Las colinas de Komor XXXIV

No entendía cómo había sido tan tonta. Creer que ella y Sardik podían... Se sentía la mujer más estúpida del mundo.

XXXIV

Cuando despertó, Oliva aun estaba de guardia. Inmediatamente notó el cambio en su actitud en vez del acostumbrado gruñido le sonrió y le dio los buenos días. Eso le tranquilizó bastante ya que las cosas seguramente se iban a poner feas en no demasiado tiempo.

Se desperezó e hizo el desayuno para los dos; huevos revueltos con salchichas y un vaso de zumo para cada uno. Con el sol despuntando por encima de las montañas no pudo resistirse y montó la mesa fuera, a unos metros de la entrada de la tienda.

Desayunaron sin apresurarse, disfrutando del espectáculo y observando cono la aldea y el campamento de MSF despertaban poco a poco. El día iba a ser seco y caluroso y ni una brizna de aire se levantaba para refrescar el ambiente.

Mientras desayunaban discutieron sobre los planes de ese día. Había que poner sensores en las entradas de las tres cuevas que le había señalado el anciano. Oliva le preguntó por qué no se limitaban directamente a cegar las entradas con explosivos. Ray lo pensó unos instantes, no era mala idea, pero no tenían explosivos suficientes para cegar las tres entradas. Eso unido a que probablemente no le sentaría demasiado bien a los aldeanos le aconsejaron descartarlo.

Oliva no pareció demasiado conforme, pero al final lo aceptó en incluso se prestó para ir a colocar los sensores ella misma mientras él vigilaba la cola del dispensario. Durante un segundo se le pasó por la cabeza  ordenarle que descansase, pero se lo pensó mejor. Apreciaba el cambio de actitud de Oliva y aquella tarea le ayudaría a romper la monotonía de la vida en aquel lugar.

La mujer sonrió al ver que accedía y en cuanto terminó el desayuno se apresuró a entrar en la tienda para prepararse. Ray ,mientras tanto, sin nada que hacer se tomó una cerveza y cogió el libro mientras esperaba a que la doctora se levantase y fuesen a correr un rato.

Capitulo 47. Oscuridad

Enarek

El verano ya se empezaba a oler y el viento del sur secaba la llanura madurando las mieses. El cielo estaba despejado y el sol calentaba su cuerpo ayudándola a aguantar la agotadora cabalgada. Desde que saliera de Amul apenas había descansado un par de horas y había sobrevivido a base de nueces kota, pero había avanzado bastante y ya había dejado atrás el camino y seguía el arroyo que alimentaba la Laguna Esmeralda.

Todo su cuerpo se quejaba, su pubis se estremecía y gritaba pidiendo descanso cada vez golpeaba la silla de su montura, pero no se hacía ilusiones y estaba casi segura de que dos soldados armados la perseguían y recortaban la ventaja que les llevaba. Quizás con un poco de suerte los hubiese despistado al abandonar el camino, pero no se hacía ilusiones. Su precipitación le impedía borrar su rastro, tarde o temprano volverían a detectar sus huellas y la seguirían.

—Solo cuando dejase el arroyo y llegase al sendero de los contrabandistas se sentiría un poco más tranquila.

Nerviosa se incorporó en su montura mirando hacia atrás, hacia la llanura que se extendía a sus pies y a la laguna sin distinguir ninguna figura. Eso la tranquilizó. Aun les llevaba ventaja y quizás fuese suficiente.

Con una sonrisa azuzó a su montura. Ahora no importaba que reventase. Pronto tendría que abandonarla. En ese momento, cuando ya veía el final de su cabalgada, al girar en uno de los múltiples recodos del arroyo un destello unos cientos de metros más arriba, congeló su sonrisa.

Inmediatamente frenó a su montura y descabalgó. Ignorando el temblor de sus piernas amarró la montura a un arbusto de la orilla y se asomó de nuevo. No lo podía creer. Rechinando los dientes de furia se asomó de nuevo y observó largo rato hasta que lo volvió a ver. No había duda. Había alguien interponiéndose en su camino.

Daba igual quienes fuesen. Soldados o contrabandistas eran igual de peligrosos. No podía arriesgar la valiosa información que portaba. Tras unos segundos volvió con la montura y sopesó sus posibilidades.

La opción de dar la vuela estaba descartada, perdería otro medio día y probablemente s daría de bruces con sus perseguidores. Otra opción era entrar a saco cabalgando por el medio de aquel grupo. Si eran contrabandistas quizás la dejasen ir, pero si eran soldados estaría muerta. Necesitaba averiguarlo.

Cogiendo al caballo lo ocultó a unos cientos de metros del arroyo en un pequeño cañón que se abría a su derecha y comenzó a acercarse al origen de los destellos. Avanzando pegada a las paredes del cañón que formaba el arroyo y ocultando su avance tras las enormes rocas arrastradas por el hielo tardó casi media hora en acercarse lo suficiente y comprobar con desmayo que aquellos hombres eran soldados... y muchos.

La única buena noticia es que no parecían estar especialmente alerta. Examinó el claro en el que habían acampado. Estaba a la derecha del arroyo en un pequeño promontorio que era lo que le había permitido detectarlos antes de que hubiera sido demasiado tarde, pero que también les daba una buena panorámica de todo el que se acercaba hasta el siguiente recodo de la corriente.

Pero inmediatamente se dio cuenta de que su vista no estaba fija en el sur, sino que vigilaban las montañas. Probablemente estaban allí para prevenir una incursión del ejército Samario por aquel estrecho sendero. Si avanzaba en la oscuridad quizás podría colarse aprovechando un pequeño bosquecillo de abedules que había justo al otro lado del arroyo.

Maldijo su suerte. Si esos hombres hubiesen sabido que el avance de una fuerza armada por esa parte de las colinas era imposible probablemente no estarían vigilando y podría haber pasado sin ningún impedimento.

Miró al sol. Aun quedaban al menos cinco horas para que estuviese suficientemente oscuro. En silencio se retiró un par de cientos de metros y se tumbó a descansar al abrigo de una enorme roca , la noche iba a ser larga.

Albert

Había que reconocer que aquella mujer era escurridiza. A pesar de que no habían parado nada más que para comer, tras dos jornadas de persecución aun no la habían alcanzado. El mensaje de Sardik había llegado pocas horas después de que partieran de Amul, lo que contribuyó a tranquilizarlos un poco aunque no estaban totalmente convencidos.

Sin embargo el arquero demostró tener razón cuando Cuchilla, una vez superada la laguna, había perdido momentáneamente el rastro antes de dirigirse hacia el arroyo. Animando al ónyx  y lanzándole un trozo de cecina se internaron en el estrecho valle al galope.

Sardik

Habían tardado algo más de lo que esperaban, pero finalmente la segunda tarde Umag y él llegaron al campamento que Amara había instalado en el mismo arroyo por casualidad.

La sonrisa que la joven le regaló al verle le produjo una sensación de calidez que ya creía olvidada.

—¡Qué sorpresa! ¿Qué hacéis aquí?

—Una espía se dirige de vuelta a Samar con información. Estoy casi seguro de que intentará cruzar las montañas por aquí. Hay que aumentar la vigilancia.

Aquellas pocas palabras bastaron.  Amara impartió varias órdenes y desplegó a sus  hombres. Envió a cinco de ellos al siguiente recodo arroyo abajo para que vigilasen y detuviesen a todo el que intentase acercarse y varios más a la otra orilla para formar una red de la que la informante no pudiese escapar.

Mientras tanto guio a Sardik y a Umag hacia la hoguera y les dio algo de comer. En cuanto terminaron, Umag cansado y con la tripa llena se tumbó para descansar un poco, pero él, preocupado, se mantuvo despierto mientras alternaba las miradas a Amara con las miradas riachuelo abajo.

Levantó la vista al cielo, apenas acababa de ponerse el sol, aun era pronto. Si aquella mujer intentaba pasar no lo haría hasta que fuese noche cerrada.

—Me alegra verte. —dijo Amara sentándose a su lado— Echaba de menos tus largas conversaciones.

Sardik sonrió ante la ironía de la joven y la miró. Sus ojos azulverdosos tomaban un tinte acaramelado a la luz de la fogata.

—Ya ves, me aburría y vine a ver cómo te iba. —respondió él— ¿Qué tal por aquí? ¿Te han dado guerra esos mamones?

—No, saben perfectamente que si me irritan pueden acabar sin sus amados testículos. —dijo ella con una sonrisa apoyando la mano en la daga.

Sardik no pudo evitar un escalofrío y para disimularlo miró las paredes que le rodeaban con aire crítico.

—¿Crees que podría trepar por ahí y rodearnos?

—Lo dudo mucho, —respondió Amara— Hay que estar muy bien entrenado, para moverse por esas paredes. Apenas hay asideros y la piedra esta cuarteada y quebradiza por las heladas. Con suerte podría subir, pero bajar en la oscuridad le sería imposible sin partirse la crisma, a menos que sea una experta.

—A menos que seas tú. —dijo Sardik— Aun no me has contado cómo te las arreglaste para trepar por el muro del palacio del barón.

—Oh no fue gran cosa, supongo que la desesperación ayudó.

—Me gustaría saber los detalles, aun me debes tu historia. —dijo Sardik recordándole que él le había contado la suya.

—No es gran cosa, pero supongo que tienes razón así que ahí va. —dijo poniéndose cómoda— Como tu familia, la mía tenía también una larga tradición en su oficio y al igual que la tuya tampoco teníamos demasiada competencia en él aunque por circunstancias distintas. Nos dedicábamos desde hacia generaciones a reparar las murallas y los tejados de los palacios de la ciudad. Siempre suspendidos a alturas increíbles, azotados por el viento y la lluvia y apoyados en cornisas resbaladizas y traicioneras.

—El negocio sin embargo, empezó a decaer tras la guerra. No había dinero para arreglar los tejados y solo se hacían las reparaciones imprescindibles. Y de ganarnos la vida holgadamente pasamos a sufrir dificultades y luego privaciones.

—Llegó un momento que las deudas nos superaron y nos temíamos que nuestros acreedores nos convirtieran en esclavos o nos llevaran a prisión así que no nos lo pensamos. Para nosotros la esclavitud y la cárcel era lo mismo así que planeamos entrar en el palacio del barón y robar todo el oro y las joyas que fuésemos capaces.

—Al principio todo fue bien. Mi padre y yo trepamos la muralla y nos colamos en el interior. Atravesamos las estancias del piso inferior y nos dirigimos a la torre del tesoro. Solo nos separaba una gruesa puerta de acero de nuestro objetivo, pero los constructores habían confiado en la altura y habían hecho un estrecho ventanuco para ventilar la estancia. Saliendo por una de las ventanas inferiores, trepamos por el muro del torreón hasta la ventana de la cámara del tesoro.

—Era tan estrecha que solo yo pude colarme. Sin perder tiempo empecé a sacar monedas por la ventana para que mi padre, que esperaba fuera, las metiera en saquillos. Todo iba perfectamente hasta que una bolsa de monedas se le escapó a mi padre de las manos. El ruido del saco estrellándose contra el suelo y cientos de monedas rodando y tintineando alertaron a la guardia.

Sardik observó como la cara de Amara se mudaba convirtiéndose en una máscara indefinible que solo él conocía. Era el pesar, por no poder haber previsto lo imprevisible. Era odio a la diosa Fortuna que le había dado la espalda de aquella manera, justo cuando tenían el objetivo al alcance de sus manos. Deseando consolarla y expresarle que la entendía perfectamente le estrechó los hombros mientras que ella continuaba con voz átona:

—El patio se llenó de hombres portando antorchas y gritando órdenes. Sabíamos que solo disponíamos de segundos y ya lo habíamos hablado antes de comenzar la incursión. Mi padre hizo un gesto, pero se lo impedí. Había que seguir con el plan. El resto de la familia dependía del éxito del robo. Así que nos separamos. Mi padre aun contaba con la ventaja de la sorpresa. Los guardias, abajo, aun estaban organizándose, pero ya empezaban a moverse en dirección a la torre del tesoro.

—Mi padre huyó escaleras abajo y logró escabullirse antes de que los guardias llegaran a la torre, pero yo no tenía tiempo así que solo pude hacer una cosa, salir por el ventanuco y bajar por las piedras resbaladizas de rocío nocturno cargada con varios kilos de monedas de oro y plata.

—Pegada a la pared comencé a descender poco a  poco. No tenía tiempo que perder así que no ponía tanto cuidado. Dos resbalones hicieron que casi siguiese el camino de la bolsa y solo en el último momento logre impedir la caída.

—Estaba ya casi a la altura del tejado de la nave principal cuando uno de los guardias se asomó y me vio. Salté los dos metros que me quedaban hasta el tejado, pero calculé mal. No conté con el peso extra del oro que llevaba encima. Las tejas se rompieron y solo extendiendo mis brazos pude impedir caer al suelo de la nave seis metros más abajo.

—Había evitado la caída, pero estaba atrapada. La mitad de  mi cuerpo estaba colgando en el aire y el peso del oro me impedía izarme a pulso. Todo estaba perdido, así que hice lo único que podía, grité pidiendo auxilio con todas mis fuerzas, desviando la atención de los guardias y permitiendo que mi padre escapara.

—El resto te lo puedes imaginar. Los hombres del barón no eran tontos. Solo se tragaron que iba sola las primeras horas hasta que contaron el oro y vieron que faltaba una buena cantidad. Entonces empezaron las torturas para intentar identificarme a mí y a mis compinches. Aguanté todo lo que pude, consciente de que cada minuto era un minuto más de ventaja que le daba  a mi familia para  escapar.

—Mientras me pegaban lo único que me daba fuerzas era la imagen familia huyendo hacia la seguridad de Puerto Brock. Sabía que si los capturaban daría igual que la mayoría fueran inocentes, todos acabarían esclavizado en la casa de alguno de aquello cerdos si no daban con sus huesos en la cárcel. Aguanté tres días... quizás algo más. No lo recuerdo muy bien. Pero finalmente hablé. No sé realmente si consiguieron escapar, creo que sí, porque en el juicio solo yo estaba presente como acusada. Eso me ha dado fuerzas todos estos años. Saber que mi familia ha conseguido una vida mejor.

La joven terminó con un suspiro, manteniendo los ojos perdidos en las llamas.

Sardik no lo pudo evitar. Acariciando su mejilla le giró la cabeza hasta que sus miradas se cruzaron.

—Sé que es duro, pero estoy seguro de que esté donde esté, tu familia está bien y te recuerda. —dijo acercando sus labios a los de ella y dándole un beso suave, apenas un roce.

Amara respondió inmediatamente y pegó sus labios contra Sardik mientras se colgaba de sus hombros. El beso se hizo más intenso y profundo. Sus lenguas se tocaron y sintió una oleada de excitación recorriendo su columna.

Hacía años que no tocaba una mujer. Llevado por el deseo y la urgencia deslizó la mano por el interior de la chaquetilla y acarició el cuerpo de Amara tanteando y estrujando su pecho izquierdo con la mano. La joven gimió y cogió la lengua entre sus labios chupando con fuerza.

Sardik estrujó su pecho de nuevo a través de la tela de su ropa interior de la joven y jugó con su pezón haciéndola gemir de placer.

Con un movimiento rápido Amara pasó su pierna por encima de él y se montó a horcajadas. Se agarró a su cuello, le mordisqueó la barbilla y el cuello y le lamió la oreja mientras rebuscaba con apremió dentro de sus pantalones.

En ese momento las imágenes se le aparecieron golpeándole con todas sus fuerzas. Kinesha en esa misma posición, agarrándose a él y disfrutando... amando.

Con un gritó apartó a Amara de un empujón. Inmediatamente se arrepintió, pero ya era tarde. La joven lo miraba tirada en suelo con lágrimas en los ojos. Intentó decir algo, no sabía muy bien qué, pero cuando al final consiguió salir de su inmovilidad ella ya había salido corriendo en la oscuridad, valle arriba.

Durante unos instantes se quedó parado y pensó en dejarlo estar. Pero sentía que necesitaba explicarse. Sentía algo por aquella mujer y no quería perderla. Era lo mejor que le había pasado, mejor incluso que la libertad.

Cogiendo el arco se puso en pie y se dispuso a seguir sus huellas.

Enarek

El tiempo se le echaba encima y solo podía estar quieta, esperando que el sol se pusiese y pudiese por fin ponerse en marcha. Al caer el sol justo cuando se iba a poner en movimiento unos pasos la alertaron. Encajonándose en una estrecha grieta de la roca esperó y vio con consternación como cinco hombres bajaban por una de las orillas del arroyo y vigilaban el  recodo doscientos metros más abajo.

Evidentemente habían recibido noticias sobre ella. Miró con precaución y observó un rato a los hombres. No eran los típicos reclutas, estaban bien entrenados. Se notaba en su actitud nada de bromas, nada de relajación.

Mientras esperaba que llegase la oscuridad meditó sobre su situación. La sorpresa estaba descartada. Ahora estaban vigilantes, esperándola. Observó las paredes del valle que rodeaba sin ver un camino obvio y menos en la oscuridad.

Tenía tres opciones, volver atrás, lo que le parecía un suicidio ya que tendría que recorrer trescientos metros al descubierto y pasar entre cinco hombres alerta. Quedarse allí tampoco era una opción, tarde o temprano Albert y Gazsi se encontrarían con los soldados del recodo y llegarían a la conclusión de que estaba más arriba, con lo que se pondrían a registrar todo aquel tramo del arroyo, así que optó por la tercera alternativa, internarse en el bosquecillo y aprovechar las sombras para intentar esquivar a los hombres de Albert.

Esperó unos minutos más y no movió ni un solo pelo hasta que la oscuridad se apoderó del paisaje. El cielo se había cubierto en las últimas horas haciendo que la oscuridad fuese casi total. Eso era bueno, pero tenía el inconveniente de que  ella tampoco podía ver y podía darse de bruces contra uno de los soldados que la estaban buscando.

Saliendo de la hendidura comenzó a moverse semiagachada por el lado derecho del arroyo poniendo especial cuidado a la hora de poner los pies e intentando agazaparse tras rocas y arbustos hasta que llegó al bosquecillo.

Aquello fue lo peor. Inevitablemente cada vez que se movía generaba algún ruido, un pequeña ramita que se chascaba bajo sus pies, un roce con un arbusto... cualquier cosa se le ponían los pelos de punta. Sacó la daga que había robado a Gazsi y la empuñó, el frio tacto del acero la tranquilizó un tanto

Esquivó  a un soldado por pura suerte y otro pasó rozando el otro lado del tronco tras el que se había agazapado con la daga preparada, pero al final se alejó y no se vio obligada a matarlo.

Tras casi hora y media de angustioso tantear y arrastrase salió de entre los árboles. A menos de una milla se podía vislumbrar el final del arroyo y el comienzo de la senda hacia la libertad. Sabía que si llegaba hasta allí sin que la detectaran, nunca la atraparían. Sin mirar atrás apretó el paso en medio de una intensa oscuridad.

Albert

Cuchilla no había vacilado en ningún momento y les había llevado arroyo arriba. Por la excitación del animal sabían que el rastro era cada vez más fresco.

Ya llevaban demasiado tiempo persiguiéndola y de no ser por la infusión que tomaban regularmente no hubiesen podido llegar tan lejos. Aun así no habían podido alcanzarla aun, aquella mujer debía ser excepcional.

El camino se hacía cada vez más estrecho y tuvieron que aflojar un poco el ritmo. Fue entonces cuando Gazsi empezó a hablar.

—Esa maldita zorra es escurridiza.

—Tranquilo, no escapará. —le intentó tranquilizar Albert.

—Siento que os he defraudado a todos. Solo por una noche de sexo. Estoy tan enfadado que me gustaría darme de cabeza contra las paredes.

—Tranquilo. Recuerda que a mí también me engañó. Ni siquiera sospeché que no fuese quien decía ser. Además el hecho de que te dieses cuenta del engaño y vinieses a mí inmediatamente es casi igual de importante. Eso me dice que puedo confiar en ti. En lo que a mi consta está todo olvidado, tendrás tiempo de sobra para redimirte. Lo peor está por empezar. Espero que esto te sirva de lección y no te dejes llevar por los impulsos. Ahora eres responsable ante tus hombres. Gazsi escuchó y pareció pensar algo durante unos minutos. Varias veces pareció estar a punto de decir algo hasta que Albert perdió la paciencia.

—Está bien, ¿Qué más te ronda por la cabeza?

—No solo os he defraudado a vosotros... —respondió Gazsi confundido— Yo... verás... en el baile...

—¿No me digas que tu y aquella joven tan guapa? —preguntó Albert.

—Bueno, la verdad es que creo que surgió algo entre nosotros. —dijo Gazsi rojo como un tomate— El caso es que desde que empezó todo este asunto siento que la he traicionado y no sé qué hacer. ¿Debo ser sincero con ella y contarle todo este lío?

—Dime una cosa, ¿Qué ganarías contándoselo? —dijo Albert.

Gazsi dudó, pero no dijo nada.

—Te diré lo que pienso de las infidelidades. No me gustan. Yo jamás engañaría a Neelam solo por un momento de desahogo. Ahora, si me preguntas que haría yo, me preguntaría que ganaría contándoselo. Si ha sido un hecho puntual, que es el caso, porque esa zorra no va a vivir mucho tiempo más y si se lo cuentas, solo causarás dolor. Una cosa es que ella te pregunte directamente y entonces deberías contestarle con sinceridad, pero si ella no lo hace, sería muy egoísta contárselo.

—No entiendo.

—Insisto, ¿Qué ganarías con ello? Lo único que ganarías sería descargar tu conciencia, pero a costa de cargar con un sufrimiento inútil a la persona que amas. Creo que es justo que si tú has cometido el pecado,  solamente tú cargues con las consecuencias.

—Siento que la traiciono si no lo hago.

—No te equivoques, ya las has traicionado, lo único que puedes hacer ahora es evitar su dolor.  Además, aun puedes tener suerte y si sigues pensando en esas tontería probablemente te maten y así acabarás de un golpe con tu dilema. —añadió Albert con una sonrisa torcida—Ahora deja de comerte la cabeza y concéntrate, cuando empiecen los mandobles no quiero que estés pensando en otra cosa que enviar samarios al otro mundo.

Cuando llegaron al recodo los hombres que estaban de guardia les recibieron con un saludo militar.

—¿No ha pasado nadie por aquí? —preguntó Albert.

—No desde que llegamos por la tarde, señor. —dijo uno de los hombres lanzando una mirada nerviosa al ónyx que no dejaba de olfatearle con curiosidad.

—Eso quiere decir que probablemente os ha rebasado. ¡Maldita sea esta oscuridad! Quedaos aquí y seguid vigilando. —dijo mientras azuzaba a su montura arroyo arriba siguiendo a Cuchilla.

Cuando llegaron a una roca unos cientos de metros más arriba el gato se paró y olisqueó insistente una fisura. Albert desmontó y se acercó a inspeccionarla y tras unos segundos salió de la abertura con un trozo de cuero en la mano. El ónyx lo olfateó un instante y lo mordió con un rugido.

No tenían tiempo. Tendría que confiar en el gato. En aquella oscuridad aquella mujer podría evitar la vigilancia y llegar a su destino.

—Vamos, Cuchilla. Busca y mata.

Amara

No entendía cómo había sido tan tonta. Creer que ella y Sardik podían... Se sentía la mujer más estúpida del mundo. Avanzó ciegamente entre los árboles dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas.

Pensándolo bien, quizás fuese mejor así. Quizás lo que sentía por aquel hombre solo fuese producto del continuo roce entre ellos y de la soledad que sentía al ser la única mujer de todo el regimiento.

En fin, probablemente sería para bien. La batalla comenzaría pronto y no se hacía muchas ilusiones sobre sus posibilidades de sobrevivir. Debía de tener todos sus sentidos concentrados en cumplir con las órdenes y sobrevivir.

Salió del bosquecillo y siguió corriendo sin rumbo mientras se repetía a si misma aquel mantra una y otra vez. La oscuridad junto con las lágrimas que se acumulaban en sus ojos le impedían ver nada a su alrededor solo quería correr y correr dejar atrás aquella sensación de vergüenza y futilidad.

En ese momento una sombra se cruzó con ella. Intentó esquivarla, pero ya era demasiado tarde y se golpeó con ella. Un grito de sorpresa y las dos mujeres cayeron al suelo. Su cerebro tardó unos instantes en procesar la información, pero los meses de entrenamiento habían dado sus frutos y antes de que supiera que pasaba se había levantado de nuevo y estaba agazapada preparada para repeler un ataque.

La figura con la que había chocado también se había levantado. Y parecía intentar escrutar la oscuridad a su alrededor como si intentase buscar una ruta de escape. Tenía que ser la espía que estaban buscando.

Amara se echó la mano a la cadera, buscando su arma y entonces se dio cuenta de que se la había dejado al lado de la hoguera. En cambio la desconocida había sacado una daga de su cinto y se abalanzaba contra ella.

Reaccionó por puro instinto y esquivo el ataque por muy poco. La atacante recuperó el equilibrio y sopesó el arma. El filo del acero brillaba siniestro en la oscuridad, pero lo veía temblar en manos de la mujer, no era una soldado entrenada.

Con una sonrisa de loba se acercó, sabía que a pesar de estar armada no era rival para ella. Confiada se acercó a ella y ese fue su error. En la intensa oscuridad no vio el agujero. Una marmota o algún bicho parecido había elegido aquel maldito lugar para hace su madriguera y ella tuvo que meter el pie en ella hasta el fondo.

Tropezó y se tambaleó. La espía no perdió el tiempo y agarrándola por la espalda enarboló la daga dispuesta a clavársela en el corazón...

—¡Alto! —dijo Sardik un par de metros a la derecha. Si te mueves o intentas tocarle un pelo, te mato.

Enarek

¡No podía creerlo! ¡Había estado tan cerca! Y ahora estaba allí, atascada en un punto muerto. Sin dejar de apretar la daga contra el cuello de la mujer que la había interceptado intentó moverse, pero una flecha se  clavó en el suelo justo a su derecha.

—Ni siquiera lo intentes, —dijo la voz masculina en la penumbra— o te ensartare como un conejo.

—¡Si te acercas un paso más, la mato! —respondió ella dando un paso atrás.

—¡Sardik, no te lo pienses, mátala! — dijo la soldado.

—Ni se te ocurra intentarlo. —grito Enarek sintiendo como un escalofrío recorría su columna.

Aquellos eran soldados adiestrados. Sabía que tarde o temprano llegarían a la conclusión de que la mujer no valía tanto como verla a ella muerta. Sin dejar de interponer el cuerpo de su cautiva entre ella y la voz dio un paso atrás y luego otro. Solo quedaban unos cien metros hasta el comienzo del sendero de los contrabandistas. Si lograba llegar hasta él con unos segundos de ventaja podría despistarlos en el laberinto de rocas.

Otro paso más y otro. El hombre se acercó y logró ver su silueta en la penumbra. No tenía otra alternativa. En cuanto le vio empujó a la mujer con todas sus fuerzas que desprevenida trastabillo y cayó encima del aquero en una confusión de brazos y piernas.

Sin perder un segundo se giró y echó a correr sin ver una sombra negra que se desplazaba a su derecha. Con un rugido escalofriante, el ónyx se lanzó sobre ella. Levantó su daga en un vano intento de defenderse aunque en el fondo  sabía que ya estaba muerta.

Sardik

En el instante que la tuvo en sus brazos. Todo se diluyó a su alrededor. Amara estaba en sus brazos y estaba viva. Era lo único que importaba. Sin pensar en la espía le besó el cuello y los labios.

—Lo siento, lo siento, lo siento.

Un rugido furioso les interrumpió y ambos se levantaron como resortes y se dirigieron con las armas preparadas al origen del ruido. Cuchilla estaba tumbado sobre el cuerpo de la mujer con las fauces cerradas en torno a su cuello y moviendo su peluda cola satisfecho.

La espía había dejado de ser un problema. Sardik se olvidó de ella y se giró hacia Amara.

—Lo siento. Me pillaste desprevenido y no supe reaccionar. —le dijo— Si esa furcia llega a matarte no sé si me lo hubiese podido perdonar nunca.

Se miraron unos instantes. Las mejillas de Amara estaban recorridas por churretes de suciedad allí por donde habían corrido las lágrimas. Con suavidad las acarició y las limpió antes de cogerla por el talle y darle un largo beso.

El rumor de unos caballos que se acercaban les obligó a separarse precipitadamente, pero a la trémula luz de la luna que asomó fugazmente entre los espesos nubarrones, pudo ver como los ojos de la joven resplandecían.

Manlock

Habían esperado casi una luna noticias de Enarek sin resultado. Tenía que admitir que finalmente se la había acabado la suerte a aquella mujer. De todas maneras no podía esperar más. Todo estaba preparado. Los hombres del capitán Kermash habían tomado los pasos del este y estaban preparados para avanzar por el Bosque Azul. Solo esperaban su orden y no la podían retrasar más.

La época de la cosecha comenzaría en menos de un mes y necesitaban esa comida para atravesar el espacio que les separaba de Komor.

A pesar de que no le gustaba la situación, no podía hacer otra cosa. Se les acababa el tiempo y en contra de que su instinto, que le decía que corría un gran riesgo, no tenía alternativa, debían atacar antes de que Komor se hiciese más fuerte.

Llamó a uno de sus esclavos y le ordenó que buscara a Minalud para que impartiese las órdenes pertinentes. Miró el mapa que tenía extendido sobre la mesa y recorrió el camino que separaba las dos urbes con los dedos. En el papel parecía tan fácil...

Pero Manlock no se engañaba. Muchos hombres morirían en aquella empresa y él era el único responsable. En esos momentos era cuando el peso de la responsabilidad amenazaba con sobrepasarle.

Lo malo de tener todo el poder es que también tenía toda la responsabilidad. Y sabía que aunque hiciese todo aquello por el bien de su ciudad, si al final perdían él quedaría como un tirano sanguinario.

El general entró en la sala de audiencias en ese momento y su sonrisa franca y segura de sí misma le ayudaron a despejar parte de aquella inseguridad. En el fondo Minalud era el que sabía de aquellas cosas y si decía que aquello era pan comido no tenía por qué desconfiar.

—No podemos esperar más. —le dijo mientras le daba la mano— Que el capitán Kermash de inicio a las operaciones.

—A sus órdenes, excelencia. —respondió el general complacido— ¿Sabes algo de nuestra fuente en Komor?

—Me temo que ha sido la primera baja de esta guerra.

Aun era un poco pronto, pero daba igual, necesitaba ver a su doctora. Apresuradamente recogió la mesa del desayuno y bajó a la tienda de Monique que aun seguía en la cama durmiendo.

La observó un momento dormida, con el pelo revuelto y los brazos asomando de las sábanas. Sin hacer ruido se desnudó y se metió en la cama con ella. El solo contacto con su piel le provocó una dolorosa erección.

Monique protestó algo en francés que Ray no entendió y se giró dándole la espalda. Ray ignorándola, le acarició el cuello y metió la mano por debajo de su camisón.

La doctora emitió un tímida protesta, pero no hizo nada por apartarle la mano. Ray le acarició el vientre y los flancos con suavidad haciendo dibujos con sus uñas. Monique se estremecía a intervalos, pero seguía obstinadamente inmóvil.

Con una sonrisa Ray le apartó la melena y le besó la nuca y los hombros mientras que con sus manos envolvía sus pechos y rozaba sus pezones con suavidad.

Aquello era más de lo que la doctora podía soportar y soltando un suave gemido retrasó el culo hasta que topó con el miembro erecto de Ray. El soldado la estrechó con más fuerza y frotó su miembro contra el resbaladizo satén del camisón.

Ansiosa Monique se lo levantó hasta la cintura y cogiendo la polla de su amante se la metió entre las piernas.

Sus sexos contactaron y ambos gimieron ansiosos a la vez. Ray movió sus caderas acariciando el exterior de la vagina de la joven con su miembro ardiente mientras la obligaba a girar la cabeza y le daba un largo beso.

En aquel momento el mundo entero podía irse al infierno. Deshaciendo el beso se cogió la polla y la dirigió al coño de la doctora mientras le acariciaba los pechos con suavidad. Monique soltó un largo gemido y comenzó a mover lentamente las caderas al ritmo de su amante.

En la penumbra Ray agarró la rojiza melena de la doctora y tiró suavemente de ella mientras sus empujones se hacían más rápidos y profundos. La respiración de la mujer se hizo más apremiante.

Con un leve giro Ray se puso boca arriba con la doctora encima. Monique aun ensartada puso las piernas a ambos lados de él e inclinándose hacia adelante se apoyó en sus muslos y comenzó a subir y bajar por su polla produciéndole un placer indescriptible.

Deseoso de que ella sintiese lo mismo, tiró de su cuerpo hacia atrás y deslizó sus manos por su vientre hasta enterrar los dedos en aquella mata de rizos ardientes que cubría su pubis. Con Monique moviendo las caderas cada vez más deprisa Ray comenzó a masturbarla recorriendo su vulva y acariciando su clítoris deliciosamente expuesto.

Los movimientos de su doctora se volvieron más desacompasados y erráticos y sus gemidos se hicieron más fuertes hasta que un orgasmo la atravesó convirtiéndola en un cuerpo desmadejado y tembloroso.

Sin darle tregua se separó y  tras tumbarla boca arriba enterró la cara entre su sexo ansioso por saborear su orgasmo. Ella gimió y se retorció de nuevo excitada y cuando él se adelantó para penetrarla ya estaba dispuesta para acogerle con las piernas abiertas y los ojos velados por el deseo.

Apartó un mechón de pelo de su frente y le acarició la cara sin apresurarse, disfrutando del contacto con aquel cuerpo cálido y de la vision de aquella sonrisa capaz de desarmarle.

Tras sumergirse en aquellos ojos lo que le pareció una eternidad un ligero movimiento de su pubis en llamas le recordó que tenía aquella belleza toda para él. Cogiéndose la polla se la metió de un solo golpe.

Monique gimió y estiró su cuerpo hincándole las uñas en la espalda y colocando la pierna derecha sobre sus caderas. Agarrándose a sus muslos Ray comenzó a empujar con sus caderas haciendo que sus cuerpos deslizasen en uno contra él otro. Las uñas de Monique se desplazaron por su espalda hasta llegar a su culo clavándose profundamente al ritmo de sus gemidos.

Incorporando el torso, Ray se paró unos instantes a observar el cuerpo vibrante de su amante. Dándose una tregua le besó los pechos, le mordisqueó los pezones y recorrió las clavículas y el cuello con su lengua antes de besarla. Disfrutó del delicioso sabor de su aliento mientras su polla palpitaba y se retorcía en el interior de la vagina de la doctora.

Solo cuando se hubo saciado de su sabor comenzó a moverse de nuevo, cada vez más deprisa y más violentamente hasta que no aguantó más y eyaculó en su interior. Uno, dos, tres chorros de semen caliente se derramaron en el interior de la joven, que unidos a los últimos empujones de Ray desencadenaron un segundo orgasmo aun más intenso y electrizante que el primero.

Ray acariciaba el cuerpo ruborizado y estremecido de la doctora cuando el sonido de la radio les interrumpió.

A regañadientes se separó de Monique y cogió la radio.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar