Las cuatro pruebas
Iniciación como esclavo por parte de su propia sumisa...
LAS CUATRO PRUEBAS
Me pusiste un cebo. Sabías que no lo resistiría. Hoy me encontré una fotografía en mi buzón de correo El sobre venía sin remitente, sin dirección, sin sello un simple sobre amarillo. Lo abrí. Leí: "C/Gardenias 114. Ven." Y detrás, una foto ampliada. La saqué con cuidado, y me vi en ella. Atada, de pie, con la mordaza en mi boca y los pies atados a una barra que me mantenía las piernas abiertas. Tan sólo con ese bonito liguero negro de encaje que tú me regalaste. La tentación fue demasiada.
Me vestí a toda prisa con aquel vestido negro bordado que tanto te gusta, junto con aquellos zapatos de tacón alto que me hiciste comprar, y me encaminé hacia ti. Por el camino, iba recordando la fotografía, sádicamente hermosa, y lo que me llevó a aquella situación.
"Aquel día te había desafiado. Me habías encomendado una tarea, sencilla por cierto, que a mí, en mi independencia que tanto te gusta y quieres someter, se me ocurrió no realizar.
No esperaba que estuvieras vigilándome. Me sorprendiste en la calle yendo de compras, y suave pero severamente me asiste de la mano y me arrastraste hasta tu casa. Allí me inclinaste hacia ti, y me recordaste mi afrenta, y el castigo que debía aceptar. Y lo acepté, sabiendo que jamás me harías daño confiada, esperé. Pero no llegaste tú. Y yo sola, allí inmovilizada de pie, con calambres ya en mis piernas, tan sólo rogaba porque vinieras a mí, como tantas otras veces has hecho. Pero esta vez Esta vez no.
Transcurrió una eternidad. Una hora, dos horas, tres, no lo sé. Hasta que al final abriste la puerta de mi celda, y te vi aparecer. Pero no venías solo. Una vaga imagen de un hombre joven, acaso treinta años, ligeramente familiar, entrando en la puerta se imprimió en mi retina, haciéndome temer lo que ya sabía inconscientemente. Tú no me castigarías, porque ya me he acostumbrado a tu ritmo, y aún no he aprendido la lección. Sería él el que me enseñara esta vez a no desobedecer "
Llegué a la dirección que me enviaste. La puerta entornada, la luz velada, el perfume a incienso que yo te regalé, y el destello sangriento de una copa de vino señalaban el inicio de una velada inolvidable, con tu música de fondo, y tus ojos brillando por detrás de la copa. Cautelosa, entré en la estancia, entornando mi visión, ya que sin tu permiso no debo mirarte. Y, a través de mis pestañas, te vi. Oscuro como la noche. Tu camisa negra, mi favorita, con tus pantalones negros realzan la palidez de tu rostro, y te convierte en esta penumbra en un vampiro al acecho de su víctima, de mí. Me quedo inmovilizada, asombrada, extasiada por ti.
Y vienes hacia mí, y veo cómo te arrodillas ante mí, no puedo creerlo. Mi Amo arrodillado ante mí, adorándome como a una Diosa, mirando mi rostro sonrojado por la excitación como si fuera la imagen de sus mas secretos deseos No comprendo, y así te lo comunico, acariciándote suavemente el rostro vuelto hacia mí desde tu posición. Tu voz profunda suena como una caricia, como un golpe, cuando me dices que hoy haré de ti lo que yo quiera que hoy yo llevo el control. Me fallan las piernas, y me arrodillo a tu lado. Asiéndote del pelo negro y lustroso que tienes, acerco tu boca a la mía para saborearte lentamente, en un beso profundo y húmedo que me recorre las entrañas y me hace sentir viva de nuevo, completa como sólo lo estoy a tu lado. Despacio, me acerco a tu Trono tu Trono es esa silla que tienes, labrada con caras hermosas y demoníacas, en donde te sientas para observarme
Hoy me sentaré yo, y yo observaré. Te pido una copa de vino, y me la traes pero aún no me conoces bien. No lo has hecho bien, mi niño, has rebasado el límite de la copa, y encima has movido demasiado el vino. Te arrojo el contenido a la cara, y te empujo con mi pie calzado con mis zapatos hacia la mesa, a ver si esta vez lo haces bien. Mientras me sirves, me pongo de pie, y levanto mi pierna encima de la silla. Debajo, no llevo nada, más que las medias con el liguero, sí, el mismo que el de la foto. Vienes con la copa. Así me gusta, ahora lo has hecho bien. Te coloco mi collar, y sujetándote de la cadena que cuelga de una argolla central, te acerco a la sima que se esconde entre mis piernas, una sima que conoces doblegada, dolorida, pero nunca como ahora. Lames Lames muy lentamente, pues sabes que si me haces daño te castigaré
Mientras te aplicas a tus deberes, con las manos yo preparo tu castigo que será inminente, ya que por enésima vez, no lo estás haciendo bien. No me estoy enterando de tus caricias, y eso hay que corregirlo. Te levanto por el pelo, y a rastras te llevo hacia la mesa. Te tumbo boca abajo, con tu incipiente erección aplastada contra el frío mármol, y amarro tus pies y tus manos con las pulseras que tiene la mesa. Te quejas, ya que el frío te provoca dolor en tu miembro. Te ordeno silencio, y obedeces.
Lentamente, acaricio tu espalda primero con la mano, luego con algo que no sabes qué es pero que lo intuyes, algo suave pero cortante, algo cálido pero frío flexible Sí, cariño, es tu látigo, ese que tantas veces has empleado conmigo; Ahora probarás su mordedura. Te aplico el primer azote, y tu cuerpo se estremece. Es la primera vez que sientes el mordisco del cuero, y veo en ti mi propia iniciación como esclava. El primero fue a la espalda, el segundo azote lo dirijo hacia las piernas, y te marca una línea delgada y roja que te cruza las nalgas. Como no veo bien, acerco el candelabro que tengo detrás, y lo inclino sobre tus marcas Sientes cómo se derrama la cera, y suplicas el perdón, dices que no lo soportas, pero yo aún detecto tu voz desafiante, aunque intentes ocultarlo. Abandono el candelabro satisfecha de lo que he visto, y recojo el látigo de nuevo, marcándote el cuerpo con el cuero, el alma con mis palabras. Al cabo de un rato, te dejo descansar en la misma posición, y me ruegas con lágrmas en los ojos que te suelte, que te permita abandonarte a mis pies. No. No lo harás hasta que yo lo consienta. Pero tus súplicas me apiadan, y comienzo a besarte lentamente, a recorrer con mi lengua húmeda tus piernas marcadas, tus nalgas enrojecidas por los azotes, las cruces que mi mano ha diseñado en tu espalda y tú suspiras, medio de placer, medio de dolor.
Te suelto por fin, y tus piernas ceden, y caes rendido a mis pies. Veo, en mi penumbra, cómo besas mis zapatos, mis pies, y vas subiendo muy lentamente, mirando mi rostro buscando mi aprobación decido dártela, y sigues subiendo. Tu lengua recorre el límite entre mi piel y el liguero, y se introduce bajo la goma para acariciarme completamente. Tus manos van recorriendo mis piernas, y me haces cosquillas. No lo aguanto, tiro de tus manos, y te las ato a la espalda. Tan sólo quiero sentir tu boca, tu lengua, tu saliva, tu calor interno en mi piel, no tus manos. Así sigues levantándote lentamente, y me recorres con los labios el pubis completamente desprovisto de vello y con la mirada me suplicas que abra las piernas. Las abro, y tu lengua se acerca a mi clítoris.
Me estremezco. Apoyo mi pie en tu espalda, y sientes cómo se clava el tacón mientras sigues comiéndome. Tu lengua ansiosa me da pequeños lametones en el clítoris, y va bajando, encontrando la vagina, penetrándome suavemente. Una y otra vez, ya que deseas que me estremezca de placer. Mientras tanto, yo te acaricio con una mano el pelo, y con la otra apuro mi copa de vino me quedo con ganas de más y así te lo hago saber. Te desato las manos, y vas de rodillas hasta la licorera, me sirves otra copa de vino, y vuelves. Siempre de rodillas. Me encantas. Eres mi Amo, y también eres mi esclavo. Mi único y mejor esclavo. Vuelves a mi coño depilado, esta vez con las manos sueltas, y siento cómo entra un dedo en mi interior, tocándome, apretándome despacio, mientras yo doy pequeños sorbos de vino.
Estoy empezando a hartarme, y con mi pie te empujo para que caigas al suelo. Tu cara de sorpresa me hace reír, y me pongo de pie a tu lado. Me inclino suavemente, y mi coño queda a la altura de tu cuello, así que tienes que hacer un esfuerzo por complacerme, mientras sientes cómo te golpeo con las manos Localizo con la mirada la palmeta, y la cojo, mientras sigues dándome placer. No te has dado cuenta, estás inmerso en mí, en mis jugos y en mi cuerpo, y de repente sientes el golpe certero en una de tus caderas, un golpe que te hace apretar la cara contra mi cuerpo, mojándote así todo el rostro con mis fluidos vaginales.
Te abandono en el suelo, y voy un momento hasta la cocina. Traigo algo, no sabes qué es, brilla. Apago todas las velas menos una, y me arrodillo enfrente de ti. Sientes un goteo en tu boca, cálido, la abres a una orden mía y notas el sabor acre de mi sangre. Ahora estás vinculado a mí por amor, por dolor y por sangre. Has pasado tres pruebas; La Prueba del Amor, la Prueba del Dolor, y la Prueba de la Sangre.
Pronto conocerás la prueba que te queda.
Me levanto, y te ordeno levantarte a ti también. Lentamente, hago que te vistas, incluso te ayudo, cosa que me agradeces una vez vestido inclinándote hacia mí con esa reverencia que sólo tú sabes hacerme, esa cortesía ya tan desusada pero tan hermosa en ti. Me hablas me llamas Ama suena hermoso en tu voz cálida y profunda, y me pides conocer la cuarta y última prueba. No corras.
Pronto la conocerás.