Las colinas de Komor XXXII

La luz de la luna penetró en la habitación y atravesando la densa nube de polvo que había levantado iluminó a su deliciosa compañera de baile. La lechosa luz del astro resbaló sobre su cara y su cuello haciéndolos refulgir.

XXXII

Miró de nuevo el reloj. Había querido ir inmediatamente a hacer una visita a aquel viejo soldado, pero Monique tenía cosas que hacer y no estaría libre hasta cerca de la puesta del sol, así que estaba de nuevo, tumbado en el catre esperando mientras que, si sus sospechas eran ciertas, los rebeldes afganos podrían estar dirigiéndose hacia allí en ese momento, fuera del alcance de las cámaras de los drones.

—Te veo preocupado.—dijo Oliva sin apartar las miradas de los monitores.

—No me gusta nada como pintan las cosas. Esos cabrones han desaparecido. ¿Sigue sin saberse nada de ellos?

—Hace horas que los drones los están buscando y no han encontrado nada. —respondió ella— ¿Sospechas algo?

—Hasta ahora solo son eso, sospechas. Pero cada vez estoy más convencido de que podrían estar desplazándose bajo tierra. Por cuevas que están interconectadas. La idea se me ocurrió mientras rescataba aquel niño. Esas cavernas son enormes y con toda esa piedra encima no habrá manera de detectarles hasta que sea demasiado tarde.

Oliva le miró pensativa. Estaba claro que aquella noticia también le preocupaba.

—¿Y qué podemos hacer?

—Esta noche voy a visitar a un viejo que podría tener información. ¿Quieres venir?

—¿Irá también Monique? —preguntó Oliva con mala cara.

—La necesito de traductora.

—Entonces será mejor que me quede vigilando. —dijo ella— Seré más útil aquí.

Ray se encogió de hombros y sin decir nada más cogió el libro y se puso a leer.

Capítulo 43. Preparativos

Gazsi

El frío invierno había sido excepcionalmente largo y duro aquel año. La nieve se había acumulado en cantidades ingentes, tumbando árboles y haciendo casi imposible cualquier actividad, pero al fin había terminado. Y eso significaba que  podría echar un polvo. Hacía dos semanas, al igual que Albert y Neelam, había recibido la invitación para asistir a la Fiesta de la Primavera.

Su padre, que estaba en todo, le había enviado un nuevo traje ajustado a sus nuevas medidas ya que cualquiera de los que había usado en el pasado le quedarían como sacos. Lo observó imaginándose su efecto entre las damas de la corte. Era de un azul un poco más oscuro que sus ojos y  abundante  en filigranas de hilo de oro.

Se vistió tranquilamente intentando controlar la excitación, tenía ganas de coger su caballo y salir al galope, pero eso no hubiese sido digno. Con Albert había aprendido no solo a pelear, sino también a controlarse y comportarse como un hombre.

Con el transcurso del tiempo había descubierto que su comportamiento anterior había sido fruto de su inseguridad, de la necesidad de demostrar constantemente que era superior a las personas que le rodeaban. De Albert había aprendido que humillar a la gente no hacía que te respetaran, solo conseguía que te temieran y te odiaran.

Con las mujeres pasaba más o menos lo mismo y eso le ponía nervioso. El forzar a una campesina o comprar sexo en un prostíbulo había dejado de tener atractivo. Al ser testigo de la miradas de adoración que Neelam regalaba a su esposo y la forma en que se le iluminaba el rostro cada vez que volvían de una dura jornada de trabajo entendió lo que era el amor y deseó tener algo parecido para él.

Sabía que no era tan fácil y que probablemente no lo encontraría en la fiesta, pero no por eso dejaba de tener la tonta esperanza de encontrarlo.

—Menos mal. —dijo Albert de buena gana— Creí que al final íbamos a tener que irnos solos.

Gazsi saludó tímidamente y no pudo evitar mirar a Neelam. Estaba magnifica con un vaporoso vestido púrpura que disimulaba su incipiente embarazo. A pesar de que su actitud hacía Albert había cambiado no podía dejar de envidiarle. Cada vez que la veía todo su cuerpo se estremecía y ahora se arrepentía y no podía dejar de preguntarse que hubiese pasado si la hubiese tratado como se merecía desde un principio. La mujer le dijo que estaba muy elegante con su nuevo traje y él no pudo evitar sonrojarse ligeramente mientras le devolvía el cumplido.

Enseguida se pusieron en marcha y llegaron a Komor justo cuando la cena estaba a punto de comenzar.  El ambiente era el mismo de todos los años. Todo el mundo acudía con sus mejores galas y sus sonrisas falsas puestas.

Su padre lo recibió con una sonrisa amplia y sincera y otra no tanto al ver el estado de Neelam. Gazsi sabía que su padre solo estaba calculando que hiciese lo que hiciese, Amul se le había escapado de las manos y no pudo evitar una sonrisa.

Tras saludarle y preguntarle qué tal le había ido el invierno le guio a la mesa y le sentó a su lado. Neelam y Albert habían sido relegados de nuevo a la zona media de la mesa, aunque eso no pareció contrariarles.

Echó un rápido vistazo y se fijó en los presentes. No parecía faltar nadie. Ni siquiera Aselas, aquel viejo gruñón no se la había perdido, probablemente porque quería estar presente en la reunión que celebrarían después del baile.

El barón llegó poco después y tras saludar a todo el mundo, invitó a los comensales a sentarse. Mientras comía no se perdió nada y se fijó especialmente en las mujeres. La larga abstinencia se hacía notar y todas le parecían extraordinariamente hermosas y atractivas. Al parecer el también había llamado la atención y las más jóvenes le miraban y comentaban entre risas, probablemente preguntándose qué era lo que había pasado con él.

Él intentaba mantener una mirada digna y no hacer demasiado caso de aquellas miradas curiosas mientras fingía atender la conversación que mantenía su padre con el barón.

Finalmente la cena terminó y pudo invitar a varias jóvenes a bailar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no sabía muy bien cómo actuar. Por primera vez vio como toda su seguridad se esfumaba.

Estaba a punto de retirase hacía una de las esquinas mientras bebía un poco de vino cuando una joven de cabello oscuro se le acercó.

—Hola, tú eres Gazsi, ¿Verdad? —le preguntó con una sonrisa.

Gazsi se giró y la miró. Era una joven bonita con el pelo negro y ondulado, cortado corto, de manera que dejaba a la vista su cuello largo y delicado. Tenía unos ojos grandes y oscuros y una nariz fina y un poco grande que al contrario de lo que pudiese parecer conjuntaba con el resto de sus facciones finas y alargadas. Sus labios eran gruesos y rodeaban una boca grande de dientes blanquísimos y fácil sonrisa. Llevaba un vestido de seda color turquesa, de tirantes, vaporoso y con un ligero vuelo que acompañaba y realzaba cada uno de sus movimientos.

—Me llamo Nahir. —dijo la joven ofreciéndole la mano.

Finalmente Gazsi salió de su aturdimiento y estrechó la mano de la joven besándosela tímidamente. Deslumbrado y sin saber que decir optó por lo fácil y la invitó a bailar.

—¡Uf! Creí que no me lo ibas a pedir nunca. —respondió ella tirando de él hacia la pista de baile.

Por fortuna no se le había olvidado bailar y asiendo a la joven por el talle comenzó a girar al ritmo de la música.

—¿Sabes que mis amigas me dicen que no debería acercarme, que eres un tipo peligroso?

—Probablemente tengan razón. —respondió él acercando a la joven un poco más hacia él y pegando aquel cuerpo esbelto y grácil contra el suyo.

Nahir exclamó y sonrió agarrando sus manos aun más fuerte.

—¡Qué manos más ásperas! No parecen las de un noble. —dijo ella acercándolas para poder verlas con más atención.

—Son las manos de un soldado. En cambio las tuyas son delicadas y hermosas. —replicó él volteándolas para poder admirar con más atención aquellos dedos finos y largos rematados en unas uñas pintadas del mismo color que el vestido.

—¿Es eso lo único que te gusta de mí? —Nahir le miró con una sonrisa y durante un instante se sintió desarmado. Deseaba a la joven, deseaba arrastrarla a un pasillo oscuro y follarla sin contemplaciones, pero en vez de eso le siguió el juego.

—No sé, deja que mire. —dijo con aire entendido mientras se separaba y le echaba una mirada crítica.

Ella entornó un poco la cabeza y con una naturalidad arrebatadora dio un par de vueltas haciendo que el vuelo del vestido flotase ingrávido rebelando el principio de unas piernas largas y esbeltas.

Gazsi la cogió a la segunda vuelta y volvió a bailar al ritmo de la música.

—¿Y bien? Insistió ella expectante.

—Me encantan tus manos, pero tengo que reconocer que también me gusta la levedad de tu cuerpo, —respondió acercando el cuerpo contra ella— la palidez de tus hombros, —continuó rozándole el hombro derecho con los labios— la delicada forma de tu cuello —dijo rozando su cuello con uno de sus dedos mientras sentía como la joven temblaba ligeramente en sus brazos— pero lo que más me gusta con diferencia son esos labios hermosos y siempre sonrientes.

Entonces acercó su cara  poco a poco a la de Nahir y entreabrió la boca, pendiente de la respuesta de la joven. La chica pareció dudar un instante como si estuviesen pasando por su cabeza todas las advertencias de sus amigas, pero finalmente cerró los ojos y entornó ligeramente la cabeza en una inequívoca invitación.

Gazsi la besó con suavidad sin dejar de girar. La joven entreabrió la boca y sus lenguas se tocaron. El sabor fresco y dulce de su boca le invadió haciéndole sentirse tan excitado que apenas pudo controlar la erección.

Nahir se colgó de su cuello devolviéndole el beso con suavidad y así permanecieron, bailando y dándose besos cortos, apenas roces, durante cinco minutos antes de que una mano les detuviese. Cuando se giró dispuesto a dar un mamporro al idiota que se había atrevido a interrumpirles, se encontró directamente con la cara de su padre.

—Vamos, hijo.

Gazsi consciente de que lo primero era el deber, se despidió de la joven diciéndole que volvería pronto. Nahir le dejó ir poniendo una exagerada cara de tristeza y le pidió que no tardase mucho.

—Vaya, tienes buen ojo. La hija preferida de Dankar. —dijo su padre mientras se dirigían a la reunión con el resto de las personalidades de Komor— Está un poco delgada para mi gusto, y esa nariz... pero podría ser un buen partido.

Gazsi se limitó a arquear una ceja y no respondió. Lo que opinase de aquella chica no era de la incumbencia de su padre y además no tenía ni idea de lo que sentía por ella.

Albert

Esta vez no hizo falta esperar a que le convocaran y no sin sentirlo se separó de Neelam y se unió al consejo.

El barón ya se había sentado en uno de los sillones y estaba esperando con una copa de licor en la mano a que todo el mundo se acomodara.

—Bien, ahora que estamos todos podemos empezar. —dijo el barón— General, ¿Cómo van los preparativos para la guerra?

—Excelencia, todo va según lo planeado. Nuestros hombres están siendo sometidos a un entrenamiento incesante y han mejorado mucho. Estaremos preparados para el verano.

—¿Y los almacenes de comida?

—Terminados y llenos de grano. En las actuales circunstancias podríamos aguantar un largo asedio. —respondió el general Aloouf frunciendo el ceño para expresar su disgusto ante la posibilidad de esconderse tras las murallas cuando llegase el ejército enemigo.

—Ya sé que no te gusta, pero hay que ser realistas y estar preparados para cualquier sorpresa. Tener alternativas y poder adaptar tus planes a las circunstancias es importante. —le señaló Heraat

—Lo entiendo, excelencia, pero no me gusta esconderme como un ratón. Deberíamos plantar batalla a las puertas de la ciudad. Refugiarse en las murallas es de cobardes.

—Afortunadamente no eres el que decide, porque enfrentarse directamente a lo Samarios sería un suicidio. —dijo Aselas rechazando la copa de licor de rag que le ofrecía uno de los esclavos.

—Sí, ya sé. Nuestro insigne desconocido es el que nos llevará a la victoria. Por cierto, ¿Sabemos algo de la pandilla de rufianes que ha reclutado?

El barón se giró hacia Albert y le miró interesado. Era evidente que tenía tanta curiosidad como todos los presentes así que se retrepó en su butaca y les informó:

—El entrenamiento va según lo planeado. He conseguido establecer la disciplina y les he enseñado tácticas y manejo de armas. Estarán preparados para el verano. Solo necesito el resto de los caballos prometidos. Para mi unidad, sin un lugar donde refugiarnos, lo más importante es la movilidad. Mientras estemos en movimiento, estaremos vivos

—Desde luego que estamos preparados. —confirmó Gazsi con una sonrisa confiada.

—Me parece muy bien que tus bandidos ahora sepan desfilar. —sentenció el general— Pero me gustaría saber que pueden hacer poco más de doscientos hombres para ganar una guerra.

—Sí, yo también estoy interesado. Creo que ya es hora de que nos digas como vamos a ganar esta guerra. —intervino el barón levantándose y acercando a una gran mesa donde estaba desplegado el mapa que representaba el espacio entre Samar y Komor.

—Bien, nuestra mayor ventaja es que aun tenemos el paso en nuestras manos y sabemos cuándo atacarán los samarios. —empezó Albert.

—¿Ahora también eres adivino? —preguntó Orkast socarrón.

—No, simplemente me limito a deducirlo a partir de lo que sabemos. Los samarios andan cortos de víveres y no podrían alimentar a su ejército sin forrajear a lo largo del camino hasta aquí. Atacarán en verano, justo antes de la siega para ir alimentándose a medida que avanzan. —respondió Albert— Adelantaremos la cosecha y yo los detendré en el paso lo suficiente para que la completéis sin problema.

—Pero eso no es buena idea, si recogemos el arroz o el trigo antes de su momento óptimo se estropeará rápidamente.—alegó Dankar.

—Lo sé, pero es mejor recogerlo un poco verde y consumirlo rápidamente antes de que sirva para aprovisionar a nuestros enemigos.

—¿Y por qué no colocamos nuestro ejército en el Paso del Brock? —pregunto Samaek— Así les impediríamos entrar.

—En el paso no se puede obtener una victoria definitiva. Solo les retrasaríamos y nos veríamos obligados a hacer lo mismo todos los años. Eso no es una buena estrategia, es un empate y el que juega a empatar, tarde o temprano termina perdiendo. —dijo Albert— Yo quiero derrotarlos totalmente y que no vuelvan a ser una amenaza en mucho tiempo.

—¿Y cómo piensas hacer eso, genio?  —le espetó Aloouf— ¿Vas a acabar con el ejército de Samar tú solo?

—No, lo vas a hacer tú. —respondió Albert sorprendiéndole.

—Ilústranos. —pidió el barón.

—Excelencia, esta primavera, con su permiso, sustituiré  a los hombres que tenéis en el paso de Komor. —empezó Albert señalando el Paso del Brock— Mientras yo detengo al ejército enemigo en el paso vosotros os apresurareis a recoger la cosecha y evacuar las granjas. Todo lo que pueda ayudar al enemigo debe desaparecer. Hombres, animales... incluso las barcas de pesca de la Laguna Esmeralda deben ser destruidas.

—¡Eso no es aceptable! —rugió un hombre furioso— ¡Lo perderé todo!

—No lo entendéis, si el ejército de Samar consigue una manera de avituallarse, perderemos la guerra. Para ganar es necesario hacer sacrificios. —intervino Orkast.

—Claro no son tus barcas las que acabaran en el fondo de la Laguna Esmeralda. —replicó el hombre indignado.

—Te recuerdo que mi granja esta directamente en el camino de avance del ejército enemigo —dijo Albert ásperamente— ¿Qué crees que harán los samarios cuando entren en las granjas y no encuentren nada que echarse a la boca?

Un súbito silencio se adueño del lugar. Hasta ahora nadie había parecido reflexionar que aunque venciesen, la guerra se cobraría un peaje. Todas las propiedades entre el paso y Komor probablemente resultarían arrasadas.

—No te preocupes por tus barcas, Tinkar. —intervino el barón apaciguador— Yo mismo te las restituiré cuando todo esto termine. Ahora dejemos continuar al capitán.

—Eso les demorara y les desgastará durante el camino y cuando lleguen a Komor os refugiareis tras las murallas.

—Lo sabía. —dijo el general Aloouf despectivo.

—No te preocupes, tendrás tu batalla. —replicó Albert— Lo único que te pido es que esperes el momento adecuado. Si te enfrentas a un ejército superior en número y calidad, tienes que elegir el momento adecuado. Un buen general elige el momento de pelear y normalmente tiene la batalla ganada antes de que se crucen las primeras espadas.

—¿Y cuándo se supone que deberíamos atacar? —pregunto Aloouf.

—Lo sabrás a su debido momento. Te enviaré un mensaje.

—¡Estupendo! ¡Todo Komor a las órdenes de un aventurero desconocido! —se quejó el general— No me gusta enfrentarme a un ejército sin conocer todos los planes.

—Sabes todo lo necesario. —respondió Albert sin cambiar el gesto— Las grandes ciudades están llenas de oídos. No hace falta que os diga que mientras más personas sepan de nuestros planes, más fácil es que se filtren. Ni siquiera es necesario que lo hagáis voluntariamente. Basta con un comentario a vuestra mujer o a un amigo y este se lo cuente a otros dos. Antes de que te des cuenta se convierte en dominio público y no tardaría en llegar a oídos del enemigo. Así que mientras menos sepas de lo que pienso hacer, mejor.

—¿Y si le pasa algo al mensajero? —preguntó el barón.

—Eso no pasará. Enviaremos varios cuervos y en caso de duda estoy seguro de que Aselas se las arreglará para ponerse en contacto conmigo.

El general miraba el mapa con evidentes muestras de irritación. Se notaba que no estaba acostumbrado a que le negasen nada.

—No estoy de acuerdo, exijo saber todos los detalles. ¡Soy el general del ejército de Komor!

—Cómo queráis. —dijo Albert encogiéndose de hombros— Vosotros habéis sido los que habéis pedido mi ayuda. Si no estáis de acuerdo recogeré mis cosas y me iré con Neelam.

—¿Osas amenazarnos?

—Solo me limito a exponer los hechos. Si nos enfrentamos a esos cabrones en una batalla a las puertas de Komor, la derrota es segura y no pienso quedarme aquí para convertir a mi mujer y a mi hijo en esclavos.

Las palabras de Albert se clavaron como flechas en el corazón de los presentes. Ninguno de aquellos hombres quería imaginar siquiera a sus familias cargadas de cadenas.

—¿Y tú qué opinas, anciano? —preguntó Samaek a Aselas.

—Que él es nuestra única oportunidad. Si le damos lo que pide y confiamos en él, no nos defraudará.

Finalmente el barón miró uno a uno a todos los hombres del consejo y llegó a una conclusión.

—Está bien. He tomado una decisión. Seguiremos el plan de Albert. No tengo que decirte lo que nos jugamos, joven. Espero que seas tan bueno como Aselas dice.

—Descuide, excelencia, si sois pacientes y esperáis mi señal, venceremos. —respondió Albert con total seguridad.

Dando por terminada la reunión El barón apuró su copa y despidió a los presentes. Albert se quedó atrás. Quería hablar un instante con Aselas.

—Una reunión entretenida. —comentó Aselas— Ese Aloouf es necio como un carnero.

—Bueno, en el fondo lo entiendo. No debe ser plato de gusto que te releguen a esperar las órdenes de un desconocido siendo él el jefe del ejército.

—Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. Pero no te has acercado para comentar las desgracias de tus colegas. ¿Quieres algo de mí? —le preguntó el anciano.

—La verdad es que necesito un último favor. —le comentó Albert— Tengo unos cuantos hombres que no son aptos para combatir y les he adjudicado misiones de apoyo, hacer la comida, cuidar de los animales, esas cosas y había pensado en tener una docena de reclutas con conocimientos médicos básicos, ya sabes coser y desinfectar heridas, tratar infecciones leves, eliminar parásitos. No se me ocurre nadie que pueda enseñarlos salvo tú.

—No es mala idea. Los aceptaré con mucho gusto, pero tendrás que traerlos lo antes posible. Sabes que el tiempo ahora corre en nuestra contra.

—Espero que mi plan funcione. Si algo sé de la guerra es que el enemigo no suele reaccionar como te esperas.

—Tranquilo, funcionará. Lo he visto en tu mente. —dijo Aselas tocándole la frente con el índice— Y es realmente ingenioso. No se me hubiese ocurrido ni en un millón de años y todo con un insignificante puñado de hombres. —el anciano le dio una palmada en el hombro y  se alejó riéndose.

Nahir

En cuanto Gazsi se hubo alejado, todas sus amigas se acercaron a ella para advertirle de que aquel tío era un cabrón. Que no debería tocarle ni con un palo. Pero ella le había visto de cerca y había hablado con él. Y no era el hombre que había visto por última vez hacia casi un año.

Ya no era el hijoputa que te miraba con ojos ansiosos y te hablaba como si fuese una puta arrastrada dispuesta a dejarse dar por el culo por unos pocos karts. Además había adelgazado y con aquel traje estaba muy atractivo.

Las amigas insistieron mientras se acicalaban en el tocador. Ella, sin embargo, las ignoraba mientras se miraba al espejo, se colocaba la seda del vestido para hacer más profundo su escote y se arreglaba el pelo.

Se pasó los dedos por las cejas negras y los labios pintados de color teja  y observó  complacida el contraste que hacían con su piel pálida y suave. El resto de sus amigas se marcharon mientras ella se contemplaba a si misma satisfecha y segura de el efecto que causaba en los hombres. Puede que no fuese la chica más bonita de Komor, pero su cara tenía carácter y sabía que eso atraía a los hombres.

Gazsi salió de la reunión más serio, quizás solo lo hiciese para hacerse el interesante, pero cuando la vio su gesto se ablandó y sonrió complacido al ver que lo estaba esperando.

Sus amigas se apartaron, unas con miradas nerviosas, otras con miradas directamente hostiles, pero él no pareció afectado, solo parecía tener ojos para ella. Mordiéndose el labio inferior le esperó con las manos detrás de la cintura.

Gazsi se acercó y la cogió de nuevo entre sus brazos. Inmediatamente empezaron a bailar de nuevo.

—¿Qué tal ha resultado la reunión? ¿Habéis salvado el mundo? —dijo ella mientras giraba.

—¿Qué es lo que sabes? —preguntó  Gazsi con curiosidad.

—Que pronto estaremos en guerra. Que por la pinta debería estar preocupada y yo diría que nos estamos preparando para un asedio. —respondió ella.

—¿Te lo ha contado tu padre?

—No, pero no soy tonta. Oigo comentarios, veo como están arreglando las murallas y a los soldados correr de aquí para allá, siempre ocupados y con las armas y el equipo más relucientes de lo que los había visto en años.

—¡Joder! Albert tiene razón.

—¿Qué? —preguntó Nahir.

—Oh, no, no es nada. Simplemente recordaba las palabras de mi capitán.

—¿Tú también estás en el ejército? ¿Por qué no te he visto con los demás?

—Estoy con un regimiento a un día de aquí, pero prométeme que no se lo dirás a nadie.

—¿Y qué haces allí?

—No gran cosa, supongo que lo mismo que aquí, prepararme para la guerra. Ya sabes, instrucción, entrenamiento físico... esas cosas tan aburridas.

Ahora se explicaba aquel cambio de actitud. El ejército le había sentado bien a Gazsi, ahora era un hombre responsable y eso le hacía aun más atractivo. Instintivamente se apretó un poco más contra él.

Gazsi lo notó y deslizó la mano por su espalda hacia arriba para evitar la tela del vestido y acariciar fugazmente la piel se su nuca y su cuello.

—Y dime, ¿Qué hacéis cuando no estáis jugando a los soldaditos? —dijo ella provocándole.

—Básicamente aburrirnos. En el campo no hay mucho que hacer.

—Seguro que echas de menos las borracheras con tus amigotes. —aventuró ella.

—La verdad es que es de lo poco que no echo de menos. Lo que más añoro es el contacto humano, el charlar con mis padres mientras desayuno o el pasear por el mercado. Siempre veo las mismas caras.

—¿Y las mujeres?  Seguro que ya has encontrado alguna campesina con la que distraerte.

—¿Estás celosa? —le preguntó aproximándola un poco más contra él— En realidad llevo ocho meses sin acariciar la piel de una mujer, aspirar el aroma de su pelo, sentir el calor de unos labios...

—No sé por qué, pero la abstinencia convierte a todos los hombres en poetas. —se río.

La verdad era que deseaba jugar con el hombre y provocarle. Se sentía mala, pero al contrario de lo que esperaba él se mantuvo tranquilo y se limitó a observarla mientras bailaban.

La música cesó unos instantes, pero ella no se dio cuenta. Solo se fijaba en aquellos ojos que la traspasaba. Lo notó porque todos habían dejado de bailar a su alrededor. Tenía que separarse, pero se sentía tan cómoda y segura entre aquellos brazos que hizo lo primero que se lo ocurrió para retener a Gazsi a su lado.

Colgándose de su cuello se puso de puntillas y lo besó de nuevo. Gazsi, que estaba a punto de soltarla, cambió de opinión y la estrechó contra él devolviéndole el beso, esta vez metiéndole profundamente la lengua en la boca.

El sabor fuerte de su aliento la excitó y ajena a la música que había comenzado de nuevo cogió a aquella lengua entre sus dientes y la chupó golosa.

En ese momento se vio levantada en el aire y sin dejar de dar vueltas Gazsi la llevó a una de las esquinas del salón de baile. En la intimidad que les proporcionaba una de las columnas que sustentaban el techo de la sala, la depositó en el suelo y hundiendo las manos en su pelo la besó con más intensidad.

En ese momento las palabras de sus amigas resonaron en su cabeza y súbitamente se sintió asfixiada. Necesitaba aire. Desesperada empujó a Gazsi esperando que este opusiese resistencia, pero la sorprendió deshaciendo el beso y dándole espacio.

—Lo siento, creo que me he dejado llevar. —dijo él— No quería que te sintieses amenazada.

Nahir le miró a los ojos. Veía un intenso deseo en ellos, pero la forma en la que se había controlado a un solo gesto suyo la excitó y la tranquilizó a un tiempo. En ese momento supo que quería algo más que un beso.

—No pasa nada, es solo... que no quiero que nos vean. Aquí hay demasiada gente. —dijo cogiéndole de la mano.

De pequeña había jugado con el hijo del barón y conocía lo suficiente el palacio para encontrar un rincón discreto. Apurando el paso le llevó por un pasillo y bajando unas escaleras a la izquierda había una serie de habitaciones que se usaban antes, cuando las celebraciones duraban varios días y los invitados se quedaban a dormir.

Las cerraduras eran sencillas y con la ayuda de un broche la abrió en menos de dos minutos.

—¡Vaya, eres una caja de sorpresas!

Nahir se limitó  a meterle en la habitación de un empujón y tras cerciorarse de que no había nadie en el pasillo entró y cerró la puerta tras de sí.

La habitación con todos sus muebles tapados con sábanas parecía poblada de fantasmas. Gazsi se acercó a tientas a uno de los laterales de la estancia y tiró de unos pesados cortinajes descubriendo un amplio ventanal y dejando que la luz de la luna penetrase en la estancia.

Gazsi

La luz de la luna penetró en la habitación y atravesando la densa nube de polvo que había levantado iluminó a su deliciosa compañera de baile. La lechosa luz del astro resbaló sobre su cara y su cuello haciéndolos refulgir.

A pesar de que intentaba disimularlo se notaba que Nahir estaba nerviosa. Por primera vez en su vida se acercó a una mujer intentando que se sintiese cómoda. Con el rostro serio se acercó a la joven y la besó con suavidad mientras la envolvía en sus brazos.

Con satisfacción sintió que el cuerpo entero de la joven temblaba, esperaba que fuese de excitación. Recordando la reacción de la joven cuando se sintió acorralada, la dejó un poco de espacio y acortó los besos.

El resultado fue inmediato y Nahir se relajó así que Gazsi aprovechó para apartar los labios de la boca de la joven y hundiendo las manos en su pelo, tiró de él exponiendo su cuello y se lo mordisqueó con suavidad.

Nahir gimió y casi ni se enteró cuando él apartó uno de los tirantes de su vestido dejando a la vista un pecho perfecto y cremoso con un pezón pequeño y rosado. Atraído por la visión acercó su boca al pecho y lo besó.

La joven gimió de nuevo y apretó su cabeza más contra su pecho.  Gazsi disimuló una sonrisa de triunfo y con suavidad le quitó a la joven el otro tirante dejando que su vestido cayese al suelo.

¡Dioses! Aquella joven era preciosa. Ahora el que temblaba era él. Nahir al ver el efecto que había causado en él se sintió más segura y se acercó. Con manos hábiles le desvistió rápidamente. Retirándose un paso, Nahir lo observó con aire crítico y dubitativa acercó la mano a su pecho.

Gazsi la dejó acariciar sus músculos ahora duros como la roca por el continuo ejercicio. Hipnotizada recorrió sus bíceps y sus pectorales y con sus manos finas y delicadas bajó hasta sus abdominales.

Una irresistible necesidad le asaltó y cogiendo su mano la guió hasta su bajo vientre. Nahir dudo un instante, pero finalmente acaricio su polla que se estremeció hambrienta provocando en la chica una risita nerviosa.

Con delicadeza tiró hacia atrás de la piel que cubría el glande y lo acarició con el dedo, provocándole un estremecimiento. A continuación bajó la mano y le sopesó y le acarició los huevos mientras se acercaba de nuevo para besarle.

Gazsi la cogió por la nuca y le devolvió un beso largo y húmedo, cargado de deseo. La joven gimió y dejó que le frotara la polla contra su vientre. En ese momento Gazsi la giró y abrazándola por la cintura acercó su cuerpo contra él de manera que su polla quedo encajada entre los glúteos de Nahir. Cada vez más excitado recorrió con su miembro el estrecho canal mientras exploraba el cuerpo de la joven que se había quedado rígido producto del miedo y la excitación.

A la vez que le acariciaba los pechos y el pubis iba empujándola lenta pero inexorablemente a la enorme cama con dosel que dominaba la estancia. Nahir gemía y se estremecía, pero oponía cierta resistencia como si no estuviese totalmente convencida.

Con un movimiento rápido arrancó la sábana que cubría el mueble levantando una nube de polvo que les hizo estornudar. La joven rio un instante más para descargar la tensión que por la comicidad de la situación.

Gazsi sin embargo, estaba totalmente concentrado. La necesidad de separar las piernas de la joven y metérsela de un solo golpe era tan intensa que le hacían temblar, pero en vez de eso la tumbó boca arriba en la cama.

Nahir se estiró en la cama, se acarició los pechos y le miró la polla con un leve gesto de inseguridad al ver el tamaño de su pene totalmente erecto, pero finalmente levantó las piernas cruzadas por los tobillos. El soldado le acarició la parte posterior de los muslos y las pantorrillas y le besó los dedos de los pies.

Cogiendo los tobillos de la muchacha los separó con suavidad, superando la leve resistencia que oponía. A la luz de la luna sus labios y sus dientes recorrieron las piernas de la joven que olvidando todas sus dudas abrió las piernas mostrándole el sexo hinchado y enrojecido.

Cuando envolvió su sexo con la boca la joven se estremeció de arriba abajo. Los labios de su vulva se abrieron y ella gimió pidiéndole más. Gazsi con una sonrisa saboreó su clítoris y le metió la lengua en el coño tan profundamente como el himen de la joven se lo permitió.

En un inequívoco gesto Nahir le tiró del pelo.

—Vamos, entra en mí. —le dijo.

Gazsi no se hizo de rogar tenía la polla a punto de reventar. Adelantándose, besó a la joven mientras tanteaba con su polla la entrada de su vagina. Nahir gimió y abrió un poco más las piernas para poder acomodar el cuerpo del soldado y espero temerosa y expectante.

Finalmente entre en su coño y tanteó con suavidad la fina capa de tejido antes de atravesarla con un movimiento rápido y sorpresivo.

Nahir gritó y una lágrima de dolor escapó del canto de sus ojos. Sin moverse dentro de ella, Gazsi se inclinó y recogió aquellas dos gotas de líquido con su lengua.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Ella apretó los labios y asintió. Inclinándose, la besó con ternura y comenzó a moverse dentro de ella con suavidad.

Su coño cálido y estrecho le acogió haciéndole estremecerse de placer. La joven se agarró a su culo y empezó a gemir acompañando cada uno de sus empujones. La lujuria estaba dominándole y cada vez empujaba con más dureza.

Los gemidos de la joven se hicieron más intensos y su cara expresaba un intenso placer. Irguiéndose tiró de la joven hasta que su culo quedó justo en el extremo de la cama y agarrándole las caderas le dio una serie de fuertes empujones.

La chica se retorció y gritó de placer antes de usar las piernas para apoyarlas sobre su torso y separarle de un empujón.

Gazsi hizo el gesto de volver a acercarse, pero ella, poniéndose en pie se lo impidió. Mirándole a los ojos se acarició su cuerpo con una sonrisa desafiante. Estaba espectacular jadeando y brillante de sudor con unas pocas gotas de sangre corriendo entre sus piernas.

Alargando el brazo acercó el dedo índice al torso de Gazsi y lo recorrió lentamente en dirección al abdomen pare terminar recorriendo toda la longitud de la polla antes de girarse y dirigirse hacia el ventanal.

La joven pareció olvidarse de él y observó el paisaje a través de los ventanales. El se quedó quieto observando como la luz de la luna perfilaba y envolvía su cuerpo desnudo. Saliendo de aquel estado de inmovilidad la joven enrolló los cortinajes en torno a sus muñecas y dejó que él observara su figura perfilada por la luz de la luna unos segundos más.

Gazsi no se lo pensó y acercándose le besó el cuello y la espalda. La joven separó las piernas y él se las acarició un instante antes de penetrarla de nuevo.

Esta vez no se contuvo le metió la polla de un solo golpe. Nahir se agarró a los cortinajes mientras recibía sus rápidas embestidas. Sin dejar de acariciar aquel cuerpo delicioso, hundió el rostro en su cabello y con dos últimos empujones que despegaron a Nahir del suelo se corrió.

La muchacha se estremeció y soltó un grito estrangulado cuando el calor del semen de Gazsi y sus últimos empujones desataron en ella un fuerte orgasmo.

Con delicadeza la cogió por la cintura y se tumbó junto a ella en la cama. Jadeantes se acariciaron y se besaron unos minutos más. Hubiesen querido quedarse toda la noche juntos, pero no había tiempo, la fiesta estaría a punto de acabar. Sin dejar de acariciarse y besarse se vistieron y volvieron al salón de baile.

La Canción de la Primavera, la última pieza antes de que el barón diese por terminada la fiesta, acababa de comenzar.

Gazsi la cogió entre sus brazos y a pesar del cansancio comenzó a bailar de nuevo con ella. El olor de su perfume mezclado con el aroma a sexo que despedía la joven eran delicioso. Deseaba llevársela de nuevo, deseaba pasar una semana follándola sin descanso...

—¿Cuándo volveré a verte? —preguntó ella dubitativa.

—Probablemente no podre volver hasta que todo acabe. ¿Me esperarás?

—Lo haré. —dijo ella con una sonrisa un tanto dubitativa.

Lo odiaba, pero entendía el gesto de la joven.

—Sé que tengo una reputación nefasta y reconozco que me la he ganado a pulso. Pero he cambiado, ya no soy el mismo. Me gustaría que confiases en mí.

—Lo haré. —dijo Nahir dándole un último beso justo cuando cesaba la música.

Los invitados empezaron a desfilar hacia la salida dándole las gracias al barón y alabando su fiesta. Cogidos de la mano salieron del palacio hasta que la joven tuvo que separarse y dirigirse hacia su familia que le estaba esperando. La cara de su padre no parecía especialmente entusiasmada, pero a él le daba igual, era a Nahir a quién tenía que impresionar.

Capítulo 44. Movimientos

Manlock

Gracias a Enarek ahora sabían con certeza que Komor se estaba preparando para un largo asedio, pero que tarde o temprano saldrían de las murallas para ofrecer batalla. Cuando se reunió con él para informarle, Minalud renegó al oír la noticia, pero se encogió de hombros no muy sorprendido. No se puede esperar que tus enemigos se suiciden solo porque tú tengas prisa por vencerles.

Al final coincidieron en llevar máquinas de asedio desmontadas para atacar las murallas de Komor sin pérdida de tiempo. No es que esperasen conquistar la ciudad por las bravas, eso solía ser costoso y poco eficaz, pero quizás si les hacían la vida lo suficientemente incomoda, apresurarían el ataque de los komorianos.

La información de Enarek estaba siendo extremadamente útil, pero había una laguna que le incomodaba y le quitaba el sueño. Sus generales le decían que no tenía importancia, que doscientos o trescientos hombres no podrían evitar su avance, ni podrían representar una amenaza destacable contra un ejército de varios miles, pero preferiría saber que era lo que tramaba su capitán.

Y otra fuente de incertidumbre era aquel oficial desconocido. A los oficiales de Komor los conocían, sabían que eran rigurosos y eficientes, pero faltos de imaginación y sin experiencia en combate, pero eso hombre... Albert decían que se llamaba, al parecer tenía mucha experiencia y había participado en batallas de verdad con cientos de barcos y miles de hombres.

Por una parte estaba aliviado de que no fuese él extranjero que se pusiese al frente del grueso del ejército enemigo, pero por otra sabía que él era el que dirigía la estrategia general en la guerra y eso le hacía sentirse extremadamente incómodo. Sin embargo aquel aventurero estaría lejos de la ciudad, lejos del centro de poder y eso le beneficiaba. Contaba que los  generales de Komor se sintiesen ofendidos al ver como un desconocido les decía lo que tenían que hacer y contaba con el orgullo de estos para que intentasen imponer sus criterios aprovechando que Albert estaría lejos y no podría discutir sus argumentos.

En fin, ahora la suerte estaba echada y no se podían echar atrás. Los planes de ese cabrón eran como una china en el zapato, pero no lograrían impedir su victoria. Además Enarek aun no había terminado su misión. Con su última paloma le había dicho que como no podría sacar más información en la ciudad finiquitaría su negocio y se dirigiría de vuelta a Samar. De camino tenía que pasar por la casa de Albert así que se dejaría caer por allí fingiendo estar perdida e intentaría seducirlo para averiguar algo.

Esperaba que se diese prisa porque el tiempo se les echaba encima.

Neelam

Había pasado apenas mes y medio desde el baile, pero parecía que había ocurrido hacía una eternidad, el bebé estaba creciendo dentro de ella y se sentía a punto de estallar. Su barriga era ahora enorme y se sentía pesada y fea como una ballena. Se movía torpemente y a menudo sentía calambres en las piernas que la obligaban a sentarse o tumbarse mientras el resto de la casa era un hervidero de actividad.

Y las noches eran lo peor. Mientras Albert dormía plácidamente a su lado ella daba vueltas incómoda sin saber qué posición tomar, con el niño moviéndose y despertándola cada vez que conseguía quedarse dormida.

Con la llegada del alba Albert se despertó y abrió los postigos para permitir que el sol llenase la habitación con su luz. Siempre dormía desnudo así que se giró hacia él para observar su cuerpo.

Nunca se cansaba de admirar esos músculos que parecían esculpidos en piedra, su cuerpo moreno y la melena negra e indómita que le llegaba casi hasta los hombros. Suspirando esperó a que se vistiese rápidamente y se marchase a entrenar a sus soldados, pero aquel día parecía ser diferente.

En vez de coger sus cosas y marcharse tras darle un beso en la frente se volvió y la miró con una sonrisa. Sus ojos se desviaron hacia el miembro de Albert que pendía totalmente relajado. Deseaba cogerlo entre sus manos acariciarlo y metérselo entre las piernas, pero no se imaginaba como aquel cuerpo pesado e hinchado podía resultar atractivo a su marido.

—¿No te vas a entrenar a tu ejército? —preguntó ella intentando acallar una absurda esperanza que crecía en ella.

—No, hoy les he dado descanso a los chicos. Mañana empezaremos las operaciones.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sabía lo que aquello significaba. Lo habían discutido varias veces, pero él se había mostrado inflexible. Se iría con Aselas, a pocos minutos de la ciudad y contaría con la ayuda del mago para parir si tenía algún problema.

Albert había visto como su rostro se ponía serio y se acercó a ella cogiéndola de la mano.

—Sé que no es fácil, pero solo serán unos pocos meses. —intentó tranquilizarla él.

—O una eternidad. No quiero que te maten.

—Tranquila, he salido de situaciones peores, pero necesito que estés a salvo para poder estar tranquilo. ¿Lo entiendes?

Neelam asintió aunque no pudo evitar que una lágrima escapase y corriese por su mejilla. Albert se sentó en la cama y enjugó la lágrima con un dedo mirándola con ternura.

No lo pudo evitar, se sentía gorda y fea y seguro que tenía unas ojeras horribles. Tirando de las sábanas se cubrió entera  con ellas. Albert sin embargo la obligó a soltarlas y las retiró. No dijo nada, simplemente se dedicó a observarla mientras le acariciaba la melena revuelta embelesado, haciendo que todas sus inseguridades se esfumasen.

—Te amo. —dijo.

—Estoy gorda como una vaca.

—Amo esta vaca y estoy deseando hacerla mugir de placer.

Nelaam río ante el torpe halago, pero intentó rechazar las caricias.

—Aparta, tonto, no quiero sexo por compasión.

—¿Crees que lo que siente este es compasión? —le preguntó mostrando a su esposa su pene totalmente erecto.

Neelam intentó replicar, pero independientemente de cómo se sintiese deseaba tener aquella polla entre sus piernas más que nada en el mundo. Excitada se tumbó boca arriba y se arrastró por la cama. Albert la cogió por los hombros y la ayudó a incorporase hasta que estuvo en una posición sentada con las piernas abiertas y la espalda un poco inclinada hacia atrás.

Su esposo le puso un par de cojines para que pudiese mantener aquella postura con comodidad y la besó con suavidad, ella sin embargo le devolvió el beso ansiosa, metiéndole la lengua en la boca y entrelazándola con la suya, sintiendo como todo su cuerpo hervía de deseo.

Con la mano libre Albert le puso la mano sobre su pecho.  A pesar de tener el tejido del camisón de por medio, sus pechos hinchados y sus pezones hipersensibles emitieron unos chispazos de placer tan intensos que no pudo evitar soltar un gemido.

De un empujón se apartó y se tumbó boca arriba con la cabeza sobresaliendo por el extremo de la cama a la vez que cogía la polla de Albert y tiraba de ella.

Albert se irguió y se puso frente a ella. Con una sonrisa maligna recorrió la polla de su esposo desde los huevos hasta la punta. Albert gimió y su polla se retorció entre sus manos hambrienta. Neelam repitió la operación observando divertida como aquel miembro se retorcía y palpitaba como una serpiente hambrienta.

Deseando volverle loco de deseo, continuó besando y lamiendo, con suavidad, amagando con metérsela entera en la boca, pero retirándose en el último momento mientras le desafiaba con los ojos.

Finalmente Albert no se pudo contener más y aprovechando que abría la boca para darle un nuevo beso en el glande empujó con sus caderas y llenó la boca con su miembro.

Neelam chupó excitada aquel intruso caliente que tenía alojado profundamente en su garganta. Tras unos segundos la retiró y ella la chupó y la acarició con la lengua a medida que salía, provocando un gemido de satisfacción de su esposo.

Cogiendo aire, se agarró a la polla y comenzó a chuparla mientras Albert se inclinaba y levantando el camisón comenzaba a acariciarle el vientre y el pubis haciendo que se derritiese. Neelam abrió más las piernas invitando a su esposo y este no se hizo de rogar. Con sus dedos le acarició el clítoris y la vulva y los hizo desaparecer en el interior de su cuerpo.

Todo ella se estremeció de arriba abajo y de no ser porque tenía el miembro de Albert palpitando en su boca hubiese lanzado un salvaje grito de triunfo.

Consciente de su excitación Albert se separó y tras quitarle el camisón de dos tirones se colocó entre sus piernas. Frustrada vio que la inmensa barriga le tapaba la vista. No había nada que le gustase más que ver como su vagina se tragaba la polla de Albert. Ahora solo sentía la punta de aquella lanza golpeando con suavidad el interior de sus muslos y su pubis.

Deseaba cogerla y metérsela ya, pero tampoco llegaba. Se sentía como una tortuga boca arriba esperando a que una alma caritativa la diese la vuelta para que pudiese volver al mar.

Con una sonrisa Albert se inclinó y esquivando su cuerpo le besó en los labios, dejando que la polla reposase ardiente sobre su muslo.

—Fóllame ya. Te necesito dentro de mí.

Albert la ignoró y agarrando uno de sus pechos se lo metió en la boca y lo chupó con fuerza. Sintió como todo su cuerpo se retorcía y su coño se encharcaba. Aquella sensación era deliciosa, pero era sobre todo una tortura. Inerme le acarició el pecho y frotó su muslo contra la polla de Albert hasta que este tampoco pudo contenerse más y la penetró.

La sensación de placer y alivio al sentirle dentro fue abrumadora y tras unos pocos empujones experimento un brutal orgasmo. Albert, cogiendo las piernas estremecidas, las colocó sobre sus hombros y siguió empujando con fuerza mientras le acariciaba todo el cuerpo.

Sin darle respiro continuó penetrándola con golpes secos y duros, cargados de deseo y de lujuria. Neelam ya no era la amante tímida y apocada de las primeras veces. Ahora se retorcía y le insultaba consciente de que eso a su esposo le excitaba.

Con un movimiento, Albert dejó las dos piernas reposando a un lado y continuó penetrándola con fuerza unos instantes antes de tumbarse a sus espaldas.

Neelam se tumbó de lado y Albert la rodeó con sus brazos. En ese momento todo cambió, la violencia se transformó en ternura. Cogiéndola por el vientre la penetró con lentitud disfrutando de cada empujón y volviendo a ponerla al borde del orgasmo.

Las manos de Albert resbalaron hacia arriba y estrecharon sus  pechos jugando con sus pezones hipersensibles y haciendo imposible controlar los gritos de placer.

—Déjame, quiero arriba. —dijo separándose.

Albert se quedó boca arriba observando los movimientos torpes y desmañados de su esposa que sujetándose la barriga intentaba pasar la pierna al otro lado de su cintura.

Cuando lo consiguió fue Albert el que se adelantó y la penetró mientras ella se colocaba. Neelam se sentía pesada y apenas podía levantar su cuerpo para volver a dejarse caer con fuerza, su pechos se bamboleaban pesadamente con cada movimiento incomodándola, pero necesitaba acariciar y arañar aquellos pectorales. En poco segundos estaba jadeando y el sudor corría entre sus pechos, pero no cesó y siguió saltando cada vez más deprisa hasta que sintió como un torrente abrasador estallaba y se derramaba en su interior. Agarrándose los pechos saltó aun más deprisa, excitada por el calor de la eyaculación de Albert que se derramaba por su vagina hasta que finalmente el clímax le alcanzó irradiando por todo su cuerpo.

Inerme cayó de lado mientras Albert salía de su interior para acariciar y besar su cuerpo.

—Eres la mujer más hermosa del mundo. —dijo su esposo apartándole el pelo sudoroso de la frente y dándole un largo beso.

Esta vez si se lo creyó.

Sardik

Notaba como la tensión crecía en él. Mientras más se acercaba el momento, más nervioso se sentía y ni siquiera los constantes ejercicios lograban calmarlo. Ahora ya  estaban preparados. Poco más podían hacer salvo repetir los mismos ejercicios hasta la saciedad. El resto de los caballos habían llegado y ahora eran una unidad sumamente rápida, capaz de usar los arcos sin desmontar y de cabalgar por el medio del Bosque Azul  a una velocidad que hace unos meses le parecería un suicidio.

Al menos ahora tenían una misión. Mientras Albert y Gazsi se quedaban entrenando al grueso de los hombres, Amara, Hlassomvik y él se encargarían, cada uno con los mejores veinte hombres de sus escuadrones, de guarecer el Paso del Brock.

Las órdenes eran claras; Él con sus arqueros bloquearía el paso principal, Hlassomvik se situarían en el Bosque Azul, en él único vado practicable si el ejército de Samar intentaba usar los tortuosos pasos del este y Amara se ocuparía de bloquear la entrada por el Oeste, aunque dudaba que los samarios intentasen utilizar aquellos estrechos senderos de cabras para cogerles por la espalda, así que también funcionaría como reserva para apoyar a cualquiera de los otros dos si estaban en problemas. Utilizarían los cuervos para comunicarse entre ellos y enviar informes al capitán regularmente.

Hlassomvik y Amara charlaban animadamente, estaba claro que la chica le interesaba al gigantón de Skimmerland y no se lo podía reprochar. La buena comida y el ejercicio había hecho de aquella joven menuda en la que solo sobresalían huesos una mujer esbelta y musculosa con una figura atractiva. Hasta el había fantaseado con abordarla pero enseguida se le aparecía el rostro de su mujer conjurando cualquier rastro de lujuria.

—¿Verdad, Sardik? —preguntó Hlassomvik retrasando la montura para ponerse a su altura.

—No te estaba escuchando. ¿Qué decías?

—Decía que vamos a dar a esos estúpidos una paliza que no olvidarán.

—No vendas la piel del oso antes de cazarlo, Hlasso, esto es una guerra y ellos son los que tienen la experiencia. Espero que seamos tan buenos como crees, porque por la actitud de nuestro capitán creo que todo depende de nosotros.

—Tú siempre tan optimista, ¿Verdad Amara? —dijo el hombre dando un codazo a su compañera.

Sardik los miró, pero no dijo nada. Seguramente aquella era la forma en que los hijos de Skimmerland ligaban, pero no creía que aquello funcionase con Amara. Instantes después obtuvo la confirmación cuando la chica le devolvió la galantería con un puñetazo en la cara y una advertencia de que no le tocara, que él evidentemente no tomaría en consideración.

En ese momento Sardik arreó su montura y la introdujo entre los dos con destreza, obligando a Hlassomvik a apartarse y recibiendo una franca sonrisa de agradecimiento de Amara.

Sardik se limitó a asentir luchando contra el calor que había despertado aquel gesto en él.

Enarek

Había elegido la noche cuidadosamente. Oscura y sin luna y con la bruma proveniente del río extendiéndose y cubriéndolo todo como un húmedo manto.

Caminó por las calles solo con una ligera mochila y utilizando la capa para protegerse de miradas curiosas. Mientras salía de la ciudad, con paso cuidadosamente calculado, aprovechando las sombras para esconderse cada vez que oía pasos apresurados en dirección al centro de Komor, echó la vista atrás y vio la densa columna de humo que subía hacia el cielo justo donde hacía unas horas estaba su prostíbulo. Era una pena, pero no había tenido más remedio  que hacerlo. La única forma de desaparecer sin llamar la atención era que la diesen por muerta. Esperaba que las sospechas recayesen sobre Dolunay. Aquella vieja alcahueta no había dejado de intrigar contra ella desde que había llegado. Si las sospechas no bastaban, por lo menos le proporcionaría tiempo suficiente para desaparecer y cumplir con la última parte de su misión.

Mientras salía por la puerta norte de Komor, intentó recordar todos los sucesos de la noche para asegurarse de que todo había ido según lo planeado.

Sabía que aquella semana sería floja porque el general se había llevado a casi todo el ejército de  maniobras al sur, así que despachó rápidamente a los pocos clientes que aparecieron y a eso de las dos de la madrugada envió a las chicas a la cama.

Mientras esperaba a que las chicas se durmieran preparó una mochila con lo básico; un poco de dinero, ropa, nueces kota suficientes para poder llegar a Samar y un poco de queso y pan, además de fruta y un odre de agua.

Cuando terminó entró en la habitación central y espió a sus chicas. Todas dormían tranquilamente. Silenciosamente se acercó a cada una de las puertas y pasó los cerrojos que había colocado con la excusa de que la mayoría eran esclavas y no quería que se escapasen aunque nunca los había usado.

Cuando llegó a la puerta de Azur vaciló un instante. Aquella joven había sido su mejor adquisición y había obtenido valiosa información. La quería casi como a una hija. No podía dejarla morir sufriendo y retorciéndose de dolor en medio de las llamas.

Abrió la puerta y entró. Azur yacía en la gigantesca cama que había mandado fabricar expresamente para ella. Dormía desnuda y su pecho se alzaba y bajaba rítmicamente al rimo de su respiración.

—¿Mi señora? —preguntó la joven esclava incorporándose sorprendida por la visita— ¿Necesita algo?

—No, nada, solo quería saber si todo iba bien. Eres mi favorita y me gusta que te sientas cómoda. —respondió sentándose en la cama y acariciando su brillante cabello.

La joven no contestó  y se limitó a ronronear complacida. Era realmente hermosa con aquella piel oscura y aquellos pechos grandes y juveniles. Sin pensar demasiado en ello se los acarició. Sus pezones se erizaron inmediatamente llamando su atención.

Enarek se sintió casi inmediatamente excitada. Aquella belleza y sobre todo la sensación de tener aquella vida en sus manos sin que la joven lo sospechase, eran el mejor afrodisíaco. Con un par de movimientos se deshizo de sus ropas y se tumbó desnuda sobre su esclava.

Su labios se juntaron y le dio un beso corto y suave, al que unió otro más y otro cada vez más intensos y profundos. La joven abrió sus piernas y la abrazó mientras gemía quedamente tan excitada como ella.

—Mi señora...

Enarek la interrumpió con un nuevo beso mientras bajaba su mano y le acariciaba el sexo con suavidad. Azur gimió y se estremeció como una culebra al notar el contacto.

Enarek hambrienta se giró ciento ochenta grados enterrando su lengua en el sexo de la joven esclava mientras ponía el suyo a la altura de los labios de su amante.

El placer fue delicioso, nada de empujones apresurados ni invasiones violentas solo caricias, labios atentos y lenguas sedosas. Cuando se dio cuenta, ambas estaban comiendo el coño de su amante a la vez que gemían y se retorcían con cada oleada de placer.

Finalmente se separó y se sentó en la cama unos instantes observando a Azur que permanecía tumbada. Ella se exhibió oscura y brillante de sudor y abriendo sus piernas se masturbó mientras le miraba con ojos cargados de lujuria.

Sin pensarlo entrelazó sus piernas con las de la joven y dejó que sus sexos se besasen. La sensación fue gloriosa. Llevadas en volandas por el placer comenzaron a mover sus caderas golpeando sus sexos con fuerza hasta que un fuerte orgasmo la arrasó. Sus caderas se estremecieron con fuerza fruto de movimientos involuntarios y soltó un largo gemido.

Aun no recuperada del todo se acercó a Azur que estaba masturbandose a punto de llegar al orgasmo también. Sonriendo le puso las manos en el cuello y apretó. La joven esclava no sospechó nada, ni siquiera cuando apretó con fuerza evitando el paso de la menor brizna de aire a sus pulmones.

El orgasmo fue espectacular, lo vio en los ojos de la joven que no paraba de retorcerse con los ojos en blanco. Cuando terminó, Azur sonrió e intentó apartar las manos de Enarek y al ver que no lo hacía la esclava se dio cuenta de lo que su ama trataba de hacer.

Ahora ya era demasiado tarde. Azur se debatió débilmente mientras Enarek la consolaba y observaba como en los ojos de la joven estallaban pequeños capilares y se llenaban de lágrimas. Aquello era lo más terrible que se había visto obligada a hacer en toda su vida, pero era necesario.

Finalmente la joven perdió el conocimiento y su corazón dejó de latir. Con los ojos arrasados en lágrimas se vistió y se obligó a seguir con el plan. Fue a su habitación, se puso la ropa de viaje, cogió la mochila y empezó esparcir el aceite de lámpara por los pasillos y todas las salidas.

Tiró una vela encendida sobre el aceite y salió del edificio sin mirar atrás. Lo ideal hubiese sido que toda la ciudad ardiese, pero ya estaba preparada para el asedio y los depósitos de agua distribuidos para evitar los incendios provocados por los sitiadores evitarían que el incendio se extendiese, aunque no podrían actuar lo suficientemente rápido para que el prostíbulo ardiese hasta los cimientos con todas las mujeres dentro.

La noche era fresca y la bruma se obstinaba en colarse por la abertura de la capa produciéndole escalofríos, pero una llama interior, la llama de la ambición la calentaba y la animaba a seguir avanzando. Solo faltaba un escollo y una vez superado volvería a Samar y reclamaría su recompensa. Sería una mujer respetable y ya nadie se atrevería a lanzarles esas miradas de desprecio que tanto le escocían. Manlock no era el hombre con que toda mujer soñaría, pero su poder compensaba su falta de atractivo.

Miró al cielo. Lejos en el este, un línea de luz se adivinaba en el horizonte. Apresuró el paso. Debía llegar lo antes posible a Amul y terminar con la misión.

Cuando Monique terminó su turno y se dirigió a su tienda para refrescarse antes de salir, el ya la estaba esperando dentro. Le miró enfurruñada y le dijo que no le gustaba que se colase en su tienda, pero él la ignoró y se limitó a darle un largo beso por toda respuesta. La doctora se colgó de su cuello y él se enderezó levantándola en el aire con facilidad y abrazándola.

Monique se debatió y pataleó, intentando liberarse, pero él no la dejó en el suelo hasta que hubo terminado de recorrer todo su cuerpo con sus manos. De no ser porque la entrevista con Ahmed era sumamente importante, se hubiese quedado allí haciéndole el amor durante toda la noche.

Ray estuvo a punto de coger la camioneta, pero finalmente prefirieron ir hasta la casa del anciano dando un paseo cogidos de la mano. Vale que aquello no eran los campos elíseos pero el sol en su descenso estaba tiñendo las colinas circundantes con una impresionante paleta de colores que nunca se cansaban de admirar.

A pesar de que en no era muy partidario, Monique se empeñó en atravesar la pequeña aldea. A aquellas horas de la tarde, la gente ya había cenado y las familias se reunían en las azoteas de sus casas de adobe para charlar y disfrutar de la brisa fresca que llegaba con la puesta del sol.

Caminaron por estrechas callejuelas y saludaron a  bandas de chicos gritones que se cruzaban con ellos a la carrera. Finalmente Monique cogió un estrecho callejón a la izquierda y avanzaron hasta salir del grupo de casas. Tal y como el chico les había explicado, la choza del anciano apareció aislada a unos treinta metros de la casa más cercana. Por un estrecho ventanuco emergía una luz débil y trémula que les indicaba que el anciano estaba aun despierto.

Se acercaron a la puerta y con una mano en la espalda, donde llevaba oculta la pistola, Ray llamó a la puerta. Unas palabras en pastún surgieron del interior, por el tono debían de ser una retahíla de maldiciones.

Tras unos segundos más la puerta tembló unos segundos antes de abrirse y mostrar al inquilino de aquella miserable choza.

La cara de Ahmed era una maraña de arrugas curtidas por el sol hasta el punto de que la cicatriz que recorría su mejilla desde el mentón al pómulo apenas era distinguible. Sus labios finos y la mirada de aquel ojo azul y penetrante, (el otro lo había perdido probablemente en el mismo suceso en el que se había producido la cicatriz) le indicaron a Ray que aquel no era el típico campesino. Aquel era un hombre duro de pelar.

—Hola, Ahmed. —dijo Monique en pastún— Soy Monique la doctora de Médicos...

—Ya sé quiénes sois. —dijo el hombre en un inglés estropajoso pero entendible— Tu eres la jefa del campamento de los médicos occidentales y tú, —añadió dirigiéndose a Ray— eres uno de los dos pistoleros americanos de la colina. El que sea viejo y solo me quede un ojo no quiere decir que sea ciego o sordo.

—¿Cómo hablas tan bien el inglés? —preguntó Ray sin andarse por las ramas.

—En los años ochenta los que hablaban inglés eran los que negociaban con los americanos y los que conseguían más Stingers. —respondió el anciano carraspeando y soltando un gargajo— Las vueltas que da la vida, los que hace veinte años eran aliados ahora son el enemigo.

—¿Qué opinas de los talibanes? —preguntó Ray.

—Que yo no me rompí los cuernos corriendo por esas montañas y jugándome el pellejo contra los helicópteros rusos para que ahora vengan esos putos imbéciles y me impongan la Sharia. Yo quiero vivir a mi aire, sin que nadie me diga cuando tengo que lavarme el culo o me obligue a apedrear a una mujer por haberse dejado violar.

—Veo que no te caen muy bien. Así que no te importará que te haga unas preguntas.

—El que no me gusten no quiere decir que sea un chivato. —dijo el hombre escupiendo al suelo de tierra apisonada de nuevo.

—Solo son preguntas generales no te voy a pedir que me digas quienes son partidarios de los talibanes en el pueblo.

—Adelante, tú pregunta, yo veré si respondo. —dijo el anciano mientras les ofrecía un cuenco con dátiles.

—Este no es un objetivo de los terroristas y nunca ha tenido gran interés para ellos. —dijo Ray.

—Solo tienes que verlo, qué podemos tener que les interese. Apenas producimos suficiente comida para nosotros y nuestras tierras no son aptas ni siquiera para el cultivo de la adormidera. Ellos nos dejan en paz y nosotros los dejamos en paz.

—¿Crees que la instalación del campamento de Médicos Sin Fronteras podría influir para que se convirtiese en un objetivo?

—Eso depende de lo que quieran. Un asentamiento occidental siempre es un objetivo. Aunque últimamente optan por no ensañarse con las ONGs, eso puede cambiar en cualquier momento, dependiendo de quién es el que está al mando y su interés por congraciarse con los habitantes de la región.

—¿Y cómo tendríamos que tomarnos una amenaza directa? —preguntó Ray yendo al meollo de la cuestión.

—Los talibanes nunca amenazan en vano... —respondió el anciano— ¿Han recibido alguna invitación a largarse o morir?

—La verdad es que no con esas palabras, pero casi. —respondió Monique apesadumbrada consciente de que aquello no eran buenas noticias.

—Entonces harían bien en hacer las maletas. —sentenció el viejo muyahidín— Más pronto que tarde esos bestias aparecerán por aquí y será mucho mejor para ustedes y para a aldea no encontrarse aquí cuando lleguen.

Tras la respuesta se produjo un largo y tenso silencio. La doctora tembló un instante y desvió la mirada del viejo a Ray. Estaba cargada de miedo e incertidumbre, pero también podía ver en sus ojos una fuerte determinación. Podía adivinar sus pensamientos, jamás abandonaría a sus pacientes. ¡Maldita obstinada! ¿Qué haría ahora?

—¿Qué sabes de las grutas que hay bajo estas montañas?

—Que son enormes y largas y tienen múltiples entradas y salidas. Ya en mis tiempos las utilizábamos para desplazarnos a cubierto de los MIGs.

—¿Los talibanes también las usan? —preguntó.

—Por supuesto, no son idiotas.

—¿Hay alguna caverna proveniente del norte que desemboque cerca de aquí? —insistió Ray.

—Al menos tres. Podrían ser más.

—Podrías indicarme dónde están las bocas. —dijo Ray sacando un mapa.

El hombre levantó la vista y le escrutó con la mirada. Estaba valorando si aquello era una traición a su pueblo o su revelación podía evitar que los talibanes tomasen la aldea. Acercó la lámpara de petróleo que iluminaba pobremente la única estancia de la cabaña y con un dedo oscuro y sarmentoso señaló tres lugares al oeste del río.

—Creo que ya he dicho más de lo que debía, os ruego que os vayáis ahora mismo y que Alá os bendiga.

Aunque tenía un millón de preguntas sabía que el anciano no diría nada más, así que se sacó unas cuantas tabletas de chocolate y un cartón de Luckys antes de salir. El hombre fingió no dar ninguna importancia al presente, pero mientras Ray salía de la choza, por el rabillo del ojo pudo ver la mirada complacida del anciano.

E sta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar