Las colinas de Komor XXXV
Creo que yo tengo una idea que quizás pueda funcionar. dijo Amara dirigiendo la vista hacia el hielo que cubría la ladera unos trescientos metros por encima de sus cabezas.
XXXV
—Me temo que hoy el ejercicio va a tener que ser exclusivamente horizontal. —dijo Ray a Monique al recibir las noticias de Oliva— Tengo que irme un rato. Nos veremos en el dispensario.
—Bueno, aprovecharé y saldré a correr.
—De acuerdo, pero no te alejes mucho, me temo que hay malas noticias. Hablaremos cuando vuelva. —dijo el despidiéndose con un beso más corto de lo que desearía.
Salió de la tienda a la carrera y tras cargar la camioneta se puso al volante y pisó a fondo dirigiéndose hacia una de las cavernas que había ido a inspeccionar Oliva.
La soldado ya le esperaba impaciente en la boca de la cueva y en cuanto llegó se acercó a la camioneta con el gesto serio.
—¿Estás segura?
—Casi al cien por cien. —respondió ella— Si escuchas con atención puedes oír el rumor de golpes y gritos.
—¿A qué distancia? —preguntó Ray entrando en la cueva con Oliva.
—Es imposible saberlo. No creo que estén muy cerca, pero con los ecos es imposible determinarlo.
—Y tampoco podemos asegurar que sean los talibanes.
—No se me ocurre quién puede ser si no.
Ray pensó en la situación. Sabía que los de MSF se negarían a evacuar el campamento sin tener certeza absoluta y si esperaban a tenerla probablemente cuando lo consiguiesen sería demasiado tarde. Afortunadamente tenían un medio para retrasarlos.
—Muy bien esto es lo que vamos a hacer. Colocaremos el C4 ahí. —dijo Ray señalando una zona particularmente estrecha unos cincuenta metros en el interior de la cueva.—Pondremos sensores un poco más profundamente para poder identificarlos antes y esperaremos a que lleguen para detonar los explosivos.
—Con suerte nos llevaremos unos pocos por delante y seguramente tardaran unas horas en despejar el camino, lo que nos dará tiempo suficiente para preparar la evacuación. —terminó ella.
—De todas maneras, pon sensores en las otras dos cuevas, no quiero sorpresas.
Entre los dos colocaron los explosivos y prepararon la bomba para que detonara por contacto con un cable y a distancia para asegurarse de que no hubiera problemas. Cuando terminaron se separaron. Le dejó la camioneta a Oliva y él volvió al campamento a la carrera.
Tal como esperaba, el sargento le prometió que hablaría con los jefes de MSF, pero al parecer la gente sobre el terreno tenía la última palabra, así que una evacuación inmediata quedaba casi totalmente descartada.
Con la cabeza en plena efervescencia bajó hasta el dispensario. Observó a todas aquellas personas e inmediatamente supo que Monique jamás aceptaría largarse si no era con pruebas concluyentes. Amaba y odiaba a la vez la forma en la que se entregaba Monique a su trabajo.
Renegando echó un último vistazo a la cola de enfermos y se sumergió en la lectura, intentando olvidar aquella desesperante sensación de impotencia.
CUARTA PARTE
Capítulo 48. Escaramuzas
Hlassomvik
Habían sido tres semanas de aburrimiento. Para evitar que los hombres se relajasen los había sometido a intensos entrenamientos, sobre todo aprovechando para mejorar la equitación y la orientación en el Bosque Azul.
Pero al final el momento había llegado. Los vigías habían detectado una fuerza de unos trescientos infantes dirigiéndose directamente hacia el vado. Hlassomvik no pudo evitar sonreír. En su vida anterior jamás se le hubiese ocurrido que iba a acabar así. Formando parte de un ejército, dispuesto a dar su vida por una ciudad en la que no había nacido y que le había tenido prisionero.
Tras enviar cuervos al Paso y a Albert para advertirles, con patadas y reniegos puso a todos sus hombres en formación delante del vado. Nunca había sido un gran orador, pero sabía que sus hombres necesitaban escuchar sus palabras.
—¡Esos tipos que se acercan por el camino se creen soldados! ¡Son muchos y van bien equipados, pero no son soldados de élite como nosotros! ¡Ahí, en ese vado, comenzaremos con la leyenda en que se convertirá esta guerra! —dijo señalando el lugar— ¡Cuarenta hombres van a detener a trescientos el tiempo que les dé la gana...! ¿Y sabéis qué? Que ellos sangrarán y nosotros no sufriremos más que rasguños.
—¡Por Albert! ¡Por Komor! ¡Por la victoria!
—¡Por la victoria! —gritaron todos los hombres al unísono.
—Ahora cada uno a sus puestos y no quiero oír ni una mosca. Vamos a dar a esos hijos de puta una bonita fiesta de bienvenida.
Los hombres rompieron filas y se dispusieron a ocupar sus puestos. Había organizado la defensa en torno al vado. Pero el primer ataque a la columna lo harían una par de millas antes contando con la ventaja de los caballos. En aquel lugar el camino se abría formando un pequeño claro. Él y sus hombres, sin abandonar sus monturas, les esperaban en la espesura de enfrente con los arcos preparados.
La columna enemiga no tardó en aparecer.
Capitán Kermash
Al fin le habían dado la orden de avanzar y se había internado con sus trescientos hombres. Lo estrecho del paso le había impedido llevar caballos lo que retrasaba su avance aunque en aquella maldita espesura hubiesen sido de poca utilidad.
El camino, evidentemente en desuso, era tortuoso y continuamente les obligaba a parar para retirar obstáculos, pero al fin se acercaban al Rio Brock. En ese momento entraron en uno de los pocos claros que salpicaban el trayecto.
Sin tomar precauciones, confiado en que nadie se atrevería a internarse en aquel maldito bosque, entró en el claro y no se dio cuenta de nada hasta que una lluvia de flechas los recibió.
Los seis hombres que le rodeaban cayeron inmediatamente y una flecha golpeó en su peto aunque afortunadamente rebotó. Inmediatamente ordenó a la columna adoptar una posición defensiva. Pero era tal el desconcierto de sus hombres al verse atacados desde todas partes que la maniobra se realizó con lentitud ante la persistente lluvia de flechas.
Cuando creyó que la cosa no podía ir a peor de la espesura emergieron una docena de caballeros que atravesaron el claro al galope y hundieron las jabalinas que llevaban en sus hombres antes de desaparecer en la espesura.
Luego del lugar donde habían desaparecido otra docena les atacó de la misma manera huyendo por el lado contrario.
¿Cómo podía ser? —se preguntó— Caballería en medio de aquel laberinto. Afortunadamente no parecían ser muchos. Tras un segundo de vacilación ordenó la retirada del claro para poder reorganizarse al abrigo de las flechas.
Cuando lo consiguieron había casi dos docenas de cuerpos inertes sobre el césped del claro.
Albert
Los últimos días, tras volver de la persecución y sin Neelam en casa, había decidido pasarlos en el campamento con el resto de los hombres. Tal como esperaba eso había ayudado a mejorar la convivencia y aumentar su confianza en él. Aquella mañana temprano llegó el mensaje que tanto esperaba.
Como se había imaginado, los samarios estaban infiltrando hombres en el Bosque Azul para cogerlos por la espalda. Confiaba en sus hombres y sabía que se ceñirían a los planes. Envió inmediatamente un cuervo para avisar de que debía comenzar la cosecha y la evacuación y puso a formar a todos sus hombres.
—¡Señores! La guerra ha comenzado y para celebrarlo os voy a dar vuestras primeras armas.
Disfrutando de la cara de desconcierto de los hombres comenzó a repartir picos y palas entre los reclutas. Unos pocos intentaron protestar, otros se limitaron a cogerlas con la mano esperando ordenes y otros las echaron al hombro como si fuesen peligrosas lanzas haciendo alguna que otra chanza, pero ninguno hizo ningún gesto de tirarlas.
A continuación los mandó recoger sus monturas y seguirle a lo largo de la orilla del río Brock corriente arriba. El día era claro y cálido y pronto hombres y monturas comenzaron a sudar. Albert avanzó haciendo la vista gorda cuando alguno se salía de la fila y se metía en el cauce uno metros para refrescarse él y su montura.
A mediodía pararon y dejó que los hombres comiesen algo mientras echaba un vistazo al mapa. Algo que había aprendido tras dos años cultivando la tierra era el poder del agua y como aprovecharlo.
Miró al sol y luego observó el río. Estaba justo en el punto adecuado, tras un meandro, el río se estrechaba y la corriente se aceleraba un poco. Dejó a los hombres descansando a la sombra y se acercó a la orilla. Observó un grupo de robles azules extraordinariamente grandes en la orilla y haciendo rápidos cálculos se sintió satisfecho, luego se agachó y miró hacia el valle. Era casi imperceptible, pero el terreno iba en declive hacia la llanura, por eso aquella zona era una de las que más fácilmente se inundaba en el deshielo.
—¡Se acabó el recreo, chicos! —dijo al volver con los soldados— Coged vuestras armas y seguidme. —dijo señalando los picos y palas que habían traído con ellos.
Neelam
Según Aselas ya no podían esperar más. Y ella estaba también convencida. Su barriga estaba a punto de explotar. Además el día anterior habían recibido noticias de que habían empezado los movimientos en la frontera y no quería encontrarse de parto cuando el enemigo finalmente avanzase.
Una vez hubo montado todo lo que pudo ser de utilidad en la carreta, Aselas le hizo un pequeño hueco para ella y montando en el pescante comenzaron el viaje hasta la ciudad. La riada de refugiados aun no había comenzado. Todo el mundo, hasta el ejército, estaban ocupados recogiendo cualquier cosa que pudiese servir para avituallar al enemigo en su avance. En el horizonte se podían ver las columnas de humo de las barcas de pesca que estaban siendo destruidas.
Podrían ganar aquella guerra, pero eso no evitaría que sufriesen perdidas. Cada vez que veía la columna de humo se podía imaginar lo que ocurriría cuando un grupo de soldados enfadados y hambrientos entrasen en su casa y no descubriesen ni una migaja. No se hacía ilusiones, sabía que tendría que empezar desde cero.
Un movimiento dentro de su abultada barriga acabó con aquellos tristes pensamientos. Lo importante estaba allí, creciendo sano y fuerte en su interior. Su descendencia y la de Albert estarían seguros tras las murallas y volverían a Amul para reconstruirla.
El anciano salió al camino principal y se bajó del pescante. Cogiendo una barra de hierro afilada por un extremo hizo unos agujeros atravesando el camino de acceso a la fragua y en ellos plantó unas cuantas ramas secas.
Cuando terminó tiró el hierro en la caja de la carreta y levantó el viejo bastón en el que siempre se apoyaba murmurando algo. Ante la vista de la joven aquellas raquíticas ramas reverdecieron y crecieron ante sus ojos hasta formar un espeso follaje de casi tres metros de altura.
—Esto no garantiza que no descubran la herrería, pero ayudará a que pase desapercibida. —le explicó el anciano volviendo a subir a la carreta— Cuando lleguen a estas alturas es probable que estén más preocupados en llegar de una vez a Komor.
De nuevo se pusieron en marcha, el día había sido esplendido, seco y caluroso y en cuanto se acercó el ocaso, el aire se llenó de insectos que pululaban creando reflejos y sombras al ser interceptados por los mismos rayos del sol.
Una patada del bebé la hizo encogerse por un instante, el maldito era digno hijo de su padre. Se revolvió inquieta e intentó adoptar una postura un poco más cómoda consciente de que en aquel estado era casi imposible. A medida que se acercaba el momento del parto se sentía más nerviosa, no lo podía evitar.
—No te preocupes, pequeña. —dijo Aselas adivinando su preocupación— Todo saldrá bien. Los bebés están perfectos y darás a luz sin problemas.
—¿Bebés? —preguntó ella sorprendida.
—Ah, pero, ¿No lo sabías? —respondió el anciano sorprendido— Creí que ya te lo imaginarías con esa enorme barriga, pero claro, eres primeriza.
—Neelam se acarició la barriga y sonrió, a pesar de que no tenía ni idea la noticia no le sorprendió. Hasta los insectos que la rodeaban fueron conscientes de la sonrisa de felicidad de la joven.
Manlock
—El tiempo es perfecto, excelencia. Llegaremos al objetivo en la fecha acordaba. —dijo el general Minalud.
—Esa es la parte fácil, espero que su capitán Kermash cumpla con su parte. No podemos demorarnos demasiado. Lo malo de nuestros planes es que son una lucha contra el tiempo. Mientras más nos retrasemos, más se reducirán nuestras posibilidades.
—No se preocupe, excelencia. Los komorianos no nos detendrán, aunque tengamos que tomar las murallas por asalto. Tenemos un amplio margen solo tenemos que alimentarnos por el camino.
—Espero que tengas razón.
—No tema, excelencia. —le tranquilizó el general— La vuelta a Samar será tan apoteósica como su salida, se lo garantizo.
Ojala tengas razón pensó el barón para sus adentros. Había salido de Samar a la cabeza de su ejército y era cierto que había sido despedido por una multitud que flanqueaba el camino y lanzaba flores al paso de los soldados, pero las caras no eran de total alegría y confianza. Se notaba el racionamiento de los alimentos. Las caras eran más afiladas, los huesos sobresalían y en sus caras las sonrisas tenían un toque de tensión y melancolía.
Había tratado de ocultarlo por todos los medios, pero la gente sabía que la situación era casi desesperada. Todos se habían dado cuenta de que los envíos de Kalash se habían reducido y el propio Antaris se había presentado para pedir explicaciones al barón por los retrasos en los pagos.
Manlock había conseguido convencer a aquel buitre para que siguiese con los envíos aunque fuesen reducidos con la promesa de que tras la conquista de Komor le devolvería las deudas con intereses y firmarían un nuevo contrato por el que le vendería los productos de Komor a buen precio.
Para bien o para mal la suerte estaba echada, ahora no podía echarse atrás.
Amara
Al recibir el mensaje de Hlassomvik, Amara supo que allí no pintaba nada así que esperó unos pocos días más para asegurarse y llevó a todos sus hombres salvo una pequeña patrulla al Paso del Brock para apoyar a Sardik, ya que si Albert tenía razón la llegada del ejército de Samar era inminente.
Nunca había estado en aquel lugar y le pareció impresionante. Nadie sabía quien había hecho aquello, los llamaban Los Antiguos. Aprovechando la fisura que el agua hacía en las montañas a su paso habían picado la piedra y movido ingentes cantidades de grava hasta crear un camino por el que podían pasar un carro en cada sentido.
En su parte más alta, donde estaban apostados. El camino abandonaba el río quedando varios cientos de metros por encima y se estrechaba permitiendo una fácil defensa. Tras la guerra Komor creó un puesto de vigilancia estrechando la entrada aun más y protegiéndola con gruesos muros y aspilleras para proteger a los defensores. No era suficiente para detener un ejército, pero si para retrasarlo y dar la alarma con tiempo suficiente.
A pesar de estar ya en pleno verano aun quedaba nieve en las zonas más altas de la montaña. El sol la derretía provocando pequeños y constantes aludes. En cuanto llegaron Sardik se acercó para darle la bienvenida. Por fin su sonrisa era franca. Y su mirada no expresaba ninguna vacilación.
A pesar de que se tuvo que ir en cuanto cazaron a la espía sabía que su relación había cambiado. La forma en la que lo había acogido dándose la vuelta sobre ella para protegerla olvidándose de todo lo que le rodeaba era inequívoca.
Inmediatamente se dedicaron analizar la mejor forma de disponer a los hombres. Las órdenes de Albert lo facilitaban. Solo necesitaban retenerlos unos días, los necesarios para que terminase la cosecha y la evacuación que al parecer iba según lo previsto.
Mirando hacia lo alto vio una cornisa de nieve a punto de desplomarse y se le ocurrió una idea. Si aguantaba hasta que llegase el ejercito de Samar, quizás pudiese hacer algo con ella.
Cuando terminaron la inspección y asignaron los puestos a sus hombres era la hora de cenar. Amara comió con apetito las gachas calientes y enseguida se retiró a un lugar más tranquilo al abrigo de unas rocas, mientras que los hombres que no estaban de guardia se reunían en torno al fuego, recordaban historias y cantaban viejas canciones.
Hizo un pequeño fuego para combatir el frío de la noche e intentó dormir, pero la cercanía de Sardik se lo impedía. Miró la pequeña fogata, observó el fluir de las llamas y siguió el trayecto de las pavesas que se alejaban arrastradas por el viento medio hipnotizada.
—Hola. —Sardik se había deslizado sin ruido y ella no le había visto llegar hasta que se sentó a su lado— Las noches son frescas aquí arriba. —dijo el hombre acercando las manos al calor del fuego.
—Si el capitán tiene razón, pronto entraremos en calor.
Nunca había sido una mujer especialmente hábil a la hora de dar conversación así que con una sonrisa tímida imitó a Sardik y acercó sus manos al fuego.
—El otro día, con todo el barullo no me dio tiempo a terminar de explicarme. —empezó Sardik tras un largo silencio— Desde que mi esposa murió, jamás me he vuelto a permitir tener esperanza... hasta ahora y el otro día me pillaste desprevenido.
—Lo entiendo. —dijo ella— Pero vivir así no es vivir.
—Puede que tengas razón, pero cuando te tuve allí en mis brazos, la imagen de mi Kinesha se me apareció en la mente. La idea de volver a perder la mujer que amo me paralizó y por eso te aparte de mí. No quiero volver a sentir ese dolor... no.
Amara apartó la mirada del fuego y la cruzó con la de Sardik. Le chocaba ver en aquellos ojos normalmente firmes y ausentes de emoción el dolor, el miedo y el deseo.
Él podía renunciar al amor, pero ella no estaba dispuesta a hacerlo. Con un movimiento rápido se sentó en su regazo y le dio un beso rápido en los labios.
—Puede que esa sea tu opinión, pero yo no pienso renunciar a todo eso solo por miedo a perderte. ¿Me estás diciendo que de haber sabido lo que le pasó a tu esposa nunca te hubieses casado con ella y la hubieses hecho feliz? Una vida larga, sin amor, solo es una larga condena. —dijo Amara besándole de nuevo.
Esta vez Sardik no la rechazó. Dejándose llevar al fin le devolvió el beso, explorando su boca con ansia y abrazándola hasta casi asfixiarla.
Jamás había tenido una relación sexual si descontaba las violaciones a las que le habían sometido sus torturadores, así que se sentía torpe y ligeramente temerosa. Afortunadamente Sardik tomó el mando y desabrochándole el justillo de cuero y la camisa le acarició el cuello y metió la mano bajo la tela. Las manos ásperas del hombre sobre sus pechos acariciándole con suavidad excitaron todo su cuerpo, haciéndola temblar de deseo.
Inmediatamente sintió como sus pezones se erizaban y su sexo se humedecía y se volvía aun más sensible. Hambrienta se agarró a la nuca de Sardik aproximando el cuello a su boca mientras movía las caderas ansiosa por acallar el comezón que dominaba su vientre.
Los labios de Sardik se cerraron en torno a su cuello chupando y lamiendo. Amara gimió y se abrió más la camisa, descubriendo uno de sus pechos. Sardik llevado por la excitación le bajó toda la ropa de un tirón de forma que todo su busto quedó a la vista mientras sus brazos quedaban atrapados por las mangas.
Sardik se inclinó y aprovechando que estaba indefensa le besó los pequeños pechos y las clavículas, le mordisqueó los pezones y recorrió su vientre con la lengua jugando con su ombligo volviéndola loca de deseo.
Nunca había sentido una necesidad igual. Se revolvió intentando liberarse, incluso suplicó, pero Sardik con una sonrisa traviesa se lo impidió y siguió torturándola.
Cuando creyó que ya no podría aguantar más, Sardik la tumbó sobre el suelo y la ayudó a deshacerse de la ropa. Con ojos hambrientos el soldado observó su cuerpo acariciando con suavidad sus piernas mientras ella indecisa se quedaba quieta.
Ensimismado, subió las manos hacia su pubis y acarició y jugueteó con el bello oscuro y rizado que lo cubría. De repente se sentía tímida y vulnerable. Sardik sin embargo se mostró seguro y con un suavidad le separó las piernas.
El contacto de la boca de su amante con los labios de su sexo fue delicioso. Mordiéndose la mano para no gritar cerró las piernas en torno a la cabeza de Sardik y movió sus caderas ansiosa.
Sus besos y caricias se hicieron más rudos y apresurados mientras se despojaba de los pantalones. Cuando finalmente Sardik se adelantó y alojó el cuerpo entre sus piernas, tuvo un nuevo momento de dudas. Las únicas experiencias que había tenido al recibir un hombre eran de miedo y dolor.
Sardik se dio cuenta, la besó con suavidad y mirándola los ojos se tomó su tiempo acariciando su sexo y penetrándola con suavidad, entrando poco a poco y dejando que fuese ella la que con sus gestos decidiese hasta donde podía llegar.
Poco a poco se relajó y el dolor y las vejaciones ya solo fueron un fastidioso recuerdo. Cuando se dio cuenta Sardik estaba follándola profundamente, con todas sus fuerzas y ella solo sentía un placer intenso y primitivo potenciado por el reflejo dorado de las llamas de la fogata en sus cuerpos.
Apartando la mirada de sus ojos le obligó a separar el torso ansiosa por ver como la polla del hombre entraba y salía de su coño golpeando su pubis con fuerza y haciendo vibrar todo su cuerpo de placer.
Tras unos segundos Sardik se detuvo y besándola la sentó en su regazo. Amara sentía que se derretía con la fogata a sus espaldas y el calor arrasador del cuerpo de Sardik al frente. Ansiosa, ignoró los besos y las caricias de Sardik y se clavó de nuevo su miembro. Era como si solo con la polla de su amante en su interior se sintiese completa. Colgándose de su nuca comenzó a moverse arriba y abajo ensartándose una y otra vez aquel falo ardiente, cada vez más rápido hasta que una oleada de placer como nunca había experimentado irradió de su vagina extendiéndose por todo su cuerpo haciéndola perder el control sobre él.
Sardik la estrechó entre sus brazos y la besó acogiéndola hasta que las últimas oleadas de placer se disiparon.
Con el cuerpo aun estremecido Amara se separó y cogió la polla de Sardik entre sus manos. Estaba caliente y resbaladiza por los jugos de su orgasmo. Sonriendo abrió la boca y rozó el glande con la punta de su lengua, provocando un bronco gemido de su amante. Esta vez fue ella la que lo torturó unos instantes antes de metérsela en la boca y darle una serie de largos chupetones. Sardik gemía con todos sus músculos contraídos. Amara hundió las uñas en sus abdominales y le dio varios nuevos chupetones. Sardik a punto de correrse intentó apartarla pero ella no le dejó y sintió excitada como la polla de su amante se retorcía dentro de su boca inundándola con un torrente de semen ardiente.
Exhausta dejó que Sardik tirase de ella y la tumbase sobre él mientras tapaba a ambos con una manta.
Con una sonrisa tonta en la boca Amara apoyó la cabeza en el musculoso pecho de su amante y cerró los ojos un rato hasta que un hombre los interrumpió.
—Ejem... Señor. Lo siento...
—No pasa nada, soldado. —dijo Sardik— ¿Qué ocurre?
—Me temo que ya están aquí.
Capitán Kermash
Les había costado otros cuarenta hombres más entre muertos y heridos, pero habían logrado atravesar el vado. Sin embargo lo peor era que habían perdido tres días en continuas y agotadoras escaramuzas. Sus adversarios no eran el ejército débil y mal entrenado que esperaban. Se movían como fantasmas, arreglándoselas para cabalgar en medio del sotobosque y aparecía por sorpresa para descargar una lluvia de flechas y jabalinas antes de desaparecer en un instante.
La batalla del vado fue la peor. Aquellos hombres se habían despojado de los caballos y les esperaban en el estrecho paso en una apretada falange. Sin caballería para apoyarles y con las flechas clavándose inútilmente en los escudos y el follaje se veían obligados a atravesar el río y atacarles cuesta arriba chocando una y otra vez contra aquella fuerza, pequeña pero muy bien cohesionada.
Por si fuera poco, cada vez que parecían conseguir ventaja surgía su capitán, un sureño enorme que blandiendo una espada igual de grande y gritando insultos deshacía el ataque y animaba a sus hombres hasta que los expulsaban de nuevo hasta la otra orilla del río donde llegaban ateridos y exhaustos.
Finamente al tercer día de continuos ataques lo intentaron de nuevo y solo recibieron un par de oleadas de flechas antes de que los defensores desapareciesen.
Tras tomarse un corto descanso dejó los heridos atrás al cuidado de un par de hombres y apretó el paso, creyendo que lo peor había pasado, pero de nuevo empezaron los ataques por sorpresa, retrasando su avance hasta el punto de que creyó que aquella pesadilla no iba a acabar nunca. Llevaban casi cinco días de retraso y había perdido una tercera parte de sus hombres y aun le quedaba camino por hacer. Recordaría aquel maldito bosque el resto de su vida.
Capítulo 49. La batalla del Paso
Sardik
Sacudió la cabeza intentado despejarse un poco. Llevaban más de tres días aguantando los continuos ataques del ejército de Samar, que cada vez más impaciente no reparaba en gastos y empujaba sin descanso, pero sus hombres aguantaban aprovechando las murallas y parapetos para resistir.
Desde que habían llegado, apenas había intercambiado un par de palabras con Amara y rodeados de gente no había podido decirle lo mucho que había disfrutado de su compañía. Estaba pensando en dejar todo en manos de un lugarteniente y descansar un rato cuando uno de sus hombres se acercó desde la muralla.
—Señor, creo que ya se han cansado. Vienen con máquinas de asedio.
Refunfuñando siguió al soldado. Sabía que tarde o temprano recurrirían a ellas a pesar de lo complicado que sería subirlas y desplegarlas en un lugar tan estrecho y empinado. Amara también había recibió el mensaje y se reunió con él en las murallas.
Los atacantes se habían tomado un respiro y se habían retirado para ayudar a montar dos enormes trabuquetes. Bastaría una docena de proyectiles para acabar con aquellas débiles defensas. No tendrían más remedio que retirarse.
—Tardarán seis o siete horas en empezar el bombardeo. Mañana con la salida del sol estarán preparados. Me temo que es hora de retirarnos. —dijo Sardik observando por una de las aspilleras.
—¿Y si lanzamos un ataque nocturno y destruimos las máquinas? —sugirió el soldado que les acompañaba.
—Son demasiados y estarán montando las máquinas toda la noche. Estarán alerta.
—Creo que yo tengo una idea que quizás pueda funcionar. —dijo Amara dirigiendo la vista hacia el hielo que cubría la ladera unos trescientos metros por encima de sus cabezas.
—¿No pensarás...? —preguntó Sardik observando la abrupta ladera.
—Sé que te parece un suicidio, pero para eso he estado entrenando a mi unidad, para este tipo de acciones especiales, trepar, deslizarnos en la oscuridad, pelear en lugares estrechos o colarnos en silencio. —respondió la joven con una sonrisa confiada.
—Si lo haces a plena luz os descubrirán y os harán picadillo. —dijo Sardik.
—Por eso esperaré hasta la puesta del sol.
—¿Vas a subir ahí arriba de noche?
—Tranquilo, tú descansa un poco y disfruta del espectáculo al amanecer.
Hubiese querido detenerla. Solo pensar que por un mal apoyo o un fallo de cálculo en plena oscuridad podía perderla, hacía que un escalofrío recorriese su espalda, pero se obligó a recordar por qué estaban allí y que si alguien era capaz de hacer aquello era ella.
Así que en vez de intentar convencerla de que aquello era una locura sonrió y le preguntó si necesitaba algo. Deseaba darle un abrazo, pero en presencia de todos los hombres optó por darle una palmada en el hombro y reasignar los puestos para ocupar los que los hombres de Amara dejarían vacíos.
Rezando para que los dioses la protegieran la dejó marchar, esperando no tener que arrepentirse el resto de su vida de ello.
Manlock
Aquello iba a acabar de una vez. Todo estaba saliendo tan mal como se temía. El tipo del que Enarek había hablado no era ningún estúpido y sus hombres eran unos soldados excepcionales. De no ser porque Enarek se lo había asegurado, nunca se hubiese imaginado que solo fuesen vulgares delincuentes.
Tras días de ataques sin descanso, aquellos cabrones habían resistido sin problemas y sin noticias de Kermash se veía atascado allí por toda la eternidad. Se le acababa el tiempo. Tenía que llegar a la llanura lo antes posible.
Finalmente el general y él habían llegado a la conclusión de que la única forma de superar aquel obstáculo era traer un par de trabuquetes de la parte trasera de la columna y destruir aquel baluarte. Sin la protección de las murallas, los defensores pronto se verían rebasados.
Los ingenieros estarían trabajando toda la noche. Subir aquellas máquinas por el estrecho camino aunque estuviesen desmontadas era una pesadilla, pero con las primeras luces del amanecer haría pagar el retraso a aquellos bastardos.
Hlassomvik
No podía evitar maravillarse del buen resultado que estaban dando los planes de su capitán. Habían entrenado día y noche y habían trabajado duro, pero el resultado era mucho mejor de lo que había esperado. Personalmente estaba disfrutando cargándose a aquellos gilipollas.
Las clases de equitación habían causado muchos golpes en la cabeza y muchos miembros dislocados, pero habían dado su fruto. Se habían convertido en una pesadilla. Como mosquitos hambrientos de sangre, habían revoloteado alrededor de la larga columna que avanzaba torpemente. Atacándola a placer cuando le convenía y donde le convenía. Actuando rápido y escapando antes de que los samarios se pudiesen reorganizar.
Desde la espesura observaba sonriendo como la columna se paraba para atender a los heridos y reorganizarse antes de recomenzar su penoso avance, desangrándose un poco más a cada paso mientras ellos apenas habían perdido a tres hombres.
Mientras se tomaban un descanso echó un vistazo al mapa. Habían retrasado a la columna casi una semana, pero ya estaban cerca del Paso un par de ataques más y tendrían que retirarse. Esperaba que el resto de los suyos hubiesen cumplido.
Amara
Aquella pared era imponente, pero habían practicado tanto aquellas semanas que no le pareció tan difícil trepar en la oscuridad. En el fondo le gustaba la sensación del vacío bajo sus pies. Le recordaba los viejos tiempos. Tomándose un descanso en una estrecha cornisa sumergió los dedos en una bolsita con talco y miró hacia abajo. Ya habían recorrido un poco más de la mitad del camino y el baluarte parecía un pequeño castillo de juguete.
En ese momento vio como salían varios hombres a caballo por el portalón y lanzaban varias andanadas de flechas incendiarias sin siquiera descabalgar antes de retirarse.
Sardik estaba preocupado y trataba de desviar la atención del enemigo y mantenerla fija en él. Y estaba funcionando. Mientras una parte del ejército enemigo apagaba los pequeños fuegos que se habían declarado un pequeño destacamento de caballería salía en persecución de los agresores.
Los atacantes desaparecieron tras la puerta, pero al contrario de lo que esperaba cuando los hombres de Sardik pasaron no cerraron la puerta y dejaron pasar al destacamento samario. En cuanto las atravesaron los komorianos cerraron la puerta apresuradamente. Cuando se dieron cuenta, los caballeros se vieron rodeados de arqueros que les arrojaron una lluvia de flechas desde las murallas.
Los jinetes intentaron girarse y huir, pero la puerta estaba cerrada. Al ver que habían caído en una trampa sus camaradas avanzaron a la carrera para asaltar el baluarte y tras acabar con los jinetes, los arqueros se giraron y lanzaron una lluvia mortífera de proyectiles que acabó con una buena parte de los atacantes y los paró en seco.
Sonriendo de nuevo le dio las gracias mentalmente a su amante y siguió trepando hasta llegar a la cumbre. Aquella fue la parte más difícil. El hielo que había estado derritiéndose al sol de la tarde ahora, con el frío nocturno, se congelaba formando una capa resbaladiza que tenían que perforar con sus picos para poder avanzar.
Una vez arriba empezaron a hacer un surco en el hielo justo en la parte que formaba una cornisa sobre el saliente. Atados con cuerdas a las rocas que sobresalían para evitar caer si se producían deslizamientos, fueron penetrando hasta llegar a las roca donde se asentaba.
No había amanecido aun, pero seguramente a Sardik no le importaría. El peso del hielo suspendido, sin suficiente apoyo en la parte superior, fue deslizándose poco a poco. Riendo en silencio sus hombres se bajaron los pantalones y mearon en el surco mientras observaban como toneladas de hielo y rocas caían al vacio.
Manlock
La escaramuza nocturna lo había cabreado de verdad. Estaba tan enfadado que se pasó el resto de la noche azuzando a los ingenieros. En cuanto las máquinas estuvieron montadas ordenó que abrieran fuego.
En su delirio se subió a un pequeño promontorio para observar junto al general como los proyectiles destruían aquella irritante tachuela y eso fue lo que le salvó, porque apenas habían lanzado un par de proyectiles cuando una alud de hielo y piedras se precipitó desde la cima de la montaña llevándose por delante la vanguardia de su ejército, los dos trabuquetes y media compañía de ingenieros ladera abajo hasta el río y obstruyendo el camino con un gigantesco montón de escombros.
Sardik
La avalancha llegó en el momento justo y se prepararon para un último asalto. Las dos rocas impactaron en la muralla abriendo una gran brecha y haciendo inútil el baluarte, pero el aluvión de hielo y rocas se interpuso entre ellos.
Si querían hacer pasar a su ejército, los samarios tardarían al menos cuatro o cinco días en despejar el camino. Su trabajo había terminado allí. Con las primeras luces dirigió la vista hacia arriba. Los hombres de Amara estaban bajando, perfectamente visibles en la ladera, pero el ejército enemigo estaba muy ocupado buscando supervivientes entre los escombros como para intentar una venganza fútil.
En cuanto llegó al suelo, no pudo reprimirse y abrazando a Amara le dio un largo beso. Sus soldados formaron un corro alrededor y les vitorearon.
Un poco azorados se separaron y miraron a su alrededor sonrojados. Finalmente Amara recuperó la compostura y carraspeando ordenó a los hombres que recogieran sus cosas. Ellos habían cumplido y a continuación se unirían a Hlassomvik y a Albert en el Bosque Azul para continuar con el plan.
Antes de marcharse echó un vistazo por encima de las murallas. Un destacamento enemigo se había adelantado trepando por los escombros y había construido una posición defensiva para proteger a los que estaban retirando las rocas.
Lo bueno era que el lugar era tan estrecho que no podían emplear a mucha gente así que, aunque trabajasen día y noche no lograrían abrirse paso fácilmente. Subiéndose a lo alto de la muralla los insultó y les hizo un corte de mangas antes de ordenar a los hombres de retaguardia que se retirasen en silencio. Cuando se diesen cuenta estarían muy lejos.
Orkast
Los carros cargados de comida y refugiados no dejaban de pasar por la puerta del norte. Siguiendo las órdenes del barón únicamente se habían plantado variedades tempranas. Aun así podía ver como el producto de algunas de las cosechas no estaba totalmente maduro. Cuando él o uno de sus ayudantes lo detectaba, lo apartaba para destinarlo al consumo inmediato o de los rebaños que se hacinaban en todos los espacios libres de Komor.
La ciudad estaba atestada. Entre hombres y rebaños la población se había multiplicado casi por cuatro. Afortunadamente sus antepasados habían construido una enorme plaza frente al palacio para las suntuosas ceremonias de los barones y habían aprovechado aquel espacio para hacer cobertizos para las bestias y sus pastores.
El resto de los refugiados habían sido acogidos por amigos y familiares o alojados en casas abandonadas, de manera que a pesar de todo, la ciudad conservaba aun una apariencia de orden.
El ejército, mientras tanto, aun estaba fuera de la ciudad y siguiendo las instrucciones del barón quemaba los pastos que había a los lados del camino a Komor, para que los samarios tuviesen que hacer largos recorridos para conseguir alimentar a sus caballos y bestias de tiro.
—Parece que nuestro hombre ha cumplido y nos ha dado tiempo para recoger la cosecha. —dijo Aselas apareciendo de no se sabía dónde.
—La verdad es que tengo que reconocer que esa panda de delincuentes me ha sorprendido. Son buenos. Y nos han dado tiempo, aunque hubiese deseado que los hubiesen retenido un par de semanas más. —replicó Orkast cogiendo un manojo de plantas de hera que por su aspecto solo valdrían para alimentar a los cerdos.
—No se puede tener todo. La guerra es así. Siempre requiere sacrificios.
—¿Ha habido noticias? —Orkast había estado tan ocupado organizando la estiba de las mercancías que no había tenido tiempo de presentarse en los últimos consejos.
—Poca cosa, después de provocar un alud, nuestros hombres se han retirado al Bosque Azul a esperar a que los samarios aparezcan. Quieren que se vuelvan a confiar antes de atacarles de nuevo.
—Espero que les den duro, aun no estoy convencido de que podamos resistir un asalto a la ciudad en toda regla. Si traen máquinas de asedio con ellos lo vamos a pasar mal con tanta gente dentro de las murallas.
—Tranquilo, Albert les tiene una sorpresa preparada. —dijo Aselas.
Orkast miró al anciano que sonreía enigmáticamente antes de desaparecer entre la gente. Odiaba a aquel cabrón. Siempre estaba enterado de todo. La gente decía que podía ver el futuro y que leía la mente de la gente. Fuese cierto o no, desconfiaba de él y procuraba cerrar su mente aunque no fuese necesario ser un mago. Todo el mundo podía ver su nerviosismo. El era un comerciante y un organizador. Aquellos asuntos de la guerra le quedaban grandes.
En ese momento sus pensamientos se centraron en Gazsi. Era el único hijo que tenía que corría un peligro real de morir. En su momento le había parecido una idea excelente y parecía haber surtido efecto. Albert había convertido a su hijo en un hombre, pero ahora corría peligro allí fuera, jugando al gato y al ratón con un enorme ejército.
Se juró a si mismo que si su hijo moría, aquel cabrón se lo pagaría.
Albert
Después de casi un mes, el regimiento de Albert volvía a estar reunido. El resultado de la primera batalla había sido mejor de lo que esperaba. Contaba con más pérdidas, sobre todo entre los hombres de Hlassomvik que eran los más expuestos. Pero el sureño había dirigido perfectamente a sus hombres y conteniendo sus ansias de sangre había seguido sus instrucciones y se había limitado a realizar ataques fugaces y localizados que habían retrasado a la columna enemiga el tiempo necesario con la perdida de solo seis hombres.
Sardik y Amara, protegidos por los baluartes del paso solo habían tenido dos muertos y cuatro heridos de cierta gravedad que inmediatamente fueron enviados al campamento de Amul para que se recuperasen.
El ejercito de Samar aun tardaría unos días en llegar así que hizo formar a sus hombres en una pequeña explanada en los lindes del bosque. Les observó unos instantes, bajo el sol del verano, en posición de firmes, con una expresión orgullosa y confiada en el rostro.
—¡Hasta ahora no estaba totalmente convencido! Pero al fin puedo decir de vosotros que sois soldados de verdad. Estoy seguro de que esos bastardos van a tener pesadillas con nosotros cada vez que cierren los ojos. Y esa, a partir de ahora, va a ser nuestra función. Acosarles, pincharles, robarles y matarles. Aparecer por sorpresa y desparecer antes de que los samarios puedan organizarse. Perseguir a sus forrajeadores y a sus exploradores, cegarlos y hacerles pasar hambre. Quiero que cuando lleguen al pie de las murallas lo único que deseen hacerse en tumbar y dormir, si es posible para siempre.
—No debemos de olvidar que esto es una guerra y que vamos a perder amigos y camaradas. —continuó el discurso mirando a Hlassomvik y a sus hombres— Por eso debemos esforzarnos y darlo todo para demostrar que su sacrificio no ha sido en vano. ¡Si os mantenéis juntos y cumplís con vuestro trabajo, la victoria será nuestra!
Ahora tenían tiempo, mientras el ejército samario se dedicaba a retirar escombros ellos se tomarían un descanso y recuperarían fuerzas. Mientras los hombres de Sardik se dedicaban a cazar en el bosque con la ayuda de Cuchilla, el resto construyó un improvisado campamento en un claro del bosque. De tener que esperar era mejor hacerlo cómodamente.
Manlock
—¿Cuándo terminaremos de retirar los escombros? —le preguntó al general.
—Un par de días más, excelencia. Ahora los hombres de Kermash están ayudando desde el otro lado.
—¡Vaya! Al fin han llegado. —exclamó irritado— ¿Ya tienes su informe? ¿Qué coños han estado haciendo?
—Al parecer los hombres de ese Albert les estaban esperando en el río Brock. Les retuvieron allí un par de días y cuando consiguieron atravesarlo se dedicaron a acosarles sin descanso. Entre muertos y heridos ha perdido algo más de la mitad de sus hombres.
—¡Joder! Maldito imbécil. Cuando todo esto termine juro que voy a enviar a ese inútil a perseguir bandidos a las estepas.
—No es culpa suya. No esperábamos que el enemigo estuviese prevenido y menos que actuase de esa manera. Hace falta ser muy bueno para cabalgar en medio de la espesura. Al parecer se presentaban atacaban a los hombres sin descabalgar y huían en la espesura. Kermash no tenía caballería para perseguirlos. Lo habíamos preparado para una caminata por el bosque no para avanzar en medio de una nube de flechas. En mi opinión ha hecho un gran trabajo llegando aquí de una pieza. —le defendió Minalud.
Sabía que el general tenía razón, pero con alguien tenía que descargar su rabia y su impotencia. No se imaginaba así el inicio de su campaña. Llevaban ya más de una semana de retraso, pero por lo menos a partir de ahora, cuando llegasen a la llanura, todo sería más sencillo. Con el ejército desplegado trescientos hombres no podrían detener su avance.
—Ahora que hemos superado este cuello de botella avanzaremos más rápido y recuperaremos el tiempo perdido. —le tranquilizó Minalud— Colocaremos a nuestra caballería en vanguardia para evitar que nada entorpezca nuestro avance y los hombres de Kermash reforzados con arqueros protegerán los flancos.
—Me parece bien, pero tendremos que apurar el paso. No podemos perder mucho tiempo más, los víveres se agotan.
—Ya he contado con ello. He reducido la ración a la mitad. —dijo el general— Con eso y con lo que consigamos por el camino bastara para llegar a Komor y una vez lleguemos allí la ciudad no aguantará mucho.
—Espero que los soldados que nos esperan no sean como estos. No podemos demorarnos, tenemos que conquistar la ciudad y rápido, ya no tenemos margen de maniobra. Espero que no haya ninguna sorpresa por el camino.
—Espera lo mejor y prepárate para lo peor. Eso lo que decía mi instructor. —el general dirigió la mirada hacia el sur. El sol iluminaba la llanura agostada, creando espejismos fugaces y remolinos de polvo. No quería alertar al barón, pero aquella campaña le daba mala espina.
— A ver. ¿A qué viene esa cara? —preguntó Monique cuando salía del dispensado con aire un poco cansado.
—Me temo que vas a tener que levantar el campamento. Un grupo de talibanes viene hacia aquí.
—¿Cómo? ¿Los habéis visto?
—Como sospechaba están en las cavernas y se acercan, no los hemos visto, pero los hemos oído.
—¿Cómo sabes que son ellos?
—Que yo sepa no hay muchas sociedades de espeleología por aquí. No puede ser nadie más.
—¿Y no podéis hacer nada? —preguntó ella.
—No estamos aquí para eso, estamos para protegeros y en caso de que detectemos peligro evacuaros.
—Puedes llevarte a todos los que quieran irse, pero yo me quedo. Yo solo me iré si también se evacuan los enfermos que tenemos hospitalizados. —dijo ella con testarudez.
—Sabes que eso es imposible. Mis mandos no lo aceptarán. —dijo él.
—Pues no se qué estás haciendo aquí perdiendo el tiempo. Ve a tu tienda y habla con ellos, convéncelos.
—Las cosas no funcionan así. —intentó convencerla— Si te pillan aquí no solo te matarán a ti y a los enfermos, arrasarán el pueblo entero por haber permitido que les ayudaseis.
Monique le miró y cruzó los brazos bajo sus pechos. Sus labios temblaban de rabia. Ray sabía que lo que iba a decir no le iba a gustar nada.
—He hecho un juramento. Yo de aquí no me muevo si no es con los enfermos.
No le gustaba lo que Monique estaba haciendo. Estaba aprovechándose de lo que sentía por ella. Pero si creía que por temor a romper su relación con ella no iba a llevársela por la fuerza estaba muy equivocada. Amaba a aquella mujer y si era necesario se la llevaría a la fuerza, aun a costa de que ella rompiese con él si con ello salvaba su vida. De eso no tenía duda, pero preferiría no tener que hacerlo.
Tras levantar los brazos en un gesto de desesperación Ray se giró y se dirigió hacia el campamento. Estaba empezando a hartarse de mujeres. Cuando aquella misión terminase dejaría el ejército y se metería en una misión. Cultivaría pepinos, se emborracharía con hidromiel y dejaría que el mundo se fuese al carajo sin él.
Cuando entró en la tienda, Oliva ya había llegado y estaba comprobando el funcionamiento de los sensores. Al parecer en las otras bocas no parecía haber ningún signo de vida a parte de guano de murciélago.
—Esa mujer me va a volver loco. —dijo Ray cogiendo el teléfono vía satélite.
—Déjame adivinar. No piensa irse sin sus pacientes. —replicó Oliva sin evitar una sonrisa de maligna satisfacción— Esa mujer hará que te maten y espero no estar a tu lado cuando eso pase.
—Muchas gracias, Oliva. Ya sé que siempre puedo contar contigo. —dijo con ironía mientras esperaba que el sargento Hawkins contestase al teléfono.
La conversación que siguió fue exactamente como se lo había imaginado. Hawkins le había dicho que si no tenía el permiso de Monique, hasta que no tuviesen datos fiables no podrían evacuar al personal que no lo desease. Eso sí, cuando ocurriese tendría autorización para llevarse a los médicos por la fuerza si fuese necesario. Desde luego, llevarse a los pacientes estaba totalmente descartado.
Hawkins le preguntó cuánto tiempo tendrían después de que los talibanes fuesen detectados definitivamente. Ray le contó el plan que habían ideado y calcularon que tendrían tiempo suficiente.
Mientras tanto quedaron en que a la mañana siguiente enviarían un par de Black Hawks para evacuar al personal que quisiese irse voluntariamente y al que no fuese imprescindible para el funcionamiento del puesto de MSF.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
https://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_ss_i_1_8?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias%3Daps&field-keywords=alex+blame&sprefix=alex+bla%2Caps%2C202&crid=2G7ZAI2MZVXN7
https://www.amazon.com/Las-Coli nas-Komor-Cr%C3%B3nicas-Spanish-ebook/dp /B07C67187S/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=15292 77182&sr=8-1&keywords=alex+blame&dpID=41 Tn6B7HlML&preST=_SY445_QL70_&dpSrc=srch
Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar