Las colinas de Komor XXV
Con un suspiro se tocó el lugar donde la oreja de Albert había reposado, justo sobre su pecho izquierdo. Una oleada de deseo la invadió con todos aquellos recuerdos. Aquel desconocido que había comprado en un mercado de esclavos le había salvado la vida y ahora lo tenía a su lado, desnudo.
XXV
Durmió profundamente durante el resto de la tarde y solo el hambre lo despertó. Abrió una lata de carne y la comió con la ayuda de su cuchillo de combate en apenas tres minutos. Cuando terminó eructó satisfecho y se dispuso a hacer guardia, pero Oliva le preguntó si podía hacer ella la primera guardia.
Ray no puso inconvenientes y salió para disfrutar de la puesta de sol. Al salir de la tienda comprobó que aquel día no iba a tener un gran espectáculo. El cielo estaba cubierto de unas nubes plomizas y pesadas que rozaban con sus panzas grises los picos más altos que rodeaban el valle.
Ray miró al cielo un instante antes de empezar a bajar la colina en dirección a la tienda de Monique.
La doctora estaba en su escritorio repasando fichas de pacientes y no se dio cuenta de su intrusión hasta que estuvo frente a ella. Al darse cuenta de su presencia levantó la vista y sonrió.
—Hola, ¿Qué tal? No te he visto el pelo en todo el día. ¿Qué has estado haciendo? —le saludó ella levantándose de la silla y acercándose a él.
—Durmiendo. Tuvimos una noche movidita. —respondió Ray intentando disimular lo mucho que le abrumaba la presencia y el aroma del perfume de la mujer— ¿No te lo contó Oliva cuando vino a hacer guardia en el dispensario?
—La verdad es que no me contó nada.—respondió Monique.
—Tu amigo, el de la mujer del tobillo dislocado nos hizo una visita. Al parecer le gustó tanto la Hilux que decidió darse un paseo hasta mi campamento para llevársela. Debía pensar que robar un coche a los SEALs es como ir a robar peras. El caso es que lo despedí con una patada en el culo y con la advertencia de que la próxima vez que lo intente dejaré que Oliva le meta la camioneta por el culo.
Monique lo miró con los ojos muy abiertos y un gesto de preocupación en la cara. Sabía tan bien como él que aquella gente se ofendía fácilmente y guardaban sus rencores indefinidamente.
—Tranquila, no creo que vuelva a intentarlo. Ahora ese paleto sabe perfectamente a lo que se enfrenta. —añadió Ray con una sonrisa torcida.
—Espero que tengas razón. —replicó ella consciente de lo que suponía para un guerrero de Alá la muerte a manos de una mujer— Por cierto, ¿Te importaría no volver a mandar a Oliva a vigilar el dispensario? Durante toda la mañana se dedicó a registrar a todo el que entraba en el barracón.
—Discúlpala, la verdad es que se toma su trabajo muy en serio...
—Vamos, Ray. No soy tonta. He visto las miradas que me echa. ¿Hay algo entre vosotros?
—Lo hubo, pero ya habíamos cortado antes de llegar aquí. —exageró Ray para tranquilizarla.
—Pues ella no parece haberse dado cuenta.
—Dale tiempo, ya se calmará. —dijo Ray abrazando a Monique y besándola.
Monique le devolvió el beso, mientras deslizaba las manos bajo su camiseta y acariciaba su torso. Ray la levantó en el aire y la apretó contra él dispuesto a llevarla a la cama, pero tras unos instantes la doctora logró separarse y volver a poner los pies sobre el suelo.
—Lo siento, pero hoy tengo guardia. Empiezo dentro de diez minutos.
—Vamos. Seré rápido, solo llegarás quince minutos tarde. —dijo el soldado acariciando el culo de la joven para intentar incitarla.
Monique se frotó un instante contra la erección de Ray, pero con un suspiro se apartó y tras ponerse la bata se colgó el fonendo del cuello.
—Vamos, doctora Tenard, este corazón necesita tratamiento inmediato. —dijo Ray colocando el fonendo sobre su pecho en un intento desesperado.
La doctora sonrió y le auscultó divertida. Sus manos cálidas y suaves le provocaron un escalofrío y un intenso deseo de tomar a la joven en aquel instante sin contemplaciones le asaltó. Con una sonrisa seductora, Ray le acarició la mejilla y la besó de nuevo. Monique cerró los ojos y entrelazó su lengua con la de él. Por un momento estuvo casi seguro de que conseguiría su objetivo, pero un trueno lejano la devolvió a la realidad.
—Lo siento... Nada me gustaría más, pero tengo que irme. —susurró apartándose con esfuerzo de él.
Ray la acompañó en la creciente oscuridad hasta el barracón de los internos y le dio un beso antes de despedirse. Al norte, entre las montañas, el resplandor de los relámpagos y el fragor de los truenos presagiaban una noche movidita. Cuando entró en la tienda las primeras gotas, gruesas y frías comenzaban a caer sobre la tierra reseca.
Oliva le vio entrar e inmediatamente adivinó que aquella noche no había habido final feliz. Sonrió irónica y le siguió con la mirada hasta que Ray se sentó ante los monitores, pero no dijo nada.
Él se concentró en su tarea intentando eliminar de su mente las imágenes de Monique desnuda estremeciéndose bajo sus atenciones, lo cual fue extremadamente difícil. Oliva pronto se quedó dormida y él se quedó mirando cómo se acercaba la tormenta poco a poco.
Los relámpagos y los truenos despertaron a su compañera poco antes del cambio de guardia, un poco antes de medianoche. Tras despejarse un poco, Oliva le relevó a pesar de que aun faltaba media hora y Ray aprovechó para tumbarse en el catre y antes de que ella pudiese hacer alguna pregunta incómoda comenzó a leer.
Capítulo 31. Alianzas
Neelam
Las primeras luces del día la despertaron. El calor de la cama y el aroma de la ropa limpia la confortaron tras una noche de pesadilla. Apenas recordaba nada. Solo que había salido a pasear con Temblor y que este había perdido el pie y se había visto lanzada por el aire aterrizando de cabeza y perdiendo el conocimiento. Luego solo tenía escenas inconexas. Un poco más despejada, intentó ordenarlas, pero solo era consciente del frío helador, de su deseo de abandonarse y dormir y de una voz que insistía en mantenerla en el mundo de los vivos. La voz de Albert.
En ese momento se giró y le vio durmiendo plácidamente a su lado. La visión del hombre en la penumbra le despertó nuevos recuerdos y sensaciones. Recuerdos de Albert quitándole la ropa y secándole el cuerpo apresuradamente antes de meterse con ella en la cama desnudo también.
También recordó como Albert se había colocado sobre ella para darle calor, como ella abrazada a su cuerpo había dejado de temblar y había empezado a entrar en calor. También recordó como él había puesto el oído sobre sus pechos y había escuchado su corazón y como había sonreído aliviado al ver que latía normalmente de nuevo.
Con un suspiro se tocó el lugar donde la oreja de Albert había reposado, justo sobre su pecho izquierdo. Una oleada de deseo la invadió con todos aquellos recuerdos. Aquel desconocido que había comprado en un mercado de esclavos le había salvado la vida y ahora lo tenía a su lado, desnudo. Sin ser consciente deslizó la mano sobre el vientre, justo donde la polla de Albert había reposado cuando la tenía abrazada estrechamente. Llevada por una sensación de urgencia continuó vientre abajo hasta llegar a su sexo y se lo acarició con suavidad.
Un suspiro de él la sobresaltó y se apresuró a apartar la mano. La oscuridad era ahora menos densa y pudo ver el perfil del hombre. En sueños se había despojado de parte de ropa de cama y tenía el torso desnudo a la vista.
Neelam se acercó a él como un gato y examinó el pecho amplio y musculoso, cruzado de cicatrices. Lo acarició con suavidad, procurando no despertarle y luego deslizó las manos bajo las sábanas buscando su polla.
Al sentir el contacto de sus manos en el miembro, Albert abrió los ojos y su mirada se cruzó con la de ella. Aprovechando su confusión, ella apartó la ropa de la cama y se sentó sobre su erección, bien erguida, dejando que él admirase su cuerpo pálido y sus pechos grandes y erguidos.
Albert estaba petrificado, pero su polla no. La notaba crecer bajo su sexo. Neelam contuvo el deseo de metérsela inmediatamente y comenzó a mecerse sobre ella lentamente. Mientras se movía adelante y atrás sobre el miembro sentía que el placer se extendía como un fuego desde los labios de su vagina hacia sus pechos y su columna, envolviéndola con un calor abrasador. Intentando apagarlo saltó un par de veces sobre aquella polla y solo consiguió avivarlo hasta verse obligada a lanzar un gemido.
Las manos de Albert por fin salieron de su inmovilidad y resbalaron por sus piernas, le acariciaron el vientre y se cerraron sobre sus pechos, estrujándolos con fuerza. Neelam cerró los ojos y agarrándose la melena comenzó a saltar con más fuerza incitando a Albert a que la penetrase.
Albert se incorporó y abrazándola por la cintura le besó el cuello justo por detrás de las orejas. Neelam gimió y agitó sus caderas aun con más fuerza. Él le cogió el culo con ambas manos y acompañó aquellos movimientos mientras hambriento lamía y mordisqueaba su cuello, sus pechos y sus pezones.
Jamás había sentido una necesidad tan fuerte, ahora entendía las historias de princesas y reinas que renunciaban a todo tipo de lujos e incluso ponían en riesgo su vida con tal de estar con sus amantes. Sentía que en ese momento hubiese dado la vida con gusto con tal de disfrutar del cuerpo de Albert. Afortunadamente no era necesario. Era una mujer libre.
Jadeando ansiosa, tiró del pelo de Albert y lo obligó a mirarle a los ojos. Los iris color acero de él parecieron atravesarla, pero ella, sin apartar la mirada levantó las caderas.
Albert
Aquellos ojos tan dulces ahora rezumaban deseo. Durante un instante más se regodeó dejándola allí con su sexo abierto y anhelante. Sin penetrarla aun, la besó con suavidad casi de la misma manera que lo había hecho en el embarcadero.
Neelam era una mujer preciosa y valiente y poco a poco se había enamorado de ella. Ahora sí que era verdaderamente su esclavo. Cuando lo despertó posando la mano sobre su polla su mente dejó de pensar en nada más que en el placer de la joven.
Con una sonrisa deshizo el beso al fin. Sin dejar de mirarla se cogió la polla y la penetró. Neelam se dejó caer lentamente como si estuviese disfrutando de cada centímetro de su miembro mientras él la abrazaba estrechamente y acariciaba su espalda. Deseaba cogerla en el aire y follarla con todas sus fuerzas, abrir aquel delicioso coño a pollazos hasta que ella pidiese clemencia a gritos, pero simplemente se quedó sentado acariciando y besando sus labios su cuello y sus pechos mientras ella subía y bajaba sus caderas sin prisa.
Incapaz de seguir sometiéndose un segundo más a esa tortura, la cogió por la cintura y giró su cuerpo hasta quedar sobre ella.
—Te amo. —susurró ella a su oído mientras él le hincaba la polla hasta el fondo de un solo golpe.
Albert miró un instante a aquella joven, observó su ojos intentando adivinar si aquella confesión era fruto de la lascivia o era algo más. La joven sonrió y acarició su mandíbula oscurecida por una barba de tres días, como si estuviese tranquilizando a una fiera.
—No sé si deberías. No soy un hombre bueno. —dijo él con la cabeza hecha un lío.
Deseaba a aquella joven, deseaba compartir su vida con ella, pero cada vez que se lo imaginaba, los fantasmas de todas las criaturas que había matado se le aparecían repitiéndole que no merecía la felicidad.
Neelam lo cogió por la nuca y le obligó a acercar su cabeza. Lo besó. Un beso largo y tierno, cargado de sentimiento.
—Puede que no hayas sido el hombre perfecto, puede que hayas hecho cosas de las que no estás orgulloso llevado por las circunstancias, pero lo que veo en tus ojos no es maldad.
—Yo ... —balbuceó confuso.
—Me gustaría continuar esta conversación, pero no ahora. —le dijo agarrando su culo y atrayéndolo hacia ella mientras separaba un poco más sus piernas para acoger su cuerpo entre ellas— Ahora necesito que acabes lo que has empezado o me volveré loca.
Albert recordó de golpe que estaba dentro de la mujer más hermosa del continente y volvió a embestirla de nuevo con golpes secos y profundos. Ella gemía con cada embestida y le hincaba las uñas en el culo y en la espalda llevada por la excitación.
Besándola de nuevo, entrelazó sus dedos con los suyos y aprisionó sus manos contra la cama. Se incorporó hasta que solo la punta de su glande estaba dentro de ella y luego se dejó caer de un golpe. Sus pubis chocaron sonoramente y la joven pegó un grito mientras bajaba la vista para ver como Albert levantaba de nuevo las caderas y se dejaba caer en su coño.
Volvió a incorporarse y repitió la maniobra dejando cada vez un menor intervalo entre las embestidas hasta que los gritos se convirtieron en un largo gemido. La joven se estremeció y se agarró a su nuca gimiendo mientras él le daba una serie de pollazos cada vez más rápidos hasta que Albert no pudo contenerse más y se corrió descargando su semilla en el interior de la joven.
Albert notó que el calor de su semen la había llevado al borde del clímax. Sin soltar sus manos la besó mientras le daba una rápida serie de empujones que acabaron por provocar en ella un intenso orgasmo.
Neelam
Sintió que todo el mundo se diluía a su alrededor. El placer irradió de su sexo como un relámpago, electrizando todo su cuerpo mientras Albert le besaba la mandíbula, el cuello y los pechos.
Se agarró desesperada a sus manos mientras Albert seguía penetrándola ahora con más suavidad prolongando su orgasmo y haciendo que todo su cuerpo se crispara, hasta el punto de cortarle la respiración.
Tras lo que le pareció una eternidad su amante se apartó. No pudo evitar un suspiro al sentir como la polla de Albert abandonaba su cuerpo, pensando que todo había terminado, pero el soldado recorrió su cuerpo con los labios besando mordisqueando y lamiendo hasta llegar a su pubis.
Separando con las manos el suave vello que lo cubría, abrió los labios de su vulva y lamió su clítoris con suavidad. Sorprendida intentó cerrar las piernas, pero Albert le obligó a abrirlas de nuevo y tras observar su sexo rezumando una mezcla de semen y jugos orgásmicos le pegó un suave lametón. Una contracción involuntaria de su vientre y un aguijonazo de placer fue la respuesta de su cuerpo.
Albert la cogió por los muslos y le comió el coño sorbiendo sus jugos con deleite y haciendo que su cuerpo se convirtiese en una vorágine de deseo.
Poseída por la lujuria se separó con un par de suaves patadas y se alejó de la cama. Albert intentó atraparla cogiéndola por el tobillo, pero ella consiguió escurrirse. Divertido, él la siguió el juego y la persiguió por la habitación hasta que la arrinconó contra la pared.
El hombre intentó acercar una mano para acariciar su muslo, pero ella mirándole a los ojos le rechazó. Disfrutó de su deseo apenas contenido mientras el suyo propio escurría entre sus muslos haciéndole deliciosas cosquillas. Sin apartar la mirada se dio la vuelta y apoyando las manos en la pared retrasó ligeramente el culo.
Albert acortó el espacio entre ellos y la abrazó por la cintura. Sus labios se encontraron de nuevo. Neelam paladeó el sabor a orgasmo en su boca mientras sentía la polla erecta de su amante deslizándose por la raja de su culo.
—Dámelo todo, mi amor. —le invitó ella.
Albert vaciló un instante antes de darle la vuelta y penetrarla. Ella le recibió con un estremecimiento y un largo gemido.
—Vamos, más rápido. —le urgió entre gemidos envolviendo con una pierna la cadera de Albert.
Él obedeció. Sus embestidas, cada vez más rápidas y profundas la arrasaban hasta hacerla perder el sentido de la realidad. Albert la sujetaba por la cintura porque apenas era capaz de mantener el equilibrio.
Entre gritos se colgó de su cuello y le pidió que le diese más fuerte. Tenía la sensación que solo la violencia de las penetraciones de su amante podían apagar su fuego. La polla de Albert entraba y salía dilatando su coño y su pubis le golpeaba el clítoris con violencia hasta que un orgasmo todavía más intenso la paralizó. Sus piernas crispadas y cansadas finalmente le fallaron y Albert tuvo que sujetarla para que no cayese.
Sin dejar de follarla, él la levantó en volandas con una mano mientras que con otra acariciaba su cuerpo brillante de sudor hasta que se hubo recuperado.
En ese momento se separó, se puso de puntillas y le besó mientras acariciaba su polla. Albert se quedó quieto mientras ella le masturbaba. Tras deshacer el beso tiró de él y se sentó en la cama de manera que al arrodillarse frente a él, la polla de su amante quedaba justo a la altura de sus ojos. La agitó con suavidad y besó la punta de su glande. Albert presionó ligeramente y ella abrió la boca un poco más hasta que toda la punta de su miembro estuvo dentro de su boca.
Neelam la chupó con suavidad a la vez que le daba suaves toques con su lengua. Albert se estremeció y hundió los dedos en su melena.
Sin dejar de mirarle a los ojos, sacó la polla y lamió toda su longitud saboreando los jugos de su propio orgasmo, jugando con ella y golpeándola contra sus labios antes de volver a comérsela. Poniendo las manos sobre las caderas de Albert, comenzó a meterse la polla tan profundamente como podía y chupando con fuerza cada vez que la sacaba, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
Albert se estremecía y la miraba mientras ella seguía dejando que la saliva escurriese de su boca y cubriese sus pechos.
A punto de correrse Albert sacó la polla y la puso ente los pechos de su amante. Neelam los apretó en torno a ella y dejó que él empujase con todas sus fuerzas hasta que no pudo aguantar más.
Ella recibió aquella lluvia cálida y excitante que golpeaba su garganta sonriendo mientras le acariciaba los huevos intentando exprimir hasta la última gota del semen que quedaba en ellos...
Orkast
El palacio del barón era vestigio de un pasado espléndido. Con su sillares de mármol y sus enormes vidrieras en las que habían trabajado cientos de artesanos durante años, eran la prueba del poder que aquella ciudad había ostentado en el pasado. Pero tras la derrota de las Llanuras de Samar, hacia ya casi veinte años, Komor se había visto obligado a ceder todas las tierras que poseía al norte del paso y con ellas sus minas de plata y cobre en favor de Samar además de un oneroso tributo.
Cada vez que entraba en el interior y observaba los ricos artesonados y los candelabros de plata no podía evitar pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
El barón lo estaba esperando. De vez en cuando cenaban juntos, pero la mayoría de las veces lo hacían en su casa. Orkast raramente visitaba el palacio, así que se adelantó a saludarlo intentando disimular la admiración que despertaba en él el lugar.
—Bienvenido, amigo. Me alegro de verte. —le saludó el barón Heraat antes de guiarle por un largo pasillo.
El barón, era un hombre derrotado a pesar de sobrepasarle ligeramente en edad. Estaba flaco, andaba encorvado como un anciano y una herida en el muslo producida por una lanza en aquella vieja guerra le hacía renquear ostensiblemente. Solo su rostro bronceado, su nariz recta y fuerte y sus ojos grises daban una idea de lo magnifico que había sido aquel hombre en la flor de la vida.
Aun así, continuaba siendo un hombre inteligente y había conseguido recuperar la ciudad a pesar de la pérdida de aquellas tierras y del pesado lastre que durante dos decenios había supuesto el tributo que les había impuesto Samar a cambio de una tregua.
Ahora la economía se había recuperado en parte y Komor volvía a ser una ciudad floreciente, aunque no la magnífica ciudad que había sido antaño.
Habían servido la mesa en uno de los pequeños salones que había cerca de las estancias privadas del barón ya que en aquella cena no serían más que Heraat, su heredero y él.
La elección había sido acertada, el fuego de la chimenea caldeaba la estancia a pesar de estar en lo más crudo del invierno y la mesa pequeña y los asientos cómodos invitaban a las confidencias.
En cuanto se sentaron, una decena de esclavos aparecieron procedentes de las cocinas y llenaron la mesa hasta los bordes de ricos manjares. Ostras de la Laguna Esmeralda, faisanes, filetes de baur, deliciosos cabritos mahor asados, lengua de murk... La parte glotona de Orkast no sabía por dónde empezar.
Cogiendo un muslo de faisán le hincó los dientes y lo saboreó. Estaba delicioso. La carne suave y untuosa se deshacía en la boca. Siguiendo sus órdenes, un esclavo escanció vino tinto en su copa.
—Una cena espléndida, mi señor. —dijo Orkast apurando la copa de un trago y haciendo que le sirviese más.
Argios, el joven hijo del barón cogió una ostra y la miró con hastío, como si estuviese cansado de comerlas. El joven de pelo pajizo, alto y larguirucho, debía tener apenas dieciséis años y a pesar de que ya debería ser casi un hombre aun tenía los modales de un niño malcriado. El joven comió una parte del delicado marisco y se entretuvo dándole el resto a un gato atigrado que parecía acompañarle a todas partes.
Su padre le vio e intentando controlar el mal humor, le dijo que dejase de alimentar a aquel gato vagabundo. El chico hizo caso durante unos minutos, pero en cuanto ellos se pusieron a hablar volvió a las andadas.
—Perdónale, pero desde que perdió a su madre está un poco rebelde. Supongo que es la edad...
—Le entiendo, barón. A mí me pasó lo mismo con el mío, el pequeño. Me costó meterlo en vereda, pero tarde o temprano lo hacen. —le tranquilizó sin dejar de pensar que aquel chaval era un maldito idiota.
—Lástima que lo único que no tenga es tiempo. —dijo el barón cogiendo una costilla de cerdo confitada y llevándosela a la boca— Me temo que mi hijo va a tener que crecer más rápido de lo que a mí me gustaría. Nos esperan malos tiempos.
—Mi señor, creo que se está dejando llevar por el pesimismo. Ya sé que la perdida de las tierras al norte del Paso del Brock fueron un duro golpe, pero a pesar de ello y de veinte años de tributo que nos impuso Samar, hemos salido adelante. —intervino Orkast de nuevo— Dentro de apenas un año terminarán los pagos y podremos volver a ser una nación fuerte de nuevo.
—Ese es el problema, Samar sabe lo mismo que tú y no querrá una ciudad fuerte cerca de sus fronteras. No sé cuánto tiempo tenemos, pero atacarán pronto.
—Pues que lo hagan. —replicó Orkast— Les daremos una lección que no podrán olvidar.
—No es tan sencillo. Ellos tienen un ejército impresionante nosotros apenas una milicia mal equipada y mal entrenada. No seríamos rival. —dijo Heraat tirando un cuchillo al gato que esquivo el torpe lanzamiento y salió bufando de la habitación.
—¡Pues formemos uno, diablos!
—No es tan sencillo. Necesitamos dinero y tiempo y carecemos de ambos.
—¿Y los impuestos?
—Apenas llegan para pagar a Samar. Durante años he tenido que tirar del tesoro de la familia para poder pagar puntualmente. Sencillamente no puedo recaudar más dinero.
—Si te empeñas en eximir de impuestos a ciertas personas no me extraña. Durante años Sermatar no te pagó un solo kart...
—Sermatar hizo un servicio inestimable a esta ciudad. Tras la batalla de las llanuras, cuando nuestro ejército huía en desbandada, se quedó con su unidad y guareció el paso, protegiendo la retirada de lo que quedaba de nuestro ejército y deteniendo al ejercito de Samar, aun a costa de perder a doscientos de sus hombres entre los que estaban sus dos únicos hijos.
—Puede que tengas razón, pero ahora él está muerto y esa propiedad esta infraexplotada. Con esa joven al frente no conseguirás recaudar nada, pero si prometieses a la viuda con mi hijo yo haría que con lo que producen esas tierras puedas equipar doscientos soldados.
—Sabes que Neelam es libre de elegir a su próximo marido.
—Siempre que cumpla con los impuestos. Ahora ella no está exenta de ellos.
El barón le miró y se pasó la mano por la barbilla rasurada meditando la situación. Orkast le devolvió la mirada, intentado transmitirle la seguridad que sentía en sí mismo.
—Está bien, haremos una cosa. —dijo Heraat finalmente— Si la viuda no es capaz de pagar los impuestos de este año o no presenta ningún candidato adecuado para casarse con ella, te la daré a tu hijo en matrimonio.
—Perfecto, —respondió Orkast satisfecho— no te arrepentirás. Si tú cumples con el trato tendrás tus soldados e incluso te haré un préstamo para contratar un regimiento de mercenarios.
—Esperemos no tener que necesitarlos, pero no me hago demasiadas ilusiones. Nos esperan días amargos. —dijo el barón saboreando unos filetes de lengua de murk y perdiéndose en aquellos funestos pensamientos.
El resto de la cena transcurrió en un silencio pesado y cargado de malos presagios. El barón no había sido nunca el alma de las fiestas y solo cuando hubieron bebido un par de botellas de un excelente vino tinto de las riberas del Brock se distendió el ambiente un tanto.
Por fin la conversación se volvió hacia temas más banales como las últimas adquisiciones en el mercado de esclavos o las conquistas del heredero, que al ser interrogado, por fin levantó la cara del plato para mostrar a los dos hombres la cara roja como la grana de vergüenza.
Finalmente dejaron escapar al muchacho y dirigiéndose a un salón contiguo se sentaron en sendos sillones mientras unos esclavos les servían el mejor licor de rag de todo el continente, traído expresamente de las Islas de los Volcanes y envejecido en enormes barricas de madera durante casi veinte años.
Bebieron y observaron el fuego sin decir nada, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Orkast intentaba quitar hierro a las palabras del barón, pero no podía evitar pensar que su lógica era aplastante. A pesar de ello, carecía de pruebas. En la frontera norte no se había producido ningún incidente desde hacía años, pero eso no tenía por qué ser indicador de nada.
Levantó la copa y la observó con detenimiento, la luz del fuego atravesaba el líquido ambarino arrancando reflejos dorados. Dio otro sorbo satisfecho al notar la cálida sensación del licor calentándole por dentro mientras el líquido llegaba hasta su estómago.
El problema era que solo manejaban suposiciones. No tenían ningún dato o indicio de las intenciones de los gobernantes de Samar. Aun quedaba algo más de un año para que le tratado venciese.
—Hay tiempo aun. —dijo pensando en voz alta— Creo que deberíamos empezar a reclutar un ejército. En un año se puede hacer bastante. Para ese momento deberíamos tener un plan.
Heraat se le quedó mirando unos instantes antes de asentir con aire pensativo.
—Tienes razón. De nada sirve hundirse en el pesimismo sin hacer nada. Si la única salida que tenemos es la guerra deberíamos estar preparados todo lo posible.
—Sí, excelencia. Le sugiero que formemos un consejo de guerra y empecemos a trabajar lo antes posible. —dijo Orkast— Aloouf es un buen general. Si somos capaces de darle un ejército fuerte, tendremos una posibilidad, incluso quizás podríamos disuadir a Samar de sus intenciones.
—Ojalá tengas razón, querido amigo. Sabía que era buena idea confiarte mis dudas y problemas. El poder y la responsabilidad son privilegios solitarios. Es bueno tener alguien en quien confiar. En fin, brindemos porque todos estos malos presagios se queden solo en eso y nos espere una larga era de paz y prosperidad. —dijo el barón chocando su copa con la de Orkast que un atento esclavo había vuelto a llenar de nuevo.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar