Las cucarachas
Fui a trabajar.... y acabé trabajando! Pero qué gusto!.
LAS CUCARACHAS
Aquel viernes por la noche me apetecía salir un poco, como casi siempre solo, a tomar algo por ahí y ver si ligaba algo. Me daba igual que al día siguiente tuviera que madrugar, pero las ganas de sexo que llevaba encima eran tremendas. Llevaba bastante tiempo sin hacer nada y no quería que a mis líquidos les llegase la fecha de caducidad... jajá jajá. Estábamos en vacaciones para la mayoría de la gente y, claro, la ciudad estaba vacía, sobre todo de chicas. Sí es verdad que alguna vi, y guapa, mejor dicho... estupenda de un tipazo bárbaro. Pero... no hubo suerte, además de guapa era inteligente y me echaba por tierra con sus contestaciones cualquier tejo que le lanzaba. En definitiva, me fui solo a casa y lo que es peor, dormí solo. Nada más estar en la cama estuve a punto de hacerme una paja pensando en aquella chica, pero el sueño me venció, me dormí totalmente desnudo con mi mano en la verga sin llegar a terminar el trabajo empezado.
Aquella noche había sido de las más calurosas del comienzo del verano, estábamos a principios de Agosto, y ya no se podía dormir. No había hecho mas que dar vueltas y vueltas en la cama intentando buscar una zona en la que el sudor no hubiera impregnado mis sábanas. Así que esa mañana al despertarme sobre las 8, gracias a la ayuda del despertador, decidí para eliminar "calentamientos" y el sudor de la noche comenzar con una ducha.
A las 9 ya estaba en la calle y camino de aquel edificio al que tenía que ir. Trabajaba en una empresa de esas que se dedican a hacer desinfecciones y desinsectaciones, matar cucarachas ¡vamos! Y claro... en verano y un sábado no debía presentarme en el edificio antes de las 10, mas que nada para que la gente tuviera tiempo de despertar. Era una comunidad de 36 pisos distribuidos en seis plantas y como tenía que hacer cada uno de ellos, pensé, me pareció mejor (otras veces lo había hecho al revés) empezar por abajo e ir subiendo. Llevaba mi macuto, con las herramientas y el líquido, en el hombro y llamé al primer piso. Aquella vez no necesitaba avisar al presidente pues ya había hablado con él el día anterior.
A eso de las 12:30 estaba ya en la quinta planta y al ver la hora que era intenté darme prisa... si antes acababa, antes me iría a casa.
A la 1:15 estaba ya frente a la puerta del último piso, en la última planta. Ya estaba relajado... en unos minutos estaría en la calle respirando aire fresco después de la sudada que me estaba pegando. Seguramente me iba a ir a un bar a beber una cerveza grande y bien fría.
Llamé al timbre y a los segundos abrió una mujer... ¡qué mujer! Debía tener unos 33 años, morena, con el pelo largo rizado... una melena de esas que impactan. Iba vestida con una bata de estar por casa. Yo intenté explicar quien era y para lo que venía, tal como había tenido que hacer ya 35 veces, pero ella no me dejó empezar...
-Sí, ya lo sé. ¿A matar los bichitos no? Pasa, pasa.
Yo la seguí por el estrecho pasillo y la verdad me fijaba más en su figura y como contorneaba su trasero que en la decoración.
Frente a la puerta de la cocina se paró y dio media vuelta preguntándome:
-¿Por dónde empiezas? Esta es la cocina y allí esta el baño- dijo, señalando hacía la puerta que había unos dos metros más al fondo.
-Da igual, ya que estoy aquí pues la cocina- dije mirándola de arriba a bajo, pero fugazmente. Ella sonriendo un poco, pues se había dado cuenta de mi mirada me preguntó:
-¿Tardarás mucho en hacer la cocina?
Yo mirando para intentar calcular el tiempo que emplearía, contesté:
-Unos diez minutos.
-Vale.
Se dio media vuelta y se dirigió a lo que parecía ser el dormitorio... la cama se veía en parte a través de la puerta abierta. Yo por mi parte, entré en la cocina y comencé a sacar las cosas de la bolsa. La pistola pulverizadora y un trapo para las posibles manchas que hiciese.
Llevaba sólo un minuto agachado frente al armario que había bajo la fregadera, cuando oí como se acercaba por el pasillo hasta el borde de la puerta y sin entrar me decía:
-Me voy a dar una ducha rápida mientras terminas la cocina, así después estará ya el baño libre. Si necesitas algo dímelo, que dejo la puerta abierta.
Yo me quede un poco parado. No entendía como tenía la tranquilidad de irse a la ducha con un desconocido allí en su casa, y al mismo tiempo el pensar que podía verla o lo cerca que estaría de mí me empezaba a poner caliente. Sin embargo, paré mi imaginación e intenté volver a la realidad todo lo que aquella situación me permitía y aplicarme a mi trabajo.
Terminé, yo diría que incluso antes o al menos eso me pareció, no sé si por las ganas de acercarme al baño o por lo excitante de que aquella situación.
Salí de la cocina y me quedé frente a la puerta, en el pasillo, sin atreverme a ir hasta el baño. El agua de la ducha todavía se oía correr.
De repente se cerró el grifo y noté como corría las cortinas de la ducha, estaba atento al más mínimo sonido, cuando ella gritó:
-¡Joo! ¿Me puedes acercar la toalla?
Yo estaba allí parado sin saber si ir o no y ella volvió a hablar:
-¡Oye! ¡Chico!
Entonces pensé que era mejor ir mientras contestaba:
-¿Perdón? ¿Me decía?
Casi llegando frente a la puerta del baño, ella dijo:
-¡Que me acerques la toalla por favor!-, mientras yo me ponía frente a la puerta y la veía a ella frente a mí, de pie dentro de la ducha, totalmente desnuda, señalándome la toalla que estaba encima del inodoro.
-Es que no llego y no me gusta salir goteando agua por ahí-, yo me quedé cortado pero al mismo tiempo admirando aunque, muy de pasada su precioso cuerpo y aquel chochete deliciosamente cuidado, como para no parecer excitado e intentando hacer ver que consideraba aquello como algo natural. Ella me notó nervioso a lo que me dijo:
-¡Vamos hombre! Que no te voy a comer- decía pícaramente -acércamela.
Cogí aquella toalla, que se me hizo tremendamente pesada y se la puse en las manos.
Ella sin ninguna vergüenza comenzó a secarse lentamente delante de mí, sabía que me estaba gustando lo que contemplaba y ella se recreaba aun más.
Salió de la ducha poniendo directamente sus pies en el interior de las zapatillas, con un movimiento de sus piernas que me dejó maravillado y con el deseo de acariciárselas como un loco. Se frotaba el pelo, aquella melena impresionante, intentando que el suave tejido de la toalla empapara toda el agua. Entonces comenzó a caminar hacía mí, que volvía a estar en el pasillo frente a la puerta y con unos movimientos provocativos y pasando a unos pocos centímetros de mí, me dijo:
-Ya puedes empezar, mientras me voy a vestir.
Aunque sabía lo que tenía que hacer, mi trabajo, aquellas palabras echaron por los suelos las fantasías que estaba teniendo de follármela salvajemente y la pequeña esperanza de que se hicieran realidad.
Entré en el baño y comencé a aplicar el producto por donde lo hacía en todos los baños. Hasta que llegué al bidé y allí dentro vi sus braguitas negras, muy pequeñitas, de esas de mil adornos, encajes y esas cosas... que tanto les gusta llevar a las mujeres y que a nosotros nos chifla que lleven.
Las cogí y pensando que se estaba vistiendo, que toda esperanza se había ido... que lo más cerca que estaría de aquel conejito, que hacía unos segundos había visto, sería eso, no pude evitarlo y me las pegué a la cara respirando aquel rico aroma, aquella dulce olor, buscando la parte que más en contacto debía haber estado con su rajita y satisfaciéndome como si de un orgasmo se tratará. Entonces oí como me decía:
-¿Ya has acabado, como no oigo el ruido del pulverizador?-, yo pensé que quizá ella suponía lo que estaba haciendo y tiré deprisa, un poco asustado, la prenda al bidé contestándole:
-Sí, ya esta.
-Entonces ven aquí porque en este rincón también he visto algún animalito- decía con tono guasón desde el interior del dormitorio.
Entré por la puerta y ella estaba todavía en bata sentada en el borde de la cama. Me señaló -¿Ves? Ahí- un rincón entre un gran armario cubierto de espejos y un tocador.
Yo me acerqué hasta allí, arrodillándome en el rincón y sin pararme a pensar, pues estaba hecho unos nervios, por qué no se había vestido. Ella me quedaba a mi espalda y en la posición en la que estaba ni siquiera en los espejos podía verla. En cuanto me puse en pie me di la vuelta y la vi tumbada en la cama con la bata abierta, vestida con un corsé, de esos que llegan desde los pechos hasta la cintura y llevan los ligeros. No llevaba medias, pero sí unas ligas de esas que se ponen en el comienzo de las medias, en los muslos. Estaba excitante, guapísima, me estaba poniendo a cien, mientras ella con las piernas bien abiertas se pasaba los dedos por la rajita y se frotaba el clítoris diciéndome:
-¿Te gusta? ¿No quieres probar esta jugosa almejita y darle el placer que necesita?
-¡Oye! es que yo estoy trabajando- decía nervioso y casi tartamudeando, pero con ganas de hacerlo - y esto no creo yo que...
A lo que ella respondió:
-Pero si ya has acabado con todos ¿no? Además, yo soy una cliente y la norma de la empresa... ¿no es dejar satisfecho al cliente?
Ante aquello no sabía que decir y con las ganas que tenía, además después de tantos días de no mojar, que no me lo pensé ni un segundo más y me acerqué hasta ella.
-¡Cómetela!-, me decía -es toda para ti.
Me agaché, arrodillado, frente al borde de la cama metiendo mi cara entre sus piernas, aspirando el caliente y dulce aroma de su vulva, haciendo que notara mi respiración en su piel a lo que ella respondía con un suave gemido y contorsión de sus caderas. No podía aguantar más y pasé mi lengua, suave y lentamente, por su raja desde su culo hasta el clítoris, recogiendo con mi lengua todo aquel caliente, viscoso y dulce jugo que su fruta emanaba. Al llegar al clítoris, tragué y aquella ambrosía me llenó con su sabor... ¡ delicioso! Ella pegó un largo y ahogado gemido mientras recorría su hendidura. Con mis labios sobre su perla, no pude mas que chuparla con pasión a lo que soltaba gemidos más fuertes. La habitación resonaba y pensé que los vecinos la oirían. Temblaba y tenía fuertes espasmos... Pensé que se desmayaba y por eso decidí cambiar un poco... Con mis manos separé sus labios, abrí aquella preciosa raja e introduje mi lengua dentro de ella. Estaba de un color rosa clarito casi blanco, llena de jugos que estaba dispuesto a comer. Lamía aquel caliente agujero, parecía que me quemaba la lengua, mientras con mis dedos frotaba suavemente su rico botoncito. Me sacié un poquito de su dulce néctar y volví a su perla.
Ella me decía:
-¡Sí vamos! ¡Cómetela! ¡Cómemela!
Yo no me hacía de rogar y volví a encerrar aquella perla entre mis labios, succionando y frotando la punta de mi lengua sobre ella. La sentía palpitar y vibrar en mi lengua. Me sentía útil haciendo que disfrutara en mi boca. Sus espasmos iban en aumento hasta que le llegó el orgasmo -¡Ahhhhh Siiiiiiiii!-. Yo no paraba, continuaba, quería que gozara. Cuando al fin se calmó un poco paré y fui subiendo por su monte de venus, besándola, mordisqueándola suavemente. Iba ascendiendo entre besos y mordiscos por su ombligo, vientre, hasta su pecho. Le chupé sus duros pezones, primero uno, luego otro, para después mirarla a los ojos mientras ella me miraba con una dulce sonrisa y la besé en la boca tiernamente, con dulzura.
-Me ha gustado mucho... tu cosita esta muy buena.
Ella me sonrió respondiéndome con un apasionado beso, mintiéndome su lengua bien dentro sin importarle que mi boca tuviese el sabor de sus propios jugos.
-No te vayas amor-, me decía -quiero que te quedes esta tarde conmigo, necesito que me folles muchas veces. Quiero tu leche caliente dentro de mí.
Esperando que perdiera esa elevada sensibilidad que tenía en su clítoris me dediqué a besarla por los hombros, por su cuello, en la parte interna de sus brazos, alrededor de sus ricos y grandes pechos, mordisqueándola, saboreando su piel, húmeda, caliente, quería llenarme de su sabor, casi me la quería comer de verdad. Satisfecho, al menos por el momento, de embargarme de su sabor fui hacia sus pies. Besaba suavemente, seguido de dulces chupetones cada uno de sus dedos. Ascendía con un suave roce de mis labios por su empeine, besando, mordiendo sus tobillos, pasando la punta tensa de mi lengua. Mordía con pasión sus pantorrillas, perfectamente formadas, deslizaba las yemas de mis dedos por la parte trasera de sus piernas hasta sus estupendos y duros muslos. Su respiración volvía a aumentar de ritmo. Sus manos se tensaban y agarraba las sabanas con fuerza. Ya con la cara entre sus piernas iba dando mordiscos y chupetones a la parte interna de sus muslos, me recreaba en ello, tardaba en ascender. Quería que sufriera un poquito, que lo deseara pero remoloneaba para llegar a poner mi boca en su florecilla. Mordía la tierna carne del final de sus muslos, allí donde se juntan con su vulva. Respiraba profundamente su aroma, quería que mi respiración, al igual que antes, la sintiese pero no tuviera todavía mi lengua. Disfrutaba viendo como se agitaba, como su deseo crecía, como quería que otra vez la comiese... Pero no lo hacía, cuando al fin ella pensó que lo hacía... solo le di dulces besitos en sus labios, mordisquitos. Ella deseaba que le comiera el botoncito, me cogía con sus manos apretando mi cabeza contra ella. Yo me resistía dulcemente pero acercándome, cada vez más, pero muy lentamente. Al fin ni yo mismo pude resistirme... Su vagina comenzaba, esta vez con mayor abundancia, a segregar su flujo y acabé chapándole el clítoris al tiempo que metía mis dos dedos en su cueva, palpándola toda, tocando su parte anterior de la vagina con el ánimo de encontrar el tan codiciado y poco conocido punto g, del que yo tanto había oído hablar pero del que nada sabía.
Entonces, ella más excitada todavía me dijo:
-No pares, así... así, pero. -, ahora ya con voz honda y ahogada, -quiero sentir tu polla en mi boca, métemela. Quiero tu leche.
Sus palabras resonaron en mi cerebro, yo que deseaba hacía tantos días descargar mi pasión, luche contra los inconvenientes de mi posición para adoptar aquella otra sin dejar de chuparla, sin dejar de mover casi furiosamente mis dedos dentro de ella.
Mi verga estaba todavía a unos 50 centímetros de su cara y ella impaciente alargó su mano cogiendo firmemente mi polla, sin soltarla ni un ápice, y estirando de mí me acercó a su boca. Cómo me dolió aquel tirón pero que dolor tan maravilloso, era el preludio de mi único deseo en aquel momento... vaciarme. En décimas de segundo me la peló y empecé a notar el gusto, el placer, de su caliente boca succionando mi herramienta. Sus flujos eran mayores, sus temblores más incontrolados, pensé que llegaba su gran momento pero... De repente, el que se corrió fui yo, no me dio tiempo a percatarme de la llegada, a avisarla. De un placer tremendo pasé en décimas de segundo al orgasmo más repentino y fuerte que había experimentado en mucho tiempo. Pensando que quizá no querría mi semen en su boca, hice un ligero movimiento para apartarme pero ella sujetaba con fuerza y no me dejaba ir, seguía chupando fuertemente sin sacarla. Llegaba a mis últimos segundos de orgasmo, quería que me dejara pero seguía y yo hacía un esfuerzo por continuar comiéndomela, penetrándola... Me dije, no puedo más voy a parar... pero entonces ella comenzó a gemir con fuerza aun teniendo mi miembro en su boca y reconocí así su segundo orgasmo. Se estaba corriendo, no quise parar y seguí chupando unos minutos más. Soltó al final mi verga y comenzó a gritar:
-¡Siiiiiiii Ahhhhh! Siiiiiiiiiiiiiiiii-, hasta que cesó de forma repentina de sus temblores y gemidos. ¡Había llegado!... pude parar y descansar. Estaba exhausto, y tal como estaba me tumbé al lado de ella de costado, ya no podía ni acercarme a besarla, quería calmarme y sólo pude levantar el brazo para acariciarla desde sus pechos hasta su pubis. Le daba suaves besitos en la parte que más cerca tenía de mi cara... su coñito. Ella no hablaba, tan solo respiraba profundamente pero con tranquilidad. Nos quedamos los dos dormidos, juntos, sin separarnos, en contacto a través de nuestra piel. Pasamos unas dos horas dormidos, ella fue la primera en despertarse y supongo que ante la visión de tenerme allí tumbado desnudo no pudo más que excitarse. Comenzó suavemente a acariciarme el pene y frotarlo con pasión. No tardó mucho en descubrir mi glande e introducírselo en su boca, lamiendo con su traviesa lengua. Su formidable trabajo no tardó en tener respuesta en mi miembro que empezó a ponerse duro otra vez. En ese momento me desperté e incorporando mi cabeza la miré como trabajaba. Su mirada esperaba el momento en que dejara de estar en el mundo de los sueños y al ver que yo había vuelto al mundo real me miro con picardía, lascivia y sonriendo sin sacarse la polla de su boca que iba lubricando, mojando y humedeciendo con su saliva. Por unos pocos segundos la sacó de su boca y me dijo:
-¿Te gusta como te he despertado cariño?
-¡Claro que sí! Es una delicia, ¡uyyy que gusto!
Volvió a su trabajito en mi polla, esta vez con furia intentando conseguir que se pusiera más dura todavía. Con su mano me masajeaba los huevos y esto me hacía acercarme a velocidad increíble hacía el orgasmo. Ella notó lo que me ocurría decidiendo parar un poco, acariciando ahora con sus dos manos mis pelotas y mordiendo con un poco de fuerza el tronco de mi verga. Esta empezó a emitir unas poquitas gotas de fluido preseminal, que como salían sin apenas fuerza se quedaban por unas décimas de segundo en la punta de mi glande. Ella que vio ese flujo no dudó en dejar mis pelotas libres y agarrando mi polla con las dos manos, sacó su lengua para recoger aquellas viscosas secreciones que saboreó con deleite y tragó al tiempo que daba unas fuertes chupadas a mi capullo dentro de su boca. Se separó de mí, se tumbó en la cama abriendo sus piernas ampliamente al tiempo que me decía:
-¡Va venga! Métemela hasta el fondo de mi coño... ahora que ya la tienes muy dura.
Y era verdad, la tenía a reventar de la presión que ejercía la sangre fluyendo por el interior de mi polla y no me hice de rogar. En un instante estaba apoyado en mis rodillas y frotando la punta por toda la hendidura de su vulva, sintiendo lo caliente que estaba y lo húmeda debido a sus jugos que manaban con generosidad. Extendí bien aquel rico caldo de amor por toda su vulva, unté en ese rico néctar un dedo y lo chupé con deseo.
-¡Ummmhhhh! ¡Que bueno está! Ya estas a punto mi amor.
No esperé más y en un endiablado empuje le ensarté toda mi carne dentro llegando hasta la entrada de su útero. Respondió con un intenso gemido de dolor y diciéndome:
-Me has hecho daño, pero me gusta... ¡Jódeme así! ¡Fuerte, fuerte!
Yo la saqué casi toda, dejé solo mi puntita dentro y volví a repetir la embestida. Ella volvía a gemir pero sus gritos cada vez iban adquiriendo más un carácter de placer que de dolor. Repetí varias veces esas embestidas y ella ya no parecía padecer sino todo lo contrario... disfrutaba como una leona caliente en celo y me pedía más. Opté por realizar todos mis movimientos con aquella fuerza al tiempo que con mis dedos de la mano derecha frotaba con rapidez su rico y jugoso clítoris. No tardó en empezar a correrse y moverse furiosamente, acercándose más a mí con la intención de que estuviese lo más dentro de ella que fuera posible. Sus manos se agarraban a mis caderas con fuerza atrayéndome hacía ella y clavando sus uñas en mi piel. Sus piernas alzadas hacia el techo facilitaban mis penetraciones muy profundas. Su orgasmo estaba siendo apoteósico y sus jugos manaban con furia. En cada una de mis salidas se veía brotar gran cantidad de ellos, que facilitaban más mi siguiente entrada al estar aquella delicia de vagina tan lubricada. Tardé poquísimos segundos en llegar yo al orgasmo y con la misma furia que la había estado follando empecé a escupir todo mi caliente semen dentro de ella. Eso la puso a mil y volvió a tener otro orgasmo mientras me decía:
-¡Sííiiiiiii! Así, déjame la lechecita dentro.
Sólo habían pasado unos segundos, algo menos de medio minuto en el que los dos nos habíamos tranquilizado y nos estábamos dando dulces besos, cuando se oyó el ruido de unas llaves abrir la puerta del piso y a alguien entrar.
-¡Ostia!-, dijo ella con algo de pánico en su mirada... -Tienes que irte ya.
-Sí, ¿pero por dónde?
-Sal al balcón-, yo intenté vestirme deprisa pero ella insistió, -¡No! Venga sal.
-¡Que voy en bolas!
-Da igual, toma-, mientras me recogía la ropa ella y la ponía en mis brazos, -Saltas el separador y pasas al balcón de mi vecina, ella te dejará salir por su casa.
Así lo hice sin esperar un segundo más. Salí fuera me acerqué deprisa y levanté mi pierna izquierda por encima de la barandilla poniéndola ya en el otro lado. Tiré mi ropa al otro suelo e intenté con un poco de cuidado no hacerme daño... mis partes blandas estaban sobre la barandilla, rozando la valla de separación y temiendo yo hacerme daño, el calor del sol había calentado bien los metales que estaban quemando mi piel. Al mismo tiempo una sensación de peligro me invadía, un vértigo, y una especie de vergüenza por si alguien me veía en aquella forma, asomando mi culo por la barandilla como si mi ojo ciego estuviese contemplando la calle. Ya estaba en el otro lado y ante las grandes puertas de cristal que daban paso al interior del piso. Una de ellas estaba abierta, abrían hacia fuera. La cristalera estaba cubierta por el interior por una cortina, que aunque clara, no dejaba ver el interior debido en gran parte a la intensa luz de un día de verano como ese. Pensé en vestirme allí mismo, pero decidí que dentro de lo malo sería mejor que me viese desnudo solo quien estuviese allí dentro que todo el mundo de los edificios de alrededor. Así que con la ropa en la mano y totalmente en bolas, aparté con mi brazo derecho un poco la cortina y entré tímidamente sin decir nada. Por unos segundos no veía nada, me quedé parado, estaba cegado por la intensa luz del exterior y esperé a que mi vista se acostumbrara al cambio. Allí permanecía mientras mi visión empezaba a ser cada vez más nítida. Mis oídos captaban unos gemidos y cuando ya localicé de dónde venían mis ojos veían con claridad ya la escena que ante mí se presentaba. En el centro de lo que era el salón, sobre una gran alfombra, estaba a cuatro patas y totalmente desnuda una estupenda rubia con su larga melena balanceándose, mientras un tío fornido y desde atrás la penetraba con furia. Los dos daban la espalda a la cristalera y todavía no sabían de mi presencia. Pero el tío no tardó en percatarse de que yo estaba allí. Me miró sonriendo, pero no por ello paraba de bombear sobre la hembra. Él golpeó ligeramente sobre la espalda de ella diciéndole:
-¡Mira!-, ella se giró hacia él y este le hizo un movimiento con la cabeza señalándole mi dirección. Ella me miró, no parecía importarle, es más, empezó a moverse con más pasión intentando acercarse más a su macho para que la polla se le metiera más. Me sonrió con dulzura y luego con lascivia diciendo:
-¡Mira lo que tenemos aquí! ¿Y tú de dónde has salido?-, preguntaba de una forma guasona y por supuesto sin esperar respuesta puesto que parecía saber de donde venía.
-Otro que ha tenido que salir por patas de casa de Ana-, decía el tío al tiempo que se reía a carcajadas, -tranquilo hombre, no eres el primero... jajá jajá.
Y ella siguiéndole en las risas, no dejaba de mirar mi polla y su capullo, que ante aquel espectáculo se empezaba a animar de nuevo poniéndose en posición horizontal. Esta situación me estaba excitando y desinhibiendo, me sentía con ganas de participar pero sin atreverme a pedirlo y por otro lado tampoco me vestía. Ella a continuación de las risas me preguntó:
-Pero bueno... ¿al menos habéis podido acabar de follar?-, ante aquella clara y directa pregunta y debido a mi estado nuevamente alterado no dudé n contestar con la más absoluta claridad.
-Ella ya se había corrido y yo acababa de dejarle mi leche dentro de su coño cuando a los segundos ha entrado el marido.
-Jajá jajá-, reía ella, continuando diciendo, -Bueno, al menos sí has terminado la faena... ¡Así me gusta!
-¡Y que faena... !-, añadí yo con tono pícaro.
-Entonces cariño-, contestaba ella, -no te ha dado tiempo a limpiar esa cosita- , decía señalando con un gesto de su cara, mi polla.
-Así es-, balbuceé yo.
-¡Pues va! Ven aquí que te la limpio yo, que aún debes llevar jugos del coño de Ana en la pollita-, decía con tono cariñoso y provocativo, -Vamos a ver que sabor tiene, arrodíllate aquí- , me indicaba en un gesto con la cara, al que acompañaba un gesto de aprobación del tío. Me aproximé hasta ellos llevando la ropa en la mano y buscando con la mirada donde dejarla...
-Ahí en el sofá-, me decía ella. La tiré al tresillo de color blanco que había a menos de dos metros de nosotros, sin preocuparme de cómo quedaba pues mi obsesión ahora era ver como aquella descomunal rubia, de amplias caderas, estrecha cintura y fabulosas tetas que colgaban de su pecho al tiempo que se balanceaban por los continuos empujones que no habían cesado ni un segundo en todo el rato que estaba allí, se iba a comer mi polla.
Arrodillado frente a ella con la polla tiesa a solo unos centímetros de su boca, ella empezó a decir:
-¡Uyyy sí! Esta todavía mojada de jugos-, decía con agrado al tiempo que se giraba hacia el tío con una mirada de confirmación de lo que veía, -seguro que están mezclados su semen y el flujo de Ana.
No acabó casi de decir aquello cuando estaba ya con su lengua por debajo de mi pene, en la base de este, comenzando a lamer con pasión, recorriendo todo el trozo de carne, recogiendo todo lo que podía los jugos que me mojaban y llegando hasta la punta que encerró furiosamente dentro de su boca y a la que dio una succión que me transportó de nuevo al mundo del placer salvaje. La liberó por unos segundos de la prisión aprovechando para decir:
-¡Ohhhh! Que buena, sí, aun tiene el rico sabor del jugoso coño de Ana. Debido al gustó que me daba no me paré a pensar en el hecho de que conociese el sabor de los jugos de su vecina, simplemente aquello me excitó enormemente. Volvió a coger mi polla, esta vez por los laterales, chupando y mordiéndomela, recogiendo y saboreando todo resto de jugo de mi anterior entretenimiento. Pero la polla en muchas ocasiones se le escapaba de la boca y ella respondía con mordiscos, pellizcos de sus dientes, que intentaban aprisionar mi verga y a los que yo reaccionaba con muestras de dolor y placer. Ella se dio cuenta de que me hacía daño, me dijo que me sentara en el sofá abriendo bien mis piernas y recostándome hacia atrás. Entonces girando su cabeza se dirigió al que no paraba de bombear en su vagina y le dijo:
-Vamos hacia allí, que así podré agarrar con las dos manos esa rica polla para que no se me escape de la boca.
-¡Claro que sí, cariño!-, contestó él dulcemente, a lo que añadía, -y ¡cómetela toda... eh!
Llegó hasta mí y apoyando sus brazos sobre mis piernas y sus ricas tetas en el borde del sofá, cogió mi polla con las dos manos diciendo, -¡Qué rica!- , para a continuación tragársela toda entera, succionando con fuerza y pasando su lengua por todo mi glande hinchado y de intenso color rosado. El tío había llegado hasta ella de nuevo y la volvió a penetrar, realizando salvajes embestidas que hacían moverse todo el cuerpo de ella. Sin embargo, ella intentaba agarrarse con fuerza a mi polla, no soltarse, y conseguía con sus movimientos amortiguar los empujes para conseguir no soltar mi verga, chapándola así con pasión, como quien chupa un rico polo de fresa en plena playa, al sol del intenso verano.
No tardó por sus gemidos en empezar a correrse aquella hembra, su orgasmo hacía que moviese su culo acercándose al tío con fuerza y succionando mi polla salvajemente. Sus gemidos se ahogaban gracias al trozo de carne que ocupaba su boca y aquello hizo que mi placer aumentara de tal forma que sentí que se iba a ir en unos segundos...
-¡Me voy a correr! Voy sacar toda mi leche-, decía para ayudar a que se apartara a tiempo de mi polla, pero no la soltaba y me miraba con gesto de agrado. Yo que miraba al tío para que este le hiciera entender que iba a soltar toda mi leche, me dijo:
-¡Tranquilo!, Córrete a gusto, suelta toda tu leche que a ella le gusta mucho comerse la lechecita de los que se han follado a Ana.
Así lo hice y me deje ir tranquilamente, viendo como no dejaba escapar una sola gota de mi semen de su boca y con movimientos de su garganta que indicaban como tragaba mi caliente y espesa leche. En ese momento el tío empezó a correrse, y ella sintiendo como le llenaba la vagina de mas leche caliente volvió a orgasmar con lo que su pasión por mi polla no cesó, no podía más y ella no dejaba de extraer hasta la última gota de mi semen. El tío salió del interior de su vagina y vino a sentarse a mi derecha, prácticamente exhausto por el ejercicio realizado. Ella se puso a mi izquierda, sentada muy junto a mí sin soltar mi polla, que seguía agarrando son su mano izquierda. Me daba agradables masajes, lentos y suaves como si continuara masturbándome. No la soltaba, mientras muy junto a mí me daba calientes y húmedos besos que tenían el sabor de los restos de mi semen. Aquello no me importaba, al fin y al cabo era mi propia leche, parecía que quería compartir conmigo lo que para ella había sido una ambrosía. Aquel tío, que después supe era su marido, le decía con tono paternal:
-Déjalo tranquilo mujer, que se recupere, no le das descanso-, y ella respondía:
-¡Pero es que esta tan buena, me gusta mucho esta rica polla y además todo depilado ummmmhhh!.
-Pareces una niña con su juguete nuevo-, y ella añadía, -No, soy una mujer con una rica y nueva polla que no quiero perder... ¡Esta tan buena!- , y de vez en cuando bajaba la cabeza para darme unas maravillosas chupadas en la punta de mi caliente polla. Mientras ella no dejaba tranquilo su nuevo juguete, me contaron que esto no era la primera vez que ocurría, que muchas otras veces había pasado corriendo algún amante esporádico de Ana y ellos habían hecho lo posible por que acabara de disfrutar.
-Tú has tenido suerte hoy, no siempre nos encontraban follando aunque acabábamos haciéndolo-, decía con lujuria ella mientras seguía con el manoseo de mi verga.
-No te preocupes-, me decía Luis, así se llamaba el marido, -no hay problema.
-Problema... ¿por el que?-, pregunté un tanto desconcertado.
-Aunque te hubiera pillado su marido corriéndote dentro de su mujer, no te hubiera dicho nada, al contrario te hubiese animado a hacerlo bien.
Yo me quedaba extrañado mientras ellos dos se reían de forma cómplice, como conociendo algo que yo ignoraba.
-¡Va! Díselo Marta-, le indicó Luis a su esposa, mientras dejaba escapar una carcajada amplia.
-Veras mi amor-, decía Marta, pero antes de continuar se entretuvo una vez más a chuparme la puntita, meneándomela con mucho cariño, continuó -Ana le va a contar todo a su marido... es más, él lo va a ver todo.
Yo ponía cara de mayor desconcierto, no entendía que iba a ver y ante mi cara de pasmado Ana añadió:
-Mira en el cuarto donde te la has follado y bueno... por toda la casa tienen cámaras de video escondidas y graban todas estas orgías. Así que seguramente él lo verá hoy... ¡con lo que le gusta ver como Ana se tira a otros hombres! Lo ven juntos y luego follan ellos.
-Así que sin saberlo he participado y ya estoy registrado... ¡vamos! Que estoy en una película porno-, dije con actitud cachonda, llena de humor, pero en pocos segundos me asusté por las consecuencias de eso. ¿Dónde iría a parar la cinta?
Luis comprendiendo el cambio de mis facciones y puesto que Marta volvía a tener su boca ocupada durante algunos segundos por mi verga, dijo:
-Tranquilo tío, esa cinta no sale de ellos, las tienen para disfrute particular y para algunos amigos... ¿verdad Marta?. Jajajajaja.
Marta, había levantado su cabeza y se unía de nuevo a la conversación:
-Sí, nosotros también las vemos. Ya te diré yo, cielo, si has follado bien o no. Jajaja. ¡Mira! Este tonto que tienes al lado y se te ríe, se quedó a cuadros cuando le pasó lo mismo. Jajaja, él era el único que no lo sabía.
Sin dejar tranquila mi verga, que empezaba a ponerse dura otra vez, comenzó a contar sin entrar en muchos detalles como él mordió el anzuelo. Contó que llevaban ya diez años en aquel piso y hacía dos habían llegado los vecinos. Que se conocieron primero ellas. Y un día tomando café la conversación entre ellas fue subiendo tanto el tono que acabaron comiéndose mutuamente los coños. Decía Marta que esa fue su primera experiencia con una mujer pero que le había encantado. Cuando estaban en la faena y ella le comía el jugoso coño a Ana, que estaba sentada en el sofá y con las piernas bien abiertas, sintió como alguien la agarraba por las caderas y sin esperar más le clavaba una polla en la vagina. Ella no había notado el acercamiento del hombre y pensó que ya era tarde para echarse atrás por lo que se dejó hacer. Contaba que disfrutó mucho. Acabaron y se fue a su casa, pero a los días le contó a la nueva vecina lo mal que se sentía por aquello que consideraba una infidelidad. Entonces la vecina propuso que su marido, Luis, follara con ella y así estarían en paz. A Marta no le gusto la idea y la vecina lo notó pero, esta le dijo como lo harían y entonces a Marta le gustó y aceptó. El plan consistía en que un día que Ana estuviese sola en casa intencionadamente, así como Luis fuera dejado solo a propósito por Marta, ella inventaría una excusa para que pasara, follarselo y que todo quedase grabado. Pero hacerle creer a él que había sido un desliz que debía esconder a su mujer. Así ocurrió todo. Pero el plan continuó otro día en el que el pardillo era Luis. Estaban en casa de los vecinos, tomando café, la conversación se ponía caliente y Jaime, el marido de Ana, propuso ver una película porno a lo que todo estuvieron deacuerdo. Los segundos antes de salir las imágenes todos esperaban con impaciencia, pero el que más impacientemente lo hacía era Luis. Al verse las primeras en las que Luis le comía el coño a Marta, este se quedó mudo, colorado y avergonzado mirando a su esposa y al marido de Ana. Marta hizo ver que se enfadaba y le preguntaba a Luis que eso qué era, que qué había hecho. Por su parte Ana sonreía complacida y el marido de esta pedía explicaciones fingiendo enfado. Luis no sabía que decir y Ana respondió claramente que le había comido el coño, que se corrió en su boca y en su coño, que fue fantástico. Entonces Marta miró con gesto complacido a su marido diciéndole que se tranquilizara... que era una sorpresa que le estaban dando y que le parecía muy bien que hubiese disfrutado mucho con Ana. Le contó que ella también le comió el coño a Ana y mientras su marido la penetró por detrás. Marta le hizo una señal a Ana para que pusieran la película de ella y Luis viera como la habían follado. Luis estaba desconcertado y excitado. Mientras Ana cambiaba de cinta, Marta le dio un cariñoso beso en la boca a Luis para decirle después que habían encontrado una pareja de amigos con los que iban a pasar muy buenos momentos. Así fue, cuando la película acabó, los cuatro estaban en pelotas follando como locos en una fabulosa orgía.
Esta fue la explicación que me dieron Marta y Luis. Con todo aquello y gracias los continuos chupetones en mi polla, estaba otra vez dura como un mástil mi verga.
Entonces allí en el sofá, al lado de Luis, Marta se subió encima de mí abriendo sus piernas, abriéndose con una mano su vulva y poniéndola encima de mi polla, para decirme entonces:
-Vamos cariño, ahora que esta durita, métemela toda.
Sin darme tiempo a hacer nada, bajó con furia ensartándose dentro toda mi carne que llego hasta lo más profundo de ella. Empezó a cabalgar con ganas y yo inmediatamente a disfrutar, mirando a Luis que tranquilo al lado me dijo:
-Sí, fóllala, córrete dentro como a ella le gusta y mientras yo me voy a darme una ducha.
Espero unos pocos segundos antes de irse, mirando como follábamos y diciéndome:
-¿Esta buena eh? ¡Cómo disfrutas!-, mientras yo me agarraba a sus tetas y le chupaba los pezones. El orgasmo de los dos fue genial y después de dejarle dentro toda mi carga quise salir, pero ella me pidió que estuviera dentro de ella unos minutos, que le gustaba, quería que estuviésemos así un ratito. Yo acepté muy gustoso y nos quedamos en aquella posición dormidos y juntos... una maravilla.
Pasaron pienso yo bastantes minutos, fue entonces cuando nos despertó Luis que estaba vestido ya. Se tenían que ir a algún sitio, no recuerdo dónde, yo me puse la ropa, me despedí de ellos, le di un rico chupetón en el coñito a Marta y me fui.
Pasaron unas dos semanas o algo así, estaba en mi casa un sábado por la tarde y sonó el móvil.
-¿Diga?-, era Ana quien llamaba. Había conseguido, mediante alguna excusa referente a mi trabajo, que el presidente de la comunidad de vecinos le diera mi teléfono. Pensé que me llamaba para que fuera a recoger la bolsa con mis trastos, que habían quedado en su casa cuando salí por patas, pero no......
-¡Hola! Soy Ana... la vecina de Marta y Luis.
-Sí, claro ya me acuerdo, ¡cómo no!
-¿Tienes que hacer algo esta tarde?
-No, estoy aquí en mi casa.
- ¡Estupendo! Pues ven a mi casa, estoy con Marta. Estamos las dos solas todo el fin de semana y necesitamos que vengas... ¡Queremos polla! Jajajaja.
-Jajá jajá... ¿cuando quieres que vaya?
-Ahora mismo si quieres.
-¡Claro voy!
El sábado fue genial y todo el fin de semana, pero es cuestión de contarlo otro día.