Las colinas de Komor XXVII

Al entrar en la estancia se encontró con una docena de miradas que oscilaban entre el escepticismo y la hostilidad. No tenía ni idea de para qué le habían mandado llamar, pero cuando vio el rostro arrugado y serio de Aselas supo que era por algo grave.

XXVII

Ray colgó el teléfono y entró en la tienda. Le contó las nuevas noticias a Oliva que al contrario de lo que esperaba no mostró ningún signo de contrariedad, incluso le pareció ver un destello de alegría en los ojos.

No terminaba de conocer a aquella mujer. Cada vez le parecía más la típica persona a la que le gustaría ver incendiarse el mundo entero solo por la curiosidad de saber que pasaría luego. Definitivamente jamás la dejaría al cuidado del maletín nuclear.

Mientras había estado fuera, Oliva había rehidratado unos macarrones con queso. Comieron en silencio, cada uno hundido en sus pensamientos. En cuanto terminaron, Ray se dedicó a revisar el equipo y repetir el inventario de sus existencias mientras Oliva se tumbaba a leer el informe.

A media tarde había terminado y sin nada que hacer cogió el libro y empezó a leer deseando que pasase el tiempo lo más rápido posible y acercarse hasta la tienda de Monique.

Capítulo 34. El consejo

Orkast

Con la bilis subiéndole por la garganta observó a los dos tortolitos evolucionando al ritmo de la música. En un principio había pensado que la joven se había inventado aquella mentira para eludir su compromiso, pero verlos allí agarrados, bailando y mirándose a los ojos como si el mundo no existiera a su alrededor, le convenció de que el problema era más grave.

En cuanto el barón hizo la seña a sus más allegados para que se retirasen a una estancia anexa donde solían tratar los asuntos de gobierno, se apresuró a ponerse a su altura.

—No permitirás que ese aventurero, salido de nadie sabe dónde, se despose con Neelam, ¿Verdad?

—Sabes perfectamente que no puedo hacer nada. Tengo las manos atadas. Si esa mujer no estaba comprometida con tu hijo...

—Aceptó un lujoso collar que le regalamos. —se apresuró a intervenir Gazsi.

—Aceptar un regalo no significa aceptar una propuesta de matrimonio, deberías saberlo. —puntualizó el barón ligeramente irritado ante la intervención del joven.

—Entiendo, excelencia. —dijo Orkast conteniendo su disgusto— Pero es un extranjero. No sabemos a qué se dedica. Podría ser un espía.

—Razón de más para tenerlo trabajando a varias millas de aquí y no husmeando en la ciudad. —replicó el barón sin dejar de tener parte de razón.

—No sé. Dudo que él pueda aportar tanto como yo en un momento tan delicado para la ciudad. —añadió poniendo una cara pensativa.

—Eso es cierto, pero no puedo hacer nada. —replicó el barón rápidamente mostrando a Orkast que había dado en el clavo— Lo único que te prometo es que no consentiré que se casen antes del otoño y solo si no cumplen sus obligaciones para con la ciudad podré romper el compromiso.

Orkast sabía que no sacaría más de su excelencia y se dirigió a uno de los cómodos sillones que les esperaban, pensando que por mucho que aquella joven pensase que se había librado, él no había dicho su última palabra.

En cuanto todos los presentes estuvieron cómodos, unos esclavos se acercaron y les sirvieron licor de rag en colmillos de murk vaciados. Mientras paladeaba el licor, echó un vistazo a los caballeros allí reunidos.

Eran una docena, ricos hacendados, comerciantes, el general del Ejército de Komor y el jefe de la Milicia Ciudadana, todos ricamente vestidos y todos con una mirada nerviosa y huidiza en la cara. Al parecer, la situación de la ciudad y las presuntas ambiciones de Samar eran del dominio público.

—Señores, —comenzó el barón poniéndose de pie cuando los saludos y los murmullos hubieron terminado— supongo que sabéis por qué os he convocado.

Un nuevo murmullo le interrumpió antes de que se estableciese de nuevo un tenso silencio entre los presentes. Más o menos todos sabían el motivo aunque en el fondo deseaban estar equivocados.

—Como bien sabéis, dentro de poco menos de un año acabarán nuestras obligaciones con Samar y dejaremos de pagarles tributo. Esto debería ser motivo de celebración. Por fin libres del pesado tributo que nos costó la derrota de los Llanos de Samar, ahora podemos desarrollar todo nuestro potencial y volver a ser la gran ciudad que fuimos en el pasado.

—Sin embargo, —continuó el barón— los samarios también son conscientes de ello y no lo permitirán. Aun no tenemos informes concretos, pero lo que sí sabemos es que Samar se ha vuelto dependiente de este tributo, que utiliza sobre todo para conseguir comida y otros bienes en Kalash. Lo más lógico es que intenten prolongar el acuerdo para seguir percibiendo este dinero y si nos negamos irán a la guerra. Por eso os he convocado a todos aquí. Para decidir cómo deberemos actuar en los próximos meses.

—No todo el mundo está convocado. —interrumpió Aselas irrumpiendo en la estancia con un andar seguro y decidido que desmentía la avanzada edad que aparentaba su cuerpo.

—¡Vaya! Faltaba el pájaro de mal agüero. —exclamó Orkast poniendo cara de circunstancias.

—No estoy aquí para escuchar las estupideces de un avaro. Si en algo tiene razón el barón es en que estamos en una situación excepcional y toda ayuda es poca.

—Estoy de acuerdo. —asintió el barón de mala gana— Por favor, toma asiento.

—Gracias, excelencia, pero hay alguien más que debería estar aquí.

Todos los presentes fruncieron el entrecejo. Como en cualquier otro lugar del mundo, la élite de Komor era bastante reacia a admitir nuevos miembros. Para llegar a formar parte de aquel consejo sin tener derecho por nacimiento se requería mucho dinero y mucho halago y lisonja.

—¡Este anciano está chocho! —estalló un hacendado intranquilo, temiéndose una jugarreta de aquel viejo hechicero— Ni siquiera debería estar aquí.

—Tranquilo, amigo. —intervino el barón con un gesto apaciguador— Dejemos hablar al anciano. En el pasado demostró ser un hombre útil para la causa.

—Me imagino que el tema a tratar son las futuras relaciones con nuestra vecina ciudad de Samar. —dijo el anciano sin molestarse en levantarse del cómodo sofá en el que se había sentado— Yo solo soy capaz de ver el futuro en forma de probabilidades, poco más de lo que cualquiera puede hacerlo en esta sala, pero no hace falta ser un augur para ver que no nos espera nada bueno. Las probabilidades de un conflicto armado son muy grandes y necesitamos a alguien con experiencia militar.

—¿Y se puede saber qué soy yo? —preguntó indignado el general Aloouf sacando pecho para mostrar sus condecoraciones— ¿Un espantapájaros que evita que los cuervos se coman las cosechas?

—No dudo de la capacidad militar de los presentes. —dijo Aselas sin intentar camuflar el tono de sorna de su voz— Pero la última batalla en la que nadie de nosotros ha participado fue hace veinte años. En esa época, si no me equivoco, Orkast tenía apenas veinte años y tu, Aloouf eras un joven caballero que saliste a duras penas vivo de aquel desastre. Necesitamos a alguien con experiencia militar reciente, a ser posible exitosa.

—Y ahora me dices que conoces a la persona perfecta. —le interrumpió el barón impaciente.

—En efecto. Albert, el prometido de Neelam.

Un murmullo indignado fue la reacción a las palabras del mago. La mayoría ni siquiera sabría a quien se refería el anciano si no fuese por la extraordinaria belleza de Neelam, que había llamado la atención de todos y había generado la curiosidad por saber quién era el desconocido que la acompañaba.

—¡Ese hombre no es más que un aventurero muerto de hambre! ¡Un oportunista que quiere aprovecharse de la ingenuidad de una joven para obtener una vida regalada! —intervino Orkast de nuevo, dispuesto a impedir el acceso de Albert a las esferas de poder de la ciudad.

—Como algunos de vosotros sabéis, ese "aventurero" viene de Juntz. Y allí no era un Don Nadie. Era oficial de la Guardia Alpina del Rey Deor y participó en la batalla de la Bahía de Saana.

El murmullo de indignación se transformó en uno de interés con un toque de escepticismo.

—El haber participado en una batalla no hace de él un guerrero extraordinario. —intervino el jefe de la milicia.

—En efecto, pero ya tiene más experiencia que cualquier de los presentes, replicó el mago. Además, entre otras cosas atravesó un país hostil de norte a sur y de este a oeste para rescatar a la hija del rey que había sido secuestrada, luchando contra trasgos, soldados, caballeros y traidores, y lo hizo sin ayuda. Estoy convencido de que es un soldado excepcional y cualquier persona aquí presente que se niegue a que participe en este consejo será un necio.

El barón podía ser muchas cosas, pero no era tonto y no tenía problema en admitir a alguien en su círculo si esta persona era capaz de mantener su ciudad a salvo. Con un gesto llamó a uno de los esclavos y le dijo que trajese a Albert a su presencia.

Albert

Al entrar en la estancia se encontró con una docena de miradas que oscilaban entre el escepticismo y la hostilidad. No tenía ni idea de para qué le habían mandado llamar, pero cuando vio el rostro arrugado y serio de Aselas supo que era por algo grave.

—Excelencia... —dijo a modo de saludo mientras se acercaba al sofá que un esclavo le había indicado.

Con un gesto el barón le invitó a sentarse y se dirigió a él.

—El hombre al que pretendes sustituir al frente de Amul fue un hombre integro y un soldado valiente que no pudo evitar una derrota, pero que consiguió evitar un desastre al retener al ejercito de Samar en el Paso de Brock el tiempo suficiente para que pudiese negociar una tregua. Ahora que la tregua está a punto de expirar necesitaré hombres fuertes y decididos, justo lo que dice Aselas que eres.

—Supongo que ya estará al tanto de mi vida, —replicó Albert mirando al mago fijamente— entonces imaginará que ya he vertido sangre como para llenar diez vidas. Ahora solo pretendo ser un campesino más cuidando de sus tierras.

—Un campesino que supongo que no dudará en utilizar sus habilidades para defender su hogar a toda costa. —añadió el barón.

—No tanto como por defender a mi prometida. —asintió él lanzando una mirada que obligó a Orkast a disimular un escalofrío.

—Entonces, por favor, toma parte en la conversación.

Durante los siguientes minutos el barón le puso en antecedentes sobre la situación de la ciudad. No le costó mucho entender la preocupación de los presentes. El peligro se cernía sobre Komor y las posibilidades de un nuevo conflicto eran muy altas. La sensación de hastío por la inevitabilidad de volver a tener que pelear por todo lo que quería estaba apoderándose de él.

El barón no se anduvo por las ramas y en cuanto terminó le pidió consejo.

—Ante todo necesito saber de que fuerzas disponemos y de que fuerzas dispone Samar.

—La ciudad de Samar dispone de un ejército permanente de unos diez mil infantes y dos mil hombres a caballo, bien equipados y entrenados. —informó el general Aloouf— Nosotros podríamos disponer de unos dos mil quinientos infantes y ochocientos caballeros, si le añadimos la milicia llegamos a los cuatro mil hombres a pie y mil doscientos a caballo.

—¿Experiencia en combate? —preguntó.

—Al norte de las colinas de Komor viven pueblos nómadas con los que teníamos frecuentes enfrentamientos cuando aquellas tierras eran nuestras, supongo que ellos tendrán el mismo problema.

—¿Y nosotros?

—No hemos tenido problemas desde la Batalla de las Llanuras de Samar.

—O sea, que ninguno de los soldados ha matado algo más grande que un conejo... —replicó Albert pensativo.

—¿Qué opinas? —preguntó el barón.

—Que solo tenemos dos opciones. —respondió Albert— Una, que su excelencia negocie un nuevo tratado, procurando mejorar las condiciones y otra ir a la guerra.

—Negociar, ¡Nunca! —gritó el general Aloouf indignado— Prefiero perder hasta mi última gota de sangre peleando frente a las murallas de mi ciudad.

—Si eso es lo que quieres... —replicó él encogiéndose de hombros— Con un ejército inferior en número y experiencia, eso conseguirás, por no contar con la muerte y la violación de tu mujer y tus hijos, la esclavitud, la destrucción de tus propiedades... La negociación de un tratado puede tener muchos objetivos y el principal aquí es ganar tiempo. Además los samarios siempre pueden darnos una sorpresa y mostrarse conciliadores. Un mal trato es mejor que una buena guerra.

—¿Ganar tiempo para qué? —preguntó el barón interesado.

—Propongo inmediatamente imponer una economía de guerra. —respondió Albert levantando un murmullo de sorpresa.

—¿Economía de guerra? —preguntó Dankar uno de los hacendados más ricos de la ciudad.

—Sí. Mientras se negocia en Samar, deberíamos reducir en un setenta y cinco por ciento las exportaciones de carne y grano, podemos simular una mala cosecha para no perder los clientes. —respondió Albert— Ese alimento debería almacenarse dentro de las murallas, lo que nos permitiría sostener un largo asedio y además subiría los precios de los productos básicos obligando a Samar a desviar dinero de otras partidas como la militar para comprar comida.

—Por otra parte deberíamos prolongar las negociaciones lo máximo posible —continuó— y entre la delegación deberíamos infiltrar agentes que fuesen capaces de averiguar el estado de alistamiento del ejercito y mucho más importante, la moral de la gente, el estado de la economía... esas cosas. La información es poder.

—¿Qué crees que harán los samarios?

—Sí yo fuese ellos impondría unas condiciones inaceptables para nosotros e iría a la guerra lo antes posible, sin dudarlo, ahora que somos vulnerables.

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó el general.

—Estar preparados. Y ganar la guerra por cualquier medio a nuestro alcance.

—¿Acaso insinúas que no nos comportemos honorablemente en el campo de batalla? —rugió el general— Yo dirijo un ejército, no una banda de rufianes.

—No lo dudo, pero en la guerra no gana el caballeroso sino el que está decidido a hacer cualquier cosa para ganar. —respondió Albert— Esto no es un deporte, nos jugamos la vida y la felicidad de nuestras familias y no estoy dispuesto a sacrificarlas solo por formar gallardamente delante de las murallas y dejarme masacrar por un ejército veterano y que nos dobla en número. Si te sirve de consuelo te diré que la historia la escriben los vencedores y nadie se acuerda de los derrotados, se hayan comportado honorablemente o no en el campo de batalla.

Todos los presentes le miraron pensativamente. Albert sabía perfectamente que estaban sopesando sus palabras mientras pensaban en sus esposas, sus hijos y sus posesiones. Al parecer la idea de ver a desaparecer todo lo que amaban les convenció de que aquel aventurero tenía razón. Fue entonces cuando Albert continuó exponiendo sus planes.

—Lo mejor será mandar unos cuantos funcionarios inmediatamente con la misión de intentar redactar un nuevo tratado. Da igual el resultado, lo importante es que las negociaciones se prolonguen hasta el otoño. Con eso ganaremos un año entero. Los samarios no se atreverán a movilizar un ejército en invierno. Como ya he dicho antes, entre los funcionarios se debería enviar a un par de personas que investiguen sin tomar riesgos el grado de alistamiento y la situación económica de Samar.

—No sería mala idea que tú fueras uno de ellos. —dijo Orkast ladinamente.

—No es mala idea, en efecto. Tampoco lo sería que fueses tú, pero ambos tendremos tareas que hacer aquí. Con la venía de su excelencia me gustaría proponer a Orkast, ayudado de un hombre de su elección, para organizar la recogida y el almacenamiento de las cosechas.

Orkast le miró sorprendido y a la vez satisfecho, pensando que lo había elegido por su habilidad, pero la realidad es que lo quería lejos de Samar. Aquel hombre era capaz de todo por dinero y no sabía hasta que punto sería leal a la ciudad.

—Y mientras el ejército y la milicia empiezan a entrenar intensivamente, al sur, lejos de miradas curiosas, yo adiestraré personalmente unos cientos de hombres para una misión especial. —dijo Albert.

—¿Y se puede saber qué misión será esa? —preguntó el barón con curiosidad.

—Tengo una vaga idea, pero  hasta que no tenga más información, no podre ser más concreto. Básicamente lo que haré será hostigar y retrasar al enemigo todo lo posible durante el avance.

—Básicamente armarás una unidad de bandidos. Si piensas que te voy a ceder un solo hombre... —dijo el general Aloouf amenazador.

—En realidad se los iba a pedir prestados a nuestro capitán de la milicia. Seguro que tiene unos cuantos prisioneros de los que puede prescindir.

—¿Estás loco? Vas a armar un ejército de delincuentes. Será un desastre. —exclamó el capitán consternado.

—No pienso liberarlos a todos. Todos los que estamos aquí sabemos que la gente acaba en la cárcel por muchas razones. Hay verdaderos asesinos sin alma, pero esos no me interesan. Me interesan los que se han visto obligados a delinquir por las circunstancias, los que tienen deudas, los que en una noche de borrachera han meado en el templo, ese tipo de gente.

—Excelente idea. —intervino Aselas después de un buen rato de silencio— Yo mismo te ayudare a equiparlos con armas ligeras y supongo que el barón no tendrá inconveniente en aportar suficientes cabalgaduras.

El barón pillado a contrapié no supo que decir y terminó por aceptar asintiendo con la cabeza.

—Sí, sí, por supuesto.

—Entonces comenzaré a entrenarlos en otoño, cuando termine la cosecha. —dijo Albert.

—En fin, creo que por ahora no hay mucho más que podamos hacer. —dijo el barón mientras los esclavos rellenaban las copas de los asistentes— Ahora brindemos por la victoria.

—¡Por la victoria! ¡Por el barón! ¡Por Komor! —gritaron todos al unísono entrechocando sus copas y apurando el fuerte licor de un solo trago.

Orkast

Finalmente se levantaron y todos los asistentes a la reunión fueron desfilando. Gazsi a su lado observaba con inquina como Albert desaparecía de los primeros por la puerta para reunirse con la mujer que le pertenecía por derecho.

—¡Maldito cabrón! —dijo su hijo entre dientes— No solo me roba a mi prometida sino que ahora se convierte en el general de todos nuestros ejércitos.

—Hay que reconocer que todo lo que ha dicho tiene sentido. —replicó Orkast— Aunque no me guste.

—¿Estás dispuesto a perder el montón de dinero que nos proporciona la venta de cereales en Puerto Brock? —preguntó el chico incrédulo.

—A veces hay que perder para poder ganar. —respondió su padre enfático.

—Tú sabes más de esas cosas, pero en este momento lo único que deseo es cortar esa cara en pequeñas tajaditas...

Orkast le miró con una sonrisa torcida consciente de que quizás el deseo de su hijo pronto se viese cumplido, aunque no por sus propias manos. Gazsi captó su mirada y sonrió mientras volvían al salón de baile. A lo mejor se había equivocado con él y era más listo de lo que pensaba.

Procurando pasar desapercibido escribió un rápido mensaje en un trozo de papel y ordenó a uno de sus esclavos de confianza que había traído que llevase aquel mensaje con urgencia.

Capítulo 35. De vuelta a casa

Neelam

En cuanto Albert salió de la reunión con el barón notó que había pasado algo. Su prometido estaba súbitamente serio. Estuvo a punto de preguntarle, pero por la expresión de su cara sabía que no era el momento, así que simplemente se agarró a él y bailaron un par de piezas más antes de que dijese que se hacía tarde y que era conveniente que se volviesen a casa.

Sin olvidarse de despedirse del barón y darle las gracias por la espléndida fiesta salieron a la noche fresca y estrellada. Subieron al pequeño carruaje y Albert la tapó amorosamente con una manta antes de ponerse en camino.

Neelam se agarró al brazo de Albert y recostó la cabeza sobre su hombro. El cansancio y la opípara cena unido al rítmico traqueteo del carruaje hacían que el sueño empezase a dominarla, pero antes de rendirse y cerrar los ojos no pudo evitar preguntarle:

—¿Ocurre algo? Te noto muy serio desde que volviste de la reunión.

—Problemas. —respondió él enigmático— Espero que al final todo quede en nada, pero no te preocupes, todo se arreglará.

—¿Es referente a nuestro compromiso? —preguntó temerosa.

—No, tranquila. No tiene nada que ver. En realidad lo preferiría porque eso tenía solución. Nada ni nadie podrá separarme de ti. —dijo besando suavemente sus labios.

No pudo evitarlo y llevada por la excitación deslizó su lengua dentro de la boca de Albert convirtiendo aquel beso tierno en una promesa de lujuria. Albert le devolvió el beso inundando su boca con el áspero sabor del licor de rag.

Siguieron besándose con ansía mientras entraban en un tramo oscuro y solitario del camino. La intimidad del lugar invitaba a ello y notó como la mano de Albert se deslizaba por debajo de la manta palpando su corpiño y buscando el escote.

Intentando excitarle un poco más aun, gimió al sentir las manos sobre su busto, manipulando sus pechos hasta conseguir sacar uno de la prisión del vestido.

Neelam deshizo el beso para tomarse un respiro y dejó que su hombre le acariciase el pecho y le pellizcase con suavidad el pezón, apoyando la frente contra su cara y gimiendo de nuevo. La mano de Albert soltó su pecho y bajando por el vestido comenzó a apartar apresuradamente la falda buscando el interior de sus piernas.

Tras una  corta lucha notó con alivio la mano fresca de su prometido rozando el interior ardiente de sus muslos. Separando un poco las piernas gimió y apoyó la cabeza en su pecho expectante.

Albert se demoró en el interior de sus muslos y acarició el pelo que cubría su monte de venus procurando evitar sus zonas más sensibles y volviéndola loca de deseo. Levantando la vista le miró con ojos suplicantes y le mordió la barbilla y el labio inferior, intentando atraerle a  su sexo anhelante.

Cuando finalmente el dedo corazón de Albert rozó su clítoris no pudo evitar que se le escapase un grito de placer y cerró las piernas, para evitar que aquel dedo se escapase. Albert sonrió y la besó mientras ella cerraba los ojos para concentrase en el placer que irradiaba de entre sus piernas.

Justo en ese momento Albert dio un tirón a las riendas para detener el carruaje. Neelam creyó que su prometido la iba a sacar del pequeño vehículo para hacerle el amor a la sombra de uno de los árboles del camino, pero cuando abrió los ojos vio un hombre de aspecto nada tranquilizador apostado en el medio del camino.

Con un movimiento casi imperceptible Albert echó la mano a la bota y sacando un cuchillo arrojadizo, lo escondió en la manga del traje y espero para ver qué era lo que quería el desconocido.

—¡Buenas! Una noche deliciosa para andar haciendo manitas. —dijo el desconocido desde debajo de su capucha— Quizás deberías apartar la mano de ese chocho tan jugoso y acercarla a la bolsa. No me vendrían mal unos cuantos karts para cerveza y un par de putas.

Al observar a Albert, súbitamente tranquilo y concentrado, sintió el peligro que emanaba y el temor se convirtió en confianza. No sabía por qué, pero se sentía totalmente tranquila y confiada, incluso cuando el desconocido sacó una ballesta de su embozo y dos hombres que hasta ese momento habían estado ocultos salían de entre los árboles portando sendas enormes espadas.

Albert

No dudó. Dejando correr la adrenalina por su cuerpo tensó todos sus músculos y se preparó para el combate.

—Mucha chatarra para un vulgar asalto. —dijo él apeándose del carruaje y acercándose a sus asaltantes.

Los hombres, confiados, rieron y le dejaron acercarse hasta que estuvo a unos pocos metros. En ese instante no dejó que ellos tomasen la iniciativa y con un movimiento fulgurante le lanzó el cuchillo al hombre de la ballesta.

El arma se le clavó en el hombro derecho. El asesino apretó por instinto el gatillo, pero ya estaba desequilibrado y el virote se perdió en el cielo nocturno.

Los dos hombres dejaron a su compinche desangrándose en el suelo y se lanzaron con las espadas preparadas sobre él.

Con una sonrisa de lobo les esperó. Por la forma en que levantaron las armas sabía que aunque tenían ciertas nociones, no eran guerreros expertos. Agazapado, esperó tranquilo la embestida y rodando sobre si mismo esquivó el ataque poco conjuntando de los dos hombres.

Aprovechando la momentánea confusión agarró las muñecas de uno de los hombres y usando su espada rechazó el ataque de su compañero con facilidad. Mientras el atacante intentaba recuperar el equilibrio, Albert le dio un rodillazo en los testículos al que tenía agarrado por las muñecas y le arrebató la espada.

El hombre encogido por el dolor no pudo esquivar la patada que le arreó en la sien e inmediatamente se quedó inconsciente.

El asaltante que quedaba ya no sonreía. Aun así, era valiente. Podía haber salido huyendo, pero decidió plantar cara y tras voltear la espada un par de veces se puso en guardia.

—Mucho te pagan para que después de ver a tus dos compañeros fuera de combate sigas intentando  matarme. —dijo con una sonrisa confiada— ¿Quién te manda?

—Eso no te importa.

No necesitaba más. Ahora estaba seguro que aquellos hombres los había enviado aquella hiena de Orkast para matarlo.

No sabía cómo se las había arreglado para preparar la emboscada tan pronto. Lo único que se le ocurría era que la tuviese preparada para dar un susto a Neelam y que Gazsi apareciese como por casualidad librándola del peligro y a última hora hubiese alterado el plan.

Fuera como fuese, tenía que enviarle un mensaje a aquel cabrón, pero no quería hacerlo delante de su prometida, así que esperó a que el hombre le lanzase un mandoble para, tras rechazarlo con facilidad, darle un empujón y colocarse a su espalda. Con un movimiento sencillo le arreó en la nuca con el pomo de la espada y el hombre cayó al suelo como un saco.

Neelam, que había estado observando la escena con total tranquilidad, hizo el ademán de levantarse, pero le ordenó que se quedase sujetando las riendas mientras apartaba a los hombres del camino.

Rápidamente se llevó a los hombres detrás de unos arbustos que había a unos veinte metros del camino y no tuvo misericordia con ellos. Tenía que enviarle un mensaje a Orkast. Aquel hijoputa tenía que saber que no volvería a tolerar otra sucia jugada como aquella, así que apartando las camisas, para que el que los viese supiese que habían matado a aquellos hombres a sangre fría, hundió las puntas de sus propias espadas en sus corazones.

—Por favor, —suplicó el hombre al que había herido en el hombro— no me mates, te lo diré todo, te diré quién nos ha contratado si me perdonas la vida. En principio solo teníamos que dar  a la chica un buen susto para convencerla de que estaría más segura con un hombre rico y poderoso a su lado, pero hace un rato nos enviaron un mensaje cambiando las órdenes. Teniamos que matar a su acompañante.

—No hace falta que me lo digas, sé perfectamente quién te paga. Lo siento, pero no puedo permitirme dejarte vivo. El mismo tipo que te contrató podría utilizar tu testimonio para perjudicarme. —dijo sacando el cuchillo arrojadizo del hombro de aquel desgraciado.

El hombre lo miró en un principio sorprendido, pero rápidamente recuperó la serenidad y cesando sus súplicas le miró tranquilo y preparado para reunirse con sus dioses. Albert no se hizo esperar y con un rápido estoque acabó con su sufrimiento.

Tras limpiar la espada y asegurarse de no dejar ninguna pista, volvió al carruaje, cogió las riendas y azuzó a Temblor, que enseguida adoptó un trotecillo alegre. Neelam se agarró a él temblando, Albert no sabía muy bien si por el miedo o por la excitación y ni siquiera desvió la mirada hacia el lugar donde habían desaparecido los asaltantes.

Avanzando por el camino no pudo evitar pensar en que la violencia le perseguía allá donde fuese. Era verdad que vivía en un mundo violento, pero conocía a personas que jamás se habían visto obligadas a matar a nadie para sobrevivir y él, sin embargo, no podía mantener sus manos limpias de sangre ni siquiera cuando se lo proponía.

Ahora estaba otra vez metido en el centro de un nuevo conflicto, no solo entre vecinos, sino entre dos ciudades ya que estaba convencido de que tarde o temprano tendría que pelear para mantener aquel pedazo de tierra.

Si fuese por él,  hubiese recogido sus pertenencias y se hubiese llevado a Neelam lejos de allí, pero sabía perfectamente que la joven amaba Amul y si se iban sin intentar defenderla jamás se lo perdonaría.

—Los has matado. ¿Verdad? —le sorprendió ella preguntando a bocajarro.

Durante unos insinuantes dudó y finalmente optó por no contestar.

—Solo quiero que sepas que entiendo lo que te ha costado hacerlo y sé que probablemente no tenías otra alternativa. Te agradezco que me hayas salvado la vida y que me hayas ahorrado el espectáculo. —continuó ella.

—La verdad es que tu vida no corría peligro. —dijo él— El objetivo era yo.

—Orkast...

—Sí. Por eso era necesario mandarle un mensaje. No creo que vuelva a intentarlo, al menos por el momento, dadas las circunstancias. Espero no tener que tomar ninguna medida drástica.

Intentando olvidar sus preocupaciones cogió a su prometida por los hombros y la acercó hacia él mientras levantaba la mirada al cielo estrellado. Las noches ya no eran tan frías. Ya se podía oler la primavera y pronto estaría trabajando como un loco para sacar adelante una cosecha que probablemente tendría que entregar al barón en su totalidad. Irritado soltó un juramento y arreó al caballo.

Mientras conducía el carruaje, su mente se perdió inevitablemente en el problema de cómo enfrentarse a Samar con garantías de éxito. Samar tenía todas las de ganar. En su opinión aquella ciudad solo tenía un punto débil. A pesar de que las tierras que había arrebatado a Komor eran bastante extensas no eran tan fértiles. Según había comentado el barón los campesinos komorianos las habían abandonado tras la guerra y los samarios no los habían sustituido, solo las dedicaban al pastoreo y en vez de cultivarlas habían preferido importar los alimentos con los tributos y el producto de las minas y se había vuelto demasiado dependiente del oro que les llegaba de la ciudad vencida. Si lograban pillarlos desprevenidos y desabastecerlos, aunque solo fuese en parte, tendrían media guerra ganada.

A su favor los samarios tenían un ejército más grande y lo más importante, acostumbrado a matar. Aquel era un detalle importante, no todo el mundo podía ponerse cara a cara, delante de un enemigo y clavarle una espada en las tripas. Por eso no le molestó demasiado contar con delincuentes entre sus filas. Los desesperados solían ser gente decidida y dispuesta a todo. Si las cosas se desarrollaban más o menos como tenía pensado, a ellos les tocaría hacer el trabajo sucio.

Perdido en sus pensamientos apenas percibió como Neelam deslizaba la mano bajo la manta y le acariciaba la entrepierna. Su polla reaccionó mucho antes que él y se puso inmediatamente dura.

Al bajar la mirada se encontró con la de ella que le observaba con  picardía. Era inevitable. La atracción que sentía por aquella mujer le hizo olvidarse de todo y toda su mente se concentró en acariciar y besar aquellos labios gruesos y rojos, los finos arcos de sus cejas, sus pómulos ligeramente enrojecidos por el aire nocturno. Excitado, arreó un poco más a Temblor que hizo la última milla casi a la carrera.

A pesar de todo, los últimos metros se le hicieron eternos con la mano de Neelam recorriendo arriba y abajo su miembro. Los primeros rayos de sol se adivinaban en el horizonte cuando cogió a su futura esposa en brazos y la metió a toda prisa en la casa. Había sido un día agotador, pero la noche no había terminado aun.

En cuanto entraron en la habitación de Neelam, ahora de los dos, él se acercó para desnudarla, pero ella se limitó a rechazarle con un gesto y le obligó a quedarse en pie, frente a ella, como un soldado frente a su general.

Mientras esperaba observó a Neelam. Estaba espectacular con aquel vestido amarillo y escotado y ella se regodeó y se exhibió ante él con descaro, mostrándole la pierna tensa y esbelta por la abertura de la falda, antes de acercarse y comenzar a desvestirle.

Neelam

Con lentitud le apartó la camisa y recorrió todas sus cicatrices con los labios. En el hombro derecho destacaba  una pequeña herida producto de la reyerta. El sabor metálico de la sangre la excitó y tuvo que contenerse para no lanzarse sobre él. Antes de follarle quería que Albert estuviese frenético de deseo.

Con una sonrisa le escrutó con la mirada y se arrodilló frente a él, con cuidado de no arrugar la vaporosa seda del vestido y le bajó los pantalones que tanto le había costado arreglar. La polla de Albert saltó libre y erecta por fin y ella la cogió entre sus manos y la acarició con suavidad provocando el primer gemido de su hombre.

Aquel pedazo de carne intimidante y excitante a la vez saltó entre sus dedos, ansioso por apuñalar su sexo. Inevitablemente atraída la rozó con sus mejillas y se golpeó los labios con ella. Un nuevo espasmo, un nuevo gemido ronco y ansioso.

Levantó la vista con curiosidad. Albert la miraba desde arriba con los ojos perdidos en la profundidad de su escote. Neelam se metió la punta del miembro en la boca y chupó con fuerza antes de metérsela entera.

Con un esfuerzo se la metió dos tercios de su miembro, dejando que ocupara su boca casi por completo. Excitada sintió su calor y acarició la parte inferior con la lengua, percibiendo como crecía y menguaba aquel ardiente apéndice con cada caricia.

Con un fuerte chupetón se apartó. Tosió para librase de la saliva que se le había acumulado y dejó que resbalase de  la comisura de la boca. Albert la ayudó a levantarse e intentó asirla por la cintura, pero ella le eludió y de un empujón lo sentó en el lecho.

Dando un paso atrás se plantó frente a él. Podía percibir la fascinación que ejercía sobre él y emborrachada por aquella poderosa sensación, deseó excitarle hasta que perdiese el control. Quería sentirse mala.

Dando un paso a la derecha consiguió que el único rayo de luz del amanecer que se colaba en la habitación incidiese sobre sus cuerpo. Con una sonrisa que pretendía ser inocente, se bajó un poco el corpiño y le mostró un pecho a Albert.

Sabía que su cuerpo era atractivo y desde joven se había acostumbrado a la miradas lujuriosas, pero la mirada intensa y concentrada de Albert hacía que todo su cuerpo hirviese. Se acarició el pezón y le lanzó un beso. Albert se revolvió inquieto, pero no se levantó, simplemente se quedó congelado, observando como ella se quitaba los corchetes que cerraban el vestido  y lo dejaba caer a sus pies.

Una leve y fría corriente de aire la acarició haciendo que su piel se pusiese de gallina. Retándole con los ojos salió de entre el montón de vaporosa tela y se mostró totalmente desnuda ante él, dejándo que se la comiese con los ojos.

Aquella mirada tan intensa la excitó tanto que casi inconscientemente echó la mano a su sexo para aliviar aquella incontenible comezón. Acompañando la acción con un largo gemido se introdujo los dedos en el coño y se masturbó con suavidad mientras miraba a Albert inclínando ligeramente la cabeza y mirándole con los ojos húmedos de deseo.

Tras unos segundos sacó los dedos y se los llevó a la boca ansiosa por saborear su propia excitación y se dio la vuelta, dándole la espalda.

Esperó unos instantes mientras meneaba suavemente las caderas, pero no sucedió nada. Detestaba a los soldados, ¡Siempre eran tan disciplinados! A pesar de todo sabía que Albert estaba a punto de perder la compostura así que separó las piernas y se agachó para mostrarle su sexo hinchado y enrojecido por el deseo.

En ese momento Albert no aguantó más y cogiéndola por la cintura la acorraló contra la pared. La polla que tanto ansiaba reposó unos instantes entre los cachetes de su culo y ella se frotó contra ella como una gata en celo.

—Sé que no es digno de una dama, pero cuando vi como te librabas de aquellos hombres sentí una oleada de excitación incontenible. —dijo ella sin dejar de frotarse— Amo tu fuerza, amo tu valor, amo tu determinación.

Excitado, Albert la cogió por la barbilla obligándola a girar la cabeza y la besó mientras con la mano libre dirigía la polla al interior de su coño. El largo gemido que emitió al sentir la polla de su amante dilatar su sexo quedó ahogado por los labios y la lengua de Albert que seguía besándola con ansia.

Devolviendo los besos, retrasó un poco el culo y se puso de puntillas mientras Albert descargaba todo aquel frenesí largo tiempo aplazado, con salvajes empujones que la colmaban de placer. Tras unos segundos apartó la boca, cerró los ojos y se concentró solo en sentir las oleadas que surgían de su vagina y se extendían por todo el cuerpo, que pronto estuvo cubierto con el sudor de su hombre. Las manos de Albert se desplazaron desde su cuello y le recorrieron el cuerpo, ella inconscientemente contraía los músculos allí por donde los dedos de Albert pasaban.

Con un empujón le apartó y se dedicó a observarlo. Aquel cuerpo musculoso y brillante de sudor hacia que todo su cuerpo temblase de deseo. Acercándose a él alargó su mano y le hincó las uñas con fuerza en los pectorales, bajando poco a poco por su vientre mientras mordisqueaba sus tetillas. Albert hizo el amago de abrazarla pero ella le eludió y sin apartar los ojos de él se sentó sobre el tocador y abrió las piernas. Los labios de su vulva se abrieron invitadores y Albert se acercó y la penetró de nuevo, esta vez con más suavidad. Gimió e hincó las uñas de nuevo en su cuerpo. Solo cuando tenía a Albert dentro de ella se sentía completa.

—Bésame. —le pidió con desesperación.

Su prometido acercó los labios y los cerró sobre su boca, sin dejar de penetrarla con suavidad llevándola al borde del clímax.  Luchando contra su instinto lo apartó de nuevo. Esta vez quería hacerle un regalo. Ni siquiera a Sermatar se lo había permitido.

Mientras le miraba a los ojos se recorrió la entrada del ano con los dedos y se los llevó a la  boca y con un gesto lascivo se los embadurnó con una abundante capa de saliva antes de volverlos a llevar a su culo.

Con un suave quejido se metió los dedos en el culo y comenzó a dilatar suavemente el agujero. Albert se acercó y comenzó a besarle el cuello los pechos, y el pubis. La suavidad de los besos y lo lametones de Albert hicieron que toda incomodidad desapareciese y solo sintiese un intenso deseo de tenerle dentro de nuevo.

Albert lo percibió y se irguió preparado.

—Con cuidado. —le advirtió ella intentando que su voz no pareciese temerosa.

Albert sonrió con dulzura y acercó la polla a la entrada de su esfínter. El dolor no fue tan intenso como se esperaba y el miembro de Albert resbaló con suavidad dentro de sus entrañas. Soltó un quedo quejido y contrajo todos los músculos al sentir el espasmo de dolor.

Albert soltó un gemido y mantuvo la polla enterrada en su culo, mirándola a los ojos esperando pacientemente mientras acariciaba sus piernas y sus pies. Con un leve asentimiento lo animó a continuar. Albert comenzó a moverse con suavidad acariciándole la cara. Ella no se contuvo y soltaba pequeños quejidos cada vez que aquel miembro ardiente la perforaba, pero decidida a llegar al final le sonreía invitándola a continuar.

Poco a poco, ayudada por las caricias de su amante, el dolor fue pasando sustituido por un placer que se hacía cada vez más intenso. Cuando se dio cuenta, Albert la sodomizaba con fuerza mientras ella se apuñalaba el coño con sus dedos.

Asaltada por intensas oleadas de placer perdió el control gritó y golpeó el pecho de Albert como una tigresa mientras el continuaba impertérrito empujando y electrizando sus entrañas. Las oleadas de placer se volvieron cada vez más frecuentes e intensas hasta que se juntaron en un orgasmo descomunal. En ese momento Albert se separó y eyaculó varios chorros de semen ardiente.

Ella recibió aquella lluvia cálida que golpeaba su vientre y sus pechos sin dejar de masturbarse  hasta que el último espasmo de placer se esfumó.

Tan agotado y satisfecho como ella Albert se acercó y la besó con ternura mientras le susurraba que era maravillosa. Tras unos segundos de besos y caricias, Albert cogió su cuerpo agotado en brazos y lo depositó sobre la cama tumbándose a su lado y cubriéndola con su calor.

Así protegida, se acurrucó y se quedó dormida escuchando las palabras de amor de su prometido susurradas en su oído.

En cuanto terminó el capítulo dejó el libro sobre la mesa y se pegó una ducha rápida antes de coger un pack de cervezas. Cuando salía vio como Oliva se acercaba a su catre, cogía el libro y se ponía a leer.

En el exterior se había levantado un fuerte viento que se obstinaba en lanzarle arena a la cara. Los diminutos fragmentos de cuarzo le golpeaban como alfileres y se vio  obligado a ladear la cabeza para poder seguir avanzando.

Resoplando entró en la tienda de Monique. Mientras intentaba sacudirse inútilmente la arena de su pelo la llamó.

La joven doctora salió del otro lado del biombo. Estaba espectacular con una camiseta de tirantes y un pantalón vaquero tan corto que se podía ver la parte inferior de sus cachetes. Dejando las latas sobre el escritorio la levantó en brazos y la besó. La sensación de tener aquel cuerpo cálido y sensual pegado a él le provocó una erección casi inmediata.

Monique lo notó y tras terminar el beso se separó de él, no sin antes propinarle un buen restregón en la entrepierna.

—Hola, ¿Ya veo que me echabas de menos?

—Los minutos me han parecido años, mon cheri...

—Buen intento, —replicó ella entre risas— pero para la próxima vez deberías saber que la expresión correcta es ma chérie, a menos que creas que soy un hombre.

Ray sonrió a su vez y tras contestar que tomaba nota la besó de nuevo y le agarró el culo acercándola contra su erección. Por un momento creyó que iban a hacer el amor allí mismo sobre su mesa de trabajo, pero en el último momento la joven se separó y cogió una de las cervezas.

—Me temo que hoy tendremos que beberlas dentro, fuera hace un tiempo de mierda. —dijo ella pegando un trago a su birra mientras él abría a su vez una lata.

—No se me ocurre que podremos hacer toda la noche aquí dentro. —replicó Ray acercándose de nuevo a ella.

Monique le dio un empujón y dándole un cachete en el culo lo dirigió a la improvisada cocina donde ya había una olla borboteando.

A pesar de las circunstancias la cena estaba deliciosa y Ray comió con apetito, aunque su mente no podía dejar de desviarse hacia las noticias que había recibido, hasta tal punto que ni siquiera su doctora dejó de notarlo.

—¿Estás preocupado por algo? —preguntó ella.

—No, bueno sí. En fin, no sé. He recibido noticias de inteligencia. Parece que una panda de talibanes se está paseando por aquí cerca. Podrían pasar de largo o dirigirse hacia aquí, no hay suficientes datos.

—Yo que tú no me preocuparía demasiado. Lo más probable es que se dirijan hacia tierras más bajas buscando comida o municiones. Esta aldea no suele estar en ninguna ruta de paso así que no creo que los veamos.

—Quizás tengas razón, pero en unos valles tan estrechos y con las montañas agujereadas como un queso de gruyere es muy fácil perderles la pista. No me gustaría que se presentasen aquí por sorpresa.

Ella asintió comprensiva, pero trató de quitarle importancia. Afortunadamente tenía maneras de hacer que Ray olvidase sus preocupaciones. Acercándose, la doctora se sentó sobre él y le dio un largo beso con sabor a chocolate y cerveza. Cuando se dio cuenta estaban abrazados intentando arrancarse la ropa mutuamente.

Hicieron el amor como gatos en celo, arañándose y mordiéndose sin darse tregua hasta que Ray tuvo que marcharse para hacer la guardia que le tocaba. Monique protestó, mostrándole su cuerpo y acariciándose el sexo, lo que hizo que separase de ella fuese aun más doloroso, pero en ese momento era más importante que nunca mantenerse alerta así que le dio un rápido beso antes de salir en dirección a su campamento.

La noche seguía siendo desapacible y el viento que corría valle abajo lo empujaba y lo llevaba en volandas camino de su tienda.

—Creí que ibas a pasar la noche en brazos de tu francesita. —le saludó Oliva levantándose de los monitores y estirándose.

—¿Algún problema con los sensores? —preguntó Ray evitando contestar a la provocación.

—El aire y el polvo los han machacado bastante. El tres y el seis no funcionan, el uno sigue haciéndolo, pero el viento lo ha arrastrado varios metros de su sitio inicial y la posición de la cámara tres se ha llenado de arena hasta tapar el setenta y cinco por ciento del ocular.

—Bueno, mañana lo arreglaré. Esta noche me conformaré con lo que queda. Descansa un poco.

Oliva no se hizo esperar y se tumbó en el catre mientras él se ponía ante los monitores, con la mente ocupada en una mujer que dormía desnuda a menos de cien metros de él.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar