Las colinas de Komor XXVIII

Gazsi volvió a cerrar los ojos satisfecho y se separó un instante para dejar que la esclava respirase antes de cogerla por el pelo y empezar a penetrarla repetidamente, descargando todas sus frustraciones en aquella boca.

XXVIII

—Vaya, ¿Has decidido correr hoy con la mochila llena de piedras? —le saludó Monique al verle aparecer con la bolsa de las herramientas al hombro.

—Tengo que hacer un trabajillo. Me preguntaba si no te importaría cambiar la ruta y seguirme tú a mí para variar.

—No hay inconveniente. —respondió ella continuando con los estiramientos y haciendo que Ray solo desease coger aquellas piernas y aquel culo y...

—Vamos, ¿A qué estás esperando? —le invitó ella echando a correr.

En unos segundos cogió la delantera y la guio hacia el noreste del valle. Era allí donde el viento de la noche anterior había soplado más fuerte y se había acumulado más polvo y arena.

Adoptando un paso cómodo y echando de vez en cuando una mirada de reojo para asegurarse de que su doctora le seguía, fue acercándose al emplazamiento del primer sensor averiado. Al parecer la rama desgajada de un arbusto cercano lo había dado de lleno. Había poco que salvar del  aparato y se dedicó colocar otro mientras la doctora miraba el cadáver del primer sensor con curiosidad.

—¿Qué hacen estos trastos exactamente?

—Son sensores de movimiento. Sí alguien pasa cerca se activa y envía una alerta a mi campamento.

—¿Cómo sabes que es un hombre y no una ardilla?

—Se puede graduar la sensibilidad. —respondió terminando de colocarlo e irguiéndose para buscar el siguiente aparato averiado— Además tenemos cámaras para comprobar quién es el intruso. —añadió señalando una que había justo encima de ella.

Reanudaron la marcha y treparon por una pequeña colina hasta una estrecha cornisa donde estaba la cámara que había quedado cegada. El aparato no había sufrido desperfectos así que se limitó a limpiarla y colocarla en un sitio un poco más protegido para que no volviese a pasar lo mismo, comprobando que cubría más o menos el mismo campo.

Antes de ponerse de nuevo en marcha Monique tomó la iniciativa y siguió subiendo por la colina hasta llegar a la cima. Una vez allí miraron hacia abajo. A pesar de que no debía pasar de los doscientos metros de altura el paisaje era espectacular, con el río abriendo un tajo entre las montañas para a continuación regar el valle que parecía un diminuto oasis en aquel desierto pedregoso.

No descansaron más que un par de minutos cuando Ray se puso de nuevo en marcha y continuó su ruta zigzagueante en el frescor de la mañana.

Cuando terminaron apenas quedaban unos pocos minutos para la consulta así que con la excusa de ahorrar tiempo se ducharon juntos.

Atropelladamente se desnudaron y se metieron en la ducha. El agua no estaba precisamente caliente y al contacto con sus cuerpos sudorosos provocó que se les pusiese la piel de gallina.

Ray cogió un poco de gel con la mano y repasó el cuello y los pechos de Monique demorándose en los pezones y provocando en la doctora un gemido de placer. Mientras tanto, ella no se había quedado quieta y hacia otro tanto con sus pectorales y su vientre.

Besándola con suavidad cogió un poco más de gel y le enjabonó el pubis. La joven se estremeció  y se giró dándole la espalda y pidiéndole que le lavara el pelo.

Nunca había hecho nada parecido. Cogiendo aquel cabello en llamas le aplicó champú y lo frotó hasta que se hizo espuma masajeando su cuero cabelludo. Monique suspiró y cerró los ojos mientras echaba la cabeza hacia atrás ligeramente.

Ray le besó la frente y siguió acariciando el cabello mientras apretaba el pubis contra su culo. La doctora al sentir la polla de Ray contra su trasero movió las caderas y se frotó contra él.

Ray aclaró el pelo y lo apartó para poder acariciar y besar el cuello desnudo de Monique, pero cuando intentó ir un poco más allá y penetrarla, ella le paró los pies diciéndole que no tenía tiempo. En realidad estaba casi seguro de que lo que quería era ponerlo frenético, pero obedeció y salió de la ducha de mala gana.

Se secaron el uno al otro tomándose su tiempo para palparse y acariciarse mutuamente y finalmente con desgana empezaron a vestirse.

—Ya veo que no lo tenías pensado —dijo ella al ver la muda limpia que sacaba Ray de la mochila.

—En realidad lo hice sin pensar —replicó Ray poniéndose los calcetines limpios.

—Ya, ya y el libro también. —le señaló ella mirando al libro que asomaba de uno de los bolsos laterales de la mochila.

Pillado, Ray no pudo hacer otra cosa que encogerse de hombros y sonreír antes de darle un beso que ella prolongó hasta que ambos tuvieron que separarse para coger aliento. Deseaba agarrar a aquella mujer y follársela, pero optó por darle un cachete en el culo y salir de la tienda.

Fuera, a la puerta del dispensario, la cola de siempre ya se había formado. Todas las mujeres se volvieron automáticamente hacia ellos y sonrieron astutamente al verles salir de la tienda de la doctora con el pelo aun mojado.

Monique se ruborizó ligeramente y entró en el dispensario como una flecha, pero Ray se tomó su tiempo, simuló inspeccionar la cola y solo cuando le pareció que había dejado de ser el centro de interés se sentó y comenzó a leer.

TERCERA PARTE

Prólogo

Manlock

Aquella embajada komoriana era insufrible. Cuando llegaron en el mes de mayo hablando de un nuevo tratado para mantener la paz entre las dos ciudades, no pudo evitar pensar en que quizás no hiciese falta una nueva guerra para solucionar los problemas de la ciudad, pero ahora no estaba tan convencido.

La Batalla de los Llanos de Samar fue una victoria, pero no fue completa. Era cierto que habían conseguido recuperar la llanura al oeste de la ciudad, hacía varios siglos perdida, pero esta no era tan fértil como las tierras al sur del paso y las minas de cobre y plata habían resultado no ser tan productivas como esperaban y no eran suficientes para mantener a todos los ciudadanos de Samar y a un poderoso ejército a la vez.

Su ejército, tras dos semanas de duras batallas estaba agotado y aceptaron el tributo a cambio de una tregua. Lo que al principio parecía una buena idea, había terminado por no serlo tanto. Con el paso del tiempo se habían acostumbrado a recibir esa inyección de oro y su economía se había estancado. Cuando necesitaban algo, en vez de fabricarlo ellos mismos lo compraban y lo mismo pasaba con los alimentos; ¿Para qué cultivar penosamente los alimentos en aquellas tierras desagradecidas si puedes comprarlos fácilmente a Kalash?

Pero el acuerdo estaba a punto de caducar y no tenía muchas alternativas para mantener a la ciudad. Como barón de Samar, Manlock era el responsable  de la prosperidad de su ciudad y solo tenía una forma de sacarla del atolladero, obtener más oro de Komor, mediante la diplomacia o la guerra, eso no importaba.

Durante unos días pensó que al final la guerra no sería necesaria, pero el tiempo pasaba y las negociaciones no avanzaban. Los delegados komorianos insistían en discutir hasta el más pequeño aspecto de cada artículo, cada punto y cada coma, haciendo que el proceso resultase interminable.

Después de casi cinco meses estaban casi en el punto de partida y se sentía tan frustrado que le daban ganas de matar a todos aquellos estúpidos funcionarios.

Se sentó a la mesa y comió un poco de cerdo. La ira le impidió saborearlo. Por si fuera poco el precio de los alimentos había subido. Uno de los puntos que intentaba incluir en el tratado era la posibilidad de que Komor les vendiese alimentos directamente evitando intermediarios, pero los komorianos insistían en vender sus alimentos en Puerto Brock haciendo que la comida que podía llegar casi directamente a Samar a través del Paso del Brock realizara una tortuosa ruta río Brock abajo hasta el mar donde eran embarcados hasta  Kalash para que ese usurero de Antaris los distribuyera multiplicando su precio en cada etapa. Y además últimamente Kalash se quejaba de las malas cosechas y aumentaba el precio de los suministros con cada envío.

En ese momento entró Arquimal, su visir. Con aquellos ojos pequeños, la frente despejada y abombada y la piel tersa y casi sin arrugas le recordaba a un bebé de sesenta años.

—¿Qué opinas de todo esto? —le preguntó a bocajarro.

El hombre se sentó con dificultad a la mesa y con sus dedos gordezuelos asió un trozo de carne y se lo metió en la boca.

—Yo diría que solo han venido a ganar tiempo. —dijo el visir con la grasa corriéndole por la comisura de la boca— Son conscientes de que nuestro ejército es más numeroso y está mejor preparado y están ganando tiempo en previsión de un nuevo ataque por nuestra parte.

—Mierda, es lo que me temía. Yo opino exactamente lo mismo. ¿Podemos presionar a esos tipos de alguna manera para que hagan una oferta o se vayan?

—Podrías hacerlo, pero no  ganarías nada, dentro de un mes y medio tendrán que abandonar la ciudad si no quieren pasar el invierno en Samar. Es mejor tenerlos aquí unas semanas más y que no sospechen.

—Así que solo queda la guerra...

—Creo que sí, mi señor. Y debería atacar lo antes posible. —añadió el visir.

—Me temo que eso no es tan sencillo. —le corrigió el barón— Como tú mismo dices el invierno esta a la vuelta de la esquina y seis semanas no son suficientes para llegar a Komor.

—No veo por qué no, mi señor. Los komorianos no están preparados. Si los sorprendemos podríamos llegar a la ciudad en cuestión de un par de semanas.

—Eso si todo saliese según los planes y por experiencia se que las cosas nunca salen según lo planeado. Yo no contaría con el factor sorpresa si estos mamones están aquí haciéndonos perder el tiempo y aun tienen en sus manos el Paso de Brock. Un pequeño destacamento podría tenernos allí detenidos durante semanas. Además una campaña así necesita preparación y sobre todo necesita alimentos y apenas tenemos los suficientes para pasar el invierno— Podríamos intentar conseguirlos por el camino, pero después de la cosecha sería arriesgado. Los alimentos almacenados son fáciles de transportar o destruir.

—Entiendo, excelencia. No son buenas noticias.

—Es la asquerosa realidad, hasta el verano que viene no podremos atacar. Quizás esos delegados hayan ganado un año, pero eso no les bastará para alistar un ejército comparable con el nuestro. El verano que viene atacaremos y esta vez llegaremos al final, cueste lo que cueste.

Capítulo 36. Luna de miel

Albert

Los besos de Neelam le despertaron. Aun un poco cansado por la noche de celebraciones se estiró mientras revolvía el pelo de su flamante esposa. Por fin podía decir que era su esposa. Habían esperado pacientemente que pasase el verano y tras una buena cosecha habían invitado a todas las grandes personalidades de la ciudad para que fuesen testigos de su enlace.

Incluso había invitado a Orkast pese a las reticencias de su mujer, pero él sabía perfectamente que necesitaba que aquel cabrón viese con sus propios ojos que había perdido. El comerciante se acercó a él para darle un regalo y aprovechó para tener unas palabras con él. Mirándole a los ojos le dijo que sabía que era responsable del ataque que habían sufrido después de la fiesta, pero que entendía que eran negocios y no le guardaba rencor por ello. Pero que a partir de ese mismo momento, si volvía a intentar algo contra él no solo le mataría a él sino que exterminaría todo su linaje.

Orkast sonrío aparentando calma, pero con los ojos admitió haber captado el mensaje, esperaba no equivocarse...

Neelam se sentó sobre él, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Los labios de su vulva rodearon su polla y comenzaron a frotarse contra ella.

Albert cansado y resacoso  tras  pasar toda la noche de fiesta, no tenía demasiadas ganas e intentó apartarla.

—Ahora eres mi esposo y tienes que cumplir todos mis deseos. —susurró ella agarrándose con pies y manos para que él no pudiese descabalgarla.

Finalmente Albert se rindió y dejó que su esposa se saliese con la suya. Tumbado con las manos bajo la nuca, observó el cuerpo esbelto de Neelam retorcerse sobre su miembro cada vez más duro.

Inclinándose Neelam le dio un beso mientras cogía su mano y se la ponía en uno de sus pechos. Albert le devolvió el beso y estrujó aquel pecho pálido y seductor provocando un suspiro de su amante.

—Te amo. —susurró ella sin dejar de frotarse contra su polla— Jamás había sentido nada así por un hombre y ahora eres todo mío...

Albert no tuvo tiempo de responder porque acto seguido ella cogió su miembro y se lo clavó hasta el fondo de su vagina. A pesar de que habían pasado toda la noche haciendo el amor una súbita oleada de deseo recorrió todo su cuerpo.

Agarrándola por el culo acompaño los movimientos de las caderas de Neelam haciendo las penetraciones un poco más profundas. Cuando estaba dentro de su esposa perdía el sentido de la realidad solo quería más y más y más.

Exhibiendo su fuerza se puso en pie y levantando a su esposa en vilo comenzó a follarla en el aire.

—¡Sí, mi amor! ¡Dame más! ¡No pares! Exclamó ella mientras se agarraba como podía al cuerpo sudoroso de su marido.

Albert no la escuchaba, solo oía la sangre corriendo turbulenta por su oídos y solo sentía el coño de su esposa estrujando su polla y volviéndolo loco de placer.

Tras unos segundos se sentó en el borde de la cama y se tomó unos instantes de tregua. Apartó la melena de la cara de su esposa y la miró a los ojos. Neelam sonreía jadeante, su cuerpo brillaba a la luz del amanecer atrayendo sus labios como un imán.

Con la lengua recorrió su cuello y sus hombros y cerró la boca en torno a uno de sus pechos. Ella gimió e intentó mover las caderas pero Albert la tenía firmemente sujeta contra él y apenas podía moverse. Luchó y se revolvió, pero no pudo librase de aquellos brazos de acero.

Con un movimiento rápido se giró y la tiró sobre la cama. Neelam sorprendida cayó desmadejada y con las piernas abiertas mostrando su sexo abierto y rebosante de jugos. Albert se acercó y le besó los pies y avanzó acariciando sus pantorrillas y sus muslos.

Goloso recogió la mezcla de sudor y jugos excitantes que cubría su piernas hasta llegar a su pubis. Su esposa gimió y agitó sus caderas intentando atraer los labios de su esposo a su sexo, pero él la ignoró con una sonrisa y continuó besando las zonas cercanas y solo rozando ocasionalmente su vulva.

Neelam se retorcía de deseo y le suplicaba abriendo las piernas e incluso intentando masturbarse para aplacar el fuego que la consumía, pero él se lo impedía una y otra vez.

Finalmente, agarrándola por las caderas, envolvió su sexo con la boca y le golpeó el clítoris violentamente con la lengua. Neelam pegó un grito y se dobló sobre él agarrándole de los pelos y empujándole la cara contra su sexo.

Neelam

Albert la hacía sentirse como una diosa. La forma en que la miraba, la tocaba, la abrazaba como si cada vez que lo hiciese quisiese que fuese único y especial la volvían loca.

Cogida a su cabeza cerró los ojos y disfrutó de los duros lengüetazos que recibía en su sexo. Incapaz de controlarlo, su cuerpo se contraía con cada caricia y ella apenas podía hacer otra cosa que agarrarse a su pelo e insultarle animándole a continuar.

Tras unos segundos se estiró hacia atrás con el cuerpo arqueado y todos sus músculos contraídos. Albert levantó la vista y reptó por encima de ella abrumándola con su envergadura, besando y lamiendo cada centímetro de su cuerpo.

—Vamos, ven a mí. —dijo ella tirando de él para poder acomodarlo entre sus piernas.

Esta vez él no se hizo esperar y en cuestión de segundos sintió el miembro de Albert abriéndose paso en su vientre. Una sensación de alivio al sentirle por fin dentro de ella, le hizo soltar un largo gemido. Agarrándose a su espalda abrió un poco más las piernas antes de cerrarlas en torno a las caderas de su esposo.

Con movimientos lentos y amplios Albert la fue llevando al borde del clímax varias veces antes de detenerse y dedicarse a acariciar sus muslos y sus costillas. Ella intentaba moverse, pero el utilizaba su peso para inmovilizarla e intentaba aplacar su deseo con besos apresurados.

Finalmente cuando creyó que aquella tortura no acabaría nunca, Albert le dio una serie de empeñones rápidos y violentos. Su cuerpo se combó retorciéndose por las ininterrumpidas oleadas de placer cada vez más intenso mientras Albert seguía propinándole una y otra vez violentos pollazos. Intentó gritar, pero solo le salió un gemido estrangulado mientras su esposo se derramaba en su interior añadiendo la cálida sensación del torrente de semen inundándola a las ininterrumpidas oleadas de placer.

Exhausto Albert se derrumbó sobre ella. Lo abrazó con manos y las piernas, disfrutando del peso de su hombre sobre ella y de su pene relajándose poco a poco en su interior.

Albert

Tras poco más de un minuto  intentó incorporarse, pero ella no se soltó sino que se agarró aun más a él. No quería soltarlo quería tenerle dentro de ella, sin él no se sentía completa.

—Vamos, cariño, sabes que tengo que irme.

—Lo sé, pero no es justo. Acabamos de casarnos quiero tenerte dentro de mí toda una semana. —Neelam se agarró a él un poco más y agitó sus caderas para corroborarlo.

—Cuando vuelva te prometo que pasaremos una semana en la cama, ahora tengo que cumplir con nuestro compromiso con el barón.  —dijo Albert sonriendo y besando a su esposa con suavidad .

—¡Hombres! —suspiró ella estirando su cuerpo desnudo en la cama— Siempre prometiendo cosas que al final no cumplen. Quizás tenga que hacerme con un amante para sobrellevar tu ausencia.

Albert rugió simulando enfado y le lanzó una almohada a la cara. Neelam chilló y le intentó devolver el golpe pero él la inmovilizó sin dificultad. Sus ojos destellaban astucia. La besó y durante unos instantes mientras la saboreaba y se frotaba contra ella se le pasó por la cabeza mandarlo todo a la mierda y quedarse con ella todo el día, pero finalmente el deber se impuso y mientras Neelam sonreía y se acariciaba se vistió y salió de la habitación.

Fuera, los carros con el producto de la cosecha ya estaban preparados. No podía estar más satisfechos. Su trabajo había dado fruto y habían obtenido arroz y cereales en abundancia. La cosecha de fruta no había sido tan abundante debido a un plaga de gusanos, pero no todo podía ser perfecto.

Era una lástima que no pudiesen venderla, pero al menos demostraría al barón que era capaz de hacer las tierras de Amul productivas. Con él al frente de la propiedad, los jornaleros habían vuelto y no le había costado encontrar mano de obra para la cosecha.

El viaje hasta los nuevos almacenes en Komor transcurrió con comodidad y mientras Bulmak se encargaba de supervisar la descarga y el pesaje de la cosecha, él se fue directo al palacio del gobernador donde le esperaba una reunión.

Orkast

Cuando Albert entró en la sala de audiencias todo el mundo se giró hacia él. Todo los presentes habían acudido a su boda y aun recordaban a Neelam tan bella y resplandeciente que hubiesen dado un brazo por hacerla suya.

Odiaba a aquel hombre. Le había jodido un negocio perfecto. Hubiese deseado acabar con él, pero en el fondo era un hombre práctico y cuando aquel día de primavera descubrieron los cadáveres de los hombres que había mandado a matarle ejecutados sin misericordia supo que había perdido la partida.

Así que antes de la advertencia que le hizo durante la boda, ya había decidido dejarlo en paz. Lo que no esperaba es que el hombre aparentemente no le guardase ningún rencor por haber intentado matarlo. Cuando se lo dijo no descubrió ninguna señal de ironía o burla, sencillamente le estaba diciendo la verdad.

Debía de ser por su naturaleza de soldado, probablemente se había tomado aquello como una especie de batalla y una vez ganada, con inteligencia, había decidido que la venganza no le reportaría ningún beneficio.

El barón Heraat no puede estar hoy aquí  y ha delegado en mí la dirección de esta reunión. —comenzó el general Aloouf cuando todos los presentes se hubieron sentado.

El general abrió un legajo de documentos y les explicó que la misión de la delegación había sido un éxito. Las negociaciones proseguirían hasta que las primeras nieves les obligasen a volver, mientras tanto los delegados habían tenido tiempo de pasear por Samar y correrse alguna que otra juerga a costa de la ciudad.

—Según ellos el ejército samario es tan fuerte como suponíamos, incluso podría ser algo más grande... —dijo el general pasando algunos informes.

—Pero no todo son malas noticias. —continuó el general— Con un ejército tan grande están escasos de mano de obra y la producción dé comida y manufacturas es bastante limitada.

—Se han acostumbrado a usar nuestro tributo para cubrir sus necesidades. —apuntó Orkast.

—Entonces, es probable que la escasez de alimentos y su aumento de precio este invierno les haga bastante daño. —apuntó Samaek un hombre bajito y orondo que se dedicaba al mercado de las pieles y la cerámica.

—Por si fuera poco, mis contactos me dicen que la cosecha de Kalash no ha sido demasiado buena. Una serie de tormentas, justo antes de la cosecha malograron varias cosechas. —añadió Karim el propietario de una de las caravanas que hacían el camino de Puerto Brock— Espero que acertéis con esta maniobra porque estoy perdiendo una fortuna.

—Te recuerdo, querido amigo, que todo estamos perdiendo dinero, no solo tú. —le señaló Orkast un poco molesto.

El  caravanero asintió calló un poco avergonzado mientras el general tomó de nuevo la iniciativa haciendo un recuento pormenorizado de todos los almacenes de alimento que habían sido construidos en aquellos meses, el estado reparación de las murallas de la ciudad y el alistamiento del ejército.

Todo parecía avanzar aceptablemente y fue entonces cuando Albert se incorporó e intervino.

—¿Qué hay de los hombres que os pedí?

—Bueno, supongo que puedo prescindir de algunos soldados, —respondió el general— pero no podrán ser muchos...

—Ya os dije que no quiero soldados. —la réplica de Albert dejó a todos con la boca abierta— No me malinterpretes. Tus hombres serán fuertes y disciplinados, pero para lo que tengo pensado necesito hombres decididos, astutos y desesperados.

—¿Y dónde vas a buscar esos hombres tan excepcionales?  —preguntó Karim que no había estado presente en la reunión de la Fiesta de Primavera.

—En la cárcel. Lo que dije en primavera no era ninguna broma.

Un murmullo de asombro recorrió la sala de audiencias. A pesar de que era cierto que  el extranjero lo había comentado, nadie se había tomado demasiado en serio su propuesta. Ahora al verle hablar con aquel tono decidido  supieron que iba en serio y aquello les generaba una mezcla de temor e indignación.

—No me malinterpretéis. No quiero formar una banda de traidores y asesinos. Pero por experiencia se que no todo el que da con sus huesos en una celda lo es. También hay ladrones, timadores hombres sin suerte que lo han perdido todo y se han endeudado... Si les consigo el  indulto y la promesa de una nueva vida  tendré uno hombres dispuestos a cualquier cosa con tal de recuperar el control de sus vidas.

—Un ejército de desharrapados. —opinó uno de los presentes despectivo.

—No, doscientos hombres motivados y con habilidades especiales. —le corrigió Albert— Solo necesito doscientos hombres y yo mismo me encargaré de adiestrarlos.

El general pareció dudar un momento mientras el resto de los presentes se mostraban indignados. Obviamente, muchos de los sus posibles candidatos les debían dinero a ellos y querían que se pudriesen cargados de cadenas, pero Aloouf finalmente los silenció antes de emitir su sentencia.

—Yo no soy partidario de que un desconocido tenga un ejército particular, pero he recibido órdenes precisas del barón de que te facilite lo que necesites siempre que no suponga una merma en el potencial del ejército de la ciudad y es evidente que eso cumple con los requisitos. Haré los preparativos necesarios.

—Si no tiene inconveniente, mi general, me gustaría empezar hoy mismo si es posible. No dispongo de mucho tiempo para entrenarlos.

Aloouf asintió y le prometió que tendría los documentos necesarios aquella misma tarde. Orkast se preguntó para que necesitaría aquel hombre ladrones y timadores, pero su decisión y su seguridad en sí mismo le dieron una idea.

—Una idea interesante. —dijo acercándose a él cuando el general dio concluida la reunión— No sé por qué, pero tengo la impresión de que ese pequeño ejército tuyo terminara siendo la élite del ejército de Komor.

Albert le miró y le devolvió una sonrisa torcida. Si algo sabía de él era que era un guerrero excepcional y de repente la idea le resultó totalmente lógica.

—Me gustaría hacer una aportación a tu ejército, quiero que mi hijo Gazsi forme parte de tu destacamento.

—¿Gazsi? Esta vez sí que me has sorprendido. ¿Estás seguro? Si lo que esperas es que sea mi lugarteniente solo porque es tu hijo te equivocas. Será uno más y solo conseguirá el puesto si se lo gana.

—La verdad es que ese pequeño hijoputa es un grano en el culo. Yo no he conseguido hacer nada de él. Quizás tú lo consigas.

Albert se rascó la barbilla y sopesó la oferta. Era evidente que no le hacía demasiada gracia.

Está bien, pero tengo una condición y una advertencia. A cambio equiparas  adecuadamente a cien de mis hombres además del equipo de tu hijo y si ese niñato intenta algo con Neelam le mataré como a un rata. Déjaselo bien claro.

Orkast lo aceptó, consciente de que se jugaba la vida de su hijo, pero estaba convencido de que aquel hombre le haría destacar en aquella guerra mucho más que al lado del barón y además conseguiría información sobre lo que aquel hombre estaba tramando. Todo eran ventajas.

Tras estrecharse las manos se despidieron y volvió a casa con la mente hirviendo en planes para su hijo.

Capítulo 37. Capitán Albert

Albert

La prisión de Komor era como todas las prisiones que había visto en su vida; oscura, fría, húmeda y deprimente. En ella se encerraban todo tipo de delincuentes, desde los que robaban peras hasta asesinos crueles y sin escrúpulos.

Para el tamaño de Komor le sorprendió lo grande que era. La mayoría de sus inquilinos sin embargo eran gente que no podía hacer frente a sus deudas, cosa que le parecía una absoluta idiotez. No se le ocurría ninguna manera en la que un hombre pudiese amortizar su deuda desde aquel agujero.

Normalmente la única esperanza que tenían aquellos hombres era que su familia consiguiese reunir el dinero lo que normalmente generaba nuevas deudas y acababa con más gente en la cárcel o esclavizada.

Seguido por el jefe de la milicia no se lo pensó demasiado y tras unas pocas preguntas a cada uno se llevó a casi todos los pobres diablos que habían dado con sus huesos allí, incluso los que no tenían pinta de servir para mucho. Aramok ponía mala cara al ver aquellos despojos pero como buen funcionario se limitó a cumplir órdenes y apuntó cuidadosamente el nombre de cada hombre para liberarlo posteriormente.

—¿Cuántos llevamos? —preguntó Albert.

—Ciento noventa y siete. —respondió Aramok tras un rápido repaso.

—Excelente ahora vamos a ver a los delincuentes de verdad.

Siguió al jefe de la milicia que le fue presentando a los prisioneros en orden de la gravedad de sus delitos. Esta vez cambió de táctica y mientras que al principio cogía a toda la gente, a medida que iba creciendo la gravedad de sus delitos, se fue volviendo más selectivo.

Al llegar a una de las últimas celdas, antes de empezar con los acusados de homicidio su guía se saltó la puerta.

—¿Está vacía esa celda? —preguntó con curiosidad.

—No, señor, pero ese delincuente es especialmente peligroso. Intentó robar al propio barón y casi lo consiguió.

—Pero no lo hizo. Abre por favor.

—Pero...

—¿El barón ha hecho alguna excepción que afecte a mi selección? —preguntó con sequedad.

—No, pero...

—Entonces abre. —atajó la discusión.

—Aramok cogió la llave a regañadientes y abrió la puerta.

Era evidente que no convenía cabrear al barón. El estado de los reos no era muy bueno, pero el de aquel era lamentable. Estaba sucio y se podían contar todos los huesos de su cuerpo. Su piel estaba amarillenta y translucida, pero aun así sus ojos azules destellaban inteligencia y determinación.

—¿Cuál es tu nombre?

—Amara Terak —respondió sorprendiéndole con una voz áspera pero indudablemente femenina.

—Me dicen que intentaste robar al barón, trepando por las murallas y que intentaste matar a tres hombres.

—Puedo ser muchas cosas, pero no una asesina. Aunque supongo que siempre es bueno adornar un poco el expediente para asegurar una larga condena. —respondió ella desafiante.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque necesitaba comer.

—¿No era más sencillo haber robado un poco de fruta en el mercado?

—De robar prefiero hacerlo a alguien que le sobra. —respondió ella con descaro— Y el barón es el tipo más rico que conozco. Ahora, ¿Me puedes decir a qué vienen tantas preguntas?

—¿Tienes familia?

—Sí, aunque dudo que eso importe mucho.

—¿Qué estarías dispuesta a hacer a cambio de la posibilidad de volver a verla?

Los ojos de la mujer relampaguearon y por un instante pareció conmovida aunque rápidamente recobró la compostura y replicó con una voz ausente de emoción:

—¿Qué quieres de mí?

—La ciudad de Komor está amenazada y el barón me ha encomendado la misión de montar una pequeña unidad para defender la ciudad. Me gustaría contar con tus habilidades.

La mujer se acercó y le miró de hito en hito.

—Si cumples con tu trabajo, cuando pase el peligro tendrás el indulto y podrás rehacer tu vida.

—Soy tu hombre... o tu mujer... Bueno, ya me entiendes. —respondió la mujer rápidamente.

—A esta me la llevo ahora mismo conmigo. No vaya a ser que la matéis de hambre antes de que vengan a recogerla.

Aramok asintió sin ahorrarse la cara de disgusto y le quitó a la mujer los grilletes.

—Por cierto, —le dijo a la prisionera antes de salir de la celda— si intentas jugármela o escapar, yo mismo te matare con mis propias manos. Sigamos.

Aun consiguieron diez personas más antes de terminar con los ladrones, los timadores y algunos borrachos que se habían metido en líos, la mayoría por peleas y escándalo público.

Cuando llegaron al ala de los más peligrosos, Aramok se paró, pero con un gesto Albert le obligó a continuar.

—Tranquilo, no quiero psicópatas, pero estoy seguro de que no todos son desalmados.

Había allí un total de una docena de celdas. Los tres primeros, tras una somera descripción de sus crímenes, no se molestó ni en visitarlos. El cuarto, un borracho que se había metido en una pelea a puñaladas lo aceptó sin reparos. Después de tres años sin probar una gota era probable que ya se le hubiese pasado el mono.

—Este es un caso extraño. Ni siquiera yo estoy convencido de su culpabilidad. Su mujer resultó asesinada y cuando le detuvieron estaba en estado de shock. —le informó Aramok— No había pruebas que apuntasen a otra persona así que le colgaron el muerto. En el juicio ni siquiera se defendió, como si no le importara nada. No sé si te podrá servir para algo.

—Hola, Sardik.

El hombre levantó la vista y apartó su pelo sucio y enmarañado para ver quién era el que le saludaba.

—¿Eres culpable? —le preguntó Albert a bocajarro.

El hombre le miró sorprendido y frunció los labios como si sopesase la respuesta.

—¿Acaso eso importa? Todos los que estamos aquí lo merecemos. Yo lo merezco.

—A mi me importa. —replicó Albert—responde, por favor.

—Sí soy culpable. Culpable de estar fuera de casa, hundido en pensamientos egoístas mientras mi mujer estaba siendo asesinada. Culpable de pensar que mis problemas eran más importantes que mis obligaciones. Culpable al fin. Merezco estar aquí.

Albert lo miró un instante. Dudaba que pudiese hacer algo de aquel hombre, pero se resistía a dejarlo allí. Lo estaba pensando cuando la mujer fue la que intervino.

—De veras crees que es lo que tú mujer deseaba. Qué estés aquí languideciendo y lamentándote. ¡Los hombres sois gilipollas! Os creéis que podéis controlarlo todo y pretendéis que vuestra sola presencia es suficiente para evitar todos los problemas, pero escucha, cabeza hueca, si yo fuese tu esposa estaría revolviéndome en mi tumba viendo como desperdicias tu vida. ¡Despierta! ¡Deja de lloriquear y échale cojones! Es hora de que dejes huir de la realidad.

Todos los presentes la miraron sorprendidos. Sardik el que más. Los labios del prisionero temblaron y pareció a punto de llorar. En ese momento Albert repitió la pregunta y esta vez el hombre respondió.

—No, no soy culpable. —dijo al fin.

En poco segundos el hombre aceptó su propuesta y salieron de la celda.

—A veces los hombres necesitáis una buena patada en el culo para espabilar. —sentenció la mujer recolocándose los harapos con suficiencia.

El resto de los prisioneros no le parecieron adecuados, unos por su excesiva edad y otros por su evidente locura. Solo uno mereció su atención.

—Este mató a tres hombres en una caravana. —apuntó Aramok— No sé muy bien cómo calificarlo. Ni siquiera es de aquí, viene de Skimmerland. No tiene remordimientos y debe ser su naturaleza, pero el encarcelamiento no parece afectarle.

Albert echó una ojeada por la mirilla. El hombre era casi tan alto como él y a pesar del largo cautiverio no parecía derrotado como el resto de los habitantes del lugar. Tras unos segundos el hombre cogió los grilletes y colgando la cadena de un gancho de la pared comenzó a izarse una y otra vez sin aparente esfuerzo.

—¿Cómo se ha comportado desde que está aquí?

—Apenas ha dado un problema. Solo una vez que un guardia intentó jugar con su comida acabo con la nariz y el pómulo rotos.

—Abre.

El hombre no se molesto ni en mirarles y siguió haciendo los ejercicios de espadas a ellos. Finalmente terminó la serie y se giró hacia ellos.

—¡Vaya, invitados! —exclamó el hombre con sorna— Perdonad que no os invite a nada, pero no he tenido tiempo de ir al mercado.

—Hlassomvik... —dijo Aramok dubitativo— Este hombre tiene unas preguntas.

—¿Si las respondo bien, me prestaréis a la putita?

—Si te atreves a tocarme te despellejo como a una ardilla sarnosa. —saltó Amara inmediatamente.

Albert levantó inmediatamente la mano parando la discusión.

—Así que tenemos un listillo, aunque no lo suficiente para poder evitar pudrirse en este agujero.

Esta vez le hombre no se lo pensó y se lanzó sobre Albert que lo estaba esperando. Con un gesto rápido agarró el puño que iba directo a su mandíbula y aparentando no hacer ningún esfuerzo le retorció la muñeca al prisionero.

Al principio el hombre intentó resistirse y lanzó un golpe desmayado con la mano izquierda que a Albert no le costó esquivar. Finalmente el hombre hincó la rodilla y Albert aprovechó para arrearle una patada en las costillas que dio con el prisionero en el suelo jadeante.

No le gustaba demasiado aquel hombre, pero también necesitaba hombres fuertes. Y aquel parecía el típico fanfarrón. Tendría que vigilarle de cerca, pero quizás consiguiese hacer un buen soldado de él.

—¿Quieres salir de este agujero?

—¿A cambio de qué? —preguntó el prisionero receloso.

—¿Qué más te da? Como si te quiero para darte por el culo el resto de tu vida. Estoy ofreciéndote volver a ver la luz del día.

—¡Soy tu chica! —exclamó el hombre con una sonrisa.

—Perfecto, pero antes una advertencia. Se perfectamente que eres, me la estoy jugando contigo. Un solo error, una sola falta de disciplina y yo mismo te matare como a un perro. No quiero que haya malentendidos. Si cumples con tu cometido, en un plazo relativamente corto serás dueño de tu propio destino. Si me la intentas pegar te cazaré y expondré tus tripas al sol para que se las coman las alimañas.

Gazsi

Se terminó de ajustar el peto y se miró ante el espejo. No podía evitarlo, pero los ojos que le miraban desde el otro lado eran los ojos de un niño tembloroso. Desde que su padre le había dado la noticia no había podido ni comer y el vino tampoco había ayudado a calmar sus nervios.

No tenía ni idea en que había estado pensando el cabrón de su padre al ponerle a las ordenes de Albert. Pero la orden había sido ineludible. O la banda de desharrapados de Albert o hacerse monje en el templo de Sakur.

Sabía que no era un santo, pero no creía que mereciese una pena tan dura. Orkast había tratado de tranquilizarlo, pero sabía que Albert era un soldado de verdad, no como  aquella banda de grullas pomposas que jamás habían levantado su espada contra nadie que dirigía Aloouf. A Albert no había otra manera de ganárselo más que trabajando duro y cumpliendo sus órdenes y no tenía la más mínima gana de hacer ninguna de las dos cosas.

Haciendo de tripas corazón intentó adoptar una postura marcial. Sacó la espada de su vaina e intentó voltearla, pero pesaba un poco más de lo que esperaba y se le escapó de la mano cayendo con estrépito justo al lado de sus pies.

Se agachó entorpecido por la armadura y la recogió pensando que si perdía uno de sus pies quizás pudiese librarse de aquel jodido destino. Justo en ese momento un esclavo entró en su habitación anunciándole que su nuevo jefe estaba esperando en el patio.

Se ajustó el casco y salió procurando adoptar un paso desenvuelto a pesar de la  incomodidad de la armadura que se le clavaba en todas partes.

—Buenos días. Bienvenido a mi casa... capitán.

—Buenos días, Gazsi. Veo que te has preparado. —dijo Albert acercándose— Pero esto no te hará falta. —dijo haciendo tintinear el metal de la armadura con su uña— Cuando termine contigo cabrán dos Gazsi dentro de ella.

A continuación le cogió la espada de la vaina y la volteó con facilidad, como si hubiese nacido con un cuchillo entre los dientes. La sopesó, comprobó el filo y practicó un par de fintas y ataques con ella.

—Un poco pesada, pero no está nada mal. El equilibrio es perfecto y el filo esta como recién salido de la herrería. Apuesto a que no la has utilizado nada más que para partir melones y amenazar a hijas de molineros.

—Yo... —intentó replicar Gazsi.

—No te molestes. Sé que este destino no te gusta una mierda. —le interrumpió Albert— Pero al contrario de lo que piensas, tu padre ha sido sumamente inteligente. Si yo no hago de ti un hombre, nadie lo hará.

—Tampoco yo soy tonto y en deferencia a tu padre te has ganado automáticamente el grado de suboficial. —continuó— Serás mi mano derecha hasta que encuentre a alguien mejor. A partir de ahora depende solamente  de ti mantener ese cargo. ¿Alguna pregunta?

—No.

—No, señor o no mi capitán. Hasta ahora no te has ganado el privilegio de tutearme. ¿Entendido?

—Sí, mi capitán. —respondió Gazsi automáticamente con una voz que salió algo más alta de lo que esperaba.

—Como muestra de mi confianza en ti, te voy a dar tu primera misión. Recogerás a los hombres de nuestra unidad en la cárcel mañana al alba y los traerás a Amul. Creo que sabes el camino. Si llegas más tarde del mediodía o te falta alguno, te moleré el culo a patadas.

—A la orden, mi capitán.

—Veo que eres un chico listo, quizás terminemos entendiéndonos. Ahora córrete tu última juerga y tráeme a esa caterva mañana.

Sin despedirse, Albert se dio la vuelta y le dejó sudando bajo su armadura, no sabía muy bien si era por aquella incómoda vestimenta o por la misión que le habían encomendado.

Cabizbajo se deshizo del peto de bronce y se dirigió a sus habitaciones. El encuentro no se había producido del todo como lo esperaba. Al parecer Albert no le guardaba ningún rencor y le había sorprendido nombrándole su asistente. No sabía si aquello le gustaba o no. La verdad era que en toda su vida su padre se había dignado a darle una misión de responsabilidad y aquel hombre se la había encomendado sin apenas conocerle.

Era cierto que sus futuros camaradas no eran precisamente de lo más selecto de Komor, pero automáticamente había pensado que Albert se encontraría más cómodo entre asesinos y ladrones. Quizás su padre tuviese razón. Si entrase en el ejército regular solo sería un segundón más, sin embargo, en Amul, si trabajaba duro no le costaría sobresalir.

Además estaba Neelam. No sabía por qué. Probablemente porque era la única mujer que se le había resistido, pero la deseaba.

Abukir ya le estaba esperando para quitarle la armadura. Observó como la mujer tiraba de la pesada pieza de bronce y comparó aquellas formas gruesas y redondas con la esbelta figura de Neelam.

La mujer volvió y mirándole con los ojos de una gacela asustada se agachó para quitarle las grebas. Tenía que reconocer que aquellos ojos grandes y oscuros eran bonitos y el temor reverente que expresaban le excitó.

Aprovechando la postura de la joven arrodillada frente a él se hurgó dentro de su ropa hasta sacarse la polla.

—Deja eso y chupa. —le ordenó Gazsi, balanceando su miembro frente a aquellos ojos oscuros.

La esclava no tenía opción así que intentando fingir que le gustaba abrió la boca y dejó que su amo le metiese el miembro en ella.

Cogiendo a la joven por la cabeza cerró los ojos y se imaginó que era Neelam la que se arrodillaba sumisa a sus pies y se llenaba la boca con su polla.

Ajena a sus pensamientos la esclava había cogido su verga dura como la piedra y cogiéndole la polla por el tallo comenzó a chupársela afanosamente. Mientras tanto Gazsi se dejaba hacer imaginando que eran los suaves labios de Neelam los que estaban acariciando su pene.

Con un gemido apartó las manos de la esclava y cogiéndose el miembro lo estrelló con fuerza contra el interior de su mejilla, abofeteando con fuerza el lugar donde hacía prominencia. La mujer gritó, pero no hizo ningún intento de zafarse.

Gazsi volvió a cerrar los ojos satisfecho y se separó un instante para dejar que la esclava respirase antes de cogerla por el pelo y empezar a penetrarla repetidamente, descargando todas sus frustraciones en aquella boca.

La mujer se limitaba a abrirla todo lo que podía mientras él entraba tan profundamente en ella como la garganta de la esclava se lo permitía, imaginado que era Neelam la que emitía aquellos ruidos ahogados y era su saliva la que recubría su polla.

A punto de correrse se separó y golpeó y frotó su miembro contra la cara de la esclava cubriéndole el rostro con su propia saliva. La esclava aguantaba pacientemente el maltrato consciente de que una queja solo empeoraría las cosas. ¿Albert haría algo parecido con su esposa?  Lo dudaba mucho. Estaba seguro de que aquel gilipollas sería un idiota sensiblero. Lo que necesitaban las mujeres era que les diesen caña.

Imaginando que era Neelam, obligó a la esclava a abrir la boca y le metió la polla de un solo golpe hasta el fondo. La mujer aguantó y sin poder respirar le lamió la parte inferior del miembro mientras que con las manos le acariciaba los testículos.

Al ver que él no disminuía la presión la mujer se revolvió intentando librase de él, pero Gazsi disfrutó viendo a la mujer debatirse hasta que a punto de correrse de nuevo se separó. La mujer cayó al suelo boqueando como un pez fuera del agua mientras él se masturbaba con rabia y eyaculaba sobre su cara, aunque en ese momento no era la cara de su esclava sino los hechizantes ojos de Neelam.

Le esclava con los ojos anegados en lágrimas escapó corriendo. Gazsi la dejó irse satisfecho, pensando que si iba a Amul por lo menos podría enseñarle a aquella putilla lo que era un hombre.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar