Las colinas de Komor XXXVII
Anciano, he venido para negociar los términos de vuestra rendición. dijo el general tratando de que aquella petición no pareciese ridícula Podéis ver la magnitud de nuestro ejército...
XXXVII
En cuanto soltó el disparador se acercó a Oliva y la despertó de un empujón.
—En marcha, esos cabrones ya han llegado.
Sin intercambiar una palabra más se vistieron y cogieron las armas. Esta vez no iban de paseo. Cogieron los M4 un par de lanzagranadas y el rifle de francotirador con abundante munición y los echaron en la caja de la camioneta mientras salían en dirección a la cueva levantando una nube de polvo.
Mientras Oliva conducía llamó al sargento Hawkins para pedir que apresurase la evacuación. El sargento gruñó y soltó un par de tacos al comprobar que sus peores temores se veían confirmados y le dijo que inmediatamente enviaría un par de Black Hawks para comenzar el traslado.
En menos de cinco minutos habían llegado a la cueva y entraron con las armas listas. Justo en el lugar donde habían colocado las cargas había un montón de piedras y cascotes. Solo uno de los terroristas estaba de ese lado de la barricada, bueno al menos la mitad de su cuerpo. La otra mitad estaba debajo de varias toneladas de escombros.
Lo examinaron. Estaba muerto. Entre las ropas encontraron un par de granadas y dos cargadores de AK. El arma estaba un poco más lejos, abandonada en un rincón.
Aquel hombre no les contaría nada más, así que se acercaron al montón de piedras que cerraba el acceso a la cueva y escucharon con atención. No tardaron en oír gritos y juramentos. La esperanza de que los afganos se hubiesen dado por vencidos y se retirasen con sus heridos y sus muertos pronto quedó descartada cuando empezaron a oír el ruido de golpes y piedras que rodaban.
—Parece que esos cabrones están dispuestos a todo. —susurró Olivia— ¿Cuánto crees que tardarán en quitar todas esas piedras?
—No sé. Un día, tal vez menos. Produjimos un buen derrumbe, pero la roca caliza aquí es bastante frágil y al menos por este lado no hay grandes trozos que les impidan avanzar a buen ritmo.
—Ya veo, ¿Y ahora qué hacemos?
—Lo lógico. Nos dividiremos. Yo me encargo de la evacuación y el tú vigilas desde ahí arriba. —dijo Ray señalando un cornisa en la ladera a unos cuatrocientos metros al este que tenía una visión perfecta sobre la boca de la caverna y el espacio que la rodeaba.
Oliva no pudo ocultar una sonrisa de satisfacción. Al verla, la imagen de un gato ónyx relamiéndose antes de abalanzarse sobre su presa le vino a la mente. Ella era una cazadora, no podía evitarlo.
Echando un último vistazo a la cueva salieron de allí y montaron en la camioneta. Ray la llevó hasta el saliente y la ayudó a subir el material. Para cuando estuvo instalada, el campamento de MSF ya había despertado. Desde allí podían ver como los médicos y las enfermeras se afanaban en tareas matinales, ajenos al peligro que les acechaba. Una ráfaga de aire ardiente los azotó y le obligó a apartar la mirada mientras subía a la camioneta y se dirigía a la tienda de Monique a darle la mala noticia.
Cuando llegó allí la doctora había empezado la consulta en su dispensario. Estuvo a punto de interrumpirla, pero como tenía tiempo optó por llamar a Hawkins para preguntarle cuando llegarían los helicópteros y volvió al dispensario para hacer guardia. Cuando se aseguró de que todo estaba en orden cogió el libro y volvió a leer.
Capítulo 52. Dos ciudades en peligro
Arquimal
El día había sido pesado. Solo después de varias horas se había despejado la sala de audiencias. La guerra y la ausencia del barón no impedía que la ciudad siguiese con sus propios asuntos y siempre había problemas que arreglar.
Como visir, la gente pensaba de él que lo que realmente ansiaba era el poder del barón. Pero en realidad nunca lo había deseado. Siempre le había gustado manejarse en la sombra, aconsejando y aprovechando la información a la que tenía acceso para hacer crecer su fortuna.
Y ahora que era el máximo gobernante de aquella ciudad, aunque solo fuese temporalmente sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Y como siempre había sospechado, no le gustaba. Más aun, cuando el mensaje recibido del barón le había obligado a preparar otro envío de alimentos condenando a sus ciudadanos al hambre deseó estar con el ejército antes que tener que enfrentarse a las miradas tristes y enojadas de la gente.
Obviamente, aquello del hambre era relativo. Ninguno de los funcionarios o clases altas de la ciudad tendrían ningún problema para abastecerse, pero los más pobres ya hacía tiempo que estaban sufriendo la carestía.
Nervioso abandonó la sala de audiencias y se dirigió a sus aposentos para cenar un poco. Viudo desde hacia tiempo y con sus hijos en el ejército, cualquier comida era solitaria así que cuando llego el capitán Elton lo invitó a cenar con él para tener algo de compañía.
El soldado miró la mesa un instante y enmascarando su enfado al ver tal cantidad de comida se sentó ante él.
—Hola, querido amigo. —le saludo— ¿Ha ido todo bien?
—Sí, excelencia. —respondió el hombre cogiendo un muslo de pavo con desgana— Espero que sea suficiente. Ya no tenemos más que darles, ni comida, ni soldados. Los que quedan los necesitamos para prevenir los ataques de los hombres de las estepas...
—... O para prevenir revueltas. —le interrumpió el visir limpiando la grasa que corría por su barbilla— ¿De cuántos hombres disponemos?
—Unos trescientos o cuatrocientos, aunque verdaderos soldados apenas unos cincuenta. —respondió Elton bebiendo su tercer vaso de vino.
—Supongo que serán suficientes. De todas maneras no me fío. La gente está nerviosa y no me gusta. Quiero que dobles la guardia en los edificios de gobierno, en los templos y las plazas donde se pueda reunir gente y disperséis todo lo que parezca algo más que una simple partida de dados.
—Eso obligará a reducir la vigilancia en las murallas... —le advirtió el capitán.
—No importa, esos nómadas salvajes nunca se han atrevido a atacar la ciudad, me preocupa más una revuelta interna. Coloca media docena de hombres en cada puerta y emplea a los demás para mantener el orden en las calles. Quiero que se os vea a todas las horas del día y de la noche patrullando por la ciudad. —ordenó el visir sin ocultar su preocupación.
El capitán le miró y estuvo a punto de decir algo, pero una mirada suya bastó para terminar la conversación. Elton era un buen soldado, pero si quería llegar más alto debería aprender a ocultar mejor sus emociones.
Una vez despachados los asuntos importantes Arquimal desvió hábilmente la conversación hacia temas intrascendentes. Le hizo preguntas sobre su familia a la que el capitán respondió con monosílabos evidentemente incómodo con la situación.
Cuando terminaron de cenar aun sobraba más de la mitad de la comida. Los esclavos se acercaron para retirarla. Ante la mirada ansiosa de Elton, le preguntó si quería llevarse los restos del banquete. El capitán se debatió indeciso, pero al final asintió con un gesto consciente de que ningún bocado estaría de más para alimentar a su mujer y sus dos hijos.
El visir le invitó a una última copa y le despidió mientras uno de los sirvientes le alargaba una saca con parte de la comida que había sobrado. El hombre hizo el saludo militar y se alejó con paso no muy firme. Arquimal lo observó irse e intentó recordar cuando había sido la última vez que había visto a aquel hombre borracho.
Minalud
Al fin había terminado aquel viaje de pesadilla y ya habían montado el campamento al pie de las murallas enemigas. La ciudad se había preparado para la guerra y los exploradores que la rodearon a la distancia de un tiro de flecha no vieron ningún lugar obvio donde las murallas fuesen más accesibles.
Tras un corto consejo, aquella misma tarde el general ordenó formar al ejército frente a las murallas. Sus diez mil hombres esperaron a una distancia prudencial, pero lo suficientemente cerca para que los sitiados pudiesen ver la fenomenal fuerza a la que se enfrentaban.
Como esperaban los komorianos no salieron de las murallas a presentar batalla. Tras un par de horas, Minalud con uno de sus oficiales se adelantó con la bandera de parlamento.
El ejército, en una exhibición de coordinación, se retrasó unos cientos de metros sin romper su formación para demostrar que no era una trampa.
Manlock, impaciente, se adelantó con un caballo lo suficiente para escuchar la conversación. Cuando el general llegó a escasos metros de la puerta un hombre armado se asomó entre las almenas.
—Buenas tardes. —¿Desean algo? —dijo el hombre, un soldado sin rango, con sorna.
—Queremos hablar con el barón de la ciudad. —dijo Minalud.
—En estos momentos está ocupado, pero le preguntaré si puede venir.
Era evidente que todas las personalidades de Komor estaban espiando su ejército desde las murallas, pero todo formaba parte de una obra bien orquestada. Si se presentaban inmediatamente darían la imagen de estar nerviosos o ansiosos de llegar a un acuerdo, así que se retrepó en la silla de su montura y esperó pacientemente bajo aquel sol inclemente.
Pasó casi una hora hasta que un anciano desarmado, salvo por un retorcido bastón, se acercó al borde y le miró con una sonrisa confiada.
—Hola, soy Aselas, el herrero. El barón está muy ocupado en este momento, pero sabe de la importancia de la visita, con lo que me ha mandado a mí para atender vuestras peticiones.
Aquello empezaba mal, no esperaba que le recibiesen con los brazos abiertos dispuestos a dejarse dar por el culo, pero enviar a un anciano insignificante a negociar era un insulto. Desde que salió hacia las murallas sabía que aquello era una tarea casi imposible, pero en cuanto vio la mirada astuta del anciano supo que lo mejor hubiese sido retirarse sin decir palabra. En fin, ya que había llegado hasta allí, haría lo que había venido a hacer y se retiraría con toda la dignidad posible.
—Anciano, he venido para negociar los términos de vuestra rendición. —dijo el general tratando de que aquella petición no pareciese ridícula— Podéis ver la magnitud de nuestro ejército, todos soldados veteranos. No quiero hacer un derramamiento inútil de sangre. Si os rendís ahora mismo, prometemos no arrasar al ciudad ni esclavizar a sus habitantes.
—¿Ah, sí? —replicó el anciano apoyando el codo en una de las almenas— ¿Si no habéis venido a destruirnos? ¿Se puede saber a qué se debe vuestra visita?
—Solo queremos negociar un nuevo tratado del que ambas ciudades puedan salir beneficiadas. No pretendemos la ruina de esta hermosa ciudad. —mintió el general sin convicción.
—A ver si lo adivino. Nosotros volvemos a pagar un tributo asfixiante para que vosotros podáis seguir viviendo sin trabajar y a cambio nosotros recibimos... ¿Vuestro agradecimiento?
—... Y nuestra amistad y protección en caso de agresiones externas.
—Claro no estáis dispuestos a compartir la vaca que ordeñáis. —replicó el anciano con una sonrisa irónica— No sé, deja que piense...
El anciano se rascó teatralmente la cabeza mientras los soldados que le acompañaban en el adarve le miraban con una mezcla de perplejidad y diversión. Durante casi dos minutos pareció ensimismarse en sus pensamientos y no dijo nada hasta que finalmente abrió la boca:
—Perdona, pero la verdad es que ya estoy un poco chocho y se me ha ido la cabeza. ¿De qué estábamos hablando? —preguntó el anciano simulando confusión con una maestría que hasta llegó a hacerle dudar.
Aquello era una estúpida pérdida de tiempo. Tiró de las bridas de su caballo y estaba a punto de darse la vuelta cuando el anciano intervino de nuevo.
—Ah, sí. Ya me acuerdo... ¡Nunca! ¡Tu bonito ejército se estrellará una y otra vez contra estos muros! ¡Las murallas se teñirán con vuestra sangre y ni uno de tus soldados lograra entrar en esta ciudad! —exclamó el anciano— Nosotros os proponemos otro trato. Levantáis el sitio y volvéis al agujero del que habéis salido y os prometemos no destruir vuestra ciudad.
El anciano sonrió con suficiencia. Aquello le daba mala espina. No sabía por qué, pero aquello no le parecía una amenaza vana. Un escalofrío le recorrió por la espalda y todos su cuerpo le instaba a que volviese grupas y se dirigiese al campamento, pero la mirada del aciano lo subyugaba e impedía que hiciese otra cosa que escuchar sus palabras.
—Si os vais ahora mismo y nos indemnizáis por la destrucción causada al paso de vuestros ejército, estamos dispuestos a hablar de la reapertura del comercio entre las dos ciudades. —dijo el anciano intentando parecer razonable— Estamos seguros de que podremos negociar unos precios más competitivos para los bienes que necesitáis.
—No he venido aquí a iniciar de nuevo unas interminables conversaciones que acabarán en fracaso. —replicó recordándole a Aselas las negociaciones del año anterior—Si esa es vuestra última oferta, esto significa la guerra. Entraremos en vuestra ciudad queráis o no, quemaremos vuestras casas y os mataremos o esclavizaremos. Y tú, viejo cuervo, serás el primero en colgar de las murallas boca abajo, con las tripas pudriéndose al sol.
El anciano se quedó unos instantes mirándole hasta que finalmente no se contuvo más y soltó una larga carcajada a la que se unieron los soldados presentes en la muralla. Indignado estuvo a punto de echar la mano a la espada, pero consciente de lo inútil del gesto, bajó la bandera de parlamento y dio media vuelta mientras se dirigía lo más dignamente posible hacia su campamento.
A mitad de camino Manlock se le unió. Por la cara que tenía sabía que había entendido la mayor parte de la conversación.
—¿Qué opinas? —le preguntó el barón.
—Que no va a ser fácil. El hecho de que ninguna personalidad importante se haya acercado a negociar significa que confían en rechazarnos. Vamos a tener que llegar hasta el final.
—¿Presentarán batalla?
—Yo no lo haría. Tendremos que demostrarles que somos capaces de superar las murallas para obligarles. Los ingenieros ya están en el bosque, en tres o cuatro días tendremos máquinas suficientes para hacer el primer ataque. Probablemente no necesitemos más. —le aseguró el general, aunque en el fondo de su ser no estuviese totalmente convencido.
—Está bien, entonces preparémonos. —dijo el barón apurando el paso en dirección al campamento.
Aselas
Aquellos tipos eran exactamente lo que se esperaba, las continuas victorias contra los nómadas les había vuelto orgullosos y confiados, pero pronto aprenderían que no era lo mismo atacar a bandas de ladrones hambrientos y desorganizados en una estepa libre de obstáculos que a una ciudad preparada para un largo asedio.
En realidad se había prestado voluntario para hablar con el general enemigo para sondearlo y como esperaba habían salido de la ciudad sin un plan predeterminado. Con una sonrisa bajó las escaleras y enfiló la calle principal en dirección al palacio. ¿Cómo se podía ser tan irresponsable? Ellos esperaban que el ejército de Komor saliese y presentase batalla frente a las murallas. ¿De veras los samarios eran tan ingenuos? En fin, Albert tardaría unos días en llegar a Samar y entonces esa panda se llevaría una desagradable sorpresa.
En cuanto entró en la sala de audiencias el barón y sus hombres lo rodearon.
—¿Qué era lo que querían?
—¿Qué iban a querer? Que nos rindiésemos sin luchar.
—¿Qué ofrecían a cambio? —preguntó Orkast.
—Que siguiésemos sufragando su tren de vida a cambio de no hacernos sus esclavos. Lo de siempre.
—¿No deberíamos enviar una embajada para hacer una contraoferta? —sugirió Dankar.
—No. —dijo el barón adelantándose— No ganaríamos nada y lo interpretarían como una señal de debilidad. El tiempo de hablar se ha acabado. ¿Qué más has averiguado?
—No son tontos. Enviaron a un general, para observar nuestras defensas más de cerca, pero han llegado hasta aquí sin un plan claro. Por el último cuervo que nos enviaron los hombres de Albert sabemos que sus maquinas de asalto fueron destruidas así que perderán días construyéndounas nuevas. Días que no tienen porque la comida se les está acabando. Si nos mantenemos unidos no superarán estos muros.
—Odio esperar aquí detrás de las murallas como un niño asustado. —dijo en general Aloouf.
—No te preocupes, tendrás tu batalla pronto. Solo tienes que tener paciencia y esperar la señal de Albert.
—Tienes mucha confianza en ese hombre. —replicó el general— ¿Qué es lo que va a hacer que consiga que el formidable ejército que tenemos delante se derrumbe?
—Espera y verás, hijo. Espera y verás. —respondió él consciente de que si revelaba los planes de Albert nadie le creería.
Albert
Tal como imaginaba, los samarios estaban totalmente confiados y ni siquiera habían puesto vigilancia en el paso ni en las llanuras que rodeaban. Los exploradores batían el terreno media jornada delante de ellos sin encontrar ningún vigía ni oposición.
Gazsi se había unido a ellos con sus hombres hacía apenas dos días. Siguieron avanzando tan rápido como los carros de la impedimenta se lo permitían. A medida que pasaban ante una aldea o una granja se desviaban lo suficiente para que sus habitantes no los pudiesen identificar y los confundiesen con hombres de su propio ejército que volvían de alguna misión y cuando estuvieron a la vista de la ciudad, para no alarmar a sus habitantes, optaron por avanzar de noche para que no se viese la columna de polvo que levantaban ante su avance.
Lo bueno de ser una tropa relativamente pequeña era que eran fáciles de esconder. Cuando estuvieron a unas pocas millas ocultaron el regimiento en un pequeño bosquecillo de robles a cinco millas de las murallas.
Aquella misma noche fue en compañía de Amara con un par de hombres a explorar la ciudad. Como esperaban, los samarios no eran tontos del todo y mantenían las puertas de la ciudad cerradas hasta el alba. Atacarla de día no era una opción, los vigías podían verles acercarse desde varías millas de distancia y les daría tiempo a cerrar las puertas antes de que pudiesen llegar.
Sin embargo por la noche no sería imposible acercarse. Las murallas a pesar de ser altas y solidas, eran fáciles de trepar y no vio casi soldados paseando por el adarve. Recorrieron toda la circunferencia en busca de una punto más débil y lo encontraron. Del lado este, la muralla no estaba tan bien cuidada y había un punto en el que por algún derrumbe de los cimientos la muralla estaba más baja y un poco inclinada hacia adentro con lo que el ángulo que tendrían que escalar Amara y sus hombres era menos pronunciado.
La puerta que se abría hacia el camino de puerto Kasmir estaba a apenas cien metros. y no parecía estar apenas defendida. Para comprobarlo, con ayuda de una honda tiraron una piedra que llegó hasta el interior de las murallas. Tras retirarse al abrigo de una pequeña hondonada esperaron casi dos minutos sin que nadie apareciese para investigar el origen del ruido. Probablemente el grueso de los defensores estarían durmiendo en el baluarte de la puerta.
Tras esperar un cuarto de hora más, continuaron su inspección hasta que la luna delatora se alzó en el horizonte, obligándoles a retirarse y volver al campamento.
Mientras comían los víveres del ejército samario al abrigo de miradas indiscretas, reunió a sus lugartenientes y haciendo un dibujo de la ciudad en el suelo fue indicando a cada uno lo que esperaba de ellos. No lo aplazarían mucho más. Dentro de dos noches sería luna nueva y la oscuridad ampararía sus movimientos.
Capítulo 53. La batalla de Komor
Manlock
Finalmente todo estaba listo. Las máquinas de asedio habían sido construidas. No eran tan formidables como las que habían traído con ellos, pero el general le aseguró que servirían. Además el capitán Kermash había llegado con más provisiones y otros mil hombres. Para ello había consumido casi la mitad de los alimentos que llevaba con él. Así que conscientes de que era más una inyección de moral que otra cosa, consumió buena parte de esos víveres junto con lo que pudieron cazar aquella misma noche.
Aquel improvisado banquete contribuyó a levantar la moral de los hombres con lo que cuando al anochecer les hicieron formar todos estaban seguros de la victoria.
Montado en su caballo y vestido con su mejor armadura, pasó revista saludando a los capitanes de los distintos regimientos departiendo con ellos e informándolos de sus órdenes. Los primeros en adelantarse fueron los trabuquetes con sus escoltas. En cuanto estuvieron en posición, fuera del alcance de las armas enemigas, comenzaron a bombardear la ciudad con sus proyectiles ígneos. Los hombres que estuviesen ocupados en apagar los incendios no estarían en las murallas para rechazar el ataque.
Tras un corto discurso el general Minalud dio la orden de avanzar. Cien hombres se adelantaron llevando un enorme tronco de roble con ruedas que haría de ariete mientras varias compañías se acercaban a la carrera portando escalas para adosarlas a las murallas. Mientras tanto, varios regimientos de arqueros se adelantaban y lanzaban continuas oleadas de saetas para cubrir el avance de sus compañeros.
Neelam
Aquella tarde había sentido varios pinchazos que achacó a la tensión creciente. La ciudad llevaba sitiada casi una semana y todos sabían que el ataque era inminente. La vieja sensación de temor e incertidumbre que le había dominado cuando se vio obligada a huir de su casa cuando apenas era una niña, volvió a dominarla y por un segundo se imaginó que la historia se repetía. Ella volviendo a huir, esta vez con dos criaturas a su cargo.
Poco antes de la puesta del sol los pinchazos se hicieron más frecuentes y prolongados y para cuando rompió aguas ya estaba convencida de que había llegado el momento. Enseguida avisó a Nerva que enseguida trajo agua y lienzos limpios mientras iba a buscar a la comadrona de palacio.
Al contrario de lo que esperaba, el que apareció fue Aselas. La sonrisa del anciano mago hizo que de repente todo fuese tranquilidad a su alrededor.
La sensación no duró mucho, instantes después las cornetas sonaron llamando a todos los hombres a sus puestos y los primeros proyectiles comenzaron a caer sobre la ciudad. El ataque era inminente.
—Vete, amigo mío. Los soldados necesitarán de tu ayuda en las murallas más que yo. —dijo Neelam ahogando un grito de dolor ante una nueva contracción.
—Hija, no hay mucho que este anciano pueda hacer para defender la ciudad. Mi magia nunca ha sido ofensiva. Ahora mismo estoy en el lugar donde se me necesita. —dijo con una nueva sonrisa— Ahora abre las piernas y déjame ver cómo va el parto.
Neelam dudo nerviosa. Ningún hombre excepto Sermatar y Albert le habían visto el sexo y se sentía muy vulnerable.
—No te preocupes, todo saldrá bien. —la tranquilizó el mago mientras separaba con suavidad sus piernas— y observaba el estado de su vulva.
Aloouf
A pesar de la oscuridad creciente los habían visto llegar y tuvieron tiempo de disponer a los hombres a lo largo de la muralla y a los equipos de extinción de incendios formados por ancianos y niños en cada esquina cerca de los depósitos de agua y rociando las casas más cercanas a la muralla para retardar al máximo los incendios.
Los primeros proyectiles se quedaron cortos y golpearon inofensivamente las murallas, obligando a los artilleros a rectificar el tiro hasta que comenzaron a caer en el interior del recinto. Argios, el hijo del barón, vestido con una formidable armadura que le hacía parecer un soldado de verdad se encogió instintivamente a su lado. Las primeras casas comenzaron a arder, pero desde la muralla vio como los grupos de extinción trabajan con eficacia y las máquinas enemigas eran demasiado escasas para poder provocar un incendio que escapase a su control.
Volviendo la mirada hacia el exterior vio que los samarios habían optado por un ataque frontal. Un enorme ariete se iba acercando a la puerta. Los meses de instrucción habían surtido efecto. Los hombres se mantenían tensos y alertas, pero no iban a derrumbarse ante la primera embestida del enemigo.
Con el arma en alto contuvo a los artilleros y a los arqueros. Durante los días anteriores a la llegada de los samarios habían colocado sus catapultas y habían hecho prácticas con ellas marcando el lugar exacto donde caerían los proyectiles y justo en el que momento en que las líneas enemigas las atravesaron dio la orden de disparar.
Una docena de catapultas y cientos de arqueros abrieron fuego a la vez, diezmando las primeras líneas del ejército samario, pero este no dudó y los hombres que iban detrás sustituyeron a los caídos portando las escalas y empujando el ariete.
Después de la primera andanada los disparos de las catapultas se hicieron menos efectivos, no así los de los arqueros que pudieron seguir atravesando enemigos hasta que un par de regimientos de arqueros enemigos protegidos tras grandes escudos comenzaron a devolver el fuego obligando a los hombres a agacharse.
Los primeros hombres comenzaron a caer y eran rápidamente sacados por auxiliares para que no entorpeciesen las evoluciones del resto. Con una orden hizo concentrar el fuego de los arqueros sobre los hombres que portaban las escalas aunque lo que más le preocupaba era el ariete Tenían que acabar con él antes de que derribase las puertas.
Dejando a Argios en un lugar seguro se acercó a la puerta y se aseguró de que el aceite de calem hirviendo estuviese preparado. Poco a poco el monstruo se fue acercando. Aloouf contuvo a los hombres hasta el momento exacto en el que el ariete estuvo bajo ellos. Fue entonces cuando ordeno soltar el aceite.
A continuación un par de flechas ígneas cayeron sobre el convirtiendo la máquina y sus portadores en una gigantesca antorcha.
Minalud
Observó la deflagración con un estremecimiento a pesar de lo que esperaba. En realidad sabía que el ariete no sería efectivo en ese momento, pero lo necesitaba para desviar parte del esfuerzo de los defensores y facilitar la llegada de las escalas al muro. Una vez hubiesen llegado a las murallas defenderían la zona de la puerta y si no podían abrirlas desde dentro, utilizarían el ariete para abrir la brecha definitiva.
Sin embargo el enemigo no había actuado tal como esperaba y siguió manteniendo un fuego constante y certero sobre los portadores de las escalas. Afortunadamente sus hombres se estaban comportando y habían logrado colocar una docena de escalas y cuerdas por las que empezaron a trepar. Estaba bien, pero eran demasiado pocas. Tenían que llegar más. Cuando se acercaron más escalas los defensores comenzaron a lanzar aceite sobre las que ya estaban colocadas incendiándolo y haciendo retroceder a los atacantes atropelladamente. Sabía que era cuestión de insistir y ocultando su impaciencia ordenó una nueva oleada de ataques.
Neelam
El dolor era tan intenso que creyó que se iba a partir por la mitad. Aselas le dio un descanso y le dijo que respirase profundamente mientras refrescaba su cara con un lienzo húmedo. El frescor de la tela en su frente pareció revivirla y ya estaba preparada para su siguiente contracción.
A través de la ventana se podía oír el estruendo de las armas y los lamentos de los heridos, pero una nueva indicación de Aselas le obligó a empujar de nuevo. Todo el mundo a su alrededor se disipó y solo existía aquel intenso dolor y el deseo de que todo acabase de una vez. Cogió otra agónica bocanada de aire y empujó de nuevo con todas sus fuerzas mientras exhortaba aquel maldito bebé a que saliese de una maldita vez.
Aloouf
En cuanto pararon el ariete ordenó que el resto del aceite se distribuyera para acabar con las escalas. La mayor parte del ataque parecía estar concentrándose a la derecha de las puertas dónde la muralla era un poco más baja. A pesar de sus esfuerzos, los primeros atacantes estaban llegando a la muralla. Encabezando un batallón, con la espada en una mano y una ballesta de mano en la otra corrió hacia el lugar de la refriega.
Argios, ya estaba allí desempeñándose con sorprendente sangre fría y ayudando a los defensores a retirar las escalas.
—Excelencia, no se exponga tanto. —le dijo Aloouf pensando lo que le pasaría si el heredero del barón moría.
Argios le miró y como siempre no hizo caso y siguió rechazando los pocos enemigos que lograban llegar a la parte de arriba de las escalas.
Una nueva oleada de asaltantes con nuevas escalas le obligó a dejar al chico y concentrarse en la nueva amenaza. De momento estaban conteniéndoles, pero la marea de asaltantes no cesaba.
Minalud
La batalla estaba llegando a su clímax. Sus hombres trepaban como hormigas por la muralla y en su mayor parte caían heridos o muertos antes de llegar al adarve de la muralla. Había llegado el momento.
Suponiendo que en ese momento todos los refuerzos komorianos estarían fluyendo a aquella zona de la muralla lanzó dos saetas ígneas al aire. Era la señal para que el capitán Kermash atacase.
Kermash
En cuanto vio la señal dio la orden de avanzar. En silencio y sin arqueros, solo amparados por la cobertura de la oscuridad, avanzaron hacia la muralla en el costado izquierdo, lejos del centro de la batalla.
Con satisfacción vio como conseguían llegar hasta el pie de la muralla sin que nadie pareciese haberlo advertido. Rápidamente izaron las escalas. En cuanto las colocaron sobre las almenas los komorianos dieron la voz de alarma. Pero ya era demasiado tarde en cuestión de segundos había dos docenas de hombres en lo alto del muralla.
Los defensores intentaron rechazarlos en un primer momento, pero no reaccionaron llevados por el pánico intentando dispersarse para retirar las escalas sino que formaron un frente compacto y se retiraron hacia la puerta.
La estrechez del adarve les impedía rodearlos. Tenían que eliminarlos rápidamente y llegar a las puertas antes de que llegasen refuerzos.
Capitán Nafud
Estaba cabreado. Desde que había vuelto de la infructuosa expedición para vigilar a Albert el general lo había relegado a tareas menores. A pesar de que no podía estar seguro, Aloouf sospechaba algo y le había retirado el favor. Ahora estaba allí cuidando con veinte hombres un tramo de muralla en el que no iba a pasar nada. Sus sueños de gloria y fama se estaban deshaciendo.
En ese momento un ruido seco le sorprendió. Escupiendo se asomó al borde con curiosidad. Lo que vio abajo le hizo mearse de miedo. Varias decenas de hombres estaban tendiendo escalas en esa parte de la muralla.
Su mente funcionó a toda velocidad. Antes de nada indicó a uno de sus hombres que fuese inmediatamente a pedir refuerzos mientras él agrupaba al resto interponiéndose entre las escalas y la puerta, dispuesto a defenderla con su vida.
Tal como esperaba la intención de los atacantes no era entrar en la ciudad. Arremetieron contra ellos con fuerza aullando como locos y blandiendo sus espadas.
—¡Aguantad chicos! ¡La ayuda está en camino! —dijo para animar a sus hombres y a la vez advertir a los atacantes que solo era cuestión de tiempo que se viesen rechazados.
Sin dejar de animar y gritar rechazó un mandoble a la vez que hundía la espada en el hombre que la blandía. La sangre cálida y resbaladiza empapó su mano. Se había imaginado muchas veces aquel momento, pero en realidad nada de lo que se le había imaginado se había cumplido. En realidad no pensaba en nada, se había convertido en un animal que mataba y se defendía salvajemente, poniendo en práctica los movimientos tan largo tiempo ensayados.
Los hombres a su lado aullaban y soltaban tacos, herían y eran heridos. Tras el primer ataque infructuoso los enemigos se retiraron un instante y volvieron a acometerlos de nuevo. Ahora eran casi un centenar. La presión de los cuerpos estaba empezando a superarlos pero aun así grito a los hombres y no les dejó retirarse más que unos pasos. Tenían que aguantar fuese como fuese.
En ese momento vio como desde el otro lado llegaba un pequeño pelotón en su ayuda. Atacados desde los dos flancos los samarios tuvieron que reorganizarse justo cuando estaban a punto de romper sus líneas. Eso fue suficiente. Retrasó a los hombres que le habían acompañado en primera línea colocando a los que estaban más frescos a su lado y resistieron a duras penas la siguiente acometida... pero la resistieron. En ese momento el hijo del barón llego con un centenar de infantes y sobre todo dos secciones de arqueros.
Kermash
Habían estado a punto. En dos ocasiones aquella veintena de hombres habían rechazado su ataque. La mayoría estaban exhaustos o heridos, pero habían cumplido con su misión y habían llegado los refuerzos a tiempo para detenerles. Impotente vio como arqueros enemigos se apostaban a cincuenta metros y les rociaban desde lo alto y el pie de la muralla mientras una nutrida sección de infantería les cerraba el paso hacia las puertas de la muralla. Había fracasado de nuevo, pero no pensaba rendirse. Aguantaría allí arriba todo lo posible esperando refuerzos y desviando todas las tropas posibles de la zona principal del ataque.
Nafud
A pesar de que la situación se había estabilizado el peligro continuaría mientras las escalas siguiesen adosadas al muro. Con señas se lo indicó a Argios y hombro con hombro comenzaron a avanzar con la cobertura de los arqueros. La táctica de cubrir de cerca el avance de la infantería con las flechas que tanto habían ensayado se mostró efectiva y los enemigos comenzaron a retroceder lentamente, pero vendiendo caro cada metro.
Aunque todas eran superficiales había perdió la cuenta de los golpes y arañazos que habían sufrido sus brazos y piernas. Tras diez angustiosos minutos alcanzaron las primeras escalas y comenzaron a retirarlas, justo a tiempo para evitar que llegaran nuevos refuerzos enemigos.
Solo una escala quedó en su poder, pero era insuficiente. Sus arqueros se encargaban de rechazar a todo el que asomaba la cabeza por las murallas.
Poco a poco los samarios fueron cayendo uno a uno hasta que solo quedaron tres hombres al mando de un capitán que como él sangraba por mil pequeñas heridas. En ese momento Argios se le adelantó y entabló combate con él. Mientras él se encargaba de los otros dos observó por el rabillo de ojo como el chico rechazaba con facilidad los golpes desmayados del capitán antes de hacer un par de fintas y hundir su espada en el cuello del atacante.
Kermash
Todo había acabado, solo quedaban tres de los casi doscientos hombres que habían llegado a lo alto de la muralla. En ese momento un joven portando una bella armadura con hombreras de plata cubierta de sangre, se acercó a él. Suspiró y rechazó el primer mandoble. Los brazos le pesaban y levantar la espada cada vez se le hacía más difícil.
Sabía que iba a morir, pero estaba dispuesto a llevarse a aquel joven con él. Le lanzó dos golpes, pero tras diez minutos de pelea sus movimientos eran lentos y predecibles. El chico los rechazó con aire de suficiencia y tras hacer un par de fintas le lanzó un ataque directamente a la nuez.
Sus ojos lo vieron,su cerebro preparó la respuesta, pero sus brazos, exhaustos, no respondieron con la celeridad esperada y la espada se clavó en su cuello hasta casi seccionarlo. Un dolor agudo e instantáneo recorrió toda su columna, luego, casi a la misma velocidad se diluyó a medida que todo se volvía negro a su alrededor. Cuando cayó al suelo, ya estaba muerto.
Minalud
Por un momento creyó que ya estaba hecho. Sus hombres avanzaban lentamente por las murallas. Y el capitán Kermash había conseguido subir a las murallas a su vez en dirección a las puertas, pero entonces algo empezó a ir mal.
El primer impulso fue detenido en la parte derecha. A pesar de la última comida se notaba el cansancio y la escasa ración de las últimas semanas y el ímpetu inicial estaba empezando a decaer. Los komorianos sin embargo, bien alimentados y conscientes de que se jugaban la vida se batían desesperadamente.
A Kermash no le iba mejor. Tras un par de minutos habían llegado refuerzos provenientes de todas partes. Envió otro batallón para asistirle, pero cuando lo hizo ya era demasiado tarde. Solo había una escala disponible y los hombres que llegaban eran fácilmente rechazados.
En su fuero interno sabía que la batalla estaba perdida, pero se negaba a reconocerlo. Sabía que no tendría una oportunidad mejor, así que mandó un nuevo regimiento para apoyar el ataque principal y otro protegido con todos los arqueros que les quedaban para intentar de nuevo usar el ariete.
El general con la caballería preparada por si conseguían abrir brecha ordenó el avance, pero aquellas tropas veían lo mismo que él y sabían de las escasas posibilidades del ataque.
Desde lo alto de su montura observó avanzar a las tropas dubitativas. Al principio no hubo respuesta por parte de los defensores, pero en cuanto le detectaron, una lluvia de proyectiles de todo tipo cayó sobre ellos.
En el tiempo que sus soldados consiguieron apagar las llamas que quedaban en ariete con tierra perdió casi la mitad del batallón. Los que quedaban cogieron el pesado instrumento e intentaron avanzar, pero fue imposible; una lluvia de flechas y piedras los detuvo y finalmente los hizo retroceder.
Arriba en las murallas, la cosa no iba mucho mejor. Sus hombres estaban atrapados en el adarve atacados por ambos lados y bajo una nube de flechas que les lanzaban sus enemigos desde los tejados de las casas circundantes.
Algunos habían echado escalas para poder bajar y entrar en la ciudad, pero abajo la caballería enemiga los esperaba. En escaso número y sin apoyo, aquellas unidades eran eliminadas casi antes de que tocasen el suelo.
El ejército de Komor no sería el mejor del mundo, pero estaba luchando por su ciudad y estaba bien adiestrado. Podrían no ser tan buenos como ellos en terreno abierto, pero allí arriba tenían todas las ventajas.
En el fondo sabía que aquel ataque no tenía muchas probabilidades de éxito, pero contaba con que aquella victoria les envalentonase y cometiesen el error de presentarle batalla a las puertas de la ciudad. El problema era que entonces ellos serían los que elegirían el momento y el ejército samario no podía esperar mucho.
Sin poder disimular su decepción ordenó que tocasen a retirada. El ruido de los clarines se extendió por toda la llanura que rodeaba la ciudad. Los hombres cesaron la pelea durante unos segundos y comenzaron a retirarse lentamente sin dejar de luchar mientras las murallas eran un clamor con el ejército enemigo celebrando la victoria.
Sin ganas de hablar con nadie el general se dirigió a su tienda. Solo tenía ganas de emborracharse.
Neelam
—Vamos, ya casi está, querida. —la animó Aselas— Un esfuerzo más...
Empujando y gritando con todas sus fuerzas sintió como algo enorme se abría paso por su vagina. La sensación de alivio casi la hizo desmayarse. Intentó mirar, pero su barriga se lo impedía, finalmente se oyó un azote y un llanto indignado.
—Es una niña preciosa, pero aun queda el otro. Descansa unos instantes y prepárate para volver a empujar, este segundo será mucho más fácil.
¡Como se notaba que aquel jodido anciano nunca había parido! Tras el primer alumbramiento estaba cubierta de sudor, le dolían las ingles como si alguien hubiese estado acuchillándola allí abajo y tenía los músculos acalambrados de tanto esfuerzo. Jadeando, cerró los ojos y trató de relajarse un poco, pero solo dos minutos después una nueva contracción la obligó a doblarse en dos.
Aselas le acercó un tazón y bebió un trago de un líquido frío y amargo. Enseguida notó que recuperaba las fuerzas un tanto.
—Ánimo ya le veo la cabeza, cuando sientas la siguiente contracción, empuja. —le indicó él mientras colocaba las manos sobre su barriga.
Un pinchazo y un intenso dolor la paralizaron un segundo, entonces soltando tacos suficientes para hacer enrojecer a un arriero, empujó con todas sus fuerzas mientras Aselas intentaba ayudarla presionando sobre su barriga hacia abajo con sus manos. De nuevo un dolor desgarrador y a continuación la sensación de alivio al sentir como un segundo cuerpo resbalaba esta vez con más facilidad por su canal vaginal.
Aselas se apartó y se apresuró a coger el segundo bebé.
—Es un niño, felicidades. Tienes una preciosa pareja de gemelos.
Justo en ese momento, por la ventana abierta penetró el ruido de unos clarines seguido por el clamor de la victoria. La ciudad se había salvado.
El mago y la comadrona limpiaron a los gemelos y se los mostraron. Eran dos bebés preciosos y sanos. La niña con el pelo fino y rubio y los ojos verdes y el niño con el pelo y ojos de color negro. La comadrona atenta a todo, le puso un par de cojines para que se incorporara y se los entregó.
Una oleada de amor la recorrió. Eran sus hijos, el producto de su amor con Albert. Con cuidado los acogió en sus brazos mientras la comadrona le ayudaba a sacar los pechos del astroso camisón y dirigía los pezones a las bocas ansiosas de los bebés.
Enseguida los bebés empezaron a chupar y la leche pronto empezó a fluir. Una nueva oleada de tierno placer y satisfacción la recorrió. En menos de un minuto con aquellas dos criaturas aferradas a su pecho se había olvidado de todos los dolores e incomodidades. Aquellos eran sus hijos y los amaría y protegería hasta la muerte.
Aselas mientras tanto, no había apartado los ojos de ella, observaba sus pechos pero no con lujuria sino con satisfacción al ver a los gemelos llenos de vida chupando con fuerza y llenando sus estómagos con el líquido vital.
—¿Cómo vas a llamarlos?
—Creo que él se llamará Sermatar. —respondió ella— Y la niña Victoria.
—No podías haber elegido unos nombres más acertados, pequeña. —dijo el anciano cogiendo una redoma y vaciándola en el cuenco que tenía en la mesita— Ahora tómate esto. Ayudará a que baje la leche hasta que consigamos una nodriza que te ayude a amamantar a estos dos pequeños tragones.
El anciano le besó la frente sudorosa y tras despedirse se alejó cerrando la puerta tras de sí.
Los bebés chuparon unos minutos más hasta que se quedaron dormidos sin soltar sus pezones.
La matrona los cogió y los depositó en la cuna y a continuación la llevó a una estancia contigua donde le esperaba una bañera con agua tibia. Aun rendida la obligó a ponerse en pie y tras quitarle el camisón que tenía aun pegado a la piel la metió en la bañera, con agua tibia.
La matrona era una mujer experimentada y le dio un masaje en el vientre que le ayudó a deshacerse de la placenta. Poco a poco notó como su útero iba disminuyendo de tamaño al mismo que la presión que había sentido sobre su vejiga y sus intestino. Una sensación de alivio y bienestar la envolvió.
La mujer la obligó a levantarse a pesar de que le hubiese gustado dormir horas, allí sumergida y le limpió el cuerpo con una esponja antes de ponerle un camisón limpio. Al volver a adoptar una postura vertical, notó como todo le colgaba. Aquella sensación desagradable la asaltó. ¿Volvería todo a su sitio? ¿Seguiría siendo atractiva a los ojos de su esposo?
—Tranquila pequeña, —dijo la comadrona adelantándose a su pregunta— en unas semanas volverás a ser tan hermosa como antes.
Neelam estaba tan cansada que solo quería creerla, así que se dejó guiar mansamente a la cama deseando dormir toda la noche aunque era consciente de que tendría suerte si los bebés, sus bebés, no la despertaban en menos de cuatro horas con sus gritos hambrientos.
Heraat
Un mensajero acababa de llegar anunciándole la noticia. Los samarios se retiraban. El informe no era muy largo pero le describía con bastante exactitud el transcurso de la batalla.
Estaba tan contento que no cabía en sí de gozo. Habían logrado rechazar el ataque de los samarios. Hubiese deseado estar allí para ver sus feas caras retirase abatidas, pero su vieja herida se lo impedía. Argios, en cambio, le había sorprendido y se había batido con valor y destreza. No podía estar más orgulloso de su hijo. No era capaz de creer lo mal que lo había juzgado. Toda aquella apatía se había transformado en una energía desbordante, demostrándole que a pesar de su aparente desapego había escuchado las lecciones de sus tutores y ahora estaba seguro de que tenía un digno sucesor al trono.
—Buenas, excelencia. Veo que hay buenas noticias. —saludó Aselas entrando en la sala de audiencias sin esperar invitación.
—Ya lo creo, léelo tú mismo. —dijo el barón tendiéndole el informe— Por cierto, ¿Dónde has estado?
—Ayudando a una amiga. Ya sabes que mi magia no sirve de nada en una batalla y por lo que veo tus hombres no han necesitado ninguna ayuda. —el anciano sujetaba el papel con mano firme y leía atentamente el informe— Ya veo tu hijo se ha destacado en la batalla.
—Sí y no lo entiendo. Nunca le he visto mostrar interés por nada hasta ahora. Me ha sorprendido totalmente. —el rostro del barón no podía ocultar el orgullo que sentía.
—Te entiendo, a veces las mentes más brillantes se aburren con los problemas cotidianos, eso no quiere decir que no escuchen, simplemente no les interesa porque ya hace tiempo que lo han deducido por si mismos. Estoy seguro de que tu hijo es una de esas mentes privilegiadas. Será un digno sucesor y te hará falta, porque pronto necesitarás un lugarteniente de confianza.
El barón miró al mago con desconfianza, pero no le dio la satisfacción de preguntarle, sabía perfectamente que el anciano aun no le iba a decir nada.
En ese momento entró el general con el casco aboyado y varias manchas de sangre en su armadura, pero ileso. Tras una reverencia se acercó y le dio un informe completo. Cuando preguntó por su hijo, Aloouf le dijo que había estado organizando una guardia reforzada y luego había sido llevado en volandas por los hombres que comandaba directamente a la taberna más cercana.
—Me temo que esta noche no lo verás. —dijo el general con una sonrisa— El chaval se ha portado como un león. En cuanto entraron los samarios llevó sus hombres a primera línea y no dudó. Rechazó el ataque más peligroso y salvó a la ciudad de un desastre. Su hijo tiene un futuro brillante.
—Supongo que debería echarte la bronca por haberle expuesto tanto, pero ese chico ha hecho siempre lo que le ha dado la gana. Buen trabajo. Cuando llegue el alba y estemos seguros de que no habrá un nuevo ataque quiero que lo celebremos. Asaremos unos bueyes y espicharemos unos cuantos toneles de vino y cerveza. —dijo el barón— Quiero que esos cabrones huelan el aroma de la carne asándose y el bullicio de la gente celebrándolo. Mientras tanto, hagamos un pequeño adelanto de las celebraciones.
El barón dio dos palmadas y unos esclavos aparecieron llenando la mesa de mapas con comida fría y cantaros del mejor vino de la ribera del Brock.
Bebieron y comieron con apetito haciendo planes, anticipando la retirada del ejército samario con el rabo entre las piernas. Solo el rostro hierático del mago le advertía de que aquello solo era el principio de un duro asedio y que muchas muertes tendrían que producirse antes de que la victoria les sonriese.
Afortunadamente Monique no tardó mucho, porque un molesto aire del norte se estaba levantando y le estaba lanzando aquel dichoso polvo a la cara hasta el punto de que tuvo que dejar de leer la novela en lo más interesante. Echó un vistazo y vio que apenas le quedaban unos pocos capítulos. Con un suspiró la guardó en la mochila y entró en la tienda de la doctora.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar