca. Yo estaba perdida y muy alterada con un trabajo de literatura que tenía que entregar esa tarde y todavía no llevaba ni la mitad hecho. Al parecer, él me vio gesticular y vociferar desde la lejanía, y por eso se acercó a ofrecerme su ayuda. Gracias a él, pude terminar el trabajo en menos de una hora, y después me invitó a tomar algo en la cafetería de la Universidad. Bueno sí, él que me habló fue él, pero eso da lo mismo, ¿no? Lo importante es que a las tres semanas, ya estábamos saliendo.

Mis padres lo conocieron a los tres meses, cuando por fin me atreví a presentárselo. A mi madre le cayó bien después de una hora de charla, a mi padre... bueno, digamos que costó un poquito más, pero más por temor a perder a su amada hija que porque Benja le cayera mal o le diera una mala impresión, después de todo era un chico presentable, responsable, a punto de graduarse en una de las carreras más difíciles que hay, era un candidato al que no le podían poner ningún pero. Pero finalmente, poco a poco y paso a paso, fueron formando una relación suegro-yerno bastante amigable, y si bien mi padre trataba de mantenerlo a raya y no darle más confianza de la necesaria, cuando se soltaban y se ponían a hablar de fútbol u otros intereses en común, daba la impresión de que se conociesen de toda la vida.

El momento más duro de nuestro noviazgo fue, sin duda alguna, en los días previos a nuestra primera vez juntos, seis meses después de que empezáramos a salir. Yo sabía que él era la persona a la que le quería entregar mi virginidad, pero con solo pensar en el momento, me ponía roja como un tomate. Benjamín tuvo mucha paciencia conmigo, nunca me presionó, y cada vez que sacaba el tema, lo cerraba cuando veía algún gesto mío que le provocara alguna duda al respecto. La situación era clara, no lo íbamos a hacer hasta que yo estuviera cien por ciento lista. Por eso, un día me planté delante de mi espejo con un calendario del mes actual, cerré los ojos, y con un marcador color rojo marqué un día a voleo. Lo tenía claro, ese día sería el día. Bueno, en realidad marqué cuatro días distintos hasta quedarme con el definitivo, porque el primero era imposible dado que era el cumpleaños de mi padre, el segundo ya había pasado, el tercero tenía un examen muy importante, y el cuarto era demasiado pronto, ¡ni hablar! Finalmente, el día elegido fue el 21 de Mayo.

Entró en pánico cuando se lo dije, empezó a decir un montón de cosas a la vez, se le trababa la lengua y sudaba como nunca antes lo había visto. Le dije que mantuviera la calma y que, cuando llegara el día, improvisáramos, que no había necesidad de que nos volviéramos locos. Pero no, él quería que fuera especial, y, por lo menos para mí, así lo fue. Me llevó a un hotelito a las afueras de la ciudad, nada lujoso, era lo que se podía permitir, pero a mí me parecía el palacio del reino de los cuentos de hadas. Puse todo de mi parte para llevarme un gran recuerdo de mi primera vez, y vaya que sí lo hice, no pudo haber salido mejor todo.

Y bueno, a pesar de que nos costaba mucho iniciar nuestras relaciones sexuales, yo sabía cuando Benjamín quería hacerlo, él no me lo decía, pero esos mimos y esas caricias desordenadas lo delataban.

—Vamos a la habitación —le dije.

—¿Qué? ¿Ya tienes sueño? Normal, ese yeso te debe tener loca, y durmiendo te olvidas de la incomodidad. Espera que traigo la silla de ruedad, ¿o prefieres un vaso de agua antes? Pídeme lo que quieras, yo te lo traigo —. Esa actitud despejaba todas mis dudas. Estaba nervioso y desvariando, no sabía qué hacer ni qué decir, estaba en modo "Prohibido herir a la princesa".

—Relájate. Sólo llévame a la habitación —.

—¿Y la silla de ruedas? ¿La llevo o la dejo aquí? No, ¡qué estupidez! Si tienes una emergencia por la noche—

—¡Llévame a la dichosa habitación, Benjamín!—Lo interrumpí ya un poco nerviosa.

—Está bien, lo siento, es que no quiero volver a equivocarme —me respondió, haciendo que me estremeciera. Palabras como esas hacían que volviera a sentirme culpable.

—Tonto, ven aquí... Tú no te has equivocado en nada. La única que se ha equivocado aquí soy yo —le dije mientras lo abrazaba con fuerza—. Vamos, llévame a la habitación, déjame compensarte por tod—

No me dejó terminar, había dejado bien claras mis intenciones, por eso me tomó en brazos y nos fuimos directamente a nuestro cuarto.

Cuando entramos, vimos que en una de las mesitas de luz habían dos copas y un champagne, la cama estaba llena de pétalos de rosas, y en el medio un sobre.

—¿Fuiste tú? —pregunté anonadada.

—¡No! ¡Ojalá hubiese sido yo!

Benja abrió el sobre y sacó una cajita de preservativos de adentro. Los dos nos reímos. Después sacó un papel y lo leyó en voz alta:

—Espero que disfruten y APROVECHEN (con mayúsculas) este pequeño presente. Los quiere mucho, Noe. Posdata: Disculpen que la caja esté abierta y falten 'unidades' (entre comillas), pero era lo único que tenía a mano, jaja.

—¡Esta Noe! —dijimos al unísono, y echamos a reír.

—Voy a darme una ducha. Creo que tú ya lo hiciste en el hospital, ¿no? —me preguntó.

—Sí. Te espero aquí.

Cuando salió del baño, se secó un poco el pelo con la toalla, y se recostó junto a mí. Hablamos un raro sobre la cena de hoy y sobre las anécdotas de Noe, y después nos pusimos a comentar lo asquerosa que había sido la enfermera que me tocó los últimos días. Entonces llegó el silencio incómodo, era evidente que nos costaba horrores afrontar esta situación. Pero tenía que ser valiente, se lo debía después de todo lo que le había hecho pasar. Así que me acerqué a él, lo miré fijamente, y acto seguido lo besé. Él correspondió el beso rápido, y cuando ya se había venido arriba, me tumbó en la cama sin dejar de besarme. Estuvimos así un largo raro, el ritmo del beso fue progresando, primero piquito a piquito, después sin separar los labios, y finalmente nos dejamos llevar por la pasión, nos devorábamos la boca como no lo habíamos hecho nunca. Pasé mi mano por arriba de su cuello y lo atraje más hacia mí, como intentando afianzar la situación, para que nuestros labios se apretaran aún más si se podía. Sin dejar de entrelazar su lengua con la mía, Benja introdujo su mano derecha por debajo de mi blusa, y se puso a masajearme el vientre como ya había hecho en el sofá hacía unos minutos. Y de forma lenta y pausada, entreteniéndose acariciando cada zona por la que pasaba, fue subiendo hasta atrapar mi pecho derecho. Ahí empecé a notarlo un poco nervioso, me apretaba el seno de forma errática, como si no supiera cómo hacerlo. Así que me incorporé, me quité la blusa, luego el sostén, y después lo miré directamente a los ojos:

—Te amo, Benja.

—Yo también te amo, ¿pero estás segura de que quieres hacerlo? El médico dijo que debías guardar reposo —dijo preocupado.

—Estoy segura, bebé, no te preocupes por mí, estoy perfectamente bien.

Y volví a besarlo, nunca había tenido tantas ganas de hacer el amor en mi vida, quería sentir a mi novio como nunca lo había sentido antes. Pero entonces...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¿En serio? ¡No me jodas! ¡Son las doce y media de la noche! —Bramó Benjamín con una indignación notable.

—Vé a ver quién es. Quizás sólo es Noe, puede que se haya olvidado algo —Dije intentando tranquilizarlo.

Benjamín agarró un par de prendas de un cajón, se vistió rápido y fue a ver quién llamaba a la puerta. Yo también me volví a vestir, no fuera a ser que requirieran mi presencia y yo ahí semidesnuda. Igualmente no podía ir a ningún sitio, habíamos dejado la silla de ruedas en el salón, y de la cama a la puerta había un largo trecho, no tenía de donde agarrarme para llegar, así que no me quedaba de otra que esperar a Benjamín.

Durante la espera, me pareció oír gritos afuera, o por lo menos a mi novio hablar en un tono muy alto, por lo que me preocupé, quería ver quién era y qué estaba pasando. Pero cuando iba a intentar ponerme de pie, la puerta se abrió:

—Rocío, tienes visita.

Jueves, 26 de septiembre del 2014 - 6:00 PM - Alejo

—Ah... ah... ah... ah... sí...

—Mirá la diferencia que hay cuando te liberás. Así es otra cosa, preciosa, jaja.

—Cierra la puta boca ya y no bajes el ritmo.

Por fin, y después de tanto intentarlo, la tenía en su cama matrimonial a cuatro patas gritando como una perra. No era lo mismo cogérmela en mi cuartucho de tres al cuarto que en la cama donde dormía con su marido todas las noches. También me la había empomado varias veces en la cocina, cuando su marido se duchaba, pero ahí se contenía demasiado y muchas veces ni me daba tiempo a acabar. Pero, sin duda alguna, el mejor polvo con ella fue en su baño, el cornudo de su marido había llegado temprano a casa ese día y a mí no me daba la gana volver a quedarme a medias, así que nos encerramos en el baño, puse la traba, y le seguí dando con todo, incluso 'Corneta' golpeó la puerta y le preguntó si estaba bien, porque por momentos se le escapaban gemidos a la yegua, fue un momento único.

—Ah, ah, ah, ah, ah, ah, Dios, sí, Dios, sí, sí, sí, me vengo, me vengo, me vengo.

—Parecés un loro, querida, jajaja. Yo también estoy por acabar, preparate.

—¡Que te ca-ah-ah-ah-lles, subnormah-ah-al!

—¡Ahí te va la descarga de hoy! ¡Buen provecho! ¡Aaaahhhhhh!

—¡Sííííí!

Y sí, acabamos a la vez, como en una película romántica, y ella a su libre expresión, gimiendo como una loba. Era la primera vez que nos pasaba, y ya hacían dos meses que le daba 'clases de guitarra' por la tarde, je. ¡Qué cogida! Sí, señor... Caímos rendidos, sin fuerzas, apenas podíamos respirar. No aguantamos y nos quedamos dormidos.

Lo primero que recuerdo después de todo eso, es que me desperté a las dos horas, más o menos, siendo arrastrado de la cama, con alguien agarrándome del cuello y estampándome la cara contra el suelo. Acto seguido empecé a recibir patadas en las costillas, fue ahí cuando mi mente empezó a asimilar lo que estaba pasando.

—¡Te voy a matar, hijo de la gran puta! —parecía enojado— ¡No sabes con quién te has metido!

—¡Detente, Rober, lo vas a matar de verdad! —girtaba Lucía.

—¡Tú callate, maldita zorra, porque te voy a matar a ti también! ¡Los voy a matar a los dos!

—Momentito —intervine a duras penas—, no creo que matar a nadie sea algo que una persona sensata haría.

—¿Y encima te ríes de mí? —decía a la vez que me arreaba otra patada— ¡Yo confiaba en ti! ¡Te traté como a un amigo! ¡Como a un puto amigo!

En ese momento Lucía se avalanzó sobre él y empezó a darle sopapos en la pelada.

—¡Suéltame, hija de puta! ¡Es el colmo que encima lo defiendas!

—¡Te estoy defendiendo a ti, retrasado mental! ¡¿Acaso quieres acabar en la cárcel?! ¡Hablemos esto como personas civilizadas!

Aproveché el momento, agarré el reloj de la mesita de luz y se lo estampé en la cara. Mientras se retorcía de dolor y su mujer gritaba como una histérica, levanté mi ropa y salí volando de esa casa, ya no pintaba nada ahí. Y mientras me iba pude escucharlo gritar:

—¡Pienso ir a buscarte! ¡Te encontraré y te mataré! ¡Sé dónde vives!

Claro. Un día, por razones obvias, Lucía se inventó una excusa y vino a 'tomar las clases' a mi departamento, y ese día la vino a buscar el pelado. Es por eso que sabía dónde vivía.

Me vestí como pude y salí rajando para mi departamento. Cuando llegué, le dije al casero que me había surgido un problema y que me tenía que ir para siempre.

—¡¿Pero qué te pasó, argentino?! —así me llamaba el viejo Lorenzo.

—Nada, me pelée con un pelotudo en un bar.

—¡A saber qué le habrás hecho, jajaja! ¡Eres de lo que no hay, argentino de mierda!

—No fue nada, se enojó porque no le pagué una apuesta. —me inventé cualquier cosa.

—Pues vaya, sí que eres escoria de la buena, jajaja. Anda, dame las llaves. Si necesitas volver, ya sabes.

—Gracias, viejo choto —así lo llamaba yo a él—, siempre me estás ayudando. Cualquier cosa te llamo.

—Venga, sudaca, ¡que te vaya bien!

—Por cierto, viejo puto. Si viene un pelado enojado con pinta de guardia civil, decile que me fui bien a la mierda y que no pierda el tiempo en buscarme.

—¡Perfecto! ¡Jajajaja! —dijo el viejo antes de darse vuelta y meterse en su casa.

Era la verdad, el marido de la putita a la que me había estado cogiendo, era guardia civil, si hubiese querido, ese día hubiese sacado la pistola y me habría cagado a tiros. Es por eso que tenía que irme de esa casa, todavía era muy joven para morir.

Hacía un año que vivía en esa casucha, el viejo Lorenzo me cobraba poco alquiler y con los trabajitos que hacía me alcanzaba para pagarle y todavía me sobraba para comer como un rey. Pero bueno, ya no me podía quedar más ahí, ya iba a encontrar otro lugar. Así que entré, me lavé un poco, y empecé a hacer la valija. Lo único que tenía era ropa, todos los muebles eran del viejo, mi equipaje era ligero y podía moverme bien por ahí en un caso como este.

Salí y me tomé un taxi para el centro. De momento, la idea era irme a algún restaurante nocturno a pasar la noche, no tenía ganas de caminarme la ciudad a esa hora de la noche, y menos en el estado en el que estaba. Pero la saqué barata, el pelado me cagó a patadas y no parecía haberme roto nada. Me dolía todo el cuerpo, sí, y todavía me sangraba la cabeza, y no podía dar dos pasos seguidos sin quejarme, pero bueno, podría haber sido peor.

Mientras buscaba un restaurante, o un bar, o lo que fuera que estuviera abierto a estas horas, pasé por el Instituto donde hice la secundaria. Inmediatamente me acordé de Rocío, mi mejor amiga en ese entonces y durante casi toda mi vida de estudiante. Recuerdo que me empecé a juntar con ella solamente porque estaba buena, pero con el tiempo me fui encariñando, y terminamos siendo muy buenos amigos. Sin embargo, yo la llegué a querer mucho más que a una amiga, sí, estaba perdidamente enamorado, fue la única mujer por la que sufrí en toda mi puta vida.

Cuando teníamos 17 años me le declaré por primera vez, pero entró en pánico y salió corriendo, como si yo fuera un desconocido intentando violarla. Ese hecho me destrozó, llegué a mi casa y me puse a llorar como un maricón, porque no sentía como si me hubiese rechazado, cosa que ya me había pasado antes, sentía como que le había dado asco. Más adelante me enteré que sus padres eran unos cavernícolas, y que por eso Rocío era tan reservada en el tema. Poco días después me pidió perdón y me explicó que se sentía muy feliz por lo que yo sentía, pero que no podía corresponderme porque no estaba preparada todavía para tener novio. Está bien, la respeté y seguí siendo su amigo, pero la relación había cambiado y mucho, ya no me tenía la misma confianza de antes. Al año siguiente me le volví a declarar, esta vez no salió corriendo ni nada, pero me volvió a rechazar, volviendo a decir las mismas boludeces que me había dicho la primera vez. Y ya no volví a insistar más, entendí que lo de esa chica era cosa de familia, y que no iba a cambiar de la noche a la mañana. Otra opción era que no le gustara físicamente, pero eso era improbable, siempre fui un tipo lindo, rubio de ojos azules, alto, atlético, hoy en día todas las minitas se mueren por mí, y en ese entonces también, y ella no era la excepción, estoy seguro. En fin, ese año fue el último que pasamos juntos, ella cuando terminó el bachiller, se fue a la universidad, y yo me fui a dar una vuelta por el mundo con la herencia que me había dejado mi padrastro recientemente fallecido.

El año pasado, después de tres años sin saber nada de ella, me la encontré en el centro de la ciudad, yo estaba buscando trabajo y ella venía de la universidad. Casi me caigo de culo cuando la vi, si en el instituto ya era una belleza absoluta, ahora se había convertido en una diosa del universo. Había crecido un poco desde entonces, debía de medir entre 1.65 y 1.70, y seguía estando en un peso perfecto, no era una flaca raquítica, pero tampoco estaba gorda, era perfecta. Y esas tetas, dios santo, qué señor par de melones, el tamaño perfecto para su complexión, parecía que se mantenían erguidas por algún tipo de hechizo, o magia, o qué se yo, pero sin duda alguna, eran las tetas más lindas que había visto en mi vida. Todo eso añadido a esos ojazos color miel que tenía, acompañado por su precioso pelo negro medio ondulado o como mierda se diga. Cuando me vio ella a mí, me reconoció enseguida, vino corriendo y me dio un abrazo como nunca me lo había dado antes. Me acribilló a preguntas y después me contó parte de su vida actual; que tenía 23 años, que estaba a punto de terminar la carrera, y que estaba de novia con un tipo llamado Benjamín que había conocido en su primera año. Curioso, pensé en ese momento, se consiguió un macho tan solo un año después de haberme mandado a la mierda por segunda vez. Pero bueno, me alegré por ella, ya no sentía las mismas cosas que había sentido hacía tres años, aunque sí me enamoré de su cuerpo, señor mío... En fin, ese día me dio su número de teléfono y todo este año nos mantuvimos en contacto por medio de mensajes y correos electrónicos, así me enteré que se había ido a vivir con el infeliz ese que había conocido, y también que hacía poco menos de una semana había tenido un accidente.

Y entonces me puse a pensar: "quizás ella sea la solución a mis problemas, quizás me deje quedarme un tiempo en su casa hasta que consiga un lugar donde quedarme", sí, había dado en el clavo, si podía quedarme un tiempo en su casa, podría ahorrar lo suficiente para pagarle a esos hijos de puta. Pero no iba a ser cosa fácil, ya que la semana anterior había ido a visitarla al hospital, y cuando pregunté en la recepción por ella, un flaco, que finalmente terminó siendo su novio, se levantó de una silla y me preguntó quién era y qué quería. Le conté quién era y de qué conocía a su novia, que me había contado por mensaje lo que le había pasado y por eso había venido a visitarla. El asqueroso me respondió que Rocío estaba durmiendo y que no recibía visitas salvo de su familia, también me aclaró que no volviera otro día porque la respuesta iba a ser la misma. ¿Quién se creía que era el pelotudo ese? No le contesté mal, pero me di la vuelta y me fui a la mierda. Cuando estaba saliendo por la puerta, me encontré a su hermana Noelia, con la que nunca me había llevado bien. Por cierto, era otro monumento de mujer. Debía medir 1.75, pelirroja, teñida, claro, y de ojos verdes. Unas tetas más grandes que su hermana y un cuerpo que envidiaría cualquier Miss Universo, más ese culito que hipnotizaba a cualquiera que se lo quedara mirando. Me ignoró cuando me vio, de una manera bastante fría, o eso me pareció, porque la verdad que no sé si me reconoció, ni me importa. Volviendo al tema principal, no iba a ser fácil que el novio de Rocío me abiera las puertas de su casa, así que tenía que jugar todas mis cartas a que me las abriera ella misma.

Sólo me faltaba el dato más importante, saber dónde vivía. Entonces saqué el celular, y me puse a revisar mensaje por mensaje, que no eran muchos, eran unos veintitantos, no nos habíamos escrito mucho, esa confianza que habíamos tenido tiempo atrás ya no existía. Pero nada, no hubo éxito, en ningún mensaje me había dicho su dirección. Me estaba desesperando, se estaba haciendo tarde y el tiempo corría en mi contra, pero entonces lo recordé: ¡Claro! ¡El correo electrónico! Hacía unos meses, Rocío me había enviado un e-mail preguntándome si tenía alguno de los anuarios escolares de la secundaria. Cuando le respondí que sí, me envió otro correo preguntándome si se lo podía mandar, y me adjuntó ahí la dirección de su casa. Lo cierto es que nunca se lo envié, pero eso era lo de menos en ese momento. "Paso uno, conseguir la dirección de su casa: completado." Ahora sólo tenía que presentarme en mi estado actual, sangrando por la frente y caminando como DiCaprio en el Lobo de Wall Street, inventarme alguna historia y esperar clemencia de mis anfitriones.

Se me había hecho bastante tarde, eran casi las doce y media de la noche, y recién acababa de encontrar el edificio. Para mi fortuna, el portal estaba abierto, "Mamita, linda seguridad", pensé. Llamé al ascensor, que tardó años en llegar, que de no ser porque el departamento de Rocío estaba en el séptimo piso y porque no podía dar cinco pasos seguidos sin marearme, habría subido por las escaleras. Pero al final no hizo falta, el maldito ascensor llegó.

Finalmente llegué a su piso, caminé unos pasos al frente, giré a la izquierda, y ahí lo vi, el 7º C. Ya no podía echarme atrás, tenía que jugármela a todo o nada. Puse el dedo en el timbre y...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".