Las confesiones de Marta (13)

Marco descansaba, exhausto y desnudo, después de haberse limpiado en el baño su propio semen, mientras yo, ansiosa y caliente, le agasajaba con caricias en cabeza.

Marco descansaba, exhausto y desnudo, después de haberse limpiado en el baño su propio semen, mientras yo, ansiosa y caliente, le agasajaba con caricias en cabeza. “Marta, ha sido una de las tres mejores corridas de mi vida”, dijo. Aquello me hizo sentir orgullosa, muy orgullosa, solo de pensar en la cantidad de vaginas, anos, bocas, pechos o manos que aquel miembro habría penetrado. Ni siquiera me planteé cómo habían sido las otras dos. Aquel macho me confesaba que había entrado en su Olimpo particular, todo gracias a una experiencia totalmente novedosa para mí. Una experiencia que, desde luego, no sería la primera, pero que se convirtió desde entonces en algo que me ponía muy cachonda: penetrar. No solo por el hecho de proporcionarle un placer indescriptible, como bien había comprobado por sus reacciones, y por su enorme corrida, sino por sentirme dentro de él, de tenerle bajo mi control, de invertir los papeles, de entrar aún más si cabe en aquel sendero adúltero que olía a perversión.

-Marta, quiero que seas mi puta. –dijo, mirándome a los ojos, sincero-. Mi cerda. Mi hembra.

-Ya lo soy, cariño- confesé.

-Dímelo otra vez –arremetió.

-Quiero ser tu puta – dije, acariciándole su pene que, aunque flácido, tenía una buena proporción- Quiero serlo, sino lo soy ya. –me acerqué a su oído y le hablé en voz queda, caliente-. Enséñamelo todo, quiero que lo hagas, llévame hasta el límite del placer. Respeta mi vida pública y Marta la puta será tuya, entera, su cuerpo, su mente, su ropa… -le lamí el lóbulo de su oreja-.

-Eres un volcán, Marta, lo he sabido desde que te vi la primera vez. Y voy a encenderte. Que me recuerdes como algo superior. Como alguien al que nunca nadie superará en cuestiones de sexo –me mordió el labio-. Como aquel que te ponía el coño en órbita –me lamió un pezón, que despertó al instante-. Como aquel al que no podías resistirse –me pellizcó ese mismo pezón, ya duro-. No te arrepentirás –su lengua fue de mi canalillo hasta mi boca; mi vagina comenzó a producir de nuevo calor-.

-Ya lo eres Marco. Ya lo sabes. Mira cómo me tienes –le cogí la mano y se la llevé a mi coño, notando el charco que provocaba en mí-. No sé cómo lo haces, pero lo haces. Soy tuya… ¿Sabes? Antes, cuando me preguntaste sobre el sexo anal, te mentí. No, nunca lo he probado. Pero sí, me atrae, me atrae mucho. No sé si duele, o no duele, si gusta, o no gusta… Pero me atrae; ya sé que las películas porno mienten mucho, pero me excito como una zorra cuando veo a las actrices ensartadas por el recto. Y ya he comprobado cómo te gusta a ti… -le acaricié los huevos y su miembro reaccionó-

-Déjame iniciarte. Te gustará. Te volverás loca si estás siempre tan excitada como ahora –se llevó su mano a la boca y chupeteó sus dedos, bebiendo mi elixir-. Te prometo que si no te gusta, no lo haré más. Pero dudo que no te guste. Estás hecha para el vicio, Marta. Estás hecha para mí.

Me mordí el labio y me incliné para comerle la boca. Lentamente, uniendo nuestras lenguas, chocando nuestros dientes; mientras nos besábamos, yo le masturbaba muy lentamente y el me pellizcaba un pezón y el trasero… Disfrutando, saboreándonos. Estuvimos así 5 ó 10 minutos.

-Dime. ¿Cómo se llama ella? –pregunté.

-¿Quién?

-La rubia del otro día. –aclaré-.

-Olvídate de ella. Ahora no existe.

-¿Cómo se llama, Marco?

-Ninette. Es sevillana de pura cepa, pero de padres franceses. –dijo, sin mucho interés-.

-Y dime, Marco. ¿Te la has follado por el culo? –pregunté, ansiosa-

-Sí…

-Bien… Pues ahora quiero ser yo a quien penetres por detrás. Estoy segura de que puedo darte más que esa niñata, perdón, que esa Ninette.

-Marta… Yo nunca te voy a decir que hagas o dejes de hacer esto o aquello con tu maridito, ni que lo dejes, ni nada por el estilo. Espero lo mismo de ti… No te metas en los asuntos que no sean los que nos unen…

Marco volvía a ser ese niñato cabrón que, sin embargo, me volvía loca. Me estaba diciendo a las claras que no limitaría un ápice sus conquistas sexuales con otras mujeres…

-Muy bien… Pero déjame demostrarte que estoy dispuesta… -señalé-

-Me encanta que seas así, Martita. Quiero que siempre me digas todo lo que desee ese coño y esa cabeza. Que no pongas barreras. Sabes que te las rompería todas…

-Mi culo, por ejemplo –sonreí-.

-Ese será el próximo paso… en tu emputecimiento.

-¿Y crees que ‘eso’ entrará? –dije, indicando su miembro- A veces noto cómo me revientas el coño.

-Entrará, sin duda… Desde luego que entrará. Pero hay que preparar el terreno. Todo a su tiempo… Ven.

Se levantó, tomó el bote de lubricante y el neceser con una mano y me tendió la otra. La tomé y le seguí, desnuda y con los tacones puestos, camino de su habitación, contoneándome, haciendo ruido con mis pisadas, segura de que cuando saliera de su cuarto, su miembro habría roto mi esfínter… Y yo estaba tan impaciente que no veía que llegara el momento.

Me tendió en la cama y estuvimos un buen rato besándonos. Sin prisa. Notaba su potente miembro en mi pubis y rozando mi clítoris. Estaba degustando aquel cuerpo, aquella sensación de libertad, de entrega, de pasión. Fue bajando a mi cuello, a mis pechos, a mi vientre. Luego fue hacia mis pantorrillas, que lamió y masajeó a la vez, pasando luego a mis rodillas y a los muslos. Mi excitación era máxima. Quería que siguiera calentándome como lo hacía, pero a la vez necesitaba que atacara mi coño, o mi culo, lo que él quisiera, de una vez. Pero era un maestro en el arte de calentar aún más.

Besó el interior de mis muslos, un largo rato, que se me hizo eterno, pues yo suspiraba porque subiera hacia mi sexo. Mi coño estaba deseando de sentirle. Siguió mordisqueando zonas sensibles, pero todo de manera estudiada, tanteando el terreno, encendiendo aún más mi temperatura. De pronto, me levantó las piernas y las abrió, hundiendo su cara y su lengua en mi zona mágica. El primer contacto me sacó un gemido de deseo. Su boca comenzó lentamente a trabajar mis labios mayores, lamiendo, sin ningún tipo de precipitación, haciendo que mi coño se mojara aún más, esperando la invasión. Me penetró con la lengua y noté que una descarga me invadía desde los pies hasta la cabeza. Su lengua entraba, juguetona, experta, dentro de mí, y me proporcionaba un placer recalentado de tanta espera. Luego, subió a mi clítoris, sin estridencias, lamiéndolo, como un helado, desencapuchándolo con dulzura. En la habituación olía a sexo, a mar, a sal, a deseo, al aroma de mi coño, que era una auténtica fábrica de sensaciones. Con delicadeza, tomó mi clítoris entre sus labios, como un prisionero, y lo masajeó con la lengua mientras notaba que dos dedos, de golpe, invadían mi coño, lentos al principio, para aumentar el ritmo nuevo. Me devoraba mi botoncito mientras notaba sus dedos penetrarme deliberadamente.

-Sigue Marco. ¡Sigue cabrón! Joder… -acertaba a decir-

Adivinaba la sonrisa de Marco bajo mi coño peludo y notaba perfectamente la penetración frenética de sus dedos a tenor del movimiento que percibía en su brazo. Me acercaba al orgasmo.

-¡Aaaasí! ¡Aaasí! ¡Sí! ¡Sí! Puffffffff. No… no par… ¡Ah! ¡¡¡¡No pares!!!! ¡¡¡¡No pares!!!! –gritaba, entregada, volando…-

Marco metió la quinta marcha. Mi capacidad de percepción estaba casi desecha, pero acertaba a escuchar el chapoteo que mi flujo y los dedos de mi efebo producían. Llegué al clímax cuando le escuché…

-¡Córrete, cerda! ¡Córrete para mí! ¡Eso es! –exclamó-

-Siiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Agggggggggggggggggggggggggggggggggggggg!!!!!!!!1

Mis uñas se clavaron en su nuca, en sus hombros y en las sábanas. Me estaba corriendo y mi garganta emitía gritos guturales que, seguramente, su escucharían en toda la planta. Marco, Marco, Marco…

-Aggggggggggggggggggggggggggggggggg. Ggmmmmmmmmmmmmm!!!!!!!!!!!!!

Cuando ya no pude más, y con la escasa coordinación que el placer me dejaba, le aparté de mí, cerré las piernas instintivamente y seguí disfrutando de aquella sensación, rugiendo aún, notando las contracciones en mi coño, el sudor en mi frente, el bombeo de sangre en mi cabeza, mis pechos como piedras, mi mente surcando nubes…

-Eso es Marta… Tranquila… Recupera… Eso es… -no sin escalofríos, notaba a Marco masajeándome las piernas, el trasero, las pantorrillas… Mientras, yo no podía ni abrir los ojos, con la respiración entrecortada-.

Marco dejó que me recuperara, que volviera a mí. Aquel niñato, creo que estaba escrito en mi destino, era para mí, aunque no sé si yo para él, al menos no sé si la única. Estaba convencida de que no había nadie en el mundo que supiera extraer de mí la guarra (sí, la guarra, mi comportamiento ya merecía ese calificativo) que llevaba. Que crecía en mí. Que engordaba a cada paso.

-¿Mejor? –preguntó Marco, cuando abrí los ojos, y le vi de rodillas en la cama, su miembro ondulante, semirrecto-.

-Mucho mejor… Siempre sabes hacerme sentir mejor… Ummmmmm –dije-

Aquel veinteañero volvió a la carga. Solo me dejó respirar lo preciso. Lamió de nuevo mi coño, empapado de líquido, durante un minuto, dos minutos. Rápidamente, pasó a lamer, igual que hice yo con él, la pequeña zona que dividía mi sexo y mi ano, para centrarse definitivamente en mi agujero virgen tras abrirme de manera brutal las piernas. Notaba cómo su lengua recorría aquella zona, cómo humedecía mi ano. De pronto, ante esa sensación tan nueva y extraña, aunque confortable, mis aureolas se contrajeron y mis pezones, de nuevo, se erizaron, como almendras. Marco escupía y volví a lamer, simplemente para que me acostumbrara a que algo pasara por allí, a que mi culo no se asustara de tener compañía. Yo mientras me acariciaba el clítoris, y me dejaba llevar…

-Mira Marta. Quiero que veas, paso a paso, todo lo que voy a hacer –anunció, tras abrir la cremallera del neceser.

Yo estaba tan a gusto que hasta había cerrado los ojos. Los abrí y Marco sostenía entre sus dedos un pequeño objeto de color verde, de unos cinco centímetros, quizás menos, de longitud y no más de dos de anchura. Tenía una forma piramidal, pero las supuestas esquinas eran redondeadas. Bailaba al moverlo, como la gelatina.

-Es un dedo anal. Un pequeño objeto pero un gran paso para la humanidad. Igual para que anos vírgenes como el tuyo comiencen a ser invadidos sin dolor. –explicó- Sentirás que algo entra, pero ninguna molestia.

Puso algo de lubricante, muy frío, en mi ano y vertió sobre el objeto de silicona otra buena cantidad, de atrás adelante y de izquierda a derecha, completando una vuelta.

-¿Preparada? –preguntó, mientras me seguía acariciando el clítoris-

-Sí, cariño. Fóllame el culo –susurré, dispuesta-

-Relájate… Será más fácil. Tócate el coño y las tetas – me aconsejó

Noté la punta en la entrada a mi ano. Marco hizo varios círculos, como si mi recto pudiera reconocer por el olor o el tacto el objeto. Me restregó el dedo anal alrededor de él, volviendo a situarlo en la entrada a mi oscuro orificio.

-Vamos…- dije, impaciente-

Noté que el objeto comenzaba a abrirse paso. No me dolía. Era una sensación extraña, de invasión, de novedad, pero que me hizo segregar más flujo en mi vagina. Fue un plis plas, un visto y no visto.

-Ya está dentro, cerdita –comentó Marco.

La verdad, sí, lo notaba. Notaba que estaba dentro y sentía… En primer lugar, muy zorra. Y después sentía que me habían invadido sensación de estar en el water. Marco subió a mi boca y me besó.

-¿Bien? –me preguntó.

-Sí…

-Bien. No es más que una palanca, una ayuda, para ir acostumbrándote. Ahora debes estar unos minutos con eso dentro… ¿Se te ocurre algo para pasar el tiempo?

-Sí… Comerte el nabo, otra vez… -dije, mientras sentía una sensación agradable cada vez que contraía el culo, para comprobar que, efectivamente, ya estaba invadida analmente-.

Marco se tumbó bocarriba y yo, de rodillas, ofreciendo mi culo, de espaldas a él, le lamí los pezones y el vientre, mientras me recorría el trasero con su mano. Para cuando llegué a su falo, ya estaba de nuevo preparado. Recorrí su miembro con mis labios y mi lengua, para llegar a los huevos. Le separé las piernas, escupí en mi índice y comencé a estimularle la zona cercana al ano, sin penetrar, mientras mi boca volví a su polla, devorándola, enorme ella, viciosa yo.

-Bien Martita… Para… ¡Para! –me dijo, ante mi insistencia en seguir mamándosela- Vamos a dar un paso más en ese culito. Ven, ponte esta almohada bajo el vientre y ponte a cuatro patas. Mete la cabeza en lo más profundo de la sábana.

Procedí como me dijo. Mis rodillas y mi cara hundidas en la cama, una almohada subía mi culo, exponiéndolo al máximo, preparada para cualquier cosa, incluso para recibir su polla. Estaba equivocada.

-Ahora, cerdita, voy a penetrarte por primera vez con mi cuerpo. Pero… aunque estás deseando que sea mi polla, no será de momento –explicó.

¡Zas! Marco me dio un buen cachete en el culo que me estremeció.

-Dímelo… dime que estás deseando que te meta la polla por aquí –exigió, moviendo el dedo anal desde fuera-

-Sí, amor, quiero que me lo folles. Estoy deseando…

Marco, delicadamente, tomó por un extremo el dedo anal y tiró suavemente de él, saliendo de mi culo y dejándome vacía…

-Buena digestión… Con este culo puedes hacer carrera, Martita. Ahora vas a sentir algo un poco más grueso, y más largo. Mi dedo. Quizás esto te moleste más, pero lo importante es relajarte.

Sacó otro objeto del neceser. Tenía una forma oval, de color rosa y era pequeño.

-Toma, es un vibrador para el clítoris. Es necesario que te distraigas y te des placer mientras te abro un poco más. En esta ruedecita puedes ajustar la velocidad-dijo

Lo tomé, lo analicé y le di a la rueda. Aquel cacharro emitía una vibración y me entraron unas ganas tremendas de probarlo. Metí mi mano entre mis piernas y lo acerqué al clítoris. Aquello mejoraba, con creces, cualquier estimulador humano.

Noté que marco aplicaba más lubricante en mi ojete y sobre mis cachas, que imaginaba relucientes. Yo mientras, disfrutando del morbo y del gusto que me daba el huevo mágico, y expectante, y temerosa, por tener mi trasero expuesto, esperando, a que su carne entrara en la mía.

Noté el inicio de su dedo, no más de un centímetro, buscando el hueco. Ganó más terreno, quizás hasta el nudillo, y me invadió un calor terrible, como si hubiera una barbacoa en mi recto. El dedo no se movió de su sitio, esperando que mi ano se adaptara a su grosor. No era dolor, quizás molestia.

-Uff… Por favor… -no era placer… era… no sé lo que era-.

-Relájate, Martita. Relájate. Vas a convertirte en una artista de tragar pollas por el culo, pero necesito que te relajes. Piensa en ti, en mí, en mi polla, o piensa en una playa, en negros con grandes miembros, o en una montaña… - me decía Marco, mientras me acariciaba la espalda y el final de la misma.

Marco siguió ganando terreno, ya con más cuidado, con más detenimiento, avanzando milímetro a milímetro como si le fuera la vida. Pero yo cada mínimo espacio de terreno invadido lo notaba multiplicado. Me ardía el recto. Era una sensación completamente desconocida. Gemí, pero repito; desde luego no era placer, ni todo lo contrario… Era la sensación de subir un peldaño más, pero no sé a costa de qué ni de quién. Mis pezones se erizaban cada vez que mi ano cedía un poco más.

-Bien Martita, muy bien… Estoy casi dentro entero. Noto tus entrañas calientes, su esfínter ha cedido… Lo estás haciendo muy bien. –anunció

Mi efebo comenzó, muy lentamente, cuidadoso, a penetrarme el ano, metiendo y sacando el dedo, sin sacarlo del todo. Notaba cómo recorría mi recto, cómo se deslizaba, cómo entraba y salía de aquel oscuro lugar de deseo. La molestia, deduje, era simplemente por la sensación nueva. Pero era molestia. Sentía ardor. Fuego.

-Sácalo, Marco. Sácalo… Me hierve –me quejé, al tiempo que el huevo se humedecía-.

-Es normal, Marta. Aguanta, aguanta sólo un poco y me lo agradecerás el resto de tu vida. Gira un poco más la rosca.

Obedecí, y el movimiento, combinado con mi ano penetrado, me provocó otra ascensión más. Estuve así cuatro o cinco minutos, notando la vibración de aquel objeto en mi botoncito, cada vez más hinchado, y el dedo de Marco deslizándose lenta y húmedamente en mi interior. Hasta que noté que lo sacaba y lo dejaba desocupado.

-Uf…

-Estás aguantando Martita… Como una zorra en celo. Eso es… Avanzas a pasos agigantados.

Justo cuando finalizó su frase, noté el miembro erecto de Marco abrirse paso en mi vagina, completamente lubricada, chorreante, necesitada. No esperaba aquella embestida, que acompañada de las dos garras de mi amante en ambas cachas, apretándome fuerte, bamboleándome, me provocó otro gemido.

-UUuuuuuuuuuuuuuuuu. Sí. Eso sí me gusta. Esto es lo que quiero… Tu polla, follándome… Sigue… ¡Sigue!

Su polla en mi coño y su forma de follar me volvía loca. Era vida. Pura vida. Pero a eso había que acompañar la vibración de aquella cosa en mi clítoris. Al momento de estar dentro de mí, lo noté. Noté que ajustaba sus movimientos y que uno de los dedos con los que me agarraba el culo, quizás el pulgar, se iba abriendo paso en mi ano de nuevo. Esta vez mucho más rápido que la vez anterior, pero su intrusión se hizo sin estridencias gracias al bombeo de su polla en mi coño y el baile de mi clítoris. Noté que su dedo entraba a regañadientes hasta el límite, me sentí penetrada, doblemente penetrada, como en aquellas películas donde dos pollas rellenaban a las actrices cuarentonas. Estaba ensartada, caliente, puta, sin capacidad de reacción, disfrutando. La molestia se fue convirtiendo en atracción y la atracción en placer cada vez que Marco movía el dedo, al ritmo de sus embestidas, o hacía pequeños círculos, muy pequeños por la angostura de mi recto.

-¿Qué tal Martita? ¿Cómo te sientes follada doblemente? ¿Me sientes? –preguntó

No podía contestar. Yo gemía, gemía y gemía, como una cerda auténtica, como la cerda en la que me había convertido Marco. Lo notaba rellenando mis dos agujeros, a cada cual más justo, su gran falo en mi coño, su dedo en mi estrecho culo, abriéndome, dilatando, quizás ante la presencia de un segundo dedo. Comprobaba mi nivel de excitación al escuchar el chapoteo de líquidos que producía la entrada y salida de su polla, y el bombear de sus testículos en la mano con la que aguantaba el huevo vibrador. Era incapaz de hablar, únicamente sentía, sentía su carne dentro de la mía, una carne joven rellenando otra que le doblaba la edad, mis tetas botando, mi cara enterrada en las sábanas, el volcán de mi culo, el charco de mi coño, mi clítoris creciendo, sus huevos bailando. Justo cuando creía que me corría como un putón, sin miedo a nada, a nadie, ascendiendo sobre mi cuerpo, por encima del bien y del mal, Marco sacó su polla de mi vagina, y su dedo de mi culo.

-Mmmmmm… No pares… ¡No pares…!! Ahora no, joder… -dije, sin poder abrir los ojos, sin tan siquiera poder moverme, con voz muy aguda.

-Paciencia, Marta… No corras tanto… Las cerdas como tú se construyen paso a paso- me dijo, mientras escuchaba de nuevo abrir la cremallera del neceser, e imaginarle de rodillas, con su pene armado, mi vagina brillante, mi culo rosado semiabierto-. Éste es el tercer paso, y el último por hoy, Martita. Una vez pases esta prueba, adorarás tu ano, y te sorprenderás de su capacidad.

Me abrió las nalgas, me escupió dos veces en el ano y me echó otra buena cantidad de lubricante, bastante, a pesar de estar, a mi parecer, bien lubricado. Yo seguía en la misma posición, de rodillas, el culo levantado, la cara en la colcha, los ojos cerrados… Noté que ya no me hablaba desde mi espalda, sino a mi lado. Estaba de rodillas, empalmado, y con un objeto rojo en la mano. Era similar al dedo anal, pero de unas proporciones mayores, como cuatro o cinco veces más, y me asusté al intuir para lo que servía y ver la zona más ancha.

-Mira Martita. Esto hará que tu ano ame la penetración, le preparará para recibir, te abrirá en canal y permitirá que tu recto comience de verdad a recibir pollas

-Marco, por favor, eso… eso es demasiado grande.

-Te sorprenderías de cómo cede un culo. Y más el culo de una cerdita hambrienta como tú. Tiene que acostumbrarse. Mira… -Marco acercó aquel objeto, que después de dijo se llamaba plug, a su polla, comparando el grosor-. Es la herramienta perfecta para que tu culo me dé cobijo…

Yo sabía que no tenía opción, ni quería tenerla. Deseaba que aquel hombre me poseyera como a él le diera la gana, pese a mis reticencias, mi, quizás, miedo. Yo sabía que Marco nunca me haría daño, y que tenía experiencia… Pero me enfrentaba a algo desconocido.

Marco volvió a mi zona trasera y cuando noté una mano en una nalga, le pedí que fuera con cuidado por favor.

-Tranquila… Entrará y te morirás de gusto, aunque al principio te moleste. Pero será igual que con el dedo de silicona o con mi propio dedo. Al principio te sentías molesta ¡y fíjate cómo me pedías que siguiera después! –le faltó decirme ‘¡So puta!’.

Mi amante introdujo sin dificultad la punta de aquel objeto en mi culo, me sentía invadida de nuevo. Hasta el momento, mi recto había cedido ya lo suficiente para gustarme aquella penetración inicial. Pero el objeto fue resbalando, milimétricamente, hacia dentro, abriendo el agujero de mi ano, estirándolo, forzándolo, y mis entrañas. Dolía.

-¡Joderrrrrrrrrrr!!!!!!!!!! Ummmm!!!!!!!!!!! –protesté-.

-Schhhhhhhhhh… Olvídate de todo. Céntrate en tu coño –respondió-

Aquella especie de polla de silicona siguió avanzando hasta lo más profundo de mi ser. El fuego comenzaba de nuevo en mi trasero, y se extendía a mi espalda, a mi estómago y a mis piernas. Mi ano estaba al límite de lo humano. Y me dolía… ¡Claro que me dolía!

-Ohhhhhhh!!!!!!! OHhhhhhhhhhhhhhhhh!!! Joder!!!!!!!!!!!!!! Duele!!!!!!!!!!!!! –dije, casi gimiendo-

Noté entonces que Marco detuvo el movimiento de entrada y dejó aquello allí quieto, como si quisiera que mi ano se ajustara a lo que ya tenía dentro. Segundo a segundo, el dolor fue adormeciéndose, no sé si fruto del lubricante, de mi deseo, de su pericia o de la estimulación del clítoris. Marco movió el objeto en círculos, como el que abre un bote de comida, lentamente. De pronto, noté que volvía a la carga. Quería meterme aquello en mi culo, preparar lo que luego sería suyo, para él, para su polla, preparar aquel terreno para invadirme, para llenarme, para embriagarlo de él y de su semen. Noté de nuevo dolor, tenía mis ojos contraídos, no acertaba a masturbarme con el huevo vibrador, únicamente era dolor e invasión. Mi ano ya no daba más de sí. Estaba convencida de que se me rajaría, de que me haría una fisura… Era más la molestia por el estiramiento del ano que lo que tenía dentro de mi culo… Cuando estaba a punto de retirarme, de mandarlo todo a la mierda, de vestirme, volver a mi casa y a mi marido, a mi vida, a mis amigas superficiales, a mis polvos de sábado y a mis películas porno, justo una milésima antes, noté que el plug entraba definitivamente en mi culo, que estaba dentro de mí, al notar mi ano cerrarse en torno a una circunferencia mucho menor que la que entonces me penetraba. Aquél objeto había traspasado mi ano y ahora, imaginaba yo, mi agujero se rodeaba la zona con menor anchura, la que justo daba paso a un tope para que no se colara del todo dentro. Tras ese alivio pasajero, contraje el culo, pero apenas pude hacerlo. Aquella cosa me llenaba mi recto como un embutido con su piel, al cien por cien. Noté el plug vibrar, moverse en mi interior. Marco estaba jugando con él, dando pequeños golpecitos a la zona que servía de base. Aquellos movimientos mojaron mi coño, erizaron mis pezones y mi piel. Ya no dolía… Molestaba, molestaba mucho, era una especie de infierno lo que notaba… Pero no dolía. Sí, podía decirse que estaba totalmente sodomizada. Con instrumentos, pero llena.

Noté a Marco posar, de nuevo, sus manos en mis nalgas. Deseé con todas mis fuerzas que me penetrara, sentir esa sensación de nuevo de estar empalaba doblemente, ahora aún más que mi culo parecía que iba a reventar. Eso contribuiría a…

-Ahhhhhhhh!!!!!!!!!!!!

La primera embestida no me dejó acabar de pensar en mi pensamiento. Marco me penetraba de nuevo por el coño, bombeaba insultándome por momentos y alabando por momentos mi capacidad anal, diciendo que a Ninette le costó aceptar el plug al menos cuatro sesiones; mi recto estaba lleno y mi clítoris estimulado. La sensación de ser follada por aquel falo increíble y de tener mi culo totalmente cubierto me transportó a lugares nunca conocidos, a vistas jamás pensadas, a ideales parajes donde sólo estábamos Marco y yo, donde sólo existíamos él y yo. De pronto, noté que algo húmedo sobre la colcha mojaba mi cara. Haciendo un esfuerzo, ante el tremendo gusto que me producía las envestidas de Marco y la sensación molesta y gozosa de plenitud de el plug insertado en mi ano, comprobé que aquella humedad que me mojaba la cara no era sino mi propia saliva, que caía de mi boca en un reguero copioso, lujurioso. Sin darme cuenta, había babeado mientras aquel objeto rojo rompía aún más mi culo. ‘Marta, qué zorra estás hecha’, pensé.

Marco, no sé si por la excitación de haber conseguido su meta, invadir mi culo, o por la vista de mi trasero expuesto y penetrado por el plug, no tardó en llegar al orgasmo, mientras yo iba camino de él. Noté que sacó su miembro y, pajeándose, eyaculó sobre mí, alcanzando su semen mi trasero, mi espalda, mi pelo como comprobé después y mis caderas. Escuchaba su respiración entrecortada mezclarse con la mía, él ya aliviado, yo necesitada. Levanté la cabeza y miré atrás, buscando sus ojos, pidiendo más. Él, aún con su miembro en la mano, sudoroso, y mirándome con cara de ‘¿En qué monstruo te he convertido, Marta?’ se levantó, y fue a su armario. De allí sacó un objeto blanco, pegado un cable de corriente, con una fisonomía parecida a la de una batidora.

-¡Qué es eso, Marco!? Fóllame por favor, déjate ya de más juguetitos, con el que tengo metido ya está bien. –grité-

-¿No quieres correrte? –preguntó, enchufando aquél objeto a la luz- ¿No quieres correrte como la gran cerdísima que eres? Pues te vas a enterar. Ponte bocarriba.

Obedecí. Marco me quitó el huevo de la mano, abrió bien mis piernas y buscó el mojadísimo clítoris. Escupió en él, acercó el cabezal de aquella batidora y le dio al ON. No tardé ni quince segundos en correrme como una loca, pero esta vez más loca que nunca. La descarga que viajó desde mi coño a mi espalda, pasando por mi cerebro, por mis piernas, me elevó hasta el techo, me hizo volar por encima de la ciudad, surcar calles, avenidas, coches y edificios. Volaba y volaba. De pronto, noté que algo caía de mi cuerpo, como si una parte de él se hubiera desprendido, como si me hubieran amputado parte de mí. Cuando volví a la cama y abrí mis ojos llorosos por el placer de aquél objeto, miré a Marco, que sonreía satisfecho mientras a mí no me llegaba el aire. Y vi que, del tremendo orgasmo que aquel aparato me había dado, de mis contracciones, el plug había salido disparado y estaba en medio del suelo.

Una hora después

-¿Cómo te viene vernos la semana que viene, Marta? –preguntó Marco.

-Bien –contesté en su oído, los dos en la cama, recordando, sin hablar.

-De acuerdo, espera entonces mi mail. Será entonces cuando definitivamente, te desvirgue… -me miró, sonriente-.

-¿Y por qué no ahora? –dije, ansiosa.

-No podemos arriesgarnos a un desgarro, Martita. El culo ha de prepararse. Por eso, vas a llevar el plug durante esta semana. Mañana, te lo pondrás durante una hora. Pasado, dos. Al siguiente, tres. Así, aumentando una hora cada día. El día que quedemos, tráelo, pero no puesto.

-¿Pero tu crees que podré soportar esto tres o cuatro horas? ¡¡Tengo que trabajar, sentarme, estar en reuniones!!

-No te imaginas cómo un ano, y especialmente el tuyo, puede llegar a adaptarse. Y si quieres disfrutar, aprieta de vez en cuando el culo, como si estuvieras reteniendo la orina.

-…

-Prométeme que lo harás- inquirió Marco.

-Lo intentaré – contesté

-¡No! –dijo, levantando furioso la barbilla- No quiero que lo intentes. Quiero que lo hagas. Sé lo suficiente sobre el sexo anal para comprobar la semana que viene que realmente, lo has hecho.

Cuatro horas más tarde

Me levanté sobre las seis de la mañana, dolorida, especialmente en el ano. Al principio no sabía dónde estaba. Marco dormía a mi lado; un hombre perfecto, sin ronquidos, con una expresión de tranquilidad, como los hombres jóvenes de los anuncios. Saqué una muda que traje en el trolley y me di una ducha. Tras vestirme, esperaba no haber despertado a Marco; comprobé que seguía dormido. Fui a la cocina, busqué una servilleta y, tras repasarme los labios con carmín, la sellé con un húmedo y rojo sangre de toro beso. Se la dejé en la cama, en el lado en el que yo había dormido, y justo encima, mi tanga blanco con el que salí de mi casa. Cuando ya me marchaba, me topé con el plug, que yacía en el mismo lugar en que cayó cuando salió disparado de mi culo. Me agaché, lo tomé y lo metí en el bolso. Cerré la puerta, perfectamente consciente de que volvería, y vaya si volvería, para recibir más. Mucho más.