Las cuatro habitaciones (2)
En la segunda habitación, había un amo vestido únicamente con un batín de seda, recostado en un sillón fumando, su esclava estaba a sus pies desnuda, con su collar de perra y en posición sumisa esperando órdenes...
Antes de entrar en la segunda habitación, mi amo me arrinconó contra la pared y mientras metía dos dedos en mi sexo y con la otra mano pellizcaba uno de mis pezones, me dijo:
El amo que vamos a ver se llama Tomás, pero tú te dirigirás a él como señor. YO SOY TU ÚNICO AMO.
Obtuvo a su sumisa a cambio de salvarla de la quiebra y tienen un pacto entre ellos: ella nunca demostrará lo complacida que se siente siendo su esclava. Ninguna emoción se reflejará en su rostro. Nunca le suplicará que la permita correrse. Y sobre todo, nunca gemirá en voz alta. Es su forma de mantener su orgullo intacto o eso cree ella, aunque lo cierto es que disfruta de su dominación.
El amo Tomás sabe que es una pose y quiere quebrar su orgullo. Tiene dos meses de plazo para cambiar eso. Si lo consigue, ella pasará a ser de su propiedad por entero y mientras que él desee retenerla a su lado. De no conseguirlo, ella recuperará su libertad y sus posesiones. El plazo está a punto de cumplirse.
Si te cuento todo esto, es porque quiero que te retuerzas de placer, que gimas, grites y supliques como nunca. Nadie puede permanecer impasible ante ti cuando te comportas como una perra en celo y esa sumisa no va a ser diferente. ¿Lo has entendido, esclava?
Sí, amo, me comportaré según tu deseo.
Bien, putita mía, vamos para adentro
En la segunda habitación, el amo Tomás, vestido únicamente con un batín de seda, estaba recostado en un sillón fumando, su esclava estaba a sus pies, desnuda, con su collar de perra y en posición de reposo esperando órdenes.
Conforme íbamos entrando en la habitación, pude observar que el pie del amo se perdía entre las piernas de su esclava.
Los dos amos se saludaron con una leve inclinación de cabeza.
Mi amo tomó asiento en el sillón que había libre a la derecha, dejándome de pie frente a ese desconocido de mirada penetrante, con la cabeza levantada. Siempre es igual, basta que yo quiera mantener la vista agachada, bien por vergüenza, bien por humillación, para que mi amo desee justo lo contrario.
Ante un gesto de su amo, la esclava agachó la cabeza para lamer los dedos de sus pies, probablemente impregnados de sus propios jugos. Se incorporó y sirvió bebidas a los dos amos, quedando entre ambos de pie, las manos en la espalda, mirándome tan fijamente como su amo y las piernas abiertas para que cualquiera de los dos pudiera tener fácil acceso a ella.
Mi amo me hizo un gesto rotativo con el dedo para que me fuera girando lentamente y pudieran contemplarme bien.
¡Acércate y ponte de rodillas delante de mí!,- me dijo ese amo desconocido
Haz lo que te dice el amo Tomás, esclava
Sí, amo
El amo Tomás se abrió un poco su bata, dejando al descubierto su erguido miembro. No necesité más indicaciones. Me puse a lamer con fruición, haciendo ruiditos con mi boca que delataran el enorme placer que sentía al hacerlo. Mientras, por el rabillo del ojo veía como ambos amos se turnaban para introducir dos dedos en el sexo de la otra esclava. Dedos que luego, bien impregnados de los jugos de la sumisa, alternativamente, introducían en mi boca para que los limpiara bien.
Ponte de rodillas detrás de esta esclava y cómele el coñito,- dijo el amo Tomás a su sumisa
Yo me abrí un poco más para facilitarle la tarea, mientras que los dos amos se situaban de forma tal que podía ir chupando alternativamente las dos pollas. Cuando tenía una en la boca, con la mano masturbaba la que estaba fuera.
La sumisa del amo Tomás o bien había comido muchos coñitos o bien estaba disfrutando realmente de la situación, pues no solo lo hacía como una verdadera experta, sino que también se dedicaba a lamer mi culito y a introducir dos de sus dedos, que previamente lubricaba en mi húmedo sexo.
Ni que decir tiene que yo estaba completamente excitada, tanto por el placer que estaba recibiendo, como por tener a mi disposición dos pollas. Excitación que provocaron en mí los primeros gemidos y la habitual orden de mi amo: "¡NO PUEDES CORRERTE, NO TIENES PERMISO! ".
Esa orden, siempre hace que mi excitación crezca y me acerque más al orgasmo. Fue el momento que ambos amos eligieron para hacernos parar y ponerse de pie.
El amo Tomás sacó una enorme maleta de un armario y la dejó abierta encima de la mesa. Sacó unas esposas de cuero para pies y manos que le tendió a mi amo y él cogió otras.
El amo Tomás se las puso a su sumisa y llevándola al centro de la habitación la sujetó de las muñecas a unas argollas que bajó del techo. Las esposas de los pies llevaba unas anillas en las que sujetó una barra, quedando de esta forma las piernas de su sumisa bien separadas. Cogió un látigo, cuya empuñadura tenía forma de pene y se lo dio a chupar, dejándoselo metido en la boca. Regresó a la maleta de donde cogió unas pinzas dentadas unidas por una cadena de las que colgó dos pequeñas pesas. Luego, cogió otras dos pinzas que puso en sus labios vaginales, también con dos pesas, que se los estiraban de forma grotesca. Su amo, cogió el látigo y empezó a azotarla sin ningún cuidado. Pronto su espalda, culo, pechos y sexo estuvieron colorados. Y sin embargo, la cara de la esclava no trasmitía ninguna emoción. Ni placer, ni dolor. Ni un leve gesto. Sólo el brillo de sus ojos dejaba trasmitir algo, pero yo era incapaz de interpretar lo que era.
Mientras contemplaba atónita la escena, mi amo me ató a una silla, de forma que mis pechos quedaban sobre el respaldo y mi sexo y mi culo totalmente expuestos a la vista de la sumisa y su amo. En un vaso puso unos cuantos cubitos de hielo. Hielo que pasaba primero por mis pechos y pezones y luego introducía alternativamente en ambas sitios, hasta meter cinco en cada uno de mis agujeros. Cogió un vibrador grande y lo introdujo en mi sexo, en marcha, al máximo. Al mismo tiempo, con uno un poco más pequeño, acariciaba mi clítoris. Justo delante de mí, había un espejo a través del cual pude ver que la sumisa no perdía detalle de nada.
Poco a poco, el hielo se fue deshaciendo dentro de mi cuerpo debido a la excitación que sentía. A pesar de la incomodidad de la postura, empecé a moverme de forma que mi amo entendiera que deseaba ser follada. Gemía, aumentaba el ritmo, me mordía los labios y empecé a suplicar el orgasmo que me era negado una y otra vez.
Mi amo sacó el vibrador de mi sexo y puso el vaso debajo para recoger toda el agua que salía. No voy a decir que estaba ardiendo, pero sí muy caliente. Se acercó a la otra sumisa y la vertió por sus pechos para que notara el calor. Por fin pude descifrar en sus ojos la sorpresa y un destello de excitación y eso me hizo suspirar y pedirle a mi amo que no me dejara, que siguiera conmigo y que me hiciera llegar al orgasmo.
Nuestros amos nos soltaron. A mí me ataron de pies y manos a la cama. Por primera vez, mi amo vendó mis ojos. Durante varios minutos no oí nada. Mi pecho subía y bajaba preso de la excitación y notaba como mis jugos resbalaban entre mis piernas. Sentía seis pares de ojos observándome.
Enseguida empezó el juego. Seis manos y tres bocas me acariciaban, me besaban, mordisqueaban, pellizcaban, azotaban, se introducían en mi cuerpo. Me resultaba imposible descifrar a quién correspondía cada gesto. Solo mi boca era capaz de saber si lamía la polla de mi amo, la del amo Tomás o si chupaba los pezones de la sumisa o su sexo.
A estas alturas, yo me estaba retorciendo como una posesa, suplicando correrme cada vez que mi boca quedaba libre, gimiendo desesperadamente por un orgasmo que me era negado una y otra vez con un azote en el clítoris que adivinaba de mi amo.
De repente, todo cambió. La venda de mis ojos fue retirada. Las tetas de la sumisa quedaban a la altura de mi boca y yo le mordía los pezones. El amo Tomás la penetraba con fuerza desde atrás como a una perra mientras la azotaba de vez en cuando en el culo. Mi amo se dedicaba a mi sexo con el vibrador con su habilidad característica. La escena era delirante.
El amo Tomás gritaba:
¡¡¡¡GRITA, PERRA, QUIERO OIRTE!!!!
Yo:
Amoooooooooo, por favorrrrrrrrrr, te lo suplicoooooooooo, deja que me corraaaaaaaaaaaa
Mi amo:
Aún no puedes correrte
De improviso, la sumisa empezó a besarme y a mordisquear mis labios, completamente fuera de sí. Yo mordí su oreja y le susurré con la voz más tierna y cargada de pasión que pude:
A la orden de mi amo, correte conmigo, por favor, me gustaría tanto...
No podré,- me replicó también en un susurro
Sí podrás, solo tienes que dejarte llevar. Hazlo te lo suplico
Lo intentaré
Amoooooooooooooooo, yaaaaaaaaa, por favor, ya no lo soporto, no aguanto mássssssssssssssssss, deja que me corra, te lo suplicoooooooooooooo,- empecé a rogar, aumentando mis gemidos y retorciéndome aún más
Está bien, perrita, CORRETEEE, TU AMO TE LO ORDENA. AHORAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
En ese mismo momento, estallé en un gran orgasmo con tal fiereza que casi derribo al amo Tomás y a su sumisa.
Al oirme, también el amo Tomás se vació dentro de su sumisa, justo en el preciso instante en el que ella gritaba:
Ohhhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, me corroooooooooooooooo, que buenooooooooooo
Ambos se dejaron caer en la cama a mi lado. Exhausto. Mi amo me contemplaba con orgullo. Yo le respondí con una sonrisa cómplice y llena de felicidad. Se acercó a mí y acariciándome con suavidad la cara, me besó y me preguntó:
¿Estás bien, perrita mía?
Sí, amo, pero...,- le dije traviesa
¿Pero qué, esclava?
Me falta tu leche, amo
Jajajajajajajajajajajajajaja, así me gusta mi putita, siempre deseosa de tu amo
Y sin tener que repetírselo dos veces, mientras seguía atada y mi sexo aún se estremecía con los últimos coletazos del orgasmo, me dediqué por entero a la polla de mi amo, hasta que conseguí beberme toda su leche y dejársela bien limpita.
En la tercera habitación había una ama vestida con cuero negro y un antifaz azotando a su esclavo que estaba de pie, desnudo, atado formando una cruz.....
P.D. Este relato SÍ es ficticio