Las confesiones de Marta (9)

Mi teléfono móvil comenzó a sonar dentro del bolso, que dejé encima del sofá. Arrodillada ante Marco, con su mástil dentro de mi boca, con dos orgasmos tremendos en mi cuerpo, con aquel pene increíble latiendo, sintiendo su bombeo de sangre en mi paladar, miré a los ojos de mi amante, que a su vez se dirigían a mi bolso.

Mi teléfono móvil comenzó a sonar dentro del bolso, que dejé encima del sofá. Arrodillada ante Marco, con su mástil dentro de mi boca, con dos orgasmos tremendos en mi cuerpo, con aquel pene increíble latiendo, sintiendo su bombeo de sangre en mi paladar, miré a los ojos de mi amante, que a su vez se dirigían a mi bolso. Lo tomó y me lo dio. Saqué su miembro de mi boca y, sin dejar de agarrar su falo, rebusqué hasta buscar el aparato… telefónico. Era Enrique. La vergüenza y el morbo aparecieron por igual al comprobar mi situación y la llamada de mi marido.

-Hola –dije en el tono más cariñoso que pude, aunque creo que no pude ocultar mi excitación.

-Hola… ¿Qué haces? –inquirió Enrique. Tenía la sensación de que me estaba observando, viendo mi culo abierto.

-Pues… Estoy en una reunión… Me he salido de ella para cogerte-

-Ahhhh. Bueno. ¿No me dices nada?

Empecé a sudar. ¿Qué quería? ¿Por qué esas preguntas en aquel momento? ¿Estaría realmente, observándome?

-¿Nada? ¿Nada de qué? Enrique, estaba una reunión

-Ya. No sé. 30 de agosto. ¿No te dice nada?

De pronto, caí. Mi marido cumplía, efectivamente, ese día 49 años. Tras 17 años de matrimonio, y 5 de noviazgo, nunca, nunca, nunca, me había olvidado de su cumpleaños. Es más, siempre lo recordaba con tiempo, para realizarle siempre alguna sorpresa y tener el regalo siempre dispuesto, además de invitarlo a almorzar, pues nació entre las 14.00 y las 15.00. Siempre… hasta entonces. Mi mano no soltaba el pene de Marco, que seguía erecto.

-¡¡Cariño!! ¡¡Por supuesto!! ¡¡Felicidades!! –dije, con expresión falsa- ¡¡Llevo por llamarte toda la mañana, pero no he encontrado ni cinco minutos!!

-Vaya tela, ¿no? De todas formas, no sé, cuando me he despertado esta mañana, tampoco me has felicitado, como haces siempre.

Siempre que cumplía años, no sé por qué, solía despertarme antes que él, felicitarle cariñosamente, y si había tiempo, hacer el amor.

-Enrique hijo… Que no se me ha olvidado

-Bueeeeeno. Escucha, ¿a qué hora has reservado? ¿Dónde me llevas?

Aquella era otra de las prácticas de su cumpleaños. Siempre le invitaba a comer, en un buen restaurante, aunque siempre en un sitio nuevo. Mis fantasías y la cita con aquel gurú de la lascivia habían borrado ya esa tradición. Miré a Marco; a su miembro, erguido, duro, expectante; miré mi mano, que no soltaba su falo; calculé que me ofrecía cada posibilidad. Y decidí.

-Ay, cielo. No sabes cómo se me ha complicado la mañana. Mira, cuando salga de aquí tengo otra reunión, una firma, y tendré que invitarles a almorzar. Este año el día será diferente. Además, por la tarde tengo un montón de cosas que hacer. No sé ni a qué hora llegaré – respondí, calculando qué daría de sí mi encuentro con aquel poderoso chico.

-Joder Marta. Vaya tela. ¿No te puedes escapar ni un ratillo?

-Imposible –dije, no sin cierta lástima por él, pero también con ansia por comprobar si la mentira colaba, se tranquilizaba, y tenía el resto del día tranquilo.

-En fin. Si es imposible, ya me buscaré la vida. Pero intenta no llegar tarde. Anda

-Vaaaaale. Cariño, te compensaré, pero es que se ha dado el día así.

-Bueno, venga, adiós.

-Un beso, adiós.

Colgué el teléfono y Marco me miraba con una media sonrisa. Me quedé quieta, sin saber qué hacer.

-Marta, si te tienes que ir, vete. Vuelve otro día –señaló Marco.

Eché mi pelo hacia atrás. Me mordí mi labio inferior. Acaricié su polla. Toqué sus huevos. Bajé la cabeza y le miré con lujuria.

-No… Ahora no

Mi boca comenzó a acoger, por segunda vez, el extraordinario tamaño de aquel pene, al que comencé a hacerle un traje de saliva en casi toda su superficie. Subía mi cabeza y bajaba, provocando a Marco el placer que tantas veces había imaginado. Con una mano, pajeaba su miembro. Con mi boca, recorría su carne. Con mi lengua, rodeaba su volumen a una velocidad de vértigo. Disfrutaba como una auténtica zorra de chuparle la polla, era una experiencia al alcance de pocas, seguro, y aquel mástil estaba creado para mi deleite, para que yo lo engullera, para saborearlo con mis labios, para que mi esófago se topara con su capullo. Mi lengua, de vez en cuando, recorría toda su extensión, su superficie, seguía el rastro de sus venas hinchadas, recogía las muestras de mi propia saliva para escupir un poco más y volver a recogerlas y volver a escupir. Chupé su capullo con fruición, como quien chupa un caracol para sacarle lo más profundo. Bajé hasta sus huevos, sabrosos, y mi lengua los envolvieron en un juego sádico mientras mi mano continuaba estimulando aquellos interminables y gordos centímetros hinchados. Pasé su polla por mi boca, por mi frente, por mi nariz, por mis ojos, por mis orejas. Me toqué mi coño, empapado ante mi práctica oral, y me llevé mis líquidos a mi pecho, lubricándolo. Tomé la polla de Marco, impresionantemente brutal, y la encerré entre mis tetas. Notaba aquel trozo de carne dentro de mí, taladrando mi pecho, hirviendo de pasión. Marco sonreía ante mi cubana. Yo bajaba y subía con mis tetas, haciendo aparecer y desaparecer su capullo, mucho más gordo que una pelota de golf, ua y otra vez. Escupí sobre su polla y mis tetas continuaron masajeando, masturbando, jugando, coqueteando con su polla, sintiéndome llena, apretando mis tremendos pechos sobre ellos, envolviéndolo todo, aún con más lubricación. La punta de la polla de Marco comenzó a toparse con mi barbilla. Mientras continuaba a gran velocidad mi cubana, bajé la cabeza, abrí la boca, y comencé a acoger, una vez más, aquel capullo cuando aparecía de entre mis tetas, dándole chupadas parsiomoniosas, metódicas, rápidas.

-Quiero que me folles… Quiero sentirte dentro de mí… Quiero que me metas todo esto dentro de mí- suplicaba, mientras mis tetas seguían invadidas por su polla- Que me folles como follas a esas niñatas… Que me hagas llegar al cielo todas las veces que puedas – Miraba a Marco como una auténtica diva del placer – Que me lleves donde nunca nadie me ha llevado. Que me controles. Que me manejes –Marco disfrutaba de todo aquello – Quiero que me conviertas en una fuente de placer. Quiero sentir tu joven polla dentro de este coño tan vacío

Marco sacó su polla de entre mis tetas y me ordenó que fuera a su cuarto, en busca de un condón.

-Sin condón. Yo ya no puedo quedarme embarazada

-De momento con condón. No sabes con quien he podido follar… -Me imaginé, intenté calcular cuántos coños había podido traladar aquella polla, poniéndome más caliente-

Casi corriendo, desnuda, solo con mis medias y mis tacones, con las tetas botándome, fui y volví con dos condones en la mano. Tomé uno y, como había visto en una de mis incursiones pornográficas, me lo puse en la boca y fui bajando hasta extenderlo por su superficie dotada, ayudándome de la mano… Su polla se veía grandiosa, poderosa, exigente, retadora.

-Ven- dijo Marco, sentado- Pon cada rodilla al lado de mis piernas.

Obedecí a su orden y noté su polla empujando fuerte mis nalgas. Volví a besarlo incoscientemente, copiosamente, mientras mi mano, en un escorzo, acariciaba sus huevos. Marco hizo que me levantara unos centímetros y el tomó con su mano su polla. La dirigió a la altura de la entrada de mi caliente coño.

-Muy bien… Ve bajando, poco a poco-

Cuando inicié el movimiento, Marco no me dejó. Me capturó con sus dos manos el culo y me mantuvo en el aire. Yo estaba al borde del infarto. Al fin iba a estar ensartada en aquel pene, como nunca lo había estado, con un chico increíble, con un estado increíble, con un miembro increíble… Marco fue bajando mi cuerpo a su antojo, poco a poco. De pronto, noté que la punta de su capullo rozaba ya mi pubis. El pulso se aceleró hasta el límite. Mis labios se abrieron solos frente a la rotundidad de su glande. Mi coño hervía. Su capullo ya estaba dentro y, casi milímetro a milímetro, Marco comenzaba a entrar en mí. Clavé mis uñas en su cuello. Mi cuerpo seguía descendiendo, autoempalándome aquel mástil. Sentía una invasión desconocida. Su polla ardía en mi cueva, me llenaba todas las entrañas, no podía casi no moverme. Nunca me había sentido tan llena, mientras seguía sintiendo que aquella impresión iba aumentando, pues Marco continuaba metiéndome la polla en mi chicha. Notaba que reventaba, que mi coño no daba más de mí, que aquel falo tan salvaje me estaba desgarrando.

-¡Ohhhh! –exclamé, con gesto de dolor y excitación

-Tranquila… Verás cómo se amolda. Tiene que entrar entera.

Marco siguió bajando, bajando, bajando y yo notaba abrirse, resquebrajarse, fracturarse todo mi cuerpo. Mi coño necesitaría un gato para amoldarse a aquello, y litros y litros de flujo. Estaba al límite, cerrando los ojos con fuerza, apretando los dientes, al borde de un ataque de locura, cuando noté que mi culo ya rozaba sus huevos. Ya. Había conseguido que todo aquello estuviera dentro. Todo. Mi coño había cedido ante tal calentura, ante mi emputecimiento, ante mi aquiescencia, ante mis ganas de más, ante mis ganas de follarme a aquel niñato, a aquel gigante, a aquel ser divino, a aquella máquina.

-¡Joder! ¡La noto entera! ¡Me quema..!

Marco fue subiéndome, manejándome como quien maneja un trozo de carne, o un trozo de pan. Agarrándome de mi culo me alzaba como una marioneta para volver a sacar su polla de mi. Al poco, volvió a bajarme. Y a subirme. Y a bajarme. Lento. Despacio. Dulce. Sintiéndonos. Llenándome. Vaciándome. Mordí mis labios. Saqué mi lengua. Poco a poco comencé a sentirme más cómoda y libre hasta el punto de comenzar a moverme sobre él. Apoyándome en mis rodillas inicié mis propios movimientos de disfrute, notando el falo de Marco llenando todo mi interior, era yo quien me lo estaba follando. Comencé a apretar el ritmo todo lo que mis 43 años me permitían, todo lo que aquella mostruosidad me permitía. La situación estresante y calienturienta vivida los días atrás no tardaron en volver a aparecer. Tomé cada una de las manos de Marco y las dispuse a la altura de su cabeza. Las mantuve agarradas, a modo de grilletes para que yo fuera la única que controlara la situación, para follarme a mi antojo a aquel imberbe hombre, para disfrutar de su tranca, para llenar, vaciar, mi coño como me saliera de él mismo.

Saltaba sobre Marco, con mi cuerpo, mi culo estirado, tanto que seguro que mi ano estaba todo lo tenso y abierto que pudiera estar en esos momentos. Mis movimientos cada vez eran más bruscos. Subía y bajaba. Hacía círculos, quemándome con la polla de Marco en mis adentros, notando cómo de mi coño seguía saliendo una cantidad impropia de flujo. Salía y entraba, salía y entraba, salía y entraba. Mi cuerpo comenzó a sudar, a gritar, a berrear, a desesperar, como la zorra en la que me estaba convirtiendo y mi espina dorsal comenzó, de nuevo a verse invadida por aquel latigazo único del placer potencial.

-Me viene. ¡¡Me viene!!

Marco entonces se liberó de mis garras, me volvió a tomar del culo, me mantuvo en el aire y fue él, con movimientos fuertes, salvajes, coordinados, potentes, de su culo quien me penetraba desde abajo mientras yo sentía que sí, que de nuevo, que otra vez, me estaba empezando a correr con aquel pene de 21 años dentro mía, notando que mi mente se volvía a escapar al limbo, que me daba igual todo, que lo hubiera dado todo, que me sobraba todo, que me entregaba al máximo, que empezaba a flotar, que Marco no cesaba en su ritmo sino que aumentaba, que mi coño casi humeaba, hasta que todo mi cuerpo quedó preso de aquel orgasmo tremendo con el que mi cuerpo dejó de pesar, con el que mis gritos seguro invadirían todo el bloque y con el que, echando la cabeza hacia atrás, superaba una nueva barrera en mi vida.

-¡¡¡¡Follame, joder!!!!!!!! ¡¡¡¡Sí, Sí, Sí, Sí!!!!!!!! –bramé.

Marco era una puta máquina de follar y mientras arañaba su cuello, su polla me penetraba al ritmo que mi cuerpo exigía mientras me corría desesperada y sórdidamente.

Ayudado por el final de mi éxtasis, Marco fue aminorando el ritmo y yo comencé a moverme sobre él con parsiomonia, en círculos, mientras le besaba.

-Levántate- me ordenó Marco- Joder, mira el condón.

El preservativo de Marco estaba absolutamente invadido por un copioso y espesísimo rastro blanco que, sin duda, había salido de entre mis entrañas y cubría el látex. cayendo en varios chorros hasta sus huevos y pubis.

Me obligó a arrodillarme, de espaldas a él, mientras me sobaba las tetas y, con mi cabeza girada, me comía la boca y tanteaba de nuevo el terreno de mi caliente entrada entrada. Condujo con su mano mi espalda y me obligó a arrodillarme del todo, con las manos en el suelo, exponiéndole todo mi secreto ante él. Noté su boca en mi vagina y lo imaginé bebiendo los restos de mi corrida y eso me provocó otra descarga. Al poco, su capullo comenzó a inundarme de nuevo, esta vez sin contemplaciones. Mis labios, mis rugosidades, le dieron permiso de momento, de pronto, de golpe, a su tremendo miembro. Marco me tomó de la cintura, casi agarrando las tiras de mi liguero, y comenzó a follarme, a penetrarme, a taladrarme, a empalarme a un ritmo de martillo pilón, mecánico, primitivo, racial. En menos de un segundo, su polla estaba dentro de mí, su pubis tocaba con mi culo y volvía a salir. Era un puto bicho rellenando mi coño y comencé a gritar. Me apoyé en mi mano izquierda y llevé la derecha hasta mi coño por debajo de mi cuerpo. Allí, rocé sus huevos y después la llevé hasta mi clítoris.

El bombeo de Marco era tremendo, impresionante, imponente y la estimulación de mi botón mágico hizo el resto, junto con sus palabras.

-¿Esto era lo que querías? ¿No? ¿Buscabas esto? ¿Por eso venías? ¿Buscabas esto? Pues toma ración doble. Eres una buena hembra. Buenísima. Tienes mucho dentro, pero hay que sacarlo. A ese coño hay que enseñarlo.

Las palabras de Marco me llevaron a otro tremendo orgasmo que me provocó otra serie de gritos y de salida de flujo hasta el final.

No sentía nada, excepto la polla de Marco en mi interior. Estaba entregada, derrengada, hastiada. No podía más.

-Quiero tu semen. Quiero probar tu semen. ¡¡Quiero que te corras en mí!!

-Vaya- dijo Marco, sin dejar de follarme – Repite eso y pídemelo como a mí me gusta.

-Quiero tu semen. Que te corras encima mía. Donde quieras, pero quiero sentirlo –Acerté con lo que añadí, pues era lo que Marco esperaba-… Por favor

Necesitaba sentir aquella leche sobre mi cuerpo. Sobre mis tetas, mi boca, mi pelo, mi cara, mis manos, mis muslos, mi barriga, mis pies, mi culo… Donde él quisiera. Pero necesitaba protagonizar aquella descarga. Me había emputecido del todo por aquel niñato de mierda.

-Muy bien –dijo Marco, saliéndose de mí. Se puso de pie y yo me dí la vuelta mientras se quitaba el condón. Mi boca volvió a mamar aquella polla tremenda que ya estaba en su máxima expresión y por lo que veía en la cara de Marco, al borde del derrame- Muy bien Martita, muy bien.

Mi boca seguía chupándosela, de rodillas, él de pie, quizás con más ansia que la primera vez. Ya no controlaba nada y mi saliva, en grandes hilos, salían de mi boca sobre su polla, sobre sus tetas, sobre el suelo. Marco, bruscamente, tomó su polla y la sacó de mi boca.

-Aprende lo que es una buena corrida –anunció Marco, mientras se comenzó a pajear. No imité a las actrices de mis películas porno. Le miraba a los ojos y a la polla alternativamente, sacaba mi lengua, me sacudía el pelo, me tocaba el coño, le pedía que me llenara entera.

-Vamos, cielo. Dámela… Quiero probarla… Es lo que llevo queriendo desde hace mucho tiempo

Marco, que se tocaba los huevos y creo que el ano al mismo tiempo, cerró los ojos y me preparé para la descarga.

-¡¡¡¡¡¡¡OHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!

Fue impresionante. Impresionante, queridos lectores. Marco comenzó a eyacular semen por doquier, sin control, como una regadera con potentes chorros de líquido blanco. El primero llegó a mi mejilla derecha con tanta fuerza que me dolió. No me dio tiempo a reaccionar cuando sucesivos chorros densos, cargados de peso, veloces, fuertes, potentes, llenos, enérgicos, empezaban a invadir mi pelo, mis labios, mis hombros, mis tetas, el resto de mi cara, e incluso el suelo y sus propias manos. Su polla era un torrente sin freno, un potente martillo del que salía el néctar de la pasión, el zumo de sus entrañas, un yogur consistente que pronto comenzó a penetrar en las comisuras de mis labios.

Marco empezó a aminorar el ritmo, mientras yo notaba que mi pelo caía a mi cara, que de mi cara caía a mis labios, que de mis labios caía a mis tetas, que de mis tetas, en grandes hilos colgantes, caí a mis piernas

Aquel plato jugoso, aquel pene recién estallado con restos de semen, me pareció más que apetitoso y acerqué mi boca a su forma, a su círculo, a su rotundidad. Engullí más allá del capullo de Marco, mirándole a los ojos, chupando, intentándo extraer más leche de su meato mientras le tocaba los huevos, y mientras de mi boca salían calostros, hilos de semen blanca y grumosa, potente, que abría para saborear con mi lengua la base de su ancho pene, sus huevos, su perineo y volver al trozo de carne

-Joder… -Dijo Marco, tranquilizándose.

Me ofreció su mano, como quien saca a una mujer a bailar, y dejé mi postura arrodillada para levantarme y ponerme a su altura. Su boca y la mía se juntaron y nos besamos como dos adolescentes