Las confesiones del cura Sebastián
El cura Sebastián es un cura joven y atractivo, y las jovenes del pueblo no pueden resistirse ante el, ni el tampoco ante ellas.
Las confesiones del cura Sebastián
El cura Sebastián no era un cura como los demás de aquella época, la del franquismo. Era un cura bastante joven, de unos veinticinco, y un poco rojo. Muchas de las jóvenes chicas de aquél pueblo de León, donde se encontraba Sebastián, iban detrás de este párroco. A el le gustaba Helena, una mujer joven, de la misma edad que él. Aunque este intentaba olvidarla, ya que era una tontería enamorarse de una persona, siendo cura, y a demás, le había despertado la curiosidad de cómo sería practicar el sexo.
Sebastián entró en el confesionario de su iglesia, como hacía cada domingo por la tarde. Era ya verano, y sudaba en cantidad allí dentro. Ya habían pasado por allí las típicas ancianas que confesaban sin haber hecho nada. De pronto llegó alguien que no se esperaba. Helena había ido a confesarse. Resopló un poco por la euforia de haber corrido.
Padre, he cometido algo muy grave.
Tranquila hija, confiese en la casa de Dios, y será perdonada.- le contestó Sebastián.
Es imperdonable...
No creo que sea para tanto.
Me he enamorado de una persona...
Sebastián intentó contener su rabia.
Eso es muy normal en la vida, hija
Ya, pero no cuando es... el cura.
A Sebastián le recorrió un frío por la espalda y le contestó a la joven:
Yo también tengo que confesarle algo, Helena.
La chica quedó perpleja y anotó el cura:
Me he enamorado de usted.
El cura pudo ver tras las rejillas la sonrisa de alegría de Helena, y Sebastián abrió la puertecita para que ella pudiera pasar. Entró sigilosamente. Sebastián la rodeó con sus brazos mientras se daban un beso con lengua apasionado y el le desabrochaba el lazo de la espalda del vestido de la chica. En un SANTIAMÉN el vestido morado de la chica ya estaba en el suelo. Le arrancó con vicio el sostén a la joven, y agarrando con su gran mano los pechos de Helena, ya que nunca los había tenido tan cerca. Acarició con su lengua los pezones rosados de la joven, aún virgen. El cura Sebastián sobaba las tetas de Helena y las lamía viciosamente. Sebastián dejó que su amada le quitase la ropa, y ella contempló el gran miembro erecto de su cura, ansioso por poder mojar. Una auténtica polla de más de veinticinco centímetros. Helena pasó su mano por el pene caliente de Sebastián, que disparó un chorrito de leche. El cura metió su mano en el interior de las bragas de la chica, y introdujo sus cinco dedos en su vagina. Ella dejó escapar un potente gemido por el dolor que le había causado. Sebastián arrancó las braguitas y contempló desnuda a la preciosa Helena. El cura metió a Helena entre sus piernas y ella abrió sus patas. Sebastián introdujo profundamente su polla, dándole caña en el coño de la joven, una y otra vez, fuertemente sin importarle el dolor de ella. Una anciana entró en la iglesia y observó como el confesionario se movía bestialmente, y chillando salió del monasterio. Helena gritaba y jadeaba como una loca mientras se agarraba al pelo de su amado sacerdote. Sebastián metía y sacaba brutalmente, destrozándose vivo su mimbro y el de su amada. Salía sangre de la concha de Helena y del rabo de su cura, pero a ambos le daba absolutamente lo mismo. Helena rodeó con sus piernas el cuerpo de Sebastián y este metía ansiosamente su polla sin cansarse. Estrelló a la joven contra la pared mientras Sebastián la seguía metiendo brutalmente. El cura agarraba con fuerza las dos campanas de Helena mientras esta chillaba de dolor, morbo y placer. La polla se deslizaba entre los jugos de Helena y el semen blanco del cura, mientras la metía en el coño de la chica, chocándose contra la pared.
Ohh, síííí, ¡Dios mío!.- gritó Helena.
Sebastián sacó su pene flácido, para que oxigenara. Helena se lo llevó a la boca y la mamó. El cura había cumplido su fantasía sexual, lo que siempre había deseado. Gimió mientras su amada se la chupaba con la lengua, recogiendo sus jugos mezclados con su semen. Helena acariciaba con sus dedos su ano mientras lamía la polla de su cura. Un cosquilleo recorrió la punta del zipote de Sebastián, y empezó a descargar a toda velocidad y sin parar su leche, que se iba introduciendo en la boca de Helena y le obligaba a tragar.
Las confesiones del cura Sebastián II: La venganza de Don Cristo
Hacía ya más de un año desde que se tiró a Helena. No pensaba en otra cosa más que en follar y follar, y se mataba a pajas con revistas guarras. Por suerte, había podido mantener en secreto su relación con Helena, y seguía haciendo el amor con ella en el confesionario y fuera de el, y solía masturbarla con crucifijos.
Sebastián tan solo tenía veinticuatro años y era más grande que un armario, y a aparte de Helena, satisfacía a todas las jóvenes de su edad. Pero notaba la presencia y furia de Cristo junto a él, y que no andaba en buen camino. Pero un día ocurrió lo que nunca creía Sebastián que pudiera suceder.
Estaba dando la misa una mañana de domingo. Todas las jóvenes a las que se ligaba siempre iban a escucharlo, y le sacaban la lengua sensualmente.
Después de soltar las chorradas que decía cada semana vio entrar por la parroquia a una preciosa mujer vestida de monja, acompañada de Don Marcial, el jefe cura. Todos los vecinos del barrio comenzaron a marcharse, y don Marcial se acercó a Sebastián, con aquella maciza mujer.
- Sebastián, te presento a María, tiene veinte años. Sus padres la han metido a monja por unos... unos asuntos... algo personales.-dijo el cura mirando a todos lados.
Sebastián no apartaba la mirada de los grandes senos de María. "Al menos una 100", pensó Sebastián.
Se le estaba poniendo tiesa, y además le daba morbo el nombre de María. "Tiene una cara cachonda que no puede con ella, ya se yo cuales son sus asuntos personales".
- Sebastián, enséñale las instalaciones de la parroquia mientras yo voy a tomar algo.
Sebastián asintió y don Marcial se fue. Sebastián le enseñaba las instalaciones a María. Su culo se marcaba en aquella túnica arrapada, y dio cuenta de que María llevaba tanga. Sebastián se llevó a María a su dormitorio para que lo viera, y para ver si conseguía algo con ella. María entró mirando todos los rincones de la habitación. Sebastián no lo pudo remediar, y extendió su mano hacia las nalgas de María, y apretó con sus manos el hermosos culo de la joven monja. Esta dio un gemido y se giró de repente.
-¿Pero que haces?
Me pones mucho, María. Pero entiendo tu rechazo, perdón, mejor olvidar esto.
No, fóllame aquí mismo.
Sebastián se lanzó sobre ella, y le quitó con brutalidad la túnica. Ella le quitó la ropa a Sebastián y le quitó los calzoncillos. María observó la verga de Sebastián, larguísima y gorda, y pensó si le cabría en la boca. Los dos estaban desnudos sobre la cama. Sebastián estaba de rodillas sobre la cama y María con el culo en pompa, observando la verga del cura.
- Chúpamela, preciosa.
María abrió la boca y se metió la punta de la polla de Sebastián en la boca, y mientras mamaba le miraba a los ojos cachondilla. María sacó la lengua y acarició el zipote de Sebastián unas cuantas veces, mientras este gemía de placer. María le mamó tanto como supo y le hizo una paja turca, hasta que el semen de Sebastián salió disparado, y María abrió la boca, y el semen le entró en su boca, y se le desparramó por las tetas, y los pezones se le irritaron y se le pusieron duros como piedras. Sebastián le agarró la cabeza a María y la manejaba para que se la chupase. Después de un rato de felación María puso su culito en pompa, y Sebastián lo acarició, y restregó su pene por el ano de María. No pudo remediarlo, y metió su enorme polla de repente en el culo de María. Está chilló de dolor, y lloraba, pero el sufrimiento se convirtió en gusto.
La había penetrado muy brutalmente, sin lubricación ni nada, y el ano de María comenzó a sangrar. Al principio todo iba lento, pero Sebastián comenzó después a bombearle el culo a María, tan fuerte que ella se alzaba por la penetración. La polla de Sebastián entraba a una velocidad increíble, y su verga se escurría de vez en cuando hacia fuera. Sebastián volvió a correrse, esta vez menos, empapando el culo y la espalda de María. La monja le lavó la polla con su experta lengua. Sebastián la tumbó poca arriba y ató las manos de María en la cabecera de la cama. El cura se tumbó sobre ella, y María rodeó la cintura de Sebastián con las piernas, para que no se escapará. Sebastián le metió hasta el fondo, y comenzó a deslizarse arriba y abajo, hasta hacerlo cada vez más rápido. El cura besaba y paseaba su lengua por los senos y pezones rosados y duros de María. Sebastián se vació dentro de ella, y a pesar de que no llevaba preservativo no se acordó de el en ningún momento. Sebastián ya no podía más, pero aun así seguía metiendo.
En aquellos momentos por la puerta apareció Helena, que se quedó parada viendo la escena.
- Ven aquí Helena, aún tengo para ti.
En la parroquia entró de nuevo el cura don Marcial y llamando a Sebastián empezó a buscarlo por toda la parroquia. Oyó los gemidos procedentes de la habitación, y entró asustado. Vio aquél trío impresionante.
¡Ave María purísima!.- dijo don Marcial despavorido.
Apúntese, don Marcial.-dijo Sebastián alegremente, llenando a las dos chicas de su leche.