Las colinas de Komor XXXVI
El gato se revolvió y se lanzó sobre sus agresores desorganizando su columna justo en el momento que varias decenas de jinetes se lanzaban sobre ellos.
XXXVI
Tras colgar el teléfono pasaron el día revisando las armas y empaquetando todo el material que no le pareció imprescindible para su evacuación. Cuando terminaron estaban cansados y el calor cada vez más intenso no servía de alivio.
Sin preguntar fue a la nevera y sacó dos cervezas heladas. Abrió una y le ofreció otra a Oliva. Fuera no se estaba mucho mejor. A pesar de que el sol se había puesto, no corría ni un soplo de aire fresco. Echó un trago y observó como Oliva dirigía la vista hacia el campamento de MSF.
—¿Qué? ¿Quién noquea a la doctora? ¿Lo haces tú o lo hago yo? —preguntó Oliva echando otro trago.
—Prefiero no tener que pensarlo. —respondió Ray— ¿No tendrás por ahí una bomba atómica que te sobre para enviar a todos esos mamones a su ansiado paraíso? Odio este jodido país incluso cuando me estoy divirtiendo.
Charlaron un rato hasta que la oscuridad fue completa. Apurando la segunda cerveza de un trago entraron en la tienda y ocuparon sus puestos. Oliva empezaría con las guardias. Se suponía que Ray debía dormir, los talibanes podían llegar en cualquier momento y cuando eso pasase no tendría tiempo de descansar, pero estaba nervioso y preocupado por Monique. Convencido de que no pegaría ojo, cogió el libro y se puso a leer.
Capítulo 50. Travesía infernal
Capitán Kermash
La tregua había durado poco. Cuando al fin despejaron el paso bajaron a la llanura sin encontrar ninguna oposición. Parecía que el destacamento komoriano se había esfumado. Sus superiores suponían que se habrían retirado hacía la ciudad, pero él no terminaba de fiarse y así se lo había dicho.
Los siguientes días no hicieron sino reforzar la opinión de sus superiores. Los Komorianos habían adelantado las cosechas y habían arrasado todo a ambos lados del camino de forma que incluso para apacentar a las bestias tenían que desplazarse un par de horas. Pero si ellos no tenían que comer, suponían que el enemigo tampoco.
Todo cambio al tercer día, fue entonces cuando los hombres de Albert empezaron a aparecer a la cabeza de la columna. Aprovechaban el bajo nivel del Brock provocado por el estío y lo atravesaban desde el bosque, atacando al galope, lanzando una lluvia de flechas que desorganizaba la cabeza de la columna y les obligaba a parar para reorganizarsey atender a los heridos y desaparecían en el bosque antes de que su caballería pudiese responder.
Intentaron un par de veces perseguirlos, pero en cuanto se veían acosados volvían grupas. En una ocasión algunos de sus jinetes atravesaron el río tras ellos. No fue buena idea, la mitad de los que entraron no volvieron a salir.
Durante el resto de la jornada los ataques se hicieron intermitentes y el general mandó a Kermash que adelantara a parte de sus hombres para que avanzasen por la orilla del río y así evitasen que los enemigos les volviesen a coger por sorpresa. Pareció funcionar porque el resto de la tarde no volvieron a sufrir ningún ataque.
Exasperado por el retraso y apremiado por las quejas del barón, el general Minalud ordenó que aprovechasen la luna para avanzar unas horas más en la penumbra antes de descansar. Justo después de la puesta de sol se desató el infierno.
No oyó nada ni vio nada. El primer aviso que tuvo de que algo iba mal fue un rugido que le heló la sangre. Inmediatamente una sombra oscura y elegante se lanzó sobre el hombre que iba a la cabeza de su columna y lo derribó desgarrándole el cuello de un zarpazo. Sus hombres reaccionaron bien y lanzaron varias flechas al animal que inexplicablemente rebotaron inofensivamente contra sus flancos.
El gato se revolvió y se lanzó sobre sus agresores desorganizando su columna justo en el momento que varias decenas de jinetes se lanzaban sobre ellos. Al ver a sus hombres caer bajo las flechas ordenó el repliegue a gritos para evitar una desbandada. Los jinetes atravesaron su línea derribando a otra docena de hombres y desaparecieron camino de la vanguardia de la columna.
De rodillas, con una flecha clavada en el brazo y otras dos en el peto que afortunadamente no habían llegado a atravesar totalmente, observó la refriega. Esta vez los atacantes no se retiraron si no que empezaron una lucha reñida.
Albert
De nuevo aquella sensación que tanto odiaba. Hasta ahora no había entrado en acción y eso le había permitido mantenerse un poco alejado, como si solo fuese un espectador. Pero no podía mantenerse alejado de la acción por más tiempo, había llegado el momento de volver a derrramar sangre. Y de nuevo, instantes antes de cargar volvió ese hormigueo, ese placer salvaje que le había llevado a odiarse a sí mismo.
No era el hecho de matar, sabía de sobra que si no lo hacía, todo lo que significaba algo para él quedaría destruido. Era aquella maldita sensación de alegría que sentía al meterse de lleno en la refriega, de luchar por su vida, correr peligro y finalmente salir victorioso. El chute de adrenalina le recorría el cuerpo haciéndole sentirse invencible, expandiendo sus sentidos de manera que podía oír los latidos agónicos de un hombre herido de muerte, oler el miedo en sus adversarios o sentir la respiración apresurada de su montura en plena carga.
Cerró los ojos y trató de calmarse evocando el rostro de Neelam. Intentó recordarse a sí mismo que todo aquello lo hacía por ella y por su seguridad. Pronto le haría padre y solo aquella gente se interponía entre él y una vida tranquila y feliz.
—Creo que ya ha llegado la hora, señor. —intervino Hlassomvik sacándole de sus pensamientos.
—Adelante, en silencio.
Salió con sus hombres en silencio. Cuchilla avanzaba a su lado con su armadura ajustada. Al contrario de lo que esperaba, el animal se había acostumbrado a ella hasta tal punto que mientras esperaba se la había estado limpiando meticulosamente como si se tratase de su propio pelaje.
Atravesaron el río en silencio y se lanzaron sobre los hombres que cubrían el flanco del avance del enemigo en la orilla contraria. Dejó que el primero en atacar fuese el ónyx y tal como esperaba ninguno de los enemigos se dio cuenta de su presencia hasta que hubo rajado la primera garganta.
Aquel no era su objetivo así que lanzaron un par de andanadas de saetas y atravesaron las desorganizadas filas del enemigo en dirección a la cabeza de la columna que avanzaba lentamente.
Llamando a Cuchilla le dejó adelantarse de nuevo. La vanguardia había oído el ruido y estaba empezando a maniobrar para formar una posición defensiva, pero en la oscuridad creciente aquello no era tan sencillo y cuando Cuchilla entró de un salto y comenzó a desgarrar miembros y despanzurrar caballos como una bestia enloquecida mientras ellos sin aflojar el paso lanzaban oleada tras oleada de flechas y jabalinas a medida que se acercaban a la columna. Todo intento de organizarse cesó y los samarios se prepararon para una lucha en la que cada uno peleaba por su propio pellejo.
Guardando el arco, Albert cogió la espada que Aselas le había construido y la volteó un par de veces en el aire antes de chocar contra la vanguardia samaria. Tal como habían entrenado mil veces entraron como una cuña con Hlassomvik y él a la cabeza repartiendo mandobles. La espada se mostró tan efectiva y equilibrada que la sentía como una extensión de su propia mano. Sajaba miembros y penetraba armaduras con facilidad sin perder el equilibrio y al instante siguiente estaba preparada para rechazar un ataque o lanzar un nuevo mandoble.
Los enemigos no pudieron hacer nada superados por una tropa cohesionada, que solo tenía que dejarse llevar por el impulso de la larga carrera mientras se limitaban a hacer molinetes con la espada derribando todos los enemigos que se le ponían por delante.
Atravesaron las líneas enemigas y se internaron en la llanura dejando un rastro de sangre y destrucción tras de sí. Tras alejarse media milla frenaron y girando ciento ochenta grados en perfecto orden encararon de nuevo a la columna, pero no atacaron inmediatamente.
Agazapados en la oscuridad vieron como acudían refuerzos apresuradamente desde la parte media y trasera de la columna para apoyar a sus compañeros. Ese era el momento que esperaban. Cogiendo el arco apuntó hacia el cielo y lanzó una flecha ígnea para avisar a Amara y Sardik de que había llegado el momento. Instantes después lanzó de nuevo sus hombres a la carga.
Minalud
Siguiendo sus consejos, el barón y él habían dejado la vanguardia de la columna en cuanto se puso el sol y eso les había salvado. El ataque había sido tan fulgurante como violento y los había pillado totalmente desprevenidos.
La mayoría de la vanguardia había sido desbaratada, pero no se habían dejado llevar por los nervios consciente de que lo mejor que podían hacer para sobrevivir era aguantar y esperar a que apareciesen los refuerzos.
Orgulloso vio como el resto de sus hombres no perdían los nervios y ordenadamente se dirigían hacia el origen de la refriega.
Minalud se excusó y acompañado de su guardia personal se unió a las columnas de hombres que avanzaban por los flancos en la oscuridad. Llegó a la parte delantera justo en el momento en que los agresores lanzaban una lluvia de flechas aumentando la confusión.
En medio de aquel barullo, un hombre a pesar de llevar una flecha en el hombro trataba de organizar a sus propios arqueros para responder a la agresión.
—¿Estas herido, Kermash? —le preguntó el general acercándose y ordenando al médico que llevaba con él que lo atendiese.
—No es nada, señor. La armadura ha detenido la mayor parte del ímpetu de la flecha. —dijo mientras el médico le atendía.
—¿Cómo están las cosas?
—Atacaron por sorpresa desde el bosque y no se pararon con nosotros. Se dirigieron hacia la columna. Yo reorganicé mis hombres y he venido a ayudar.
—¿Qué demonios es eso? —un rugido en la oscuridad había interrumpido el informe.
—Creo que tienen al menos un ónyx amaestrado. Lo utilizaron para crear una distracción justo antes de cargar. Ese bicho es una bestia enorme y la han acorazado...
—Tranquilo, los refuerzos están llegando, procura organizar el ala derecha. Que la infantería cubra con sus escudos a los arqueros y que estos devuelvan el fuego.
—Lo intentaremos, pero esos demonios no paren de moverse. No desmontan ni para disparar y en esta oscuridad son como fantasmas.
—Está bien. Tú mantente firme y no dejes que ningún hombre rompa la formación. Si nos ven cohesionados no cargaran y se limitaran a acosarnos desde lejos. Recuerda que no son más que un par de centenares.
—Lo sé, señor, pero parecen muchos más.
El médico finalmente había extraído la flecha a Kermash y le había vendado apresuradamente el brazo. El soldado saludó y desapareció en la oscuridad. Minalud se olvidó rápidamente de él. Tenía que organizar a los hombres que iban llegando.
Gazsi
Cada día que pasaba su respeto por el capitán aumentaba. Estaba claro que aquel hombre tenía un don. Mientras sus hombres descansaban el estuvo recorriendo el cauce del río hasta encontrar el lugar adecuado. Luego se dedicó a observar la columna durante horas sin hacer nada hasta el punto de que los hombres estaban empezando a impacientarse.
Finalmente la noche anterior reunió a sus cuatro lugartenientes y les había explicado el plan. Era tan sencillo que no se le ocurría que podía salir mal. En ese momento entendió las palabras que le había dicho al principio de su instrucción: El buen lider no presenta batalla hasta que no está ganada.
Lo peor fue la espera. Mientras sus compañeros se dedicaban a hostigar la columna ellos permanecían ocultos a apenas un par de cientos de metros a ambos lados del camino, escondidos entre lo que parecían unos matojos carbonizados, con las armaduras y las caras tiznadas para no llamar la atención de ninguna mirada despistada.
Lo peor fue cuando llegó la parte delantera de la columna. Se habían adelantado un poco sobre lo que habían calculado y aun había algo de luz cuando pasaron por delante de ellos. Gazsi aguardó con todos los músculos en tensión, sin atreverse casi ni a respirar, esperando ser descubierto en cualquier momento, consciente de que estando del lado opuesto al bosque, sin la montura a mano, si lo descubrían sería difícil que saliese indemne.
Giró la cabeza un instante para ver si sus hombres mantenían la calma y aterrado vio como uno de los soldados que flanqueaban la columna se alejaba de sus compañeros en dirección al escondite Ankurmin y Umag. Durante unos instantes creyó que todo se iría a la mierda. Entonces el hombre se bajó los calzones y cogiéndose el miembro orinó contra le arbusto que servía a sus dos hombres de cobertura.
Con intachable disciplina los hombres aguantaron sin moverse la lluvia dorada y el soldado tras sacudirse la polla un par de veces la volvió a meter en los calzones y se alejó.
Solo cuando el soldado se hubo vuelto a incorporar a su columna se oyó un murmullo y un par de tacos. Sonriendo, Gazsi volvió de nuevo la vista al frente y comprobó con alivio como la oscuridad poco a poco iba adueñándose del escenario.
Albert había calculado casi a la perfección la longitud de la columna y cuando el ataque de su jefe la obligó a detenerse, los carros de los víveres estaban apenas unos cuarenta metros más atrás. Pacientemente se mantuvo inmóvil, esperando la señal.
Un par de minutos después de que se hubiese detenido la columna la mitad de la escolta despareció en dirección a la vanguardia. No tuvieron que esperar mucho tiempo antes de que una flecha de fuego iluminase el cielo nocturno.
Como resortes los cuarenta hombres asomaron de sus escondites a ambos lados de la columna y tensaron sus arcos. Antes de saber lo que ocurrían el ochenta por cierto de la escolta de los carros de víveres había caído victima de sus saetas.
Cortándoles el paso hacia la parte delantera de la columna donde estaban los refuerzos avanzaron en dirección a los que quedaban. Era la primera vez que intervenía en una batalla y se sentía nervioso. El sudor le cubría el cuerpo y le hacía resbaladiza la empuñadura de su espada.
Ante él, de la oscuridad, surgió uno de los soldados enemigos intentando dirigirse hacia la vanguardia para pedir ayuda. Al verle se quedó congelado. Ambos se quedaron quietos un instante, mirándose a los ojos hasta que el entrenamiento tomó el mando y alzando la espada rechazó el débil ataque de su enemigo aun confuso y asustado y le hundió la espada en las tripas hasta el fondo. Sin pensar retorció la hoja un par de veces y la sacó mientras el hombre soltaba su arma e intentaba evitar que sus entrañas se esparciesen por el suelo. Un hedor a sangre e inmundicias asaltó su nariz eliminando de un plumazo todo lo que se había imaginado de cómo sería la primera vez que matase un hombre cara a cara.
Afortunadamente no tuvo tiempo de pensarlo. Había cosas que hacer. Dejando al hombre agonizar en un charco de sangre se adelantó hasta los carros de vituallas y tras asegurarse de que la escolta había sido eliminada comenzó a dar órdenes. No tenían mucho tiempo.
Mientras Sardik y Amara formaban una línea de defensa, él y sus hombres cogieron las bridas de los bueyes y se llevaron cuatro de los siete carros de víveres hacia el lugar que habían preparado para atravesar el río.
—Por qué no quemamos el resto de los carros. —preguntó Ankurmin— No lo entiendo.
—Porque Albert lo ha ordenado y es lo único que tienes que saber. —replicó Gazsi cortante— Y cuando lleguemos al río lávate un poco, apestas peor que los bueyes. No sé como lo haces, pero eres un imán para los meones y los cagones. —dijo Gazsi recordando la anécdota con los hombres del capitán Nafud y provocando la risa de los soldados que los rodeaban y que también habían sido testigos del percance que había sufrido el soldado.
Manlock
El amanecer los sorprendió lamiéndose las heridas. Los agresores habían estado atacándoles sin descanso durante varias horas, lanzándoles oleadas de flechas desde todas las direcciones hasta que probablemente se quedaron sin proyectiles.
Afortunadamente los escudos habían repelido la mayor parte de los proyectiles, pero el goteo de bajas era constante. Kermash, en una iniciativa desesperada, había mandado una columna de caballería para buscar a los komorianos e intentar rechazarlos, pero solo se habían topado con el ónyx o más bien la fiera había dado con ellos sorprendiéndoles, derribando a varios jinetes y provocando la huida incontrolable de los caballos, que no estaban acostumbrados a verse atacados de aquella manera y sin hacer caso de los golpes y los reniegos de sus jinetes huyeron en todas direcciones al galope.
Pero lo peor era que aquello solo había sido una distracción. Mientras ellos intentaban rechazar el ataque, en la retaguardia una pequeña fuerza enemiga había matado a la escolta y se había llevado la mitad de los carros de víveres agudizando aun más sus problemas de abastecimiento.
El resultado de aquella "escaramuza" era desolador. Había perdido cerca de ochenta hombres y casi el doble habían resultado heridos, la mitad de sus vivieres habían desaparecido y aquellos cabrones habían tenido la desfachatez de llevárselos en sus propios carros y desaparecer en el bosque.
Kermash había sugerido que los persiguiesen ya que no podían estar muy lejos. Pero Minalud sospechaba que eso era lo que el enemigo quería y se negó.
Por si fuera poco, entre atender a los heridos y reorganizar a la columna tardarían toda la mañana, otro medio día perdido.
—Señor. —dijo un soldado bajo y fornido cuya cicatriz, que le recorría toda la mejilla, le acreditaba como un veterano curtido en mil batallas— Hemos encontrado uno vivo.
Por lo menos sangran. —pensó mientras tres hombres se acercaban arrastrando un hombre que sangraba profusamente por varias heridas en el torso y los brazos.
Inmediatamente mandó llamar al médico que hizo lo que pudo para estabilizarle aunque dijo que no duraría mucho.
Minalud se acercó al hombre que yacía en el suelo escupiendo sangre e intentó interrogarle.
Sin miramientos lo cogió por el cuello y le preguntó cuántos hombres eran y cuáles eran los planes de su destacamento, pero se negó a contestar. Consciente de que la mayoría de aquellos soldados eran miserables delincuentes intentó tentarle con la promesa de oro y mujeres, pero el hombre se río y le lanzó un escupitajo sanguinolento antes de exhalar un último suspiro.
Negando con la cabeza, Minalud dejó el cadáver ordenando que no lo enterraran para que fuese pasto de las alimañas y se dirigió hacia el barón. Con un gesto, ambos se retiraron unos metros y observaron a la columna reparar los daños, atender a los heridos y enterrar a los muertos.
—Esto no lo esperaba. —dijo Manlock— La situación se está volviendo muy delicada. No sé, quizás deberíamos volver.
Minalud lo miró con el gesto serio, pero no sorprendido. Probablemente el veterano soldado esperaba aquella reacción.
—Con todos los respetos, excelencia. No sé lo que nos espera ahí adelante. Pero lo que sí sé es lo que pasará si nos retirarnos. No tenemos comida, el oro para conseguirla no llegara de Komor este año. El año que viene estaremos en la misma situación, pero más débiles, más confusos y más desmoralizados.
Manlock sabía que el general tenía razón, pero tras aquella batalla le costaba mucho ser optimista. Sin embargo el general no parecía afectado. Se limitaba aceptar aquella derrota como uno de los gajes de su oficio y ya estaba pensando en la mejor forma de afrontar el siguiente desafío. Por eso le había nombrado el jefe de aquel ejército y por eso confiaba en sus razonamientos.
—Bien, y ¿Qué sugieres?
—Mandaremos una paloma para que preparen un nuevo convoy con los víveres de emergencia fuertemente escoltados y mandaré a Kermash en su dirección para que se encuentre con ellos en el Paso del Brock y los dirija. El conoce a esos cabrones y sabrá defenderse de ellos. El resto seguiremos avanzando, tenemos que llegar a Komor lo antes posible.
Manlock miró hacia el norte. No le gustaba emplear sus últimas reservas de comida y hombres, pero era el momento de jugarse el todo por el todo y no había marcha atrás. Una sensación de vértigo le recorrió. Por primera vez desde que había pensado en aquella campaña tenía la sensación de que aquella guerra podía perderse.
—Está bien. Envía las órdenes necesarias.
Albert
Por primera vez desde que los había reclutado, dejó que los hombres comiesen y bebiesen hasta hartarse.
—Has hecho un buen trabajo, Gazsi. Cumpliste mis órdenes al pie de la letra y volviste con todos tus hombres. Eso es ser un buen oficial. Te felicito.
—Gracias, señor. —dijo el joven que asintió con un gesto serio.
—Uno de los hombres me ha dicho que has matado por primera vez cara a cara. —dijo Albert.
—No es tan agradable como esperaba, no esperaba que la victoria oliese a...
—Mierda. —se anticipó Albert— La primera vez siempre impresiona. Nunca es como lo esperas. No tiene nada de glorioso. Tú solo piensa que es un trabajo y limítate a hacerlo lo mejor posible, no mates arbitrariamente, pero tampoco dudes o te muestres blando, recuerda que es o el enemigo o tú.
—No le hagas caso. —rugió Hlassomvik que apareció con un enorme filete del que cortaba pequeños pedazos que lanzaba a cuchilla— No hay nada mejor que una batalla. Pronto te acostumbrarás y ansiarás el olor de la sangre de tus enemigos abatidos, del humo de sus hogares ardiendo y del olor de las entrepiernas de las esclavas capturadas. —dijo dándole una palmada en el hombro y lanzando otra tira de carne al Cuchilla que el ónyx atrapó en el aire con un rugido.
—Ya te has pasado con el alcohol, majadero. —le reprendió Albert con una sonrisa antes de girarse hacia él y felicitarle por su actuación en la batalla.
En general todo el mundo había cumplido y apenas había perdido una docena de hombres. De momento todo estaba saliendo según lo esperado y pronto llegaría el momento del golpe final. Mientras tanto tenía una última sorpresa preparada.
Dejó a sus dos lugartenientes hablando y se acercó al claro donde se había establecido la improvisada fiesta. Saludó a unos, felicitó a otros y bebió con todos. El ambiente era distendido y todos parecían alegres de estar allí. Levantó la copa y recordando cada uno de los nombres de los caídos la apuró de un trago. Todos le imitaron y tras un momento de solemne recuerdo por los hermanos caídos volvieron a concentrarse en la comida.
Así era la vida del soldado. Dolor, perdidas y con suerte espléndidas victorias. Esperaba que todo saliese bien y un buen puñado de aquellos hombres pudiesen recuperar el control sobre su vida.
Alejándose, cogió el caballo y se dirigió al linde del bosque. Encontró a Sardik y a Amara vigilando el lento paso de la columna enemiga que hacía poco minutos se había puesto por fin en marcha. Los dos estaban charlando, muy juntos, pero sin tocarse.
—Podéis uniros al resto de los hombres. Yo me ocuparé de la vigilancia. —les dijo.
—Gracias, pero ya hemos comido algo. —dijo ella— En realidad preferimos estar aquí.
Por las miradas que les lanzaban sus hombres sabía que entre aquellos dos había algo. En el fondo no le molestaba, pero no les convenía pelear juntos. Si se preocupaban por salvar la vida del otro, lo único que conseguirían era acabar muertos los dos y sabía que por mucho que se lo explicara no lo entenderían, así que optó por no decirles nada y tomar nota mental de que no debían compartir nuevas misiones.
Finalmente insistió de nuevo y los dos se alejaron aunque no precisamente en la dirección de sus compañeros. Con una sonrisa le vio irse deseando que Neelam también estuviese con él. La echaba mucho de menos.
Capítulo 51. Sorpresa
Capitán Kermash
El brazo le dolía horrores, pero tenía una misión que cumplir y sentía que ya había fallado suficientes veces a sus superiores. Necesitaba llevar a cabo con éxito aquella misión y no estaba totalmente convencido de poder lograrlo.
Llegó al Paso de Brock dos días antes que la caravana así que tuvo oportunidad de descansar y reponerse tras la apresurada cabalgada en la que apenas había descansado nada más que para comer un poco.
El descanso le vino bien y cuando la caravana llegó el brazo estaba bastante mejor y la herida se estaba empezando a cerrar dejando una nueva cicatriz y una nueva historia que contar.
Lo primero que hizo fue inspeccionar el convoy. Eran aproximadamente media docena de carros llenos hasta los topes, sobre todo de cereales y carne salada. No le parecían muchos, pero sabía de los problemas de abastecimiento de la ciudad y tendría que bastar.
Tras estacionar las carretas en el alto la escolta formó frente a él. A pesar de que eran casi mil hombres, no le impresionaron demasiado. Como imaginaba, todo hombre capaz de empuñar un arma ya había salido con el grueso del ejército y aquella tropa estaba formada en su mayor parte por veteranos y por adolescentes apresuradamente equipados con material de discutible calidad y que trataban de fingir que aquella situación no les aterraba. Esperaba que desde lejos pareciesen más intimidantes de lo que parecían a los escasos tres metros desde los que los estaba inspeccionando.
Tras pasar revista a los hombres despachó unos minutos con el capitán de la caravana que siguiendo las instrucciones del barón le pasó el mando y se volvió a Samar con una pequeña escolta.
Apenas conocía a ninguno de los soldados. Repasando las filas eligió a varios veteranos y ordenó al resto romper filas. La reunión fue rápida, no tenían mucho tiempo que perder.
Ayudándose de un palo se agachó con los hombres alrededor y les explicó como recorrerían el camino que les separaba de Komor. Hasta aquel momento las carretas habían avanzado en fila con los veteranos en vanguardia y los novatos en retaguardia y eso seguiría así solo hasta llegar al llano.
Ayudándose del palo les indicó que una vez en el camino las carretas avanzarían en fila de a dos, con la mayoría de los hombres apostados en el frente y los flancos. Los escudos irían colgados en los laterales de los carros que daban al bosque, para tenerlos a mano en caso de ataque y grupos de jinetes se dedicarían a explorar el terreno que tenían delante y sobre todo la orilla del río. Ordenó a los veteranos que mezclasen las compañías para evitar que en caso de ataque los novatos perdiesen los nervios.
Con ese diseño compacto esperaba ser menos vulnerable a las emboscadas. Con los hombres de Albert ocupados con la masa principal de su ejército, no esperaba ataques de importancia, pero su misión no era ganar ninguna batalla, era evitar que el enemigo robase o destruyese sus víveres.
En cuanto la luz empezase a declinar se pararían y colocarían las carretas en un circulo para poder defenderse. Las patrullas continuarían vigilando los alrededores y al menos un centenar de hombres estaría siempre de guardia con los arcos preparados para repeler cualquier ataque.
Los veteranos asintieron y parecieron conformes. En lo único que dudaron fue en lo de mezclar los hombres y al final tras discutirlo unos minutos llegó a la conclusión de que lo mejor era introducir pequeños grupos de veteranos entre los pelotones de reclutas y colocar a estos en segunda línea.
Sin esperar más tiempo, se pusieron en marcha y en poco más de medio día estaban en la llanura. Rápidamente los lugartenientes repartieron a los hombres y las carretas formando una estructura compacta. Kermash se apartó unos cientos de metros hasta un pequeño altozano y lo observó satisfecho.
Desde aquella distancia solo se veía las estructura compacta y erizada de armas centelleando a la luz del sol. Sabía que en el fondo se estaba jugando un farol. Si sufría un ataque como el de hacía tres días lo más probable es que sus hombres aguantasen unos pocos minutos antes de huir en desbandada. Encogiéndose de hombros subió de nuevo a su montura y se dirigió a la parte delantera del convoy esperando que los hombres de Albert estuviesen concentrados en el grueso del ejército que les precedía.
Neelam
Desde el palacio del gobernador, que la había acogido amablemente, observaba la multitud de hombres y animales que atestaba la enorme plaza que se extendía a su pies.
Lejos de las murallas y a una apreciable altura sobre la llanura circundante, el palacio y la plaza que lo circundaba era la zona más segura en caso de un asedio. Una buena parte del ejército, consciente de que aquella multitud generaba roces con facilidad se dedicaba a reforzar a la milicia para evitar que hubiese incidentes de importancia.
Las noticias de la primera batalla habían llegado a la ciudad y se veía a la gente bastante más animada y más tranquila aunque ella sabía que aquello solo había sido una escaramuza.
Lo único que le tranquilizaba es que Albert seguía vivo. Le echaba terriblemente de menos y sobre todo ahora, que casi no se podía mover de su habitación debido a lo avanzado de su estado. Estaba aburrida y hastiada. Los calambres en las piernas la obligaban a permanecer tumbada todo el tiempo que no estaba dedicada a orinar.
Se acarició el vientre con ternura aunque estaba deseando que aquello terminase de una puñetera vez. Aselas la visitaba cada día y charlaba un rato con ella, pero estaba muy ocupado y sus visitas eran fugaces y Nerva solo hacía que darle las mismas recomendaciones una y otra vez hasta que harta de la buena mujer la echaba de la habitación, ordenándole cualquier encargo absurdo que se le pasaba por la cabeza con tal de alejarla un rato.
Apartándose de la ventana se tumbó en la cama. El calor era asfixiante. Incluso allí arriba el viento que corría era escaso y caliente cono si saliese de la puerta de un horno. Sudaba por todos los poros de su piel y el camisón se le pegaba al cuerpo reduciendo aun más su movilidad.
Con un gesto de cansancio se deshizo de él justo delante del espejo. Estaba enorme. Aun le parecía imposible que su cuerpo antes esbelto y delicado ahora cargase con aquella enorme barriga y a aquellos pechos grandes y tensos por la cantidad de leche que contenían.
Cogió un tarro y con dedicación se extendió la crema que Aselas había hecho para ella por su vientre. En seguida notó como la tirantez y la sequedad que sentía en su piel se aliviaba un tanto. A pesar de los cuidados y las promesas del mago, dudaba que volviese a parecer atractiva. Solo se imaginaba aquella tripa sin los bebés, arrugada como un globo desinflado.
Sus manos untuosas se desplazaron por su cuello y sus pechos y sus pezones aumentados e hipersensibles se erizaron inmediatamente. Cerrando los ojos se imaginó que eran las manos de Albert las que le acariciaban.
Supiró, se tumbó en la cama boca arriba y separó las piernas. En su mente ya no había barriga que le impidiese ver a su hombre acercándose con la polla enorme, jugosa y erecta. Albert se colocaba sobre ella entre sus piernas, dejando que la polla reposase sobre su vientre calentándolo.
Se imaginó apartándolo un poco para poder recorrer aquella miríada de citarices con sus dedos e hinchando las uñas en su pecho, deseosa de dejar también su marca en él. En ese momento Albert se tumbaba sobre ella y Neelam le acogía satisfecha de sentir el peso de su hombre sobre ella.
Agarrándose a su nuca lo besaba lentamente, disfrutando del sabor de su boca. Mientras las manos de Albert se desplazaban por todo su cuerpo, tanteando y acariciando hasta hacer que todo su cuerpo burbujease como si se encontrase en carne viva.
Con un movimiento suave Albert se cogía el miembro y la penetraba. Todo su cuerpo se estremecía y se combaba por efecto del aquel placer indescriptible. Con delicadeza Albert continuaba penetrándola mientras besaba y mordisqueaba su cuello y sus pechos con ternura. Ella se dejaba hacer hasta que con un par de empujones le apartaba y le tumbaba boca arriba abalanzándose sobre su polla y metiéndose la punta en la boca, recorriéndola con su lengua, mordisqueándola y jugando con ella hasta volverle loco.
Exhibiendo su fuerza Albert la levantaba para poner su sexo a la altura de su boca. La sensación de la lengua de Albert acariciando su pubis la obligaba a interrumpirse para soltar un largo gemido. Ansiosa comenzaba a chupar con fuerza mientras él hacía otro tanto. En sus sueños no había interrupciones, no había que esperar por el otro. Los dos se corrían a la vez excitando y prolongando el placer del otro con sus estremecimientos...
Abrió los ojos justo cuando se corrió. Jadeando apartó la mano de su sexo y se la llevó a la boca saboreándola mientras se estrujaba los pechos y gemía estremecida.
Cuando todo terminó se acostó de lado en posición fetal y lloró de rabia hasta que se quedó dormida.
Sardik
—¿Se puede saber que estamos haciendo? —preguntó incrédulo— ¿No vamos a atacarlos?
Tras un par de días de descanso habían dejado a Gazsi acosando al ejercito con cuarenta hombres mientras que ellos se dirigían con las carretas al norte a toda velocidad por el camino principal.
Cuando una de las avanzadas detectó nuevas tropas se apartaron del camino y agazapados en la espesura les vieron desfilar. No era un ejército, era una columna de avituallamiento. Esta vez parecían prevenidos y habían acortado el tamaño de la caravana para poder defenderla con más eficacia.
No parecía tan sencillo como atacar la larga columna del ejercito samario, pero la escolta a pesar de que intentaban disimularlo no parecía formada por soldados de primera línea. Sardik ya estaba preparando a sus hombres para la batalla cuando el capitán lo detuvo.
No lo entendía ¿No se suponía que el único objetivo de volver hacia el norte era aquella caravana de víveres? Si no, ¿Qué habían venido a hacer allí? La sonrisa de Albert al observar a aquellos hombres alejarse le resultaba aun más desconcertante y no pudo evitar repetir la pregunta ante el silencio de su superior.
—Vamos a ganar esta guerra. —respondió Albert con una sonrisa divertida.
Si hubiese sido cualquier otra persona estaría pensando que le estaban tomando el pelo, pero su admiración por la astucia de aquel soldado había crecido hasta el punto de que no necesitaba añadir nada más para convencerle.
Con los hombres tan desconcertados y muertos de impaciencia como él, observaron el discurrir de aquella caravana entre las sombras.
Solo pasadas varias horas, cuando el polvo que levantaba la columna se perdía en el horizonte y estuvo seguro de que todos los exploradores enemigos los habían dejado atrás, volvieron a salir al camino. Albert les ordenó formar otra vez y se colocó frente a ellos con Cuchilla a su lado relamiéndose los bigotes.
—Sé que estáis un poco confusos, que no sabéis que estamos haciendo aquí. —empezó Albert— Ha llegado el momento de que os lo diga. Probablemente desde que os recluté siempre habréis pensado que el objetivo de esta fuerza era pinchar, desgastar y acosar, pero eso no es lo que tenía en mente. Esta fuerza, vosotros, sois los que vais a acabar con esta guerra. ¡Ahora nos dirigiremos al norte y tomaremos la ciudad de Samar!
Todos los hombres, él incluido, se quedaron estupefactos. Aquel hombre, o era un genio, o estaba loco. Todos cruzaron sus miradas. Apenas eran doscientos cincuenta hombres y él quería tomar una de las ciudades más grandes del continente.
—¡Qué callados! —exclamó entre risas— Quizás debí elegir un objetivo más fácil, como esa columna de adolescentes y ancianos protegiendo las últimas reservas del ejército samario. ¿Es eso lo que pensáis?
Entonces Sardik lo entendió y se adelantó para hablar mientras Albert le dejaba hacer divertido:
—Porque esos mil hombres que acaban de pasar ante nuestros ojos son sus últimas reservas. Confiados en que no hay peligro, han dejado la ciudad desprotegida. Probablemente quedaran los tullidos y los enfermos para protegerla. —dijo mientras veía con satisfacción que Albert asentía con la cabeza.
—Está será una batalla que correrá de boca en boca durante siglos y vosotros, ¡Los desheredados! ¡La hez de la tierra! Seréis los protagonistas. —intervino Albert de nuevo— La fama y la riqueza os esperan detrás de ese paso. ¡Ahora en marcha! ¡Por el barón! ¡Por Komor! ¡Por la victoria!
—¡Por la victoria! —exclamaron todos justo antes de ponerse en marcha.
Gazsi
Con los cuarenta hombres que Albert le había dejado hizo dos grupos y se dedicó a acosar la columna en avance, pero sin acercarse demasiado y siempre amparados en la oscuridad. Durante el día, mientras uno de los grupos descansaba, el otro se dedicaba a cazar los pequeños grupos de batidores y exploradores que se atrevían a entrar en el bosque en busca de comida hasta que les hicieron desistir.
Desde la distancia de sus refugios observaba el andar cansino y abatido de las tropas constantemente alerta ante un ataque y con la comida probablemente racionada. Dos días después estaban a punto de llegar a lugar de la última emboscada así que se dirigió hacia el río.
Los tres hombres que Albert había dejado de guardia estaban allí acampados con las hachas preparadas. Durante todo ese tiempo habían mantenido la acequia que habían construido semanas atrás libre de obstáculos que pudiesen impedir correr al agua.
A continuación los hombres eligieron el primer árbol, un roble especialmente alto y frondoso y tras unos minutos de trabajo lo derribaron justo en el punto exacto, delante de una gran roca que impedía que la corriente lo arrastrase. A continuación derribaron el resto de los árboles hasta formar una improvisada represa que desviaba la corriente hacia la acequia.
Acompañado por los hombres siguió el avance del agua hasta el límite del bosque. Al frente podían ver la hacienda de Amul y su viejo campamento no estaba muy lejos río abajo. Desde el cómodo escondite vieron como el agua llegaba al camino y comenzaba a anegarlo en un trecho de casi media milla. Albert había calculado bien. La corriente no tardaría en arrastrar los árboles, pero estos ya habían cumplido su función y cuando el ejército enemigo empezase a atravesar aquel tramo, no tardaría en convertirse en un lodazal.
Antes de que la corriente menguase usaron de nuevo las hachas pero esta vez para abrir la docena de enormes toneles que habían preparado. Con una sonrisa los hombres vieron como la corriente arrastraba su contenido.
—Bien. Todo está preparado. La columna llegara al mediodía. ¿Sabéis lo que tenéis que hacer?
—Sí, esperar que la columna avance y no atacar hasta que las maquinas de asedio estén en el medio de la charca. —respondieron los hombres a coro.
—Muy bien. Hlassomvik y yo no podemos esperar más. Vamos a reunirnos con Albert. Buena suerte. —dijo Gazsi antes de despedirse y desaparecer en el bosque.
Manlock
Al fin parecían avanzar. Los ataques eran menos intensos ahora que estaban prevenidos y la cercanía del objetivo los animaba aunque la falta de comida era un problema. Al principio habían intentado internarse en el bosque para cazar, pero los pocos grupos que lograban volver lo hacían con las manos vacías más preocupados por defenderse de los ataques de aquellos demonios. Así que se tenían que conformar con cazar pequeños roedores y alimañas que encontraban en las agostadas llanuras.
En las granjas no quedaba nada y los batidores, frustrados, hambrientos e impotentes, lo único que podían hacer era quemarlas.
Afortunadamente aquella travesía del desierto estaba a punto de terminar, Komor no tardaría en caer...
—Señor, hay problemas.
—¿Qué diablos pasa ahora? —preguntó exasperado.
Protegidos por una fuerte escolta el general y él avanzaron un par de millas tras el batidor que había interrumpido sus pensamientos y se pararon justo al borde de aquella laguna irisada.
—¿La has recorrido? —preguntó Minalud— ¿Qué longitud tiene?
—No es muy profunda apenas un par de palmos, pero tiene casi media milla de largo.
—¿Podemos rodearla? —preguntó Manlock.
—Los hombres y los caballos sí, pero si metemos los carros por la llanura, las ruedas no durarán mucho. —respondió el batidor.
—Más retrasos. Con el barro que se va a formar nos costara un día entero atravesar esta laguna. —se quejó Manlock perdiendo la paciencia.
—Está bien, los hombres y los caballos que la rodeen por el lado del bosque, no quiero problemas. —dijo el general tomando la iniciativa— Luego que pasen primero los carros de víveres y por último los que llevan las armas de asedio, que son los más pesados. Nos va a costar sacarlos de allí un mundo, pero lo vamos a conseguir.
—He seguido el camino hasta ver Komor en la distancia y este es el último obstáculo, señor. —intervino el batidor para tranquilizarlos.
—Bien, un último esfuerzo. Un poco de agua sucia no nos detendrá, ¿Verdad? —dijo el general repartiendo palmadas entre sus subordinados.
No tenían tiempo que perder y rápidamente organizaron el paso con los hombres flanqueando el camino y vigilando los límites del bosque, dispuestos a rechazar cualquier ataque, mientras las carretas se internaban en el agua.
Las primeras pasaron con relativa facilidad, pero a medida que una tras otra atravesaban la charca, esta se convirtió en un espeso lodazal. Las ruedas se estacaban y los hombres tiraban de ellas para ayudar a las bestias y resbalaban en su superficie inusualmente aceitosa.
Finalmente las carretas de víveres pasaron y le tocó el turno a los pesados carros que llevaban las armas de asedio desmontadas. La oscuridad los sorprendió haciendo avanzar aquellos pesados vehículos centímetro a centímetro. y entonces en medio de la oscuridad surgieron dos únicas flechas de fuego que cayeron en medio de la caravana e incendiaron el combustible que cubría el lodazal.
Impotente el barón vio como sus preciosas máquinas de asedio eran devoradas por la llamas. Los hombres que estaban al lado de los carros sucumbieron inmediatamente en la deflagración, mientras que los que habían tenido la suerte de estar un poco más lejos y habían escapado de lo peor de la explosiones corrían alejándose de aquel infierno, dando vueltas sobre el polvo para apagar la llamas que cubrían sus uniformes.
El aceite de calem se extraía directamente de la tierra y era especialmente apreciado para iluminar los hogares de Komor porque era incoloro y no olía a nada, ni siquiera cuando se quemaba. La única pista que habían tenido era aquella leve irisación que con las prisas no se habían parado a investigar.
El fuego se extendió rápidamente y avanzó fuera de la charca por las rodadas que habían dejado los carros de víveres y envolviendo en llamas sus ruedas. De no ser por la rápida reacción de sus hombres echando paladas de tierra sobre ellas, también los habrían perdido.
El general no pareció demasiado afectado. Sin mirar atrás ordenó a la columna continuar. Había madera de sobra, con un poco de tiempo harían máquinas nuevas que sustituyesen a las perdidas. Lo importante era haber conseguido salvar las vituallas.
Pero Manlock no estaba tan tranquilo. Sin ellas no podrían atacar Komor en cuanto llegasen. Nuevos retrasos, nuevas esperas. Tenía la sospecha de que el tiempo era importante y cada vez apremiaba más. Ocultando sus temores intentó simular que creía en las palabras del soldado y siguió adelante.
Oliva lo despertó cuando terminó su turno a eso de las cuatro de la mañana. Se había dormido con el libro en el regazo. Apartándolo se incorporó y se estiró. Debía ser por la tensión pero no se sentía descansado. Era como si hubiese descansado unos minutos en vez de varias horas.
Oliva en cambio no parecía especialmente nerviosa y en cuanto se tumbó en el catre se quedó como un tronco. Aquella mujer era desconcertante. La observó dormir unos minutos con el rostro totalmente relajado e intentó imaginar que se la pasaría por la cabeza. No lo consiguió.
Consciente de que debía estar más pendiente que nunca de los sensores se concentró en su tarea. Fuera todo parecía estar tranquilo. Como todas las noches el chacal apareció husmeando en los alrededores de la aldea, pero nada más se movía en la oscuridad que precedía al amanecer.
Aburrido cambiaba de una cámara a otra y vigilaba los sensores de la cueva cada pocos minutos con el disparador de las cargas a mano. Sabía que no era necesario, que los sensores le avisarían con suficiente antelación para detonar el explosivo. Aun así no paraba de mirar ansioso, deseando que aquellos cerdos llegasen de una vez.
Cuando amaneció se tomó un breve descanso y salió al exterior con una lata de Coca Cola en la mano. El horizonte del este estaba cubierto por unas nubes bajas y violáceas, que una brisa árida y especialmente caliente se estaba llevando en dirección norte.
Apurando rápidamente el refresco echó una última mirada y volvió apresuradamente a su puesto. Al contrario de lo que esperaba, nada había cambiado. Repasó todas los sensores y por fin se sentó y volvió a relajarse.
La paz no duro más que un par de horas. La luz de uno de los sensores de la cueva se había encendido. Con el cuerpo en tensión cogió el disparador y se fijó en las imágenes de la cámara que habían colocado allí para asegurarse de que los hombres que habían detectado los instrumentos estaban armados. A pesar de que las imágenes eran verdosas y no demasiado definidas podía ver perfectamente los AKs que los intrusos llevaban colgando del hombro.
No se lo pensó más y apretó el disparador. Desde la tienda apenas se oyó un estruendo apagado como el de un trueno lejano y un ligero temblor, pero por las cámaras que habían situado en la boca pudo ver que le entrada había quedado sellada con un montón de rocas.
Ahora había que saber si aquella barricada aguantaría.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar