Las colinas de Komor XXIX

—Quiero que hagas lo que mejor sabes. —dijo él desplazando las manos hacia arriba a la vez que tiraba de la falda de su tenue vestido— Quiero que seduzcas, quiero que ames, quiero que sometas. Quiero saber que pasa por la cabeza de los lideres de Komor.

XXIX

Los dos días siguientes pasaron en una calma tensa. El grupo de afganos parecía patrullar sin rumbo por un sector a unos ochenta kilómetros al noroeste de la aldea, como si buscasen algo. No se acercaban, pero tampoco se alejaban demasiado.

Al menos los de inteligencia habían cumplido y estaban casi constantemente vigilados. Había sugerido a Hawkins que un ataque aéreo podría terminar con el problema rápidamente, pero los de inteligencia tenían curiosidad por saber que era lo que buscaban con tanto interés y no lo permitieron. Además, no querían llamar la atención y argumentaban que una acción así podría provocar represalias. Ray no estaba muy convencido de aquellas razones y Oliva se limitó a cubrir de insultos a aquella "panda de cabrones" como ella los llamaba.

Se notaba que la inacción la ponía de muy mal humor, así que decidió darle un poco de trabajo y le hizo revisar todos los sensores mientras él se quedaba en la tienda leyendo un rato.

Capítulo 38. Desheredados.

Albert

Despertó solo en la cama. Aun un poco atontado abrió los ojos. Habían llegado de madrugada con un carro cargado de material y comida que le había sacado al barón y apenas había tenido tiempo de darle a Amara su vieja habitación para que pasase la noche antes de echarse a dormir.

Vistiéndose apresuradamente salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Cuando entró se encontró a Amara limpia y con ropa que su esposa le había prestado, desayunando y charlando animadamente con Neelam.

Al verle la joven se levantó automáticamente e hizo una torpe imitación del saludo militar de Komor; la puño derecho al pecho izquierdo con los nudillos hacia arriba.

—Hola, cariño. —le saludó Neelam con un beso mientras él indicaba a Amara con un gesto que podía volver a sentarse— Estábamos desayunando algo.

Nerva se acercó apresuradamente al hogar y le sirvió una generosa ración de gachas en el tazón. A Albert no es que le entusiasmasen, prefería los huevos y el tocino y la vieja criada lo notó.

—Vamos, mi señor. No están tan malas. Nuestra invitada ya va por el tercer tazón.

—Esa mujer ha estado comiendo trapos podridos y arañas durante años. Se comería cagarrutas de ciervo si les pones encima un poco de azúcar.

La mujer le miró. Ahora sin aquella capa de mierda y a plena luz del día pudo observarla con detenimiento. A pesar de su delgadez seguía siendo atractiva. Tenía el pelo negro y los ojos grandes y claros. La delgadez extrema afilaba aun más su cara ya de por si estrecha y su nariz pequeña y puntiaguda. Los pómulos hacían prominencia en su tez fina y pálida, tan translucida por el prolongado encierro que podía ver los finos capilares que la recorrían.

Neelam la había vestido con unos viejos pantalones de montar de cuero, mil veces remendados pero limpios y un blusón de sarga que se cruzaba en aquella diminuta cintura. Era obvio que aquella ropa no era suya por que le sobraba tela y cuero por todas partes hasta hacer de sus movimientos un poco cómicos.

—Ya sé que le queda un poco grande, —dijo Neelam al ver como su marido inspeccionaba a la recluta— pero en cuanto engorde un poco...

—No entra en mis planes que Amara engorde demasiado, pero no te preocupes, esta misma mañana, en cuanto termine de devorar su desayuno, le cortaré el pelo y  le daré su uniforme.

—¿Le vas a cortar ese pelo tan precioso? —le preguntó su esposa con cara de no podre creer lo que oía— ¿Estás loco? ¡Con el trabajo que me ha costado desenredarlo!

—No la he traído aquí para que sea mi concubina, es una recluta y como todos los que van a formar parte de mi compañía llevará el pelo corto, vivirá con el resto de los reclutas y vestirá el mismo uniforme que los demás.

—¿Es que vas a dejarla dormir con una banda de delincuentes? —insistió Neelam mientras Amara se ponía roja.

—Te recuerdo que ella es tan culpable como los que están camino de aquí. Evidentemente no toleraré ningún tipo de violencia entre ellos, pero le haría un flaco favor si le diese algún privilegio por el hecho de ser mujer.

—Mi señora. —intervino Amara respetuosamente— Me temo que el capitán tiene razón. Y no se preocupe por mí, si alguno de esos cabrones intenta algo amanecerá con las pelotas en la boca.

—Pues lo que no consiento es que el inútil de mi marido, que no es capaz de esquilar decentemente una oveja te corte el pelo. Nerva y yo lo haremos.

—¡Esta bien! —dijo Albert levantando los brazos en señal de rendición, pero no quiero que tenga más de dos dedos de largo.

—A la orden mi capitán —dijo Neelam haciendo una cómica imitación del saludo militar.

Ahogando un par de tacos Albert se desentendió y salió al exterior donde el carro con el material que le había dado el barón esperaba tal y como lo había dejado la noche anterior.

Ayudado por Bulmak empezaron a abrir los bultos y a clasificar los uniformes. Cada uno consistía en un chaleco de cuero sin curtir una camisola de lino grueso unos pantalones de cuero y unas botas.

Tras inspeccionarlos constataron que todos estaban bastante gastados y algunos necesitaban remiendos, pero eran aprovechables.

Apenas habían terminado cuando cerca del mediodía llegó Gazsi con los reclutas. En cuanto llegó frente a él, el chico desmontó y le hizo el saludo militar.

—Capitán, aquí estoy, tal como prometí y como podrás comprobar he traído a todos los reclutas.

—Tosco pero efectivo. —comentó Albert viendo que Gazsi para solucionar sus problemas había optado por atar a todos los prisioneros con una larga cadena a la cintura para no impedir sus movimientos— Ahora suéltalos.

Él no lo hubiese hecho así, pero reconocía que Gazsi no tenía muchas alternativas. No se ganaría la simpatía de sus compañeros, pero había cumplido y no sería la última vez que se viese obligado a sacrificar a los hombres que tenía a su cargo para cumplir una orden.

En cuanto terminó de soltarlos, Albert se adelantó y con Gazsi a su derecha comenzó a alinear a los recién llegados de tres en fondo en el medio del prado.  En ese momento Amara salió de la casa y se unió discretamente a la tropa. Nadie hizo ningún gesto.

Tras terminar de colocarlos los inspeccionó con atención. La verdad era que no parecían un grupo demasiado amenazador. Todos estaban pálidos, ojerosos, sucios y extremadamente delgados. Tres de los hombres parecían pasar de la cincuentena y alguno más parecía a punto de caer desmayado allí mismo.

—¿Les has dado de comer? —le preguntó a Gazsi.

—No, mi capitán. Solo las gachas que les dieron en la prisión antes de salir.

—Esos hombres han caminado cerca de siete horas sin descanso y sin comida. Tu primer deber como oficial es mantener el buen estado de tus hombres y hacerles la vida confortable en lo posible. —le reprendió en un susurro para que los prisioneros no les escuchasen— Has tenido suerte de que ninguno se te desmayase por el camino.

Gazsi enrojeció, pero no discutió las palabras de Albert, que dándose la vuelta se dirigió a los hombres que esperaban a pie firme al sol del mediodía:

—Miraos, sois los desheredados, la hez de la tierra. Nadie se molestaría en echaros una mirada más larga que la que le ofrecerían a una rata muerta. Pero yo os he elegido por una razón. Sois supervivientes. No os habéis rendido y habéis sobrevivido a un largo cautiverio. Ahora os convertiré en soldados. En hombres que podrán estar orgullosos de sí mismos. No será un camino fácil, algunos de vosotros caeréis en el camino, pero os aseguro que cuando termine con vosotros seréis la élite del ejército de Komor.

—Nos esperan tiempos difíciles. La guerra está a la vuelta de la esquina. —continuó mientras veía las miradas de sorpresa y temor de algunos de los reclutas— Sí, la guerra. Y nosotros seremos la punta de lanza. Es más, buena parte de las posibilidades de victoria dependeran de nosotros. Os pediré cosas que os parecerán casi imposibles, pero os adiestraré para ello y jamás os pediré nada que no seáis capaces de hacer. ¡Tanto el teniente Gazsi como yo correremos, lucharemos y mataremos a vuestro lado hasta la victoria final! Si cumplís las órdenes, la mayoría de vosotros sobrevivirá y  volveréis a vuestra casa como hombres libres para poder empezar una nueva vida.

Antes de terminar el discurso Albert lanzó un silbido. Cuchilla apareció de la parte trasera de la casa con un trote largo mirando con desinterés a aquellos hombres que juntos no habrían constituido una comida decente.

Con casi un año el felino ya pasaba del metro de altura en la cruz y los tres metros de largo y todos sus movimientos destilaban potencia y elegancia. Ya había mudado su pelaje de nuevo y ahora todo su cuerpo era una sombra oscura con ligeras manchas en forma de hojas de palma ligeramente más claras. Tras mirar y olisquear con desgana a su alrededor se sentó a su lado.

—¡Firmes! —gritó a los hombres que miraban y temblaban de miedo a punto de huir.

—Este es Cuchilla. Está aquí para recordaros que no sois libres. Las cadenas son cosa del pasado, pero seguís sin ser libres. Ahora sois míos. Si a alguno de vosotros se os ocurre que escapar es una buena idea, os diré que este chico es capaz de encontrar a una presa bajo un metro de nieve. Y de la forma que oléis no tendrá que esforzarse mucho para encontraros. —añadió palmeando suavemente la cabeza del animal.

—Ahora podéis sentaros. Tenéis quince minutos para comer. —terminó mientras Nerva y Bulmak se acercaban con un marmita hasta arriba de las mismas gachas que él había desayunado a las que habían añadido unos trozos de cerdo salado.

Dejaron a los hombres comiendo mientras Gazsi, Cuchilla y él se dirigían al porche donde les esperaba el mismo almuerzo que a los prisioneros.

Gazsi

Aquel hombre estaba lleno de sorpresas. Jamás había oído de nadie que tuviese un gato ónyx de mascota. Cuando le había visto aparecer corriendo poco le faltó para cagarse encima.

Por lo menos había cumplido su cometido y había traído a todos los reclutas hasta allí aunque aun dudaba mucho que Albert pudiese hacer algo con aquellas ruinas vivientes.

—¿Qué es lo que ves cuando los miras? —le preguntó Albert dando un bocado de gachas al gato.

Gazsi dudó. Realmente no sabía que opinar.

—Sé sincero. —le interrumpió— Nunca dudes en expresar tu opinión cuando discutamos de algo a solas.

—Sinceramente, no sé cómo vas a conseguir hacer un ejército de esto.

—Donde tú ves ruina y muerte yo veo astucia y determinación. Esos tipos se arriesgaron y cometieron delitos a sabiendas de que si los pillaban no habría perdón para ellos. Son especialistas en robar deslizarse por sitios imposibles y algunos de ellos han matado cara a cara, más de lo que puede decir ninguno de los soldados del ejército de Aloouf. Más de lo que puedes decir tú. Solo necesito ponerles en forma.

—Pero si algunos no son más que viejos, —dijo señalando a un hombre de la esquina con una barba cana que le llegaba casi al vientre.

—No todos en un ejército tienen que saltar correr y pelear. Se necesitan cocineros médicos, herreros...

—Entiendo. —Gazsi se daba cuenta de lo mucho que tenía que aprender y el poco tiempo que tenía. Si su padre tenía razón, los samarios atacarían el año siguiente— ¿Confías lo mismo en mí?

—Si no, no hubiese aceptado la propuesta de tu padre, pero te exigiré lo mismo que a ellos o más. Y lo primero que tendrás que hacer es sustituir esa tripa cervecera por músculo. Una parte muy importante del mando es conseguir el respeto de tus hombres y eso no se gana con cadenas y palizas, se gana con el ejemplo. —respondió Albert— A partir de ahora nada de pasearte a caballo mientras tus hombres caminan y llegado el momento tendrás que correr los mismos riesgos que ellos.

—Para mostrarte digno de la confianza que he puesto en ti te voy a imponer una nueva misión. Tienes el mismo tiempo que ellos para ponerte en forma. Y créeme si te digo que es más fácil engordar que derretir todo ese sebo.

—No le defraudaré , mi capitán. —dijo Gazsi ocultando un escalofrío.

—Mañana empezarás un entrenamiento que he diseñado para ti, mientras tanto deberías salir a correr un rato esta tarde mientras yo me ocupo de esos y hago de ellos algo parecido a una tropa.

—Sí señor.—respondió Gazsi con un saludo militar— A sus órdenes.

—Y pórtate bien o tendrás que verte con él. —añadió Albert con una sonrisa torcida mientras le daba unas palmaditas al ónyx.

En cuanto terminaron de comer, Gazsi se puso en pie y comenzó a correr. Había pocas cosas que le gustasen menos que el trabajo físico, pero sabía que con aquel hombre encima de él no tenía más remedio que ponerse en forma. En cuestión de pocos minutos estaba jadeando y sudando como un cerdo. Todo lo pesaba y le apretaba, pero continuó hasta que las náuseas lo obligaron a parar.

Vomitó las gachas del mediodía y miró hacia atrás. Apenas se había alejado dos millas de la casa. Escupió los últimos restos de comida y jurando se puso en marcha. Esos primeros días se le iban a hacer eternos.

Albert

La forma de correr del chico no era nada atlética, pero eso cambiaría en cuanto derritiese todo el sebo sobrante. Era un tipo grande y de hombros anchos, si se lo tomaba en serio podría ser un soldado impresionante.

En ese momento se volvió hacia el resto de los reclutas. Tras la primera comida decente en años, todos mostraban una expresión más vivaz y confiada. Apartó la perola totalmente limpia de una patada y se puso de pie delante de ellos.

—¡Arriba, atajo de piojosos! —gritó haciendo que todos se levantasen, unos más rápido que otros— ¡De tres en fondo a la misma distancia unos de otros!

Los reclutas hicieron un torpe intento que Albert saludó con un escupitajo.

—¡A ver, pandilla de borregos! Los de la primera fila, extended vuestro brazo derecho hasta tocar el hombro izquierdo de vuestro compañero y los que estáis detrás hacerlo con el hombro derecho del compañero que tenéis delante.

El resultado fue una formación bastante decente.

—¡Estáis más cochambrosos que una banda de trasgos! Pero eso va a cambiar ahora mismo. Esta será vuestra primera arma y la utilizareis contra vuestros propios compañeros —dijo enarbolando un cepillo de raíces— ¡Quiero que se puedan comer fresas es vuestros malditos culos! ¡Ahora vista a la derecha y a paso ligero al lago! El que se quede atrás se lo dejaré a Cuchilla! ¡Ahora adelante!

Sin apresurarse se puso al frente de la columna y se dirigió a la orilla del lago en una zona donde sabía que el agua no cubría más allá de la cintura. En cuanto llegaron a la orilla les ordenó desnudarse y meterse en el agua, empujando y pateando a los más reticentes.

Pronto los reclutas se acostumbraron al agua fresca de la Laguna Esmeralda y comenzaron a salpicarse y a hacerse aguadillas antes de que Albert repartiese cepillos y tijeras entre ellos para que se acicalasen.

Mientras tanto con la ayuda de Amara que ya estaba limpia cogieron los harapos que habían vestido hasta aquel día y los quemaron. La joven se quedó mirando el fuego hipnotizada antes de hablar.

—Pensé que llevaría esa mierda para siempre. —comentó ella mientras apartaba la vista y la dirigía hacia los uniformes— Y lo que menos esperaba es que si un día lograba deshacerme de ella, sería para convertirme en un soldado.

—No te envidio. El camino va a ser duro, sobre todo para una mujer. Pero eres una de las personas en las que tengo puestas más esperanzas. Cumple con tu deber y yo haré que vuelvas a ser libre y estés orgullosa de ti misma.

—¡Vamos, ya os habéis rascado bastante, todos fuera! —dijo desviando la mirada al resto de los hombres.

Los reclutas salieron del agua temblando y se ordenaron sin que él se lo pidiera. Sonriendo satisfecho le ordenó a Amara que se uniese a la compañía. La mujer ante la muda sorpresa de todos los presentes se desnudó antes de dirigirse a su sitio en la columna.

—¿Qué estáis mirando, burros salidos? —les increpó— Dejad de mirarla así. Algo que tenéis que comprender es que no sois personas. Sois máquinas de matar. Y las máquinas no tienen sexo. Si me entero de que alguno trata a Amara de manera distinta a cualquier otro le abriré en canal y dejaré que Cuchilla se beba su sangre.

La joven dejó automáticamente de ser el centro de atención y todos los reclutas desviaron su mirada hacia el ónyx, que ajeno a todo, se lamía las patas delanteras. Tras unos segundos fue dejando que por turnos de diez los reclutas se acercasen al montón de uniformes y eligiesen los que mejor les sentasen.

—Al que le quede mal el uniforme puede arreglárselo él mismo, el que no sepa arreglárselo, que se joda. ¿Alguna pregunta?

—No, señor. —respondieron todos al unísono de nuevo.

—Estupendo, oficialmente habéis dejado de ser una panda de cerdos piojosos y siguiendo estrictamente el escalafón militar habéis ascendido a inútiles uniformados. Lo siguiente que vamos a arreglar es vuestro campamento. —dijo mientras repasaba los rostros afeitados los cabellos cortados y las pieles irritadas por el contacto con las duras cerdas de los cepillos— Hlassomvik, tú y tus tres compañeros de fila venid aquí y coged esa lona.

Sin molestarse en ver si cumplían sus órdenes se puso al frente de la columna y se dirigió a un bosquecillo de robles azules que se veía en una colina a orillas del Río Brock y que constituía el limite occidental del Bosque Azul.

—¡Bien, esta será vuestra casa y aquí realizaremos vuestra instrucción! Lo primero que haréis en vuestro tiempo libre será vuestro propio campamento. Ahí tenéis herramientas, podéis usar toda la madera que queráis y podéis comer todo lo que corre y crece en el bosque. De momento podéis usar la lona para tener un techo. Me da igual como os organicéis. No es mi problema. El único requisito es que todos sois iguales. No habrá privilegios ni estancias individuales. Dormiréis todos juntos.  ¿Entendido?

—Sí, señor. —respondieron todos.

—Yo que vosotros comenzaría ahora mismo. —dijo— No os queda más de un mes antes de que lleguen las primeras nieves. ¡Rompan filas!

Albert se retiró y les observó desde lejos. Inmediatamente todos empezaron a discutir a voces la mejor manera de poner la lona antes de que se hiciese de noche. Tendrían que se arreglase sin él. Esperaba que se pusiesen de acuerdo antes de que empezasen a matarse unos a los otros.

Manlock

Hubiese deseado despedirles de una patada en el culo, pero sabía que no era el momento y había celebrado para aquellos cabrones  una fastuosa fiesta en la que había empleado sus cada vez más menguadas arcas.

Las noticias no eran nada buenas. Los hombres de Antaris solo le habían podido traer la mitad de los cereales que había pedido y a un precio exorbitante. Al parecer las cosechas en el sur no habían sido buenas y la producción de los alrededores de Kalash no había podido compensarla.

El abastecimiento de carne no le preocupaba demasiado. Las llanuras que había conquistado al norte del paso del Brock daban suficiente hierba para mantener una buena cantidad de ganado, pero aquella carne, sola, no era suficiente.

Sabía que la mayor parte del grano que traían las caravanas de Antaris venían de Komor siguiendo un tortuoso camino por la Ciudad Flotante, Kalash y puerto Kashmir. En repetidas ocasiones había intentado negociar directamente con Komor, pero el barón Heraat se había negado aduciendo que tenía compromisos ineludibles, aunque él siempre había sospechado que lo hacía por rencor y por el interés de que Samar comprase la comida lo más cara posible.

Cuando conquistó las llanuras al norte del Paso del Brock lo hizo con la intención de roturarlas y hacerlas tan productivas como los hombres de Komor las habían mantenido, pero había sido un error echar a aquellos granjeros expertos de sus tierras.

Cuando se dio cuenta de que no se podía mantener un gran ejército y a la vez tener mano de obra suficiente para cultivar la tierra era demasiado tarde. Para remediarlo intento suplir esa falta con esclavos, pero tampoco había funcionado. De nada servían si no había nadie que les enseñase y les vigilase para que fuesen productivos, además de que los mejores misteriosamente siempre terminaban en las grandes casas dedicados al servicio doméstico.

Al final había optado por importar la comida posponiendo año tras año una solución definitiva, sin ser consciente de los riesgos a los que se exponía.

Durante la fiesta de despedida de los diplomáticos había intentado sondearles, intentando averiguar que había de verdad sobre la merma de las cosechas, pero al igual que con las negociaciones se habían limitado a responder con vaguedades y no le habían dejado que sugiriese la posibilidad de una importación directa, ni siquiera cuando anticipó que aquella insensibilidad podía llevar a una confrontación  que ninguna de las partes deseaba.

Y es que hasta mitad del verano había estado totalmente convencido de que Komor se plegaría a sus exigencias y seguirían pagando un tributo, incluso estaba dispuesto a ser magnánimo y reducir la cuantía de los pagos, pero ninguna propuesta fue aceptada por los embajadores. A partir de aquel momento se convenció de que habían venido a perder el tiempo y retrasar la guerra.

—Muy bien, —pensó— han conseguido retrasarla un año, pero eso no evitará que el desenlace sea el mismo.

Un suave toque en la puerta del despacho le hizo levantar la vista  de los legajos y le sacaron de aquellos funestos pensamientos.

—Adelante, Enarek.  Te estaba esperando. —la invitó a entrar mientras despedía al visir Arquimal, con el que había estado despachando.

Aquella mujer era su última bala para averiguar qué demonios estaba pasando en Komor. Siempre que la veía sentía una oleada de deseo que hacía que sus huevos hormigueasen.

La mujer, aun vestida de fiesta, estaba espectacular. El vestido blanco de  algodón era tan tenue que no ocultaba prácticamente nada de aquella esplendida anatomía. Y aquel cuerpo esbelto y turgente estaba rematado por una cara de ángel con unos ojos grandes y  de un azul glaciar que hacían que todo el mundo se la quedase mirando.

Consciente de la potencia de su presencia se quedó un instante quieta jugando con un espectacular collar de perlas del mar de los hielos que él mismo la había regalado.

—¿Me has mandado llamar, mi señor? —preguntó ella deshaciendo el moño en el que había encerrado su melena rubia  y dejando que escurriese libremente por sus hombros.

—En efecto, —respondió sin levantarse del asiento— Tengo una misión para ti.

—¡Qué desilusión! ¡Creí que era para otra cosa! —dijo sentándose sobre él y acariciando su cara con aquellos dedos largos de uñas cuidadosamente arregladas.

—Sabes que soy un hombre casado. —replicó el barón intentando mantener la compostura.

—Igual que la vez anterior... y la anterior. —La joven lo besó delicadamente en la frente haciendo que toda comparación con su esposa resultase fútil.

—Por favor, Enarek, esto es serio. Necesito que vayas a Komor. Tengo que averiguar qué es lo que traman esos cabrones...

Amaba y odiaba a aquella mujer a la vez. Amaba aquel cuerpo sugerente, aquella elegancia de movimientos, aquella voz sensual, pero odiaba la forma en la que ella lo excitaba y lo manipulaba. Siempre obtenía de él lo que quería.

—¿Es eso lo que realmente quieres de mí? — preguntó levantándose y apoyándose en el escritorio con el ceño fruncido, simulando estar enfadada.

Manlock no pudo evitarlo y su mano, adquiriendo vida propia, acarició el muslo de la mujer por encima del vestido. Enarek suspiró y tensó su cuerpo. Sabía que todo aquello era una pantomima, pero aun así no podía dejar de sentirse excitado.

—Esos cabrones de komorianos traman algo y necesito información. Pronto tendremos que atacarlos.

—¡Hombres! Cuando aprenderéis. Haz el amor y no la guerra. —exclamó la mujer tirando de la mano de su gobernante y obligándole a ponerse de pie— ¿Qué quieres de mí?

—Quiero que hagas lo que mejor sabes. —dijo él desplazando las manos hacia arriba a la vez que tiraba de la falda de su tenue vestido— Quiero que seduzcas, quiero que ames, quiero que sometas. Quiero saber que pasa por la cabeza de los lideres de Komor.

Aquellos ojos sonrieron como un gato cuando juega como un ratón y Enarek  cogió con aparente desgana la cabeza del barón y la guió hacia sus pechos.

—No sé si seré capaz. —replicó ella zalamera— Para mí solo existes tú.

Sabía que mentía y ella sabía que lo sabía, pero eso daba igual. La sensación que le inspiraba, una mezcla de orgullo al sentirse atractivo a los ojos de aquella mujer y de enojo al saber perfectamente que le estaba mintiendo con descaro eran el mejor afrodisíaco. Agarrando con los labios uno de los pezones que se veía perfectamente a través del tejido del vestido lo chupó unos instante y luego lo mordió con fuerza.

—¡Ay! ¡Bruto!  —exclamó indignada— ¿Eso es lo que quieres? ¿Hacerme daño?

Manlock no respondió y se limitó a darle la vuelta a la mujer y ponerla de cara al escritorio. Enarek con el vestido remangado en la cintura tensó sus glúteos y separó las piernas antes de inclinarse y mostrarle el sexo a su amante.

A pesar de que se lo había jurado a sí mismo y a su esposa, no lo pudo evitar. Hurgando apresuradamente en sus calzones sacó la polla y se la metió de un solo golpe.

El cuerpo entero de la mujer se estremeció al recibir el empujón y agarrándose al borde del escritorio con fuerza cogió el collar de perlas entre sus dientes, gimió y esperó pacientemente la siguiente andanada.

Manlock empezó a moverse dentro de ella suavemente, esperando...

—¿Eso es lo único que sabes hacer? —le increpó ella— ¿Es así como follas con esa vieja gorda y de culo caído que tienes por esposa?

—No te metas con Imira, la amo. —respondió el barón con acritud agarrando la melena rubia de su amante  para obligarla a retrasar la cabeza y así acercar la boca a su oído.

—Supongo que tienes razón, amarás esa mujer. Una lástima que no ames también sus pechos caídos, las profundas arrugas de su boca, su chocho seco como un sarmiento...

Manlock rugió, aquella desfachatez le enervó hasta el punto de que perdiendo el control agarró a la mujer por las caderas y le dio una serie de brutales pollazos que Enarek recibió con una sonrisa despectiva.

—Amas a tu mujer, pero buscas un cuerpo joven y turgente para torturar. —dijo entre gemidos— Seguro que tu esposa estaría muy orgullosa de ti, viendo como la engañas y como me tratas.

El barón estaba cada vez más enfadado y a la vez más excitado, deseaba darle una lección a aquella zorra. Separándose un instante le quitó el vestido a tirones y  cogiéndose el miembro erecto, se lo hincó a Enarek en el culo de un solo golpe. Para su satisfacción la mujer aulló y se puso rígida.

—Cabrón. —masculló ella entre dientes.

—Porque puedo. —respondió el hincando el miembro de nuevo en el fondo del culo de su amante.

Por fin había conseguido que Enarek se callase concentrada en respirar superficialmente para aliviar el escozor que recorría sus entrañas. Volviendo la cabeza, la mujer se metió un par de dedos en la boca y se los chupó antes de llevárselos a su pubis y empezar a masturbarse haciendo que en pocos segundos lo quejidos se convirtiesen en gemidos de placer.

—¡Vamos cabrón! ¡Abusa de una mujer indefensa! —le desafió mientras mordía las perlas y se  apuñalaba el coño aun con más violencia.

Manlock, con un bramido la penetró con todas sus fuerzas haciendo que el cuerpo de Enarek despegase del suelo y continuó una y otra vez hasta que aquel cuerpo bello y esbelto se crispó hasta la punta de los pies. La mujer gritó y le insultó mientras dejaba que su amante siguiese sodomizándola con violencia unos segundos hasta que recuperada del orgasmo lo separó de un empujón y se quedó de pie frente a él.

—¿Iras a Komor? ¿Harás lo que te he pedido? —le preguntó acariciando los rizos del pubis de Enarek con la punta de su polla.

—Sabes perfectamente que estoy a tu servició. —respondió ella arrodillándose frente a él.

Con una mirada de supuesta adoración la mujer cogió la verga entre sus dedos y la acarició suavemente golpeándola contra sus labios, enredando sus perlas en ella y frotándola contra sus mejillas.

—Pero esta vez quiero algo a cambio. —era evidente que la mujer había esperado aquel momento desde hacía mucho tiempo.

Lo cierto era que no era la primera vez que enviaba a Enarek a la cama de un amigo o un enemigo para intentar averiguar cuáles eran sus planes, pero jamás la había pedido que arriesgase su vida. Hasta ese momento ella nunca le había pedido nada y se había conformado con sus regalos, pero esta vez era distinto y comprendía que ella quisiese algo más.

—Quiero ser tu concubina. —dijo ella— Estoy harta de verme a hurtadillas contigo. No quiero sustituir a tu esposa. Solo quiero que en fiestas como esta te pasees delante de la corte conmigo de la mano y quiero ver miradas de respeto en vez de miradas de desprecio.

Manlock le acarició la cara unos instantes y apartó la melena dorada que la cubría parcialmente buscando alguna señal de mentira o manipulación y se sorprendió al no encontrar ninguna. Aquello le había sorprendido. No sabía cuáles eran las intenciones de aquella mujer, pero no confiaba en ella a pesar de que aquello ojos azules y limpios como un lago glaciar le animaban a abandonarse.

De todas maneras no tenía alternativa, no conocía a nadie más capaz de cumplir con aquella misión así que asintió con la cabeza y dejó que ella se metiese su polla en la boca.

Parecía que aquella respuesta afirmativa la había estimulado. Y Enarek le chupó la  polla con intensidad alojándosela profundamente en la boca mientras le acariciaba y le estrujaba los testículos con la mano.

Finalmente no pudo contenerse más y se separó para eyacular cobre la cara de la mujer con un bramido de satisfacción.

Enarek sonrió y cogiendo una lágrima de semen se lo llevó a la punta de su lengua.

—Entonces, ¿Tenemos un trato?

—Sí, tenemos un trato. —respondió él ayudándola a levantarse.

Un par de minutos después Enarek salía de su despacho de nuevo limpia, vestida y espectacular. Manlock se acomodó la polla en los calzones y se sentó frente al escritorio pensativo. La idea de tenerla a su lado como concubina era atractiva. No era raro que los hombres más preeminentes de la ciudad tuviesen una o incluso más, pero aquella mujer era peligrosa.

Afortunadamente tenía tiempo para pensar que hacer con ella. Pasase lo que pasase en Komor, él saldría ganando. Si la mujer conseguía su objetivo, conseguiría una gran victoria y la estabilidad y prosperidad de su ciudad, si fracasaba o la mataban no tendría que cumplir su promesa.

Inclinándose sobre la mesa sacó un legajo de un cajón y comenzó a redactar órdenes.

El chasquido de la radio le obligó a levantar la vista del libro. Oliva se había levantado ya, así que volvió a enfrascarse en la lectura hasta que la voz tensa de la soldado llamó definitivamente su atención.

—No, señorita. Esa no es nuestra función... —Oliva escuchaba con la oreja pegada al auricular de la radio impidiendo que Ray identificara a su interlocutor o lo que estaba diciendo.

—... Solo nos ocupamos de sus seguridad, lo que les pase a esos borregos analfabetos nos importa un carajo...

—... Ahora mismo está descansando y no le voy a despertar por esa pijada...

—... No puede venir al campamento... —dijo Oliva levantando la voz.

Finalmente Ray sospechando quién estaba al otro lado se levantó y tras susurrarle que ya se ocupaba él le arrebató la radio. Oliva le miró ofendida, pero Ray era su superior así que no pudo hacer otra cosa que dejarle hacer.

—Hola, menos mal que eres tú. ¿Qué diablos le pasa a esa mujer? —dijo Monique desde el otro lado de la línea.

—No importa, —atajó él— ¿Cuál es el problema?

—Hakim, uno de los chicos del pueblo se ha perdido en una cueva. —necesito tu ayuda.

—¿No hay hombres en el pueblo?

—Es complicado. Su madre es... Bueno la abandonó su marido y ahora no tiene a nadie. Subsiste prácticamente a base de lo que le damos nosotros. Nadie moverá un dedo por ella.

—Monique, no puedes salvar a todo el mundo...

—Me da igual lo que opines, yo voy a ir. —le interrumpió ella sabiendo que lo tenía cogido.

Jurando en arameo se vistió a toda prisa, cogió un arma y preparó una mochila con todo lo que pensó que podía necesitar; cuerdas, bengalas, linternas...

—Esa gilipollas va a hacer que nos maten. —dijo Oliva mientras le veía salir— Déjala ir sola.

—Sí y que se mate. Justo lo que necesito para mi hoja de servicios.

—Por no contar que sería de tu polla sin ella. —añadió ella con una sonrisa despectiva— Espero que sea buena chupándola, al menos así merecerá algo la pena.

Ray salió de la tienda tratando de no hacer caso a sus palabras. Estaba harto,  pero no deseaba una confrontación. Bajó a toda prisa la pendiente y cuando llegó al campamento, la doctora ya estaba esperando con un chico de unos diez o doce años que no podía parar quieto.

—Este es Mahmud, es amigo de Hakim. Estaban jugando en una caverna, no muy lejos de aquí, cuando el chico perdió el pie y cayó en una sima. Dice que le oyó quejarse, pero daba la impresión de ser bastante abajo y no veía lo suficiente como para ayudarle.

—Está bien, tranquilos. Voy por la camioneta.

—No hará falta, está cerca de aquí.

—No tengas tanta prisa —la interrumpió— Quizás este grave y necesitemos traerle rápido. Solo será un minuto.

Antes de que la doctora pudiese replicar dejó la mochila en el suelo y volvió a subir corriendo la colina. En cuestión de dos minutos estaban de camino con Mahmud entre ellos agarrándose al salpicadero con cara de emoción.

—Gracias. —dijo Monique— Sé que te he puesto en una situación desagradable. Pero no tenía a quien recurrir.

Ray no contestó. Le hubiese gustado gritarla y decirle que estaba arriesgando su vida por nada, pero sabía que aquella mujer era tan adorable como terca así que se limitó a conducir y seguir sus instrucciones.

La boca de la caverna estaba a apenas cinco minutos en coche, al pie de la colina y escondida entre unos matorrales.

—Hakim y yo entramos siguiendo a una cabra. —dijo el chico con voz vacilante señalando la boca de la cueva— Es por ahí.

Ray paró el coche y apagó el motor dejando las luces apuntando hacia aquel agujero oscuro. Dejando al chaval en la camioneta y cogiendo la mochila se internó con Monique en la cueva.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar