Las cosas de mi madre 1
Descubro un secreto de mi madre. Algo que puede acabar en tragedia...
Como cada mañana, desde que nos mudamos a la capital, Sevilla, me despierta el olor a café que prepara mi madre, Ana. Tiene treinta y nueve años, veinte más que yo. De pelo castaño claro, ojos color miel, media estatura…Nací en un pueblo a unos cien kilómetros de Sevilla, en la sierra sur. La razón del traslado fueron mis estudios. Matriculado en la Universidad, Facultad de Física en Reina Mercedes, analizamos el asunto en familia y decidimos que mi madre vendría conmigo y viviríamos en una casa de dos plantas, cerca de la Facultad, que heredó de sus padres, ya fallecidos. Mi padre es propietario de unas tierras, las explota y vivimos desahogadamente.
Mi hermana, de diecisiete años, sigue en el instituto, por lo que se queda con mi padre en el pueblo, hasta que tenga que venirse a estudiar a Sevilla. Mi relación con ella es muy buena, ha sido mi niña mimada, la he protegido siempre de los bestias del pueblo.
Mi madre pensó en alquilar habitaciones a estudiantes, aprovechando que estamos aquí, pero se lo quité de la cabeza, prefiero la tranquilidad y tener gente desconocida en casa no me hace ninguna gracia.
La mayoría de los fines de semana vamos al pueblo, pero otros, son mi padre y hermana quienes vienen a Sevilla.
Tengo tiempo, sigo la rutina diaria que me he impuesto. Mientras mi madre prepara el desayuno, me aseo, me visto, repaso algo del tema del día…
--Buenos días, dormilón. Anoche te quedaste hasta muy tarde en el ordenador…
--Si, mamá, tenía que terminar un trabajo para hoy, ya lo tengo listo. ¿Qué vas a hacer hoy?
--Saldré a dar una vuelta por el centro, a ver si encuentro algo de ropa.
--Vale, hoy salgo tarde, tengo que asistir a todas las clases. Sobre las dos estaré en casa.
Termino mi desayuno, doy un beso a mamá. Al salir a la calle hay un hombre, joven, trajeado, con un maletín en la mano, que iba a llamar al timbre.
--¡Hola, ¿desea algo?
--Hola, buenos días, ¿Doña Ana ------ ?
--Si, es aquí. ¡Mamáaa! ¡Un señor te busca!
Mi madre se asoma, abrochándose la bata de casa.
--¿Quién es?
--Soy yo, señora me envían de la agencia…
--¡Ah, sí! Pase, pase usted.
--Bueno mamá, yo me voy.
--Si, Carlos, yo atiendo a este señor.
Voy casi corriendo, cruzo la avenida de la Palmera, por la calle Páez de Rivera y Reina Mercedes, me acerco al edificio de la Facultad.
¿Qué sucede? Hay gente en los vestíbulos... Me dirijo a un compañero de clase.
--Luis ¿Qué pasa?
--Joder, Carlos. Vaya despiste te gastas, tronco. ¡Estamos en huelga! ¡A que no te acordabas! Jajaja.
--Pues no tío, no me acordaba. Con el lote que me di anoche para terminar el trabajo. ¡Vaya putada! ¡Me voy a casa, joder, vaya mierda!
Tengo un cabreo tremendo, estuve hasta las tres de la mañana para terminar el trabajo y ahora, con la huelga de los cojones, no lo podré presentar hasta la semana que viene.
Abro la puerta de casa, todo está en silencio, mamá se habrá ido al centro. Estoy solo.
¿Solo?...Oigo hablar arriba. Será mamá que aún no se ha ido, estará arreglándose en el cuarto. Mejor, así voy con ella de compras.
Subo la escalera y al acercarme a la habitación de mamá oigo hablar, es la voz de un hombre. ¿En el dormitorio? La puerta está ligeramente entre abierta. La voz…
--¡Ábrete más, Ana!
--¡Si, mi amor! ¡Métemela toda!
Un escalofrió recorre mi espalda. Miro por la rendija de la puerta y lo que veo me deja sin respiración. Mi madre, totalmente desnuda, boca abajo, apoyada sobre sus rodillas y los hombros, sobre la cama, con una mano en cada nalga, abriendo el culo y ofreciéndoselo a un desconocido, desnudo, agarrándose la polla, apuntando al ano de mi madre y penetrándola, poco a poco, pero sin descanso.
¿Qué ocurre? ¿Sufro una alucinación? ¡Esto no puede estar pasando!
Se me aflojan las piernas y estoy a punto de caerme. Un temblor incontrolable, una opresión en el pecho, abro la boca para gritar, pero no sale ningún sonido de mi garganta. Me apoyo en la pared, para no caerme al suelo. Refriego los ojos con mis manos, deseo que todo haya sido una falsa imagen, una alucinación. Pero no, la realidad es tozuda. Miro de nuevo y allí estaba ese hijo puta follándole el culo a mi madre.
Pero que digo. ¡Si el hijo puta soy yo! Mi madre es una fulana. No quiero pensar más. Me retiro, cobardemente, a mi habitación, cierro la puerta y espero escuchando. El corazón me late a mil, tengo la sensación de que se me va a salir por la boca. Me calmo un poco. Salgo de nuevo al pasillo y me acerco a ver qué hacen, siguen follando, se cambian de postura, mamá se traga la verga del desconocido por todos los agujeros de su cuerpo. Vuelvo a mi habitación. Poco después oigo voces que se acercan por el pasillo, la habitación de mi madre esta al fondo y la mía al inicio de la escalera. Es la voz de mi madre.
--Bueno para otra vez ya lo sabes, llama al número móvil que te he dado y así no habrá sorpresas. Mi familia no sabe nada de esto y no deben enterarse.
--Lo siento, Ana. Yo no sabía nada, en la agencia me dieron tu dirección y que estabas disponible de nueve a once de la mañana, el fallo ha sido mío, por llegar antes de las nueve.
--Bueno, no te preocupes, no ha pasado nada. Y ya lo sabes, me llamas directamente. A través de la agencia te saldrá más caro. Un beso.
Todo esto lo he oído porque, inmediatamente después de pasar ellos ante mi puerta, la abrí, sigilosamente y bajé la escalera para ver cómo, antes de abrir la puerta de la calle, se comían la boca los dos.
Me quedé sentado en el rellano de la escalera, estaba destrozado ante la evidencia.
¡Mi madre trabajaba como puta para una agencia!
--¡¡Ahhh!! ¡¡¿Carlos, qué haces aquí?!!
--¡¿Tú qué crees?! ¡Ver como mi madre se deja follar el culo, por un tío, le pone los cuernos a mi padre y hace que me sienta como una mierda! ¡¡Eres una putaaaa!!
--¡Hay señor, dios mío, que he hecho!
Cubre la cara con las manos y llora. La bata se le abre y puedo ver la pelambrera negra de su coño, los pechos, que me dieron de mamar, la parte interna de los muslos con restos de la corrida del tipo, supongo, porque parecen mojados. Cierro los ojos. No quiero ver más, pero la naturaleza, la curiosidad, me obliga a abrirlos y fijarme en el cuerpo, hermoso, de mi madre, que con los sollozos ha olvidado cubrir.
Y me excito. Mi verga pugna por salir de su encierro. Mi mente no puede asimilarlo.
¡Joder, que es tu madre! ¡¿Estás loco?! ¿Cómo puedes excitarte con ella?
Pero ante el llanto convulso de esa persona a la que quiero, como mi madre que es, no puedo evitar acercarme a ella y darle un abrazo, tratando de calmarla.
--¡Ya está, mamá. Ya está bien! No llores más. Vamos, te llevaré al baño, estás hecha un asco.
Ella se refugia en mi pecho, mido un metro ochenta y ella apenas uno sesenta.
--Te doy asco, ¿verdad?
--No, mamá. Tú no me das asco, es lo que llevas encima, entre las piernas, la corrida de tú “cliente”.
--¡Qué vergüenza! ¡Por lo que más quieras, Carlitos, no le digas nada a tu padre!
--No te preocupes, ahora cálmate. Dúchate y luego hablamos.
La llevo a la ducha y al quitarle el albornoz, se cubre los pechos con un brazo y una mano en su sexo. Abro el agua y espero un poco hasta que salga templada. Suavemente la empujo debajo del chorro, le derramo un poco de gel de baño por la espalda y con la esponja voy frotando su cuerpo.
--No hace falta que te tapes, mamá. Te lo he visto todo ya. Nunca te había visto desnuda, hasta hoy. Y si quieres que te diga la verdad, estas muy buena. No me importaría tener un rollo contigo.
--¡Pero ¿Qué dices? ¿Estás loco? ¡Soy tu madre!
--¡Sii, y yo tu hijo!. Pero tienes que reconocer que ya no podremos vernos como antes. Esto que ha ocurrido hoy lo cambia todo. Desde luego cambiará nuestra relación futura.
--Cambiará ¿En qué sentido? No querrás aprovecharte de lo que sabes ¿No?
--Y, ¿por qué no? Bueno, vamos a dejar eso. Ahora quiero que me cuentes cómo te metiste en esto. ¡Con pelos y señales!
Ya más limpia, la cubro con una toalla de baño y la voy secando. Desde atrás, paso mis brazos bajo los suyos y acaricio los pechos. Trata de impedirlo, pero soy más fuerte, atrapo los pezones y los aprieto, hasta hacerla gritar.
--¡¡¿Qué haces?!! Me duele.
--Más, mucho más me duele a mí, lo que he descubierto, lo que haces. Anda, vamos a tu cuarto.
--¿Así, desnuda?
--Si, me gusta verte así. A partir de hoy, cuando estemos solos, estarás desnuda en casa. Me gusta verte.
Por el pasillo voy tras ella, admiro su figura, la curva rotunda de sus caderas. Tiene unas piernas preciosas. La cintura estrecha y la suavidad de la espalda conforman un cuerpo delicioso. Nunca había llamado mi atención, pero después de lo que ha ocurrido hoy, mi percepción ha cambiado. Ya no es solo mi madre. Ahora la veo como mujer, como una mujer muy atractiva.
En el dormitorio se sienta en la cama, la cabeza agachada, intenta que se vea lo menos posible de su sexo, juntando los muslos y se intenta cubrir los pechos. Con suavidad retiro sus manos y las coloco sobre la cama. Me siento más tranquilo, domino la situación. Al menos eso creo.
--Ahora, dime. ¿Cómo te metiste en este lio?
Respira profundamente.
--Carlos, ¿Porqué no olvidamos esto? ¡Déjalo estar así!
--¡¿Cómo?! ¿Qué lo deje estar? Mamá, acabo de ver cómo te abrías las nalgas y un imbécil te metía la polla por todos tus agujeros. Te ha estado follando durante dos horas. ¡Esto no podré olvidarlo jamás, mamá!.
--Entonces ¿Qué quieres? ¿Follar conmigo? ¡Vamos! ¡Hazlo! ¿Serás capaz?
--Creo que sí, mamá. Mira como me tienes. Me siento como un cerdo, pero me he excitado viendo cómo te follaban.
Desabrocho el cinturón, el pantalón y salta mi verga, como impulsada por un resorte. Me mira espantada. Se cubre la cara, pero no deja de mirar mi instrumento.
--Carlos, no lo hagas, te lo suplico.
--No lo haré…Aún… Mamá. Ahora responde a mi pregunta.
Me subo el pantalón y encierro a la culebra. Ella respira más tranquila.
--Pues, no sé cómo empezar. Es una historia muy larga.
--Empieza por el principio. ¿Cuándo perdiste tu virginidad? Porque dudo que fuera con papá.
-- No, cuando tu padre empezó a salir conmigo ya llevaba muchos polvos en mi cuerpo. Fue con mi primo Luisito. Tendría unos once o doce años, aún no tenía la regla. Durante los veranos nos íbamos toda la familia al pueblo, excepto mi padre, que se quedaba trabajando. Nos alojábamos en casa de mi tío Luis y allí empezamos a jugar, a las casitas, y de juego en juego acabamos haciéndolo. Mi primo tenía cuatro años más que yo, así que te podrás imaginar el resto.
--O sea, pasabas los veranos follando con tu primo.
--Bueno, sí. Pero no solo con él. Tenía algunos amigos y nos íbamos al campo, entre los árboles, a jugar. Yo me colocaba en el hueco de un gran árbol, de pie. Los amigos de mi primo hacían un sorteo, con pajitas, a quien le tocara la más larga, podía follar conmigo. Eso duró hasta que tuve la primera menstruación. Entonces mi madre me aleccionó. Ya corría el peligro de quedarme embarazada, así que dejé de jugar.
--¿Y luego?
--En el colegio y en el instituto tuve rolletes con algunos chicos. No dejaba que me follaran por miedo a un embarazo, hasta que mi madre, temiendo lo peor, me llevó al médico para que me recetara anticonceptivos. Tenía un medio novio que me prestaba a sus amigos, a mi me gustaba. Nos reuníamos en casa de un amigo que le daba dinero a su madre, viuda y a su hermana para que se fueran al cine y nos dejaran el piso. Yo entraba en una habitación, totalmente a oscuras, me tendía en la cama, desnuda, entraba uno, me la metía, se corría, salía, entraba otro, lo mismo. Así llegué a follar con cinco chicos, no sé cuantas veces. Pero fue en la universidad donde descubrí que tenía un cuerpo por el que pagaban los hombres. Una amiga mía se costeaba los estudios y algunos caprichos, con el alquiler de su cuerpo. Cuando lo descubrí me quede pasmada, pero luego me fue explicando cómo funcionaba la cosa y acabé viéndolo como una actividad más. Un trabajo bastante bien pagado.
--Sigue, cuéntame cómo fueron tus primeros, trabajos como puta.
-- Dicho así, resulta ofensivo. Pero sí, era y soy una puta, no puedo negarlo. Y mucho menos a ti, que ya lo has visto.
--No puedes imaginar lo que he estado a punto de hacer. Mi primer impulso fue entrar, coger a ese mequetrefe por el cuello y cargármelo. Pero pude contenerme y me marché a mi habitación a pensar en lo que había visto y oído. Y llegué a una conclusión. Soy un hijo de puta…..Y voy a ejercer como tal.
--Qué quieres decir. Me das miedo hijo.
--No te preocupes. Por mí nadie sabrá nada, si te portas bien, claro. Sigue con tu historia. Como fueron tus primeras veces como ramera.
--Mi amiga me llevó a una casa en el centro, cerca de la Plaza de la Encarnación. Era grande, tenía dos salones grandes, varias habitaciones con baño, incluso algunas con yacusi. Todo muy lujoso. Me presento a una señora, Magda, se llamaba, de unos cincuenta años, muy guapa y cuidada para su edad. Me explicaron cómo funcionaba el negocio. Me daban un número de teléfono, yo llamaba cuando quería y les decía los días y las horas que podía trabajar. Iba a la casa, me arreglaba para recibir a los visitantes, junto a las otras chicas. Antes de salir mirábamos por una ventanita a los clientes, por si alguno era conocido y así no tener problemas. Paseábamos ante ellos, y elegían a quien querían, pasábamos a la habitación y ofrecíamos los servicios que solicitaban. Pasado algún tiempo pasé a acompañar a clientes. Ella me concertaba las citas, en su casa o bien donde tenía que ir, normalmente hoteles.
--¿Te llegaste a enamorar de algún cliente? ¿Hubo alguien especial?
--Si, en una ocasión me quedé enganchada con un hombre, repetía casi todas las semanas, hasta me propuso casarme con él. Pero al final lo pensé y me dio miedo. Era violento, me gustaba su modo de someterme. Era duro en ocasiones, pero otras veces muy tierno y cariñoso. Quiso obligarme a hacerme un tatuaje con su nombre en el pubis y ponerme un piercing en el clítoris. Cuando me negué me dio una torta, yo le di otra y me marche. No lo he vuelto a ver. Por lo demás, ¿Qué te puedo contar? Me daban la dirección iba, atendía los caprichos del cliente, trataba de satisfacerlo y nada más. Cuando disponía de tiempo los encuentros eran en la casa, allí estaba más protegida. Si algún cliente se pasaba lo ponían de patitas en la calle. Incluso se de alguna que otra paliza por agredir a una de nosotras. Nos llamábamos escorts, no nos gustaba que nos llamaran putas o prostitutas. Yo prefiero chica de compañía, de hecho así era. Los clientes pagaban por la compañía de una muchacha con quien hablar de cualquier tema, salir a cenar, tomar copas, bailar y después pasar un buen rato en la cama.
--¿Durante cuánto tiempo? Por lo que he visto lo has hecho estando casada ¿No?
--No. Estuve trabajando como escort un año. Cuando empecé a salir con tu padre lo dejé. Luego me quedé embarazada de ti, nos casamos y nos fuimos a vivir al pueblo. Allí no hubiera podido hacerlo, aunque quisiera, tampoco quería.
--Creí haber sido feliz durante muchos años cuidando de mi familia, pero al venirnos aquí…
--Una mañana estaba sola, hace dos semanas, tú estabas en la facultad y me fui a dar una vuelta, mira por donde me encontré, por casualidad, en la puerta de la casa donde empezó todo. No pude evitar la tentación de entrar y ver si quedaba alguien conocido, y lo había. Una señora que veinte años antes entró, muy jovencita, como chica de la limpieza, me reconoció. Nos saludamos y me estuvo contando lo que había pasado en todos estos años. La casa de citas, seguía funcionando, pero la dueña había fallecido cinco años atrás y ahora estaba regentada por un hijo suyo, homosexual y su pareja. Me acompañó al despacho, donde me presentó a los nuevos dueños del negocio. Resultaron ser muy amables y simpáticos, recordamos viejos tiempos, charlando de unas cosas y otras me propusieron volver a trabajar para ellos, aunque no podía hacerlo en la casa, ya que no aceptaban chicas mayores de treinta y cinco años, pero sí podía hacerlo aquí en casa, ellos me enviarían los clientes en las horas que yo les indicara.
--Y aceptaste, por lo que he podido comprobar.
-- Si, la verdad es que la invitación me produjo un extraño cosquilleo en el estomago…Y más abajo. Carlitos, tu padre hace tiempo no me presta atención, yo lo he intentado todo para que nuestra relación mejorara. Pero era inútil. La idea de volver a sentirme deseada, la sensación que me producía saber que había hombres dispuestos a pagar por estar conmigo. No lo pensé. Acepté. Puse algunas condiciones, tratando de que esto no afectara a nuestra familia. Pero ya ves, no lo he logrado, al final me has descubierto.
--Entonces, desde cuando has vuelto a putear.
--No me hables así, por favor. Es verdad, soy una puta, pero esa palabra en tus labios me duele. Este hombre que has visto es el tercero, o sea han sido tres veces, pero eso creo que importa poco. Ahora tienes en tus manos el futuro de los cuatro, tu padre, tu hermana, el mío y el tuyo. De lo que hagas dependerá nuestra vida de ahora en adelante. Así que piénsatelo bien. He cometido errores, es cierto, pero si lo cometes tú, puedes destrozar nuestra familia.
--¡Vaya! ¿Ahora resulta que si nos vamos al carajo es por mi culpa? De eso nada. La única responsable de este follón, nunca mejor dicho, eres tú y debes asumir las consecuencias.
--Cierto. Soy la responsable de todo. Pero si tú no me delatas, si no se entera nadie más, podemos seguir con nuestras vidas. No volveré a hacerlo. Te lo prometo. Lo dejaré todo, lo olvidamos y seguimos adelante.
--¿Tú crees que puedo olvidar lo que he visto? No, mamá. Esto ha sido muy fuerte. Cada vez que te mire, veré tus nalgas abiertas y la polla de ese tío entrando y saliendo de tu culo mientras gritabas. ¡Mas! ¡Mas! ¡No, no podré olvidarlo jamás!
--Pero debes intentarlo, Carlos, por tu bien y por el de todos.
--¡No y no, mamá! ¡No puedo evitar excitarme con ese recuerdo! Con la imagen de tu cuerpo desnudo. Te juro que siempre te he visto y querido como madre. Nunca me he fijado en ti como objeto sexual. Pero ahora te veo como mujer. Como una mujer muy bella que me pone la polla muy dura. ¡Mírala!
Efectivamente tenia la verga enhiesta, la saqué y se la mostré. Ella estaba sentada en el borde de la cama y al ponerme de pie se la puse a la altura de su cara.
--¡Joder, Carlos! ¡Aparta eso, por lo que más quieras!
--No puedo mamá, entre otras cosas porque lo que más quiero ahora eres tú. Te deseo, quiero poseerte, sentirme dentro de ti, quiero que seas mi puta particular, que satisfaga mis deseos y me dejes satisfacer los tuyos.
--¡Carlos, eres mi hijo! ¡No podemos hacer esto! ¡No está bien! No quiero, hijo.
--Pero yo sí, mamá. No voy a utilizar la violencia física, pero si me rechazas te descubriré y lo mandaré todo a la mierda. Tú decides.
Muy compungida, suspira profundamente, coge mi miembro con una mano y lo lleva a su boca, mientras con la otra mano acaricia los testículos. Me sorprende su acción, apoyo mis manos en sus suaves hombros y atraigo su cuerpo.
La excitación acumulada por los hechos de la mañana, más lo que estaba aconteciendo me llevó a un rápido orgasmo que me hizo tambalear, empujándola y cayendo sobre ella en la cama. Me deslice lateralmente para quedar boca arriba junto a su cuerpo. Sentir el calor de la piel, la suavidad, el olor de su pelo, recién lavado me transportaron al paraíso.
--¿Era esto lo que querías? Ya puedes decir que soy tu puta.
Al oír esas palabras en boca de mi madre me invadió una extraña sensación de amargura. ¡¿Qué había hecho?! ¡Había obligado a mi madre a comportarse conmigo como con un cliente! ¡Yo no quería eso!
Me giré de lado, dándole la espalda, encogí mis piernas, adoptando una postura fetal y lloré. Cubriendo la cara con las manos no pude evitar las lágrimas que corrían por mis mejillas. Sentía un profundo dolor por el terrible descubrimiento que había hecho, mi madre era una puta. Pero además, el sentimiento de culpa por haberme aprovechado de ese conocimiento, me hacía sentir fatal.
Ana se mantuvo tendida, boca arriba, inmóvil. También lloraba.
Poco después se levantó, se puso la bata de andar por casa y salió de la habitación.
Yo me compuse el pantalón y bajé a la cocina. Ella estaba sentada ante la mesa, con la cabeza agachada, abatida por la tristeza. Me arrodille en el suelo y rodee sus piernas con mis brazos, recostando la cabeza sobre sus rodillas.
--¡Perdóname, mamá! Por favor, no te enfades conmigo.
--No, mi vida. No estoy enfadada contigo, es por lo que he hecho. Tú estás en tu derecho de echarme en cara mis errores, soy yo y solo yo, la culpable de todo. Quizá haya sido mejor así. Hablaré con tu padre y buscaremos una salida a esta situación.
--¡No, mamá! No tienes por qué hacerlo. Yo no diré y tampoco te exigiré nada. Esto quedará entre nosotros. Solo te pido que no vuelvas a hacerlo. Me he sentido muy mal por obligarte a…
--No, cariño. No me has obligado a nada. Lo he hecho porque quería hacerlo y me ha gustado. Ahora puedo hablar con total libertad contigo. El “cliente” me ha dejado caliente, la excitación me ha impulsado a cogerte el pene y chuparlo.
--Entonces… ¿Sigues caliente, no?
--No puedes imaginarte como. Hacía años que no me sentía así.
--¿Lo harías ahora conmigo? Sin obligarte, solo si tú lo quieres.
Acariciaba mi cabeza, enredando los cabellos con sus dedos. Se inclino hasta besarme la mejilla, me incorporé y, arrodillado como estaba, nos miramos a los ojos, no lloraba, su mirada era de deseo, pero era el mismo sentimiento que me embargaba, sentía arder mi pecho. No pude evitar acercar mi boca a la suya, ella aceptó, nuestros labios se acariciaron. Nos abrazamos, pasé una mano por su cabello, suave, aún húmedo. El calor, el aroma de su cuerpo invadió mis sentidos, cerré los ojos y me dejé, nos dejamos llevar, por la vorágine de sensaciones que nos envolvían. Suspiró profundamente, con sus manos en mis mejillas seguimos besándonos, ya los labios no eran suficientes, eran nuestras lenguas las que pujaban por penetrar la otra boca.
En el fondo de mi mente, una frase se repetía. ¡Es mi madre! Pero, esta idea, lejos de apagar el fuego de mis entrañas, lo avivaba.
Mis manos se perdían bajo la bata, acariciaba su desnudo cuerpo, los pechos no muy grandes, algo caídos, en mis manos, eran como carbones encendidos. Los pezones reaccionaban al contacto de mis dedos endureciéndose, los besé, los chupé y mamé de ellos como cuando era un bebé.
--Chupa la teta de mamá, hijo. No imaginas el placer que me dabas al mamar cuando viniste al mundo. En el fondo he deseado siempre que esto ocurriera.
Dibujé las suaves curvas de las caderas, las sinuosas líneas de los muslos, el deseado triángulo entre las ingles. Abría las piernas y ofrecía el sabroso fruto prohibido a mi concupiscencia.
Enterré mi faz en aquella sinuosa oquedad, saboreé los jugos del amor más sublime que imaginar pudiera. Y de nuevo asomaron las lágrimas a mis ojos, pero estas no eran de culpa, sino de gozo, de pasión, de una inmensa sensación de felicidad que me abrumaba…
Mi madre, con sus delicadas manos sobre mi cabeza, me estrechaba contra su vientre, como queriendo introducirme en el seno materno de donde salí.
Su respiración acelerada, el temblor de las piernas, los embates de sus caderas hacia adelante y atrás, anunciaban el inminente clímax…Un grito, un estertor y un tirón de pelo, fueron la culminación de este lance.
Me incorporé y nuestras bocas se unieron de nuevo, saboreó sus propios jugos de mis labios, su lengua recorría mi cara, mis brazos la rodeaban con la fuerza de la pasión impura que inundaba nuestros corazones, que latían desbocados.
Jamás había sentido tanto amor, tanta pasión.
--Carlos, amor mío ¿Qué hemos hecho?
--Algo maravilloso, mamá. A juzgar por lo que siento. Vamos arriba, quiero amarte, poseerte, hacerte mía y ser enteramente tuyo. Te amo, Ana. Ya se me hace difícil decirte mamá. Para mí, ahora, eres mi amada, mi esposa. Lo que siento por ti es desconocido para mí. Nunca antes había experimentado nada parecido por nadie. Ana, quiero satisfacer todos tus deseos, que no tengas que recurrir jamás a nadie. Me tienes a mí, como tu más fiel amante.
--No te equivoques hijo. Para mí serás siempre mi niño, el que parí, amamanté, cuidé y amé desde que sentí tu primera patadita en mi vientre. Pero tienes razón en algo, esto que nos ha ocurrido hoy, ha cambiado nuestra vida para siempre. Espero y deseo que para bien. Vamos arriba, yo también ardo por tenerte dentro de mí, hace mucho tiempo que no me sentía tan feliz. Ya no me importa nada la moral las prohibiciones y los tabúes. Pero cuidado, esto que hacemos está muy castigado socialmente, debemos ser muy cautos, si queremos seguir amándonos.
De la mano subimos la escalera que nos transportaba al paraíso, caricias, besos, fuego en la piel. Al llegar al dormitorio se desprendió de la bata, me desnudé y abrazados nos dejamos caer en el tálamo.
--Ana, amor mío, este es nuestro primer encuentro nupcial, somos un hombre y una mujer que se aman y están a punto de satisfacer sus deseos.
--Sí, Carlos. Pero con el morbo añadido de ser madre e hijo que van a consumar un incesto. No lo olvides. Ahora, hazme tuya, penétrame, atraviésame con tu espada y hazme morir de gozo.
Se tiende y la cubro con mi cuerpo, abre las rodillas para permitir mi incursión. La penetración es lenta, con parsimonia, sin dejar de acariciar sus pechos, besar los labios. Sus pies en mis nalgas, empujan para facilitar la entrada en la cavidad, cálida, húmeda, acogedora…
Vivo un sueño, sus caderas inician un vaivén circular que me enloquece. Pienso en las veces que lo habrá practicado con sus clientes. No me importa. Sabiamente me lleva, nos lleva a ambos a una vorágine descontrolada de sensaciones, de sentimientos, de placer jamás vivido, hasta culminar en un orgasmo brutal, por mi parte y una cadena de explosivos espasmos de mi amada madre, hasta quedar los dos exhaustos, derrotados, intentando normalizar la respiración, dando grandes boqueadas de aire.
--Mamá, ha sido genial. No me había pasado esto nunca. Hemos llegado los dos al mismo tiempo ¿No?
--Sí, mi vida. También yo hace años que no me corría así. Eres un gran amante, las chicas se volverán locas por ti.
--¿Qué chicas mamá? La única chica que quiero está aquí, a mi lado. ¡Tú eres mi chica. No quiero otra.
--No Carlos. Esto que nos ha ocurrido no debe desviarte de tu senda. Encontraras una muchacha que te quiera y con la que formaras una familia. Lo que pase entre nosotros no debe alterar eso. Tú debes seguir tu camino, aunque yo te ayude. Cuando me necesites, allí estaré, a tu lado. Pero no para estorbar tus relaciones, sino para reforzarlas. Te aconsejaré y te apoyaré, pero esto terminará algún día, cuando te enamores de otra, entonces yo me retiraré y seré feliz de saber que has encontrado la mujer que te merezca. Quiero nietos, mi amor. Pero dejemos esto para más adelante. Lo primordial ahora es tu carrera, por eso no debes distraerte conmigo. Yo te relajaré, cuando lo necesites, para que tus horas de estudios sean más eficaces.
--Vaya, acabas de volver a ser mi madre, yo quiero a mi amante.
--Sí, y volveré a ser tu amante, cuando te lo ganes con tus triunfos académicos. Sé de algunos chicos que han perdido el rumbo al emperrarse con una chica. Lo he vivido en mis propias carnes. Hace años tuve como cliente a un muchacho brillante, con un gran futuro, se encaprichó conmigo, se gastaba todo lo que le enviaba su familia, para costear sus estudios, por estar en mi compañía. Yo era muy joven, no me daba cuenta del daño que le hacía, que él se hacía. Acabó dejando la Universidad y desapareció. Por un amigo suyo supe que había vuelto a su pueblo y trabajaba como jornalero. No quiero que te ocurra nada de eso a ti, mi amor.
--¿Y qué vamos a hacer con papá? Porque no pensaras dejarlo ¿No?
--No, seguiremos como hasta ahora, pero sin citas, para calmar mis ardores te tengo a ti. Tú me ayudas, yo te ayudo…Pero, dime…¿Qué haces aquí? ¿No tenias que estar en la Facultad?
--Pues sí. Pero habían programado dos jornadas de huelga y no me acordaba, por eso me volví a casa y te pillé in fraganti. Por cierto, yo no lo he probado nunca por el culo. ¿Puedo?
--No sé, ¿Puedes?
--Tu qué crees, mira.
Mi verga estaba de nuevo en forma y dispuesta para la batalla. Sonreía, la acarició, acerco los labios y se la tragó, entera. Me dejó al alcance de mi mano su delicioso culito, me coloqué bajo ella y lamí su vulva mientras insertaba un dedo, dos, tres, en su ano. Entraban con suma facilidad. Con mi saliva y los fluidos de su vagina engrasé el orificio.
--Mamá. ¿Te gusta que te follen el culo?
--Si, corazón. Pero tu padre no me lo ha hecho nunca, le parece asqueroso. Se lo comenté una vez, al principio de salir y ante su respuesta no insistí más. Yo he seguido haciéndomelo con dildos, era la única forma de satisfacerme… Anda, métela ya, lo estoy deseando. Hazlo despacio, yo te marcaré el ritmo. ¿Vale amor?
--¡Ahhh! Qué delicia de culo, mamá, papá es tonto, desperdiciar esto es imperdonable.
Agarrando sus caderas, presionando su esfínter que cede con facilidad, me muevo despacio, como ella me indica, hasta llegar al fondo de su intestino. Mueve sus caderas, de nuevo el movimiento enloquecedor, es como una batidora lenta, la compresión que ejerce sobre el pene es alucinante. Hoy llevo dos eyaculaciones, esta vez espero que se retrase para hacerla correr más veces. Pasa la mano entre los muslos y acaricia los testículos y su vagina, los movimientos se aceleran, grita.
--¡Más. Más! ¡Más rápido! ¡Rómpeme el culo!
Empuja su cuerpo hacia mí para enterrar totalmente mi verga en su culo. Hay un momento que me da miedo. Tengo la sensación de que me puede arrancar mi pene apretando con los músculos de su esfínter y tirando de mi. El grito es mayor que el de antes. El orgasmo es impresionante. Se deja caer sobre la cama, encogiendo y estirando las piernas, los ojos muy abiertos, la boca de par en par, temblando toda ella. Llega a asustarme, parece un ataque epiléptico. La acuno entre mis brazos cubriéndola de besos hasta tranquilizarla. Ya más calmada me mira, sonríe.
--Gracias, mi vida. Me has hecho gozar como nunca nadie. No te asustes. Mis orgasmos son así, explosivos, pero nunca me había dado tan fuerte.
Me invade una inmensa ternura. Estoy empezando a comprender a esta mujer. Mi madre. Las cosas de mi madre.