Las confesiones de Marta (12)

“Hola Marta. Me gustaría invitarte esta noche a cenar, aquí en casa. ¿Podrías inventarte una excusa? Sobre las 21.00. No faltes. Un beso. Marco".

“Hola Marta. Me gustaría invitarte esta noche a cenar, aquí en casa. ¿Podrías inventarte una excusa? Sobre las 21.00. No faltes. Un beso.

Marco”.

Después de nuestra última tarde en su piso, de aquella en la que Marco y yo dejamos las cosas claras (más bien las dejó él y yo asentí, cual niña embobada), en la que definitivamente me entregué a él y al disfrute sexual, después de que me dijera que tenía unas increíbles ganas de que follarme la boca (no de que se la comiera no… de follarme la boca, literalmente), después de que notar cómo su capullo llegara hasta lo más profundo de mi garganta, de provocarme arcadas y ríos de flujo en mi sexo, de obligarme a segregar cantidades de saliva que caían de mi barbilla, colgando, hasta mis pechos y mis muslos, de notar cómo sus venas se hinchaban llegando al clímax y cómo eyaculaba copiosamente en mi esófago… Después de aquella tarde, no habíamos vuelto a saber el uno del otro. Habíamos establecido un sistema mediante el cual él iniciaría la cita, día y hora, en función, claro, de mi disponibilidad.

Aquel correo era el primero en dos semanas. Al leerlo, me puse nerviosa. Acababa de salir airosa y triunfante de una reunión laboral que se presentaba complicada y al leer el mail me invadió una sensación de confort, y de nervios al mismo tiempo, que no daba pie con bola. ¿Qué le diría a Enrique? ¿Qué me pondría? ¿Cómo podía poner aún más cachondo a aquel niñato que me traía loca? Pensaba una y mil respuestas, sin cerrar ninguna. Estaba como loca.

“Tranquila Marta. Piensa”. La primera conclusión a la que llegué fue que no sabía cómo ni cuándo terminaría la cena… O lo que pasaría después. Así que decidí decirle a Enrique (previo hacerlo público en la oficina) que me había surgido una reunión en Granada a primerísima hora, y que prefería dormir allí. Le llamé para comunicárselo y, tras sondearme si esa reunión podría suponer un buen contrato, le dije que me pondría en carretera sobre las seis, y que necesitaba ir a casa a por algo de ropa. Me preguntó si al menos podríamos tomarnos un café y darme un beso antes de irme, y quedé con él a las cuatro y media. Fui programándolo todo en la cabeza. Enrique, en condiciones normales, llegaría a casa a eso de las siete, y a esa hora yo debería estar ya fuera de ella, arreglada y dispuesta para Marco. Así que me organicé mentalmente… 16.30 Café con Enrique. 17.15 Tienes que estar en casa para ducharte y arreglarte. 18.30 Salir de casa, como muy tarde. Recuerda: llévate el trolley, el neceser, todo… Olvídate un rato de Marco y actúa como si fueras de verdad de viaje.

Yo estaba enamorada de mi marido. Le quería. Mucho. Quería seguir con él. Con su presencia. Con su sentido del humor. Con su madurez… Me reí mucho durante ese café con él, me dijo muchas veces lo que me quería, lo que le costaba dormir solo. Pero… había algo que él no podía darme. Ni podía ni sabía. No podía ni sabía excitarme como lo hacía Marco, como lo hacían esos chicos de las películas porno. No follaba especialmente bien, no sacaba de mí la hembra humeante que llevaba dentro, no era capaz de traspasar la frontera de lo correcto. Y decidí que cuanto antes me concienciara de ello, cuanto antes me quedara claro que Enrique era mi marido y que su bajo nivel sexual no era sino otro de sus defectos, uno más, y de que Marco únicamente era un potro salvaje que me llevaba hacia el otro lado de la percepción, mejor me iría. Mejor nos iría a los tres. Me despedí de Enrique con un beso sincero y unos ‘te quieros’ más sinceros todavía.

Llegué a casa y me di un baño relajante, con sales y verlas perfumadas. Ahora tocaba despertar a la Marta puta y tenía que darle alimento. En el baño, tumbada, con el agua cubriendo mi caliente cuerpo, observé mis curvas, mi sexo, mi vello, mis pechos flotantes, mis pezones, gordos y rugosos, mis aureolas oscuras. Lentamente, bajé mi mano hacia mi sexo, toqué mi monte de Venus y abrí mis labios, haciendo aparecer mi clítoris. Lo observé, sin tocarlo, intentando comunicarme con él. Quería transmitirle mi energía, mi lascivia, y que él hiciera lo mismo. Mi cuerpo, a partir de entonces, era mi manera de mostrarme al mundo, de comunicarme con él.

Desistí de masturbarme, pese a mis deseos. Quería llegar los más excitada posible a mi cita. Darle a Marco toda mi energía. Todo mi sexo. Toda mi capacidad. Toda mi excitación. Me vestí lentamente, con parsimonia. Tenía tiempo y me ponía cachonda imaginar que Marco me veía mientras, prenda a prensa, con delicadeza, iba vistiendo mi cuerpo. Tras secarme el pelo y aplicarme mi desodorante, me puse un liguero negro, con moñas rojas. Luego deslicé por mis piernas dos medias negras a juego, rematadas en moñitas rojas. Miré mi cuerpo en el espejo. Mis grandes pechos despertaban mi propio deseo. Mi cuerpo, sensual, sexual, con la lencería, era una provocación. Y mi sexo, cubierto por mi Monte de Venus, una invitación. Cuando subí la mirada a la altura de mis ojos, el espejo me devolvió la imagen de una mujer que, instintivamente, se mordía el labio inferior, que tenía mirada felina y que era auténtico fuego. Era la Marta puta.

Completé mi vestuario con un monísimo microtanga tanga blanco pero transparente por delante, un vestido rojo, fino, escotado, endiabladamente escotado, un cinturón negro de charol y unos zapatos negros de tacón de aguja a juego. El bolso y el abrigo completarían el pack.

Salí de casa sobre las 18.20. Tenía dos horas y media por delante, supuestamente lo que duraba el viaje, y decidí conducir, sentirme libre, escuchar la radio, soñar… Preparar, en definitiva, mi cuerpo y pensar en el de Marco. Recorrí cuatro localidades cercanas de la provincia, con objeto de hacer un par de llamadas a Enrique digamos, causales, para que constatara el ruido del motor y mi presencia en la carretera. Detuve el coche en uno de esos pueblos; aparqué correctamente y descubrí que a mi derecha había un bar, no precisamente de carretera, sino de esos chics, de cafés y copas, de gente guapa.

Dos cafés, numerosas miradas lascivas y varias proposiciones indecentes después, decidí volver al coche. Eran las 20.30 y mi cita con el desenfreno se acercaba.

Marco era un auténtico conquistador. Un artista del morbo. De la excitación. Y de los detalles. Había preparado una cena y un ambiente realmente propicio para que una mujer se entregara a él, al 1.000 por 1.000. Me recibió en traje y corbata, elegantísimo, como siempre. No obstante, si sumamos la atracción que sobre mí ejercían los hombres de traje y con buen cuerpo, no tuvo que hacer mucho para seducirme poderosamente. Al entrar, le di un beso, intenso, como dos amantes que se encuentran de manera espaciada en el tiempo… Como lo que éramos. Me quité el abrigo y giré sobre mis talones.

-¿Qué tal?- dije, sonriendo.

-Espectacular. Sinceramente espectacular. Creo que eres la mujer con más gusto y elegante con la que he estado. –confesó.

Aquello elevó mi autoestima y, por unos segundos, ayudó a hacerme una idea de Marco como hombre, como figura masculina, más allá de cómo una máquina de follar.

En la zona del comedor, y bajo una luz tenue, Marco había preparado un escenario realmente atractivo. Mantel de encaje, cubiertos, a primera vista, de plata, un buen vino, vajilla cara. Había dispuesto algo de chacina, paté, pasta y un sorbete de postre. Cenamos y bebimos, riéndonos, sin pisar mucho terreno sexual, intentando disfrutar como personas. Ya habría tiempo de hacerlo como animales.

-Marta, me gustaría hacerte una pregunta – dijo, llenando una copa de champán.

-Dime. No será si me quiero casar contigo, ¿no? –reí

-No… sabes que no… -respondió, recostándose en su silla-

-A ver, dime… -le invité, con la media sonrisa de la buena velada y el buen vino en la boca.

-¿Qué opinas del sexo anal? –preguntó.

Aquello me dejó descolocada, o como se dice en términos masculinos, fuera de juego. Tanto por la ruptura radical de las líneas de conversación como por la sorpresa del tema.

-Pues… No tengo nada que opinar. No lo he probado, no me atrae- mentí, recordando aquellas señoras emputecidas analmente por aquellos muchachos de las películas porno.

-Espera, espera. ¿No lo has probado? ¿O no te atrae? –dijo-. Son cosas distintas.

-Ambas cosas – contesté, fingiendo desinterés por el tema.

-Mira Marta. En general, me gustaría que antes de decir algo sobre cualquier tema, sopesaras de manera inteligente las respuestas. Estoy cansado de tus no pero sí. De tus ganas de verme la polla a pesar de mostrarme lo contrario. De tus ganas de quedar conmigo a pesar de tu indiferencia. De tus ganas de follar a pesar de tu frialdad aparente… Esa barrera conmigo no te hace falta. Es más; la desprecio- dijo, fríamente.

Aquella respuesta me aplastó. No esperaba esa dureza en sus palabras, tras la velada tan extraordinaria que habíamos tenido.

-Marta. Estamos aquí para disfrutar. Yo nunca te voy a obligar a hacer nada. Rectifico. Nunca te voy a obligar a hacer nada que no te guste. Una vez que lo hayas probado claro…

-Mira, Marco, si me estás proponiendo follarme el culo, la respuesta es no. Me gusta comerte la polla, masturbarte, besarte, que me folles en mil posturas y todo lo que quieras. Pero que me follen el culo, para mí, no es sexo. Y no quiero. ¿Por qué no lo pruebas tú y entonces hablamos? –respondí, orgullosa con el remate de mi frase-.

-A mí me encanta-dijo.

-Ya, ya. No, me refería a que por qué no pruebas tú a que te penetren por detrás.-repetí.

-Te vuelvo a decir que me encanta- dijo, sonriendo.

Ahí sí que me dejó sin palabras. Entonces… Entonces… ¿Quién era Marco? ¿Acaso no era un semental, un hombre capaz de penetrar hasta el orgasmo a una mujer? ¿Era bisexual? ¿Era capaz de acostarse con un hombre? ¿De ser penetrado por un pene? ¿De…?

-Ey, ey, ey, deja de darle vueltas a esa cabecita – Marco pareció intuir lo que pensaba – No me gustan los tíos. Nada. Nada de nada. Me gustan las mujeres. Las hembras. Como tú.

Marco sonreía ante mi estupor, llevándose la copa de champán a los labios…

-Ay, Marta, Marta... Tienes que aprender mucho todavía. Y quiero que aprendas conmigo… No, no soy maricón. Creo que debes suponerlo por cómo te hago disfrutar y cómo te excito. ¿Sabías que el ano es la zona donde más terminaciones nerviosas tenemos los seres humanos? ¿Y que el hombre, especialmente, disfruta en esa zona más que ninguna?

No, no lo sabía. Lo único que sabía es que muchas actrices porno volvían sus ojos en blanco cuando una polla la ensartaba por detrás.

-Ahí está nuestro punto G, Marta. Y hay múltiples formas de estimularlo. Pero además, si se trabaja bien, con cariño, con excitación, con sabiduría, las mujeres también concentráis gran parte del placer en esa zona. Sé sincera. ¿Nunca has fantaseado con eso? – volvió a la carga.

-No Marco. –mentí, de nuevo-.

-Bien, acepto el trato –contestó, sorprendiéndome de nuevo. Se levantó y se dirigió hacia a mi espalda, rodeando la mesa-

-¿Qué trato Marco? ¿De qué estás hablando?-respondí, algo furiosa y descolocada.

-Quiero tener sexo anal contigo –me dijo al oído, con sus manos en mis hombros, masajeándome el cuello-. Llenarte tu cuerpo, tus entrañas. Sentir cómo tu esfínter va abriéndose poco a poco a mi paso. Que notes en lo más profundo de tu ser cómo te invado –sus manos bajaron a mi pecho y estimularon mis pezones por fuera del vestido, tanto, que comenzaron a marcarse; sus labios rozaban mi cuello-. Cómo mi pene va llenándote un sitio nuevo. Que notes como relleno tu recto. Y que tú llenes las mías. Que me hagas explotar de placer con algo que ni siquiera imaginas, pero que te llenará el coño de babas. Déjate llevar, Marta. Fíate de mí. Te conduciré hasta donde no puedes imaginar. Toma mi mano. Mi propuesta. Acéptala. Di sí. –terminó, pellizcando mis pezones-

Su voz en mi oído, sus palabras lascivas, sus ganas de aventurarme, de llevarme otro tramo más allá de la locura, y sus manos como pinzas en mis pezones me provocaron ponerme de0 a100 en escasas milésimas de segundo. Notaba mi vulva llena, preparada, respondiendo a sus propuestas, a sus palabras. Mis manos, hacia atrás, masajeaban sus muslos y sus pantorillas.

-Vamos Marta –sus manos levantaron poco a poco mi vestido, descubriendo la liga de mis medias, mi tanga húmedo y el liguero- Déjame llevarte a ese oscuro rincón del placer –su dedos recorrían la cara interior de mis muslos-. Soy yo quien sé el camino y tú sólo debes dejarte guiar –sus dedos me estremecían, sin llegar a tocar mi sexo, a pesar de mi deseo-. Marta, sé que estás deseando probar… Y será sencillo. Primero tú a mí, para aceptar el trato, y luego yo invadiré tu agujero virgen…

Desde atrás, su boca se dirigió a la mía y enredamos nuestras lenguas salvajemente. Su dedo índice palpó mi tanga, mojado, y recorrió suavemente todo mi Monte de Venus, sin brusquedad, hasta dar con mi clítoris. Marco, seguramente, y a pesar del impedimento de la ropa interior, ya lo notaría hinchado. Me besó, le besé, nos besamos, gemimos en nuestros besos. Éramos animales del deseo, sin freno, sin barreras. Su mano se coló por el filo de mi tanga y rápidamente notó mi estado de excitación.

-Eres una hembra como ninguna, Marta. Fíjate cómo te pones solo con nombrar ciertas cosas… - me dijo al oído, mientras yo suspiraba- Tú eres la experta de la vida, Martita, pero yo soy el experto en el deseo. Fíjate, fíjate cómo resbala mi mano. Eres puro vicio, zorrita.

Mientras me hablaba al oído, mi excitación iba creciendo. Su dedo índice, ayudado por el pulgar, ya me trabajaba con maestría el clítoris. Yo seguía sentada y él seguía masturbándome desde mi espalda, de pie, pero nada ni nadie le frenaba.

-Dime que sí, zorrita. Dime que quieres probarlo. –su dedo índice multiplicó su ritmo sobre mi clítoris. Me sentía a un paso del clímax- Que te mueres por notar cómo me abro paso por tu ano. Que invado esa zona por primera vez. Dime que sí porque después me lo pedirás muchas más veces. Pedirás ser penetrada analmente. Como una zorrita. Dime que sí. ¡Dime que sí!

-SIIIIIIIIII. OHHHHHHHHH. ¡Sigue Marco! AGGGGGG –me estaba conduciendo a un orgasmo brutal, mezcla de su pericia con mi clítoris y sus lascivas palabras- Sí quierooooooooooooo

-Si quieres ¿qué, zorra? –preguntó justo en el momento en el que me corría y mis uñas arañaban su antebrazo-

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡QUE ME FOLLES MI CULO!!!!!!!!!!!!!! SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. JODERRRRRRRRRRRRRRRRRRRR!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!- grité, corriéndome viva-.

Cuando alcancé el orgasmo, aparté instintivamente su mano y cerré mis piernas, apretándolas, intentando retener aquel espacio de placer extraordinario que aquel efebo hijo de puta y todopoderoso acababa de darme.

Noté cómo se alejaba. Escuché un cajón abrirse y cerrarse. Luego, un chorro de agua correr. A los diez minutos, Marco volvió sonriente y yo le esperaba en el sillón, ya recuperada y con las pulsaciones volviendo a la normalidad.

-Eres un cabrón salvaje que saca mi lado más oscuro –le recibí, al sentarse a mi lado-. ¿Y sabes qué? –le dije, dándole un beso en la boca- Que me encanta…

En su mano lucía un bote en el que podía leer ‘lubricante’ y en la otra un pequeño neceser cuyo contenido desconocía. Ansiosa, le aflojé el nudo de la corbata y fui desabotonando su camisa. Le devoré el cuello, la boca, sus pezones, su vientre, mientras mi mano se deslizaba hacia mi vagina, ansiosa y preparada. Me interrumpió al proceder a quitarle la hebilla del cinturón.

-Para, para, Martita. Ponte de pie, y quítate ese vestido como sabes hacerlo- solicitó.

Levanté la cara de su vientre, le sonreí y me puse en pie. Me mordisqueé mi labio inferior, puse la cara más puta de entre las putas y comencé a contornearme como una stripper de lujo. Me di la vuelta y agaché mi espalda, hasta dejar mi culo prácticamente en su boca. Subí mi vestido y apareció ante él mi rotundo trasero, dividido por el color blanco de mi tanga, y mis piernas, recorridas por mis medias negras. Acerqué aún más mi culo hasta su rostro, hasta que noté que su cara se hundía en él. Luego, erguí mi espalda y me saqué el vestido. Me senté sobre él, dándole la espalda y moviendo mi culo y mi sexo sobre su regazo, notando como aquel enorme trozo de carne ya estaba apunto. Me restregué sobre él como una perra encelo, cinco, diez minutos, mientras él me masajeaba las piernas, me quitaba el sostén y liberaba mis pechos de ataduras. Sí, era libre, Marta la puta había salido del todo a la luz. Notaba su enorme polla, ansiosa por poseerme. Me gustaba jugar con él. Darle mi carácter de puta. Sólo a él. Era mío. O al menos eso pensaba yo.

Me levanté y miré instintivamente a su paquete. Había dejado humedecida la zona de su traje gris en la que me había meneado, patente con una leve mancha oscura. Me di de nuevo la vuelta, agaché la espalda otra vez y le pedí que me quitara el tanga. Lentamente, con mi culo totalmente vendido, expuesto, Marco agarró el tanga a la altura de la cintura y lentamente, sensual, muy sensual, me lo bajó, dejando al descubierto mis dos orificios más preciados, uno de ellos resplandeciente de humedad.

-Arrodíllate, Marta. Sé todo lo puta que sé que eres. Tienes aquí tu premio –me invitó-.

Me di la vuelta y, mirándole a los ojos, y con la lengua en los labios, fue agachándome poco a poco, hasta arrodillarme. Pasé mis dos manos por sus piernas, lentamente, acercándome poco a poco hasta su zona más erógena. Notaba la necesidad de liberar su polla. Le quité la hebilla del cinturón, el botón, bajé la cremallera, y de un tirón le saqué el pantalón. Un boxer blanco cubría tu enorme pene que, en plena erección, había lubricado la prenda. Volví a masajearle las piernas, bajé la cabeza y, con mi lengua, recorrí su vientre y su paquete por encima de los boxers, notando las palpitaciones y el grosor de aquel nabo, causa de mi locura. Me metí el capullo, con la barrera de sus boxers, en la boca, empapando aquel trozo de tela. Le escupí, una, dos, tres veces y restregué mi saliva por su glande, hasta el punto de que veía perfectamente ya el color carne de su miembro. Agarré el boxer a la altura de la cintura, bajé la cabeza, y fui bajando. Me paré justo en el momento en que su polla estuvo a punto de salir entera. Bajé aún más la cabeza, esperando el momento en que su pene, definidamente, me golpeó la barbilla, liberado, potente. Lucía tremendo, resplandeciente, apetitoso. Sus venas marcadas, su glande totalmente brillante, lubricado, su pubis recortado y cuidado, sus testículos velludos… Todo para mí.

Tomé con mi mano su polla y restregué su meato por mis dos pezones, sin dejar de mirarle, dejando un rastro de humedad en mis oscuras aureolas, contraídas por la excitación. Notaba mi vagina invadirse de líquido, suplicar que la rellenaran, que algo o alguien me empalara mientras me deleitaba con aquella visión.

Bajé mi cabeza y lamí sus huevos. Noté su rugosidad, su acumulación de semen. Hice varios círculos, buscando los pliegues, mientras Marco resoplaba, complacido e impaciente. Lamí su tronco, muy pero que muy lentamente, mientras mi pulgar no dejaba de hacer círculos en su glande. Mi efebo me miraba, excitado, excitadísimo, y supongo que orgulloso de los avances en el adoctrinamiento que él mismo había iniciado.

Noté con mi lengua todos y cada uno de los relieves que provocaban sus hinchadas venas en su miembro, hasta que llegué a su glorioso champiñón. Hice cinco, diez, quince círculos con mi lengua, sin dejar de mirarle. Mientras hacía desaparecer su capullo entero en mi boca, busqué con mi mano izquierda mis pechos, pellizcando mis pezones, comprobando que estaban como piedras, y mi vagina después, constatando la ebullición de líquidos y temperatura que estaba generando. Con mi boca como refugio y mi lengua dándole la bienvenida al inicio de su cipote, empapé mi mano del flujo de mi coño y lo restregué por sus huevos, y fui bajando mi cabeza en busca de su empalamiento oral. Tenía la boca llena, y aún quedaba un trozo de su carne sin catar. Mientras masajeaba lentamente su escroto, bajé aún más y mi nariz tocó el vello de su pubis al mismo tiempo que su glande el fondo de mi garganta. Aguanté la arcada como pude, succioné un minuto, dos, y noté cómo Marco se volvía loco mientras su polla se iba cubriendo de una cantidad ingente de saliva que colgaba de mi boca.

-No puedo, Marco, es demasiado grande – advertí.

Mi amante me sonrió mientras se recostaba aún más en el sofá y con sus manos tomó sus piernas, levantándolas como si estuviera en un paritorio.

-Cómeme el culo, Martita. Fóllame con tu lengua –dijo.

Bajé la vista y, con su polla más allá de su ombligo, contemplé su ano, oscuro. Aquella idea produjo hizo que mi excitación estallara, otra vez, en mi coño. Lamí de nuevo su polla, como un helado que se derrite, fui bajando a sus huevos. Me enfrentaba a una situación doblemente desconocida, el sexo anal. Primero, porque era mi primera experiencia en ese sentido. Y segundo, porque nunca me había imaginado que iba a hacer lo que me pedía. Y, desde luego, no iba a echarme atrás.

Mi lamida en la zona bajo sus huevos provocó un gruñido de Marco. “Así que es verdad que te gusta, cabrón…”, pensé. Lamí y lamí el pequeño trozo que iba de sus testículos a su ano, y a Marco aquello le sacaba de quicio. Cerraba los ojos y lo vi más excitado que nunca.

Con mis manos, le abrí los glúteos. Le tenía totalmente expuesto. Su polla palpitando. Sus ojos mirándome, a la espera de tener que hacer alguna indicación. Y su ano esperando.

Acerqué mi boca a su ano y mi lengua comenzó a hacer círculos alrededor de él. Olía a jabón algo que, sumado al ruido del agua del grifo que había escuchado anteriormente, me hizo pensar que Marco se había lavado la zona justo antes de volver. Poco a poco, y con sus nalgas abiertas en mis manos, fui acercándome a su agujero, que fui humedeciendo con ansia, consciente del placer que le estaba otorgando a aquel cabrón. Mi amante rugía, balbuceaba, y, entre palabras ininteligibles, solo escuchaba algún ‘así’, ‘eso es’ o ‘me estás volviendo loco, zorra’.

Abrí aún más sus nalgas, escupí en su culo. Mi lengua, suavemente, fue entrando dentro de él, mientras mi mano iba en busca de sus huevos. Le tenía entregado, entero para mí. Moví la lengua rápida, a veces, lenta, otras, hasta que noté que Marco se transformaba en un auténtico recipiente de placer. Mi glándula estaba haciendo un perfecto beso negro y por mi muslo resbaló una gota de flujo. En ese momento, hubiera hecho lo que me hubiera pedido. Cualquier cosa.

-Toma Marta. Échate esto en el dedo y fóllame. –me dijo Marco, mientras me ofrecía aquel tubo de crema lubricante.

Le ofrecí el dedo y él mismo me sirvió la cantidad que él consideró adecuada. Estaba fría, muy fría, al contrario que nuestros cuerpos o que la temperatura de aquella sala. Restregué la crema alrededor de su ano y en la zona baja de sus testículos y le pedí más. Directamente, Marco me dio el tubo y le saqué una buena dosis con la que embadurné bien mis tetas y mis pezones, que entonces ya eran capaces de cortar la superficie más férrea a la que me enfrentara.

Dirigí una de mis tetas y la refregué por sus huevos y su culo, primero un pecho, luego otro, provocando aún más desesperación en Marco. Le abrí las cachas y, tras jugar con él un rato, mi pezón desapareció en su recto. Combiné ese juego con lamidas fortuitas en su polla, que me golpeaba en la cara alternativamente. Me sentía muy puta y muy feliz.

-Eres la más zorra entre las zorras, Marta. No te voy a dejar escapar. Y me darás las gracias. Siempre – balbuceó Marco, mientras yo sonreía, ardiente-.

Decidí entrar definitivamente dentro de él. Le pregunté con qué dedo quería que le follara y me indicó que con el índice. Me hizo una indicación sobre mis uñas y sacó un condón del neceser.

-Póntelo en el dedo, esa uña puede hacerme daño.

Obedecí, obtuve algo más de lubricante, con el que embadurné mi falange cubierta por el preservativo. Acerqué mi dedo a su ano y, tras unos pequeños círculos, penetré lentamente, consciente de mi nula experiencia, y mirándole a los ojos para estar atenta a cualquier indicación. Marco gimió cuando medio dedo había desaparecido en sus entrañas.

-¿Quieres más, hijo de puta? –pregunté.

-Sí, entero –contestó.

Hice aún más fuerza y su culo tragó mi dedo al 100% por 100%. Era una situación totalmente extraña, la mujer que penetra a su hombre… Pero sumamente agradable. Comencé a sacarlo y a meterlo, mientras me masturbaba. Muy lentamente. Marco ponía los ojos en blanco y sacaba la lengua, disfrutando como un perro. Su polla estaba tan solitaria que decidí combinar la follada con una buena mamada. Al fin y al cabo, no tenía experiencia, pero entendí que aquello sería la fórmula perfecta. Mientras le penetraba, suavemente, aunque con el dedo entero, succioné con deleite su polla, que noté más grande que nunca.

-Bien Marta, muy bien. Me estás haciendo gozar mucho –alcanzó a decir con los ojos muy cerrados, forzados.

-¿Te gusta? –dije, tras sacar su falo de mi boca.

-Sí, zorra. Ahora… Ahora busca mi próstata con cuidado. Arruga el dedo, como si estuvieras llamando a alguien. Cuando la encuentres –Marco hablaba con pausas, con suspiros, no podía disimular su enorme gozo- tócala suavemente, no seas bruta.

Obedecí, sin éxito al principio. Moví el dedo en busca de su indicación, hasta que de pronto, en la zona superior, noté un pequeño bulto.

-¡¡¡Joder, eso es!!!!!!!! ¡¡¡Ahí la tienes!! ¡Quiérela! ¡Es mi fuente de mayor placer! –gritó.

Ya lo tenía. Lo tenía para mí. Marco se estaba volviendo loco con aquel movimiento. Más que nunca. Estimulaba su próstata con la yema de mi dedo índice, continuamente, aunque sin brusquedad. Mecanicé y memoricé el movimiento y, tras unos minutos, dirigí mi boca a sus huevos y a su polla, mamándosela mientras mi mano izquierda sacaba humo a mi clítoris.

-¡Sigue! ¡Así! ¡Así! ¡Joderrrrrrrrrrr! –gritaba Marco, fuera de sí-.

Dejé de chupársela. Quería contemplar aquel espectáculo. Quité la mano de mi coño y, llena de flujo y deseo, la llevé a la zona entre su ano y sus huevos, estimulándole lenta pero continuadamente. Mi dedo seguía dentro de su culo, haciéndole delirar, al menos cuatro minutos.

-¡Aggggggggggggggggggggggggggggggggggggggg!

Desde luego, no estaba preparada para eso. Nunca se me había pasado por la mente que un hombre pudiera eyacular sin estimularle el pene. Pero ocurrió. Marco comenzó a correrse, estimulado por mi dedo, lanzando espesos chorros de semen, ocho o nueve. Estaba eyaculando como nunca lo había hecho. Nunca había expulsado tanta leche. ¿Sería posible que un dedo en el culo provocara mayor excitación que una buena mamada o un buen polvo? El caso es que notaba su orgasmo en mi dedo, que a cada contracción notaba cómo su culo lo estrangulaba. Su semen llenó su pecho, su cuello, el respaldo del sofá y su cara. Y él rugía como nunca…

Mientras Marco iba retomando aire, y yo aflojando la presión en su culo, miré el espectáculo. Parecía que una manada de búfalos hubiera estado allí eyaculando…

-Ohhhhh, joder… Sácalo… Lentamente…

Obedecí. Mi dedo fue saliendo de aquel agujero que había descubierto, notando cómo sus paredes se iban cerrando a mi paso. Le miraba satisfecha, consciente de que había abierto una puerta, otra puerta más y que, por unos instantes, al menos por unos instantes, le había tenido entre mis manos y a mi merced. Marta la puta, además de muy puta, era una perfecta juguetona. Otra gota de flujo recorrió, esta vez, el interior de mi otro muslo.