Las confesiones de Marta (11)
¿Quieres que te emputezca? ¿Quieres que te emputezca? ¿Quieres que te emputezca?... Aquella pregunta, y el sí con el que contesté a Marco, martilleaban mi cabeza los primeros días.
Gracias a todos los que os habéis interesado por mí. No han sido tiempos fáciles, pero prometí volver, y aquí estoy. Prosigo con mis confesiones. Un beso a todos,
Marta
“¿Quieres que te emputezca? ¿Quieres que te emputezca? ¿Quieres que te emputezca?...”
Aquella pregunta, y el sí con el que contesté a Marco, martilleaban mi cabeza los primeros días. Fue un momento de suma excitación, de entrega, de aceptación total y absoluta de aquella Marta sexualmente enferma a un muchacho que me derretía mis entrañas.
Pero la Marta señora y esposa volvió un tiempo. La Marta señora y esposa pasó los dos siguientes meses a esa tarde en la casa de Marzo bajo una profunda meditación. Sopesando su locura, su matrimonio, su excitación, su límite… y su arrepentimiento. Sí. Cada día que Enrique llegaba y me quería, me arrepentía cada vez más de haberme entregado a aquella fuente de placer tanto en cuerpo como en alma. Me sentía rastrera, zorra y vil, capaz de vender mi vida por una ración de sexo… aunque fuera del bueno… del muy bueno.
En esos dos meses, mi relación con el sexo solo fue a través de Enrique, de nuestros polvos de fin de semana o de las pajas que le brindaba. No me masturbaba, no veía porno… La culpa me comía. Ni siquiera… ¡ni siquiera abrí el correo electrónico, pues no sé si sería capaz de afrontar un mail de aquel efebo penetrador!
Afortunadamente, Marco no tenía mi móvil, por lo que olvidarle y encauzar mi vida dependía de mí.
Retomé mi vida. Mi trabajo. Mis amigas. Mis reuniones. Mis fiestas sin consistencia. Mi rutina con Enrique. Puedo prometeros que, con el paso de los días, fui olvidándome de Marco, de su semen y de su capacidad de seducción.
Fue en el Centro. Yo salía del centro comercial por referencia del casco histórico cuando lo vi. Estaba sentado en un banco de la plaza anexa. Sonreía, sinceramente, mientras una chica rubia, exuberante y elegante, le hablaba sensualmente al oído y le mordisqueaba su oreja. Me quedé paralizada. Mi cerebro daba órdenes claras de andar, de alejarme de allí, de borrar aquello de mi mente. Pero mis piernas y mis ojos no respondían, quizás influenciados por mi corazón y el flujo que de repente invadió mi preciada cueva. Estuve así dos, tres, diez minutos. No lo recuerdo. De pronto, Marco y la rubia, que tenía un cuerpo realmente escultural, un andar elegante y un halo bastante sexy, echaron a andar, cogidos de la mano, alejándose de mí.
Fue entonces cuando mi cerebro consiguió mandar definitivamente la orden. Parecía que estaba bloqueada… O mejor dicho, como si aquella escena, o aquella pareja, o el propio Marco, sin saberlo, me hubieran hechizado hasta el límite. Entré en una cafetería cercana, pedí un té y pensé… Poco a poco, como un Alien, Marta la sexual, la puta, fue volviendo a mí, devorando a Marta la señora. Camino a la oficina decidí mis próximos pasos y el primer fue abrir mi correo electrónico. No podía creerlo. En dos meses, Marco no me había escrito ni un mísero mail.
Serían aproximadamente las cuatro de la tarde cuando pulsé el telefonillo de la casa de Marco. Iba exactamente vestida igual que cuando salí de casa temprano, vestido de punto beige por debajo de la ingle, leggins marrones oscuras y botas altas marrones. Un ancho cinturón marrón, un sujetador negro y un tanga malva completaba mi vestuario.
-¿Sí?- respondió una voz masculina familiar al telefonillo.
Estuve apunto de huir, de alejarme definitivamente de aquella locura, de volver a mi cauce…
-¿Marco?-dije, sorprendiéndome a mí misma.
-¿Quién eres?
-¿Puedes abrir por favor? Soy Marta- aclaré.
-Por supuesto- respondió, intuyéndole perfectamente su sonrisa en los labios, mientras el telefonillo indicaba que se había accionado la apertura.
Cuando subí, la puerta estaba cerrada. Otra vez. Llamé, impaciente. Marco tardó minuto y medio en abrir. O al menos, eso me pareció a mí. Apareció tras la puerta con su dentadura perfecta y yo creí morirme.
-Bienvenida de nuevo Marta –dijo sonriendo-. Adelante –invitándome a pasar con la mano.
-Gracias-dije, intentando simular mi ‘enfado’.
-Me alegra sab…
-¡¿Quién es ella?!- dije, sin permitir que él acabara su frase.
-No te entiendo- contestó.
-La rubia esa con la que ibas hoy. ¿Quién es? – insistí.
-Vaya, vaya. Martita, ¿ahora te dedicas al espionaje?
-Nada más lejos de la realidad –dije, con superioridad- Y menos contigo. ¿Quién es ella?
-Es una amiga. ¿Tienes algún problema? ¿Puedo preguntarte por qué desapareciste del mapa, sin más?
-Veo que no pierdes el tiempo. Con tu amiga, digo. ¿Puedo preguntarte yo por qué no me has escrito un mísero correo, Marco? ¿Acaso todo lo que hablamos, todo lo que hicimos, quedó ahí? – pregunté, sin darme cuenta de que estaba diciendo cosas sin sentido y que incluso estaba definiendo mi propia forma de actuar.
-Mira, Marta. En primer lugar, yo puedo tener todas y cada unas de las amigas que me dé la gana. En segundo lugar, no eres tú precisamente a quien tenga que darle explicaciones. Y en tercer lugar, veo que sigue sin cumplir tus promesas. Ya te dije una vez que, si te interesara, me lo harías saber. Y no lo has hecho. Desapareciste, cosa que me extrañó, después de lo que disfrutaste aquella tarde.
-¿Te la has follado?- volví a la carga.
-Por todos los orificios de su cuerpo, Marta…
Aquel golpe bajo no me dolió tanto como la excitación que creció en mi cuerpo por su forma de hablar y por imaginarme a aquella rubia empalada por su miembro.
-Marta, Marta, Marta… Has sido tú quien ha venido a buscarme. Y es la segunda vez que…
Sin dejarle siquiera terminar, me lancé hacia su boca, devorándola, arrancándola. Mi lengua penetró su boca; tomó su cara con mis manos y yo palpé su pecho y su trasero. Le recorrí su paladar, sus labios, su propia lengua, sus dientes. Noté mi coño invadirse al completo y sus brazos rodearme la cintura y recorrerme la espalda de una forma envolvente, provocando mi entrega total y que poco a poco fuera lamiendo su barbilla, su cara, su cuello, su pecho y sus pezones tras desabotonarle la camisa.
-Espera Marta.
Le miré como una leona a la que le arrebatan su trozo de carne. Mis ojos brillaban, deseosa, carnívora. Miraba su boca, sus labios.
-Siéntate, Marta… Por favor.
Obedecí.
-Bien. Vamos a hablar, sin rodeos- dijo.
Me tenía hechizada. Le escuchaba, pero solo pensaba bajo el formato de sexo. Mi sexo palpitaba, notaba la sangre bombear en mi cabeza. Sentía deseo y ganas de no separarme de él. De entregarme. De ser suya. Siempre.
-Mira Marta. Quiero que me contestes con total sinceridad. Tú me atraes. Me atraes mucho. Despiertas mucho en mí. Eres una buena hembra que tiene mucho dentro por explotar. Eres puro sexo, puro deseo. Y eso… me provoca. ¿Me equivoco si sientes lo mismo? – preguntó.
-No, no te equivocas- contesté, entregada.
-Ajá. Ahora bien… Ni tú ni yo tenemos pensamiento alguno en que esto sea algo más que una pura relación sexual. Con los adjetivos que quieras. Pero sexual, animal. Tú no vas a dejar a tu marido ni quieres establecer una relación conmigo. ¿Verdad?
-Verdad. Te deseo. Te deseo…
-Bien Marta. Empezamos a entendernos. Mira, yo tampoco tengo interés en tener pareja, y si lo tuviera, precisamente no ibas a ser tú. Para mí, eres mere sexo, morbo, una mujer hecha para mi disfrute. Y te voy a explicar cómo entiendo yo esta… relación entre nosotros. Nos atraemos, mucho; nos excitamos, mucho; nos ponemos cachondos, mucho…- con un gesto, me invitó a darle mi opinión.
-Despiertas en mí algo que nunca he sentido Marco, algo animal. Me conviertes en alguien que no soy… o en quien soy en realidad, pero muy alejada de mi vida rutinaria- confesé. Notaba que mis pulsaciones iban bajando.
-No sé, Marta, por qué en estos cuarenta y tantos años nadie ha despertado en ti esa cuestión. Pero está claro que eres un filón por explotar. Un diamante en bruto. Y… ¿sabes? Quiero ser yo quien te pula. Sin interferir en tu vida… En tu vida de mujer, señora, madre y todo eso. No me interesa eso. Me interesa la Marta que implora porque la folle, que lubrica, que suspira por comerme el nabo… Y tengo claro cómo voy a limar a esa Marta. Pero quiero contar con tu aprobación. Así que repito, una vez más, igual que la otra vez. ¿Quieres que te emputezca, Marta? ¿Quieres que te ayude a cumplir tus deseos más oscuros, putita? –preguntó, tomando mi barbilla en su mano y mirándome a los ojos.
Aquel insulto me cogió desprevenida. Y lo peor… no me disgustó. Dudé. Lo deseaba, con toda mi alma… Pero dudé… Mi mundo se venía abajo por los impulsos de mis instintos.
-Sí, Marco. Quiero que me emputezcas. Que saques de mí todo. Que me pulas. Que extraigas de mí todo este deseo que llevo dentro. Que me conduzcas hasta donde nadie me llevó. Contigo. Quiero ser tuya. Sí, quiero, Marco.
Una sonrisa lobuna apareció en su rostro. De triunfo. De saberse ganador. Pero noté que no era una novedad. Intuí que su sensación de victoria era plena desde que acudí a la primera cita. Y noté que el tanga se empapaba como una esponja.
-Muy bien Marta. Ahora empieza una nueva etapa en tu vida. En tu vida conmigo, claro. Ya te he dicho que tu vida rutinaria no me importa lo más mínimo. Pero en tu vida conmigo yo seré quien te lleve de la mano. Quien te guíe. Quien te explique. Quien te eduque. ¿Entendido, Marta? ¿Quieres seguirme para explorar toda tu capacidad de sacar a la hembra verdadera que escondes?
-Sí, quiero- respondí, con un hilo de voz. Hubiera dicho sí a todo. Únicamente quería probar de nuevo su miembro, saborearlo, que volviera a follarme, a notar sus embestidas, a sentir cómo se derramaba. A sentir cómo nos derramábamos los dos.