Las cuatro estaciones

Las estaciones vovlerán a cambiar.

Hola, ¿cómo están? Espero que tanto ustedes, como sus familias y seres queridos se encuentren con salud. ¿Cómo llevan la cuarentena?

Algunos me recordarán cómo FerRam (creo), pero es un nuevo comienzo así que decidí cambiarme el nombre. Ha pasado tiempo, demasiado diría yo, desde la última vez que publiqué un relato.

Recuerdo vagamente mis relatos y hoy me dan pena, son malos, con fallas en la trama y personajes, pero aquí estamos otra vez. Siendo sincero, no creí volver a publicar algo, pero la cuarentena me ha motivado a liberarme de algunas cosas.

También he dejado de leer relatos de aquí, por lo que no sé si los relatos son cortos o sagas, incluso si los autores/lectores que en ese tiempo estaban vigentes lo sigan hoy en día.

Sin más, les dejo con el primer capítulo de esta corta historia, espero que lo disfruten.

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Capítulo 1 – Verano

En venta

Una gran lona roja con aquellas palabras en amarillo adornaba el portón de una casa. Una casa que me hacía sacar suspiros cada vez que pasaba a su lado y éstos, iban acompañados de una nostalgia inquebrantable y de una punzada en el corazón.

Tengo muy marcado aquel día. Un día que, por más que he intentado, no logro olvidar.

Encendí mi carro y tomé marcha hacía mi trabajo, el cual quedaba cerca de aquí y este era el único camino para llegar. Es como si el karma me echara en cara todas las decisiones que tomé en mi pasado.

Aunque eso es, el pasado, seguía doliendo en el presente…

*Hace 6 años***

Aiton

  • ¡Hey, Aiton! – su voz me saco de entre mis ensoñaciones. Sus ojos marrones me miraban con ternura al tiempo que me regalaba una ligera sonrisa. - ¿Escuchaste lo que te dije? – me preguntó con un tono de voz comprensivo. Le respondí negando con la cabeza mientras dejaba escapar un bostezo – te preguntaba si estabas libre en la noche. Miranda mencionó que habían abierto un nuevo bar y queríamos ir, ¿te apuntas?

  • Sí, claro, vamos – le respondí a Jared dedicándole una sonrisa que provocó sensaciones en mi estómago.

Jared era el chico nuevo de la clase, bueno, no era nuevo como tal, pero era la primera vez que él y yo coincidíamos. Debido al trabajo de sus padres, cambiaba de ciudad o país y, por ende, de colegio, por lo que nunca terminaba un curso completo.

Voltee a verlo sin poder evitar que se dibujara una sonrisa en mí. Jared era guapo, demasiado. Su tez morena resaltaba con los rayos de sol que se colaban por la ventana, éstos hacían que el arete que traía en el oído izquierdo dibujará figuras multicolor en la pared.

Jared y yo llevábamos tonteando desde el día que llegó a la escuela. Durante ese tiempo él no ha intentado nada más y yo tampoco he dejado señales de querer algo más, por lo que no sabía si era gay o solo era su forma de ser. Era consciente de que su actitud hacía mí despertaba sentimientos que ya era incapaz de controlar.

Trate de concentrarme en lo que el maestro dibujaba en la pizarra. Por el rabillo del ojo volteaba a ver a Jared. Sus labios me tentaban a querer besarle al tiempo que su pierna ejercía una atracción para rozarle tontamente con la mía. Aquella sonrisa que se había dibujado en mi rostro lentamente fue borrada y en su lugar, una melancolía me embriago.

En mi cabeza se formaban demasiados pensamientos. Uno a uno me martillaba generando un miedo profundo. Una pregunta surgió de entre todo esto revoltijo: ¿Qué pasaría si…?

  • Chicos, ya revisé sus planos y pueden empezar con el modelado de ellos. Pueden pasar a recogerlos y nos vemos la próxima semana.

El llamado del maestro me hizo volver a tierra, sin embargo, aquellos pensamientos seguían demasiado nítidos en mi cabeza. A mi lado, Jared se levantó y fue hacía el frente a recoger nuestro plano mientas yo le seguía con la mirada.

Su cuerpo musculoso se dibujaba por debajo de su ropa, pero lo que más me gustaba de Jared era aquella sonrisa que siempre me dedicaba. Nunca antes me había enamorado de alguien, tampoco sabía que debía hacer o sentir, por eso, no había hecho algo más que le indicará que me gustará. Me guardaría estos sentimientos para mí.

-  ¿Cómo nos vamos a repartir el trabajo? – preguntó Miranda, mi mejor amiga, colocándose a mi lado.

-  Puedo hacerlo yo – respondió Jared que llagaba con el plano en mano.

  • ¿Estás seguro? Es demasiado – le conteste.

  • Sí, sino ya te pido ayuda – la respuesta de Jared me hizo sonrojar un poco. El corazón me latía demasiado rápido. Iba a abrir la boca para decir algo, pero en eso Miranda intervino.

  • Bueno, estamos de acuerdo todos, ¿no? ¿Les parece si vamos a comer? – preguntó Miranda tomando sus cosas.

  • Yo no puedo, debo ir a trabajar, pero nos encontramos en el bar.

  • Bueno, ni hablar. ¿Y tú, Aiton?

  • Sí, vamos. Tengo un rato libre – respondí sin apartar la mirada de Jared.

  • Te esperamos a fuera.

Jared guardó el plano en su portaplanos, tomo sus cosas y antes de andar hacia la puerta otra vez me vuelve a mirar y con tono dulce me pregunta:

  • Sí vas a ir al rato, ¿verdad? – el nerviosismo volvía a apoderarse de mí. Me agache para recoger mis cosas y evitar con ello su mirada.

  • Claro, ahí nos vemos – dije con algo de nerviosismo.

  • Te veo al rato, entonces.

Se despidió de mí haciendo que su mano despeinara mi cabello. Me dedicó otra sonrisa y se dirigió hacia la puerta dejando tras de él el aroma de su colonia, un aroma entre mandarina y limón que mis sentidos ya sabían reconocerlo.

Un sabor agridulce se instaló en mi boca. Quería sonreír, pero algo me impedía hacerlo.

Jared

Lo que comenzó cómo un simple tonteo, se había convertido en más que eso, al menos para mí.

Hacerme novio de alguien, incluso el hacer amigos, era casi imposible ya que siempre terminaba por cambiarme de colegio, por lo que me había decidido no entablar relaciones de cualquier tipo, más que académica, con mis compañeros de clase.

Pero con Aiton había sido diferente, no sabría explicarlo. Recuerdo el día que llegué, recorrí el salón con la mirada buscando un sitio en donde sentarme, a pesar de que había algunos, la única persona que no me miraba era él. Ensimismado en su asiento, no se percató de que me dirigía hacia su lugar que cuando llegué, sus ojos avellana me dieron la bienvenida.

No sabría decir qué es lo que me había cautivó de él, pero estaba comenzando a enamorarme de ese chico, aun sin saber si era gay.

Sentía como el tiempo pasaba demasiado lento. Estaba nervioso, las manos me sudaban y el corazón me latía demasiado fuerte que parecía como si me fuera a explotar. Miranda había propuesto ir a conocer el nuevo antro-bar que habían abierto cerca del centro. Aunque a mí eso de ir a beber no se me da mucho, lo iba a usar como excusa para declararme a Aiton.

Mi cabeza fabricaba diversos escenarios, desde los más trágicos hasta los más rosas. Sé que era algo cobarde decirle sobre lo que siento en un antro, pero al menos así no sentiría la presión del rechazo o el que me diga que no es gay. Sea lo que fuera, debía arriesgarme.

Mi celular vibró dentro de mi pantalón. Al sacarlo vi que tenía un mensaje en el grupo de whatsapp que compartía con Aiton. Tuve que ir avisar que iría al sanitario, ya que, si me veían en el trabajo revisando mi celular, me llamarían la atención.

Al llegar al baño una sonrisa se colocó en mi cara.

Miranda: De lo que te pierdes.

Tras el mensaje se adjuntaba una foto donde salían Eric, otro compañero que era parte de nuestro equipo, Miranda y Aiton en el restaurante a donde habían ido a comer. Mi mirada no pudo evitar colocarse en Aiton. Su cabello castaño brillaba con las luces del lugar y a pesar de que no estaba tan cerca de la cámara, podía distinguir sus ojos marrones a la perfección.

Verlo sonreír me hizo sonreír a mí. No podía esperar a verle.

Aiton

La tarde había estado tranquila. Hacia tiempo que no salía así con mis amigos debido a las tareas y deberes, y aunque nos hubiéramos seguido de largo, decidimos regresar a casa a alistarnos para la noche.

Bellota me recibió ronroneando y restregándose entre mis piernas, señal que me indicaba de que quería que la cargara. La alcé del suelo sin el mayor esfuerzo y ya en brazos, me encaminé con ella hacía mi habitación cuando en eso Claudia sale de la cocina asustándonos.

Pegué un grito tan fuerte que provocó que Bellota sacará sus garras y me asestará unos buenos rasguños en el cuello para después huir de mí.

  • ¡Hijo! Así traerás la consciencia – mencionó Claudia llegando a mi lado y palmearme la espalda para tranquilizarme.

  • No creí que estuvieras aquí – le respondí.

  • Como no llegabas subí a dejarte algo de comida. Esta sobre el mueble de la cocina, está todavía caliente por si quieres comer.

  • ¿Ya te vas? – pregunté con algo de nostalgia.

  • Sí, hijo, debo pasar a comprar cosas para mañana – Claudia se acerco a mí y me depositó un suave beso en la frente que hizo que todas mis preocupaciones se fueran en ese instante - Te me cuidas mucho.

Claudia es como mi segunda madre, ha estado conmigo desde que yo era un bebé. Cuando mi madre trabajaba en el despacho de abogados, Claudia era quien se encargaba de hacer de comer y de cuidarme en lo que mi madre volvía. Luego de ahorrar lo suficiente, mi madre emprendió un negocio, un restaurante cerca de donde vivimos y le pidió a Claudia ser su mano derecha en el proyecto.

Luego de la muerte de mi madre a causa del cáncer, Claudia venía todos los días a dejarme algo de comida y a ver como estaba. Por eso, esos gestos como el beso que me dio hace rato, me hacían estremecer en nostalgia porque significaban demasiado para mí. Me hacían recordar.

Fui a la cocina a ver que me había dejado. Un espagueti, un filete de pescado empanizado, un poco de ensalada, agua de sabor y ensalada de manzana, como la que se hace en Navidad. Tomé la ensalada de manzana y me fui a mi habitación cuando en eso mi celular vibra.

Vi el reloj de la cocina y todavía era temprano para salir de casa, pero al ver el remitente, me di cuenta de que no era mensaje de mis amigos.

Raúl: Ven.

Sentí cómo si electricidad recorriera mi cuerpo. Millones se sensaciones comenzaron a emanar de mis poros. Fui a mi habitación, tomé una mochila, una playera, mi antitranspirante y me dirigí al baño a coger mi cepillo dental.

Volví a sacar mi teléfono y le envíe a Raúl un mensaje rápido: en donde siempre .

Antes de salir, tome mi chamarra, mis llaves y le llene los trastos de comida y agua a Bellota. Al cerrar la puerta la lujuria que entes se había apoderado de mí fue remplazada por otra sensación, una sensación que desde hace semanas reinaba en mí.

Decidí no hacerle caso y emprendí el andar hacía el metro. Quería llevarme el auto, pero también iba a ir a beber al rato, por lo que descarté la idea. A demás, no habría lugar para estacionarlo.

La estación del metro quedaba relativamente cerca de casa. A pesar de que en el exterior comenzaba a hacer frío, al entrar una bocanada de bochorno de dio la bienvenida que hizo que me quitara de la chamarra que traía.

No era muy fanático de los viajes en metro, de hecho, por el carro, casi no lo usaba, pero me gustaba esta hora del día. Era como ir a un zoológico subterráneo. Las personas iban y venían modelando sus mejores prendas absortas por sus platicas o en sus pensamientos tratando de salir de la prisión de sus vidas. No pude evitar sonreír ante eso.

Al llegar al andén mi teléfono volvió a vibrar:

Raúl: 350

Aquella sensación había vuelto tras leer el mensaje. Saqué mis audífonos y me sumergí en mi mundo con mi música para con ello, dejar de pensar en esa sensación…

El viaje fue rápido, solo tuve que transbordar una estación y ya había llegado a la estación destino. Al salir del metro, el aire gélido de la tarde que anunciaba la llegada de la noche me abrazo. Caminé unas tres cuadras y el edificio color gris me recibió al doblar la esquina.

Me encontraba en uno de los barrios más lujosos de la ciudad. A simple vista, el edificio al cual estaba entrando perecía un edificio común y corriendo, ya que no tenía letreros ni nada que informará de otra cosa.

La recepcionista me saludo con un cabeceo. Le di el número de la habitación a la cual iba a lo cual revisó algo en la computadora y al poco tiempo me sonrío diciendo con eso, que podía pasar.

La alfombra que recubría el pasillo amortiguaba mis pisadas. Las paredes eran testigos de los amantes desenfrenados que saciaban sus pulsiones. Una reverberación sacudía mi estómago, era la primera vez que quería huir de allí.

Al llegar a la habitación llamé a la puerta tres veces. No pasaron ni 10 segundos cuando Raúl abrió y me hizo una seña de que pasara.

  • Sí, ya te dije que sí. No te preocupes por ello, yo me encargo – Raúl se encontraba en una llamada al tiempo que con su mano libre se liberaba de la corbata que rodeaba su cuello – así que ahora te llamo que tengo consulta – colgó el teléfono y lo deposito en uno de los muebles que decoraban la habitación – pensé que no vendrías.

Los brazos de mi acompañante rodearon mi cintura y sin mayor esfuerzo me alzaron del suelo. Con un poco de trabajo fui desabotonando la camisa de Raúl mientras éste se dirigía hacía la cama.

Raúl se desprendió de su camisa de un jalón haciendo que mi verga palpitara dentro de mi ropa. En su juventud, Raúl había sido un hombre de gym, sus pectorales aún conservaban su forma y sus brazos se dibujaban fuertes. Ahora estaba fornido y eso me excitaba todavía más.

Sus manos recorrieron mi cuerpo por debajo de la ropa. El frío tacto de su piel con la mía provocó que me estremeciera. Recorrí lentamente con mis yemas el camino imaginario que va desde los pectorales de Raúl hasta su pantalón. Una vez ahí, desabroché y me abrí paso con mi mano entre su ropa interior sintiendo su gran verga dura.

Raúl me vio con ojos llenos de lujuria y el cosquilleo en mi verga aumento, quería que me embistiera cuanto antes. Debió leer mis ojos, ya que tomó mi playera y dándole un tirón la desgarro permitiendo que el aire recorriera mi cuerpo erizándome la piel.

Sus manos liberaron su polla erecta y la acerco a mi boca. Mi lengua recorrió el glande que estaba cubierto de un chorreante líquido. Seguí recorriendo cada vena y trozo de aquella verga. Las manos de Raúl me tomaron de la cabeza y con una brutalidad hicieron que me comiera toda su verga. Sentí arcadas que a los pocos segundos se desvanecieron.

Raúl imponía el ritmo, un ritmo frenético. Mi lengua recorría toda su verga y de vez en cuando bañaba sus bolas con mi saliva; por lo bajo, podía escuchar los gemidos de mi acompañante. Sus manos me liberaron permitiéndome tomar una bocanada de aire. Cuando lo hice, quise volver a comerme su verga, pero me detuvo.

Sin decir algo, su boca abrió la mía recorriéndola con ímpetu, buscando algo que no iba a encontrar en ella. Atraje hacía mí su cuerpo, mientras que con una de mis manos me liberaba de mis jeans.

-  ¿Ya la quieres dentro? – su voz era un susurro a penas inteligible. Yo no respondí, solo me limité a asentir.

Sus manos se apoyaron en mis piernas y con facilidad me levantó para llevar su boca y comerme el culo. Su lengua era ágil, la electricidad me envolvió y mi cuerpo se elevó. Sentía su saliva tibia lubricándome y la punta de su lengua abriéndose paso entre mi piel.

Se parto de mí un instante y cogió del buro uno de los condones que el hotel te dejaba de regalo. Con habilidad lo abrió y dedicándome una sonrisa llena de lujuria vi como se lo ponía.

Vi como escurría saliva de su boca y caía en mi culo. Subí mis piernas a sus hombros al tiempo que dejaba ir de golpe su verga gruesa. El dolor me martillo, pero poco a poco se fue calmando.

Raúl empezó con embestidas lentas. Sus manos subieron por mi cuerpo desnudo; se detuvieron en mis pezones apretándolos, aumentando el placer en mí.

Lentamente las embestidas aumentaron de velocidad. Sus manos siguieron subiendo hasta colocarse y cerrarse en torno a mi cuello. Raúl debió haber visto mi expresión en mi rostro, ya que en ese momento las embestidas eran bruscas.

El sonido de la piel rozando y cochando se perdía con el sonido de mis gemidos. El sudor escurría por la frente de Raúl. Sus manos seguían ahorcándome. Mi verga erecta saltaba en mi vientre al tiempo que dejaba una pequeña marca de liquido preseminal sobre mí. EL placer me inundaba y me recorría. Cerré mis ojos sintiendo esa presión que te avisa que te vas a venir.

Intenté retenerlo, pero fue inútil. Mi lefa salió disparada y se esparcía alrededor. La presión cubrió mis oídos, pero lo bajo escuché el gruñido de Raúl que me avisaba de que él también se había corrido.

Me palpitaba la cabeza. A mi lado se recostó un Raúl jadeante y sudoroso quien tomo mi cara y la acerco para darme un beso. Fue ahí que lo sentí, aquella sensación que venía apoderándose de mí desde hace ya unos meses.

Jared

La fila para entrar al antro rodeaba la acera y continuaba un poco más allá. Cuando yo llegué, Miranda y Erick y estaban formados para apartar nuestros lugares.

  • ¡Hey, Jared estamos aquí! – gritó Erick alzando la mana para que pudiera verlos.

  • ¿Llevan mucho tiempo formados? – pregunte al tiempo que los saludaba.

  • No mucho, pero al parecer la fila avanza rápido – me respondió Miranda dedicándome una sonrisa.

  • ¿Y Aiton?

  • No sabemos, le llamamos, pero no responde.

La fila avanzaba lento, pero avanzaba. Saqué mi teléfono y marqué el número de Aiton. Un tono, dos, tres… antes de que sonará el cuarto colgué. “Debe estar haciendo algo” pensé para mí.

Los nervios aumentaban con cada segundo. A pesar de que quería verle agradecí el que no estuviera ahí en esos momentos ya que no sabría como comportarme, pero no podía evitar preocuparme.

Los minutos pasaron y la fila se reducía cada vez más. Tanto Miranda como Erick volteaban a todos lados en busca de Aiton. Cada uno le llamo, pero la respuesta era la misma. “Será que no vendrá” me preguntaba.

Faltaba poco para que entrar. Le volví a llamar a Aiton, pero no respondía.

  • ¿Qué hacemos? – nos preguntó Miranda con un toque de preocupación.

  • Entremos, a lo mejor viene retrasado – respondí sin permitir que el nerviosismo saliera en mis palabras.

  • Pero cuando llegue deberá hacer fila.

  • No te preocupes, yo me encargo.

No paso ni media hora cuando ya estábamos en la entrada del bar. El guardia, un hombre corpulento, nos detuvo para que le mostráramos nuestras identificaciones. Una vez hecho esto, nos permitió el acceso al segundo filtro.

Empleados del bar nos revisaban para asegurarse de que no tuviéramos nada fuera de lo común mientras nos colocaban un sello que era visible con luz negra para salir y volver cuando quisiéramos. Eran dos, un hombre y una mujer de nuestra edad.

Descarté la posibilidad con la chica, así me que centré en el joven. Era guapo, un poco delgado, pero caería fácil. Cuando estuve delante de él le dediqué la sonrisa más chula que jamás había hecho. El chico se puso nervioso, por lo que intuí que era nuevo en el trabajo.

  • Oye, al rato llegará un amigo, será que… ¿Podrás dejarlo entrar? – le extendí unos billetes al chavo, lo cual provocó que se pusiera aún más nervioso. Miraba a todos lados para ver si nadie nos veía, al volver su vista a mí, vi la duda en sus ojos y la cola de personas que esperaban ya iba creciendo.

  • Nada más avísame cuando llegue, pero si yo ya no estoy aquí, lo siento.

Le agradecí y le dediqué otra sonrisa. Las luces multicolores me cegaron y la música vibraba dentro de mí. Saqué mi teléfono y le mandé un whats a Aiton.

Aiton

Al revisar mi teléfono me di cuenta de que tenía llamadas perdidas y muchos mensajes.

Buscaba mi ropa por el suelo frío de aquella habitación a oscuras.

  • ¿Ya te vas?, quédate un rato – dijo Raúl sentado en la cama.

  • Lo siento, debo irme – dije mientras seguía tanteando con mis manos el suelo.

Por el rabillo del ojo veo como mi acompañante se levanta y enciende la lámpara que está en el buró del lado de su cama. La habitación se iluminó con una tenue luz amarilla que me ayudó a localizar mis cosas. Las cogí y me vestí lo más rápido posible para salir de allí.

Justo en el momento en el que terminaba, unas manos rodearon mi cintura y me pegaron a su cuerpo al tiempo que sus labios secos depositan un beso sobre mi nuca. Su verga gruesa volvía a crecer, la podía sentir a través de mis jeans. Aunque esa sensación hizo que electricidad recorriera mi espalda, fui firme con mi decisión de salir de ahí antes de dejarme tentar por el deseo carnal.

Tomé la manija de la puerta, la giré y justo cuando iba a salir su voz me detuvo.

  • Espera – Raúl sacaba de su saco un pequeño sobre que me extendió – Tu paga. No te veré en unos días, quizá meses. Debo salir por trabajo, pero espero no tardar como antes.

  • Estaré atento a tu regreso.

  • Te voy a extrañar…

Cerré la puerta sin responder. En los pasillos blancos del hotel reinaba el silencio, solo el sonido del latido de mi corazón me acompañaba y uno que otro huésped que acababa de llegar. Salí lo más rápido que pude y me dirigí a la estación de metro con esta sensación que últimamente me invadía, una sensación de asco.

Llevaba poco más de tres años trabajando en esto. Todo empezó cuando descargué una aplicación de citas y encuentros, la persona que me contactó fue un hombre de aproximadamente 40 años. Cuando nos vimos creía que todo marcharía bien, pero al terminar, me extendió unos billetes argumentando “por tu trabajo”. Insistió cuando yo lo rechacé y fue así como él les contó a otras personas y poco a poco fui haciéndome de mis clientes.

Al principio disfrutaba hacerlo. Ver la cantidad de dinero que sacaba en una semana me cautivo, pero en los últimos meses, esa sensación de asco siempre estaba en mí, incluso antes de cada encuentro, pero lo necesitaba, necesitaba el dinero.

Tomé mi teléfono y le envié un whatsapp rápido a Jared: Ya voy en camino, discúlpenme.

Durante el camino esa sensación siguió en mí. El suéter que me había cogido no servía de mucho, pues seguía teniendo frío. Antes de entrar al metro tire a la basura mi playera que Raúl había desgarrado, pero no había nada que pudiera hacer.

Justo en ese momento vibro mi teléfono, era un mensaje de Jared: Avísame cuando estés cerca. Con cuidado. Ese simple mensaje provocó una sonrisa en mí, pero me sentía mal conmigo mismo.

Al salir del metro el aire de la noche me recibió haciéndome tiritar. Caminé a la dirección que habían mandado al grupo. Me encontraba en la zona gay de la ciudad, antros, restaurantes, personas caminando, todo era como una pasarela.

Seguí andando por las calles, le avise a Jared de que ya estaba cerca y casi al segundo recibo una respuesta de que me acerque a la entrada. Al doblar a la esquina, la fila que había para entrar me dejo perplejo. Nunca había visto tanta gente, pero no me detuve. Al llegar a la entrada, vi a Jared a lo lejos y como un chavo hablaba con el guardia de la puerta. Este último me miro de arriba abajo y dando un gruñido me dejo pasar.

Jared

Aiton se veía muy guapo. Las luces del antro jugaban sueños visuales en su rostro que hacían verlo más guapo. Al llegar con todos, le preguntamos el por qué había tardado, a lo que él respondió que se había quedado dormido.

Tomó una de las cervezas que compramos y dejo llevarse por la música. Solo hay que esperar, me decía a mi mismo.

El tiempo pasaba demasiado rápido. La gente bailaba desenfrenada apoderadas de un demonio que les desinhibía y se mostraban tal cual eran.

El lugar era espacioso, pero debido a la gente se reducía el espacio. Me sentía nervioso, Miranda y Erick a mi lado tonteaban un poco. Llevaba poco de conocerlos, por lo que sabía no eran novios, pero tampoco me atreví a preguntar si se gustaban, pero no iba a negar que la química fluía entre ellos.

Por otro lado, Aiton bailaba cerca de mí. Tras el paso de la noche me fui acercando más a él con el corazón latiendo a mil. Nunca me había sentido así, no sabía qué hacer o cómo actuar, debía decirle, eso era seguro.

Me arme de valor, tome a Aiton por la muñeca y le pedí que me acompañara. Caminamos esquivando a las personas, quienes algunas, en un intento desesperado se arrimaban para ver si les dábamos entrada.

  • ¿Jared?

Voltee a ver a Aiton. Mi mano que sujetaba su muñeca paso a posarse a su cadera y lo atraje a mí. Su rostro reflejaba conmoción y sorpresa. Lentamente me fui acercando a sus labios… y le besé.

Fue un beso lento, tranquilo. En un principio se resistió, pero su lengua jugo con la mía. El bullicio de las personas se apagó, la música nos recorría el cuerpo y algunas miradas nos observaban curiosos.

Al separarnos pegué mi cabeza con la de él. Sentía su sudor, sus manos pegarse a mi cadera, su respiración…

  • Me gustas, Aiton.

Hacía calor en el antro, pero mi cuerpo se sentía frío. Sentía un caos dentro de mí, un sinfín de sensaciones, como si fuera verano en mí.

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Pensé que con el paso del tiempo, la interfaz de la plataforma cambiaría JAJAJA, en fin, muchas gracias por llegar hasta aquí. Perdón si se me fueron errores de dedo, lo revisé dos veces, pero siempre se puede ir algo. Espero que haya sido de su agrado, ya les leeré en comentarios. Se aceptan críticas u observaciones, lo que sea, este relato también es de ustedes.También si no entienden algunos términos, diganme.

Les abrazo desde la distancia con mucho cariño. Nos vemos en el siguiente episodio.