Las decisiones de Bruno

Con mi amigo Mauro iniciamos una nueva vida a partir de una decisión mía.

1- Mi decisión y Mauro

-¿En serio nos vas a dejar? ¿Vas a abandonar?- la voz de Mauro retumbó, en las paredes azulejadas de los vestuarios del Club. Yo seguía con la mirada clavada en las zapatillas que me estaba poniendo.

-Bruno- repitió Mauro- decime que es una joda... Que no es cierto que nos vas a dejar.

Hacía más de diez minutos que Mauro, uno de mis mejores amigos, estaba parado frente a mí, preguntando una y otra vez. La noticia que un rato antes le había hecho saber al resto del equipo, no sorprendió a muchos, pero Mauro se resistía a creerlo. Mis desaveniencias y "problemas" con el nuevo instructor del equipo de Voley ya eran muchas y eso sumado a que el estudio me estaba absorbiendo más tiempo del que disponía, hizo que, una vez terminado el entrenamiento, les hiciera saber mi decisión de abandonar el equipo.

-Mirá Mauro, ya dije lo que tenía que decir. No puedo seguir en el equipo...

-No te entiendo Bruno. Yo estoy en el equipo porque vos me convenciste de entrar el año pasado. ¡Y ahora te vas, me dejás solo!

-No puedo seguir, Mauro- contesté- Y no te quedás solo...

-No tenés idea de nada- me gritó con la bronca en la garganta y los ojos enrojecidos. Se dió media vuelta y salió de los vestuarios dando un portazo.

Yo terminé de cambiarme y dí una última mirada a los vestuarios, como despidiéndome. Y salí a la calle, rumbo a mi casa. Sin volver la mirada hacia lo que dejaba definitivamente.

Caminé pensando en Mauro. Desde que entramos a la secundaria nos hicimos amigos de inmediato y de ahí en más, fuimos inseparables. Ya estábamos finalizando el cuarto año, los dos con flamantes diecisiete años. A principios del año anterior le había insistido en que probara entrar en el equipo de Voley del Club y entró.

Y ahora se sentía traicionado por mí. Pero el no sabía la verdad oculta de mi decisión. Mi silencio al respecto empeoraba las cosas. No había nada de verdad en cuanto al tiempo que me llevaban los estudios, ya que siempre tuve la ventaja de ser bien despierto en ese sentido. Pero la otra parte, de la que no hablaba, es la que calaba más hondo en mí, me angustiaba y desestabilizaba: mis "problemas con el nuevo instructor"

2- "Mis Problemas"

Ignacio se había hecho cargo del equipo a principios de año. Lo primero que atacó como instructor, fue la técnica individual. Y para ello, aparte de los entrenamientos grupales, nos hacía quedar, de a uno, un rato después de cada entrenamiento.

Ignacio se convirtió en instructor del club luego de que su equipo ganara los nacionales de voley. Por eso, apenas tenía unos años más que nosotros: 20, mientras nosotros rondábamos los 17 y 18 años. Es un tipo alto, de espaldas bien anchas, ojos marrones y pelo muy claro y largo, casi a los hombros, que lleva siempre atado con una colita.

Desde que entró como instructor, percibí que siempre me miraba de una manera especial y que tenía cierta preferencia conmigo. No fueron pocas las veces que marcaba algo para el resto y me usaba como demostración, poniendosé tras mío, alzando mis brazos ó poniendo mi cuerpo en tal ó cual posición para enseñarle al resto.

Estas demostraciones se hicieron habituales y yo comencé a sentir que cada vez que las hacía, se apegaba más a mí, que me apretaba cada vez más. Y eso hizo crecer cierta inquietud en mi interior. Luego de las demostraciones me sentía sofocado, con calores que me subían a la cara sin saber por qué.

Hace unas tres semanas, me tocó el turno de quedarme para mejorar mi técnica. Una vez que se hubo ido el resto, empezamos con la clase. Me iba indicando tal ó cual cosa para mejorar el contraataque ó los pases a mis compañeros. En determinado momento quizo que viéramos el saque. Yo probé dos ó tres veces hasta que él dijo que había un problema postural. Vino hacia mí, se puso tras mío, se pegó a mi cuerpo como ya era costumbre y me indicó cómo arquear las piernas hacia atrás. Al hacerlo, fue inevitable que mi mi cuerpo se recostara más aún contra el de él, que seguía tras mío. Sentí la dureza de su paquete que quedaba ahora enterrado entre mis nalgas. Y ese contacto me puso nervioso, hizo crecer una inquietud dentro mío, al mismo tiempo que sentí que se me cortaba el aire e inexplicablemente mi pene reaccionaba sin saber yo por qué.

Realicé el saque, el se separó de mí, me felicitó pues había salido muy bien, distinto a lo que venía haciendo. Me pidió que lo repitiera. Tome otra pelota, me puse en posición y cuando estaba tomando fuerza para pegarle a la pelota, lo siento nuevamente, todo, detrás de mí. Me estremecí, totalmente confundido. El me dijo en voz baja:

-No te olvides de arquear las piernas.

Y al hacerlo, nuevamente, la tremenda dureza de su miembro se apoyó a lo largo de la línea que separaba mis glúteos. Y otra vez, confundiéndome más aún, mi propio miembro se endurecía al punto de querer vencer la tela de mi corto pantalón. Otra vez realicé el saque, estuvo mejor que el anterior. Ignacio tardó un momento más de lo habitual en separarse de mí. Al hacerlo me dijo

-En la próxima seguimos, por hoy terminamos. Vamos a las duchas.

Hacia allí fuimos. Al ser ya tarde, todas las demás actividades habían terminado y solo quedábamos nosotros en la cancha y un encargado en administración, a la vez sereno, que estaba en la parte de adelante del club.

Al salir de la cancha, Ignacio apagó las luces, y nos guíamos por las luces de los baños que iluminaban el pasillo. Mientras caminábamos en esta semipenunmbra, el apoyó su brazo sobre mi hombro.

-Estuvo bien, muy bien- dijo, sin sacar su mano. Al llegar a los baños me soltó, yo me dirigí a la banca donde estaba mi bolso.

Comencé a desnudarme y él también, con la variante que lo hizo bien al lado mío, una vez que dejó su bolso al lado de mis cosas.

Inquieto, bastante confundido por las cosas que pasaban en mi mente, por mi repiración entrecortada y por el hecho de tener a Ignacio desnudándose a mi lado, clavé mi mirada al piso para terminar de sacarme toda la ropa. Y con la mirada recorriendo ese piso me dirigí a la ducha. El me siguió detrás y se puso en la continua. Las duchas no tienen divisiones, por lo que estábamos uno al lado del otro, bajo el chorro de agua caliente.

3- "Otra enseñanza"

Luego de un rato bajo el agua, impulsado por la comezón interior que me tenía a mal traer, fui levantando mi vista y tímidamente aprecié la figura de Ignacio. Cuerpo perfecto, largas piernas que terminaban en un trasero redondo, parado y firme. Bajo la lluvia de agua y vapor, con los ojos cerrados mientras se lavaba el cabello, se giró hacia mi lado. Lo que ví acrecentó más ese no-se-qué, hizo latir mi corazón que a esa altura parecía salírseme por la boca y un estremecimiento me recorrió el cuerpo por completo. Como un bobo ví las torneadas piernas de Ignacio, su pecho fuerte y pectorales bien formados, cubiertos de un vello claro, el vientre plano, con un camino perfecto de vellos más oscuros que los del pecho, que bajaba de su ombligo al pubis. Bajo este, una verga grande, joven y venosa, de un grosor más que considerable y con una semierección que dejaba a la vista un par de huevos redondos y perfectos.

La agitación se hizo más evidente en mi cuerpo. Algo desconocido para mí, una nueva sensación, invadía cada milímetro de mi piel. Sentía algo novedoso y perturbador, pero también tenía la certidumbre que estaba mal, que era incorrecto, que yo no podía sentir lo que estaba sintiendo. Y tambien rememoraba la dimensión de ese paquete apoyado en mi trasero, como tantas veces lo había sentido, cada vez que Ignacio realizaba una demostración, ó como plenamente lo había sentido minutos antes en la cancha. Y volvía a estremecerme. Y a reprimirlo, pues no estaba bien.

Con toda la turbación invadiéndome, me dí vuelta, dando la espalda a Ignacio y comencé con mi aseo, lentamente, como queriendo apagar lo que fuera que se había encendido en mí, con el correr del jabón y el agua por mi piel. Al poco rato, sentí la presencia de Ignacio tras mío y al darme vuelta, me topé con su cara, chorreante, y sus ojos que miraban directo a los mío, con un extraño brillo.

-¿Me pasás por la espalda?-dijo, poniendo el jabón a la altura de mis ojos. –Después te paso yo, si querés-

-Bueno- balbuceé, conla voz temblorosa. Ignacio puso el jabón en mi mano y se instaló bajo el chorro de agua de su ducha, de espaldas a mí. Yo fui detrás de él, tratando de disimular mi respiración agitada y tratando de convencerme y aparentar un aplomo que no tenía. En realidad me temblaba todo. Creí que cuando empezara a pasar el jabón se iba a dar cuenta del temblor de mi mano, de cómo mis piernas se negaban a sostenerme con dignidad, del latido insistente y debocado que parecía retumbar en cada poro de mi pecho. Del estado de mi pene, que parecía tener vida propia y esta casi erecto. Inspiré fuerte, calmándome y me puse tras él, bajo la lluvia caliente, que no llegaba a cubrirnos a ambos.

Con movimiento moroso, inicié la friega de jabón contra piel, comenzando por los hombros, pegado a su cuello y hacia los brazos. Bajé a la espalda, cubriendo de espuma la solida superficie de los músculos, que se iban revelando al paso de mi mano. Cuando cubrí toda la espalda, bajé más, hasta llegar al límite del término de su espalda y el nacimiento de sus glúteos. Ignacio debió notar mi vacilación al llegar a esa zona.

-Seguí, seguí... ¿No tendrás vergüenza, no?-

-No, no...- contesté, sofocado, con casi un hilo de voz. Y mi mano, llevando el jabón, empezó a cubrir las redondez de cada una de sus nalgas. Subía y bajaba por cada una de ellas. Tímidamente recorrí la raya que separaba sus cahetes, superficialmente. No daba más. Todo el cuerpo me latía estremecido y contradictorio.

-Bueno, ya está- dijo Ignacio al tiempo que se daba vuelta, por lo que su pene duro, parado, se encontró con mi mano, que lo rozó con el dorso. Yo quité mi mano, Ignació me la agarró, tomó el jabón y mirándome me dijo: -Ahora vos- y dió un paso largo hacia atrás, para dejarme espacio bajo la lluvia.

No sé por qué. Pero primero me dí vuelta y quedé de espaldas a él. Luego caminé hacia atrás, para ubicarme bajo el chorro de agua. Ignacio, mientras realizaba esto, debe haber acortado la distancia, ya que apenas el agua comenzó a cubrirme, sentí la punta de su instrumento contra mi trasero. Ahí me quedé, con la punta de esa lanza parada contra mi trasero y un escalofrío transitándome por dentro. Tragué saliva y traté de controlarme, al tiempo que Ignacio dejaba en ceo el poco trecho que quedaba entre los cuerpos. Se apegó a mí, los vellos de su pecho apoyados en mi espalda, su estómago pegado a la base de mi espalda su endurecido y portentoso pene apoyado en todo el largo de la raya de mi culo.

Ignacio empezó a enjabonarme, tal como lo había hecho yo con él. Desde el cuello, por los hombros y llegando hasta el brazo, sólo que sin distancia entre ambos, su respiración pegada a mi oído. Su verga, palpitante, se hacía sentir en todo su esplendor. Una erección notoria de mi parte, fue el preludio a la mayor calentura sexual que había experimentado hasta ese momento. Y también a la mayor confusión. Ignacio se percató de ello y apretó más su pija contra mi raya.

Ante ese contacto directo y definitivo, dejé de lado toda la perturbación y caos mental, me abandoné por completo a lo que mis sentidos de una u otra manera estaban reclamando y deposité todo el peso de mi cuerpo sobre mi cola, aprisionando por completo esa barra de carne entre mis glúteos, que se iban abriendo para que calzara y acomodara mejor en mi raya, y la pelvis de Ignacio.

No podía creer lo que estaba haciendo y dejando que sucediera. Sentí como se iniciaba un casi imperceptible movimiento de roce, de aprisionar y aflojar, de calce perfecto y profundo del tronco de Ignacio en mi raya y una leve liberación. La mano de Ignacio pasó a mi pecho, soltó el jabón y se dedicó a recorrer mi pecho, mientras sus labios se apoyaban en mi cuello comenzando un lento camino de besos.

Los temores y la confusión se apoderaron nuevamente de mí. Pero era tal la excitación, el supremo placer de sentir, apretando, la majestuosa pija de Ignacio en mi canal, el contacto de sus labios carnosos sobre la piel de mi espalda, sus manos que bajaban por mi pecho, estómago, para terminar acariciando mi verga, que no pude otra cosa que hacer crisis, sin separarme de él.

Bajé la cabeza y las lágrimas brotaron sin más, de mis ojos y un sollozo sentido, quedadamente convulsionado, se abrió camino desde el centro de mi pecho hasta estallar hacia el afuera. Ignacio se separó y me giró hacia él.

-¿Qué pasa, tontito....?-me preguntó con la voz más dulce y seductora que halla oído en mi vida.

-No sé.... no sé...- contesté y antes de terminar la frase lo abracé con todas mis fuerzas, escondiendo mi rostro en su hombro. Ignacio respondió a mi abrazo con caricias en mi espalda. Su pija palpitaba junto a la mía, las dos erectas, ansiosas, pugnando por el espacio. Me tomó de la barbilla y acercó sus labios a los míos, callando el sollozo, abriendo camino con su lengua en búsqueda de la mía, que la recibió tímida, entrecruzándose con la de él en una lenta danza que me calmaba, como también lo hacían sus dulces caricias por mi espalda y cola.

El beso se fue haciendo cada vez más profundo, apasionado. Los labios se devoraban entre sí, las lenguas se retorcían más furiosas una contra otra. Ambos acariciábamos con furia sexual al otro. Y en medio de esas caricias, Ignacio tomó con sus manos mi verga, la unió a la suya e inició una lenta masturbación, mientras ese unico beso se hacía más prolongado y más pasional, a medida que sentíamos la estimulación en nuestras pijas.

El agua corría, pero no apagaba el fuego infinito encendido entre los dos. El beso era infinito, buceador de profundidades. Duró más allá, mucho más allá del final. Mucho más allá del momento en que sentí la convulsión interior, todos los sentidos en uno solo y alojados en la mano y en la boca de Ignacio. Más allá de ese instante glorioso en que quise devorarlo por completo, mucho más allá de ese relámpago que me atravesó por completo cuando estallé, me descargué en cuerpo y alma. Eyaculé como si la vida se me fuera en ello, con el cuerpo estremecido y absolutamente abandonado, tratando de atrapar más su boca con la mía y sentí como Ignacio hacía lo suyo, salpicando con latigazos de semen mi pene, mi pelvis.

No abandonamos al beso, que siguó largamente, hasta recuperar el ritmo tierno y apaciguado del inicio. Nuevamente apoyé mi frente sobre su hombro, casi recostado sobre su cuello. El me siguió besando el cuello, la cabeza y yo lo dejaba hacer. Hasta que me separé de él y lo miré a los ojos. No vi culpa en ellos. No vi el remordimiento que en ese momento se instalaba en mi pecho. Solo ví satisfacción y agrado. Y eso me hizo sentir mal. Realmente mal.

Bajando la vista me separé de él y me dirigí mi ducha. Dejé que el agua corriera por mi cuerpo, sacando toda señal de lo que había ocurrido momentos antes. La sensación de estar en falta, de culpa, de delito y pecado fueron tomándome cada vez más, al punto de inmovilizarme. Solo la voz de Ignacio pudo sacarme, momentáneamente, de ese estado.

-¡Ey! ¡Suficiente de agua por hoy, ¿no?!- dijo divertido, desde el banco donde ya estaba secándose. Apagué la ducha, tomé mi toallón y empecé a secarme, mientras admiraba la soltura de Ignacio, como si nada hubiese pasado. Me terminé de secar y me cambié. Cuando me estaba peinando frente al gran espejo, que iba de pared a pared del baño, ví en él a Ignacio que se paraba tras mío, ya cambiado y listo para irse, me besaba el hombro y me decía.

-Estuvo muy bien. Espero que hayas disfrutado tanto como yo. – Y al terminaar de decirlo se paró a mi costado, tomó mi barbilla, me hizo girar y posó sus labios en los míos, en un dulce y cariñoso y leve beso.

–Otro día la seguimos- dijo con sus ojos fijos en los míos. Yo, con mi vergüenza a cuestas, no supe más que asentir levemente, para luego verlo agarrar su mochila y salir del baño. Una vez recuperado de todo lo que había pasado, emprendí el regreso a casa, con toda la carga de mis culpas y temores encima.

4- Lo que siguió

Por varios días no pude quitarme de la cabeza lo sucedido en el baño. Sentía la invasión de la culpa, el temor que los demás notaran en mí cara, mi mirada ó en algún gesto, mi inicio en lo prohíbido, lo malo, lo oprobioso. La sensación de haber incurrido en un pecado fatal me apresaba de a ratos, lo que me hacía andar temeroso ante los demás, con el ánimo sombrío. Si bien no tengo formación religiosa, la imposición social me llevaba a pensar así.

También es cierto que muchas veces las imágenes de lo sucedido con Ignacio, encendían mis sentidos y podía rememorar con exactitud, algo de nostalgia y ganas de hacerlo nuevamente, cada segundo de ese encuentro. El tiempo que pasó desde de ese Viernes hasta el Martes siguiente transcurrieró en un ir y venir entre la culpa y las ganas. Entre el remordimiento y la ensoñación.

Sabía, pues era la norma no escrita de los entrenamientos, que me iba a tocar quedarme para la práctica individual cuatro ó cinco clases más. Y eso me daba miedo y excitaba casi al mismo tiempo.

Llegó el Martes, entrenamos como siempre, y era evidente el avance que íbamos logrando cada uno en forma individual y que se notaba en el crecimiento grupal. Esto nos ponía cada vez más contentos y era manifiesto que las clases de técnica individuales rendían sus frutos. Ya nadie dudaba, ni yo, que eran necesarias y beneficiosas para todos y cada uno. Y ese era el motivo principal por el cual no me podía negar a quedarme. Y también lo que más me encendía.

Se fueron mis compañeros, quedamos solo Ignacio, yo y el sereno adelante, como pasó el Viernes anterior.

-Sigamos con el saque- me propuso Ignacio, lanzándome una pelota.

La tomé, me puse en posición sintiendo la mirada de Ignacio clavada en mí y en mis movimientos. Y otra vez, al tomar fueza para realizar el saque, sentí las presión de paquete de Ignacio contra mi culo.

-Las piernas, no te olvides de la posición de las piernas- susurró bajito a mi oído, mientras restregaba su pija contra mi raya y disimulaba corrgir mi postura. -¿Me extrañaste?- dijo, nuevamente susurrando y enterrando, en lo que se podía, su paquetote en mi culo.

Me abandoné. Cedí todo terreno

–Siii....- alcancé a susurrar con la voz quebrada por la sensualidad. Y me giré, alcancé sus labios de inmediato y busqué su lengua con la mía, que apareció y me homenajeó con su recibimiento dulce y entusiamado. Se separó de mí, me tomó de la mano y nos dirigimos al baño. Tal como la vez anterior, apagó las luces de la cancha a nuestro paso y fue la penumbra de los pasillos la testigo de los besos apasionados y urgentes que se daban dos jóvenes hombres camino a las duchas.

Nos pusimos frente al mismo banco y seguimos besándonos. Las manos, presurosas, iban investigando y reconociendo el cuerpo del otro y, al mismo tiempo, lo liberaban de las escasas prendas que los cubrían. No llegamos a ponernos bajo el agua. De pié, piel contra piel, caricia por caricio, labios perdidos en los del otro iniciamos nuevamente el camino de celebrarnos en el cuerpo uno al otro.

Esta vez fui yo el que tomo los dos penes e inició el movimiento que luego nos llevaría a la gloria. Ignacio aprovechaba para meter mano en cada resquicio de mi anatomía. Para besar cada célula de mi piel para luego volver a mi boca.

Creo que Ignacio intuyó que aunque todo esto me excitaba, me ponía a mil y lo disfrutaba, la culpa no me iba a dejar ir más lejos que este punto en el que estábamos. Por eso se dedicó concienzudamente a mi cuerpo como el lugar y blanco que recepcionaba cada una de sus caricias, sus mimos y arrumacos. Y yo seguía meneando de ida y vuelta las dos vergas duras y pulsantes que alojaba en mi mano. Y más, más... hasta el nuevo estallido. Y el beso de agradecimiento hondo, penetrante. Y bajo las duchas nuevamente. Otra vez el placer infinito de estar en los brazos de otro hombre y acabar en su mano, bajo el influjo de sus besos y caricias.

Y así cada uno de los cinco encuentros posteriores. Dos veces por semana de encuentros de sexos que se husmeaban, se escarbaban hasta sacar el máximo goce del otro. Plenos de caricias, tocamientos, besos abismales cargados de sensualidad. No fuimos a más, simplemente me conformaba con eso.

Y después de cada encuentro, la culpa. Siempre la culpa.

5- Confusión Total

Durante el transcurso de esas semanas me sentía pleno en dos sentidos: Por un lado, pleno de goce, sexualmente completo y satisfecho, preguntándome ¿Qué más?, esperando excitado un nueva oportunidad de apoyar mis labios en los de Ignacio, sentir su piel contra la mía, masturbarme con él y en ese fugaz instante sentirlo mío, que eso era vivir.

Por otro lado, pleno de culpa, con ataques repentinos de remordimiento por el giro que estaba dando mi vida. Me sentía burlado por mi propio juego, humillado. Buscaba en los ojos de los demás señales que me indicaran si veían esta faceta mía. Si notaban esas marcas y señales que quedan grabadas a fuego, aunque no se vean, cuando un hombre está con otro hombre.

Hasta que hice crisis. Hasta que no pude más con la contradicción y me decidí por lo que creí "más sano". Alejarme de ese lugar que propiciaba mis devaneos y "caídas en el pecado".

Ese día, Viernes, fui temprano al entrenamiento y alcancé a Ignacio al entrar en el Club. Me vió perturbado y titubeante, por lo que decidió cancelar la primera clase, dió aviso en administración y me invitó a tomar algo en una cafetería que estaba a la vuelta del club. Hacia allí fuimos y luego de hacer el pedido, amparado por el reservado que habíamos elegido, pude decirle todo lo que me pasaba: Que no podía más con lo que me pasaba, que la conciencia me estaba pesando más que el placer, que él no era responsable, que me había gustado enormemente cada uno de los encuentros que habíamos tenido, pero que no podía seguir viviendo bajo esa presión. Descargué todo, todo lo que me pasaba ante la mirada atenta de Ignacio.

Terminé con lágrimas en los ojos, que él se encargó de secar, mientras me decía que me entendía, que el había disfrutado muchísimo lo que hicimos, que nunca antes lo había hecho con nadie, pero que se sintió atraído por mí ni bien empezaron los entrenamientos y que hizo lo imposible para frenarse y no hacerme quedar antes. Que me deseó cada minuto que duraban los entrenamientos hasta que su fantasía se hizo realidad. También que entendía y percibía mis reservas. Que estaba todo bien y si alguna vez me decidía a todo por el todo, el siempre iba a estar dispuesto.

Finalmente, ya más calmo y en dominio de mi cuerpo y mis palabras, le dije que dejaba el equipo. Esto lo sorprendió. Trató de convencerme de que no lo hiciera, que estuviera seguro que él no me iba a buscar más ó intentar algo conmigo nuevamente. Pero me mantuve en mi desición. Un poco abatido, Ignacio de resignó a esa idea. Pagó y nos dirigimos al club, para llegar a tiempo al entrenamiento.

Luego, al final de mi último entrenamiento, pedí permiso para hablar con mis compañeros y les comuniqué que dejaba el equipo, poniendo como excusa mis tiempos de estudio y no estar de acuerdo con el rumboq ue daba al equipo nuestro entrenador, aunque esto más como comentario que como razón de peso. Y luego, después de los saludos de todos, menos de Mauro que clavaba una mirada de odio en mí, me fui a cambiar. Y tras mío, Mauro seguía mis pasos hacia el baño, para pedirme explicaciones, para tratar de entender.

6- Mauro

Durante el fin de semana no tuve noticias de Mauro. Sí me llamaron varios de los compañeros del equipo, preguntándome si estaba seguro, si podían hacer algo para que cambiara de opinión, a los que agradecí y desalenté. Pero Mauro no dió señales de vida y yo tenía muy grabada su mirada penetrante y cargada de bronca, a punto del brote de lágrimas y su voz diciéndome "No tenés idea de nada" y el portazo violento con el que salió del baño del Club.

El lunes de madrugada se desató una tormenta brava. Muchos truenos, relámpagos y lluvia cargada. A la mañana me desperté para ir al colegio, pero al ver que si bien la tormenta se había apaciguado, la lluvía persistía y no daba indicios de parar en todo el día. Decidí quedarme en casa. Sabía que me quedaba solo, ya que mis padres trabajan los dos y no vuelven hasta entrada la noche y eso me daba gusto. Me podía quedar solo con mis pensamientos y cavilaciones. Para mal ó para bien.

Desayuné con mis padres, me comprometí a hacer algunas cosas de la casa y ellos se fueron. Inaugurando ese día solitario, que vaya a saber por qué razón se me antojaba especial, puse un CD de música suave y relajante. Me puse un short amplio y una remera vieja y comencé por ordenar mi cuarto, acomodar el desorden de mi placard y otras cosas para dejarlo "medianamente visible y habitable", tal como le había prometido a mi madre.

A eso de las 10.30 Hs. sonó el teléfono y atendí:

-¿Hola?...- un silencio absoluto se escuchó del otro lado y luego el "Click" clásico que daba la pauta de que habían cortado. Colgué y no le dí importancia. Seguí con mis tareas.

Un poco antes de las 11.30 Hs. me sobresalté por el estampido del timbre de la puerta de calle. No se esperaba a nadie. Pero el timbre seguía sonando insistente. Bajé y abrí la puerta. Frente a mí, con la lluvia torrencial como fondo, apareció la conocida figura de Mauro, empapado a más no poder. Y cara de enojo. Lo hice pasar.

-¿Qué hacés?

-Vine a verte, boludo.

-¿Vos tampoco fuiste a la escuela?

-Parece que no.

Le alcancé un toallón para que se secara un poco. Realmente parecía que lo hubieran agarrado con saña con una manguera.

-Vení a mi pieza que te doy ropa así te sacás esa que te vas a enfermar- le propuse y hacia allí me dirigí, con Mauro detrás. No hablaba. -"Está realmente enojado conmigo"- pensé. No había en él ni una pizca del buen humor, del espíritu jodón que tenía siempre.

Solo la música suave y lenta rompía el silencio mientras buscaba un short y una remera. No haría falta más, mi casa estaba calefaccionada. Mauro entró a mi baño y lo escuché sacrse la ropa.

-¿Fuiste vos el que llamó hace un rato y colgó?- pregunté a través de la puerta.

-Sí. Quería ver si estabas. Me jugaba que no ibas a ir al Cole.- me contestó. –Como estabas acá, me vine corriendo desde casa-

-"Mierda, que voluntad" pensé. La casa de Mauro estaba a más de doce cuadras de la mía y él las había atravezado bajo la lluvia torrencial para hablar conmigo, seguramente.

Salió del baño, secándose el pelo con el toallón y con las prendas que traía puestas en la otra mano. Yo las agarré, las acomodé en una percha y la colgué en un gancho que tengo en la pared, arriba del calefactor, para que se secaran. Lo observé mientras terminaba de secarce el cabello. Mi short y mi remera le quedaban ajustados.

Mauro tiene mi misma altura, pero es más macizo, morrudo. Sus piernas son más anchas que las mías y los músculos se delinean en todo su largo, para terminar en un trasero redondo, bien plantado y seguramente duro. Es un poco más ancho de hombros que yo y los músculos de su pecho y brazos también se delinean y son notorios, producto de la natación que también practica. Quizás producto de la natación, no tiene casi vello ni en el pecho ni en las piernas, solo sombras de pelusitas. Tiene un cuello bastante fino y largo que está rodeado por sus rulos largos, casi hasta los hombros y negrísimos. Su cara contradice lo hombrón que parece corporalmente. Conserva su cara lisa, de nene chico y dulce, con labios que parecen siempre húmedos. Lo más fascinante de todo el panorama de verlo son sus ojos: de un azul intenso y transparente, que pareciera que se puede ver hasta el fondo de ellos.

-¿Me vas a decir qué carajo te pasa? ¿Por qué dejás el equipo?- preguntó de improviso, sacándome de mi contemplación.

-Ya te dije Mauro. Me cansé, no me dan los tiempos y no me dan ganas de quedarme. Vos te calentás mal, pero entendé que no quiero más estar en el equipo y punto.- contesté convencido y firme.

Se hizo un silencio. El fue hacia el baño a colgar el toallón y desde adentro me disparó:

-Lo que más me jode, lo que me calienta, no es que dejes el equipo, sino enterarme como todos, como si fuera uno más, cualquiera-

Lisa y llanamente me desarmó esa revelación. Nunca me habría imaginado que se iba a sentir herido por no compartir mi desición antes con él. Una oleada de cariño y rogocijo me hizo salir del estado de defensa y discusión para el que mentalmente me había preparado.

-Perdoná Mauro... lo que pasa es que....- balbuceé, mientras lo miraba salir del baño, sentarse en mi cama y tomarse la cabeza entre sus manos, con la mirada clavada en la alfombra.

-Te lo dije, no tenés idea de nada. De lo mal, solo y boludo que me sentí cuando habalabas con el equipo.-

-Mauro, yo....-

-Vos decís que no me quedo solo... ¿Y por qué entré al equipo? ¡Para estar con vos, porque sos mi amigo! Entonces si te vas, me quedo solo....

-No lo pensé así, Mauro.... Tenés razón, fue medio una hijaputez que te enteres al mismo tiempo que el resto. Pero las cosas se dieron así. Y tomé la decisión esa misma tarde, no la venía maquinando de antes, sino, habrías sido el primero en saberlo- me disculpé ante la mirada azul de mi amigo- En serio Mauro, todo se precipitó y... bueno, decidí eso y lo largué ahí....No seas bolas, ché... sabés que sos el único amigo- amigo que...

"Quiero", por esa cosa de machos, no me salió, pero le agarré la mano, de un tirón lo hice levantar, lo abracé como lo hacen los amigos de verdad, palmeándole la espalda. El respondió, palmeándome también y quedó sellada nuestra amistad como siempre.

-Si no vas más, yo tampoco. Ya se lo dije a Ignacio el Viernes antes de irme-

-¿Vas a dejar por...?

-Ya te dije. Si no estás, no tiene sentido-concluyó con un tono de "está decidido y no se habla más".

7- Impredecible tarde juntos

El que Mauro estuviera en mi casa ó yo en la suya, era algo corriente. Así que después de dejar aclarado el tema de abandonar ambos el equipo, se instaló en mi pieza como era costumbre, mientras yo terminaba de ordenar.

Luego bajamos a la cocina, nos hicimos unos sandwichs y almorzamos mientras mirábamos tele. Observé que cada tanto Mauro se friccionaba las piernas y los brazos desnudos, como si quisiera darse calor. Terminamos el ligero almuerzo y subimos nuevamente a mi cuarto. Puse música, Mauro se tiró en el sofá a leer, mientras yo acomodaba la pequeña biblioteca que era un desastre. Así, cada uno en lo suyo, pasamos un largo rato. Y Mauro repetía, inconscientemente, la fricción sobre sus brazos y piernas.

-¿Tenés frío?- le pregunté al ver que lo hacía de nuevo.

-No. De a ratos me dá como escalofríos-

-A ver...-dije, dejando los libros que tenía en la mano. Me acerqué a él y apoyé el dorso de mi mano en su brazo. Estaba helado.

-¡Estás helado, boludo!, ¡Te vas a enfermar!

No... no...- dijo, levantándose.

-Si, bola. Vos no te das cuenta porque ya estás destemplado, pero estás helado. Ponete al lado del calefactor- Hacia allí fue Mauro, se puso frente al calefactor, calentó sus manos y luego se dio vuelta, apoyándose un poco contra el calefactor. Lo miré y pregunté:

-¿Mejor?

-Un poco- contestó, mientras se friccionaba los brazos –Seguro es por la mojada que me agarré cuando venía para acá- me dijo.

-También vos....- dije al tiempo que me acercaba a él y le empezaba a friccionar con mis manos los brazos. El juntó los suyos al cuerpo. –Estás helado en serio- comenté mientras hacía más enégicas y extendidas las fricciones, llegando también a sus piernas. –Entrás en calor y te doy algo para que te abrigues- lo mandoneé.

Seguí con mis fricciones, sintiendo con mis manos como la piel de Mauro lentamente se entibiaba. Estábamos frente a frente. Pasé mis manos hacia su espalda y se la empecé a frotar y masajear, por lo que nuestros cuerpos se acercaron y se tocaron.

-Deberías darte una ducha bien caliente- sentencié mientras trataba de hacerlo entrar en calor.

-No... no... seguí así...- me contestó, acercando más su cuerpo al mío, casi abandonándose al abrazo circunstancial producto de las friegas que le daba en la espada. Su mejilla, algo más tibia, quedó casi pegada a la mía. De pronto un cúmulo de imágenes me cruzaron por la mente: Ignacio, el baño del club, los cuerpos juntos, los besos, la sensación de piel contra piel....

Sentí que las desnudas piernas de Mauro buscaban el calor de las mías, apoyándose en ellas.

-"Es imposible, no puede ser"- me repetía mentalmente, tratando de exiliar de mi cabeza todas las imágenes que se me aparecían y que me estaban haciendo excitar.

-Sentí, sigo frío ¿no?- me preguntó Mauro al tiempo que apoyaba su mejilla contra la mía, para que sintiera su temepratura.

-Un poco menos- le dije y continué con las friegas. Me extrañó un poco que luego de contestarle, Mauro dejara su mejilla apoyada en la mía.

"No puede ser, es mi amigo, estoy acomodando lo que pasa a lo que me gustaría que pasara"- me repetía en silencio. Y eso me alertó. Lo que me estaba repitiendo: "Lo que me gustaría que pasara". Caí en la cuenta que así era. Que realmente me gustaba la idea de que pasara algo entre Mauro y yo, habida cuenta de mi escasa experiencia anterior. -"Es imposible, realmente imposible"- trataba de meter esa certeza en mi cabeza mientras seguía fregando toda la espalda de mi amigo, desde los hombros hasta el nacimiento de sus glúteos. Estuvimos así más de diez minutos, yo ya sentía los brazos cansados, por los que las friegas y masajes, que ahora abarcaban toda su espalda y de ahí iban a los brazos que permanecían quietos al costado de su cuerpo, fueran más lentos y demorados.

Algo hacía que no me despegara de Mauro. Él seguía con su mejilla pegada a la mía, sus piernas lampiñas, apenas en contacto con la piel de las mías. Y yo masajeando ya lentamente, como una caricia profunda. Mi pija se había erectado hacía rato y sentía la humedad del líquido preseminal en mis boxer. En un movimiento que hice para que no se me adormecieran las piernas, noté, a través de los shorts, que la verga de Mauro también estaba erecta. Yo ya lo había visto desnudo un montón de veces y en verdad el instrumento de mi amigo era algo que inquietaba al verlo. Largo, grueso, venoso y con un glande que llamaba la atención por su tamaño. Bien cabezona.

Al mismo tiempo de percibir el roce accidental de nuestras pijas, Mauro realizó un pequeño movimiento de su cabeza y tras esto, sentí la humedad de sus labios apoyados en mi mejilla. No era un beso. Solo la tibia humedad de sus labios en contacto con mi mejilla. Un poco confundido, pero alerta, seguí con los masajes, demorándome apenas un poco más de lo debido. Los labios de Mauro se fueron desplazando muy lentamente, de una manera casi imperceptible. Sentía la tibieza de sus labios moverse desde mi mejilla y el calor de su respiración, ahora algo agitada, golpear en mi barbilla.

Así siguió, moviendo sus labios milímetro por milimetro hasta que se encontraron con los míos. Creí que se abría el suelo a mis pies. Recibí esos labios y abrí los míos. Los suyos acompañaron la apertura y finalmente las lenguas se encontraron y tocaron timidamente, para luego deleitarse una con la otra. Mauro abrió sus brazos y me tomó de la nuca, acercándome hasta lo imposible hacia él, haciendo el beso más profundo, intenso, pasional.

Yo flotaba entre nubes. Me dejé llevar por la intensidad de ese momento y rompí de manera definitiva con cualquier atisbo de vergüenza, culpa ó remordimiento. Estaba con mi amigo, aunque en realidad jamás lo hubiera pensado, de igual a igual. Hombre con hombre. El me buscaba y yo también. El me recibía y yo también lo hacía gustoso. Así de simple y de fácil sepulté mis temores y angustias pasadas por experimentar ó tener una conducta sexual "equivocada".

Las manos de los dos empezaron a explorar el cuerpo del otro. Sentí en las yemas de mis dedos que la piel de Mauro ya hervía. Su piel era suave al tacto y receptiva a mis caricias. Las manos de mi amigo se metieron bajo mis remera, acariciaron mi pecho y lentamente acariciaron mis pezones. Mi mano se metió por entre el short y apresó la presa más preciada: Su magnífico pene. Lo abarqué con mi mano, apreté ese descomunal glande, lo imaginé explusando su néctar, apoyado en mi trasero, en mi boca. Ese contacto me encendía y liberaba, despertaba todos mis instintos, hacia poner todo lo sexual de mi persona al servivio del placer, como no lo había hecho ninguno de los que había tenido con Ignacio.

En medio de besos y caricias nos fuimos quitando la ropa. Quedamos desnudos, apretados uno contra el otro, calor de piel sobre calor de piel. Besándonos como poseídos fuimos cayendo en mi cama. Mauro bajó con sus besos a mi cuello, mis hombros, mi pecho. Recorrió con su lengua todo el contorno de mis tetillas y siguí camino a mi vientre. La sensación de sentir mi pene abarcado por esos labios maravillosos es indescriptible. No se puede contar en palabras y ser justos y leales tratando de ponerle y adornarlo con adjetivos.

Tal fue mi agitación que no pude esperar un segundo más gozando solo yo. Sin sacar mi verga de su boca, que se ocupaba de chuparla con gusto, me fui girando, e imité, con besos y caricias linguales linguales, el camino que Mauro había realizado en mí. Hasta que llegué a la palpitante masa de carne que se erguía entre las piernas de mi amigo. Con mis labios lo recorrí, atento a los jadeos de Mauro y conteniendo los míos por el mismo trabajo que él me estaba haciendo. Como pude me metí esa verga majestuosa en la boca y la chupé, mamé, soboreé. Ambos empujábamos la pelvis contra la boca del otro. Cojíamos la boca del otro, gemíamos como podíamos con la boca ocupada, atravezada por una verga.

Los embates se hicieron más firmes y seguidos. Los callados gemidos y ayes de goce se multiplicaron, las caricias eran más fuertes y desesperadas hasta el momento cúlmine. Ambos eyaculamos al mismo tiempo en la boca del otro. Los dos soltamos al unísono la furia sexual contenida mientras cada uno la recibía, saboreaba y tragaba. Dejamos que las pijas perdieran algo de su vigor antes de desalojarlas. Y nos volvimos a encontrar en los labios y lenguas. Luego de un largo beso, Mauro se incorporó y penetrándome con su mirada azul me dijo:

-Gracias... que manera de hacerme entrar en calor....-

-A vos- contesté, atrayéndolo hacia mí y continuando el beso interrumpido.

Durante un rato largo seguimos así. Abrazados, besándonos, recorriendo con caricias el masculino y firme cuerpo del otro. Hasta que me incorporé, lo tomé de la mano, volví a darle un pequeño beso de labios cerrados y lo llevé de la mano hasta el baño. Abrí la ducha y aún de la mano dejamos que el agua caliente nos corriera por el cuerpo. La nube de vapor amparó la ceremonia de la higiene purificadora. Fue la celebración de un renacer de jóvenes cuerpos a una nueva vida. La preparación para la ofrenda final, el divino sacrificio.

No secamos recíprocamente, con dedicación, concentrados y consagrados a cada célula del cuerpo ajeno. Desnudos, aún con el impalpable vaho de calor emergiendo de la piel, llegamos a mi cama. Corrí la colcha y abrí las sábanas. El aroma a limpias, la tersura de sábanas recién puestas nos acarició la piel e invadió cuando nos cubrimos con ellas. Las caras enfrentadas, la piel caliente por la ducha apretada contra la piel caliente y perfumada del otro. Nos miramos....

-¿Por qué....?-alcancé a decir. Mauro puso un dedo sobre mis labios, como queriendo sellarlos, dejando la pregunta flotando en medio de los dos.

-Siempre quise saber cómo era el sexo con otro hombre. Y en mis fantasías siempre estabas vos. Desde que te conozco fantaseé con algo como lo de hoy. Por eso no hay nada en la vida que me guste más que estar cerca de ti. Por eso me puse como me puse con lo del equipo. No soporto la idea de no verte. Parecerá medio maricón.... Mirá, Bruno.... no sé cómo va a seguir ó terminar esto... Lo que sé es que me siento bien, me gusta.... me gustás....-me confesó abiertamente, mirándome a los ojos. Ví todo el mundo a través de ellos, una sensación de pertenencia, de amor verdadero, de querer todo para los dos me fueron invadiendo a medida que las palabras iban saliendo de sus labios hermosos.

Lo besé con amor. Con todo el amor que se puede expresar a través de un beso. Y sentí lo mismo en su respuesta. Ya no había apresuramiento, novedad. Solo amor pasional, querer atrapar al otro para siempre por medio de la verdad que se manifestaba en el toque de los labios, el cruce de lenguas. Los cuerpos viriles al servicio de la manifestación plena del amor entre ellos.

Otra vez caricias, recorrer cuerpos con manos, lenguas. Sentir, absorber, impregnarse del aroma y sabor del otro. Llegar los lugares más ocultos, reconocerlos, entrar en ellos con la humedad de la lengua. Mi cuerpo se sacudió de placer cuando la lengua de Mauro desplegó un repertorio de movimientos en las orillas de mi esfinter. Y se arqueó de gozo, gritó de exceso de deleite, al traspasar esa humedecida lengua mi virgen anillo. Sentí como exploraba mi profundidad, reconocía cada pliegue, inundaba de saliva cada resquicio de mi ano, preparándolo, dejándolo pronto para el paso siguiente.

Logré las mismas reacciones en Mauro al imitar su tarea. Introduje mi lengua en sus lugares más secretos, penetrándolo inofensivamente, lubricando a cada paso, en cada toque. Las bocas se reencontraron, las lenguas se agitaron conjuntas, las manos se retorcías apasionadas. Poco a poco, sin interrumpir el beso, fui quedando boca abajo. Mauro se desprendió de mí y se acostó encima mío. La prepotencia de su verga se hacía presente en la raya de mi culo, la sentía caliente, rezumando líquidos, palpitante. Su respiración golpeaba mi cara, sus labios buscaban mi oreja, mi cuello. Sentí sus dedos explorar mi raya, abrirla hasta llegar con sus dedos a mi esfinter. Su boca buscaba la mía, desesperada. Sentí un dedo tratando de introducirse en mi ano, un calor recorfontante se fue instalando en esa zona de mi cuerpo, mientras el dedo invadía mi hondura y la perforaba por primera vez. La intrusión y el movimiento delicado, suave de su dedo me dieron un placer infinito. Llegué a relajarme por completo, conquistado por el intruso que ahora se movía con facilidad dentro mío. Otro dedo se unió al primero, e inició una nueva etapa de perforación, sentí una mínima molestia, hasta que me acostumbré a las nuevas dimensiones y nuevamente me abrí, y acompañé la entrada y salida con movimientos. Y un tercero que no molestó, sino que aumentó mi desesperación por que pronto llegara la instancia definitiva.

-Por favor... Mauro....- gimoteé, rogando. Mauro se incorporó a medias, tomó un frasco de aceite de bebé que yo tenía siempre sobre la mesa de luz, se esparció una buena cantidad en los dedos y con ellos acarició mi ya dilatado orto, dejando que el aceite se escurriera en mi interior. Lo restante se lo pasó por su mastil impresionante, lubricando la herramienta definitiva. Yo facilité lo que vendría, abriendo con mis manos mis cachetes. Mauro tomó un almohadón y lo puso bajo mi vientre. Yo seguía esperando anhelante, con mis cahetes abiertos. Él separó cariñosamentemis piernas, al mismo tiempo que me besaba. Yo no soportabamás la espera.

Hasta el momento cúlmine y maravilloso. El calor de la punta de su inmenso instrumento se apoyo suavemente en entrada de mi culo. Poco a poco, con ternura, como pidiendo permiso a lo que venía, su glande empezó a presionar levemente y luego aflojar. A hacer presión, llamando a la entrada y a retraerse para recomenzar. A cada movimiento, su alcance era imperceptiblemente más profundo. Hasta que sin violar, solo siguiendo los impulsos y tiempos del deseo, su glande consiguió entrar en mi ano y quedó atrapado, engrampado en el anillo de mi culo. Una mezcla de suspiro y gemido salió de m garganta. Era una leve molestia y después placer, puro placer. Estuvo quieto, sobre mi, esperando que mi ano se acostumbre, su glande apretado por mi esfinter, su cuerpo pegado al mío, mís manos abriendo aún mis nalgas.

Ninguno de los dos se movió por uno ó dos minutos. Luego, la magnífica verga de mi amigo fue hundiéndose lentamente en mi culo, hasta llegar al fondo y al máximo de su largo. Y otra vez la quietud. El vello púbico de Mauro se sentía apoyado en las redondeces de mi trasero. Que mi culo fuera atravezado, perforado por esa colosal verga me hubiera parecido imposible un par de horas antes. Pero ahí estaba, perforado, sintiéndome lleno, con esa instrumento increíble alojado en mi interior. Pleno de goce, de placer, gimiendo estremecido, horadado por una descomunal masa de carne. Y sabiendo que eso era amor. No hubo dolor manifiesto cuando comenzó a moverse dentro mío, cuando el meter y sacar, meter y sacar fue subiendo en intensidad. Mi cuerpo, mi trasero, respondía a las embestidas, arqueándose, moviéndose al compás del vaivén, buscando la perforación total, queriendo hundirse en la pelvis de Mauro.

Me dió vuelta, puso mis piernas sobre sus hombros y acometió nuevamente, mirándome a los ojos y luego besádome. Yo cerré las piernas alrededor de su cuello, acercándolo más, acompañando su mete y saca. Gemíamos, besábamos, gritábamos, los movimientos se tornaron frenéticos, sentí crecér más la pija de Mauro dentro mío y luego el calor líquido de su semen inundándome, llenando mis entrañas. Los gritos finales de Mauro concluyeron con un beso fenomenal. Entonces él se puso boca abajo y me invitó a desforarlo. Y así lo hice. Con la misma dedicación y delicadeza que él había tenido conmigo. Mi pija se introdujo en su canal, perforó su interior y danzó el movimiento del amor como nunca en el culo de mi amigo. Y también lo cambié de posición y lo acometí amoroso mientras lo besaba apasionado. Y mi torrente regó su interior como corolario del fuego consumido entre los dos.

Quedamos abrazados, quietos, mimándonos, mirándonos a los ojos, reconociendo al amante inesperado y querido. Las primeras sombras del anochecer nos obligaron a dejar el lecho donde ambos perdimos nuestra virginidad y nacimos a una nueva forma de amarnos. Nos bañamos y amamos nuevamente bajo el agua que despertaba los cuerpos.

Nos costó alejarnos. Su partida estuvo precedida de una interminable sesión de besos, arrumacos, promesas, planeos de futuros encuentros. Lo ví alejarse de casa bajo las luces de las farolas de la calle, conteniendome de correr tras él y besarlo nuevamente y amarlo hasta el cansancio.

No faltaron oportunidades para reafirmar nuestro amor y compromiso mutuo. Para afianzar esa reconfortante placidez de sentir al otro cerca. Para convertir todo lo que sentía uno por el otro, en una relación única.

Aún hoy, diez años después, al verlo desplazarse por nuestro departamento, que compartimos hace siete, al contemplar su figura casi idéntica a la de aquella tarde en mi pieza, sus rulos perfectos, al encontrarme con su mirada azul profunda y al ver en el fondo de ella todo el amor que tiene en su interior para mí, no puedo hacer otra cosa que amarlo, amarlo cada día y cada instante más y más.