Las colinas de Komor XXVI
Neelam tembló ligeramente y simuló seguir hablando con su vecina de mesa. No había esperado suscitar tanta atención por parte del gobernador y ni se les había ocurrido idear una historia.
XXVI
Aquella mañana no tuvo mucha prisa por levantarse. Monique se había pasado toda la noche de guardia y pasaría la mañana durmiendo, así que Ray no salió de la tienda hasta bien avanzada la mañana.
La tormenta había pasado dejando el ambiente limpio y fresco. Por una vez el viento que venía por el valle no era capaz de levantar el polvo compactado por la humedad. Todos parecían haberlo notado y paseaban por el campamento con una especie de sonrisa de alivio marcada en la cara.
Más allá, el río había crecido notablemente y el agua turbia y tempestuosa llegaba casi a rozar la parte superior del promontorio dónde se asentaba la aldea. Sin dejar de mirar en aquella dirección se preguntó cómo se las arreglarían los aldeanos en la época del deshielo.
Inspirando con fuerza comenzó a correr por la orilla del río dispuesto a soltar un poco los músculos. Varios aldeanos se cruzaron con él, camino del campamento de MSF y algunos le saludaron con un tímidas sonrisas, al menos parecía que ya no les tenían como al enemigo y solo les consideraban una molestia necesaria.
Ray continuó hasta llegar a la entrada de la aldea y aunque se sintió tentado de entrar, finalmente se dio la vuelta y siguió corriendo tan rápido como pudo hasta que el valle se cerró y solo quedó el espacio para un estrecho camino.
Se agachó unos instantes para descansar y observó como el camino desaparecía entre las montañas que lo rodeaban. Probablemente si alguien se decidía finalmente a atacarles provendría de aquella dirección.
Se levantó y se internó unos doscientos metros por él. Con el río tan crecido apenas había espacio para un camión y no pudo evitar pensar la semejanza con las Termópilas. De ser necesario, desde allí, bien atrincherado, podría contener a un batallón. Era una lástima que el río no mantuviese siempre aquel caudal porque en cuanto bajase el agua a su nivel normal el acceso sería bastante más ancho y menos defendible.
Durante un momento se le pasó por la cabeza minar el lecho del río emulando con explosivos el muro focense, pero por razones obvias lo desechó inmediatamente. Lo que faltaba era que los heridas que curara Monique las provocase él.
De todas maneras no le pareció mala idea entrar con la camioneta un par de kilómetros y colocar allí algunos sensores. Adelantarse a un ataque, aunque solo fuera en dos minutos, podía significar la diferencia entre la vida o la muerte.
Cuando volvió al campamento ya se había formado la cola delante del dispensario. El doctor Bishop había sustituido a Tennard en la consulta. Ray se dio una ducha rápida y se apresuró a bajar hasta allí. No quería que los médicos pensasen que vigilaba el consultorio solo porque la doctora Tennard despachaba en él.
Tras echar un vistazo rápido a la cola y comprobar que no había nadie que pudiese provocar un problema se sentó sobre un cajón, a la sombra del dispensario y comenzó de nuevo a leer.
Capítulo 32. Promesas
Albert
A partir de aquel día todo resultó tan natural que cada vez que lo pensaba no podía evitar analizar todas las circunstancias que le habían llevado hasta allí. Si los dioses realmente existían, esa era una buena prueba de sus caprichos.
Al contrario de lo que esperaba, los viejos sirvientes parecieron alegrarse sinceramente de su relación. Cuando finalmente salieron de la habitación, tras una borrachera de más de veinticuatro horas de sexo les tenían preparada un verdadero banquete para celebrarlo y todo eran sonrisas. El único que parecía un poco enfurruñado era Cuchilla que echaba de menos los juegos y las caricias.
Sin nada que hacer, los días transcurrieron en una especie de nube entre los brazos de Neelam, que parecía tan enamorada como él. Cuando la miraba, sonreía coqueta, sus mejillas enrojecían como las de una jovencita inexperta y enseguida buscaba con las manos su contacto. A veces un abrazo o un beso bastaba, pero otras acababan haciendo el amor llevados por una inexplicable necesidad de convertirse en uno.
Solo la mancha de su pasado lograba hacerle dudar. Siempre que había tenido una relación con una mujer la había hecho daño. Puede que no voluntariamente, pero el hecho estaba ahí; todas las mujeres a las que había amado, las había abandonado. A veces intentaba hablar con Neelam y explicárselo, pero aquella mirada intensa y subyugante le convertía en un cobarde. Sabía que nunca se atrevería a negarle nada a aquella joven.
Aquella tarde salieron a pescar. Los días eran más largos y se olía en el ambiente la inminente llegada de la primavera. A pesar de que las noches eran frías durante el día, el sol apretaba con fuerza y la nieve que había cubierto la tierra durante más de tres meses empezaba a derretirse.
Albert lanzó el anzuelo y esperó mientras Neelam se acurrucaba a su lado. Durante unos minutos todo pareció como siempre, pero al poco tiempo notó que Neelam estaba un poco nerviosa, se agarraba a él y le besaba, pero era como si quisiese decir algo y no se atreviese o no supiese por dónde empezar.
Justo cuando parecía que se iba a sincerar, un pescado picó y la atención de ambos se fijó en sacar el pez del agua. Un gran micarta de escamas tornasoladas y boca grande y plagada de enormes dientes les dio trabajo. El pez luchaba y se debatía tirando del sedal y poniendo a prueba el bambú de la caña, doblándola hasta extremos inverosímiles, pero finalmente se rindió y pudieron arrastrarlo hasta la orilla.
—Me debo de estar ablandando, pero no quiero matarlo. —dijo mientras se jugaba los dedos para extraer el anzuelo— Es un luchador, ha peleado como una fiera. Además hoy no me apetece pescado.
Neelam asintió con la mirada un tanto ausente, como si tuviese la cabeza en otro sitio. Finalmente Albert se cansó y le preguntó directamente:
—Está bien. ¿Qué es lo que pasa? —preguntó el deseando acabar con la incertidumbre.
—Yo... Nosotros... Es todo tan complicado... —respondió ella aun dubitativa.
En ese momento pensó que estaba intentando terminar con la relación. Una sensación de vacío y a la vez de alivio le asaltó. Por lo menos esta vez no era él el que le rompía el corazón a ella.
—Lo entiendo, tu eres una mujer rica y con influencias y yo soy poco más que un esclavo. No te preocupes, lo entiendo.
—¡Oh, no! No es eso. —dijo ella con las lágrimas corriendo por sus mejillas— Cuando dije que te amaba, lo dije de verdad. Pero aun así, sigue siendo complicado de explicar.
—Simplemente, dilo. No te andes por las ramas. —dijo él mientras le besaba con suavidad las mejillas saboreando sus lágrimas.
—Bueno, yo. Sabes que soy viuda. Mi marido era el propietario de estas tierras, pero al no haber tenido hijos, yo quedo en una posición un tanto comprometida. Necesito demostrar ante el barón que puedo hacerlas productivas y pagar el impuesto que me imponga o casarme con alguien que sea capaz de hacerlo, si no, el elegirá un pretendiente adecuado para mí.
—Entiendo, pero no veo el problema. Sé que nos va a costar mucho esfuerzo, pero no dudo que podamos obtener una buena cosecha este año. —replicó él con seguridad.
—El problema es que hay alguien que desea esta propiedad desde hace años y está muy unido al barón. Es uno de los mercaderes más ricos de Komor y quiere casarme con su hijo para poder controlar mis tierras.
—Entiendo. Temes que una buena cosecha no baste.
—Orkast cree que soy tonta, pero sé perfectamente que se las ha arreglado para comprar o atemorizar a todo el que trabajaba para mí. Por eso tuve que recurrir a comprarte como una medida desesperada. Ahora que te ha visto y ha visto lo que eres capaz de hacer tendrá otro plan en mente.
—Y te imaginas cual será. —aventuró Albert.
—Supongo que tendrá que ver con la Fiesta de la Primavera. —respondió ella— Probablemente habrá convencido al barón de que él puede hacer mis tierras más productivas y habrá acordado con él que yo no debo pasar ni un minuto más sola. Además tiene una excusa.
—¿Cuál?
—Digamos que acepté un regalo suyo para ganar tiempo.
—¿Un regalo? —preguntó Albert.
—Sí. En realidad, en otras circunstancias no sería vinculante, pero Orkast podría utilizarlo para que el barón tenga un argumento a su favor.
—Pues le devuelves el regalo antes de que él pueda utilizarlo y punto.
—Me temo que es un poco difícil. Lo vendí para poder comprarte. —respondió ella bajando los ojos.
Albert soltó una carcajada ante la ocurrencia de la joven. No pudo evitarlo. Abrazó a aquella mujer maravillado ante su astucia y la besó, intentando expresar todo su amor y admiración.
—Me encantará ver la cara de ese cabrón cuando se entere. —dijo sin dejar de abrazarla —Será un bonito espectáculo.
—Sí, bueno, espero que estés cerca, porque yo no estoy tan segura de querer estar presente cuando ocurra. —replicó ella con un escalofrío— Harías muy mal en subestimarle, es un tipo peligroso.
—En fin, ¿Y ahora qué es lo que tienes pensado? —preguntó él mirándola a los ojos.
—Solo me queda una carta que jugar a estas alturas. Presentarme en la Fiesta de la Primavera con un prometido. Sé que casi no nos conocemos, pero te juro que jamás había sentido nada parecido a la sensación de estar contigo. Te amo y me gustaría tener más tiempo para dejar que fueses tú el que tomase la iniciativa, pero las circunstancias me obligan a pedirte que te cases conmigo.
Neelam
Albert enarcó las cejas totalmente sorprendido. Tras un instante de duda, en el que pensó que iba a negarse, sonrió y se rascó la barbilla simulando pensárselo detenidamente.
—¿Sabes que quizás ni siquiera eso baste? —dijo Albert— Si ese cabrón es tan hábil como dices, puede que consiga despojarte de estas tierras aunque te presentes conmigo. Después de todo, no soy más que un esclavo.
—¿Ves todo esto? Tras años aquí he llegado a amar esta tierra. Y siento que le debo a Sermatar hacer todo lo posible para que no caiga en manos de ese cabrón, pero si al final es imposible y tengo que elegir entre todo esto y tú, no lo dudaré ni por un segundo. —dijo dándole a Albert un largo beso— Me da igual si terminamos mendigando en las calles mientras lo hagamos juntos.
El hombre la abrazó y ella le devolvió el abrazo con entusiasmo. Allí, dentro de sus brazos, se sintió totalmente protegida y le importaba muy poco lo que pasase, solo quería estar junto a él y hacer el amor cada noche a la luz de una hoguera.
Albert parecía sentir lo mismo porque deslizó las manos por debajo de su capa y le acarició con suavidad la espalda y las caderas. Neelam no pudo evitar soltar un pequeño suspiro de placer anticipado al sentir como todo su cuerpo se excitaba. Agarrando el cuello de su amante se sentó sobre él e insistió:
—Aun no has respondido. —le dijo mientras se lo comía a besos.
—Quizás sea porque no me has dejado. —replicó él entre un beso y otro.
Neelam necesitaba una respuesta, pero había algo que ansiaba aun más. Bajando los calzones de Albert se apartó su ropa interior y con un gestó apresurado le cogió la polla y se la metió hasta el fondo.
Albert, sorprendido, soltó un gemido roncó y se agarró mientras ella comenzaba a mover las caderas arriba y abajo. Neelam cerró los ojos y por unos instantes se concentró en la sensación de tener aquel instrumento ardiente creciendo en su interior hasta convertirse en una estaca dura y palpitante.
—¿Me amas? —preguntó abriendo los ojos y dándole un beso en los labios sin dejar de moverse— ¿Te casarás conmigo?
Albert deslizó las manos por debajo de su túnica y le acarició los pechos unos instantes antes de estrujárselos con fuerza. La miró con intensidad, pero no dijo nada, se limitó a sonreír y a disfrutar de su cuerpo.
El placer se hizo más intenso y casi sin ser consciente de lo que estaba haciendo aumentó el ritmo de sus caderas mientras acariciaba con torpeza la cara de su amante.
—Di algo... Dime lo que piensas... —le exhortó entre jadeos.
Albert se giró y la tumbó sobre la nieve húmeda. Cogiéndola por las muñecas la inmovilizó y comenzó a follarla. Llevado por el frenesí de su deseo comenzó a penetrarla con violencia. Neelam gritó y rodeó las caderas de su amante con las piernas, disfrutando de cada embate, del peso de su cuerpo sobre ella, de aquellos prodigiosos músculos tensos y sudorosos.
—Quiero tener tu cuerpo siempre encima de mí. —susurró a su oído— Quiero que me hagas el amor todos los días, hasta que mi cuerpo este seco y arrugado y apenas le quede aliento.
Albert
—Sí. —respondió él aumentando aun más la intensidad de sus empujones hasta el punto de desplazarla unos centímetros sobre la nieve con cada uno— Te haré el amor todos los días. Follaremos como animales, romperemos sábanas y haremos las camas astillas.
A Albert le daba igual todo, solo quería estar dentro de aquella mujer, para siempre. La besó de nuevo deseando con todas sus fuerzas de que aquel deseo se cumpliese. Si de algo estaba convencido es de que amaba a aquella mujer. Ya había tenido aventuras suficientes para llenar dos vidas, ahora quería paz.
En ese momento se dio cuenta de que estaban sobre la nieve. Separándose un instante la cogió en brazos y la llevó dentro de la casa. Sin esperar un segundo, la desnudo a toda prisa, la tiró sobre la cama y la penetró de nuevo a la vez que acariciaba su melena retirando la nieve que se la había quedado adherida.
Neelam le miró y sonrió mientras él continuaba follándola con más ternura hasta que tuvo que separarse para no correrse. Ella aprovechó para darse la vuelta y tumbarse boca abajo. Albert apartó su melena y besó y mordisqueó su cuello y su espalda aun un poco húmedos y acariciándole el culo y los muslos, se los separó ligeramente para poder entrar en ella.
La joven se giró y le mostró el placer que sentía cuando él deslizo el miembro en su cálido interior. Llevado por un impulso le cogió la cabeza y la besó con intensidad antes de empezar a moverse en su interior.
La saboreó durante lo que le pareció una eternidad antes de deslizar sus brazos, uno en torno a su pecho y otro alrededor de su cuello. Atrayéndola hacia su cuerpo comenzó a penetrarla ahogando sus gemidos con sus besos.
Cada vez más excitado rodeó su cuello más estrechamente. Los jadeos de Neelam se hicieron más ahogados, pero ella sin intentar resistirse se limitó a cerrar los ojos y disfrutar. Albert ya no podía controlarse más y apretándose aun más contra ella aumentó el ritmo y la intensidad de sus empujones hasta que la joven se vio asaltada por un intenso orgasmo.
Neelam soltó un grito estrangulado y todo su cuerpo se puso rígido. Albert siguió penetrándola con fuerza hasta que a punto de correrse se separó y colocando la polla entre su cachetes se frotó contra ella y eyaculó derramando su semen sobre la espalda de la joven.
Cuando Neelam dejó de estremecerse la soltó y se tumbó a su espalda acariciando sus pechos y su vientre sudoroso.
—Entonces, ¿Te casarás conmigo? —preguntó ella.
—Mmm, no sé. —respondió Albert haciéndola rabiar un poco más— Aun tienes que contestar una pregunta. —dijo besándole y mordisqueando su cuello pálido.
—¿Qué quieres saber? —preguntó ella volviendo la cabeza para mirarle con prevención.
—¿Cada vez que necesites algo me lo pedirás así? —preguntó Albert con una sonrisa sardónica.
—¡Estúpido! —dijo ella dándose la vuelta y mirándole a los ojos.
Albert sonrió de nuevo y cogiendo su cara suavemente le dio una serie de besos cortos y rápidos interrumpiendo sus quejas antes de decirle que claro que se casaría con ella. La cara de alivio de la joven fue tan patente que no pudo evitar abrazarla con fuerza mientras ella lloraba, no sabía muy bien si de alivio o felicidad.
Más tranquila, se acurrucó en sus brazos. La lujuria había dado paso a una sensación que Albert nunca había experimentado. Por primera vez en su vida sentía que podía amar a una mujer sin tener que pensar en el futuro. Sabía que no merecía a aquella mujer. Él era un soldado sin patria ni fortuna, pero ella le necesitaba desesperadamente así que eso hacía que la balanza se equilibrase. Podía amar a aquella joven y esperaba no tener que separarse jamás de ella.
Neelam
Cuando se recuperó charlaron un rato más e hicieron planes. Al final llegaron a la conclusión de que anunciarían su compromiso asistiendo juntos a la Fiesta de la Primavera. Ella quería casarse lo antes posible, pero él se mostró inflexible y le dijo que no se casarían hasta después de la cosecha explicándole que era mejor celebrar la ceremonia después de demostrarle al barón lo que podían lograr juntos y así descartar cualquier suspicacia.
Estaba tan feliz que no discutió con él y se limitó a asentir a pesar de que no entendía la razón de la demora. Quería ser su esposa lo antes posible. Amaba aquel hombre como jamás había querido a nadie, ni siquiera a su madre.
Ahora con él a su lado sabía que todo iría bien y los nubarrones que se adivinaban en el futuro se despejaban. Sin poder controlar aquella sonrisa tonta que llevaba puesta todos aquellos días, acarició el cuerpo desnudo de su amante y apoyó la cabeza sobre su pecho, escuchando su poderoso corazón.
Albert, totalmente relajado, acariciaba su pelo y jugaba con él. Aprovechando aquel momento Neelam decidió pedirle algo que llevaba rondándole la cabeza desde la primera vez que entró en el ala prohibida donde Sermatar ocultaba sus trofeos.
—Hay una cosa de la que me arrepiento de mi anterior matrimonio y es que Sermatar nunca me contase la historia de su vida. —empezó— Sé que habrá cosas que no te resulta fácil contar y otras que no me gustará escuchar, pero si voy a ser tu esposa quiero conocerte y quiero saber que te ha llevado a ser como eres.
—¿Estás segura? No es un historia agradable. La mayor parte solo habla de muerte y violencia. Sabrás que no siempre he sido un buen hombre. —dijo él con el rostro repentinamente serio.
—No me importa lo que hayas sido. —replicó ella tumbándose sobre él— Lo que me importa es lo que eres, pero necesito saberlo todo de ti.
—¿Me lo pedirás con educación? —preguntó él agarrando su culo con una sonrisa de lobo.
—Vamos, cariño. —dijo ella consciente del deseo que crecía en ambos— Te prometo que luego haremos lo que quieras, pero ahora cuéntame tu historia.
—Está bien, —accedió el poniéndose súbitamente serio— pero después de oírla quizás cambies de opinión.
—Nunca —respondió ella totalmente convencida mientras se acomodaba sobre su pecho y se disponía a escuchar.
Capítulo 33. La Fiesta de la Primavera
Neelam
Desde aquel día, fue como si se hubiese quitado un enorme peso de encima. La perspectiva de tener que compartir el resto de su vida con Gazsi era tan sombría que había pasado muchas noches en vela. Sin embargo, ahora estaba prometida a otro hombre y ya no se separaría de él jamás. Si aun así esos cabrones se las arreglaban para convencer al barón de que Albert no era el hombre adecuado, se fugaría con él. No le gustaba abandonar Amul, pero lo haría si fuese necesario.
Todos aquellos pensamientos rondaron su mente mientras hacía los preparativos para acudir a la fiesta. Hacía poco más de una semana que había recibido la invitación y ella había respondido informando al barón de que acudiría con su nuevo prometido. Mientras tanto había pasado casi todo el tiempo arreglando uno de sus vestidos y sobre todo adaptando uno de los trajes de Sermatar, con la ayuda de Nerva, para que el enorme cuerpo de Albert pudiese meterse dentro.
En el exterior el cielo se había despejado definitivamente y la nieve desaparecía a ojos vistas. En la parte más baja de la propiedad, el Brock se había desbordado anegando la tierra y cubriéndola con una fértil capa de limo. En la parte alta en cambio ya se podía empezar a trabajar y Albert y Bulmak no habían perdido el tiempo.
Para cuando llegaba la noche los dos se acostaban rendidos, pero eso no impedía que diesen rienda suelta a una pasión desenfrenada. Amaba a aquel hombre hasta el punto de que la dolía y aun más desde que había escuchado su historia. Tenía razón en que no había tenido una vida fácil y había hecho cosas de las que no se sentía orgulloso, pero incluso estas las había realizado llevado por un profundo sentido del honor y el deber.
El hecho de que se convirtiese en pirata solo para cumplir la promesa de llevar de vuelta a la mujer que amaba con su padre, en vez de fugarse con ella, decía todo de él y le daba a ella la total seguridad de que Albert no se había prometido con ella en vano.
Finalmente, el día que tanto esperaba y temía llegó. Albert preparó el pequeño carruaje que había utilizado Sermatar en sus últimos años para ir a Komor y tras engancharlo a Temblor ya recuperado de su pata partieron con tiempo de sobra.
A pesar de la dificultad habían hecho un buen trabajo con la costura y el traje de Albert le quedaba impresionante. Habían necesitado deshacer tres trajes de Sermatar para conseguir material suficiente, pero ahora que lo veía con aquellos pantalones de cuero granates, el chaleco a juego y la camisa de algodón blanco, junto con la capa hecha con la piel de la gata ónyx que había cazado le daban el aspecto de un hombre acomodado.
Él sin embargo no parecía demasiado contento, se notaba que no estaba acostumbrado a las ropas tan ceñidas y se estiraba constantemente el atuendo.
—No sé cómo coños aguanta la gente vestida constantemente con estas ropas tan ceñidas. El cuero se me pega a la piel de las piernas y me pica todo el cuerpo. —se quejó mientras arreaba al caballo— Y tengo la sensación de que si hago un movimiento demasiado brusco convertirse este maldito traje en harapos.
—Pues a mí me parece que estás muy atractivo. Estoy segura de que voy a ser la envidia de la fiesta. —dijo ella admirando como la ropa se ceñía a aquellos músculos fuertes y abultados.
—En eso te equivocas, el envidiado voy a ser yo. —dijo él apartando un instante la capa que la cubría para admirar el vestido amarillo con un corpiño ajustado y deliciosamente bordado y cuajado de perlas, con un escote en barco que dejaba sus finas clavículas y sus hombros a la vista y una falda larga recorrida por una abertura que le llegaba casi a la cadera.
Albert la besó y volvió a cerrar la capa para que no cogiese frío, pero no dejó de mirarla embobado durante todo el camino, despertando en su sexo una delicioso cosquilleo.
Albert
Afortunadamente tenía la excusa de la ropa para ocultar su nerviosismo. Aunque no era la primera vez que estaba en presencia de gente importante, casi siempre había estado en un segundo plano y el actuar como un igual le causaba un profundo desasosiego. No era un hombre al que se le diesen bien cosas tan complicadas como la diplomacia y le aterraba tener que salir a una pista de baile.
A pesar de lo mucho que aquellas cosas le desagradaban estaba dispuesto a pasar por ellas por el amor que sentía por aquella mujer. Después de conocer su pasado ella no había cambiado de opinión e incomprensiblemente había seguido confiando en él. Durante un tiempo llegó a pensar que Neelam había actuado por puro instinto de conservación para evitar caer en manos de Gazsi y Orkast, pero por muchas vueltas que le diese no parecía que ella ganase mucho acabando en las manos de un exesclavo, pirata y asesino si no creyese totalmente en él.
Neelam apoyó la cabeza en su hombro y él la rodeó con un brazo mientras llevaba el carruaje con la mano libre. Para ocultar su nerviosismo le preguntó en qué consistían la Fiestas de la Primavera.
Acurrucada entre sus brazos su prometido, ella le contó que con la fiesta se daban las gracias a los dioses por vencer al invierno y se pedía una buena cosecha. Durante una semana, justo antes de que comenzaran los trabajos en el campo, se celebraban una serie de celebraciones y festivales. Entre otros eventos había un feria en la que se mostraban e intercambiaban animales que culminaba con un banquete nocturno que era al que se dirigían.
Mientras los ciudadanos disfrutaban de varios espetones dispuestos en el patio del palacio del barón, las élites de la ciudad disfrutaban de un lujoso banquete y un baile que se prolongaba hasta altas horas de la noche.
Nadie faltaba a este baile y los presentes aprovechaban para establecer alianzas y urdir intrigas. De hecho aquella era la razón principal por la que Neelam había insistido en asistir, para presentarle en sociedad.
Faltaban apenas un par de millas para llegar a la ciudad cuando una figura inconfundible apareció en el camino.
—Buenas noches, maestro Aselas, ¿No es un poco tarde para pasear por un camino solitario?
El anciano avanzaba a buen paso, ajeno a lo que sucedía a su alrededor, vestido con una túnica bastante baqueteada y pasada de moda, pero deslumbrante por su blancura a pesar del barro que cubría el camino y únicamente ayudado de un largo bastón. Al escuchar la voz de Albert se giró y saludó con su cayado.
—Nada tiene este anciano digno de ser arrebatado, ni siquiera mis magras carnes constituirían una cena decente para las alimañas.
—De todas formas, si lo deseas hay un sitio libre a nuestro lado. No es aconsejable que un hombre de tu edad haga recorridos tan largos a pie por un camino tan resabaladizo. —dijo Neelam apretándose aun más contra el cuerpo de su prometido.
—No me gustaría ser un obstáculo para el cariño de dos amantes. —replicó el herrero con una sonrisa demostrando que no se escapaba nada.
—Vamos, no sea tonto y suba. —intervino Albert— No me sentiría cómodo dejándole caminando en la oscuridad.
El hombre asintió con una sonrisa satisfecha y asiendo la mano que le ofrecía Neelam subió al carruaje sentándose recto y erguido, con el cayado entre sus piernas.
—No me imaginaba que le interesasen este tipo de celebraciones. —dijo Albert mientras fustigaba a Temblor para que se pusiese de nuevo en movimiento.
—Es cierto que no suelo acudir. No soy muy bueno con el baile, pero de vez en cuando hay que rendir cuentas ante los dioses y es muy útil a la hora de tomarle el pulso a la ciudad. Ya me entiendes. —respondió el viejo enigmático.
Albert sintió un escalofrío. La mirada de aquel anciano le produjo un leve desasosiego. No veía a aquel mago saliendo de su refugio una noche de invierno solo por cotillear un poco. Estaba seguro de que había algo más.
La primera vez que había pasado por la ciudad apenas había tenido tiempo de verla, escurriéndose precipitadamente entre las brumas de la mañana, así que cuando atravesaron las murallas no se perdió ningún detalle.
Komor era una gran ciudad, bastante más grande que Alisse. Sus calles estrechas y tortuosas subían en dirección al palacio del barón que se encontraba en una pequeña colina que dominaba toda la llanura circundante.
Las casas de madera y piedra aumentaban de tamaño y lujo a medida que se acercaban al palacio y aunque eran majestuosas y estaban alegremente adornadas e iluminadas con motivo de las fiestas, se veían un poco descuidadas, como si hubiesen sido testigos de tiempos mejores.
Lo mismo pasaba con el palacio. Una enorme mole de granito blanco, que según el anciano habían traído de una cantera a cientos de millas de distancia, de planta cuadrada con altos torreones en las esquinas y enormes ventanales vidriados que hacían preguntarse a Albert como demonios podía mantenerse el edificio en pie.
Un esclavo les recibió la puerta y tras verificar sus invitaciones se encargó de Temblor y se lo llevó a unas amplias caballerizas que había en la parte trasera del edificio.
El interior, a pesar de ser espectacular, con todo aquel marmol pulido y brillante, era muy austero. La mayoría de las estancias por las que pasó estaban casi vacías y los pocos muebles que había, así como los esclavos, tenían un aspecto gastado y deslucido.
El salón principal, en cambio, era un derroche de lujo. Las paredes estaban revestidas de mármol y pesados brocados y en el centro, una mesa, suficiente para doscientos invitados, estaba dispuesta con una impresionante vajilla de plata y adornada con impresionantes candelabros de bronce que ayudaban a tres enormes arañas de cristal de roca a iluminar la estancia.
Albert levantó la vista hacia el techo adornado con una serie de frescos que representaban batallas, y admiró aquellas nubes pesadas y oscuras y los relámpagos reflejándose en las armaduras de los soldados. Cuando se dio cuenta, la estancia se había llenado de gente vistiendo lujosas prendas e hinchando sus pechos como pavos reales, intentando aparentar indiferencia ante aquel derroche de lujo y poder.
Neelam
Inmediatamente los esclavos empezaron a colocar a los comensales cada uno en el lugar que le correspondía, más cerca o más lejos del barón dependiendo de su influencia. Ante la mirada extrañada de Neelam los colocaron relativamente cerca del barón, a apenas dos asientos del anfitrión.
Estaba comentándolo extrañada con Albert cuando la aparición de Orkast eliminó todas sus dudas. Probablemente había movido los hilos con el barón para colocarla al lado de su hijo.
—Buenas noches, Neelam. Estás realmente bella esta noche. —la saludó Gazsi con inusual amabilidad mientras echaba una mirada al canalillo que separaba sus pechos.
—Hola, Gazsi. Tu también estas muy elegante. —concedió ella a pesar de que le era imposible imaginar un atuendo que disimulase aquel cuerpo fofo— Permíteme que te presente a mi prometido, Albert de Juntz. —dijo ella conteniendo la sonrisa de triunfo al ver como el chaval abría los ojos como platos.
Tanto él como su padre enrojecieron mientras daban la mano a Albert. Era evidente que el barón Heraat no les había comentado nada.
—Pero yo... tú... —balbuceó Gazsi antes de que su padre le mandase callar con un codazo.
La mirada que les lanzó Orkast fue venenosa, provocándole un escalofrío, pero Albert la ignoró, cogió la mano de Neelam y se la estrechó con fuerza calmándola al instante. Ahora aquel hombre no podía hacerle nada. Estaba fuera de su alcance.
En ese momento entró el barón y todos los murmullos se silenciaron. Vestido lujosamente con unos pantalones de seda bordados en oro, saludó a los comensales más cercanos. Cuando llegó a su altura, la saludó alabando su vestido y se acercó a Albert.
—Así que tú eres el hombre que ha elegido Neelam. —dijo el barón estrechando su mano.
—Excelencia, le presento a Albert de Juntz. —dijo la joven manteniendo la mirada baja.
—Vienes desde muy lejos. ¿Qué es lo que te ha traído tan lejos de tu tierra?
—Supongo que el capricho de los dioses, excelencia. —respondió Albert con una sonrisa.
El barón lo observó aun unos instantes, valorando la respuesta antes de soltarle la mano y dirigirse al siguiente comensal.
Tras los saludos, el barón acompañado de su hijo se sentó permitiendo que el resto de los invitados hiciese lo mismo y atacasen con entusiasmo los deliciosos platos que tenía preparados.
Durante un rato solo escuchó el tintineo de los cubiertos y el sonido de las mandíbulas masticando deliciosa carne asada en su jugo, pescado, ostras y dulces. Con el paso del tiempo la gente comenzó a sentirse llena y cambió la comida por los deliciosos caldos de la ribera del Brock. El vino desató las lenguas y las risas y la gente comenzó a sentirse más segura en presencia de su gobernante.
Neelam observó la mesa y apenas reconoció a unos pocas personas. Debido a su lejanía de la ciudad, apenas había tenido ocasión de conocer a ninguna de aquellas personas y se sentía casi tan fuera de lugar como Albert, pero su vecina, una anciana dicharachera que no paraba de lanzar miradas ansiosas a los bíceps de su prometido le hizo olvidar pronto aquella incomodidad.
Mientras tanto, Albert, que se había sentado al lado de Gazsi para alejarle de ella, se limitaba a comer y beber tranquilamente observándolo todo a su alrededor con interés.
—Tengo curiosidad. —le dijo Orkast fijando en él una mirada escrutadora— ¿Cómo os habéis conocido?
—¡Oh! Como ya le dije a su excelencia, —respondió Albert mirando al barón consciente de que también estaba interesado en la conversación— fueron los dioses los que nos reunieron y les doy las gracias, por cierto.
—Por favor, continúa, quiero saber como lo hicieron. —intervino el barón inclinándose ligeramente para no perderse ni una palabra.
Neelam tembló ligeramente y simuló seguir hablando con su vecina de mesa. No había esperado suscitar tanta atención por parte del gobernador y ni se les había ocurrido idear una historia.
—En realidad no es una gran historia. Nada de damiselas en apuros y héroes abriéndose paso entre montañas de trasgos. Yo acababa de llegar de Puerto Brock. Por el camino había gastado mis últimos karts y entré en la ciudad buscando un trabajo para seguir tirando. En ese momento me encontré a una mujer que salía de la joyería de Ulgan, de hecho me tropecé con ella. Yo la sujeté para evitar que cayese al suelo y el flechazo fue instantáneo.
—Ya veo... —intervino Orkast escéptico.
—Por nada del mundo quería dejarla escapar. —continuó Albert ignorándole— Así que comenzamos a charlar ya sabe, excelencia, lo típico. Yo le dije que no necesitaba joyas para realzar su belleza y ella sonrojándose me contó que en realidad no estaba comprando sino que estaba vendiendo para poder afrontar compromisos. También me dijo que tenía problemas para encontrar mano de obra porque misteriosamente nadie quería trabajar para ella. —dijo Albert sonriendo mientras miraba a Orkast.
—Yo no me lo pensé y me ofrecí. Necesitaba un trabajo y ella tenía trabajo de sobra y dinero fresco para pagarme. —añadió sonriendo a Neelam que ya se había vuelto para escuchar la conversación.
—No tienes pinta de ser un campesino. —le interrumpió Orkast.
—Ni de campesino, ni de soldado, ni comerciante... Como yo digo, sé un poco de todo y mucho de nada. —replicó con un trago de vino y una carcajada que varios comensales imitaron— El caso es que pronto descubrí que Neelam no es una mujer ordinaria.
—No, no me malinterpretéis. —dijo Albert ante el murmullo que se estaba levantando— Las mujeres de Komor son las más bellas del continente con diferencia. Podría enamorarme de cualquiera, pero Neelam además es fuerte y valiente. A pesar de su viudez y las dificultades que se ha encontrado en el camino, —continuó mirando a Orkast sin disimulo— perseveró y trabajó codo con codo conmigo. Era inevitable que el capricho se convirtiese en amor. Apenas dos meses después le había pedido la mano.
—Y tú, Neelam, ¿Qué nos dices de él?
Sorprendida por la pregunta del barón, casi pegó un salto en su silla. Echándose la mano al pecho simuló tener que suavizarse la voz y ordenó sus ideas mientras bebía un par de tragos de vino.
—La verdad es que la primera vez que lo vi me pareció el típico aventurero, liante y descarado, pero no tenía muchas opciones y le contraté. Probablemente al hacerlo hice el mejor negocio de mi vida. —dijo ella mirando al barón y agarrando a Albert por la cintura— Resultó ser un trabajador incansable, acabó con un gato ónyx que estaba diezmando mi ganado y hasta tuvo tiempo de salvarme la vida arriesgando la suya. Era inevitable que me enamorase de él.
—Seguro que esa no es la única razón, querida. —dijo su vecina de mesa ya un poco bebida— ¡Si yo tuviese ese cuerpazo a mi servicio lo desmontaría a polvos!
Una carcajada general se extendió en la mesa mientras ella, roja como un tomate aguantaba el chaparrón de bromas procaces que le siguió. El único que no se había unido al jolgorio era Aselas, que les miraba con tranquilidad sin dar señales de querer reventarles la historia.
Cuando los ánimos se calmaron un poco, la conversación derivó hacia otros temas y aliviada comprobó que había dejado de ser el centro de atención. Únicamente Orkast y Gazsi la miraban de vez en cuando entre incrédulos y enfadados, conscientes de que sus planes se habían ido al traste.
Albert
La verdad es que una vez pasado el primer momento de nerviosismo se estaba divirtiendo como hacía mucho tiempo. La comida y el vino eran excelentes y la conversación era animada. Ni siquiera cuando se vio obligado a inventar una historia había perdido la calma.
En realidad no era la primera vez que tenía que tirar de imaginación. Aun tenía fresco en la mente cómo había mentido a la cara del mismísimo Gran Padre de Eruud justo antes de quemar su fantástico templo y no le costó desenvolverse ante el barón, echando de vez en cuando miradas de reojo a Aselas que le observaba divertido sin intención de intervenir para negar sus invenciones.
Cuando todo el mundo terminó con los postres, los esclavos se apresuraron a retirar las mesas y unos músicos ocuparon una de las esquinas del comedor, ahora transformado en una sala de baile.
Inmediatamente la vecina de Neelam lo agarró y lo llevó al centro de la improvisada pista de baile mientras el barón hacia otro tanto con Neelam adelantándose a Gazsi.
Afortunadamente había practicado el baile con Nerva y con Neelam las dos últimas semanas, porque hasta aquel entonces lo que entendía por bailar era saltar ebrio en torno a un fuego hecho con los restos del botín de una batalla, así que cuando la anciana empezó a girar en torno a él se desenvolvió con suficiente soltura.
Tras unos minutos esquivando las curiosas manos de la anciana, en cuanto los músicos se tomaron un respiro, se desembarazó de su compañera de baile y agarró a Neelam por la cintura. Gazsi tuvo aun las narices de intentar arrebatársela, pero él, con una mirada fría como el hielo que le congeló las intenciones, se lo impidió.
Durante el resto de la velada se dedicó a bailar con su prometida, incapaz de apartar los ojos de ella, disfrutando de aquellos ojos verdes que le acariciaban y envolvían mientras sentía el ligero mareo que le producía el girar una y otra vez al ritmo de la música y aspirar el aroma a azahar que emanaba de su pelo.
—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó Neelam.
—¿Cómo no iba a hacerlo teniendo entre mis brazos a la mujer más hermosa y adorable de la fiesta? —respondió él acercando la boca a su oreja— Veo a todos los hombres mirarte, comerte con los ojos y luego mirarme a mí. Puedo sentir su desesperación al ver que no puedes ser suya...
Neelam apartó por un instante la mirada y la dirigió a su alrededor un poco cohibida, como si hasta aquel momento no hubiese sido consciente de la admiración que despertaba en todos los hombres presentes.
Albert con suavidad besó su delicado cuello y siguió bailando con ella.
No se le pasó por alto la desaparición del barón con Orkast y algunos de los invitados más preeminentes de la fiesta. Mientras giraba también pudo ver como Aselas, que se había limitado a mirar desde la esquina contraria a la orquesta, se levantaba de la silla donde estaba sentado y les seguía por la puerta del fondo.
El los ignoró, satisfecho de no tener nada que ver con aquel tipo de reuniones. Lo único que quería era bailar toda la noche agarrado a Neelam hasta que fuese la hora de retirarse y volver a la granja a cuidar de sus cultivos y de su prometida. No le interesaban lo más mínimo las intrigas de palacio.
Durante otra media hora disfrutó y se dejó llevar, bebió un poco más de vino e incluso se atrevió a robar un par de besos a su amada antes de que un esclavo le interrumpiese.
—¿Qué diablos quieres? —le preguntó un poco irritado.
—Lo siento, señor, —dijo el hombre encogiéndose y haciéndole sentirse inmediatamente un patán— pero el barón requiere de su presencia. Si es tan amable de seguirme...
El doctor Bishop era bastante más rápido despachando a los pacientes y terminó mucho antes de lo que solía hacerlo la doctora. Tras despedirse de él se le ocurrió hacerle una visita a Monique, pero luego decidió que sería mejor dejarla dormir y subió a su tienda.
Oliva le estaba esperando y le dijo que había recibido una llamada del sargento. Cogiendo el teléfono vía satélite de las manos de Oliva marcó el numero de Hawkins y salió de la tienda.
Fuera el sol volvía a pegar de plano sobre el valle, terminando con la pequeña tregua de la mañana y arrojando nubes de polvo a su cara de nuevo.
—Cabo Kramer. Esperaba su llamada.
—Buenos días, sargento. —saludó adoptando la postura de firmes inconscientemente— ¿Cuál es el problema?
—Bueno, aun no sabemos si es un problema, pero prefiero tenerte informado. Al parecer inteligencia ha detectado movimientos unos setenta kilómetros al noreste de vuestra posición.
—¿Se sabe qué tipo de unidades son? —preguntó Ray interesado.
—Esos mamones no han sido muy exactos que digamos. Al parecer son un par de camionetas o tres cargadas de hombres, una de ellas podría tener un ametralladora pesada o algo similar. No es mucho que digamos. En principio no parece que se dirijan a ningún lugar en particular, pero prefiero teneros informados.
—Gracias, sargento Hawkins. Aumentaré la vigilancia. Esperemos que pasen de largo. Mientras tanto dele caña a los de inteligencia y recuérdeles que nos habían prometido un pájaro constantemente vigilando el área.
—Ya me he encargado de recordárselo al alto mando y ellos como siempre me ha jurado por las tumbas de sus generales que es lo que están haciendo. —dijo el sargento dejando traslucir claramente el escepticismo en su voz.
—En fin, tendremos que confiar en su palabra. No tenemos otra alternativa.
—No te preocupes. —le intentó tranquilizar el sargento— A partir de ahora estamos en alerta naranja. Tenemos un helicóptero veinticuatro horas al día a nuestra disposición y una vez que nos pidas apoyo estaremos en el aire en quince minutos.
—Gracias, sargento. —replicó Ray intentando no pensar en las casi dos horas de trayecto que les separaba de Bagram.
—¿Qué tal todo por ahí? ¿Necesitas algo más, hijo?
—No, señor. De momento todo está bajo control y los lugareños parecen habernos aceptado sin problemas.
—¿Y con la directora del campamento, qué tal? Tenía entendido que no estaba muy contenta con el arreglo.
—Ah, ejem. —carraspeó Ray sorprendido por la pregunta— Al principio la cosa estaba un poco tirante, pero ahora... nos llevamos bastante bien.
—Ya veo. —dijo el sargento oliéndose algo— Bueno, pues mantén las cosas tranquilas. Esperemos que esos garrulos pasen de largo. Cuidaros.
—Sin no desea nada más, señor. Aun no he comido.
—Muy bien hijo, buena suerte, cambio y cierro.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar