Las colinas de Komor XXX

Sin añadir nada más continuaron corriendo. Amara miró un instante a Sardik, aquel hombre la interesaba. Hablaba muy poco, pero cuando lo hacía sabía lo que decía. Su rostro elegante y afilado, con una perilla cuidadosamente recortada no ocultaba la oscuridad y tristeza que expresaban sus ojos. Quizás por eso le atraía tanto.

XXX

La estrecha boca daba a una especie de antesala de unos tres metros de alto y unos cincuenta de longitud que se internaba recta en las profundidades de la colina. Las luces de la camioneta se filtraban por la abertura, penetraban en la estancia e incidían en las formaciones calcáreas que colgaban del techo creando sombras fantasmales.

Desasosegado, echó las manos a una linterna y le dio otra a Monique junto con unos guantes de trabajo mientras le recomendaba que tuviese cuidado de dónde pisaba en aquel suelo húmedo y resbaladizo.

Una vez recorridos aquellos cincuenta metros entraron en una caverna mucho más grande con un techo abovedado de más de quince metros de altura y en el que las linternas no eran capaces de iluminar la pared contraria.

Las estalactitas y estalagmitas partían el techo y del suelo hasta unirse creando un paisaje fantástico. A pesar de la prisa, ambos no pudieron evitar levantar la vista hacia el techo para observar maravillados aquellas formaciones.

—Dicen que hay cavernas como estas que llegan a tener varias decenas de kilómetros de longitud. —dijo la doctora— ¿Te lo puedes imaginar?

—Sí, de hecho no es la primera que visito una, aunque no por estas circunstancias.

Monique le miró y pareció entender. Seguramente estaría intentando imaginar cómo sería combatir en la completa oscuridad, nada de lo que imaginase la mujer se acercaba  la realidad.

A pesar de que llevaba los sistemas de intensificación de luz, la sensación de claustrofobia y de no saber bien que te espera unos pasos más adelante era especialmente desagradable.

—Mahnud me dijo que era por aquí, hacia la derecha de la caverna. ¡Hakim!

El grito reverberó por toda la caverna, repitiéndose una y otra vez, pero no obtuvo respuesta. Ray se acercó a la pared derecha con la potente linterna buscando cualquier indicio de que hubiese un hueco o una sima.

La caverna era mucho más grande de lo que le había parecido en un principio y anduvieron más de ciento cincuenta metros hasta que vieron una estrecha trinchera parcialmente oculta por una estalagmita.

—¡Tiene que ser eso! —exclamó la doctora apresurándose.

—Tranquila, unos segundos más no importarán y no quiero que tropieces con el mismo obstáculo que el chico. —Ray la cogió del brazo y la obligó  a seguir mirando con atención dónde ponían los pies.

La abertura solo les permitía pasar de lado. Dirigió la linterna al hueco revelando con su luz una nueva gruta, esta vez más pequeña y de techo más bajo. Se internaron en la galería y miraron a su alrededor.

—Aquí fue donde Mahmud se negó a continuar. —dijo la doctora antes de volver a gritar el nombre del chico desaparecido.

Un ligero quejido proveniente de la izquierda los puso en alerta. Monique echó a correr, pero Ray fue rápido y salió tras ella justo a tiempo para agarrarla de la camiseta antes de que cayese por un terraplén oculto tras una abultada formación calcárea.

—¿Cómo te tengo que decir que no corras? —le dijo tirando de ella hacia atrás y abrazándola antes de darle un beso— Es mi último aviso, no vuelvas a hacerlo.

—¿Acaso te pondrías triste si me pasase algo? —preguntó ella sonriendo e intensificando su acento francés para provocarlo.

—Desde luego, tardaría casi quince minutos en sustituirte. —respondió él agarrándole el culo y besándola de nuevo antes de dirigir la linterna a la oquedad que tenía delante.

La sima empezaba en forma de plano inclinado, haciéndose el ángulo cada vez más pronunciado hasta que acababa en un agujero de unos tres metros de radio. Ray enfocó la linterna al agujero, pero no pudo ver el fondo.

El que sí vio el haz de luz fue el chico que se quejó de nuevo y dijo algunas palabras en pastún.

Mientras la doctora trataba de tranquilizarlo, el hurgó  en la mochila, extrajo unas bengalas químicas y las lanzó por el agujero. Ray se asomó todo lo que pudo hacia el borde y vio un ligero resplandor verdoso. Calculando que necesitaría por lo menos quince metros, comenzó a sacar cuerda de la mochila.

—Ahora vas a quedarte aquí y vas a esperar. Si puedo mover al chico lo traeré hasta aquí, si necesito que vengas ya te aviso. Si tienes que bajar te pones estos guantes y colocas los pies así para ir bajando poco a poco. ¿Entendido?

—Sí, cariño —dio ella abriendo el botiquín que había traído consigo.

Inspeccionando los alrededores Ray dio con una gran pedazo de roca caído del techo y utilizó una estalactita aprisionada entre la roca y el suelo para asegurar en ella la cuerda. Tras un par de tirones cogió la cuerda y la lanzó por el agujero.

Incapaz de llevar la linterna y deslizarse por la cuerda al mismo tiempo se puso las gafas de visión nocturna y el universo a su alrededor se volvió verde.

—¡Que pasada! —dijo ella— Pareces una especie de cíborg. Tienes que dejarme probar luego.

Ray asió la cuerda y se deslizó por el agujero. Sin dejar de mirar atrás para ver hacia donde se dirigía continuó bajando hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo. Abajo, como a doce metros las dos bengalas iluminaban el fondo de la sima y una de ellas se movía de un lado al otro en las manos del chico.

Con facilidad recorrió el resto del camino que le separaba del suelo de la sima y se acercó al chico para inspeccionarlo. Apartando el visor de las gafas encendió la linterna mientras el chico no paraba de parlotear en pastún con voz rasposa.

Dándole la cantimplora para que bebiese un poco le echó un vistazo. El ángulo en el que descansaba una de sus piernas no auguraba nada bueno. Afortunadamente el hueso roto no parecía haber atravesado la piel.

Ray enfocó de nuevo al chico. Aquella gente era dura. A pesar de que debía tener un dolor casi insoportable el chico apretaba los dientes y apenas soltaba quedos quejidos.

—Toma, come algo, —dijo Ray abriendo una barrita energética y ofreciéndosela al chico que la devoró con avidez.

Levantando la vista hacia arriba le dijo a Monique que iba a tener que bajar y que también necesitaba la mochila.

Apartando al chico con delicadeza para que no le cayese todo encima le gritó a Monique y esta empezó tirando su mochila. A continuación cogió la cuerda y la tensó para facilitar su descenso.

Segundos después la mujer aparecía bajando a toda mecha por la cuerda. Ray la estaba esperando y la cogió amortiguando su caída.

—Lo siento, me olvide de esa mierda de poner los pies. —dijo mientras se desasía inclinándose sobre el chico.

—Tiene el fémur derecho roto y a lo mejor algo en la rodilla izquierda, tendré que entablillarlos, pero antes habrá que darle algo para el dolor. —dijo Monique revolviendo en el botiquín y sacando unos inyectables.

En cuanto le puso la inyección en el muslo el rostro del chico se relajó visiblemente.

—El calmante tiene también relajante muscular. Ahora ayúdame y sujeta al chico por la cadera.

Sin previo aviso Monique pegó un fuerte tirón y rotó la pierna del chico hasta que esta estuvo más o menos alineada.

—Esto ya está. Una vez lo haya inmovilizado podremos  trasladarlo. —dijo la doctora cuando los gritos del chico se hubieron apagado.

—Bien este es el plan. —dijo Ray tomando el mando— Voy a preparar un arnés para el chico y lo voy a dejar al lado de la cuerda. Subiré el primero para poder izaros a los dos. Una vez arriba le enganchas la eslinga a este nudo que estoy haciendo en el extremo del cabo. Lo izaré a él y te bajaré el arnés para que te lo pongas y te pueda subir a ti a continuación.

Ray cogió la mochila y el botiquín y empezó a trepar por la cuerda como un mono mientras ella le miraba con una mezcla de admiración y aprensión.

En tres minutos estaba de nuevo arriba. Se estiró y descansó unos minutos más los músculos antes de volver a asir la cuerda. Izar al chico no fue problema. Era ligero como una pluma. Con cuidado de no hacerle daño en la boca del agujero le dio un último tirón, lo abrazó con suavidad y lo acomodó utilizando su mochila como almohada.

—Ya sé, tengo que adelgazar. —dijo Monique cuando finalmente estuvo arriba anticipándose al chiste y abrazándose a él— Gracias, de veras.

Con Monique ocupada el resto de la tarde en operar al chico, no le quedaba mucho que hacer. Oliva ya había terminado y estaba sentada en el catre bebiendo una cerveza y hablando con alguien por wasap.

Ray la saludó con un gruñido. A pesar de que necesitaba descansar no le apetecía estar en la tienda con la mirada de Oliva, que cada vez se mostraba más hosca y acusadora. Abrió la nevera y cogiendo un par de cervezas salió con Las Colinas de Komor a pasar  el rato y disfrutar de la puesta de sol.

El cielo que había estado casi despejado por la mañana, empezó a cubrirse con cirros. Aquellas nubes altas y plumosas le recordaban siempre las colas de las aves lira y cuando el sol empezó a bajar las tiñó con todo un abanico de colores que iban del dorado al violeta.

Aquel espectáculo le ayudó a aislarse de los problemas; de Oliva. de los muyahidines, de una relación que se iba poniendo más seria, pero a la que no le veía un futuro claro. Todo aquello quedó postergado y cuando el último rayo de sol se extinguió en el horizonte. Ayudándose de una linterna, comenzó a leer.

Capítulo 39. Armas y armaduras

Enarek

El viaje, además de apresurado fue agotador. Lo que podía haberse realizado relajadamente por vía fluvial hasta Kalash y luego remontando en Brock, debido a la premura de tiempo, tuvo que realizarse a caballo, a través de la gran meseta en una apresurada carrera contra el tiempo y el invierno que a aquella altura se adelantaba considerablemente. Afortunadamente solo una tormenta de nieve,  cerca ya de Puerto Brock les obligó a parar una semana.

Con la populosa ciudad ya a la vista, su escolta se retiró. Lo había discutido mucho con Manlock, pero al final había decidido que llegaría a Puerto Brock únicamente acompañada de media docena de palomas y si necesitaba algún tipo de protección la contrataría entre la gente del lugar para no llamar la atención. Aun así estaba preocupada por la cantidad de oro que llevaba en su bolsa y no estaría tranquila hasta que llegase a su destino.

Afortunadamente Manlock no había escatimado en gastos y le había dado lo que había pedido, con lo que tenía más que suficiente para establecerse en Komor sin levantar sospechas.

Lo primero que hizo al llegar a Puerto Brock fue abastecerse de mujeres, daba igual su procedencia, el mercado de esclavos, las calles o los prostíbulos. Lo importante era que fuesen jóvenes y bellas. Cuando terminó había gastado un nada despreciable porcentaje de su oro, pero a cambio tenía una buena selección de mujeres de todas las razas, todas bellas y de cuerpos voluptuosos y variados.

Aprovechando la abundancia de mercancías de aquel mercado se proveyó de ropa, afeites y perfumes y se unió a la primera caravana que partió con destino a Komor.

Durante el trayecto reunió a las chicas. Les enseñó muchos de los trucos que conocía para volver loco a un hombre y les dijo lo que quería exactamente de ellas, prometiéndolas que si cumplían, ella las protegería y les procuraría, dinero, joyas, exquisitos manjares, todo lo que una mujer podía desear.

De entre todas destacaba Azur. Era una esclava negra del otro lado del Mar del Cetro, según le había informado su vendedor. Su belleza unida a su exotismo hacían que tuviese puestas grandes esperanzas en ella, aunque nunca había practicado la prostitución y tendría que adiestrarla.

En la misma caravana tuvo la oportunidad de ponerla por primera vez a prueba.

Aquel día la etapa había sido corta y el campamento ya estaba formado a la puesta del sol. El esplendido día, caluroso y sin nubes había  llevado a una noche fresca e iluminada por una miríada de estrellas. La mayoría de los integrantes de la caravana se habían retirado para dormir, pero Iravak un rico mercader de la ciudad flotante no parecía tener demasiado sueño.

—Una noche espléndida, una lástima que no tenga aquí a mis concubinas. Odio tener que hacer estos viajes. —dijo el comerciante después de saludarla con una untuosa reverencia.

Enarek le miró arqueando una ceja extrañada.

—La verdad es que no suelo moverme de la Ciudad Flotante. Yo me dedico a comprar mercancías en Komor y venderlas en mi ciudad, pero normalmente uso agentes que se encargan de todo. Yo solo tengo que preocuparme de conseguir un buen comprador que multiplique mis beneficios y de que los agentes no me roben demasiado. —explicó al ver la cara de extrañeza de Enarek— Sin embargo  este año es distinto. Mis agentes no son capaces de conseguir ninguna mercancía en esa ciudad, especialmente alimentos.

—Ah sí, eso he oído. Creo que la cosecha de este año no ha sido demasiado buena. —comentó Enarek simulando no estar demasiado interesada en el tema.

—Bueno, —dijo el hombre haciendo girar los enormes anillos de oro que adornaban sus dedos cortos  y gruesos— eso es lo que los komorianos les dicen a mis agentes. Pero yo no contrato a mis chicos por su credulidad. Enseguida se han dado cuenta de que algo raro pasa. Por toda la ciudad se han construido estructuras de adobe, que están permanente vigiladas y a las que no han podido acercarse. Sospecho que son graneros en los que está almacenada la cosecha de este año.

—No sé, —replicó intentando seguir tirando de la lengua al mercader— ¿Qué interés podrían tener en hacer eso?

—Quizás aumentar el precio. Si consiguen crear una situación de escasez podrían aumentar artificialmente el precio. Por eso estoy aquí. Voy a ofrecerles un trato que no puedan rechazar, pero no estoy dispuesto a pagar de más. Por eso he venido, para negociar personalmente.

—¿Y por eso estás aquí, tan solo? —preguntó ella acariciando su perilla cuidadosamente afeitada y aceitada.

—Exactamente, la verdad es que el viaje se me está haciendo bastante pesado y pensaba que quizás tú o alguna de tus chicas podríais aligerármelo. Por supuesto, pagaré generosamente. —añadió dándose unos golpecitos a la bolsa, lo suficientemente fuertes para que Enarek pudiese oír el tintineo del dinero.

La mujer sonrió y le lanzó una mirada seductora.

—Es una oferta interesante y tengo exactamente lo que necesitas para calentarte esta noche, una mezcla de veteranía e inocencia. ¿Por qué no vas a tu tienda y te pones cómodo, mientras lo preparo todo. No me llevará mucho. —Enarek subrayó aquellas palabras con una caricia que recorrió la cabeza afeitada del mercader su barbilla y su prominente papada y terminó posando sus manos sobre su amplio pecho, haciéndole temblar de deseo.

El hombre se levantó tan apresuradamente como su corpulencia se lo permitía y se dirigió a su tienda mientras ella le observaba unos instantes divertida antes de dirigirse a su carromato, era la oportunidad perfecta para poner a prueba a Azur.

La joven esclava estaba tumbada sobre dos gruesas mantas de lana con la mirada dirigida al techo, ajena al parloteo de sus compañeras.

—Ven, acércate, Azur. Tenemos trabajo.

La joven se sobresaltó y temerosa se acercó a ella. Por la forma en que se movía sabía que estaba muerta de miedo.

—Tranquila, ya sé que es la primera vez, por eso he elegido a alguien muy especial para ti que pagara mucho dinero por tu inocencia.

Eso no pareció tranquilizarla, pero sabía que no tenía otra alternativa que obedecer así que dejó que Enarek la desnudara y le aplicare un aceite aromático por todo el cuerpo antes de vestirla con una diminuta braguita tejida con hilo dorado que a duras penas cubrían  su sexo mientras que el resto del torso lo cubrió con una prenda hecha de diminutas cadenillas de plata entre las que asomaban los pezones negros y grandes de la joven.

El aspecto era impresionante. El cuerpo de la joven, esbelto, con unos muslos potentes y unos pechos grandes y puntiagudos, brillaba  a la luz de los candiles como una estatua de azabache.

—Es una pena que no tengamos más tiempo, —le dijo apartando la abundante melena larga y espesa para verter unas gotas de perfume en el cuello y entre los pechos de la esclava— me hubiese gustado afeitarte ese pubis. Esta hecho un desastre.

Tras taparla con una capa oscura que le resguardaba del frío de la noche y de miradas curiosas Enarek se dedicó unos segundos. Lo suyo no era problema siempre estaba preparada. Su maquillaje estaba perfecto y solo cambió el discreto traje de viaje por un vaporoso vestido de seda blanca que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel recordándola que aun tenía un cuerpo bello y seductor.

Se recolocó unos instantes los pliegues y cogiendo a la esclava por a mano se dirigió al encuentro de Iravak.

—Tú tranquila, —le dijo justo antes de entrar en la tienda del mercader— déjate llevar y te gustará más de lo que esperas. Ahora sonríe y adelante.

Más que una sonrisa era una mueca, pero eso fue suficiente. En cuanto Iravak la vio empezó a salivar como si estuviese observando un delicioso asado de faisán.

La tienda, a pesar de no ser muy grande, estaba espléndidamente adornada con espesas alfombras de lana, pieles de ónyx y buey de las nieves. Iravak estaba tumbado sobre cojines de seda, desnudo, exponiendo ante ellas un cuerpo macizo y pesado.

La polla del mercader, ya erecta por la expectación y de respetable tamaño, hizo que la joven se apretase más contra ella temblando de miedo.

—Iravak, esta es Azur. Es la hija de un príncipe del otro lado del Mar del Cetro. Y ahora está aquí para serviré a ti.

El hombre sonrió y las observó con una mirada ansiosa, pero no se movió de su sitio pendiente de los movimientos de las dos. Enarek sabía perfectamente cómo hacer que aquel hombre se volviese loco de deseo aun por aquella joven esclava inexperta.

Cogiendo a Azur por el brazo la obligó a girarse hacia ella y Enarek le acarició la mejilla con suavidad. Los gruesos labios de Azur temblaron tan deliciosamente que no pudo evitar acercar los suyos y besarlos con suavidad. La joven se quedó rígida y dejó que recorriese su barbilla con la lengua y le chupase y mordisquease el cuello.

Abrazándola con suavidad se agarró a su culo y empezó a mecerse sin dejar de besarla y acariciarla hasta que por fin la joven se relajó y empezó a devolverle las caricias. Las manos de la esclava, suaves y de dedos largos y finos se cerraron en torno a los pechos de Enarek y los pellizcaron suavemente.

Enarek soltó un quedo gemido y besó a Azur de nuevo. Esta vez la joven respondió y le devolvió el beso. Sus lenguas se juntaron, la joven aun sabía a la naranja que había estado comiendo justo antes de que fuese a buscarla. Poco a poco sus besos se hicieron más urgentes y profundos y Enarek aprovechó para deslizar la mano por dentro de la braguita de la esclava mientras veía con el rabillo del ojo como el comerciante se removía  entre los cojines y se acariciaba su enorme miembro.

Al sentir el contacto en su sexo, Azur en vez de ponerse rígida, soltó un largo gemido y se frotó contra sus dedos ansiosa. Enarek apartó las cadenillas para chupar los grandes pezones de la esclava a la vez que la penetraba con los dedos todo lo que el himen de Azur le permitía.

Dándose un respiro cogió a la joven por el brazo le quitó la braguita y la obligó a tumbarse frente a su cliente justo a un metro de distancia. Poniendo unos cojines bajo el torso de la joven para que esta pudiese mirar a Iravak a los ojos, comenzó a besar y acariciar las piernas oscuras y torneadas de la joven a medida que las abría. Permitiendo al mercader observar el sexo rosado y tumultuoso que destacaba como una flor en la oscuridad de la selva que conformaba el vello que cubría su pubis.

Desplazando sus manos las dirigió al interior de sus muslos e inclinándose le dio un rápido lametón en el clítoris. Azur se estremeció y gritó agitando su abdomen ansiosa. Otro lametón y otro nuevo grito. Azur había cerrado los ojos y se estrechaba sus pechos gimiendo con fuerza ante cada beso y caricia que depositaba en su vulva hinchada y ansiosa.

En ese momento Enarek le hizo una a seña a Iravak para que se acercase. A gatas, como un oso merodeando un tarro de miel el hombre se acercó con la polla colgando totalmente erecta.

Enarek recibió su beso largo y sucio que sabía a vino especiado antes de separar un poco más las piernas de su joven esclava e invitarlo a tomar aquel cuerpo inocente y juvenil.

El hombre no se hizo esperar y se acomodó entre las piernas de la joven. Con una sonrisa ansiosa se cogió el miembro y golpeó el sexo de la joven con violencia haciendo que esta se retorciese de placer, mientras Enarek le acariciaba los huevos y el ano.

Cuando el hombre terminó de frotarse contra la piel oscura y brillante de Azur se cogió la polla y se la introdujo poco a poco disfrutando de la virginal estrechez de aquel coño. La joven gimió y pegó un grito cuando Iravak desgarró su himen.

Enarek se apartó dejando a Azur el protagonismo y se acomodó entre cojines. La verdad era que el ver aquella enorme polla había despertado su deseo, hacía mucho tiempo que no tenía una herramienta como aquella entre sus piernas.

Apartando la falda del vestido abrió las piernas y comenzó a masturbarse con suavidad mientras observaba como aquel hombre montaba a Azur con una suavidad y una ternura insospechada. La joven esclava se agarraba al hombre con desesperación recibiendo sus embates  gimiendo cada vez más excitada.

Tras un par de minutos el hombre se giró y dejó a Azur sobre él. La joven era la pura visión de la lujuria cabalgando al mercader, jadeante, con su cuerpo cubierto de sudor.

Cuando se dio cuenta, Enarek estaba apuñalándose el coño con los dedos. Mientras tanto Azur se había inclinado y sin dejar de mover sus caderas permitía que el hombre le chupase los pezones con glotonería.

No podía contenerse más y quitándose el vestido se acercó a la pareja. Sin pedir permiso se sentó sobre la cara del cliente frente a frente con Azur. La lengua de Iravak se introdujo en su sexo y su joven esclava ahogó el gemido que pugna por escapar de su garganta con un largo beso.

Cogiendo a Azur por el cuello siguió besándola mientras ambas saltaban sobre el mercader que se agarraba a culos y piernas con evidentes muestras de placer.

Azur, dominada por una intensa lujuria comenzó a saltar con violencia una y otra vez mientras Enarek le estrujaba los pechos resbaladizos y brillantes de sudor. En pocos segundos la joven empezó a agitarse con frenesí presa de un intenso orgasmo.

Apartando a la joven de un empujón Iravak puso a Enarek a cuatro patas y la penetró de un solo golpe. La mujer gritó de placer al sentir como aquella enorme porra colmaba y electrizaba su  sexo y su cuerpo. A pesar de su gordura aquel hombre se movía con sorprendente violencia.

Cogiéndola por el pelo la obligó a erguirse, le amasó los pechos y le lamió el cuello con lascivia. Tras servirse a gusto, la soltó y agarrándose a sus hombros la arremetió como un loco. El orgasmo la asaltó arrollador como una tempestad cortando hasta su respiración mientras Iravak se apartaba y eyaculaba sobre Azur. La esclava contempló aun excitada los chorros de semen destacando sobre su oscura piel y mirando a su cliente  sonrió, recogió uno de aquellos chorros con un dedo y se lo llevó a la boca. Aquella chica tenía madera.

Gazsi

—¡Arriba haragán! —la voz de Albert era como un trueno y como este  lo único que presagiaba era tormenta.

Jurando y renegando se levantaba de la cama. La cama era su único privilegio. Como su lugarteniente Albert le había adjudicado una habitación al fondo de la casa, la más fría y húmeda con una sola puerta que daba a la laguna.

Se erguía y todos sus huesos crujían. Ya había perdido la cuenta de los días. Solo sabía que el frío viento del norte que presagiaba el invierno se había levantado aquella semana. Aquella campiña no tardaría en cubrirse de nieve. Mientras tanto la rutina era siempre la misma.

Mientras el resto trabajaban en el improvisado campamento, que ya casi tenían preparado para el invierno, Albert y él corrían por la ribera de la laguna durante hora y media antes de ingerir un rápido desayuno.

Después le esperaba otra hora de esgrima y lucha cuerpo a cuerpo. Hasta el día que se enfrentó por primera vez a ese hombre creía que su padre le había procurado los mejores profesores de esgrima. Tras cada sesión invariablemente acababa con el cuerpo lleno de magulladuras, lo que se unía al cansancio de la carrera para hacer que a mediodía ya se sintiese derrotado.

Pero con el paso de las semanas aquello había cambiado. Sus carnes se habían derretido como el sebo de una vela hasta descubrir un cuerpo ancho y compacto capaz de resistir cualquier abuso y hábil luchando con la espada y las manos.

Mientras él hacia un corto descanso, Albert marchaba con los reclutas y él corría otra hora y media antes de reunirse todos y comer juntos en el campamento. Con ellos Albert había tenido más paciencia y había esperado a que sus cuerpos se fuesen recuperando.

Cuando terminaban de comer se dividían en dos grupos. El se encargaba de un grupo y hacía instrucción y enseñaba lucha cuerpo a cuerpo y Albert tiro con arco y tácticas básicas de infantería al resto.

Al final de aquellas jornadas había dividido la tropa en tres grupos de unos ochenta hombres cada uno.

La infantería la puso a las órdenes de Hlassomvik, que resultó ser uno de los pocos que había recibido algún tipo de instrucción y al contrario de lo que parecía, además de bruto era bastante astuto.

Lo arqueros los puso a las órdenes de Sardik que demostró ser bastante certero con el arco.

El tercer grupo, un poco más pequeño, era  el dedicado a habilidades "especiales" y lo había puesto a las órdenes de Amara.

Los veinticinco restantes, los más viejos o que tenían alguna tara eran los encargados de mantener el campamento en funcionamiento, cocina, limpieza, etc..

Después de un par de horas en los que todos hacían de todo, se dividían en grupos y realizaban un entrenamiento más especifico.

En ese momento era cuando Albert se dedicaba más al grupo de Amara y él se encargaba con la ayuda de los jefes de grupo del adiestramiento de los otros dos.

Cuando terminaban, poco antes del ocaso, todo el mundo estaba extenuado. Cenaban rápidamente y en poco segundos caían dormidos en improvisados jergones hechos de paja.

Ellos dos, sin embargo, no habían terminado. No había descanso para él hasta que no despachaba con Albert informándole de todos los avances de los reclutas así como de cualquier incidencia que se hubiese producido.

Cuando finalmente se tiraba en la cama tardaba tan poco en dormirse que ni siquiera se acordaba de pensar en Neelam. Lo único que deseaba era dormir una semana seguida.

Pero aquel día fue diferente. Gazsi despertó al amanecer esperando que los gritos de Albert lo sacasen de la cama, pero no llegaban. Sin saber muy bien por qué se levantó y comenzó a hacer ejercicios mientras esperaba a que Albert apareciese.

Albert

Con una sonrisa de satisfacción vio como Gazsi ya le esperaba haciendo ejercicios de esgrima con su espada. Al verle llegar dejó lo que estaba haciendo y poniéndose firme le saludó. Albert le devolvió el saludo antes de dirigirse a él.

—Muy bien, soldado. Confieso que me has sorprendido. Creí que estarías en la cama durmiendo o haciéndote una paja, pero parece que he hecho algo de ti, incluso creo que hasta estás un poco orgulloso de ti mismo. —dijo con una mirada divertida— ¿Qué tal si me demuestras lo que has aprendido?

Inmediatamente, ante la mirada aburrida de Cuchilla, Albert desenfundó su espada con el tiempo justo de rechazar el primer mandoble. El chico se había endurecido y su esgrima que no era malo antes de conocerle, ahora era bastante rápido y certero, aunque no los suficiente como para llegar a tocarle.

Con dos golpes rápidos rechazó la espada de Gazsi y le lanzó un par de golpes blandos a la derecha para tantear sus reflejos antes de fintar a la izquierda simulando dejar la guardia baja. Gazsi se lanzó creyendo que ya lo tenía, pero Albert lo esquivó dejando que pasase a su lado poniéndole la zancadilla y dándole un doloroso y humillante golpe en la espalda con el plano de la espada que dio con el chico en el suelo.

Cegado por la ira Gazsi se levantó y embistió de nuevo, esta vez sin tomar ningún tipo de precaución, con lo que acabó de nuevo en el suelo, con la espada de Albert pegada a su cuello.

—Nunca pierdas la cabeza. Un soldado que se olvida de lo que está haciendo y convierte una batalla en algo personal, ya está derrotado. —le dijo ayudándole a levantarse— Recuérdalo, la cabeza siempre fría. Solo pensando puedes salir de situaciones desesperadas. Ahora, sígueme. Hoy tenemos excursión.

Cuando llegaron al campamento lo encontraron por fin terminado. Al pie de un gigantesco roble los reclutas habían construido dos barracones para dormir y otro que servía de cocina y comedor. La construcción era basta pero uno de los más ancianos había sido carpintero y sabía lo suficiente para poder encajar la madera sin dejar rendijas con lo que habían resultado lo bastante acogedores para mantener a sus inquilinos calientes.

El techo no le parecía tan adecuado. Evidentemente no sabían la cantidad de nieve que podía acumularse en la llanura y supuso que pasarían buena parte del invierno retirándola del tejado. Bueno, un poco de ejercicio no les vendría mal.

El interior era limpio y ordenado con las literas adosadas a ambos lados de la pared y un amplio pasillo que las separaba.

—¡Firmes!

Todos los presentes dejaron lo que estaban haciendo y se colocaron a los pies de sus respectivas literas esperando órdenes. Albert pasó revista y le dijo a Gazsi que hiciese lo mismo en el otro barracón y que luego los sacase fuera.

Volviéndose a los reclutas los observó con atención. Todos habían engordado y parecían bastante satisfechos de estar allí. Intercambió palabras con algunos y reprendió a otros por tener el pelo demasiado largo o ajustarse más alguna de las partes del uniforme antes de sacarles del barracón a gritos.

Fuera ya le esperaba Gazsi con los hombres en perfecta formación. Detrás de él el resto de los hombres se les unieron.

—Muy bien, ahora, cualquiera que os viese podría confundirse y creer que sois una tropa. —dijo en voz lo suficientemente alta para que todos escuchasen— Estoy casi satisfecho con vosotros. Habéis mejorado bastante y esos buchinches a los que llamáis barracones no son del todo inhabitables.

Una sonrisa de orgullo se vio en el rostro de algunos, eso era bueno. De nada servía que les convirtiese en soldados si no podía recuperar su moral. Los miró con detenimiento a la luz del mediodía inspeccionando cada rostro con atención mientras los jefes de grupo se acercaban a él para darle el informe diario, básicamente que no había nada que informar.

—Muy bien, aun os falta algo muy importante para convertiros en soldados. Hasta ahora habéis practicado con arcos de caza y con palos y piedras, pero eso se va a acabar. Hoy vamos a ir por vuestras armas.

Un rumor de aprobación recorrió las filas.

—En cuanto os las confíe, espero que durmáis y viváis para ellas. Que las abracéis con cariño y compartan vuestro lecho. Cualquiera que las manipule con ligereza o no las mantenga en perfecto estado será duramente castigado. ¡Recordad siempre que vuestra arma es vuestra mejor amiga! ¡ Vuestra amante! ¿He sido claro?

—¡Si, señor! —contestaron todos los reclutas al unísono.

—Muy bien, ahora en marcha, en fila de a tres. ¡Seguidme! ¡El que se quede atrás sentirá las caricias de Cuchilla en sus pelotas!

Sin darles tiempo a rechistar echó a correr por el camino que llevaba a Komor. Los hombres suspiraron y salieron  detrás de él.

El día era uno de esos espléndidos días de otoño, con un amanecer fresco que enseguida el sol caldeaba. La luz se reflejaba en las pocas hojas que quedaban en los arboles a punto de desprenderse de las ramas. De vez en cuando un soplo de aire agitaba esas mismas ramas y la tropa se veía envuelta en una especie de torbellino ambarino recordándoles que el invierno estaba a la vuelta de la esquina.

A pesar de que impuso un buen ritmo, todos, incluso los más mayores aguantaron sin quejas quizás porque veían merodear al ónyx por aquí y por allá a la busca de presas. De vez en cuando lo llamaba y este acudía de dos saltos a su lado esperando una caricia o un trozo de cecina.

Tras dos horas hicieron un descanso. Gazsi se encargó de hacer un recuento y ordenar el reparto de un poco de agua y unos trozos de empanada antes de partir de nuevo. El trabajo que había hecho con el chico saltaba a la vista. No solo mantenía el paso con facilidad sino que se preocupaba por los hombres y les vigilaba, dejándose caer de vez en cuando. Al contrario de lo que esperaba, estaba aprendiendo lo que representaba la responsabilidad del mando.

Mientras volvían a trotar se adelantaron un poco y le preguntó:

—¿Qué opinas de ellos? ¿Crees que están preparados?

—Esa es una pregunta difícil, hasta que no entren en batalla no lo sabremos con seguridad. Lo que sí puedo afirmar es que actualmente superan en aptitudes a cualquier batallón del ejército regular.

—Estoy de acuerdo, —asintió Albert— esos hombres tienen más determinación. Sé que se enfrentarán sin dudas al enemigo, no como los hombres que Aloouf está entrenando apresuradamente. La mayoría no han tenido que luchar por abrirse paso en la vida. Esperemos que aguanten al ejército samario.

—Lo que no entiendo es qué quieres hacer exactamente con nosotros.

—Hace tiempo que esperaba esa pregunta. —respondió Albert— ¿Qué harías tú?

—Crearía grupos de aproximadamente quince o veinte hombres y los usaría para apuntalar las compañías de Aloouf para vertebrarlas y darles consistencia. —dijo Gazsi convencido.

—No es mala idea, pero así solo retrasarías lo inevitable. Sabes perfectamente que ellos son demasiados. Yo pretendo ganar la guerra, no ganar tiempo.

—¿Con solo doscientos cincuenta hombres? —le preguntó Gazsi sorprendido— Eso es imposible.

—Dime, ¿Cuántas posibilidades había de que un desconocido le levantase la prometida  al hijo del mercader más poderosos de Komor? —preguntó con evidente malicia.

—Ya veo, nada es imposible. —respondió Gazsi fastidiado.

—Animo, chico, —dijo dándole un buen golpe en la espalda— la suerte favorece al hombre preparado y cuando termine esta guerra te aseguro que te  podrás frotar contra el chocho que desees.

—Espero que tengas razón no me gustaría acabar quemando incienso y repartiendo bendiciones en nombre de los dioses del bosque.

—¿Eso era lo que te prometió tu padre si no te alistabas conmigo? —rio Albert— Ahora me explico porque viniste de tan buena gana.

Ambos rieron y siguieron corriendo y Albert sintió por primera vez que corría una ola de camaradería entre ellos. Detrás, los hombres habían empezado a cantar una canción tan soez como imaginativa y sin preocuparse por desafinar se unió a ellos con satisfacción. Aquella banda se parecía cada vez más al pequeño ejército que había proyectado.

Amara

Trotaba a buen ritmo al lado de los otros dos jefes de grupo. Nunca habría sospechado que iba a acabar siendo una soldado. Al principio no entendía qué era lo que Albert había visto en ellos para saber que no intentarían salir corriendo en cuanto se sintiesen libres, pero poco a poco lo había descubierto. Había cogido un puñado de personas heridas, famélicas y totalmente destruidas psicológicamente, las había curado, les había dado un objetivo y les había dado el orgullo de pertenecer a un grupo selecto de soldados.

Además jamás habían visto un soldado parecido, ni siquiera Hlassomvik que provenía de un estado eminentemente guerrero había visto a alguien que manejase la espada con tanta habilidad. Por si fuera poco era igualmente bueno transmitiendo sus conocimientos y detectando y explotando las habilidades de cada uno.

Incluso aquel gilipollas de Gazsi había mejorado y había aprendido a no tratarles con desprecio, ganándose la estima de todos al aceptar sus debilidades y entrenarse con todos los demás en las tareas que no dominaba.

La única duda que tenía era si sería capaz de matar a una persona cuando se viese frente a frente. Ella estaba casi segura de que sí, pero la cuestión era si dudaría. Si lo hacía, probablemente le daría la oportunidad al enemigo a matarla.

—¿Crees que vamos a Komor? —preguntó Hlassomvik interrumpiendo sus pensamientos— Hace una eternidad que no echo un polvo.

—Yo que tú no me haría muchas ilusiones. Si fuese el capitán no os dejaría ni acercaros. —respondió ella.

—Amara tiene la razón. Todavía no nos lo hemos ganado. No muy lejos de aquí hay una forja. El herrero que la lleva tiene una fama legendaria forjando armas. Espero que las armas procedan de él. —intervino Sardik.

Sin añadir nada más continuaron corriendo. Amara miró un instante a Sardik, aquel hombre la interesaba. Hablaba muy poco, pero cuando lo hacía sabía lo que decía. Su rostro elegante y afilado, con una perilla cuidadosamente recortada no ocultaba la oscuridad y tristeza que expresaban sus ojos. Quizás por eso le atraía tanto.

Pronto llegaron a una bifurcación y Albert les guió por un pequeño camino hasta la forja de la que había hablado Sardik. Un anciano delgado y de aspecto enérgico inmaculadamente vestido salió a recibirles mientras formaban en el patio.

Tras saludar a Albert y a Gazsi y darle una golosina a Cuchilla, dirigió su mirada hacia ellos. Sintió que aquella mirada intensa los escrutaba y los analizaba uno a uno. Sardik se estremeció incómodo a su lado.

—Bonita colección has reunido. —dijo el herrero a Albert— Espero que hayas acertado en tu elección.

—Descuida. Los conozco, estos son los hombres que Komor necesita.

—Bien, pero para que te sean útiles necesitarán armas. Orkast cumplió lo prometido con creces y ha traído ochenta arcos y un par de cientos de ballestas de mano, además de armaduras de cuero tachonadas, bastante mejores de lo que esperaba.

—No desesperes, Gazsi. —dijo Albert socarrón — Tu padre aun desea que salgas vivo de esta.

Gazsi no dijo nada, pero se le notaba aliviado al ver que su padre había cumplido sus promesas. Tras charlar un par de minutos, los tres se internaron en la forja junto con los tres jefes de grupo para salir cada uno con un brazado de espadas.

A continuación se produjo la elección de las espadas. Los primeros fueron los jefes de grupo. Hlassomvik eligió un enorme espadón  y  empuñándolo con las dos manos,  lo volteó con aire satisfecho.

Sardik se decantó por una espada más pequeña, de hoja curva, ligera y manejable, ya que su arma principal era uno de los flamantes arcos compuestos que le había enviado el padre de Gazsi.

Amara eligió una espada corta, un poco más larga que una daga, que le diese libertad de movimientos ya que su grupo estaba destinado a utilizar la sorpresa y no la fuerza para conseguir su objetivo.

El resto de los reclutas eligió siguiendo casi siempre el ejemplo de sus jefes. La infantería con armas pesadas y letales, los arqueros con armas ligeras y la tropa de amara con armas letales a corta distancia.

Cuando hubieron terminado Albert y Gazsi les guiaron en una serie de ejercicios para acostumbrase a sus nuevas armas y hubo algunos cambios entre reclutas hasta que finalmente todos estuvieron satisfechos.

Aselas los observó evolucionar con atención. Pareció francamente sorprendido de el nivel que habían alcanzado y felicitó a Albert. Finalmente pudieron descansar y se reunieron grupos entre los que el herrero fue repartiendo embutidos y pan para que comiesen algo.

Cuando terminaron, todos se tumbaron a descansar, pero ella estaba demasiado nerviosa así que se paseó por la forja llevada por la curiosidad. ¿Cómo un hombre tan anciano podía haber hecho sin ayuda tal cantidad de armas de aquella calidad en tan poco tiempo?

En ese momento vio que el herrero estaba agachado en una esquina de la forja.

—Pasa, —dijo el hombre sin asomar la cabeza— puedes echar un vistazo por donde quieras.

Amara no pudo evitar sobresaltarse al verse sorprendida. El anciano se incorporó y se acercó mientras la inspeccionaba de arriba abajo. Sus ojos profundos y escrutadores parecieron penetrar profundamente en su alma haciéndola sentirse desnuda.

—Eres una mujer interesante. Tú sola entre dos centenares de hombres y no pareces afectada por ello. —dijo Aselas.

—¿Por qué habría de estarlo? Ellos no son peores que yo. —respondió con suficiencia.

El hombre respondió con una carcajada y le palmeó el hombro.

—Ahora entiendo por qué Albert confía tanto en ti. Eres probablemente su mejor fichaje.  Si cumples con él, él cumplirá contigo y podrás volver a ser libre.

El hombre sonrió, pero se mantuvo enigmáticamente en silencio mientras ella observaba las máquinas de la forja. Se le pasó por la cabeza preguntarle al anciano, pero en el fondo no necesitaba hacerlo, aquel hombre era algo más que un simple herrero.

—Ahora que tu curiosidad ya está satisfecha, ¿Puedes ayudarme con esto? —le pidió el anciano alargándole una armadura un tanto extraña.

Amara cogió las placas de acero. Eran sorprendentemente livianas. Antes de que pudiese preguntarse para quién serían el herrero salió a toda velocidad y lanzó un silbido muy similar al que emitía Albert al llamar a Cuchilla.

El ónyx salió de entre unos arbustos donde estaba agazapado y de dos saltos se colocó frente a Aselas mirando al anciano con curiosidad, como si estuviese preguntándose porque no era Albert el que había emitido aquel sonido.

—Está bien, pequeño. —le tranquilizó el herrero acariciando su hocico.

El gato emitió una especie de ronroneo sincopado y se sentó. Fue entonces cuando Aselas cogió dos de las placas de la armadura y tras ponérselas en el dorso y el vientre las ajustó con unas correas. El gato rugió y se miró sorprendido, pero no intentó desembarazarse de ella ni atacar al herrero.

A continuación le colocó otra pieza que protegía su pecho y una más rodeada de aguzadas púas en el cuello.

Cuando terminó , el aspecto del animal era aterrador. La armadura se ajustaba perfectamente a sus movimientos y no parecía molestarle lo más mínimo. Además el anciano la había pintado con tanta habilidad que a unos pocos metros de distancia prácticamente no se distinguía de su pelaje.

Tras chascar la lengua con satisfacción el anciano cogió la última pieza. Una placa que cubría la parte frontal de la cabeza de felino y sus mejillas a modo de yelmo. El ónyx rugió mostrando sus enormes caninos a todos los presentes, a continuación pegó un salto y dio un corto sprint acercándose a Albert, que lo observó divertido.

El sol ya se estaba poniendo y aun tenían que volver a casa. La elección de las armaduras tachonadas fue mucho más rápida ya que eran todas prácticamente iguales. En cuanto estuvieron listos Albert le dio las gracias a Aselas y salieron a la carrera.

En cuanto llegaron a la bifurcación Albert le dijo algo a Gazsi y este conteniendo una sonrisa de satisfacción saludó antes de salir corriendo en dirección a Komor.

—Al final alguien va a tener su polvo. —masculló Hlassomvik mirando con fastidio como el chico desaparecía en una curva del camino.

—Hlassomvik, ¿Algún problema? —le preguntó Albert al sorprenderle haciendo signos de negación con la cabeza.

Se acercó al gigantón y le miró fijamente unos segundos antes de retrasarse un par de pasos y dirigirse a todos los reclutas.

—Supongo que como vuestro amigo Hlassomvik, algunos pensaréis que es injusto que el teniente Gazsi se haya ido a Komor, pero voy a dejar claras un par de cosas:

—Independientemente de que aun sois reos a prueba y que nadie en Komor querría veros asomando la nariz en su ciudad, ¡Esto no es una asamblea! ¡Esto es el ejército! Y el deber de un soldado no es someter a juicio las decisiones de un superior. Si sentís añoranza solo tenéis que renunciar y Aramok estará encantado de volver a  acogeros en sus estancias. Tengo entendido que está ansioso por volver a ocuparlas con desgraciados como vosotros. ¡Ahora en marcha! ¡Paso ligero!

Capítulo 40. Noticias

Orkast

Esperaba verlo algo cambiado, pero cuando vio aparecer a su hijo en la puerta casi no lo reconoció. Y no era solo porque en aquella semanas había perdido cerca de veinte kilos sino que la forma en la que le miraba era distinta. No era la típica mirada entre temerosa y desafiante, típica de un niño. Ahora era la mirada franca de un hombre. Tenía que reconocerlo aunque le picase, pero Albert había hecho un trabajo excelente con Gazsi.

Puede que hubiese perdido la oportunidad de obtener Amul, pero hacer de su hijo un soldado y un hombre puede que fuese igual de bueno. Si la guerra con Samar terminaba con una victoria no dudaba que tanto él como su hijo tendrían nuevas oportunidades de hacer fortuna.

Con una sonrisa se acercó a su hijo y le dio un fuerte abrazo. No sabía por qué, pero a pesar de todas las putadas que le había hecho a lo largo de su vida, era al hijo que más quería y entendía su rebeldía al ser un hijo segundón sin muchas perspectivas en su vida.

—¡Qué sorpresa! Te veo estupendo, hijo mío. ¿Qué tal te ha tratado ese cabrón? —dijo mientras conducía a su hijo al comedor— Me lo tienes que contar todo mientras picamos algo antes de la cena.

—Yo también me alegro de verte, padre. —dijo su chico mientras le seguía por el suntuoso pasillo.

Se sentaron a la mesa y con solo dos palmadas convocó a un par de esclavas que enseguida comenzaron a servir aceitunas, dátiles, naranjas y un surtido de embutidos.  Mientras comían algo charlaron y Gazsi le contó a grandes rasgos en que había consistido hasta ahora el entrenamiento y lo que habían avanzado todos.

De no ser porque era su hijo el que se lo contaba, no hubiese creído que Albert hubiese conseguido convertir aquella banda en un pequeño ejército, al parecer tan bien o mejor entrenado que el del propio Komor.

—¿Os ha contado  cuáles son los planes que tiene para vosotros? —le preguntó a su hijo.

—No ha dicho absolutamente nada. —respondió Gazsi— Ni siquiera sé si tiene un plan. Lo único que puedo decirte es que nos ha dividido en tres pequeños pelotones, uno de infantería, otro de arqueros y un último que no sé muy bien su función, solo sé que en él están los más rápidos y ágiles.

—Interesante, pero no me dice gran cosa.

—Sobre todo porque luego a todos nos obliga a dominar no solo las disciplinas que se suponen tendrán que usar en su grupo, sino que también deben saber desenvolverse aceptablemente en las demás.

—Creo que el objetivo de momento es tener una tropa que sea adaptable. —le explicó a su hijo pensativo— Cuando tengáis los caballos, podréis cumplir prácticamente cualquier misión aunque sigo sin imaginar cual puede ser. Esperemos que Aselas no esté equivocado con él porque nos jugamos mucho.

—Sé qué crees que ese viejo está senil, pero yo creo que está en plenas facultades. Solo tendrías que ver las armas que ha fabricado para Albert, incluso ha hecho una armadura para el gato ónyx de Albert.

—¿Ese cabrón a domesticado un gato ónyx? —aquello sí que era el colmo.

—Atiende a sus órdenes como un gatito. Es increíble.

—¡Ja! Ahora entiendo cómo ha podido contigo. —dijo dándole un puñetazo en el hombro a su hijo .

Gazsi le miró un poco hosco, pero enseguida volvió a controlarse. Mostrando un respeto por él que nunca jamás había visto en el chico.

—Y Aloouf ¿Cómo le va a él? —preguntó Gazsi.

—Lo único bueno es que hemos conseguido reclutar el número de soldados que nos habíamos puesto como objetivo y están todos convenientemente armados. Pero me temo que no es tan fácil dirigir un ejército de nobles presuntuosos al frente como tu pequeño destacamento. Cada uno de los nobles quiere dirigir los hombres que aporta como si fuesen suyos así que el bueno de Aloouf se ve inmerso en continuas discusiones que solo el barón es capaz de zanjar, así que el entrenamiento se está retrasando y los hombres no están avanzado demasiado, aunque aun hay tiempo.

—¿Y Jaggar?

—Tú hermano mayor está bien. Creo que dejar los papeles y las discusiones con los caravaneros y hacer un poco de ejercicio al aire libre le ha sentado bien. Pero me temo que no podrás verle, esta semana esta de maniobras con la caballería.

—Hablando de caballería, por eso he venido. Albert me ha pedido que le enviéis los caballos prometidos lo antes posible. Dice que necesita entrenar a los hombres.

—Aun no los hemos conseguido todos, pero le enviaremos suficientes para que vaya empezando.

—Padre... —le dijo su hijo mirándole con un ligero toque de reprobación.

—No me mires así, por favor. Tendremos sus animales. No lo dudes. Pero no es tan fácil conseguir monturas de calidad en estos tiempos. —se justificó.

—Es lo que me dijo Albert que dirías. —replicó su hijo fastidiándole— Y por eso dice que para compensarle le conseguirás media docenas de cuervos crestados.

—¡Joder! ¿Sabes lo que cuesta cada uno de esos bichos?

—También me dijo que dirías eso, —le fastidió su hijo de nuevo— pero dice que son imprescindibles para mantener la comunicación con Komor.

Los cuervos crestados eran los pájaros más preciados a la hora de enviar mensajes. Al contrario que las palomas que solo sabían volver a su palomar. Los cuervos crestados, si eran obtenidos jóvenes, adquirían tal empatía con sus cuidadores y eran tan inteligentes que sus amos podían mandarles a cualquier lugar siempre que les indicasen unos puntos de referencia claros para alcanzar su destino.

A pesar de que se criaban en el Bosque Azul y eran bastante abundantes, debido a su astucia eran difíciles de capturar y por eso cada uno costaba casi como un buen esclavo.

—Le llevarás cuatro y que se arregle. No me puedo permitir más gastos. Te recuerdo que este año no ha habido apenas ingresos.

La hora de la cena llegó y al entrar su esposa se abalanzó sobre su hijo y le cubrió de besos y alabanzas. Esperando que dos horas con él no destruyese las semanas de trabajo de Albert se sentaron todos a la mesa y cenaron con apetito.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una cena. Con sus otros dos hijos en el ejército y sus hijas casadas, la casa de Orkast se había convertido en un lugar solitario. No quería reconocerlo, pero echaba de menos a su hijo. Por un instante se le pasó por la cabeza hablar con el general para que le hiciese un hueco en el ejército, pero Albert ya había demostrado que sabía lo que hacía y estaba seguro de que a Gazsi no le costaría destacar entre aquel grupo de desharrapados.

En el fondo  esa era la esencia de la vida. Al final había que dejar a los hijos huir del nido y forjarse su propio camino.

—Bueno, hijo. Ha sido una grata sorpresa tenerte aquí aunque sea solo por unas horas, pero yo tengo que retirarme a mi despacho. Aunque la cosa ha bajado mucho, aun tengo negocios que atender.

—Lo entiendo, padre. Yo creo que aprovecharé la noche libre. —dijo su hijo con una sonrisa.

—Adelante, diviértete. —dijo dándole una bolsa de monedas— Hay un nuevo prostíbulo y puedo asegurártelo, sus chicas son extremadamente hermosas. La mayoría se pirran por una joven esclava negra, pero yo prefiero la madame, rubia, con el cuerpo lleno y voluptuoso de una mujer madura, pero firme como el de una jovencita y siempre con un sarta de perlas colgando de su cuello. La manera que las muerde mientras te la follas te pone a cien.

—No sé. Probablemente vuelva la Casa de los Altos Placeres. La verdad es que me gustaría volver a follarme a Esmira. Y ahora que me has lo has contado, tengo curiosidad por ver cómo lleva esa vieja urraca de Dolunay lo de tener competencia.

Ambos rieron imaginando como aquella gorda avariciosa estaría contando el dinero que dejaba de ganar. A pesar de todo, aquella mujer era peligrosa y no se quedaría quieta. Intentaría tirar de influencias para deshacerse de la competencia.

—Muy bien, hijo. Haz como te plazca. Mañana al mediodía tendrás preparados los caballos y los cuervos y te dejaré unos esclavos para que te ayuden a llevarlos.

Tras despedirse afectuosamente de su hijo se dirigió a su despacho. Le hubiese gustado ir con su hijo y disfrutar de Esmira de nuevo, pero tenía cosas urgentes que hacer entre ellas dar órdenes para reunir los caballos prometidos.

No le gustaba tener que hacerlo. No le gustaba darle tanto poder a aquel aventurero desconocido, pero Orkast sabía cuando ceder en algo para no perderlo todo. Su instinto cada vez le gritaba más alto que aquel desconocido era la solución a los problemas de Komor y a lo largo de los años había aprendido a confiar en él. Eso no quería decir que hubiese descartado vengarse, simplemente esperaría el momento adecuado. Tarde o temprano la oportunidad llegaría y no la desaprovecharía.

Manlock

¡Malditas sabandijas! Lo sabía. Aquellos perros no habían tenido una mala cosecha, simplemente se había limitado a retirarla del mercado y almacenarla en silos dentro de las murallas de la ciudad.

La paloma de Enarek había llegado aquella mañana con la noticia. También decía que había llegado bien a Komor y que había establecido el negocio. Si de algo estaba convencido era de que un ejército ocioso solo se podía aplacar con mujeres, mientras más viciosas mejor. Enarek había sido astuta. Pronto tendría una red entera de involuntarios informantes.

El problema era que el número de palomas que llevaba encima era finito y tendría que ser muy selectiva a la hora de enviarle las noticias. Un buen mago le hubiese resultado extremadamente útil, pero en aquella época en la que las escuelas de magia estaban mal vistas eran escasos y no tenían ni una quinta parte del poder que los antiguos. Los únicos dos que tenía a sus órdenes apenas podían convocar a los elementales para ayudar en la batalla y sanar heridas no demasiado graves.

Volvió a releer el mensaje y aspiró el papel impregnado del perfume de Enarek. Le gustaba follar con ella, pero era una mujer demasiado astuta. Lo ideal sería que falleciese después de haberle proporcionado suficiente información para acabar con los malditos komorianos.

Komor, siempre Komor en el centro de sus problemas. La escasez de alimentos ya estaba empezando a notarse en la ciudad y había tenido que tranquilizar a los ciudadanos asegurándoles que todo se solucionaría.

Hubiese preferido atacar en primavera, justo cuando lo peor de las inundaciones del deshielo hubiese pasado, pero con la escasez de alimentos tendría que  esperar a atacar poco antes de la cosecha para poder abastecer a su ejército a medida que avanzaban.

Afortunadamente, siempre contaba con una reserva de alimentos para emergencias y no tendría demasiados problemas para llegar hasta el verano. Lo más pobres tendrían que pasar estrecheces, pero todo se compensaría cuando entrasen triunfantes en Komor.

Convertiría a Komor en un estado vasallo y tendría comida en abundancia, esclavos y oro. Samar sería la ciudad más importante de aquella parte del continente y quizás consiguiese crear incluso un reino tan grande como Skimmerland.

Durante unos instantes se recreó observando el mapa del continente que tenía en su despacho. Recorrió las rutas de las caravanas con sus manos y señaló las ciudades más importantes, imaginando lo que significaría recoger impuestos de todas ellas.

No lo hacía a menudo, pero en esa ocasión se permitió olvidarse de todos los problemas y fantasear con vivir en un palacio tres veces más grande y hacer de Samar la ciudad más grande del continente. Dando una palmada llamó a un esclavo que enseguida apareció con un vaso de licor de rag. Lo paladeó, y sintió el agradable calor del licor extendiéndose por su cuerpo, anticipando el placer que supondría tener el mundo a sus pies. Y solo necesitaba someter a aquella decadente ciudad.

Sonrió mirando el punto que representaba a Komor en el mapa. Aquellos desgraciados no impedirían que llevase a cabo sus planes. —pensó mientras presionaba con el dedo en aquel punto del mapa.

Apurando el resto del licor de un trago salió del despacho. Su rolliza e insulsa mujer le esperaba. Quizás si cerrase los ojos podría imaginar que era Enarek la que yacía con él.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar